Edición realizada por Claude Martin, Lettres Modernes,
París 1970.
INTRODUCCIÓN
En 1919, Gide escribe en la segunda parte de su
autobiografía Si le grain ne meurt (Si el grano no muere): "No
aceptaba vivir sin reglas, y las reivindicaciones de mi carne no podían
prescindir del asentimiento de mi espíritu". Esta anotación —muy conocida—
es la mejor introducción a "La sinfonía pastoral", publicada en 1919‑1920.
Este breve volumen se inscribe en la línea de las
"narraciones", como también La porte étroite (La puerta angosta) (1909).
A las narraciones se oponen, siempre según la terminología gidiana, las
"sátiras", entre las cuales está, por ejemplo, Les caves du
Vatican (Los sótanos del Vaticano) (1914). Se sabe que Gide sólo hará uso
de la apelación "novela" en 1925, para Les fauxmounayans (Los
falsificadores de moneda). "Narraciones" y "sátiras"
son, por otra parte, dos formas complementarias de un mismo proyecto, que tiene
por objeto definir el "yo".
Por eso es lógico, para captar el planteamiento y la
significación de esta obra, referirse también al Diario (Journal) de
Gide, y principalmente a los años 1916‑18. De esa confrontación nace la
luz sobre "La sinfonía pastoral". En aquella "narración"
despojada, la transparencia de las situaciones deja entrever intenciones y
reflexiones menos nítidas.
1. RESUMEN
Primer Cuaderno (del 10 de febrero
de 189... al 12 de marzo de 189...)
Inmovilizado en casa por la nieve, el pastor (clérigo)
protestante de un pueblo del Jura suizo relata en una especie de diario
personal una experiencia comenzada dos años y medio antes: “Aprovecharé la
desocupación producida por este encierro forzoso, para volver atrás y contar
cómo es que vine a ocuparme de Gertrudis. Me he propuesto escribir aquí todo lo
que se refiere a la formación y el desarrollo de esta alma piadosa, que creo
haber sacado de la noche sólo para adoración del amor. Bendito sea el Señor por
haberme confiado aquella tarea”.*
El pastor había sido llamado a la cabecera de una
anciana, en una granja aislada. Después de la muerte de esta mujer, encuentra
en un rincón oscuro de la casa a la sobrina de la difunta: una joven ciega, de
quince años, que vive en la mugre y la miseria. Aquella, que pronto sería
llamada Gertrudis, vegeta en un estado desolador de atraso mental.
El pastor decide acogerla en su casa. La conduce en su
cabriolé: “Huésped de aquel cuerpo opaco, un alma espera sin duda, encerrada
entre paredes, que algún rayo de vuestra gracia la alcance, ¡Señor!
¿Permitiréis quizá que mi amor, aparte de ella la horrorosa noche?...” (12). En
su casa, el pastor choca con la hostilidad de su mujer, Amelia “cuyo movimiento
natural es siempre la mejor de sus reacciones; pero cuya razón lucha sin tregua
y, a menudo, se impone al corazón” (14). Su hogar cuenta ya con cinco hijos y
el más pequeño aún está en la cuna. A la oposición de Amelia, el pastor
contesta: “—Devuelvo la oveja perdida, dije con la mayor solemnidad que pude”
(14). Amelia acepta a la niña y el pastor apunta el 27 de febrero: “Me pareció
al poco tiempo que había dejado en manos de Amelia una tarea pesada, tan pesada
que al principio me quedé confuso” (22).
Al cabo de algunos días, después de haberla limpiado,
peinado y vestido, el pastor emprende la educación de Gertrudis —nombre
escogido por Carlota, una de las hijas del pastor—. Las reacciones de la chica
son puramente animales: se precipita sobre la comida, se queda todo el día
agazapada junto al fuego, adopta siempre una actitud a la defensiva. No sabe
hablar. Para esta tarea difícil, el pastor se acuerda de los éxitos conseguidos
por un médico inglés en casos similares. El doctor Martins charla con el pastor
del caso de Laura Bridgeman, una joven inglesa cuyos progresos espectaculares
inspiraron el cuento de Dickens, El grillo del hogar (24‑30).
Los inicios son duros y desalentadores, también porque
Amelia está cada vez menos de acuerdo con su marido: “En fin, yo creo que la
impulsaba una especie de celo materno, ya que más de una vez le oí comentar:
'No te has ocupado tanto de ninguno de tus hijos'. Lo cual era verdad; pues
aunque quiero mucho a mis hijos, nunca creí que debiera ocuparme mucho de
ellos” (32). Y el pastor argumenta sobre la parábola de la oveja perdida (32).
Un día, finalmente, Gertrudis empieza a reaccionar de
manera positiva, y a sonreír. Desde entonces, sus progresos serán rápidos. El
pastor le enseña primero a distinguir y nombrar las sensaciones físicas, y
luego los movimientos. Pronto, charla con ella, sin preocuparse de si ella le
sigue o no. Cuando la lleva al aire libre, al contacto con la naturaleza,
Gertrudis se queda particularmente conmovida por el canto de los pájaros, que
asocia a la luz. “'¿Es la tierra, decía, de veras tan bella como cuentan los
pájaros? ¿Por qué se habla tan poco de ella? ¿Por qué Vd. no me lo dice? ¿Será
por miedo de darme un disgusto, pensando que no la puedo ver? Se equivocaría.
Oigo bien a los pájaros; creo que entiendo todo lo que dicen. —Los que pueden
ver no los oyen tan bien como tú, Gertrudis mía, le dije esperando consolarla'”
(38). Con ocasión de la primera sonrisa de Gertrudis, el pastor había apuntado:
“Sentí una especie de encanto ante la expresión angélica que Gertrudis había
tomado de repente, pues me pareció que lo que la visitaba en aquel momento no
era tanto la inteligencia como el amor. Entonces, me sobrecogió un tal impulso
de agradecimiento, que me pareció ofrecer a Dios el beso que di en esa bella
frente” (34).
Le enseña a leer con el alfabeto Brille. Ese invierno,
después de la Navidad, el hijo mayor del pastor, Santiago, estudiante de
Teología en Lausanne, habiéndose roto un brazo, tuvo que pasar una temporada en
casa de sus padres. Él también se interesa por la educación de la joven ciega,
cuyos progresos, en esta época, son fulgurantes. Un día, el pastor lleva a
Gertrudis a oír un concierto en Neufchâtel: “Se interpretaba precisamente la Sinfonía
Pastoral. Digo 'precisamente', porque es la obra, como se entenderá
fácilmente, que más había deseado hacerle escuchar. Mucho tiempo después de que
hubiéramos dejado la sala de concierto, Gertrudis seguía en silencio y como en
éxtasis. ¿Todo lo que Vd. ve es de verdad tan bonito como eso?, dijo
finalmente. —¿Tan bonito como qué?, querida. Como esa 'escena al borde del
arroyo'. No le contesté enseguida, pues pensaba que aquellas inefables
armonías no dibujaban el mundo tal como es, sino más bien como hubiera podido
ser, como podría ser sin el mal y sin el pecado. Y hasta entonces nunca me
había atrevido a hablar a Gertrudis del mal, del pecado, de la muerte” (44‑46).
La falsa contestación del pastor no engaña a la ciega que
ya había aprendido a distinguir lo verdadero de lo falso con sólo oír la
entonación de la voz. Luego, le pregunta si es guapa. El pastor al principio se
niega a contestar: “—Un pastor no tiene por qué preocuparse de la belleza de
las caras, dije, defendiéndome como podía” (48); finalmente declara:
“—Gertrudis, Vd. sabe muy bien que es guapa” (50).
Cada vez más celosa y amarga ante el afán excesivo y
sostenido de su marido, Amelia llega a reprochárselo en presencia de Gertrudis.
En su “cuaderno”, el pastor juzga severamente la actitud de su mujer (8 de
marzo): “No puede darse cuenta de hasta qué punto ha angostado mi vida. Ay;
¡ojalá me exigiera alguna acción difícil! ¡Con qué alegría le ofrecería lo
temerario, lo peligroso! Sin embargo, parece como si le diera asco lo que no es
habitual; de tal forma que para ella el progreso en la vida consiste sólo en
añadir al pasado días iguales a los demás. No desea ni acepta de mí virtudes
nuevas, ni siquiera un crecimiento de las virtudes conocidas. Mira con
intranquilidad, cuando no con reprobación, cualquier esfuerzo del alma por ver
en el cristianismo algo distinto a una domesticación de los instintos” (52‑55).
Los progresos asombrosos de Gertrudis le hacen lamentarse
de que sus niños pequeños no sean también ciegos: así no se dejarían disipar en
sus estudios. Por miedo de que Gertrudis salga de su ignorancia en cuanto al
mal y al pecado, el pastor evita leerle o hacerle leer la Biblia. A pesar de
todo, la lleva a la iglesia para enseñarle a tocar el armonium. Uno de los
primeros días del mes de agosto, el pastor —“no me dedico a espiar, pero todo
lo que se refiere a Gertrudis lo llevo en el corazón” (58)— sorprende, sin que
se den cuenta, a Santiago y Gertrudis, sentados juntos frente al teclado del
órgano. Cuando se despide de la ciega, el chico le besa la mano.
Por la noche, durante la cena, Santiago comunica su
intención de quedarse en casa durante las vacaciones, en vez de ir al monte con
un compañero, como estaba previsto. Después de la cena, el pastor tiene una
conversación a solas con su hijo, y le hace confesar su amor por Gertrudis.
“Antes de verte llevar el desorden al alma pura de Gertrudis —grité impetuoso—,
preferiría no volver a encontrarte. ¡No me hacen falta tus confesiones! Sacar
provecho de la debilidad, de la inocencia, del candor, es una cobardía de la
que nunca te hubiera creído capaz; ¡y hablarme de esto con esa detestable
frescura!... Escúchame bien: Gertrudis está a mi cuidado y no soportaré ni un
día más que le hables, que la toques, que la veas” (62‑64). La
contestación firme, llena de seguridad, de Santiago, que está decidido a
casarse con la joven ciega, acaba por desconcertar al pastor. Éste todavía no
ha admitido sus celos. Finalmente, por obediencia a su padre que apela a su
conciencia —“Santiago tiene algo excelente, y es que bastan para detenerle
estas sencillas palabras 'apelo a tu conciencia', que yo usaba con frecuencia
cuando él era niño” (68)—, Santiago se decide a transcurrir sus vacaciones tal
como lo había previsto inicialmente. “—Vuelvo a encontrar al hijo que quería,
le dije en voz baja, y, atrayéndolo hacia mí, le di un beso en la frente. El,
por su parte, dio un pequeño paso hacia atrás; del que, sin embargo, no quise
darme por enterado” (68).
El pastor cuenta todo eso a su mujer. “Me ocurre tan
pocas veces estar a solas con ella que me sentía como tímido, y la importancia
de lo que tenía que decirle me perturbaba como si se tratara, no ya de las
confesiones de Santiago, sino de las mías propias” (70). Amelia contesta que ya
se lo imaginaba y deja caer algunas insinuaciones irónicas acerca de la
inclinación de su marido por Gertrudis: “—Por lo demás, quizá Santiago vuelva
del viaje curado de su amor. ¿Acaso se sabe a su edad lo que uno quiere? —¡oh!
incluso con más años muchas veces no se conocen bien los propios deseos,
comentó con un tono extraño” (74). Más adelante, el pastor apunta: “Las frases
de Amelia, que me parecían entonces misteriosas, se hicieron después muy
claras; las he referido tal como me parecieron primeramente; y aquel día me di
cuenta que había llegado el momento de que Gertrudis se marchara” (76). La
joven ciega irá en régimen de pensión a la casa de una señorita de la vecindad.
Aún sin darse cuenta que tiene envidia de su hijo y está
enamorado de Gertrudis, el pastor visita muy a menudo a la chica en su nuevo
alojamiento. Durante un paseo por el campo, frente a las radiantes montañas y a
los prados floridos, el pastor quiere que Gertrudis confiese su amor hacia
Santiago. Después de un diálogo en que se evocan varios pasajes del Evangelio
de forma explícita o interiormente (los lirios del campo, las verdades
escondidas a los sabios y reveladas a los humildes), Gertrudis confiesa: “Bien
sabe que al que quiero es a Vd., pastor... ¡Oh! ¿Por qué retira Vd. su mano? No
le hablaría así si no estuviera casado. Pero nadie se casa con una ciega.
Entonces, ¿por qué no podríamos querernos? Diga, pastor, ¿le parece mal? —El mal
no está nunca en el amor” (82). Gertrudis pronuncia palabras que provienen de
una moral inocente, que ignora los mandamientos y las prohibiciones. El
cuaderno se acaba con esta frase: “El sol se ponía en medio de un esplendor
exaltado. El aire era tibio. Nos habíamos levantado y, charlando, habíamos
empezado el sombrío camino de vuelta” (84).
Segundo Cuaderno (Del 25 de abril al
30 de mayo)
La llegada de la primavera y el derretirse de la nieve permiten al pastor
reanudar las visitas y le han hecho abandonar su “cuaderno” hasta el día 25 de
abril, fecha en la que lo prosigue. Al releerlo nuevamente, toma conciencia de
la naturaleza de sus sentimientos hacia Gertrudis. “Es que yo no aceptaba
entonces que el amor pudiera ser lícito fuera del matrimonio, y por eso me
resistía a reconocer que hubiera algo de prohibido en el sentimiento que con
tanta pasión me inclinaba hacia Gertrudis. La ingenuidad de sus confesiones, su
sinceridad misma me tranquilizaba. Yo me decía: es una niña” (86).
Luisa, la señorita en cuya casa vive Gertrudis, prepara a
la joven ciega para la Primera Comunión. Durante la fiesta de Pascua, Gertrudis
comulga, así como el pastor, mientras Amelia, por vez primera y Santiago, que
acaba de volver, se abstienen de comulgar. La educación religiosa de Gertrudis
lleva al pastor a leer el Evangelio “con ojos nuevos” (90). Santiago, quien,
según su padre, se ha vuelto “tradicionalista y dogmático” (90), le reprocha
que escoja lo que le gusta de la doctrina cristiana. El pastor apunta entonces:
“Yo no escojo entre tal o cual palabra de Cristo. Simplemente que, entre Cristo
y San Pablo, me quedo con Cristo. Por miedo a tener que enfrentarlos, él
(Santiago) se niega a separarlos...” (90‑92). Y el pastor sigue: “Busco a
lo largo del Evangelio, busco en vano un mandamiento, una amenaza, una
prohibición... Todo eso es sólo de San Pablo” (92). Por otra parte, unas líneas
arriba había apuntado: “Cada vez más me parece que un buen número de nociones
de las que se compone nuestra fe cristiana proceden, no de las palabras de
Cristo, sino de los comentarios de San Pablo” (90).
El pastor acaba por ver en el Evangelio sólo un “método
para llegar a la vida bienaventurada” (94). Se dedica entonces a una
exégesis personal del versículo 'si fuerais ciegos, no tendríais pecado': “Es
el pecado lo que oscurece el alma, lo que se opone a la alegría. La felicidad
perfecta de Gertrudis, la que irradia todo su ser, se debe a que no conoce el
pecado. Sólo hay en ella claridad y amor” (94). Por eso, el pastor no la quiere
turbar: deja entre sus manos los evangelios, los salmos, el apocalipsis y las
tres epístolas de San Juan. No quiere que lea a San Pablo, de quien cita un
versículo: 'El pecado tomó nuevas fuerzas por el mandamiento' (Rom VIII, 13).
Más o menos en aquella época, los médicos —el doctor
Martins habló del caso de Gertrudis al doctor Roux de Lausanne— juzgan que una
operación quirúrgica podría devolver la vista a la ciega. El pastor anota que
Santiago se mantiene distante de la chica, pero sin dejar de tenerle cariño. De
hecho, ha renunciado a ella. Entre Santiago y su padre se establece una
discusión sobre la interpretación del capítulo XIV de la epístola de San Pablo
a los Romanos. Amelia sigue oponiendo a su marido una ironía marcada de dolor:
“Qué quieres, amigo mío, me contestó el otro día, no me ha sido dado ser ciega”
(100). El pastor compara la dulzura que se desprende de Gertrudis con la
tristeza que envuelve a su mujer: “todo alrededor de Amelia se hace oscuro y
triste” (100). Se queja de que sus niños pequeños griten y sólo tengan
preocupaciones vulgares; de que se muestren insensibles a la naturaleza, a la
poesía.
El 18 de mayo, el pastor relata un paseo con la ciega,
por el campo. Interrogado por Gertrudis, debe decirle que Santiago ha
renunciado a ella: “—¿Piensa Vd. que Santiago sigue queriéndome?. —Ha decidido
renunciar a ti, contesté enseguida. —Pero, ¿cree que sabe que Vd. me quiere?,
replicó” (108). Tampoco Gertrudis ignora los celos de “tía” Amelia. Luego
afirma que no desea una felicidad fundada en la ignorancia y exclama: “Mire
Vd., me temo que el mundo no es tan bonito como Vd. me lo ha hecho creer,
pastor, ni mucho menos” (110). Gertrudis querría “estar segura de no añadir
nada al mal” (112). Finalmente, pregunta si los hijos de una ciega nacen necesariamente
con la misma enfermedad y hace confesar al pastor que las leyes de la
naturaleza no son las de la sociedad, ni las de Dios. “Me ha dicho
frecuentemente que las leyes de Dios son las mismas que las del amor. —El amor
que habla aquí no es el mismo que se llama caridad. —¿Vd. me ama por caridad?
—Bien sabes que no, Gertrudis mía. —¿Entonces reconoce que nuestro amor escapa
a las leyes de Dios?” (114). En vano el pastor anda con rodeos: “Gertrudis,
¿piensas que tu amor es culpable? Ella rectificó: —Que nuestro amor... Me estoy
diciendo a mí misma que debería pensarlo” (114). Gertrudis está
turbada.
Al día siguiente, el pastor apunta en su diario: “Procuro
elevarme por encima de la idea de pecado; pero el pecado me parece
inaguantable, no quiero abandonar a Cristo. No, no acepto que esté pecando al
amar a Gertrudis (...). Señor, ya no sé... no sé más que Vos. Guiadme. A veces,
me parece que me estoy hundiendo en las tinieblas y que la vista que le van a
devolver me la quitan a mí” (116). Operan a Gertrudis en Lausanne. La operación
se ha desarrollado bien y la chica tiene que volver al pueblo a los veinte
días. Las preocupaciones del pastor aumentan de más en más: ¿Que tal le
encontrará?
En la noche del 28 de mayo, el pastor cuenta el drama:
queriendo coger flores azules, miosotis, al borde del agua, por lo visto,
Gertrudis se cayó. La sacaron un poco mas lejos, río abajo con una congestión
pulmonar. El pastor se pregunta si no quiso darse la muerte. Cuando vuelve en
sí Gertrudis confiesa al pastor que en efecto ha querido suicidarse. Primero
por la tristeza de Amelia: “Mi crimen consiste en no haberme dado cuenta antes;
o, por lo menos —pues yo lo sabía muy bien— en haberle dejado a Vd. quererme.
Pero, cuando de repente vi su rostro, y en su pobre cara se veía tanta
tristeza, no pude soportar la idea de que aquella tristeza fuese obra mía...
No, no, no se reproche nada; pero déjeme partir y devuélvale la alegría” (126).
Y prosigue: “¡Ay! Es necesario a pesar de todo que le diga lo siguiente: de lo
que me he dado cuenta en primer lugar es de nuestra culpa, de nuestro pecado.
No, no proteste: 'Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado'. Pero ahora,
veo...” (128).
Gertrudis le pone al tanto de que, en la clínica, se
hacía leer por Santiago textos de San Pablo, que ignoraba, y también otros
pasajes de la Biblia. “Me acuerdo de un versículo de San Pablo que me he
repetido durante todo un día: 'Para mí, habiendo estado en otro tiempo sin ley,
vivía, pero cuando vino el mandamiento, el pecado revivió y morí” (128). Es el
momento de otra revelación: “Cuando vi a Santiago, entendí inmediatamente que
no era Vd. al que quería; era a él. Tenía exactamente su rostro; quiero decir
el rostro que me imaginaba que tenía Vd...” (128). Más este amor será imposible
en adelante: Santiago se ha convertido a la religión católica y ha entrado en
religión.
El delirio empieza de nuevo; la fiebre aumenta. Gertrudis
morirá el día siguiente. Santiago reprocha al pastor el que no hubiese llamado
a un sacerdote para que pudiera confesarla. En Lausanne, bajo su influencia,
había abjurado del protestantismo. “De modo que dos seres me dejaban a la vez;
me parecía que, separados por mí durante la vida, hubiesen proyectado huir de
mí y unirse ambos en Dios. De todas formas, sigo convencido de que en la
conversión de Santiago hubo más razón que amor” (132). Desesperado, el pastor
pide a Amelia que rece el Padrenuestro. El segundo cuaderno acaba con estas
palabras: “Hubiera querido rezar, pero sentía mi corazón más árido que el
desierto” (132).
NOTA: El pastor habla en primera persona. La forma de la
narración varía: el primer cuaderno y la primera fecha del segundo (25 de
abril) pertenecen al género “relato”. Al principio la diferencia entre los
hechos relatados y el tiempo presente es de 30 meses. Este atraso se reduce
progresivamente, y las referencias cronológicas que proporciona el narrador
permiten confirmarlo.
Desde el 3 de mayo ya no se trata de consignar recuerdos,
sino de ir contando, al día, los acontecimientos del presente. El “diario”
comienza de hecho el 3 de mayo. Muchos críticos, y el mismo Gide, han resaltado
este “estrechamiento” del libro, pues la última parte resume en pocas páginas
algunos acontecimientos capitales; peculiaridad a la que se hace referencia
después.
2. VALORACIÓN CRÍTICA
El "mensaje" del libro
"La sinfonía pastoral" es una narración sobria y aparentemente
explícita. Se lee primero como la historia del amor entre el pastor y
Gertrudis, limitándose al estudio de los sentimientos. El pastor, que se separa
progresivamente de Amelia y de sus hijos, cae en la trampa de una “caridad” que
se convierte de hecho en una pasión meramente humana. La muerte de Gertrudis y
la separación definitiva de Santiago (separación material y religiosa de su
padre, por su conversión al catolicismo) castigan de alguna manera la falta del
pastor.
En este sentido, la narración se puede interpretar como
la denuncia de un amor culpable, de una actitud hipócrita que reviste sus
pasiones con textos sagrados. A este nivel de lectura, el libro resulta
bastante simple. El relato no comporta descripciones inconvenientes.
El interés literario viene del arte con el cual Gide
describe la evolución de los sentimientos del pastor respecto a Gertrudis. Es
“su” criatura, ya que él fue quien la despertó a la vida, a la cultura, a la
belleza. Pero el pastor no es consciente de la naturaleza de sus sentimientos:
sólo los descubre más tarde. De ahí la dialéctica entre la ceguera y la vista:
el pastor ve, pero es ciego frente a sus sentimientos; Gertrudis está privada
de la vista, pero sabe leer en los corazones.
Eso hace que las relaciones entre los personajes sean de
celos y de rivalidad. Amelia y Santiago son “obstáculos” que el pastor quiere
superar para dar rienda suelta a su amor por Gertrudis. Las numerosas citas
presentadas en el resumen muestran hasta que punto los personajes perciben
claramente la inclinación del pastor por la joven ciega.
La idea primigenia de escribir este libro, se remonta a
septiembre‑octubre de 1893, época en la cual Gide descubre el cuadro
natural de la narración, la Brevine, en Suiza. Las lecturas de Gide alrededor
de aquella época —Las vías de Dios, de Björnson, Ibsen, etc.— le
confirman en una orientación bien determinada: la búsqueda de la legitimidad
del placer, de la expansión del ánimo y el rechazo de una conciencia
“mutiladora” y “que obceca”. La enseñanza de Cristo es entendida como rechazo
del dogma, de la ley, de la autoridad, en nombre de una libertad y un amor que
favorecerían los instintos.
No parece que, en la valoración de este libro, haya que
atribuir una importancia demasiado grande a las disputas entre el pastor y
Santiago sobre la Sagrada Escritura. Por lo demás, las tesis que se presentan
son harto conocidas: una visión “protestante” o modernista, que niega cualquier
valor a los escritos paulinos y reduce el Evangelio a un mandamiento del amor
despegado de toda regla o ley precisa. Esto puede verse, por ejemplo, cuando el
pastor afirma no haber encontrado en el Evangelio “ni mandamiento, ni amenaza,
ni prohibición” (92). Lo mismo ocurre con la “domesticación de los instintos”
(54), en la que el pastor no quiere encerrar el cristianismo.
Es conveniente, de todos modos, detenerse algo más en dos
puntos doctrinales que se presentan de modo erróneo en esta obra:
a) San Pablo y el cristianismo
En “La sinfonía pastoral” se ponen en juego dos actitudes claramente
tipificadas: la del pastor, que rechaza las epístolas de San Pablo, por
contener mandatos y reglas de las que el Evangelio no hablaría, y la de
Santiago, que se niega a establecer esta selección.
Cuando el pastor finge no encontrar mandamientos, leyes,
etc. en el Evangelio, aparenta ignorar los mandamientos de Cristo y los
innumerables pasajes del Evangelio que hablan de una ley moral revelada por
Cristo. De hecho, el pastor circunscribe su lectura del Nuevo Testamento a
ciertos pasajes cuidadosamente escogidos, del tipo: “amaos los unos a los
otros”, y borra, naturalmente, el “como yo os he amado”. Del mismo modo
podríamos citar distintos discursos de Cristo (“el que me ama guardará mis
mandamientos”), donde el amor a Dios viene justamente ligado al cumplimiento
fiel de una ley. Incluso cuando el pastor aconseja a Gertrudis la lectura de
las epístolas de San Juan, no tiene en cuenta la invitación imperiosa del
evangelista: “hijitos, no amemos con palabras y con la lengua, sino con obras y
de verdad”. En cuanto al Apocalipsis —también recomendado por el pastor, por no
contener, según él, ley alguna—, se olvidan de modo patente los juicios
proféticos dirigidos a las iglesias, donde se recuerda la ley que debían
cumplir. En resumen, el pastor sueña con una religión desprovista de
mandamientos, de bienaventuranzas, de ley y, en consecuencia, de recompensa y
castigo. Se trata de una visión caricaturesca: es una lectura fragmentaria de
los textos Sagrados, una lectura “ciega” y para una ciega que, sin embargo, no
es inconsciente de esos engaños.
Otros pasajes que interpreta según su conveniencia, se
refieren al Capítulo XIV de la epístola de S. Pablo a los Romanos que versa
sobre la conducta que hay que seguir con los débiles. Se recuerdan dos
versículos: “yo sé y estoy persuadido en el Señor Jesús que nada hay de suyo
impuro; mas para el que juzga que algo es impuro, para ése lo es” (14); y el
último: “... el que duda, y aún así come, se condena, porque no obra de buena
fe. Todo lo que se hace sin buena fe es pecado” (22). El pastor se cree
autorizado a deducir de aquí que todo lo que se hace con buena fe está
permitido. Eso es lo que intenta hacer creer a Gertrudis, olvidando que en el
capítulo anterior de la misma epístola, se dice: “Despojémonos de las obras de
las tinieblas, revistámonos de las armas de la luz. Andemos con decencia, como
es conveniente a la claridad del día: no haya orgías ni borracheras, ni lujuria
ni desenfreno, peleas ni envidias. Antes revestíos del Señor Jesucristo, y no
os deis a la carne para satisfacer sus concupiscencias”.
También interpreta de modo torcido algunos versículos del
cap. VII, presentándolos como la apología de la liberación de una ley portadora
del pecado: “Y yo viví algún tiempo sin ley, pero sobreviviendo el precepto,
revivió el pecado y yo quedé muerto, y hallé que el precepto, que era para
vida, fue para muerte”. También en este caso es necesario leer el capítulo
entero. S. Pablo se está refiriendo a la ley mosaica, que, después de la venida
de Cristo, no puede dar la salvación.
No obstante, los inconvenientes de todas estas
afirmaciones son relativos, en cuanto que las palabras de Santiago, hijo del
pastor, desacreditan formalmente este modo de proceder. Por otra parte cabe
preguntarse si verdaderamente el pastor es protestante. Gide lo presenta más
bien como un partidario de la vuelta a la naturaleza y al instinto. Ya no cree
en una religión revelada. Se podría decir que se encuentra más cercano de un
neo‑modernismo —para el cual la religión es sólo un sentimiento
subjetivo—, y de una actitud muy generalizada en nuestros días, según la cual
toda regla moral sería una invención humana, herencia histórica de la
civilización judeo‑cristiana, y no exigencia de la ley natural o divino‑positiva.
b) La naturaleza humana y la ley moral
Hacíamos notar que el pastor parece poco protestante. En
efecto, para el protestantismo la naturaleza humana está radicalmente
corrompida por el pecado original, por lo que no podemos realizar ninguna obra
buena. Pero el pastor no cree en el pecado original. Por tanto,
automáticamente, todos los deseos que emanan de nuestra naturaleza serían
buenos; de ahí su cuidado para que Gertrudis no oiga hablar del mal ni del
pecado, como si se tratara de cosas que no tienen nada que ver con su vida
"inocente". El pastor ignora manifiestamente, o simula ignorar, que
existe una ley moral natural, inscrita en el alma humana, que incita a hacer el
bien y a evitar el mal. Todo lo más, parecería que la realización de
determinados deseos infringiera las leyes humanas (el adulterio atenta contra
la ley del matrimonio) y que el mal consiste sólo en esto, cuando en realidad y
antes que nada, es una falta contra la ley de Dios.
La génesis de ''La sinfonía pastoral''
Aunque podían señalarse otros inconvenientes que se
presentan en una primera lectura "literal" de "La sinfonía
pastoral", parece suficiente con lo que se ha dicho.
Ahora bien, si se tiene en cuenta la fuerte componente
autobiográfica de esta obra (declarada por el mismo Gide), la lectura se
ilumina con una luz distinta, particularmente cruda, que no conviene ignorar.
"La sinfonía pastoral" se redactó muy de prisa,
en Cuverville, en 1918: el primer cuaderno en primavera, el segundo en octubre,
a la vuelta de una estancia de tres meses en Inglaterra. Gide no había salido
solo para Inglaterra: abandona a su mujer Madeleine, que no ignora los ambiguos
sentimientos de su marido al llevarse consigo al joven Marc Allégret. La
narración se interrumpe con el viaje. Después de su estancia en Cambridge con
Marc, Gide vuelve a empezar penosamente la redacción del libro que se le
presenta en adelante extraño a las preocupaciones del momento. Tiene prisa para
acabar: de ahí nace el desequilibrio, la precipitación de los acontecimientos
en la narración, que los críticos se hartaron de subrayar. Gide mismo apunta en
su Diario el 19 de octubre: "Estoy intranquilo de haber llegado tan
pronto al final de mi "sinfonía pastoral"; quiero decir que he agotado
mi tema, mientras que las proporciones y el equilibrio del libro exigían un
desarrollo más extenso".
Pese a que Gide enmascara en el Diario su identidad
bajo el nombre de "Fabricio" y la del "otro" bajo el de
"Miguel", se sabe que se trata de Marc Allégret. Un joven nacido con
el siglo, uno de los hijos del pastor Elie Allégret, tutor de Gide tras la
muerte de su padre. La pasión por Marc que Gide siente desde su nacimiento es
de tal fuerza que funde "el corazón y los sentidos", y da a Gide la
impresión de la felicidad total. Se acabó con la fidelidad del corazón hacia
Madeleine. Esta pasión, verdaderamente obsesiva hacia 1918, le empuja a abandonar
a Madeleine y a embarcarse con Marc. "Abandono Francia en un estado de
angustia indecible. Me parece que me despido de todo mi pasado... ", anota
en su Cuaderno el 18 de junio.
De hecho, la educación de Gertrudis por el pastor
reproduce fielmente la iniciación de Marc‑Miguel por Fabricio-Gide del Diario.
Esta educación va en la línea de la liberación, de un "liberarse",
para emplear un término propio de Gide: se trata de romper las barreras
—"es el inconveniente de una educación puritana cuando se aplica a quien
no soporta ser reprimido" (Diario, 9‑VIII‑1917) —. En
"La sinfonía pastoral" Gide, al traspasar su aventura con Marc a la
pareja pastor‑Gertrudis, se limita a hacer el proceso del desarraigo de
los principios "puritanos", etapa previa en el "liberarse"
de Marc.
Como el pastor, Gide conoce los celos: "... antes de
ayer, y por vez primera en mi vida, he sentido el tormento de los celos. En
vano intentaba impedirlo. M. no llegó hasta las 10 de la noche. Yo sabía que
estaba en casa de C... No podía vivir. Me sentía capaz de las peores
locuras" (Diario, 8‑XII‑1917). "C." es
Cocteau, al que Gide, loco de celos, hubiera querido matar. En una carta a León
Pierre‑Quint, en 1926, Gide confesará: "Mi odio hacia C..., mi mayor
sufrimiento, las necesidades de golpear, mi vida completamente desarreglada, se
debían a la influencia moral de C..., a su garbo que había cegado, hechizado un
espíritu todavía infantil... Yo estaba como Pygmalion cuando encuentra la
estatua destrozada, su obra destruida; mi trabajo, mis cuidados de educador, mi
espíritu eran deshechos por otro: el 'amable' C... No eran celos, era otra
cosa". Esta es la misma situación que se transparentará en las relaciones
entre el pastor y Santiago: "mi" trabajo se acerca a "mi"
Gertrudis. Los reproches dirigidos a Cocteau son del mismo corte que las
invectivas del pastor hacia su hijo.
Nueva lectura de ''La sinfonía pastoral''
A la luz del apartado anterior se llega a captar mejor la
naturaleza de los personajes. Gertrudis responde a la imagen de Marc. Amelia
toma algunos de sus rasgos de Madeleine. "A tu lado me iba
pudriendo", escribirá Gide a su mujer la víspera de su partida con Marc.
Santiago es a la vez el rival y el testigo de las búsquedas que fueran otrora
las del mismo Gide.
El personaje del pastor aparece con evidencia mucho más
enigmático. Aunque juega perfectamente el papel de Gide en sus relaciones con
Marc, el pastor no es portavoz del escritor, en cuanto que aquél se afana por
encontrar en las Escrituras el fundamento de su felicidad 'natural', mientras
que para Gide, cuando reemprende la redacción de "La sinfonía
pastoral", esta operación parece superada: él no necesita en manera alguna
apoyarse en la Escritura, ni polemizar con S. Pablo para justificar su derecho
a gozar. Lo que distingue a Gide de su pastor es que éste se mantiene en una
postura 'religiosa' (de una religión revelada, por más que ésta se acepte sólo
parcialmente y con extrema libertad). Sea como sea, Gide querrá siempre
mantener las distancias entre sus ideas personales y las del pastor. En 1945
escribirá al crítico americano Mischa Harry Fayer: "A través de él, más
que el intento de expresar mi propio pensamiento, he dibujado el sinsentido a
donde podía conducir mi propia doctrina, cuando esta ética no es ya controlada
severamente por un espíritu crítico siempre atento y poco indulgente o
complaciente consigo mismo".
En definitiva, explicando "La sinfonía
pastoral", Charles du Bos, que aún algunos años después confiaba en la
conversión de su amigo, hablaba en términos muy atinados del "fondo turbio
que se trasparentaba bajo la limpidez de la forma". Ahora podemos apreciar
esta turbia profundidad.
3. CONCLUSIÓN
Un viejo proyecto de libro, centrado en un marco natural
que Gide descubre en 1893 y en el problema de la educación de los ciegos; las
búsquedas espirituales por tanteos pero fervientes; la aventura con Marc, y la
explosión del drama familiar: éstas son las fuerzas que modelan la redacción de
"La sinfonía pastoral". La unión con Marc relega a un segundo plano
la búsqueda de una conformidad consigo mismo y con Dios. Al volver de Cambridge
es cuando Gide prosigue y termina la narración: ésta es la clave de la súbita
aceleración del relato. El escritor quiere concluir un tema ya antiguo y, al
tiempo, de una ardiente actualidad para él. La ambigüedad del título parece
disipada: Gertrudis queda arrebatada por la Sinfonía Pastoral, particularmente
por la escena al borde del arroyo (46), que anuncia su tentativa
de suicidio en el río. Ahí está el efecto del encanto malsano que ejerce esa
otra "sinfonía" constituida por las palabras hipócritas del pastor.
Retórica de la mentira que recuerda la que Gide utilizó para seducir a Marc,
hijo de otro pastor.
D.L.
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* Los
números entre paréntesis indican las páginas a que corresponden las citas en la
edición señalada al principio. Se trata de una edición crítica en la que el
texto de "La sinfonía pastoral" ocupa sólo páginas pares, estando las
impares reservadas a comentarios y notas de Claude Martin.