El otoño del patriarca
Editorial Bruguera.
Barcelona 1980. 344 p.
1. El autor
Gabriel García Márquez,
nacido en Aracateca (Colombia) en 1928, inicia su carrera literaria muy pronto
con la publicación de cuentos y de artículos en la prensa diaria. A los 26 años
se traslada a París como corresponsal del periódico colombiano “El Espectador”.
La estancia en la capital francesa acaba marcando su trayectoria literaria, al
conocer de cerca las diversas técnicas narrativas de vanguardia; éstas, más el
influjo de Faulkner, Virginia Wolf, Kafka y Borges condicionarán ya toda su
producción literaria. Comienza con la publicación de tres novelas cortas: en
1955, La Hojarasca, cuya acción se sitúa en la mítica ciudad de Macondo;
en 1958, El coronel no tiene quien le escriba; en 1962, La mala hora.
En 1967, edita Cien años de soledad, acogida por la crítica con
grandes elogios. Un año después comienza a escribir El otoño del patriarca, concluida
y publicada en 1975, en medio de la expectación despertada por las numerosas
alusiones del propio escritor a la novela en la que se encontraba trabajando.
Cuentista célebre, la publicación de sus novelas se ve salpicada con la
floración de numerosos cuentos de considerable calidad narrativa.
2. Tema y estructura del
libro
El tema de la novela es la
crítica del sistema dictatorial en Hispanoamérica, realizada a través del
relato alucinante, visionario, de un caso imaginado, en época y país más allá
de todo ajuste a las leyes de la vida humana, del tiempo y del espacio.
No hay una trama lineal,
sino constantes avances y retrocesos cronológicos, con reiteración, una y otra
vez, de unos cuantos sucesos y situaciones, en versiones diferentes y aun
contradictorias. No puede hablarse de argumento, sino de un conjunto de
episodios que sirven al propósito de denuncia política.
La novela se divide en 6
partes, de extensión aproximadamente igual, sin ninguna numeración ni epígrafe
que las distinga. Cada parte está constituida por un solo párrafo (no hay
ningún punto y aparte).
Todas empiezan por el mismo
motivo: descubrimiento, en su palacio, del cadáver del patriarca dictador, ante
la incredulidad y desconcierto de sus súbditos, que siempre han conocido, desde
varias generaciones, el mismo régimen —se ha perdido memoria de su duración—.
Por otra parte, nunca lo habían visto, de modo que vacilan en la
identificación.
A partir de
este comienzo, seis veces repetido, con ligeras variantes, la narración se
retrotrae, no uniformemente, sino con continuas alternativas de sentido
temporal. Estas no responden a ningún ritmo objetivo, sino al engarce de unas
sensaciones con otras, de unas imágenes con otras, etc., en virtud de alguna
afinidad entre ellas. Es así, por estos enlaces que pudieran llamarse
temáticos, como se distorsiona la dimensión temporal.
3. Personajes principales
La figura del dictador se
erige omnipresente en toda la narración y en cada capítulo tiene el
acompañamiento de una distinta figura secundaria (seis en total, por tanto),
sin vinculación entre sí, sin papel activo fuera de su respectivo capítulo.
Estos personajes son, en los sucesivos capítulos:
1. Patricio Aragonés, doble
del dictador, papel que se le asigna, en vez de matarlo, cuando se descubre que
lo suplantaba. Llega a sustituirle totalmente en la vida pública y muere
asesinado. Al creerse que ha muerto el dictador, se produce un movimiento
popular que es aplastado.
2. Manuela Sánchez, reina
de belleza de un barrio pobre. Es una muchachita inútilmente pretendida por el
dictador, el cual acude todas las tardes a su casa, sin poder hablar con ella
más que en presencia de su madre. El dictador destruye todo el barrio pobre
para ofrecerle uno nuevo el día de su santo. Provoca un eclipse para apoderarse
de ella, pero Manuela desaparece, sin que vuelva a saberse nada de su suerte.
3. Rodrigo Aguilar, ministro
de Defensa (el único, con el de Salud), erigido como tal por haber perdido un
brazo al hacer estallar una carga dirigida contra el dictador, que confía
plenamente en él. Hasta que descubre que prepara una conspiración para
derribarlo. Lo hace asar, con ricas especias, y se lo sirve en una gran fuente,
durante una cena, a los restantes conspiradores.
Con este complot se
relaciona la matanza, ahogados en alta mar, tras meses de escondite burlando a
la Cruz Roja Internacional, de cientos de niños que sacaban la lotería, cuando
se corre el riesgo de que cuenten cómo eran instruidos para sacar el número que
jugaba el dictador, cosa que sucedió durante años. (La trampa consistía en que
debían sacar una bola previamente enfriada).
4. Bendición Alvarado, madre
natural del dictador. Mujer humilde, de pasado turbio, sin ninguna educación,
no se abstiene de hacer públicos comentarios o actuar en forma espontánea, de
modo que su hijo queda en ridículo. Tiene que vivir apartada, ante tal
comportamiento, en un barrio retirado, dedicada a extrañas pinturas. A su
muerte, mantenido incorrupto el cadáver con hielo, se fingen milagros por su
medio. El dictador ordena su canonización. Un extraño promotor pontificio,
mezclado con la gente del pueblo (con la que se emborracha o pelea en tabernas)
logra averiguar la verdad y denunciar la impostura. Se produce la ruptura con
el Vaticano y la expulsión del clero.
5. Leticia Nazareno, la
única legítima esposa, antigua novicia, que le da su único hijo legítimo, hecho
general al nacer (el patriarca tiene cientos de hijos naturales, todos
sietemesinos, que viven en palacio con sus madres). Leticia educa a su marido,
comenzando por enseñarle a leer y a comer sentado a la mesa. Va adquiriendo
mucha influencia pública, restándola a los altos jefes militares, que se
sienten desplazados. Los enemigos del régimen lanzan contra ella y su hijo unos
perros feroces que los devoran.
6. José Ignacio Sáenz de
la Barra, Nacho, elegante aristócrata, que se encarga de una sanguinaria
represión en el ocaso del régimen. De algún modo se impone al propio dictador,
asustado de los sacos de cabezas humanas que le llegan, sin que se atreva o
logre impedirlo.
La figura del propio
dictador es, intencionadamente, contradictoria y muy compleja. De origen muy
bajo, de condición primaria que no logra superar, con una grotesca tara,
abrumado siempre por el sentimiento de la muerte que le impone el final
infausto de todos los personajes relacionados con él, no llega nunca a ser
feliz, a estar seguro, a gozar del poder, que más bien le aprisiona a él, y le
impide el desarrollo de su espontaneidad. Vive aislado en su palacio, cuyas
medidas de seguridad él comprueba personalmente antes de encerrarse cada noche
en su habitación tras correr cerrojos y pestillos con gesto de pequeño burgués
cuidadoso.
No tiene nombre: yo soy
yo, se dice a sí mismo a medida que va perdiendo conciencia de su
identidad, acosado por mil incertidumbres, atormentado por su obscuro destino,
desesperado de una existencia que no comprende.
Ofrece rasgos positivos que,
por contraste, realzan los negativos: el amor a su madre, que él cuida
personalmente; la ayuda a los menesterosos con increíbles regalos; el interés
por la salud del pueblo, por la abundancia de las cosechas. A1 comunicársele
la muerte de los niños de la lotería, asciende a los oficiales ejecutores de la
operación y a continuación los fusila. Estas órdenes, comentan refiriéndose a
la matanza dispuesta por él, pueden darse, pero no pueden cumplirse.
Nadie, ni él mismo, sabe su
edad. En algún momento, se habla de que tiene 150 años y se encuentra en la 3ª
dentición; en otro, que oscila el número de años entre 107 y 232.
En el ejercicio del poder,
dicta en determinados momentos la hora del día según su particular conveniencia
cambiante. A ella han de someterse todos los ciudadanos, ajustando entonces su
actividad a la correspondiente a la hora que se les indica; lo mismo les ocurre
a los animales y a las plantas.
En el palacio presidencial
campan las vacas entre tapices y archivadores. El mismo las ordena todas las
mañanas para que luego se reparta la leche del desayuno por los cuarteles. En
los rosales del jardín se albergan leprosos y ciegos...
4. Valoración técnico‑literaria
a) Espacio y tiempo
Los datos geográficos que
aisladamente se mencionan, permiten situar el país en la costa del Caribe. Los
productos naturales que se citan corresponden a diversos países
hispanoamericanos.
En cuanto a la dimensión
histórica se extiende, a juzgar por varias alusiones, desde la independencia de
España hasta el presente. Lo cual no impide que al asomarse a la ventana, el
dictador vea un acorazado norteamericano, cuyos marines han desembarcado, y,
más al fondo, las tres carabelas de Colón, cuya llegada se narra en otro
momento, si bien anterior al dictador. Se menciona también la llegada de Rubén
Dario que ofrece un recital.
Son mucho más numerosas las
referencias a situaciones contemporáneas de algún modo precisas. Constante, por
ejemplo, la visita del Embajador de los Estados Unidos, cada vez con un nombre
distinto hasta formar una larga serie. Alusiones a la ayuda militar
norteamericana; a los monopolios concedidos a potencias europeas para saldar
deudas. En esta política de dependencia internacional, el dictador vende el
mar, que es llevado a Arizona. En su lugar queda una triste llanura de polvo.
b) El conductor de la
narración cambia frecuentemente, sin ninguna señal previa. Se nota por la
variación de los pronombres o por el número gramatical. Por ejemplo, desde un
narrador colectivo, omnisciente, que usa el nosotros y utiliza el estilo
indirecto, se pasa, tras nombrar a determinada persona, a que ésta dialogue en
estilo directo. Y de ahí se llega al monólogo interior o al soliloquio del
dictador. Cambios de esta o análoga naturaleza ocurren en una misma línea o en
sucesivas. Tal estructura se mantiene durante toda la novela, rompiendo los
esquemas sintácticos habituales.
De este modo se produce un
ritmo narrativo vivísimo, un tiempo muy acelerado, contrapesado en
muchos momentos por la morosidad y el detalle con que se contemplan las cosas:
no suele citarse una aislada, sino una sucesión de ellas, a veces radicalmente
heterogéneas o incongruentes. Hay siempre masas de objetos, de sensaciones, de
imágenes, calificados de modo sorprendente.
En el uso de una desbordante
fantasía que construye un mundo de realismo mágico, radica el mérito de la obra
y también su demérito. Si en muchas ocasiones sobrecoge con sus innovaciones en
el modo de enfocar la realidad, la reiteración del recurso llega a cansar. Hay,
paradójicamente, monotonía en la fantasía. A esto contribuye la repetición
incluso material de situaciones y sucesos, a veces irreales.
No obstante, el propósito
principal, el reflejo de un régimen político grotesco, contradictorio,
arbitrario, queda logrado.
Es grande la riqueza léxica
desplegada y la audacia en las innovaciones sintácticas, que potencian la
fuerza narrativa y descriptiva de la obra. Pueden servir como ejemplo, los
siguientes párrafos:
1. “Aquel estado de escasez
había de durar hasta que las fuerzas de ocupación abandonaran el país
espantadas por una peste cuando todavía faltaban muchos años para que se
cumplieran los términos del desembarco, desbarataron en piezas numeradas y
metieron en cajones de tablas las residencias de los oficiales, arrancaron
enteros los prados azules y se los llevaron enrollados como si fueran
alfombras, envolvieron las cisternas de hule de las aguas estériles que les
mandaban de su tierra para que no se los comieran por dentro los gusarapos de
nuestros afluentes, desmantelaron sus hospitales blancos, dinamitaron los
cuarteles para que nadie supiera cómo estuvieron construidos, abandonaron en el
muelle el viejo acorazado de desembarco por cuya cubierta se paseaba en noches
de junio el espanto de un almirante perdido en la borrasca, pero antes de
llevarse en sus trenes voladores aquel paraíso de guerras portátiles le
impusieron a él la medalla de la buena vecindad, le rindieron honores de jefe
de estado y le dijeron en voz alta para que todo el mundo lo oyera que ahí te
dejamos con tu burdel de negros a ver cómo te las compones sin nosotros, pero
se fueron (...) Bendición Alvarado se acordaría toda la vida de aquellos
sobresaltos del poder y de otros más antiguos y amargos de la miseria, pero
nunca los evocó con tanta pesadumbre como después de la farsa de la muerte
cuando él andaba chapaleando en el pantano de la prosperidad mientras ella
seguía lamentándose con quien quisiera oírla de que no vale la pena ser la mamá
del presidente y no tener en el mundo nada más que esta triste máquina de
coser, se lamentaba de que ahí donde ustedes lo ven con su carroza de
entorchados mi pobre hijo no tenía ni un hoyo en la tierra para caerse muerto
después de tantos y tantos años de servirle a la patria, señor, no es justo, y
no seguía lamentándose por costumbre ni por engaño sino porque él ya no la
hacía partícipe de sus quebrantos ni se precipitaba como antes a compartir con
ella los mejores secretos del poder, y había cambiado tanto desde los tiempos
de los infantes que a Bendición Alvarado le parecía que él estaba más viejo que
ella, que la había dejado atrás en el tiempo, lo sentía trastabillar en las
palabras, se le enredaban las cuentas de la realidad” (pp. 70‑71).
2. “Para que nadie se
quedara sin comprobar que él era otra vez el dueño de todo su poder con el
apoyo feroz de unas fuerzas armadas que habían vuelto a ser las de antes desde
que él repartió entre los miembros del mando supremo los cargamentos de
vituallas y medicinas y los materiales de asistencia pública de la ayuda exterior,
desde que las familias de sus ministros hacían domingos de playa en los
hospitales desarmables y las tiendas de campaña de la Cruz Roja, le vendían al
ministerio de la salud los cargamentos de plasma sanguíneo, las toneladas de
leche en polvo que el ministerio de salud le volvía a vender por segunda vez a
los hospitales de pobres, los oficiales del estado mayor cambiaron sus
ambiciones por los contratos de las obras públicas y los programas de
rehabilitación emprendidos con el empréstito de emergencia que concedió el
embajador Warren a cambio del derecho de pesca sin límites de las naves de su
país en nuestras aguas territoriales (...), porque hasta entonces le habían
ocultado que el ejército mantenía bajo custodia secreta a los niños que sacaban
los números de la lotería por temor de que contaran por qué ganaba siempre el
billete presidencial, a los padres que reclamaban les contestaron que no era
cierto mientras concebían una respuesta mejor, les decían que eran infundios de
apátridas, calumnias de la oposición, y a los que se amotinaron frente a un
cuartel los rechazaron con cargas de mortero y hubo una matanza pública que
también le habíamos ocultado para no molestarlo mi general, pues la verdad es
que los niños estaban encerrados en las bóvedas de la fortaleza del puerto, en
las mejores condiciones, con un ánimo excelente y muy buena salud, pero la
vaina es que ahora no sabemos qué hacer con ellos mi general, y eran como dos
mil” (pp. 138‑139).
3. “Este hombre es una
bestia, quién lo hubiera imaginado con sus ademanes místicos y su flor en el
ojal, le ordeno que no me mande más tasajo, Nacho, me basta con su palabra,
pero Sáenz de la Barra le replicó que aquél era un negocio de hombres, general,
si usted no tiene hígados para verle la cara a la verdad aquí tiene su oro y
tan amigos como siempre, qué vaina, por mucho menos que eso él hubiera hecho
fusilar a su madre, pero se mordió la lengua, no es para tanto, Nacho, dijo,
cumpla con su deber, así que las cabezas siguieron llegando en aquellos tenebrosos
costales de fique que parecían de cocos y él ordenaba con las tripas torcidas
que se los lleven lejos de aquí mientras se hacía leer los pormenores de los
certificados de defunción para firmar los recibos, de acuerdo, había firmado
por novecientas dieciocho cabezas de sus opositores más encarnizados la noche
en que soñó que se veía a sí mismo convertido en un animal de un solo dedo que
iba dejando un rastro de huellas digitales en una llanura de cemento fresco,
despertaba con un relente de hiel, sorteaba la desazón del alba sacando cuentas
de cabezas en el estercolero de recuerdos agrios de las cuadras de ordeño, tan
abstraído en sus cavilaciones de viejo que confundía el zumbido de los tímpanos
con el rumor de los insectos en la hierba podrida pensando madre mía Bendición
Alvarado cómo es posible que sean tantas y todavía no llegaban las de los
verdaderos culpables” (p. 270).
4. “Nunca
tuvo un instante de incertidumbre, nunca dejó un resquicio para una
alternativa, se apoyaba en la fuerza oculta del dobermann en eterno acecho que
era el único testigo de las audiencias a pesar de que él trató de impedirlo
desde la primera vez en que vio llegar a José Ignacio Sáenz de la Barra
cabestrando el animal de nervios azogados que sólo obedecía a la maestranza imperceptible
del hombre más gallardo pero también el menos complaciente que habían visto mis
ojos, deje ese perro fuera, le ordenó, pero Sáenz de la Barra le contestó que
no, general, no hay un lugar del mundo donde yo pueda entrar que no entre Lord
Köchel, de modo que entró, permanecía dormido a los pies del amo mientras
sacaban cuentas de rutina de cabezas cortadas pero se incorporaba con un
pálpito anhelante cuando las cuentas se volvían ásperas, sus ojos femeninos me
estorbaban para pensar, me estremecía su aliento humano, lo vi alzarse de
pronto con el hocico humeante con un borboriteo de marmita cuando él dio un
golpe de rabia en la mesa porque encontró en el saco de cabezas la de uno de
sus antiguos edecanes que además fue su compinche de dominó” (p. 271).
5. “(...)
mientras ella trataba de bajarle la calentura con sus cálculos fáciles de que
no te dejes acoquinar por este desorden, hijo, es cuestión de comprar unos
taburetes de cuero de los más baratos y se les pintan flores y animales de
colores, yo misma los pinto, decía, es cuestión de comprar unas hamacas para
cuando haya visitas, sobre todo, eso, hamacas, porque en una casa como ésta
deben llegar muchas visitas a cualquier hora sin avisar, decía, se compra una
mesa de iglesia para comer, se compran cubiertos de hierro y platos de peltre
para que aguanten la mala vida de la tropa, se compra un tinajero decente para
el agua de beber y un anafe de carbón y ya está, al fin y al cabo es plata del
gobierno, decía para consolarlo, pero él no la escuchaba, abatido por las
primeras malvas del amanecer que iluminaban en carne viva el lado oculto de la
verdad” (p. 324).
6. “(...)
lo que me asusta es la cantidad de sábanas que habrá que lavar en esta casa, y
entonces fue él quien se apoyó en la fuerza de su desilusión para tratar de
consolarla con que duerma tranquila, madre, en este país no hay presidente que
dure, le dijo, ya verá como me tumban antes de quince días, le dijo, y no sólo
lo creyó entonces sino que lo siguió creyendo en cada instante de todas las
horas de su larguísima vida de déspota sedentario, tanto más cuanto más lo
convencía la vida de que los largos años del poder no traen dos días iguales,
que habría siempre una intención oculta en los propósitos de un primer ministro
cuando éste soltaba la deflagración deslumbrante de la verdad en el informe de
rutina del miércoles, y él apenas sonreía, no me diga la verdad, licenciado,
que corre el riesgo de que se la crea, desbaratando con aquella sola frase toda
una laboriosa estrategia del consejo de gobierno para tratar de que firmara sin
preguntar” (p. 325).
5. Valoración doctrinal
El paralelismo que establece
García Márquez entre la Iglesia o la religión, y la dictadura, es tal vez el
error más destacable, aunque no el único.
Con frecuencia, adopta un
tono que raya en lo blasfemo que se concreta en:
a) comparaciones entre
hechos narrados por la Sagrada Escritura y diversas situaciones del país o de
la vida del patriarca, tratando de ridiculizar la Encarnación y la Muerte de
Cristo. Alguna referencia impía a la Sábana Santa.
b) referencias irrespetuosas
al Papa. Abundantes equiparaciones —mediante asociación de ideas— entre el
poder del Papa y de la jerarquía y el del dictador.
c) frases que faltan el
respeto debido al nombre de Dios.
d) narra algunas conductas
de clérigos contrarias a la moral.
e) hace responsable a la
Iglesia de ciertos desajustes sociales que se producen en el país del
patriarca.
Además, abundan
—presentándose de forma inesperada— cortas escenas de contenido erótico.
Expresan el intento de buscar en el placer sexual una compensación a la falta
de comunicación, que sumerge a los personajes en total soledad. Este intento de
alcanzar con el cuerpo lo que no es posible conseguir a través del espíritu,
pretende ser —según algunos críticos— la justificación del tema erótico en esta
novela y en gran parte de la narrativa hispanoamericana.
Son censurables también en
esta novela los numerosos asesinatos y crueldades, que se pretenden justificar
por el ansia de poder del patriarca.
Todos los personajes
participan de una concepción de la vida cerrada a la trascendencia, que se
concreta en unas existencias planas, materializadas y sin ninguna esperanza.
6. Resumen argumental del
contenido de la obra
1. El
narrador describe —en las primeras páginas— el estado desolador del palacio
presidencial después de la muerte del patriarca, y comienza a narrar la vida
habitual en la residencia del Presidente. Se alternan la descripción de ésta con
el comentario de algunos rasgos del dictador. La historia propiamente dicha
tiene su punto de arranque en la aparición de Patricio Aragonés, un impostor
del patriarca llevado al palacio, de un gran parecido físico con el dictador. A
partir de ese momento el patriarca decide desdoblar su persona: Patricio se
encargará de representarle en aquellas operaciones que comporten algún riesgo y
dedicará también más tiempo a la atención de las Fuerzas Armadas. Intervienen
en este capítulo Rodrigo de Aguilar, Ministro de defensa y hombre de su
confianza (un artillero manco), y la madre del patriarca, Bendición Alvarado,
una anciana señora que habita en un suburbio. Patricio es envenenado y muere.
El patriarca decide fingir su propia muerte. El cadáver es velado con veneración,
pero al poco el pueblo oprimido comienza el asalto del palacio. El dictador
contempla estas escenas de pillaje y destrucción de la mansión, de vejación del
cuerpo de Patricio; posteriormente el cuerpo del doble es arrastrado por las
calles del pueblo. Finalizada la “fiesta”, se reúnen en la sala del consejo de
Ministros algunos políticos (de los partidos liberales y conservadores),
generales del mando supremo, antiguos ministros, el arzobispo y el embajador de
EE. UU., Schnontner, y Rodrigo de Aguilar. La inesperada aparición del
patriarca provoca la huida del conciliábulo. La Guardia Nacional mata a los
conspiradores. Mientras mueren éstos, el patriarca piensa no formar gobierno,
disolver el Ejército y gobernar despóticamente. Así sucede: concede a su antojo
cargos, protagoniza juicios sumarios y crueles contra los grupos de personas
que apoyaban a los conspiradores. Tornan los aduladores del patriarca. Este
decide la creación de juegos florales y otro tipo de diversiones que impidan al
pueblo pensar, pues ésta fue la causa de la revuelta anterior. Describe la
estancia del presidente en un palacio frente al mar donde se encuentran otros
dictadores exiliados y rememora el desembarco de los españoles (reconocidos
mediante el lenguaje) por vez primera en América.
2. Describe
el estado del palacio del patriarca después de la segunda muerte del dictador.
Cuenta la génesis del mandato presidencial del patriarca: El Almirante
Higgingson ocupa el país y allí constituye una colonia. Apenas conocemos más
detalles. Una peste les obliga a marcharse. El Patriarca derriba a Lautaro
Muñoz y el país queda en manos de unos generales, sobre los que el patriarca
tiene cierto ascendiente, aunque siempre con el miedo a la confabulación de dos
de ellos, que ya serían más fuertes que él. En las siguientes páginas se
deshace de la mayor parte de los militares: unos asesinados vilmente, otros de
aparente muerte natural. Todos son enterrados con los máximos honores,
queriendo el patriarca quedar libre de toda culpa. Mueren Adriano Guzmán,
Narciso López, Jesucristo Sánchez, Lotano Sereno, Jacinto Algarabía. El único
superviviente es Saturno Santos, el invencible. En un primer momento intenta
matarle, pero dándose cuenta que no lo logrará por su condición, pacta con él:
Saturno le apoyará hasta su muerte, que acaece pocas páginas más adelante. Aquí
se interrumpe este relato y con una ligera transición a la época de su segundo
mandato (después del entierro de Patricio Aragonés), se aprecian algunas
costumbres despóticas. Le presentan a Manuela Sánchez, la reina de la belleza
de los pobres, a la que en un principio no presta mucha atención; sin embargo
el recuerdo de esta mujer le produce un nuevo sueño. El dictador busca el amor
de Manuela, a la que empieza a visitar con frecuencia y a hacer todo tipo de
regalos, sin que nos apercibamos si el patriarca es correspondido de buena gana
(Manuela le acompaña, pero sin mostrar especial interés por el dictador). El
capítulo concluye con el paso de un cometa que da idea de la longevidad del
patriarca. Manuela se esfuma en la sombra del eclipse que produce este astro.
3. Con
mucha brevedad sigue describiendo el estado de cosas a la muerte del patriarca.
Destaca el desorden y caos existentes en el palacio presidencial. Vuelve a
presentarnos al patriarca antes de la muerte de Patricio: relata unas visitas
del dictador a diferentes partes del país, con su peculiar forma de gobierno,
inmiscuyéndose en todo tipo de asuntos. Tiene un sueño y presagia su muerte. A
partir de aquí comienza en este capítulo un continuo entrecruzamiento temporal.
Pasada la descripción del sueño, el patriarca se preocupa por conocer el modo y
tiempo de su fallecimiento. En primer lugar, una señora, con la buenaventura,
le descubre una conspiración y mata al jefe de ella, Narciso Miraval; una
vidente le profetiza la forma de morir y la fecha aproximada. Vuelven los
sueños en un entrecruzamiento mayor con la realidad: un ciclón arrasa el país.
Además de algunas descripciones oníricas, aquí hay una serie de parangones con
otro tipo de tiranías y de consideraciones acerca de éstas. Pasado el ciclón,
el patriarca da vida a todo en una escena que recuerda algo a la de la
Creación. Concede amnistía, y las cárceles quedan casi vacías. En un tiempo
posterior a la muerte de Patricio, unos niños, que fraudulentamente daban
siempre el premio de la lotería al Patriarca, son secuestrados para que no se
descubra el truco. El número de los niños aumenta de sorteo en sorteo hasta la
cifra de 2.000. Este hecho provoca la alarma en la población, la queja de
Embajadores y del Papa. Por último una comisión de las Naciones Unidas va a
investigar. Esconde a los niños y los traslada de lugares. Logra, al no hallar
pruebas, un dictamen favorable de la comisión investigadora. Pese a ese
dictamen los rumores persisten y decide deshacerse de los niños: mueren en alta
mar. Fusila a los oficiales que ejecutan tal acción. Desconfía de los
militares, que son unas personas que cuando ascienden empiezan a conspirar; con
su sola presencia, impide una conspiración. Sin embargo, terminada una comienza
otra. Bonivento Barboza se hace fuerte en diversos puentes de la ciudad y del
país. Rodrigo de Aguilar se ofrece para hacer de mediador, pero el dictador no
acepta. Reprime la rebelión violentamente, metiendo 6 toneles de dinamita en el
cuartel. Fusila a los traidores. Sin sucesión de continuidad un leproso de los
muchos que tiene en el palacio presidencial intenta asesinarle con una pistola,
pero el viejo patriarca le desarma y mata. ¿Quién está detrás del atentado se
pregunta? Jugando al dominó intuye que Rodrigo de Aguilar y el embajador Morton
de EE.UU. son los responsables. Se entera de que el propio Rodrigo iba a
intentar el día primero de marzo, en el transcurso de una cena, recluirle en un
asilo. A las doce de la noche aparece el General Rodrigo de Aguilar cocinado a
modo de un cochinillo.
4. Comienza
con la descripción del narrador colectivo, que —en presencia del cuerpo del
dictador— recuerda los sucesos presagiados. García Márquez presenta la figura
del patriarca en estas páginas como un sujeto inactivo, viejo y acabado,
rememorando tiempos pasados, en compañía de su mujer y único amor Leticia
Nazareno. Rememora la muerte de su madre y los cuidados que le prodigó; los
funerales y la exposición por todo el país del cuerpo de Bendición Alvarado
cobran color y, aunque no hay una resurrección, el cuerpo queda incorrupto,
radiante de belleza. Llevado de esa alucinación el patriarca decide intentar la
canonización de su madre pese a que él es ateo. Se entrevista con el Nuncio y
le comenta algunos prodigios; entre otros la sábana, sudario de Bendición,
queda impresa con los rasgos de ésta. El Nuncio afirma que es una patraña. La
nunciatura, a instancias del patriarca, es asaltada y el representante papal es
deportado en una balsa con comida para 4 días. Vuelve a intentar el proceso de
canonización, y se desplaza desde Roma Demetrio Aldous, promotor de la causa.
Este es un personaje sagaz, vividor y sin escrúpulos, pero que no se vende a la
causa del patriarca. En su estancia recibe a la gente que atestigua milagros de
Bendición Alvarado e investiga por su cuenta, tanto en la ciudad como en otras
partes de la nación. Cuando está a punto de descubrir los ignorados vestigios
del nacimiento del patriarca, la mula en la que se traslada de un pueblo a otro
es muerta de un tiro, y se despeña con el arzobispo encima. La descripición
posterior parece anunciar la muerte de Demetrio; sin embargo la indignación del
patriarca hace que le busquen y le encuentren milagrosamente curado por la
intercesión de Bendición Alvarado. El legado pontificio es llevado a palacio y,
en una entrevista con el patriarca, le desvela la mentira de la posible
santidad de su madre: le revela, entre otras cosas, como muchos milagros son
inventados por gentes que harán negocio vendiendo estampas de Bendición
Alvarado. En esta conversación Demetrio le adula hablándole del cariño del
pueblo por él. El patriarca se convence de lo escuchado, pero no quiere aceptar
la verdad. Manda una orden en la cual anuncia que el proceso ha sido
interrumpido y el pueblo reacciona rompiendo y saqueando todo lo relacionado
con el clero. Para apaciguar al pueblo decreta la santidad civil de Bendición
Alvarado, al tiempo que declara la guerra a la Santa Sede, expulsa al clero,
expropia los bienes de este en favor del patrimonio de Bendición Alvarado. Esta
actuación le ha llevado, secundariamente, a salir del ostracismo en el que
voluntariamente se había recluido. Posteriormente se describe con cierto
detalle la expulsión del clero de manera ignominiosa ante la mirada del
Patriarca, que se enamora de Leticia Nazareno, una novicia. Ésta es mandada
raptar en el exilio y el patriarca la hace suya.
5. En la
visión primera del capítulo, el narrador colectivo (“nos”) describe la
restauración del cadáver del patriarca. En la habitación contigua se está
celebrando una reunión para dirimir el destino del país, puesto que el dictador
en su sueño absoluto no ha previsto nada. Se plantean cómo dar la noticia al
pueblo. A continuación el narrador nos presenta al patriarca volviendo atrás en
el tiempo. Recuerda un país lleno de miseria y de injusticia, dominado por las
clases más poderosas (los más acaudalados, los gringos, los curas). A la mente
del patriarca regresan los recuerdos de Leticia, cuando ésta le enseñaba a
leer. Con esta mujer tiene un hijo, el único que reconoció como suyo. Ella,
poco a poco, gracias a sus encantos se adueña de la voluntad del patriarca.
Aquí comienza el verdadero ocaso del patriarca, reflejado con claridad en la
narración. A instancias de Leticia regresa, primero poco a poco y luego
oficialmente, el clero; se restituyen las leyes de influencia religiosa; se
devuelve lo expropiado... Leticia, por otra parte, sale a diario a comprar sin
pagar por ser la mujer del dictador. Los acreedores tras una larga espera y
vacilaciones deciden ir a palacio para presentarle la cuenta. Los celos de la
guardia personal contra el poder acumulado de Leticia y de la familia de los
Nazareno, cuyo patrimonio llega a ser mayor que el de Bendición Alvarado,
permiten el acceso a uno de los acreedores. Este comenta al dictador la marcha
del país en manos de Leticia y el patriarca decide pagar. El patriarca ha
aprendido a leer: comprende las frases escritas en los retretes de palacio y
siente la amargura, la ingratitud del mando. Pese a todo, Leticia logra la
liberación de los presos; la no persecución de aquellos que expresen sus
opiniones contra el patriarca. El patriarca entre tanto adiestra a su hijo,
repitiéndole que no dé una orden si no tiene la seguridad de ser obedecido.
Estando en el teatro el general, Leticia y el niño, vuelan el coche en un
atentado contra Leticia y el niño. No logra, y éste es otro síntoma de
decadencia, averiguar quién ha sido el autor del atentado. A raíz de este suceso
decide ocuparse, de nuevo, de todos los asuntos, sin resultados positivos.
Leticia y el niño son descuartizados por 60 perros cimarrones en el mercado de
legumbres, donde el patriarca —como recuerdo— ordena construir un jardín de
magnolios y de codornices con una cruz; jardín que a su vez es volado. Tras
este acontecimiento se queda materialmente solo en palacio. Algunos de los
asesinos materiales de Leticia mueren en el combate con las Fuerzas de
seguridad o son apresados, como los hermanos Ponce de León. Los militares
explican al patriarca cómo se ha perpetrado el crimen. Juzgan a los hermanos.
Los condenan. Pide clemencia la Sociedad de Naciones, distintos países y el
Papa. No accede y son descuartizados. Los militares insinúan que detrás de los
sindicatos, posibles artífices del atentado, está la hermandad subversiva del
exterior. Aparece en el palacio para buscar a los asesinos reales, José Ignacio
Sáenz de la Barra. El Patriarca le da poder y éste de manera bárbara le envía
918 cabezas. El patriarca intenta cortar el sadismo de José Ignacio, sin
conseguirlo. Por el contrario, éste le quita el poder, aunque le haga creer que
sigue mandando. El capítulo termina con el centenario del poder del patriarca.
6. El
cadáver del patriarca ya está para el velatorio, mientras continúan discutiendo
los pormenores de la difusión de la noticia. La muerte parece haber
trascendido, puesto que un oficial del ejército, al mando de una tropa, ordena
cerrar todos los comercios y las puertas de las casas. Pese a la acción militar
y al creciente rumor, la población no acaba de dar crédito. A partir de este
punto se observa un constante entrecruzamiento de tiempos. Se aprecia el
endeudamiento exterior del país por la mala gestión de Sáenz de la Barra y la
exigencia del Embajador de los EE. UU. (con diversos nombres para significar
distintos tiempos) de la concesión de explotación del mar. El patriarca pasea
—en un tiempo anterior— por la ciudad, donde se detectan síntomas de progreso
aparente. De nuevo se narra la mala gestión de Sáenz de la Barra, acompañada de
abundantes torturas y muertes sin cuento, de las que el patriarca no se da por
enterado. Sorprendentemente —apunta el narrador—, los militares no se rebelan
ante el poder de un civil advenedizo y sanguinario. El patriarca sigue solo y
sin poder real, fascinado todavía por José Ignacio Sáenz de la Barra. Entre
tanto, la desconfianza del pueblo surge y José Ignacio Sáenz de la Barra decide
que el patriarca salga a la pantalla de la TV con cierta periodicidad, para dar
cuentas de su gestión. El patriarca se sorprende una noche en un espacio
informativo sin que el tenga conciencia de haber grabado aquel programa. José
Ignacio Sáenz de la Barra le explica como trucaba la imagen y la voz.
Descubierto pide la dimisión, que el patriarca no acepta. Mientras tanto los 3
ejércitos se insurreccionan y avanzan sobre la ciudad. El patriarca aprovecha
la insurrección, que hace suya, para dar muerte a Sáenz de la Barra. Es
descuartizado por el pueblo. Los torturadores son también perseguidos. Se forma
un nuevo gobierno con ministros civiles que están atemorizados ante la deuda
exterior. El patriarca sigue siendo engañado para mantenerlo cautivo del poder;
de un poder que ya no tiene base real; de un poder de miseria, pues ya nada del
país vale nada, ni es capaz de nivelar la balanza de pagos; los norteamericanos
le siguen reclamando el mar que de manera sistemática niega, hasta que le
ofrecen una alternativa: o el mar o un desembarco de Infantes. Opta por lo
primero, puesto que ya no tiene fuerza moral al estar el pueblo desilusionado y
el régimen sostenido por la pura inercia de una desilusión antigua e
irreparable. Para que no se lleven el mar el patriarca intenta movilizar al
pueblo, pero éste no responde, pensando que su general sólo quiere sobrevivir.
El pueblo está enfermo de peste. El patriarca sale y ve el ocaso de su reino,
aunque continúa en la calle curando a modo de un taumaturgo. La situación es
muy similar a la época en la que él se hizo cargo del país. Recuerda cuando los
generales se iban matando, sucediéndose en el poder, hasta que le llegó su
turno. Evoca como estaba la nación sumida en la miseria y en el caos. Recuerda
el desembarco de Colón. De vuelta al tiempo real, el patriarca contempla el
ocaso de su reino y de su cuerpo; se sabe aborrecido. Ve la muerte cuando está
durmiendo, y muere. El pueblo salta de júbilo.
F.G.O. y J.G.L.
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