La increíble y triste historia de la cándida Eréndira
y de su abuela desalmada (siete cuentos), Hermes, México
1972, 163 pp.
1. Introducción
Aunque Gabriel García Márquez escribió su primera
novela en 1955 —La hojarasca— su fama se consolidó definitivamente en
1967, cuando edita en Buenos Aires Cien años de soledad (vid.
recensión). Cinco años después aparece la presente obra, La increíble y
triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, conformada
por siete cuentos cortos, el último de los cuales le dará el nombre al
conjunto.
El paisaje en que se mueven los personajes de los
cuentos no será ya el del legendario Macondo (vid. recensión a Cien años de
soledad), sino el ya entrevisto paisaje guajiro y toda la costa colombiana
al mar del Caribe. Sin embargo, el paisaje real poco cuenta, pues los paisajes
que enmarcan estos cuentos cortos son imaginarios.
Característica del estilo es la utilización de frases
largas.
Existen en García Márquez tres cualidades que le dan
un especial relieve dentro de la actual literatura hispanoamericana:
a) un buen manejo de la prosa castellana y la
búsqueda del valor de la palabra, casi de cada palabra;
b) su sentido de “misterio” y de la “poesía” de las
cosas expresando por medio de la fantasía las realidades no fantásticas;
c) haber recogido el acervo popular de su tierra...
los cuentos, historias, leyendas, personajes y demás invenciones de cuatro
siglos de narrativa popular, y haberlos transfigurado y entregado dentro de un
conjunto bien orquestado.
Respecto al valor de los argumentos de los cuentos
aquí reseñados, es bien escaso, prácticamente intrascendente. En el fondo de
todos ellos hay una marcada referencia a lo religioso, ya que los pueblos y
ambientes en que se desarrollan estas narraciones son las regiones del litoral
del Caribe colombiano, profundamente arraigadas en su fe secular —que García
Márquez presenta como algo “mágico”—. También es llamativa la insistencia —en 6
de los 7 cuentos— sobre el tema de la muerte.
2. Cuentos
2.1. “UN
SEÑOR MUY VIEJO CON UNAS ALAS ENORMES”. (pp. 9 a 20)
2.1.1. Resumen
Cuento escrito en 1968, cuyo personaje central es una
especie de ser celeste aparecido que llega a casa de Pelayo y de Elisenda, su
mujer...: un hombre vestido de hilachas y con el cráneo pelado y muy pocos
dientes en la boca, dotado de un par de alas de gallinazo, sucias y medio
desplumadas. Lo encontraron encallado en el lodazal del gallinero de la casa, maltrecho
y vuelto un asco. Cuando le hablaron, contestó con palabras de un dialecto
incomprensible. A juicio de ellos era un náufrago solitario de una nave
extranjera o, mejor, un “ángel”.
Al otro día todo el pueblo sabía de la presencia del
“ángel” en casa de Pelayo y estaban en el gallinero con la curiosidad de ver a
tan extraño ser...; por allí apareció el padre Gonzaga quien le habló en latín,
pero el “ángel” no entendía esa lengua, por lo que Gonzaga escribió al Obispo
para que éste lo hiciera al Primado y éste a su vez, al Sumo Pontífice.
Hubo que llevar tropa con el fin de guardar el orden
y Pelayo cobraba cinco centavos a cada persona que quería entrar. Así logró
llenar de plata todos los dormitorios de la casa. Las gentes, más que ángel lo
reputaban como a un murciélago sideral... que se había acomodado bien en el
gallinero y sólo comía papillas de berenjena y hasta le picaban las gallinas
buscando parásitos estelares. Mientras tanto, el correo de Roma había perdido
la noción de la urgencia.
Tiempo después fueron a parar al pueblo unas ferias
errantes y llegó con ellas la mujer araña —convertida en insecto por decir
mentiras a sus padres— y la atención del pueblo dejó de lado al ángel para
volcarse en las ferias, pero aquello no afectó ya a la familia de Pelayo, quien
con tan jugosos ahorros pudo construir una mansión de dos plantas con jardines
y sardineles.
El ángel andaba arrastrándose por aquí y por allá,
“como un moribundo sin dueño” y “parecía estar en tantos lugares a un mismo
tiempo que llegaron a pensar que se desdoblaba, que se repetía a sí mismo por
toda la casa, y la exasperada Elisenda gritaba fuera de quicio que era una
desgracia vivir en aquel infierno lleno de ángeles. Apenas si podía comer. Sus
ojos de anticuario se habían vuelto tan turbios que andaba tropezando con los
horcones, y ya no le quedaban sino las cánulas peladas de las últimas plumas...
sin embargo se quedó inmóvil muchos días... debía conocer la razón de esos
cambios... hasta que una mañana, mientras Elisenda estaba cortando retoños de
cebolla para el almuerzo “cuando un viento que parecía de ultramar se metió en
la cocina”... se asomó entonces a la ventana y vio al ángel dando aletazos y
tomando altura y vio como volaba sobre las últimas casas hasta que no quedó
“sino un punto imaginario en el horizonte del mar” (p. 19‑20).
2.1.2. Relación de
personajes:
a.
Pelayo, alguacil de un pueblo costero, es un
personaje sin mayor relieve. Es el dueño de la casa en que aparece el ángel,
que es el protagonista principal del cuento.
b.
Elisenda, esposa de Pelayo, madre
del hijo pequeño de ambos, tampoco tiene profundidad. Se le ocurre la “idea de
tapiar el patio (de su casa) y cobrar cinco centavos por la entrada para ver el
ángel” (p. 14). Idea afortunada, que hará rico al matrimonio. Ella será, al
final del cuento, el único testigo del vuelo en que el ángel se aleja de su
casa.
c.
El “ángel”, protagonista principal,
es un ser curioso de carne y hueso, con alas —“tan naturales en aquel organismo
completamente humano, que no podía entenderse por qué no las tenían también los
otros hombres” (p. 18)—, de origen desconocido, que habla un “dialecto
incomprensible pero con una buena voz de navegante” (p. 12). Vive una vida
miserable, durante algún tiempo, en el gallinero de Pelayo y Elisenda, siendo
objeto de la curiosidad agresiva de los vecinos. Parece que, al cabo de algún
tiempo, recobra su vigor, y, aprovechando “un viento que parecía de altamar”,
(pp. 19 y 20), se aleja para siempre.
d.
El Padre Gonzaga, ex‑leñador
macizo (p. 13), aparece para tratar de poner sensatez en las mentes de los
vecinos. Está convencido de que no hay tal “ángel”, y trata de demostrarlo, sin
convencer. Escribe al obispo informándole del suceso, y al fin queda tranquilo
—“se curó para siempre del insomnio” (p. 17)— cuando atraídos por la mujer
araña de feria, y perdido el interés por el “ángel” cautivo, las gentes dejan
de pensar en éste.
2.1.3. Valoración técnico‑literaria:
El cuento no tiene mayor sustancia. Se puede decir
que ni empieza ni acaba. Como si fuera un retazo de imaginación que no pretende
llegar a nada. Hay un momento —el de la aparición de la mujer araña— en el que
parece como si el autor estuviera buscando darle una solución a su cuento, y, al
mismo tiempo, quisiera aprovechar esa coyuntura para traer a colación una
historia grotesca que no viene al caso. Está escrito con agilidad y, partiendo
ya de una fantasía enorme, el autor no tiene por qué abundar, a lo largo de la
narración, en fórmulas fantásticas. Las hay, Sin embargo, como la invasión de
cangrejos a la casa de Pelayo (p. 11), como la descripción de los enfermos que
quieren curarse por medio del “ángel” —“una pobre mujer que desde niña estaba
contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban los números, un
jamaiquino que no podía dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas,
un sonámbulo que se levantaba de noche a deshacer las cosas que había hecho
despierto, y muchos otros de menor gravedad” (p. 15)—, etc., pero parece que
García Márquez se detiene más en detallar el color local de las gentes
sencillas, de su párroco sensato, de la “vecina que sabía todas las cosas de la
vida y de la muerte” (p. 12) y “de las ferias errantes del Caribe” (p.16).
2.1.4. Valoración doctrinal:
El cuento es rechazable. Se toma en son de burla la
existencia de los ángeles. El “ángel” del cuento es un ser de carne y hueso, y
así lo advierte el párroco —y, de paso, el autor— pero la gente quiere que sea
ángel, y así se queda hasta el fin de la historia. García Márquez se burla de
lo sobrehumano, implicando que ello no es sino algo mítico, mágico.
Esta burla se logra dejando ambigua la verdadera
naturaleza del ser que aparece en la casa de Pelayo y Elisenda. Y, además,
rodeando a este personaje del ridículo más completo. Es un ser, de entrada,
repugnante (véase la descripción en 2.1.1.). Lo meten en el gallinero, “y nada
de su naturaleza miserable estaba de acuerdo con la egregia dignidad de los
ángeles” (p. 14). La sorna se adivina en la frase. Más adelante, el “ángel”
—“nunca se supo si fue por ángel o por viejo”— “terminó comiendo nada más que
papillas de berenjena” (p. 15). Y por último, en un alarde de humorismo negro,
el autor presenta al “ángel” haciendo “milagros de consolación que más bien
parecían entretenimientos de burla” (“... el ciego que no recobró la visión
pero le salieron dientes nuevos... el leproso a quien le nacieron girasoles en
las heridas...”) (p. 17).
Y en esta burla incluye el autor a la Iglesia, por
vía del Padre Gonzaga, un hombre sensato, pero que sirve para ridiculizar a la
Iglesia. En efecto, el párroco saluda al ángel en latín... “el párroco tuvo la
primera sospecha de su impostura al comprobar que no entendía la lengua de
Dios ni sabía saludar a sus ministros” (p. 13). Más adelante, el párroco
escribe al obispo y se supone que éste a su primado, y éste al Sumo Pontífice,
“de modo que el veredicto final viniera de los tribunales más altos” (p. 14).
“Pero el correo de Roma había perdido la noción de la urgencia. El tiempo se
les iba en averiguar si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía que ver
algo con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de un alfiler, o si
no sería simplemente un noruego con alas” (p. 16).
2.2. “EL MAR DEL TIEMPO PERDIDO” (pp. 21 a 46)
2.2.1. Resumen
Cuento escrito en 1961.
Tobías, un viejo que vivía junto al mar y se pasaba
la noche contando las estrellas del firmamento, sintió una noche algo muy raro,
que Clotilde, su mujer—que tenía un sueño muy pesado— no sintió: venía del mar
un olor de rosas.
Esa misma noche la esposa del viejo Jacob le expresó
a su marido su última voluntad: que la enterrase viva.
El viejo Jacob preguntó a su amigo D. Máximo Gómez,
con quien solía jugar a las damas, si él sería capaz de enterrar viva a su
esposa, a lo que Gómez asintió. Entretanto la mujer del viejo Jacob iba
preparando la ropa de viudo a su marido... En agosto murió la esposa del viejo
Jacob, Petra.
Fue entonces cuando el pueblo se llenó de olor de
rosas que venía del mar y todos lo sentían. El cadáver de Petra navegaba por
los mares a la altura del Golfo de Bengala. Vino mucha gente al pueblo y hasta
un cura apareció por allí y después de hacerles muchas prohibiciones les dijo
“dad gracias al cielo, hijos míos, porque éste es el olor de Dios”.
Llegó también al pueblo el señor Herbert quien se
decía el hombre más rico de la tierra, tanto lo era que no tenía donde guardar
su dinero y comenzó a repartir plata con sólo ver hacer a cada uno aquello que
sabía. Allí comenzó por Patricio quien sabía hacer como los pájaros y
necesitaba 48 pesos; para conseguirlos imitó el canto de 48 pájaros. El viejo
Jacob perseguía al Sr. Herbert con su tablero de damas y el pobre, en vez de
arreglar sus problemas económicos, acabó debiendo cinco mil setecientos
cuarenta y dos pesos y Herbert acabó por quedarse con la casa del viejo Jacob
Después, el Sr. Herbert durmió muchos meses y por fin
despertó con un hambre atroz por lo que fue a la playa a desenterrar cangrejos
y al atardecer invitó a Tobías a buscar algo de comer al fondo del mar.
Bucearon por el mar de los muertos y entre ellos vieron a la esposa del viejo
Jacob, cincuenta años más joven, y así llegaron a un banco de tortugas dormidas
y después de coger una tortuga volvieron al pueblo con ánimos de no contar a
nadie lo que habían visto para no alborotar a la gente. Herbert se fue del
pueblo y Tobías siguió contando estrellas: había ahora tres más... por fin le
contó a Clotilde la existencia de aquel pueblo que había en el fondo del mar,
pero ella no le creyó.
2.2.2. Relación de
personajes:
a.
Ninguno de los personajes de esta historia tiene un
perfil pronunciado. De Tobías sabemos que vive en un pueblo junto al mar, tiene
“la sangre dulce para los cangrejos y se pasaba la mayor parte de la noche
espantándolos de a cama, hasta que volteaba la brisa y conseguía dormir” (p.
23).
b.
Clotilde es una persona realista,
de escasos horizontes —“no sé a qué huelen las rosas” (p. 24)—, que, por lo
visto, no había salido nunca del pueblo, que era “árido, con un suelo duro,
cuarteado por el salitre, y sólo de vez en cuando alguien traía de otra parte
un ramo de flores para tirarlo al mar en el sitio donde se echaban los muertos”
(p. 24).
c.
Jacob es un viejo que juega bien a
las damas y que, después de la muerte de su mujer, ve abierto el cielo cuando
conoce al gringo señor Herbert. Piensa que, apostando a las damas con él, puede
hacer una fortuna, y sólo consigue perder su casa, que pasa a manos del gringo
(cfr. p. 39).
d.
Petra, la esposa de Jacob, sólo
aparece para decir a éste que quiere ser enterrada, y no lanzada al mar, para
garantizar lo cual, pide que la entierren viva. Muere, y la lanzan al mar.
Tiempo después reaparece, en el fondo del mar, flotando “de costado, con los
ojos abiertos, perseguida por una corriente de flores” (p. 43).
e.
Don Máximo Gómez es el compañero
habitual del viejo Jacob en sus partidas de damas antes del almuerzo. Era “un
hombre que había sobrevivido intacto a dos guerras civiles y sólo había dejado
un ojo en la tercera” (p. 26). Es también un personaje incoloro.
f.
El Señor Herbert es un gringo, un
hombre inmensamente rico —“soy el hombre más rico de la tierra” (p. 34) —, que
aparece como un filántropo que reparte dinero, y que, al repartirlo, degrada a
la gente del pueblo. Da 48 pesos al pobre Patricio, obligándole a hacer el
ridículo, y 500 pesos a una pobre mujer de la vida, haciéndola envilecerse aún
más. Y, mientras tanto —y es la ironía del cuento— se queda con la casa del
viejo Jacob y, “además, con las casas y propiedades de otros que tampoco
pudieron cumplir, pero ordenó una semana de músicas, cohetes y maromeros y él
mismo dirigió la fiesta” (p. 39). Este es el personaje central.
g.
Los otros personajes —Caterino, el
cura, Patricio— apenas se mencionan para dar color al relato.
2.2.3. Valoración técnico‑literaria:
Una historia inverosímil, grotesca e incoherente. El
lenguaje es sencillo, directo y popular. Quizá el origen del cuento es la narración
directa de una historia oída a una persona del pueblo.
Hay algún acierto poético, como el sub‑tema de
la música y el tiempo, que se explota brevemente en las pp. 30 y 31, y que
vuelve a aparecer más tarde: las melodías conocidas dan la edad de las personas
y están unidas a sus vidas; cuando llegan forasteros traen “discos de moda” que
no recuerdan “nada a nadie” (p. 33); esos mismos discos envejecen y se hacen
parte de la memoria de la gente, de forma que “ya nadie pudo escucharlos sin
lágrimas” (p. 40).
También puede señalarse la descripción de las ferias
de pueblo en la p. 33: “Vinieron músicas y tómbolas, mesas de lotería, adivinos
y pistoleros y hombres con una culebra enrollada en el cuello que vendían el
elixir de la vida eterna” (p. 33). Al lado de estos pasajes, García Márquez
incluye vulgaridades y algunas obscenidades, aunque sin recrearse en lo
morboso, sino más bien en lo grotesco. (pp. 38, 45).
Este cuento, quizá por ser de fecha anterior a los
otros del libro (es de 1961), revela una elaboración más desmañada.
2.2.4. Valoración doctrinal:
Lo poco de sustancia que tiene, encierra una crítica
a la explotación norteamericana. El señor Herbert, prototipo del explotador
“gringo”, habla “del maravilloso destino del pueblo, y hasta dibujó la ciudad
del futuro, con inmensos edificios de vidrio y fiestas de baile en las azoteas.
Lo mostró a la multitud. Miraron asombrados, tratando de encontrarse en los
transeúntes de colores pintados por el señor Herbert, pero estaban tan bien
vestidos que no lograron reconocerse” (p. 39). Este hombre, totalmente
materialista —“tengo tanto dinero que no hay ninguna razón para que me muera”
(p. 40)—, esquilma al pueblo y se va, cargado de dinero.
Pero también, aunque más fugazmente, se presenta una
crítica velada a la Iglesia, concretada en un cura, personaje incoloro y
secundario, que merece muy pocas líneas en el relato. Las suficientes para
hacerle pronunciar “un sermón sobre el odor del mar. —Dad gracias al cielo,
hijos míos —dijo—, porque éste (el olor de rosas) es el olor de Dios”—,
fundamentándolo, de modo ridículo, en “las Sagradas Escrituras” (p. 33).
Suficientes para, después de esta entrada santurrona, hacerle andar “por todas
partes, con un platillo de cobre, pidiendo limosnas para construir el templo,
pero fue muy poco lo que consiguió. De tanto suplicar se fue haciendo cada vez
más diáfano, sus huesos empezaron a llenarse de ruidos, y un domingo se elevó a
dos cuartas sobre el nivel del suelo, pero nadie lo supo. Entonces puso la ropa
en una maleta, y en otra el dinero recogido y se despidió para siempre” (p.
41).
2.3. “EL AHOGADO MÁS HERMOSO DEL MUNDO” (pp. 47 a
56).
2.3.1. Resumen
Cuento escrito en 1968.
Los niños vieron en el horizonte algo así como un
barco enemigo; luego vieron que no llevaba banderas ni arboladura y pensaron
después que era una ballena, pero al quedar varado en la playa vieron que era
un ahogado.
Jugaron con él toda la tarde y los hombres lo
llevaron al pueblo, pero pesaba mucho. Después de haberlo limpiado de la coraza
de rémora y lodo vieron que era un desconocido.
Las mujeres se quedaron guardándolo y limpiándolo
bien. Cosían para el muerto unos pantalones utilizando para ello una vela
cangreja y empezaron a compararlo, en secreto, con sus propios hombres,
terminando por repudiarlos en el fondo de sus corazones. Acabaron por llamarle
Esteban y las más jóvenes tenían ilusión de que se llamase Lautaro.
Cuando los hombres llegaron con la noticia de que no
pertenecía a nadie, se alegraron, pues así era de ellos y podían deshacerse de
él... Las mujeres, en cambio, no querían y le llenaron su cuerpo de amuletos.
Fue llevado al acantilado para echarlo al mar e
hicieron los funerales más espléndidos, no sin antes darle padre y madre y
hermanos y primos, acabando por ser pariente de todo el pueblo... le echaron al
mar y todo ya no fue como antes.
2.3.2. Relación de
personajes:
Este cuento tiene un sólo
personaje: un enorme ahogado, a quien los pocos habitantes de un pueblo
pesquero, acaban por llamar Esteban. Desde el principio hasta el fin, el cuento
gira alrededor de este cadáver.
2.3.3. Valoración técnico‑literaria:
Es éste un cuento vacío. No dice nada. Es un puro
ejercicio de escribir por escribir. La narración la interrumpe una vez una
vieja que suspiró: “Tiene cara de llamarse Esteban” (p. 52) y otra vez las
mujeres del pueblo que suspiraron: “¡Bendito sea Dios: es nuestro!” (p. 53).
También, en varias ocasiones, la narrativa sale de la tercera persona, sin
transición alguna (p. 52 y 55). Con esto, el autor logra romper la monotonía
general del relato.
2.3.4. Valoración doctrinal:
Salvo el hecho de que se trata de un cuento de humor
negro, grotesco, y de dos fugaces pinceladas de torpe gusto, no ofrece reparos.
Uno, sí, y es el de ser quizá una pérdida de tiempo el leerlo.
2.4. “MUERTE CONSTANTE MÁS ALLÁ DEL AMOR” (pp. 57 a
70)
2.4. 1. Resumen
Cuento escrito en 1970.
“Al Senador Onésimo Sánchez le faltaban seis meses y
once días para morirse cuando encontró a la mujer de su vida”... la conoció en
una escala de su gira política por uno de esos pueblos de la costa llamado
Rosal del Virrey.
Fuera de los médicos nadie sabía de su muerte
próxima. Luego de llegar al pueblo y descansar, apareció por el pueblo a las
tres de la tarde, reposado y limpio subió a la tribuna y habló a las gentes con
el discurso que de memoria solía repetir en todos los pueblos... “Estamos aquí
para derrotar la naturaleza. Ya no seremos más los expósitos de la patria, los
huérfanos de Dios en el reino de la sed y la intemperie, los exiliados en
nuestra propia tierra. Seremos otros, señoras y señores, seremos grandes y
felices”. (El cuento narra los montajes electorales y el ambiente ficticio
propio de las giras de los caciques políticos). Anduvo por el pueblo y escuchó
las peticiones de las gentes, a las que contestaba con promesas mayores y
menores... Andando por las calles vio a la hija de Nelson Farina, un viejo
francés. La Farina “llevaba una bata guajira ordinaria y gastada y tenía la
cabeza guarnecida de moños de colores y la cara pintada para el sol, pero aún
en aquel estado de desidia era posible suponer que no había otra más bella en
el mundo”.
“Esa noche Nelson Farina vistió a su hija con sus
ropas mejores y se la mandó al Senador” (p. 64).
2.4.2.
Relación de personajes:
a.
Onésimo Sánchez, el senador, es el
personaje principal. Es un senador costeño —de la Costa Atlántica colombiana—
casado, con cinco hijos, ingeniero metalúrgico por la universidad de Gotinga, y
poseedor de un cierto barniz cultural, “era un lector perseverante, aunque sin
mucha fortuna, de los clásicos latinos mal traducidos”. El cuento presenta, de
modo magistral, la falta de escrúpulos de ciertos políticos: pinta cómo se
monta una campaña electoral cada cuatro años, en la que un senador ambicioso va
acompañado de un grupo de compinches que montan un tinglado para deslumbrar a
los posibles electores; cómo se recita de memoria un discurso que sirve siempre
y en todas partes; cómo el senador Sánchez hace gestos públicos para
congraciarse con los electores (pp. 63, 64), pero siempre pensando en los
votos: “Una mujer encaramada en el techo de una casa, entre sus seis hijos
menores, consiguió hacerse oír por encima de la bulla y los truenos de la
pólvora.
—Yo no pido mucho, senador —dijo—, no más que un burro (...).
Poco después, un ayudante suyo llevó a la casa de la
mujer un burro de carga, en cuyos lomos habían escrito con pintura eterna una
consigna electoral para que nadie olvidara que era un regalo del senador”.
Un encuentro de Sánchez con los principales del
pueblo —un pueblo de la Goajira colombiana— da pie para verlo tal como es.
Contrasta la “voz pausada y honda” con “calidad del agua en reposo” (p. 61) y
las “citas en latín” (p. 61‑62) que inserta en su discurso el pueblo, con
el tono brusco y basto, directo, con que coacciona a los principales a que lo
reelijan.
Más adelante, olvidándose de su condición de marido y
padre, y cediendo al chantaje de Nelson Farina, busca un amorío con la hija de
éste, que causará el escándalo público” que concluye el cuento. En esa última
escena, se muestra, finalmente, como lo que ha sido siempre: un hombre bajo,
sin control, que ha mantenido una falsa fachada, como toda la farándula que lo
acompaña.
b. Nelson Farina es un
hombre con pasado turbio —“se había fugado de un penal en Cayena” (p. 62), y
había asesinado a su primera mujer (ibid.)— que busca arreglar su situación,
obteniendo “una falsa cédula de identidad que lo pusiera a salvo de la
justicia”. Habla francés. No tiene escrúpulos —y en esto es igual al senador y
a los principales del pueblo—, y, como el senador le hubiera negado
proporcionarle la cédula falsa, vende la honra de su hija, canjeándola al
senador por la cédula.
c.
Laura Farina, su hija, tiene casi
19 años. No parece pensar: se limita a repetir ya sea un recado de Nelson (p.
68), ya sea una opinión de la gente (p. 64). Sirve de instrumento de su padre,
y no parece captar la inmoralidad de su cometido.
2.4.3. Valoración técnico‑literaria:
Este cuento de 1970 está bien construido. Se lee con
facilidad. Es ágil, vivo; no decae el interés. Presenta de golpe a los
personajes, y sólo después nos dice qué han hecho, con lo cual crea una
sensación de expectativa. Así, por ejemplo, el cuento empieza diciendo: “Al
senador Onésimo Sánchez le faltaban seis meses y once días para morirse cuando
encontró a la mujer de su vida”. Encabezamiento que crea el interés y el
suspenso de golpe.
La capacidad descriptiva del autor se vierte en una
crítica mordaz de la sociedad. En pocas pinceladas muestra la miseria desértica
de una zona pobre del país —que contrasta con el poético nombre del pueblo:
Rosal del Virrey—: “la única rosa que se vio en aquel pueblo la llevó el propio
senador” (p. 59).
De ahí pasa a criticar las mentiras políticas. En
efecto, pone en boca de Sánchez frases como: “Ya no seremos más los expósitos
de la patria... seremos grandes y felices”, mientras sus secuaces, para
deslumbrar a los pobres indios “descalzos que apenas si podían resistir las
brasas de caliche de la placita estéril” (p. 61), arman “árboles de teatro con
hojas de fieltro” y “casas fingidas de ladrillos rojos”, tapando con ellas “los
ranchos miserables de la vida real” (p. 61). “El senador los escuchaba (a la
gente del pueblo) de buen talante, y siempre encontraba una forma de consolar a
todos sin hacer favores difíciles” (p. 63).
García Márquez utiliza aquí, como en el resto de los
cuentos, una imaginación grotesca, rayana en el surrealismo, como cuando habla
del burro pintado con “pintura eterna” (p. 64), o cuando los ayudantes del
senador “echaban al aire puñados de pajaritas de papel, y los falsos animales
cobraban vida, revoloteaban sobre la tribuna de tablas, y se iban por el mar”
(p. 61). Surrealista es la escena en que “al cabo de varias vueltas la enorme
mariposa litografiada se desplegó por completo, se aplastó contra el muro, y se
quedó pegada. Laura Farina trató de arrancarla con las uñas. Uno de los
guardias, que despertó con los aplausos en la habitación contigua, advirtió su
tentativa inútil. —No se puede arrancar —dijo entre sueños—. Está pintada en la
pared” (p. 66).
Tienen fuerza las comparaciones que hace para mostrar
la falsedad de las promesas del senador, como cuando, al hablar de su discurso
al pueblo, concluye: “eran las fórmulas de su circo” (p. 61), o cuando, después
de describir el montaje artificial de “transatlántico de papel pintado” para
deslumbrar al pueblo, comenta que “el propio senador observó que a fuerza de
ser armado y desarmado, y traído de un lugar para otro, también el pueblo de
cartón superpuesto estaba carcomido por la intemperie, y era casi tan pobre y
polvoriento y triste como el Rosal del Virrey” (p. 62). Más aún: el autor
quiere decirnos que los discursos políticos y sus promesas son pura farsa, y
para eso con notable acierto literario, en vez de describir esa farsa con
palabras, lo hace con el trabajo material de los miembros de la comitiva del
senador.
2.4.4. Valoración doctrinal:
Este relato es inmoral. Indudablemente la crítica del
autor se basa en hechos criticables: la falsedad de las promesas de muchos
políticos, el considerar un pueblo como un rebaño de votantes, la inmoralidad
electorera, el caciquismo local, etc. Pero el retrato que hace el autor está
cargado de pesimismo: el senador es así porque el pueblo lo necesita así. No
hay virtud en nadie, ni puede haberla. Y, para coronar este pesimismo, ofrece
al lector el adulterio final del senador, para quien no existe —lo mismo que
para los demás— la trascendencia: “resolvió que la muerte decidiera por él” (p.
66), una muerte tras la cual no queda “ni siquiera el nombre” (p. 68). Toda la
escena final del cuento ofrece graves reparos morales.
2.5. “EL ÚLTIMO VIAJE DEL BUQUE FANTASMA” (pp. 71 a
80)
2.5.1. Resumen
Cuento
escrito en 1968.
“Ahora van
a ver quien soy yo, se dijo, con su nuevo vozarrón de hombre, muchos años
después de que viera por primera vez el trasatlántico inmenso, sin luces y sin
ruidos, que una noche pasó frente al pueblo como un gran palacio deshabitado y
más largo que todo el pueblo y mucho más alto que la iglesia” (p. 73).
Nuevamente
el personaje ignoto del cuento le contó a su madre que había vuelto a ver el
barco fantasma y ella, desconsolada por su hijo, pasó gimiendo tres semanas de
desilusión. Otra noche de marzo, el personaje volvió a ver el buque y lo
anunció a todos a gritos, pero nadie le creyó y fue entonces cuando “se dijo,
babeando de rabia, ahora van a saber quien soy yo”.
Así fue como se robó un bote y atravesó la bahía y cuando menos lo pensó se
encontró nuevamente con el transatlántico oscuro, “de trescientas mil toneladas
de olor de tiburón pasando tan cerca del bote que él podía ver las costuras del
precipicio de acero sin una sola luz en sus infinitos ojos de buey”... no sabía
qué hacer “hasta que tuvo una revelación
abrumadora y encendió la lámpara del bote”, el transatlántico corrigió su
horizonte y se enfiló hacia el canal, entrando al puerto, se encendieron las
luces y se oyó la orquesta y el estrépito de las bocinas, hubo de hacerse a un
lado para que no lo embistiera aquella máquina colosal que al ser llevada de
cabestro y enfilando su proa hacia el puerto se encalló en un gran cataclismo,
iluminando a todo el pueblo cuando el casco descuartizaba la tierra y se oía el
estrépito nítido de noventamil quinientas copas de champaña que se rompieron...
y “él pudo darse el gusto de ver a los incrédulos contemplando con la boca
abierta el transatlántico más grande de este mundo y del otro encallando frente
a la iglesia, más blanco que todo, veinte veces más alto que la torre y como
noventa y siete veces más largo que el pueblo, con el nombre grabado en letras
de hierro. Halalcsillaq, y todavía chorreando por sus flancos las aguas
antiguas y lánguidas de los mares de la muerte” (p. 79).
2.5.2. Relación de
personajes:
a.
El hijo es el protagonista
principal. El cuento lo presenta desde la primera vez que vio el barco
fantasma, siendo niño. Desde entonces, pensando que es un sueño, acude a
esperar la aparición del barco “en la vigilia del marzo próximo”, cada año.
Cuenta su visión a su madre, quien no le cree. Entonces, quiere demostrarle a
ella y a todos los habitantes del pueblo costero en que vive, que existe el
barco fantasma que naufraga todos los marzos. Ante la apatía general, opta
entonces por romper el encanto del barco fantasma, guiándolo hasta el pueblo,
desde un bote. Triunfa en su empeño al final del cuento y entonces “pudo darse
el gusto de ver a los incrédulos contemplando con la boca abierta el
transatlántico más grande de este mundo y del otro” (p. 79).
b.
La madre es una mujer sencilla,
aferrada a la realidad —se desilusiona y no quiere creer las “fantasías” que le
cuenta su hijo—, pero que vive reconcentrada en su dolor por su marido
(Holofernes), muerto años atrás. Al comprar “algo cómodo en qué sentarse a
pensar en su marido muerto, pues a su mecedor se le habían gastado las balanzas
en once años de viudez” (p. 74), consigue una “poltrona de los tiempos de
Francis Drake”, que resulta ser una “poltrona asesina” que la mata, y, después
de ella “a otras cuatro señoras” (p. 75).
c.
El transatlántico fantasma. El
autor revive, en este barco sin luces y sin ruidos, la antigua leyenda del
buque fantasma cuyo capitán ha sido condenado a surcar el mar sin descanso,
hasta ser redimido. Aquí, sin embargo, el transatlántico es totalmente anónimo:
sólo se da cuenta de dos personas dentro de él, “su capitán dormido” y “el
piloto irredento”, y de unos imprecisos ruidos que provienen de una orquesta y
de unos enamorados, y su destino es naufragar cada marzo, hasta encontrar,
según se deduce al final, un piloto que, desde fuera del barco, lo guíe con su
lámpara, hasta hacerlo encallar en el puerto.
2.5.3. Valoración técnico‑literaria:
Parece que el autor hace en este cuento un despliegue
de virtuosismo literario. El único punto es el final. No existe, en las páginas
del texto, más signo de puntuación que la coma. El cuento pasa de ser una
reflexión del hijo a una narración de una tercera persona, en un juego al
estilo de Faulkner, sin transición alguna. Esto dificulta la lectura, pero hace
posible que García Márquez incorpore al cuento una fantasía totalmente
desbordada, que da a todo el relato un carácter de cuasi pesadilla.
Abunda el cuento en imágenes extrañas, algunas de
ellas sugestivas como el desorden de colores de las barracas” (p. 74). Otras,
por el contrario son, rebuscadamente grotescas, con el deliberado intento —al
parecer— de provocar repulsión, como cuando el hijo encuentra a su madre
“muerta en la poltrona, todavía caliente pero ya medio podrida como los picados
de culebra” (p. 75), o como cuando habla de “una fragancia dulce de gardenias y
salamandras podridas”
2.5.4. Valoración doctrinal:
No ofrece reparos.
2.6. “BLACAMAN EL BUENO, VENDEDOR DE MILAGROS” (pp.
81 a 94)
2.6.1. Resumen:
Cuento escrito en 1968.
Trepado sobre una mesa, en Santa María la Antigua del
Darién, describe García Márquez al típico milagrero, “culebrero” o mago, que
vende específicos y remedios milagrosos, quien pidió que le llevasen una
culebra de verdad para demostrar en carne propia un contraveneno de su
invención.
Cuando el animal salió del frasco y le dio un
tijeretazo en el cuello, apenas tuvo tiempo de tomarse el antídoto y se
derrumbó revolcándose, pero sin dejarse de reír con todos sus dientes de oro.
Un acorazado del norte “que
estaba en el muelle desde hacía como veinte años en visita de buena voluntad”
seguía con vivo interés al culebrero que empezó a hincharse emponzoñado hasta
que la hinchazón le reventaba los cordones de las polainas y las costuras de la
ropa”, aquello era tan increíble que los infantes de marina se encaramaron a
los puentes del barco para tomarle retratos en colores.
Cuando todo el mundo lo daba por muerto, se volvió a
subir a la mesa como un cangrejo y ya estaba otra vez gritando “que aquel
contraveneno era sencillamente la mano de Dios”... por supuesto que se amontonó
todo el mundo y al final no hubo para venderles a todos.
Era ya de noche y buscó entre los concurrentes uno
que tuviera cara de bobo para que le ayudara a guardar frascos y así fue que se
fijó en quien más adelante sería Blacamán el bueno... y “me preguntó de mala
índole quien eres tú y yo le contesté que el único huérfano de padre y madre a
quien todavía no se le había muerto el papá” y “le manifestó que quería ser
adivino”. “Esa misma noche habló con mi padre y (...) me compró para siempre”
(p. 86).
Así recorrieron muchas y muchas ferias haciendo
milagros y prodigios y en esas estaban cuando les llegó la noticia de que el
comandante del acorazado, queriendo repetir la hazaña en Filadelfia, había
quedado convertido en mermelada.
Así hubo de huir por los desiertos ya que los
infantes de marina “habían invadido la nación con pretexto de exterminar la
fiebre amarilla y andaban descabezando a cuanto cacharrero inveterado o
eventual encontraban a su paso”... por ello Blacamán el malo pensó que se le
había volteado la suerte por la presencia del joven Blacamán el bueno, y por
ello erraban por el desierto en donde ambos estaban a punto de morir y como
conocía que le había torcido la suerte le perdió el poco cariño que aún le
tenía y “envolviéndolo en alambre de púas lo metió dentro de un calabozo de
penitencia de los misioneros coloniales” y haciéndole toda clase de afrentas y
suplicios había pasado mucho tiempo cuando le aventó el cadáver de un conejo
“para mostrarme que prefería echarlo a pudrir en vez de dármelo a comer, y
hasta allí le alcanzó la paciencia y solamente me quedó el rencor de modo que
agarré el conejo por las orejas y lo mandé contra la pared... y entonces fue
cuando el conejo resucitó... y llegó a mis manos caminando por el aire... así
fue como empezó mi vida grande. Desde entonces ando por el mundo desfiebrando
palúdicos por dos pesos, visionando a los ciegos por cuatro con cincuenta,
desaguando a los hidrópicos por dieciocho...” “...ahora sí que quiten las
barricadas para que pase la humanidad doliente, los lazarinos a la izquierda,
los epilépticos a la derecha, los tullidos donde no estorben y allá atrás los
menos urgentes, no más que por favor no se me apelotonen que después no
respondo si se les confunden las enfermedades y quedan curados de lo que no es,
y que siga la música hasta que hierva el cobre” (p. 91).
Y Blacamán el malo vino a menos “tenía el alma
desmantelada y los huesos en desorden por el rigor del desierto...” alguien que
quizá no olvidaba las blacamanderías de otra época consiguió nadie supo donde y
le llevó dentro de una lata unas raíces de barbasco... y se las comió con tanta
gana... luego se bajó de la mesa y buscó en el suelo el lugar más digno para
acostarse... y exhaló el último suspiro entre sus propios brazos... nos dice
Blacamán el bueno... “lo metí en aquel baúl de tamaño premonitorio donde cupo
de cuerpo entero, le hice cantar una misa de tinieblas que me costó cincuenta
doblones de a cuarto porque el oficiante estaba vestido de oro... le mandé edificar
un mausoleo de emperador y una lápida de hierro... y cuando estas honras me
bastaron para hacerle justicia por las virtudes empecé a desquitarme de sus
infamias, y entonces lo resucité dentro del sepulcro blindado y allí lo dejé
revolcándose de horror... después pongo el oído en la lápida para sentirlo
llorar entre los escombros del baúl desbaratado y si acaso se ha vuelto a morir
lo vuelvo a resucitar pues la gracia de escarmiento es que siga viviendo en la
sepultura mientras yo esté vivo, es decir, para siempre” (p. 94).
2.6.2. Relación de
personajes:
a.
Blacamán, “mal llamado el malo” (p.
94), es un charlatán ambulante, con aspecto de “mula de monosabio, con sus
tirantes de terciopelo pespunteados con filamentos de oro, sus sortijas con
pedrerías de colores en todos los dedos y su trenza de cascabeles” (p. 83), que
compra “para siempre” (p. 86) a Blacamán el bueno, a quien utiliza como
aprendiz y ayudante. Al final muere y es enterrado por Blacamán el bueno, quien
lo resucita “si acaso se ha vuelto a morir”, para escarmentarlo eternamente,
manteniéndolo vivo en su sepultura.
b.
Blacamán el bueno, héroe del cuento
—lo narra él mismo—, es un joven con “cara de bobo” (p. 86), comprado por el
malo, le aprende los trucos, y descubre que tiene habilidades propias que lo
hacen progresar en su carrera de charlatán. Sufre el odio irracional de su
maestro y dueño, porque según él “yo le había vuelto a torcer la suerte” (p.
89), y, liberándose de su yugo —el cuento no explica cómo—, hace fortuna por su
cuenta “para siempre” (p. 94).
2.6.3. Valoración técnico‑literaria:
El cuento tiene poca entidad: los personajes —sobre
todo Blacamán el malo— aunque rápidamente esbozados, lo son con trazos fuertes
y precisos. García Márquez, que en este cuento no usa el diálogo, hace ágil la
narración —no hay más signos ortográficos que el punto o la coma— cambiando
sutilmente el ritmo, como cuando pasa la palabra del narrador al personaje
narrado.
El autor logra transmitir con maestría al lector el
efecto de ametralladora parlante que son los discursos trabalenguas de los
charlatanes. Un verdadero retrato de un personaje muy real. En esto estriba
quizá, el mérito de pieza narrativa. Por lo demás, el cuento adolece de una
falla “constructiva”, al no conseguir su autor articular la primera parte con
la segunda.
2.6.4. Valoración doctrinal:
Salvo una referencia anticlerical en p. 94, el resto
no presenta inconvenientes.
2.7. “LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA DE LA CÁNDIDA
ERÉNDIRA Y DE SU ABUELA DESALMADA” (pp. 95 a 163)
2.7.1. Resumen:
Cuento escrito en 1972.
Narra este cuento cómo empezó la desgracia de
Eréndira, quien vivía con su abuela en una gran mansión, “extraviada en la
soledad del desierto”, llena de estancias y salones amueblados con viejo
esplendor y entre cuyos muros la vieja era servida por su nieta.
Después de gastar dos horas en arreglarla y vestirla
con un vestido de flores ecuatoriales la llevó a un corredor y la sentó en una
poltrona donde la dejó escuchando “discos fugaces del gramófono de bocina”...
“mientras la abuela navegaba por las ciénagas del pasado, Eréndira se ocupó de
barrer la casa que era oscura y abigarrada, con muebles frenéticos y estatuas
de cesares inventados, y arañas de lágrimas y ángeles de alabastro y un piano
con barniz de oro… la casa estaba lejos de todo, en el alma del desierto, junto
a una ranchería de calles miserables y ardientes donde los chivos se suicidaban
de desolación cuando soplaba el viento de la desgracia” (pp. 98‑99).
“Aquel refugio incomprensible había sido construido por
el marido de la abuela, un contrabandista legendario que se llamaba Amadís, con
el que ella tuvo un hijo que también se llamaba Amadís, y que fue el padre de
Eréndira... cuando los Amadises murieron, el uno de fiebres melancólicas, y el
otro acribillado en un pleito de rivales, la mujer enterró los cadáveres en el
patio, despachó a las catorce sirvientas descalzas y siguió apacentando sus
sueños de grandeza en la penumbra de la casa furtiva, gracias al sacrificio de
la nieta que había criado desde el nacimiento”... “sólo para dar cuerda y
concertar los relojes, Eréndira necesitaba seis horas” (p. 99).
Después de contar las labores ingentes de su trabajo
diario, cuando igual que la abuela, podía seguir caminando dormida, y de servir
la mesa en la que la abuela se sentaba con servicios para doce personas y
candelabros de plata encendidos, salió para hacer los últimos y numerosos
encargos antes de acostarse, entre los cuales estaba dar de beber a las tumbas,
fue por fin a su habitación alumbrándose con uno de los candelabros de plata y
“vencida por los oficios bárbaros de la jornada, Eréndira no tuvo ánimos para
desvestirse, sino que puso el candelabro en la mesa de noche y se tumbó en la
cama. Poco después, el viento de su desgracia se metió en el dormitorio como
una manada de perros y volcó el candelabro contra las cortinas” (p. 102).
“Al amanecer, cuando por fin se acabó el viento,
empezaron a caer unas gotas de lluvia gruesas y separadas que apagaron las
últimas brasas v endurecieron las cenizas humeantes de la mansión”... “cuando
la abuela se convenció de que quedaban muy pocas cosas intactas, miró a la
nieta con lástima sincera —Mi pobre niña —suspiró—, no te alcanzará la vida
para pagarme este percance” (p. 103).
Y empezó a pagárselo ese mismo día cuando la vieja
dedicó su nieta a la prostitución llevándola de pueblo en pueblo. (A partir de
aquí, el relato se hace progresivamente soez e inmoral). “Llevaban entre otras
cosas salvadas, un baúl con dos cruces pintadas a brocha gorda con los huesos
de los Amadises” (p. 106).
“A los seis meses del incendio le dijo la abuela a
Eréndira: si las cosas siguen así me habrás pagado la deuda dentro de ocho
años, siete meses y once días”. Uno de esos días llegaron, de paso, un
corpulento granjero holandés y su hijo Ulises —“un adolescente dorado, de ojos
marinos y solitarios” —.
Esa noche, el muchacho, eludiendo a su padre, se
llegó hasta donde Eréndira y después de dialogar con la muchacha, ella aceptó
al joven... y a su dinero. Los diálogos continuaron y de esta manera le narró
que era contrabandista de naranjas de oro...
A esta altura del relato aparecen unos misioneros del
desierto, y se presenta un cruce de palabras entre un misionero español y la
abuela, ya que el misionero quería redimir a Eréndira de la mala vida pues era
menor de edad.
Seis misioneras indias raptaron en la noche a
Eréndira y “no hubo recurso que la abuela no intentara para rescatar a Eréndira
de la tutela de los misioneros”, acudiendo, finalmente a la autoridad civil.
Por lo pronto se plantó ante la misión, a esperar con paciencia.
Eréndira fue raptada y encargada de oficios humildes,
a la vez era testigo de los oficios de las novicias guajiras.
La abuela supo que Eréndira era feliz en el convento
y “se le acabaron las esperanzas de que Eréndira escapara para volver con ella,
pero mantuvo su asedio de granito” (p. 128).
Después de ridiculizar la labor de los misioneros
para casar indias encinta con sus compañeros y padres de sus hijos, en una boda
colectiva, se narra como la abuela se las ingenia para hacer casar también a
Eréndira con un muchacho indio a quien ella había dado veinte pesos para tal
menester, mucho más que los cinco pesos que le daban los padres de la misión
para que hiciese la primera comunión. Fue, pues, casada, en ceremonia que
celebró el Prefecto Apostólico, en presencia del alcalde militar... y así
terminó por irse, nuevamente, con la abuela.
Ulises, entre tanto, buscaba evadir la vigilancia de
sus padres y así robarse una naranja de oro. La madre de Ulises y mujer del
holandés, era un india guajira pura, y como tal, entendió que su hijo estaba
enamorado, pues sólo por amor podía suceder lo que ocurría allí: cuando Ulises
tocaba los frascos, éstos cambiaban de color. Esa noche Ulises se escapó de la
casa llevándose tres naranjas de oro del naranjal de su padre, y se fugó en la
camioneta llena de pájaros... y después de recorrer mucho y de preguntar en
dónde se encontraba Eréndira, supo que seguía la comitiva electoral del Senador
Onésimo Sánchez.
Encontró Ulises a la muchacha que dormía con los ojos
abiertos, y nada más despertar, le dio las naranjas que esta vez tenían un
diamante en su corazón, eran “naranjas vivas”.
Concertaron la forma de escapar ya que tenían la
camioneta, los diamantes y una pistola arcaica.
Esa noche la abuela, mientras el viento soplaba y se
oía el canto de la lechuza, se había acostado con todo el ritual que solía
gastar en su vieja casa, dando órdenes y encargos a su nieta. Nada más amanecer
y descubrir la huida de la nieta, fue la abuela a la autoridad con una carta
que tenía firmada por el Senador Onésimo Sánchez, y salieron en búsqueda de los
fugitivos, ya que también estaba allí, con la misma intención, el padre de
Ulises... “cinco minutos después estaban todos dentro de la camioneta militar,
volando hacia la frontera, con el viento contrario que borraba las huellas de
los fugitivos. En el asiento delantero viajaba el comandante. Detrás estaba el
holandés con la abuela, y en cada estribo un agente armado” (p. 141).
Antes de medio día se pudieron orientar por las
plumas de los pájaros que el viento iba arrancando a su paso... así hasta que
avistaron la camioneta en el horizonte.
A esta altura del relato, el autor, García Márquez,
aparece incidentalmente, como personaje, acompañado del desaparecido escritor
Álvaro Cepeda Samudio, quienes iban como viajantes por esas regiones desérticas
vendiendo, respectivamente, enciclopedias, libros de medicina y máquinas de cerveza...
y les condujo la suerte hasta donde se encontraba Eréndira, sometida de nuevo
al negocio de su abuela. Por allí también se encontraba Blacamán el bueno y la
mujer araña. Esta es la única vez que el autor confiesa haber visto a Eréndira.
“Nunca se vio tanta opulencia junta por aquellos
reinos de pobres. Era un desfile de carretas tiradas por bueyes, sobre las
cuales se amontonaban algunas réplicas de pacotilla de la parafernalia
extinguida con el desastre de la mansión”... la abuela viajaba en un palanquín
con guirnaldas de papel... a la sombra de un palio de iglesia”... “su tamaño
monumental había aumentado, porque usaba bajo la blusa un chaleco de lona de
velero en el cual se metía los lingotes de oro” (p. 148).
Llegaron al mar y la abuela le habló a la muchacha de
un futuro holgado y feliz. Fue así como
Eréndira empezó a maquinar cómo poder matar a su abuela y llegó a invocar, con
tal fuerza a Ulises, que éste, dormido entonces en la casa del naranjal, se
despertó y salió de su casa no sin antes escuchar la maldición de su padre que
le perseguiría por donde estuviese. Esta vez dio con Eréndira, sin
preguntárselo a nadie y la encontró dormida y encadenada con una cadena de
perro que la abuela le había puesto después de su frustrada fuga... la abuela dormía
y hablaba con sobresaltos por lo que Ulises conoció la nostalgia de la vieja.
Fue, entonces, cuando Eréndira le preguntó a Ulises si se atrevía a matarla...
Ulises le dijo “por ti soy capaz de todo”. “Ulises compró una libra de veneno
para ratas la revolvió con nata de leche y mermelada de frambuesa y vertió
aquella crema mortal dentro de un pastel al que le había sacado su relleno de
origen... y completó el engaño con setenta y dos velitas” (p. 155).
Cuando ella vio a Ulises le regañó, pero Ulises dijo
que venía a pedirle perdón en su cumpleaños... “desarmada por su mentira
certera, la abuela hizo poner la mesa como para una cena de bodas”. La abuela
se comió sola casi todo el pastel, relamiéndose... se acostó feliz y siguió su
sueño natural, después de haber cantado hasta la media noche y de haber tocado
el piano... pero la vieja no moría y despertó con la sonrisa de siempre,
saludando a Eréndira: “Dios te salve, hija”... lo único raro que ocurrió a la
vieja fue la caída del pelo a mechones, por lo que hubo de confeccionarse una
peluca de plumas... A las dos semanas nuevamente apareció Ulises y llamó a
Eréndira con su canto de lechuza, la abuela tocaba el piano cuando salió la
muchacha quien al hacerlo vio la mecha de detonante que salía de la caja del
piano... la explosión apenas logró chamuscar la peluca de plumas de la abuela,
y “Ulises se escabulló al amparo de la gritería de los indios” (p.159).
La abuela echó cálculos sobre sus pérdidas y la
conclusión fue que la deuda de su nieta había aumentado, a más de unas
quemaduras que su nieta le trató con claras de huevo y mostaza.
Ulises apareció de nuevo y esta vez tomó un cuchillo
y en cinco puñaladas, terminó con la abuela... Cuando Eréndira se convenció de
la muerte de la abuela “su rostro adquirió de golpe toda la madurez de persona
mayor que no le habían dado sus veinte años de infortunio... con movimientos
rápidos y precisos, cogió el chaleco del oro y salió de la carpa”. “Ulises la
vio salir y la llamó a gritos pero no recibió ninguna respuesta... y vio que
Eréndira empezaba a correr por la orilla del mar...” y no pudo alcanzarla...
“Eréndira no le había oído, iba corriendo con el viento, más veloz que un
venado y ninguna voz de este mundo la podía detener”. “Todavía siguió corriendo
con el chaleco de oro más allá de los vientos áridos y los atardeceres de nunca
acabar, y jamás se volvía a tener la menor noticia de ella ni se encontró el
vestigio más ínfimo de su desgracia” (pp. 162‑163).
2.7.2. Relación de
personajes:
a.
La cándida Eréndira, niña de 14
años, “lánguida y de huesos tiernos”, “demasiado mansa para su edad” (p. 97) es
el personaje principal. Inicialmente vive una condición de esclava,
acostumbrada a trabajar hasta en sueños: llega a “dormir caminando” (p. 100),
en el desempeño de sus múltiples tareas. Es explotada después por su desalmada
abuela, para pagar la supuesta deuda en que incurre cuando, por accidente, se
quema la casa donde viven. Se supone que durará más de ocho años ganando dinero
para saldar la deuda. Se enamora de Ulises, y es separada de su abuela —a la
fuerza— por los misioneros. En el convento es feliz (lo dice ella misma: p.
128), pero “hechizada” por su abuela, lo abandona, casándose con un muchacho
que desaparece del relato. Vuelve Ulises y lo convence de asesinar a su abuela.
Una vez consumado el crimen desaparece para siempre, con el dinero que ella
misma había ganado.
b.
La abuela desalmada es una “Dama”
del mundo y de la tierra del contrabando, mujer sin sentimientos, ambiciosa,
que se cobra la “deuda” de su nieta al duro precio de la venta pública de la
muchacha.
c.
Ulises, “hijo de un corpulento
granjero holandés”, “era un adolescente dorado, de ojos marinos y solitarios”
(p. 113). Entra en tratos con Eréndira, como hemos visto en el resumen inicial,
y acaba enamorándose de ella. Su psicología, quizá lo más interesante del
cuento, es la de un soñador, un poco niño, capaz de emociones verdaderamente
humanas, y capaz de hacer que Eréndira las sienta ella también. Al fin, llevado
por su amor a Eréndira, decide liberarla —“por ti soy capaz de todo” (p. 154)—
asesinando a la abuela. Y todo esto para perderla, quedándose “bocabajo en la
playa, llorando de soledad y de miedo”... (p. 162).
d.
Los demás personajes —el senador,
el holandés padre de Ulises y su esposa, el mismo autor, los misioneros, etc.—,
aparecen apenas esbozados, como comparsas que realzan el papel de los tres
personajes mayores del cuento.
2.7.3. Valoración técnico‑literaria:
García Márquez pone el título de este cuento como
título de toda la obra. Y con razón, porque éste es, entre todos los relatos
del libro, el más largo y el mejor estructurado y escrito. Los personajes
alcanzan aquí una mayor consistencia, sin llegar a revelar —más que en Ulises,
y, ocasionalmente en Eréndira— mucha hondura. Y es que, en toda la obra no se
encuentra un solo personaje que tenga fondo. Son todos personajes
lineales, sin tercera dimensión. Viven en el momento y, si acaso, recuerdan
viejas grandezas, como la abuela desalmada (p. 98: “la abuela navegaba por las
ciénagas del pasado”), sin que repercutan en sus acciones.
La imaginación febril del autor nos presenta en este
cuento a un personaje pantagruelesco: la abuela. Es un personaje que desborda
el marco de la realidad. Ella, más que el medio ambiente, tiene una “naturaleza
desatinada” (p. 97). Más aún que por parecer una “hermosa ballena blanca”
(ibid.), lo es por la suciedad de sus esquemas mentales, por sus gestos y por
la incoherencia que hace que toque “piano toda la tarde”, a la par que usa un
vocabulario soez y vulgar. Ulises, que es un joven fuerte, tiene que hacer
esfuerzos titánicos para matarla y después de logrado su intento queda agotado
por la lucha.
El viento es un “personaje” que está siempre presente
en la historia. Ya en la primera frase del cuento se habla del viento de la
desgracia de Eréndira (p. 97); el viento incendiará la casa de la abuela; el
viento seco, arenoso de la Goajira estará presente cuando aparezcan los
misioneros, un viento tan fuerte que “apenas les permitía tenerse en pie” (p.
121). Y al final, Eréndira huirá “corriendo contra el viento” (p. 162), “más
allá de los vientos áridos” (p. 163). Esta insistencia del autor es un recurso
estudiado que presta unidad a todo el cuento, y que lo invade todo, creando una
sensación muy bien lograda de desasosiego y aridez.
El lenguaje es más fluido que en los demás relatos.
Vivo, directo y lleno de las imágenes a que tanto nos tiene acostumbrados el
autor. Aunque, a decir verdad, estas no son tan exageradas como en las otras
obras o aún en otros cuentos de este mismo libro, como si García Márquez
quisiera que la exageración se evidenciara en los mismos personajes y
situaciones, más que en las descripciones. Así, Eréndira gasta dos horas para
arreglar a su abuela (p. 98) y seis para dar cuerda a los relojes (p. 99)...
2.7.4. Valoración doctrinal:
Moralmente, este cuento es
rechazable. El autor pinta, además del lenguaje naturalista —soez y vulgar— de
la abuela y de muchos personajes secundarios, situaciones morbosas y torpes.
Esto, y el mismo argumento del cuento hacen desaconsejable su lectura.
Los villanos del cuento —la abuela y otros personajes
secundarios— son consistentemente malos. En el caso de la abuela, se llega a la
perversidad. Pero aún los personajes que parecen buenos, adolecen de
inmoralidad. Ulises, por ejemplo, que llega a asesinar por amor. Eréndira, que
es un robot amoral, insensible, hasta encontrarse con Ulises, observa la muerte
de su abuela —que ella misma ha incitado— “con una impavidez criminal” (p.
161).
Es cierto que la situación que el autor explota como
tema central del cuento —la explotación de los propios parientes, degradándolos
por el vicio— se ha dado, y quizá se continúe dando en el ambiente retratado,
pero para fustigarla no hace falta entrar en los detalles descarnados que
presenta el relato.
Por último, el autor critica la labor de los
misioneros, quienes, según él, incurrirían en violencias y coacciones para
regularizar las situaciones matrimoniales de las parejas indígenas: “Por esa
época los misioneros rastrillaban el desierto persiguiendo concubinas encinta
para casarlas. Iban hasta las rancherías más olvidadas en un camioncito
decrépito, con cuatro hombres de tropa bien armados y un arcón de géneros de
pacotilla. Lo más difícil de aquella cacería de indios era convencer a las
mujeres, que se defendían de la gracia divina con el argumento verídico de que
los hombres se sentían con derecho a exigirles a las esposas legítimas un
trabajo más rudo que a las concubinas, mientras ellos dormían (...). Había que
seducirlas con recursos de engaño, disolviéndoles la voluntad de Dios en el
jarabe de su propio idioma para que la sintieran menos áspera, pero hasta las
más retrecheras terminaban convencidas por unos aretes de oropel. A los
hombres, en cambio, una vez obtenida la aceptación de la mujer, los sacaban a
culatazos de los chinchorros y se los llevaban amarrados en la plataforma de
carga, para casarlos a la fuerza”. (p. 128). Como se ve, una crítica
irreverente y una acusación de ineptitud a la labor de los misioneros en
Colombia. Se puede entrever aquí el mito a priori, mal digerido, de algunos
sociólogos marxistas que pretenden echar abajo la labor durísima y sacrificada
de la Iglesia por medio de sus misioneros.
C.R.
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