FROMM, Erich
The sane
society
Rinehart &
Company Inc.,
(cast: "Psicoanálisis de la sociedad
contemporánea. Hacia una sociedad sana", Fondo de Cultura Económica, México
1971, 9ª reimpresión de la 1ª ed. castellana 1956, trad. Florentino M. Torner)
Erich Fromm nació en Frankfurt en 1900. Estudió Sociología y Psicología en
Heidelberg, más tarde se especializó en psicoanálisis en Berlín. En 1934 emigró
a los Estados Unidos. En 1955 obtuvo la ciudadanía americana y desde 1962
enseñó Psicología en la New York University. Murió en 1980.
Es autor de libros que han tenido gran influencia. Entre otros títulos
se pueden recordar: El lenguaje olvidado, El miedo a la libertad,
Psicoanálisis y religión, El arte de amar y ¿Tener o ser?.
I. CONTENIDO DE LA OBRA
The sane society —escrita en 1955— puede considerarse como un
desarrollo de su obra anterior El miedo a la libertad, en la cual el
autor intentaba demostrar que el hombre moderno, si bien se había liberado de
las ataduras propias de la mentalidad medieval, no había alcanzado
completamente la libertad que le habría de permitir construir una vida rica de
significado, basada en la razón y en el amor; de ahí que, concluía, el hombre
moderno buscase una nueva seguridad a través de la sumisión a un jefe, a la
raza o al Estado. En el libro que ahora examinamos, sostiene la misma tesis
pero aplicándola a la sociedad democrática que, en su opinión, constituye
también, bajo diferentes aspectos, una huida de la libertad.
Cap. I ¿Estamos sanos?
La obra consta de siete capítulos y de un epígrafe con las
conclusiones. En el primer capítulo, Fromm examina los progresos de nuestra civilización,
para mostrar que hacemos mal uso de esos adelantos. Además de manifestarse en
los males de la guerra y en los genocidios, es en los modelos de vida
democráticos donde —según él— aparece el mayor número de perversiones
patológicas. En las naciones con regímenes democráticos, el 90% de la gente
sabe leer y escribir, pero esta capacidad se utiliza para devorar toneladas de
publicidad vulgar y de obras insulsas. Lo mismo debe decirse en relación a la
libertad sexual, que, si bien es absoluta, no ha solucionado los problemas que
Freud consideraba producidos por la represión sexual. Finalmente, concluye, hay
síntomas claros del desquiciamiento de nuestra sociedad, como son el aumento
notable de enfermedades mentales y la abundancia de suicidios o de personas
alcoholizadas, manifestaciones éstas de una profunda insatisfacción existencial
(Fromm no se refiere a otro tipo de lacras sociales, porque, cuando escribió
este libro, el problema de la droga era marginal, la familia era una
institución bastante sólida, etc.). El primer capítulo se cierra con una
descripción pesimista de la sociedad democrática, en la que hay más palabrería
que verdadero diálogo, más desesperación que sufrimiento constructivo, y tantas
formas de evasión que conducen hacia una vida cada vez más vacía.
Cap. II ¿Puede estar enferma una sociedad? Patología de la
normalidad
Fromm recoge la tesis de los psiquiatras y sociólogos que se niegan a
admitir que toda una sociedad pueda estar psíquicamente enferma; para ellos,
los problemas serían siempre del individuo y su solución pasaría, por
consiguiente, a través de la adaptación personal a la sociedad en la que se
vive. La sociedad concluyen estos es la que es: si uno se adapta a ella, es
psicológicamente sano; si no, sufrirá terriblemente y se convertirá en un
desequilibrado. Fromm critica esta concepción como absolutamente errónea, y
recuerda que ya Spinoza planteó el problema de la existencia de una deficiencia
social. Según Fromm, existe una naturaleza humana, común a todo hombre, con una
dimensión social, cuyos valores fundamentales han sido dados a conocer por
hombres sabios de todos los tiempos, a partir de los albores de la Humanidad.
Cap. III La situación humana. La clave del Psicoanálisis humanista
En su intento de resolver los acuciantes problemas de una sociedad
enferma, Fromm pretende partir de la concepción de hombre que se encuentra
implícita en los relatos bíblicos. En primer lugar, acepta la existencia en el
hombre de leyes sociales y morales, propias de una naturaleza que supera la
pura animalidad, pues, aunque el hombre procede del animal —según dice—, es
capaz de librarse del determinismo del instinto por medio de la conciencia de
sí. Así el ser humano, a la vez que mantiene una relación con la naturaleza
física, la trasciende con la razón, la fantasía y la voluntad: está vinculado a
la totalidad, pero posee una autonomía personal, de la cual es responsable;
conoce sus límites, pero tiende a superarlos.
Todo esto, sin embargo, crea una dicotomía: el hombre no puede
librarse de la razón aunque le gustaría hacerlo, y se ve obligado a luchar, a
superarse, a temer, a confiar. Este desequilibrio originario se ve agudizado
por la conciencia de la muerte: el hombre desea la inmortalidad, pero conoce
que ha de morir; tiene arranques divinos y ramalazos animales: "La vida
toda del individuo no es otra cosa que el proceso de darse nacimiento a sí
mismo; realmente, hemos nacido plenamente cuando morimos, aunque es destino
trágico de la mayor parte de los individuos morir antes de haber nacido"
(p. 29). Para Fromm, es una gran desgracia no tomar conciencia de esta
situación e intentar evitarla, pues los problemas permanecen y se hacen
patológicos. Una sociedad está sana —concluye— si responde a las justas
necesidades del hombre; está enferma, si intenta engañar al hombre con
respuestas insuficientes. Con el fin de demostrar esta tesis, pasa revista a
las cinco necesidades básicas de la existencia humana.
A. "Relación" contra narcisismo
Según Fromm, el conocimiento de la propia provisionalidad volvería
loco al hombre, si no tomara conciencia de las relaciones con sus semejantes,
ya que ningún ser humano se contenta únicamente con satisfacer sus necesidades
fisiológicas. El loco es aquél que no ha sido capaz de establecer relaciones
adecuadas con los demás. Estas relaciones, en efecto, se establecen a menudo de
forma desequilibrada: se tiende tanto a la sumisión (masoquismo) como al
dominio (sadismo). En ambos casos, se pierde la integridad psíquica y la
libertad que deben regir toda relación social; además, el individuo se siente
continuamente amenazado por la hostilidad que surge de una relación mal
establecida. "Sólo hay una pasión que satisface la necesidad que siente el
hombre de unirse con el mundo y de tener al mismo tiempo una sensación de
integridad e individualidad y esa pasión es el amor. El amor es unión
con alguien o con algo exterior a uno mismo a condición de retener la
independencia e integridad de sí mismo. Es un sentimiento de
coparticipación, de comunión, que permite el pleno despliegue de la actividad
interna de uno (...). En el acto de amor, yo soy uno con todo, y sin embargo
soy yo mismo, un ser humano singular, independiente, limitado, mortal" (p.
34).
El amor es, para Fromm, un ejemplo de lo que llama orientación
productiva. Tal orientación se da también cuando la razón comprende
adecuadamente el mundo, cuando el trabajo, sobre todo el del artista y el del
artesano, deja sitio para una acción personal. Así ocurre también con los
sentimientos como el amor, que une sin confundir. En la experiencia amorosa se
realiza la paradoja de que dos se convierten en uno, sin dejar al mismo tiempo,
de ser dos. El amor entendido de este modo jamás se cierra en sí mismo, como en
cambio ocurre en el narcisismo: "Si puedo decir te amo, digo amo
en ti a toda la humanidad y a todo lo que vive, amo en ti también a mí mismo.
En este sentido, el amor de sí mismo es lo contrario del egoísmo" (p. 34).
En la verdadera experiencia amorosa se encuentra la única respuesta a
la existencia humana, pues se alcanza el equilibrio. Pero no es fácil añade
Fromm este amor auténtico. Por ejemplo, una madre que ama visceralmente a su
hijo, difícilmente desea que su hijo crezca y se vaya de casa, afirmando así su
propia identidad. También el niño es necesariamente narcisista. El crecimiento
debería conducirle a una justa afirmación de sí mismo, basada en la libertad y
confianza, sin dejar por eso de pensar en los demás; pero, con frecuencia, el
crecimiento físico no va acompañado de esa madurez, produciéndose así un narcisismo
patológico. Es allí donde hay que buscar la clave de las enfermedades psíquicas
graves, pues el narcisismo supone siempre un encerrarse en sí mismo, que impide
el contacto con la realidad y con los demás, y sitúa a la persona afectada en
el polo opuesto de la objetividad, de la razón y del amor.
B. Trascendencia: creatividad contra «destructividad»
El hombre, como criatura que es, se encuentra según Fromm, en un
estadio de pasividad; pero debe pasar a un estadio creativo en el que
trascienda su condición de criatura. Todos los seres vivientes crean la vida;
pero tan sólo el hombre es consciente de ello y, por tanto, puede crearla
activamente, es decir, puede crearla mediante el amor. Existe, sin embargo, una
respuesta contraria: destruir la vida. La voluntad de destrucción surge cuando
no se satisface de manera conveniente la fuerza creadora que hay en nosotros.
C. Arraigamiento: fraternidad contra incesto
Fromm parte de la existencia de vínculos profundos que se desea
mantener. El vínculo más profundo es, en su opinión, el que se da entre una
madre y un hijo. Al crecer, normalmente se sustituye ese vínculo por otros.
Ciertamente —comenta— un hijo puede desear permanecer unido a su madre por
siempre, creándose así en él una propensión a la sumisión, al miedo y a la
incertidumbre cuando falta la protección de la madre o de la realidad
sustitutiva, o la propensión a entusiasmos fáciles cuando se siente protegido.
La sabiduría de todos los tiempos, explica Fromm, enseña a cortar el cordón
umbilical por medio del tabú del incesto, que se extiende a los consanguíneos.
Pero también la tribu, el clan, el país, la etnia... deben ser considerados
como protectores de un modo exagerado. De ahí que en la Biblia aparezca un
nuevo tabú: la prohibición a apegarse a la tierra. La expulsión del Paraíso
terrenal, Abraham que debe abandonar su tierra, Jacob que se ve obligado a
emigrar a Egipto, serían ejemplos magníficos según Fromm de la existencia de
ese tabú, desarrollado y ampliado posteriormente por el cristianismo a través
del consejo evangélico de pobreza.
Fromm critica a Freud porque éste considera la relación del hijo con
la madre como si fuera siempre incestuosa, mientras aprueba la tesis de
Bachofen sobre la necesidad de un justo equilibrio entre la influencia materna
y la paterna. La unión armónica de esos dos influjos fue, según Fromm, un
elemento decisivo para el desarrollo de la Iglesia Católica, pues a la idea de
un Dios, padre, se añadía la de María, madre: "Las masas, oprimidas por
autoridades patriarcales, podían recurrir a la madre amorosa, que las
consolaría e intercedería por ellas" (p. 53). Fue, en cambio, el
protestantismo quien trajo a Europa el espíritu exclusivamente patriarcal del
Antiguo Testamento. El hombre se encontró de nuevo ante un Dios severo y
riguroso; los príncipes y los Estados se convirtieron en omnipotentes por
designio divino, dando así origen al individualismo y al pensamiento racional.
Para Fromm, el individualismo es la raíz del totalitarismo que ha prevalecido
en la primera mitad de nuestro siglo: "Como las grandes revoluciones
europeas de los siglos XVII y XVIII no consiguieron transformar la libertad
de en libertad para, el nacionalismo y el culto del Estado se
convirtieron en síntomas de una regresión a la fijación incestuosa" (p.
56).
D. Sentimiento de identidad: individualidad contra conformidad
gregaria
El hombre necesita un sentido de identidad que, paradójicamente, viene
de fuera. La nación, la clase, la religión, la profesión, etc., que aportan ese
sentido, con frecuencia degeneran en lo contrario, el gregarismo: "Tras la
fuerte pasión por un status o situación y por la conformidad está esta
misma necesidad, y muchas veces es más fuerte que la necesidad de pervivencia
física" (p. 59).
E. Necesidad de una estructura que oriente y vincule. Razón contra
irracionalidad
Fromm distingue entre razón e inteligencia, dando prioridad a la
primera: "La razón es el instrumento del hombre para llegar a la verdad;
la inteligencia es el instrumento del hombre para manipular el mundo con mejor
éxito; la primera es esencialmente humana, la segunda pertenece a la parte
animal del hombre" (p. 60). Cualquier sistema de orientación debe de tener
en cuenta los dos aspectos. Todas las religiones son —según él— un sistema de
orientación, si bien presentan la razón y la inteligencia en distintas
proporciones. Cuanto mayor sea la inteligencia, menor será la razón; y a la
inversa.
Cap. IV Salud mental y sociedad
En este capítulo, Fromm vuelve a su tesis de fondo: existe una
naturaleza humana que se realiza en la sociedad; por eso, la estructura social
puede condicionar la maduración de la persona y producir en ella resultados
patológicos. Contra la tesis freudiana de la libido como origen de todas
las acciones humanas, Fromm defiende la especificidad del comportamiento del
ser humano. Ciertamente —añade— cuando el hombre, que tiene necesidades
animales por satisfacer, debe renunciar a alguna de esas exigencias básicas
para relacionarse con los demás, corre el riesgo de caer en la neurosis o en la
locura. Sólo cuando la persona es capaz de entrar en relación con los demás a
través del amor, se siente una con ellos al mismo tiempo que conserva su propia
identidad: en este difícil equilibrio, concluye, se encuentra la fuente de la
salud psíquica.
En opinión de Fromm, ni el capitalismo, que parte de la idea de un
hombre en continua competición económica, ni la doctrina de Freud, que se basa
en la oposición entre el deseo de una ilimitada satisfacción sexual y los
tabúes sociales, son capaces de producir una sociedad sin neurosis: en el
primer caso, porque el hombre se convierte en un ser incapaz de correlación;
en el segundo, porque la sociedad aparece como el resultado de las
frustraciones sexuales.
Cap. V El hombre en la sociedad capitalista
Fromm analiza las bases sociales, políticas, económicas y culturales
de la sociedad capitalista, en busca de los síntomas patológicos que explicarán
los trastornos psíquicos de los individuos que viven en ella.
A. El carácter social.
Los individuos se diferencian unos de otros pero, al mismo tiempo, se
adecúan a un carácter social, común a la mayoría de la gente que varía según
las épocas; así, la sociedad moderna se caracteriza por el trabajo del hombre
libre. Sin embargo, el carácter social matiza Fromm no depende de causas
particulares, sino de ideas políticas, filosóficas, religiosas..., que
precisamente por esto, añade, no deben considerarse estructuras secundarias,
como hace el marxismo. A conferir el carácter social contribuyen también, en
gran medida, la educación familiar, junto con la escolar y los métodos
pedagógicos.
B. La estructura del capitalismo y la condición humana.
1) Capitalismo en los siglos XVII y XVIII. El capitalismo ha
nacido, según Fromm, a partir de hombres libres, que venden en el mercado
laboral su propio trabajo al dueño del capital, con la confianza de que, a
través del mercado, el egoísmo de cada uno obtenga el máximo beneficio para
todos.
2) Capitalismo en el siglo XIX. La empresa alcanza en esta
etapa el predominio sobre el hombre, que ya no es la medida de todas las
cosas; por eso, explotar brutalmente al obrero deja de ser considerado un
crimen. El mercado se libera finalmente de todas las limitaciones
tradicionales: el sistema se basa por entero en la libre competencia y en el beneficio
de las empresas. Como consecuencia, el hombre deja de ser fin en sí mismo y se
convierte en un medio de los intereses económicos de otros hombres o de un
gigante impersonal. Estos efectos despersonalizadores explica Fromm no son
debidos a la avidez del capitalista, sino a la ley del beneficio.
Fromm acepta la idea, defendida también por el capitalismo, de que los
hombres están para trabajar al servicio de la sociedad; pero según él hay muchas
formas de colaboración distintas de las basadas exclusivamente en el beneficio,
como la cooperación recíproca fundada en el amor, en el espíritu de servicio o
en vínculos naturales. La cuestión de la autoridad es marginal para Fromm, el
poder puede utilizarse para explotar y someter, o para servir, como ocurre en
la relación de un maestro con sus discípulos, que es absolutamente distinta de
la relación existente entre un amo y sus esclavos.
Aunque en conjunto Fromm realiza un juicio positivo de los movimientos
reformadores del siglo XIX, considera que estos no han logrado salvar al hombre
de las neurosis creadas por el sistema capitalista. Estos movimientos, que
partían de la necesidad de suprimir la explotación del obrero y de abolir o
disminuir la autoridad, han conseguido, según él, importantes resultados: en
poco más de medio siglo la situación ha cambiado a favor de los obreros, y la
autoridad ha disminuido mucho más de lo que un utópico del siglo pasado hubiese
soñado. A pesar de todo, añade, el hombre no está más sano que entonces: ya no
corremos el riesgo de convertirnos en esclavos; pero sí, en robots.
3) La sociedad en el siglo XX
a.—Cambios sociales y económicos. Los factores que, en opinión
de Fromm, han actuado como motor de los grandes cambios ocurridos son dos: el
desarrollo de la técnica y el triunfo indiscutible de la ley del mercado. El
desarrollo de la técnica ha favorecido el aumento del capital, que ahora se
halla dividido entre muchos accionistas, produciendo así una mayor separación
entre la empresa y la propiedad. La ley económica, por otra parte, se impone
cada vez más: si el mercado y los contratos regulan las relaciones, no hace
falta saber lo que es correcto y lo que es erróneo; basta con saber si algo es
adecuado y funcional. Mientras tanto, concluye, los bienes se distribuyen:
todos tienen un coche y otros bienes de consumo, leen los mismos periódicos y
disfrutan de los mismos espectáculos; producen, consumen, disfrutan juntos,
codo con codo, sin hacer preguntas. Esto requiere, deduce Fromm, que todos
quieran consumir cada vez más y que los gustos estén estandarizados; que se
sientan libres y, al mismo tiempo, que estén dispuestos a ser mandados sin
oponer resistencia a la máquina social.
b.—Cambios caracteriológicos. Además de la alienación
económica, estudiada por Marx, Fromm considera que existen otros tipos de
alienaciones, en los que el hombre se convierte también en extraño, extranjero
para sí mismo: su apariencia, su rendimiento, pasan de ser suyos a ser
sus dueños. La persona alienada pierde también el contacto con los demás, que
se transforman así en algo parecido a ella.
En este sentido, observa Fromm, el monoteísmo supone un paso adelante
respecto al politeísmo, en el que los hombres se construían un fetiche y
alienaban en éste el propio yo: el hombre idólatra se inclina ante el trabajo
de sus propias manos. En el monoteísmo continúa Fromm, Dios no es una cosa,
sino el infinito, y el hombre es también en cierto modo infinito, porque ha
sido creado a imagen y semejanza de Dios. Pero, incluso en el monoteísmo, es
fácil volver a la idolatría, cuando se renuncia a Dios para someterse a las
cosas creadas; también en el amor añade ocurre eso mismo, pues con frecuencia
no es otra cosa que un fenómeno idolátrico. Otras idolatrías modernas se
refieren, siempre según Fromm, a distintas instituciones y a distintos objetos:
a los jefes, al Estado, a la industria, al dinero, al deporte, a los
espectáculos, etc. En estos casos, aunque las relaciones humanas se
intensifican y se hacen más cordiales al disminuir el miedo y el autoritarismo,
las personas se convierten en partículas extrañas entre sí, que están juntas
por intereses egoístas y por la necesidad de hacer uso una de otra,
prevaleciendo así el egoísmo en vez de la verdadera solidaridad.
Según Fromm, el origen de esta alienación estriba en el hecho de que
el yo no surge de la propia actividad del individuo que ama y piensa, sino de
su papel económico-social. Al preguntar a uno ¿tú quién eres?
ejemplifica Fromm, se corre el riesgo de recibir la siguiente respuesta: soy
un médico o cosas parecidas, como si una máquina pudiera responder y
dijese: soy un tractor, soy un coche, etc. Esto ocurre cuando el
valor de la persona depende tan sólo del éxito económico o profesional.
Otro tipo de alienación, propio de la sociedad capitalista, es el
conformismo. No es que en otras épocas no haya existido este fenómeno matiza
Fromm, pero ahora se corre el riesgo de una estandarización, no según ciertos
modelos personales, sino según modelos anónimos. Lo importante para el hombre
de la sociedad capitalista es sentirse aceptado, pues a la persona alienada le
resulta imposible estar a solas consigo misma. Aunque en la sociedad
capitalista nadie obliga al individuo a un comportamiento determinado, el conformismo
supone de modo implícito la obediencia a férreas leyes, para acomodarse al
grupo en que se vive.
En el conformismo actual, continúa Fromm, se ha abierto camino el
principio de que toda aspiración debe satisfacerse inmediatamente y ningún
deseo debe quedar frustrado: se compra a plazos con tal de conseguir algo
inmediatamente; se desea el placer sexual sin demora, después de haber
preparado todas las coartadas posibles con un burdo freudianismo que ve en la
represión sexual la causa de todas las neurosis. Frente al vacío existencial
que surge de la actitud conformista, se busca una solución hablando,
desfogándose con un interlocutor con el que se simpatiza.
Otra consecuencia del conformismo es, según Fromm, la sustitución de
una autoridad racional por otra irracional, primero en la familia y luego en la
sociedad. Mientras había una autoridad clara, explica, existía una oposición y
rebeldía contra toda autoridad irracional, afirmándose así la conciencia del
propio yo; ahora en cambio el individuo, inconsciente de su sumisión a una
autoridad anónima, pierde el sentido de sí mismo convirtiéndose en un objeto.
c.—Razón, conciencia, religión. Fromm describe el modo en que
estos tres elementos aparecen en la sociedad capitalista: la razón aflora, pero
siempre bajo la forma de una inteligencia instrumental que encuentra su máxima
expresión en la inteligencia artificial de las máquinas; la conciencia personal
resulta amortiguada y silenciada: no puede desarrollarse cuando el principio
vital más importante es el conformismo (cuánto más conformista es una persona,
menos puede oír la voz de la propia conciencia, y menos puede obedecerla); en
cuanto a la religión, nos encontramos con una gran abundancia de
manifestaciones religiosas y, a la vez, con una creciente idolatría.
El monoteísmo no es compatible en opinión de Fromm con la alienación y
con la ética de la corrección (la ley del mercado convierte la moral en
corrección, entendida como algo que es contrario al engaño, ya que éste elimina
la confianza necesaria para los negocios). En el monoteísmo, sigue Fromm, la
revelación al hombre y la redención de éste constituyen el fin supremo de la
vida; un fin que no puede ser subordinado a ningún otro: puesto que Dios es
indefinible, el hombre creado a su imagen también es indefinible, es decir, no
puede ser jamás considerado como una cosa. Ciertamente, añade, el
principio de la corrección produce un cierto tipo de comportamiento
ético; pero amar al prójimo, cultivar el espíritu, afrontar la muerte, no
forman parte de la corrección. Para hacer frente a estas cuestiones es
necesario, según Fromm, la creencia en el amor fraterno que, en épocas pasadas,
se fundamentaba en la religión. El mundo de hoy, explica Fromm, deja a un lado
los problemas más importantes de la vida. Si se cree en Dios, es porque se da
por descontado que existe; si no se cree, es porque se supone que no existe. En
ambos casos se da a Dios por descontado. Ni el creer ni el no creer quitan el
sueño a nadie, ni causan ninguna preocupación seria, debido a que el amor
fraterno ha sido sustituido por la corrección. Dios se ha convertido así en el
Director General de la Sociedad Anónima del Universo.
d.—Trabajo y democracia. En este epígrafe Fromm compara la
concepción laboral del artesano medieval, el cual podía sentirse satisfecho
ante el producto acabado, con la del obrero industrial o postindustrial que ve
el trabajo como una actividad que, por el momento, las máquinas no consiguen
realizar completamente. Este trabajo anónimo y dividido es siempre menos querido,
cuando no suscita rebeldía.
También la democracia presenta —según Fromm— síntomas de grave
enfermedad. Antes existía el problema del sufragio universal, que impedía la
participación democrática a las grandes masas; pero ahora que éste se ha
conseguido, se descubre que los ciudadanos no participan en la vida y en las
decisiones políticas. Votan a unos candidatos que, en vez de representar
fielmente a los propios electores, obedecen a poderes extraños. También el voto
libre está seriamente condicionado por la propaganda y por la abstracción de
los problemas, tan lejanos de la propia existencia cotidiana.
e.—Enajenación y salud mental. La crítica de Fromm a las
escuelas psicoanalistas americanas es muy aguda y contundente. Critica la tesis
de Sullivan, uno de los psicoanalistas más conocidos, que reduce todos los
trastornos a la insatisfacción de tres necesidades básicas: la necesidad de
seguridad personal, es decir, la liberación de la ansiedad; la necesidad de
intimidad, es decir, de colaborar al menos con otra persona; y la necesidad de
satisfacción erótica. Fromm indica que estas tres necesidades, además de no
agotar las causas de los problemas psicológicos, son enfocadas por Sullivan de
una forma muy distinta a como lo han sido en las diferentes culturas: se
sostiene la posibilidad de encontrar la seguridad satisfaciendo algunas
necesidades según el modo propuesto por una sociedad dominada por la industria
y el conformismo; los psicoterapeutas aconsejan al individuo adaptarse a ella,
fomentando así en la persona la existencia de una intimidad cualquiera y de una
sensualidad egoísta. Para Fromm, un poco de inseguridad es connatural al
hombre, debido a los límites que descubre en su libertad cuando afronta los
fines trascendentes de la vida.
Así pues, según Fromm, el hombre verdadero debe sufrir hasta que pueda
decir soy yo; el hombre alienado, por el contrario, intenta ser lo más
parecido a los demás para sentirse aceptado. Pero el temor a no resistir el
reto está llenando a la sociedad de un sentimiento de ansiedad mucho más
intenso que el antiguo sentimiento de pecado: "Si la edad contemporánea ha
sido llamada con razón la época de la ansiedad, se debe primordialmente a esta
ansiedad engendrada por la falta de sentimiento del yo. En la medida en
que yo soy como usted me desea, yo no soy; estoy
angustiado, dependo de la aprobación de los demás, procuro constantemente
agradar. La persona enajenada se siente inferior siempre que se cree en
desacuerdo con los demás" (p. 172). De este modo, vienen deformados conceptos
básicos como felicidad y afecto: todos deben de ser felices, pero esa
afirmación es más una condena que verdadera felicidad. La felicidad no es un
simple placer y conoce el esfuerzo del crecimiento; se opone a la tristeza y a
la depresión, no a la fatiga, a la seriedad y a la lucha.
Por eso, en contra de los psicoanalistas americanos, Fromm considera
que el american way of life es causa de muchos trastornos: no es que las
dificultades para integrarse en esa sociedad procedan de los viejos tabúes que
se oponen a la libertad moderna, sino que proceden de la despersonalización a
que deben someterse los individuos. Lo que estos psicoanalistas pretenden es
semejante, según Fromm, a lo que hicieron los ciegos del cuento: un joven llegó
a un pueblo de ciegos; con el pasar de los días, los ciegos se dieron cuenta de
que aquel joven no se comportaba como ellos. Los más sabios y expertos
descubrieron que por los ojos de aquel joven entraban imágenes que lo
confundían y, para salvarlo, acordaron sacarle los ojos (cfr. p. 163).
Cap. VI Otros varios diagnósticos
El autor recoge una serie de críticas a la sociedad capitalista y de
profecías hechas acerca de los males de los siglos XIX y XX que, en cierto
modo, se acercan a las suyas. El diagnóstico de la decadencia de la
civilización ha sido realizado por diferentes pensadores: desde el conservador
Burckhard al radical Tolstoi, desde el anarquista francés Proudhom al americano
Thoreau, y después por otros muchos, como Jack London, Durkheim y Marx. Algunos
de estos profetizaron la transformación del hombre en una máquina y la
aparición de regímenes autoritarios.
De nuestro siglo, examina las críticas de R.H. Tawney, de Elton Mayo,
de F.Tannenbaum, de A.R. Heron (defensor a ultranza del capitalismo,
conservador, pero agudamente crítico), A. Huxley con su Brave New World
ampliamente resumido, A. Schweitzer y A. Einstein. Se han hecho muchas
profecías, pero en su opinión el futuro guarda aún muchas incógnitas y muchos
misterios tenebrosos, porque "el aherrojamiento del espíritu colectivo,
tal como lo encadenan hoy las organizaciones, la irreflexividad y las pasiones
populares modernas, es un fenómeno sin precedente en la historia. (...) Todos
estos obstáculos se levantan en la senda de la voluntad hacia la civilización.
Una sorda desesperación se cierne sobre nosotros. ¡Qué bien comprendemos ahora
a los hombres de la decadencia grecorromana, que se encontraban ante los
acontecimientos y se sentían incapaces de resistirlos y abandonando el mundo a
su destino, se recogían en sí mismos!" (pp. 192-193).
Cap. VII Soluciones diversas
Según Fromm, no todos aquellos que han visto y previsto la alienación
en nuestra sociedad, se han resignado a lo inevitable de esa situación: muchos
han propuesto una alternativa. Cualquiera que fuera su propuesta, todos se
basaban en un concepto religioso-humanista del hombre y de la historia. De
hecho, su fervor era ya una religión, aunque la mayoría luchaban contra una
iglesia institucional.
Antes de exponer la propuesta socialista, Fromm analiza las dos
grandes idolatrías autoritarias —el nazismo y el comunismo estalinista— que con
pretensiones de salvar la sociedad produjeron muchas y graves heridas en el
hombre, porque "la fe en la humanidad sin fe en el hombre o
es insincera o, si es sincera, lleva a los mismos resultados que vemos en la
historia trágica de la Inquisición, en el terror de Robespierre y en la
dictadura de Lenin" (pp. 199-200). Respecto a la postura de Lenin, Fromm
hace notar que sus limitaciones fueron señaladas por algunos humanistas, como
Rosa Luxemburg, quien advertía la necesidad de hacer una elección entre dos
concepciones opuestas: democracia o burocracia. El desarrollo de
los acontecimientos en Rusia mostró, observa Fromm, cuán acertada era su
previsión.
Una respuesta de signo contrario vino de algunos industriales más
perspicaces, que se daban cuenta de las condiciones de alienación de sus
empleados. Las propuestas oscilaron entre la compensación económica para los
que hicieran más méritos, la participación en los beneficios, y la mayor
consideración de sus capacidades personales. La simpatía del autor se dirige,
sin embargo, hacia las propuestas socialistas. Es consciente de las
connotaciones negativas de la palabra socialismo, pues en la época en
que escribe se confunde con el comunismo y sus aberraciones. Al mismo tiempo se
duele de cómo las ideas socialistas, incluidas las de Marx, sean tan sólo
objeto de retórica y no sean estudiadas con profundidad.
La miopía de Occidente consiste, según Fromm, en identificar
socialismo con comunismo, pues el primero se funda en una concepción humanista
del hombre y de la sociedad. En apoyo de su tesis, expone las convicciones
humanitarias de Babeuf, Charles Fourier, Robert Owen, Luis Blanch, Proudhom,
Michail Bakunin, Kropotkin y de Landauer, para acabar con Marx y su teoría de
la alienación del hombre. Todos estos autores, aunque con diferentes matices,
hablan de amor fraterno, de realización completa del hombre y no sólo de
progreso económico, de disminuir la influencia del Estado, del respeto a uno
mismo y al prójimo, etc. También en Marx, Fromm descubre un humanismo radical:
"como para todos los demás socialistas, el elemento básico para Marx es el
hombre. Ser radical —escribió en una ocasión— significa ir a la raíz,
y la raíz es el hombre mismo" (p. 211). La historia del mundo, para
Marx, es la historia de la creación del hombre, pero también es la historia de
la alienación del hombre, de cómo va perdiendo o delegando sus poderes,
convirtiéndose así en objeto del poder de otros más que en sujeto libre.
Junto a estos aspectos positivos del marxismo, Fromm señala algunos
errores de Marx. El principal es posponer la descentralización del Estado a la
revolución del proletariado, pues esto ha justificado el centralismo ruso, y el
comunismo en general. Otro error consiste en creer que toda emancipación es de
tipo económico; los demás cambios surgirían como consecuencia de ésta. Pero esa
misma prioridad ha traído consigo otra negativa, la de la política social. En
definitiva, concluye, Marx ha sido un simplificador: no conocía bien la
complejidad del tejido social ni los entresijos del alma humana, con pasiones a
veces más fuertes que la pura necesidad económica; pensando que todo se
arreglaría una vez rotas las cadenas económicas, no se daba cuenta de que a
veces las cadenas son queridas por el que las lleva, por un deseo de seguridad
que es más fuerte que cualquier tipo de necesidad económica.
Esta simplificación ha llevado, en opinión de Fromm, a tres hechos
peligrosos: el olvido del factor moral, pues la bondad del hombre debía
conseguirse inmediatamente a través de los cambios económicos; las vías
autoritarias de realización del socialismo, ya que para lograrlo había que
conquistar completamente el poder; y la socialización de los medios de producción,
que era una condición no sólo necesaria, sino también suficiente para la
transformación de la sociedad capitalista en una sociedad cooperativista. El
hecho es, concluye, que en Rusia y en los países comunistas, la crítica al
capitalismo se reduce a la crítica económica: todavía se hace propaganda
anticapitalista diciendo que los obreros de los Estados Unidos viven en
condiciones infrahumanas.
Fromm tampoco ahorra sus críticas contra el socialismo occidental, que
ha perdido gran parte de su carga humanitaria: busca solamente salarios más
altos y seguridad en el trabajo, sin aquella carga mesiánica y humanista de sus
profetas del siglo pasado.
Cap. VIII Caminos hacia la salud mental
La última parte del libro pretende ser constructiva. Después de haber aislado
y analizado los graves síntomas políticos, económicos, sociales y, sobre todo,
humanos —que no duda en llamar espirituales, aunque sin aceptar la fe en Dios—,
pretende afrontar esos problemas simultáneamente, en busca de una solución
global. El cristianismo, sostiene Fromm, ha curado sólo el espíritu; por eso
muchos, ante los urgentes problemas de la vida material, no lo han tenido en
cuenta; el marxismo ha creído transformar el mundo cambiando la economía, pero
se ha olvidado del espíritu.
Un segundo punto del programa de Fromm es el de intentar resolver los
problemas a partir de las causas, pues de otro modo no habrá una curación
radical de la sociedad. Se produce un trastorno psicológico, piensa Fromm,
cuando hay un conflicto con las exigencias naturales de la persona humana: no
sólo con el deseo sexual, como sostiene Freud, sino también con la necesidad de
amor, de productividad, de utilidad, etc. Para curarse, hace falta tomar
conciencia de este conflicto y cambiar aquellas condiciones que han ocasionado
la frustración de las exigencias fundamentales. Y con los males sociales,
concluye, sucede más o menos lo mismo.
Para ver dónde surge el conflicto entre el hombre y la sociedad, es
necesario tener el cuadro de una sociedad sana. Para Fromm, la sociedad es sana
cuando el hombre es considerado fin y no medio y, sobre todo, cuando cada
individuo se considera fin a sí mismo, y no un medio para los fines de otro. En
definitiva, una sociedad sana es aquella en que el hombre es el centro, y todas
las actividades políticas y económicas están subordinadas a su desarrollo; es
aquella en que el narcisismo, el deseo de poseer, de explotación... no son
usados para el provecho personal o para aumentar el propio prestigio. Fromm
busca una sociedad en la que se intente resolver juntamente los problemas
personales y los sociales, y en donde la relaciones con nuestros semejantes no
sean separadas de las relaciones personales. Hace falta, además, un trabajo
humanizado que permita al hombre comprender el contexto laboral y participar
activa y responsablemente en las decisiones que se refieran al trabajo y, más
en general, a la sociedad, sintiéndose así capaz de gobernar la propia vida.
A. La transformación económica
Sólo el socialismo, según Fromm, se preocupa de que el hombre en
sociedad no se convierta en esclavo de la economía. Pero el socialismo actual
está vinculado al experimento comunista, que lo deforma y lo hace monstruoso.
El partido laborista inglés ha intentado soluciones muy distintas aunque con
escasos resultados, al no haber tenido suficiente poder y al haber cometido
varios errores, como las nacionalizaciones, las cuales, además de no mejorar la
vida del obrero, ocasionan un gran aumento de la burocracia, que sofoca el
sistema democrático. Estos dos fracasos, el ruso y el británico, han difundido
el desánimo entre la izquierda política.
La solución, para Fromm, está en el socialismo comunitario, según las
indicaciones de tantos socialistas del siglo pasado. Hará falta renovar
continuamente las soluciones, pero esas no son muy distintas de las técnicas
que los físicos o los químicos inventan para solucionar los problemas. Por lo
demás, los problemas sociales, que pueden también resolverse de forma
científica, son bastante más importantes que perfeccionar un prototipo de
avión. Para ejemplificar esta tesis, Fromm plantea la cuestión de la propiedad
privada. No hay duda, según él, de que el marxismo está fracasando por haber
dado demasiada importancia a este problema, y al problema económico en general.
Los otros socialismos han visto que el problema de la libertad no es solamente
económico: no hay mucha diferencia entre ser gobernado por una miríada de
accionistas anónimos o por el Estado. El problema está en las condiciones de
trabajo, en la participación en las decisiones, en la participación en los
bienes, en la valoración de las propias aptitudes: la esclavitud asalariada
acabará "cuando los trabajadores aprendan a poner la libertad por encima
de la comodidad" (p. 236).
Al socialismo comunitario se le achaca, continúa Fromm, que la
industria tiene necesidades objetivas; se añade además que el hombre es egoísta
por naturaleza, y que sólo será feliz cuando todo el trabajo esté mecanizado.
Fromm rechaza estas objeciones haciendo notar que el hombre tiene necesidad de
trabajo, de cansancio, de ser puesto a prueba; tiene necesidad de asumir una
responsabilidad que lo hace sufrir, pero que también le ayuda a realizarse. El
problema está en la calidad del trabajo. Se piensa que sólo el incentivo de un
mayor beneficio mueve al hombre a trabajar más; esto creen también quienes
proporcionan el trabajo, hasta el punto de imbuir en todos la idea de que el
dinero da poder. Pero si bien se mira, existen también otras motivaciones:
basta pensar, por ejemplo, en los esfuerzos y en las atenciones de un ama de
casa por su hogar, sin retribución económica alguna.
En apoyo de su tesis, Fromm cita algunos experimentos comunitarios que
han tenido éxito, como el de una fábrica francesa en donde se eliminó la
diferencia entre quien da el trabajo y quien lo realiza. El primer
descubrimiento revolucionario fue que cada trabajador podía hablar de sus
asuntos a los demás: todos se encontraban más libres para hablar en un clima de
confianza mutua. La contrapartida fue que esas conversaciones hacían perder
bastante tiempo durante el trabajo; por eso, se acordó reunirse sólo una vez
por semana. Como no querían discutir sólo de un mejor resultado económico sino
también de un tipo de vida más humano, se llegó a hablar de los valores
fundamentales, descubriendo así la necesidad de una base ética común. Había,
continúa Fromm, creyentes y no creyentes, pero todos coincidían en una serie de
valores básicos: ama a tu prójimo, no te apoderes de sus bienes, mantén las
promesas, gánate el pan con el sudor de tu frente; respeta a tu prójimo, su
persona, su libertad; respétate a ti mismo, combate los vicios que degradan al
hombre y que son nocivos para la vida social (soberbia, lujuria, avaricia,
codicia, gula, ira, pereza); recuerda que hay bienes más altos que la vida
misma (la libertad, la dignidad humana, la verdad, la justicia...). Quien tenía
una ética privada más exigente, la vivía, pero sin exigirla a los demás. El
rendimiento creció mucho y pudieron ahorrarse muchas horas, que fueron
dedicadas a la formación. Las ganancias se invirtieron en una fábrica, y se
creó un consejo de empresa con una nómina duplicada: nombres propuestos por los
niveles más altos, y aceptados o rechazados por el nivel más bajo, para evitar
la demagogia y el autoritarismo. Después, se desarrollaron iniciativas sociales
en el ámbito religioso (según la confesión religiosa), intelectual, artístico,
de ayuda mutua, de vida comunitaria...
De este modo, concluye Fromm, se demuestra que, cuando hay un
desplazamiento del simple producir o adquirir cosas, al descubrir o mejorar las
relaciones humanas, también el rendimiento económico aumenta. Es importante, de
todas formas, librar al hombre del miedo al no tener con qué vivir, pues de
otro modo será siempre esclavo del que compra su trabajo. Fromm se aventura a
dar alguna indicación concreta sobre el modo de lograrlo, como el subsidio
temporal para el que esté sin trabajo, de tal manera que se sienta libre para
cambiar de trabajo y no esté sometido al mercado capitalista. Contempla también
brevemente la posibilidad de que los países industrializados favorezcan el
desarrollo de los países más pobres. Al final se plantea el problema de cómo
impedir las inversiones capitalistas que vayan en contra del hombre, como la
pornografía.
B. La transformación política
Antes de proponer la solución al problema político, Fromm describe la
transformación histórica de la democracia: mientras que en la primera
democracia se tendía a evitar que una minoría en el poder (el rey o los nobles)
impusiese a la mayoría sus propios intereses, en la actual se tiende a que la
mayoría imponga su dominio a todas las minorías, pensando con un desfasado
pensamiento ilustrado que la voluntad popular siempre tiene razón, y que la
mayoría representa siempre la voluntad popular. En realidad, añade con
sarcasmo, el votante no puede hacer demasiado y todo acaba en que una exigua
minoría poderosa por los votos obtenidos a través de la propaganda y del poder
económico impone, a todos, los propios intereses y las propias ideas.
Para curar los males que aquejan al sistema democrático, Fromm sugiere
la idea de formar pequeños núcleos de unas quinientas personas, que puedan
reunirse periódicamente para tomar decisiones. Estos grupos nombrarían una
serie de representantes para aquellos pocos problemas que deban ser resueltos
más arriba. Pocos, porque en lo que se refiere a la enseñanza elemental y a
muchos trabajos es mejor organizarse en pequeños grupos. También los problemas
económicos y políticos de la nación deberían ser votados en estos grupos, que
serían como la cámara de los comunes respecto al senado.
C. La transformación cultural
Fromm, consciente de la importancia de un buen sistema educativo,
indica las deficiencias de las instituciones escolares en la sociedad
capitalista, preocupadas simplemente por impartir los conocimientos necesarios
para sacar adelante a la sociedad industrializada, que sólo necesita unos
valores idóneos: ambición, competitividad, respeto a la autoridad pero siendo
«moderadamente independiente», amistad sin un compromiso profundo con las
personas, etc. Fromm, por el contrario, pide una unión entre educación teórica
y práctica, invoca la formación permanente de los adultos, requiere un arte
que, a semejanza del medieval, no sea obra de unos artistas separados de la
realidad y de la vida misma, sino que cree la unión entre los hombres y la de
estos con la realidad.
Otro elemento importante de la vida social del hombre se encuentra en
los ritos. Nuestra cultura, caracterizada por el consumismo y por la pasividad,
los rechaza porque el rito supone participación y actividad: "¿Qué
esperamos de nuestra generación joven? ¿Qué pueden hacer cuando no tienen
oportunidades para desarrollar actividades artísticas significativas,
compartidas? ¿Qué otra cosa pueden hacer sino refugiarse en la bebida, en los
sueños del cine, en el delito, la neurosis, la locura? ¿De qué sirve no tener
casi analfabetos, tener la educación superior más amplia que haya existido en
cualquier tiempo, si no tenemos una expresión colectiva de la totalidad de
nuestras personalidades, ni un arte ni un ritual comunes?" (p. 287). Para
Fromm, una aldea primitiva con sus ritos está mentalmente más sana y también
más desarrollada incluso estando formada por analfabetos, que esta república
nuestra, compuesta por consumidores y radioyentes. Ninguna sociedad sana puede
construirse usando exclusivamente la razón instrumental y respondiendo a la
demanda de cultura con comics, fanatismo deportivo y novelas policíacas.
Fromm enumera los diversos intentos, a partir de la Revolución
Francesa, para hacer revivir los rituales colectivos. Cualquier patriotismo
tiene algún rito, pero —añade— ninguno de ellos ha alcanzado la importancia que
han tenido los ya perdidos rituales religiosos. Reconoce la pobreza de esas
tentativas y el hecho de que los rituales no puedan ser producidos
artificialmente; pero confía en que, si se reconoce la necesidad de rituales
como algo característico de la naturaleza humana, aparecerán nuevos talentos
capaces de suscitar respuestas colectivas.
Se hace finalmente la pregunta sobre la religión verdadera y
auténtica. A Fromm le interesa el universalismo de las religiones monoteístas,
la fraternidad, la unión de la humanidad, más que sus presuntas verdades
absolutas: "podemos unirnos en una firme negación de la idolatría y
encontrar quizá en esta negación más elementos de una fe común que en
cualesquiera aseveraciones acerca de Dios. Seguramente encontraremos más
humildad y más amor fraterno. Esto sigue siendo cierto aunque se crea, como
creo yo, que los conceptos teísticos están llamados a desaparecer en el
desenvolvimiento futuro de la humanidad" (p. 290). Por eso termina el
capítulo expresando el deseo y la esperanza de que un día aparezca sobre el
mundo el maestro que enseñe a los hombres esta nueva religión.
D. Sumario-conclusión
Fromm traza a grandes rasgos el desarrollo de la historia humana.
Mientras que alrededor del 500 antes de Cristo aparecían, en Oriente y en
países de la cuenca mediterránea, las grandes ideas que iban a transformar a la
humanidad, la Europa bárbara del Norte seguía durmiendo. La Iglesia consiguió
convertirla, y de ese Continente salió una nueva revolución de las ideas. Más
tarde, con el poder de la técnica, se difundió la esperanza de poder tener a
disposición propia los bienes de todos, librándose del miedo y del poder
secular y clerical.
El hombre ilustrado, sigue Fromm, encontrándose solo con su conciencia
y con su razón como únicos jueces de sus acciones, se asustó de esa libertad
apenas recuperada: había encontrado la libertad para, sin haber
alcanzado sin embargo la libertad de, e intentó huir de ella para
entregarse a poderes totalitarios: al poder de la industria y, sobre todo, al
gran ídolo de la burocracia, sofocador del individualismo, que fue pionero en
el camino de la libertad. De este modo concluye Fromm los esfuerzos del hombre,
que se dirigían a crear una sociedad más sana — una sociedad en la que los
hombres habrían desarrollado tal grado de independencia que podrían conocer la
diferencia entre el bien y el mal— cambiaron de rumbo orientándose hacia una
sociedad que conduce a los hombres a la neurosis, y a la humanidad a la
autodestrucción: "el peligro del futuro está en que los hombres se
conviertan en robots o autómatas. Cierto es que los autómatas no se rebelan.
Pero, dada la naturaleza del hombre, los robots no pueden vivir y
permanecer cuerdos: se convierten en "Golems", destruirán su mundo y
a sí mismos porque no pueden resistir el tedio de una vida sin sentido"
(p. 298).
II. VALORACIÓN CRITICA
Las obras de Fromm han recibido abundantes críticas desde las diversas
disciplinas relacionadas con sus escritos (sociología, psicología,
antropología, religión) y desde distintos enfoques políticos (liberalismo,
marxismo, socialismo, etc.). La profusión de críticas revela, por lo menos, que
dichos escritos han suscitado un enorme interés, tanto en el hombre de la calle
como en ambientes intelectuales, desencadenando numerosas polémicas.
Psicoanálisis de la sociedad contemporánea no es una excepción. Como las restantes
obras del autor, ha gozado de un formidable éxito editorial, debido seguramente
a la notable erudición de que hace gala; al estilo divulgativo con toques de
penetrante análisis psicológico y acentos poéticos; a la mezcla de elementos
tomados en préstamo de diversas disciplinas; al sincretismo religioso, unido a
una moral puramente humana, etc.
Dos son los puntos por los que esta obra ocupa un lugar destacado en
la producción de Fromm:
A. La elaboración de un nuevo método para
analizar los males (políticos, económicos, sociales y, sobre todo, humanos) que
amenazan a nuestra sociedad, y para tratar de encontrar los remedios oportunos.
B. La propuesta de un socialismo comunitario
para alcanzar esa sociedad sana, meta de la evolución humana.
A. La elaboración de un nuevo método
Aunque Fromm no teoriza sobre el método capaz de darnos la clave para
resolver los problemas políticos, sociales y psicológicos, parece estar convencido
de la existencia de ese método. La manifestación más clara de este
convencimiento se aprecia en el modo en que Fromm analiza una cuestión tan
compleja como es la de la evolución histórica de la Humanidad.
Fromm considera que el proceso histórico-evolutivo del hombre se
reduce a tres fases: el matriarcado, el patriarcado y la sociedad futura. Las
dos primeras fases se caracterizan por la presencia de elementos positivos
junto con elementos negativos. El matriarcado está marcado por dos rasgos: el amor
materno, que es positivo, y el exceso de seguridad, que es negativo. El
patriarcado, en cambio, se caracteriza por otros dos rasgos que, en cierto
sentido, son la antítesis de la etapa precedente: el rasgo positivo de la
independencia y el negativo de la falta de seguridad, pues el padre castiga al
hijo cuando desobedece sus mandatos. La tercera fase, propia de la sociedad
futura, corresponde a la síntesis de los elementos positivos del matriarcado y
los del patriarcado, pues el individuo de esa sociedad gozará al mismo tiempo
de independencia y de seguridad.
Como puede observarse, el esquema del proceso histórico-evolutivo es
esencialmente dialéctico. Pero no es dialéctico en sentido hegeliano, porque
para Fromm el proceso no es necesario, sino libre; de ahí que sea posible la
permanencia o fijación en una de las fases, la regresión a una fase precedente
o, incluso, la destrucción del proceso por una guerra de proporciones
planetarias. Nos encontramos así con un proceso que tiene una finalidad clara, la
cual sin embargo se halla supeditada a la libertad humana.
¿De dónde deriva la idea de un proceso supeditado a la libertad?
Parece que existe un proceso con las características señaladas por Fromm: el
proceso de madurez psicológica del hombre. En efecto, este proceso contiene a
la vez las dos características mencionadas anteriormente: está orientado hacia
una meta, pero esta no se alcanza sin hacer uso de la libertad.
Esta tesis se ve confirmada al analizar el modo en que Fromm describe
el proceso de madurez psicológica, pues éste es similar al proceso
histórico-evolutivo. Según Fromm, el proceso de madurez psicológica engloba las
etapas que van desde la perfecta seguridad inconsciente del embrión en el seno
materno hasta la completa madurez del individuo psicológicamente sano, pasando
por las fases intermedias de la inseguridad parcial y de la libertad
incompleta. También, como en el proceso histórico-evolutivo, el éxito del
proceso psicológico no está garantizado: son muchos los obstáculos e insidias
que deben vencerse. La insidia principal son los lazos que unen al hijo con sus
progenitores. En sí mismos, son lazos naturales y, como tales, positivos; pero
dan origen a trastornos psíquicos cuando se mantienen indefinidamente
impidiendo o dificultando el desarrollo de la personalidad del hijo: una madre
posesiva puede impedir que su hijo alcance la individualidad, lo mismo que el
padre excesivamente autoritario; en el primer caso, por exceso de seguridad; en
el segundo, por miedo a hacer uso de la propia libertad.
Basta tener en cuenta la identidad o, por lo menos, semejanza entre
los dos tipos de procesos histórico-evolutivo y psicológico para concluir que
el método utilizado por Fromm es de carácter psicológico: sólo el análisis de
la evolución de la psique humana conduce al establecimiento de esas tres fases.
Al método utilizado por Fromm se le pueden dirigir fundamentalmente
dos críticas:
1) No se puede describir el proceso psíquico ni el histórico-evolutivo
como compuesto necesariamente por tres fases.
El proceso psíquico de madurez no se puede describir como si estuviera
formado por tres fases. Aunque el proceso psíquico descrito por Fromm se
realiza en bastantes individuos, no se da en todos: muchos no pasan por las
etapas señaladas por Fromm, debido a que carecen de uno o de ambos progenitores
o a que son educados en el seno de familias polígamas. Y, a pesar de todo,
alcanzan la madurez humana. Por otra parte, en el proceso de formación del
individuo intervienen muchos elementos, entre los cuales hay que destacar uno
tan primario como es el de los hermanos. Valores tan importantes en el
desarrollo de una personalidad madura, como la solidaridad, la imitación, la
colaboración y, sobre todo, el amor fraterno, están estrechamente relacionados
con este elemento real, pero imposible de ser esquematizado debido a su riqueza
significativa. Por último, aunque las deficiencias en el proceso explican
algunos tipos de neurosis, no pueden dar cuenta de todos los fenómenos
patológicos, por la sencilla razón de que en su producción no influye una sola
causa, sino una multiplicidad, algunas de las cuales escapan de la libertad
humana, por ejemplo los trastornos fisiológicos, los acontecimientos
biográficos o históricos, etc.
Si en el ámbito psicológico no puede hablarse por tanto de un proceso
en tres fases que conduzca a la madurez, aún es más difícil pretenderlo en el
terreno histórico. En primer lugar, porque los desarrollos de las estructuras
sociales presentan una mayor complejidad que la evolución de la personalidad. La
división de la historia humana en tres etapas: matriarcado, patriarcado,
sociedad futura, si bien puede aplicarse con bastantes reservas a la cultura
occidental, no sirve para otras culturas, como ha sostenido la antropóloga Ruth
Benedict, quien rechaza la formulación de una tesis semejante antes de haber
realizado un estudio de otras organizaciones primitivas (Cfr. Escape from
freedom-a synoptic series of reviews, pp. 111-113). Por otra parte, como
también sostiene Benedict, en las sociedades matriarcales como la de los arapesh,
indígenas americanos, hay lazos primarios positivos que implican ya la
existencia de una individualidad productiva armónica que, según Fromm, se daría
sólo en la sociedad futura.
2) No se puede reducir el proceso histórico-evolutivo a proceso
psíquico, ni a la inversa.
El proceso histórico y el proceso psicológico no son idénticos. El
punto más discutible de Fromm no es la aplicación de un esquema reductivo a la
realidad psíquica o histórica que, por su gran riqueza y por el influjo de la
libertad, lo supera ampliamente, sino la identidad que establece entre los dos
tipos de procesos, en cuanto que el proceso histórico es una proyección del
proceso psíquico.
El mismo Fromm se da cuenta de esta falta de identidad, pues hay
procesos históricos como el nacimiento y difusión de una religión o de una
confesión religiosa que no sólo son irreductibles a un proceso psíquico, sino
que incluso producen un importante influjo en el proceso psíquico de madurez y
en el histórico-evolutivo. Pero, en lugar de buscar un método más adecuado que
el psíquico para estudiar los fenómenos históricos, Fromm recurre a una
relación circular entre el proceso psíquico y el proceso histórico. Para ver
con claridad en qué consiste esa relación circular, analizaremos la explicación
que Fromm da acerca de la difusión del protestantismo. Según él, este fenómeno
histórico se produjo del siguiente modo: el colapso de la sociedad medieval
amenazó la clase media; esta amenaza provocó un sentimiento impotente de
aislamiento y de duda; este cambio psicológico fue responsable, a su vez, del
gran poder de convocatoria que tuvieron las doctrinas de Lutero y de Calvino.
Parece claro que, para Fromm, la causa de la difusión del
protestantismo se debe buscar en última instancia en el cambio de estructura
social, causado a su vez por el cambio económico, pero a través de la patología
psicológica. Los cambios sociales influyen, pues, en los cambios culturales, en
la medida en que suponen el nacimiento y estabilización de una nueva ideología;
a su vez, la nueva ideología tiende a intensificar los cambios sociales que le
han dado origen.
Es indudable que, como sostiene Fromm, los cambios económicos influyen
en los cambios sociales, pero no lo es menos que los cambios sociales influyen en
los cambios económicos; algo análogo debe decirse también respecto a la
interrelación entre cambios culturales y cambios psicológicos, y entre cambios
culturales y cambios sociales o entre cambios psicológicos y cambios sociales.
En definitiva no es posible señalar una causa única, a partir de la cual se
producen los diferentes cambios, sino sólo factores entre los que se da una
interrelación. De ahí que no se pueda afirmar, como hace Fromm, que el cambio
psicológico tenga simplemente una función de mediación entre el cambio social
(la causa) y el cambio cultural (el efecto); sino que los tres cambios pueden
actuar como causa o como efecto, según las circunstancias. Considerar que uno
de los factores actúa siempre como causa conduce a forzar el análisis del
fenómeno, produciendo interpretaciones que se oponen entre sí y que, además,
son difícilmente verificables. Así frente a la explicación de Fromm que parte
del factor económico, la de A. Green parte del factor cultural: «luteranismo y
calvinismo condujeron a la libertad religiosa, que fue acompañada por un nuevo
sentimiento de impotencia y ansiedad» (Sociological analysis of Horney and
Fromm, «The american journal of Sociology», LI, 6, 1946, pp. 533-40). Por
otro lado, afirmar que el capitalismo es la causa de la difusión de la Reforma,
a través del individuo aislado y corroído por la duda, y que, a su vez, el
protestantismo favorece la difusión del capitalismo, no parece explicar por qué
el capitalismo se ha difundido también en los países católicos e, incluso, en
países no cristianos.
Aunque en la relación entre el proceso histórico-evolutivo y el
psicológico es inaceptable una causalidad como la sostenida por Fromm, no se
puede negar que exista una interrelación entre los dos procesos. Desde este
punto de vista, Fromm tiene razón cuando critica la psicología de Sullivan por
su carácter reductivo, es decir, porque considera que la única causa de los
trastornos psíquicos es de carácter social (en concreto se trata de una
inadaptación a la sociedad en que se vive). No se da cuenta Sullivan de que a
veces los trastornos surgen de la adaptación a determinados tipos de sociedad
en las que, como ha puesto de relieve Fromm al estudiar la sociedad consumista,
no puede desarrollarse una personalidad sana. Sin embargo no puede negarse que,
en ocasiones, las neurosis se producen por falta de adaptación o por una mala
adaptación. En caso contrario, bastaría lograr una sociedad sana para hacer que
las neurosis desaparecieran o, por lo menos, aquellas que se hallan ligadas a
la ambición, a la competitividad, al conformismo, a la superficialidad, a la
conciliación ambigua de las contradicciones y, sobre todo, al «mercado de la
personalidad». Esto es lo que Fromm parece sostener cuando habla del socialismo
comunitario como modelo de sociedad sana.
B. La propuesta del socialismo comunitario como modelo de sociedad
sana.
Fromm llega a esta conclusión tras haber analizado críticamente los
dos sistemas socio-económicos de mayor influjo y extensión: el capitalismo y el
comunismo. Las lacras denunciadas por Fromm son reales: el capitalismo radical
favorece el egoísmo humano, la insolidaridad, la competitividad despiadada; y
el comunismo, la falta de libertad, la represión violenta. Los dos sistemas, a
pesar de los rasgos diferenciadores, coinciden en ser profundamente inhumanos.
Frente a ellos, el socialismo comunitario se presenta como la superación de los
aspectos negativos anteriormente señalados: en contra del capitalismo, el
socialismo exige vencer el falso egoísmo (egoísmo malo, en palabras de Fromm),
abrirse a los problemas de los demás y preocuparse de su felicidad; en contra
del comunismo, exige renunciar al proceso de centralización dando autonomía a
los grupos intermedios, y dejar a un lado la fuerza para crear la nueva sociedad
con la fuerza de la razón.
Las críticas que Fromm realiza son bastante acertadas, si bien el
enfoque adoptado es fundamentalmente marxista. Según Fromm, el capitalismo
parte de una premisa que aparentemente es la misma del socialismo: la atención
del Estado debe centrarse en la persona humana y en el derecho de ésta al
autodesarrollo, pero —añade enseguida— se aprecia la auténtica meta de estas
nuevas ideas: el aumento de la productividad a través de la competición. La
crítica que hace del comunismo es también la de ser un sistema inhumano, en el
que se explota al hombre, se lo somete con el terror o se lo destruye. Pero,
mientras el capitalismo es un sistema radicalmente corrompido, en tanto que
pretende la explotación del hombre por el hombre, el comunismo es sólo una
corrupción de buenos principios: los principios del socialismo. La distinta
valoración de capitalismo y comunismo no se realiza, por tanto, atendiendo al
sistema en sí mismo, sino al punto de partida: una falsa preocupación en el
hombre, en el primer caso; una preocupación real pero mal realizada, en el
segundo.
Lo que Fromm no parece descubrir es la unión profunda, puesto que se
da en la misma raíz, que existe entre liberalismo y socialismo: uno y otro
nacen de una concepción que niega la transcendencia y reclama para el hombre
una autonomía absoluta. De ahí que sea absurdo el intento de Fromm de
establecer un parentesco entre el socialismo comunitario y las religiones, pues
en opinión suya el socialismo recogería los valores humanistas contenidos en
las religiones y en la filosofía, despojándolos de todo aquello que les es
ajeno, por ejemplo el carácter de criatura, la dependencia respecto a un Ser
creador, etc.
Es en ese concepto reductivo de hombre en donde pensamos que se debe
buscar el error de esos dos sistemas, y no en la finalidad real o encubierta
que cada uno persigue. Ciertamente, para demostrar esta tesis, sería necesario
hacer un estudio detallado del modo en que de la autonomía humana se desprenden
capitalismo, socialismo y otros posibles sistemas socio-económicos que atentan
contra la dignidad del hombre, pero esta labor por su extensión y complejidad
excede el presente estudio. Algo se puede decir, sin embargo: la autonomía del
hombre respecto a Dios, no es verdadera libertad, aunque sí suponga el uso de
ésta, porque rompe el lazo que une el hombre a su origen y a su fin, falseando
así la verdad más profunda del hombre, su condición de criatura. Una vez
separada de su origen y de su fin, la libertad se erige en libertad absoluta;
por eso, la libertad para la nada (destrucción o autodestrucción), libertad
para satisfacer cualquier tipo de deseo, etc. son, si se rechaza la
transcendencia, igualmente legítimas. De ahí que la distinción de Fromm entre libertad
de y libertad para (distinción fenomenológica que nos parece
verdadera) no tenga sentido para un planteamiento de libertad de como
autonomía absoluta del hombre, pues una vez obtenida la independencia de la
libertad respecto de la transcendencia, no existe una única libertad para,
sino una multiplicidad. Si Fromm fuera coherente con su planteamiento de
autonomía absoluta del hombre, no debería juzgar —como en cambio hace— los
diferentes tipos de libertad para (salvo, claro está, la libertad para el
amor productivo) como libertad negativa, es decir, como huida de la
libertad: si no se acepta la existencia en el hombre de una dependencia
respecto a un origen que es también fin, no se puede sostener que en el hombre
haya algunas posibilidades de ejercitar la libertad que lo alejan de la
verdadera libertad.
Fromm por supuesto no aceptaría esta crítica porque, para él, Dios no
es un ser personal, sino solamente la idea de padre que, en lugar de ser
interiorizada por el hombre es colocada en un ser irreal, creado por el hombre
mismo. Por eso es coherente cuando, contra el ateísmo militante, Fromm defiende
algunas religiones, como la judía y la católica, por el alto valor humano que
tienen, y lo es igualmente, cuando considera que en una sociedad futura, en la
que el individuo consiga interiorizar la figura del padre y de la madre, la
religión desaparecerá por carecer de sentido.
El problema es que, si Dios no existe, se debería intentar fundar de
algún modo los valores que según Fromm posee y promueve el socialismo
comunitario. Ciertamente es posible hablar de valores humanos como el amor, la
fraternidad universal, la colaboración, pero ¿por qué motivo no son también
valores la competitividad, el deseo de triunfar, etc.? Fromm acepta
pacíficamente que hay una serie de valores humanos, reconocidos como tales por
la mayor parte de las religiones. No se toma la molestia de examinar por qué
son valores, ni si la concepción del hombre que aparece en las religiones es
escindible de la creencia en la transcendencia o bien se halla fundamentada en
ésta. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de que, por ejemplo, la
caridad cristiana se funda en el amor que Dios se tiene a sí mismo; sin la
existencia de un Dios que se ama eterna y perfectamente, la caridad cristiana
se transforma en filantropía: amor al hombre por sí mismo.
Pero un amor de este tipo, es utópico. Fromm, en cambio, pretende
demostrar su posibilidad a través de la distinción entre egoísmo bueno y
egoísmo malo o, en palabras de Fromm, entre egoísmo real o sano y egoísmo falso
o patológico. En Fromm, la bondad se identifica con lo real y con la salud
psíquica: es bueno lo que es saludable psíquicamente y es saludable lo que es
real. La identificación entre bondad ética y salud mental es tal vez el punto
más débil del libro y, en general, de la obra de Fromm. Para Fromm la
alienación social o individual supondría una huida de la realidad, mientras que
la salud equivaldría a la aceptación de la realidad. El problema es qué se
entiende por realidad. Fromm, que en algunos puntos se muestra seguidor del
psicoanálisis de Freud, no acepta sin embargo la distinción entre los dos
principios: el del placer y el de realidad (este último es represor del
primero); para Fromm, en cambio, el principio de realidad es la naturaleza
humana con su dicotomía fundamental de animalidad y autoconciencia: una
dicotomía que nunca se logrará eliminar, pero que se puede mantener en
equilibrio; negarla o romper el equilibrio a favor de una de las partes, supone
vivir en la irrealidad. La animalidad lleva a satisfacer los instintos más
básicos mediante la unión con la naturaleza, mientras la autoconciencia conduce
a la separación y a la vez a la toma de conciencia del carácter social de la
naturaleza humana. De la animalidad surge el egoísmo, de la autoconciencia el
amor a los demás. El equilibrio se obtiene en lo que Fromm llama egoísmo bueno,
porque el que se ama verdaderamente ama a los demás, ya que el amor es
indivisible: el amor a sí o a los otros es amor de las cualidades humanas, es
decir, es amor al hombre en cuanto tal; en el egoísmo malo, en cambio, la
persona «parece preocuparse demasiado de sí misma, pero en realidad intenta
vanamente cubrir y compensar el fracaso en el cuidado del verdadero sí mismo» (Man
for himself — an inquiry into the psychology of ethics, Rihehart, New York
1947, p. 131).
Fromm tiene razón en lo que afirma sobre el egoísmo malo, no así en su
tesis del egoísmo bueno, pues el amor a las cualidades del hombre en abstracto
no hace nacer el amor ni de sí mismo ni de los demás individuos. Tanto el amor
a sí mismo como a los demás es un amor a seres particulares y no a
abstracciones (la abstracción posee una bondad muy limitada porque no es un ser
real, sino un ente de razón). El amor a sí mismo nace de la tendencia a ser y a
mantenerse en el ser, la tendencia más básica que se encuentra en el origen de
las demás tendencias. Pero este mantenerse en el ser, en el hombre, sólo en
contadas ocasiones prescinde del modo de vivir que corresponde al hombre en
cuanto ser racional; lo cual, desde otra perspectiva, es lo mismo que decir ser
social. El amor a los demás está pues contenido, de algún modo, en el amor a sí
mismo que, precisamente por eso, puede ponerse como modelo de amor a los demás.
El problema surge cuando hay un enfrentamiento entre el amor de sí y el amor a
los demás o cuando no se sabe hasta dónde se debe llegar en el amor a los
demás. La entrega de la propia vida por los demás excede los límites del
equilibrio natural entre estos dos amores y pertenece al orden de la caridad.
Por otra parte, el amor a todos por igual no sólo es humanamente
imposible (cada uno tiene preferencias afectivas que se refieren a cualidades
concretas poseídas por las personas en distinto grado), sino que es injusto, en
la medida en que los lazos de parentesco, de amistad, etc. no deben ser dejados
de lado. Un amor en el que no exista una jerarquía es, además de falso,
radicalmente injusto, pues las personas que nos han dado más amor deben ser más
queridas. Sólo una concepción del amor como espontaneidad productiva que sólo
es deudora de la propia capacidad de dar, puede pretender un amor a todos en
términos de absoluta igualdad. Por otra parte, no existe un solo modelo de amor
(para Fromm sería el amor fraterno), precisamente porque el amor es jerárquico,
sino una diversidad de modelos: el amor paterno, esponsal, fraterno, filial. Si
se reducen estos tipos de amor a uno solo, se va contra la misma naturaleza del
amor y las relaciones interpersonales se hacen antinaturales.
El socialismo comunitario de Fromm, fundado en los conceptos de la
fraternidad universal y del amor como actividad productiva, tiene todas las
características de una fe en el hombre. En efecto, el socialismo comunitario se
presenta como unión o comunión de todos los hombres en los contenidos anteriormente
mencionados, en los que los hombres pueden comprenderse recíprocamente; estos
contenidos tienen, además, la virtud de dar sentido a la vida del hombre y de
ser los cimientos para construir una comunidad que supere a los individuos
permitiéndoles al mismo tiempo mantener su personalidad. Como cualquier otra fe
humana el socialismo comunitario pretende una obediencia de todos los hombres.
Y es aquí, como en cualquier otra fe humana, en donde el socialismo comunitario
naufraga, pues la obediencia que exige no puede fundarse en la confianza en un
Ser de verdad infinita, sino sólo en el consenso humano; pero por más numeroso
que sea este y por más que se reduzcan los contenidos para alcanzarlo, nunca
existirá un consenso perfecto, sino que siempre dejará fuera algunas personas
o, por lo menos, algunos contenidos.
III. VALORACIÓN DOCTRINAL
Se ha dicho con razón que la mayor mentira es una verdad a medias.
Este es el motivo por el que la obra de Fromm, a pesar de los muchos aciertos y
valores positivos, ha ejercido un notable influjo negativo en un vasto público.
En efecto, la obra de Fromm, que afirma verdades importantes —como el concepto
de una naturaleza humana abierta al amor—, que propone algunas máximas morales
de gran transcendencia, y que se muestra defensora de numerosos valores
positivos, tiene el gran defecto de rechazar como verdadero el más pequeño
atisbo de transcendencia.
La posición de Fromm respecto a la religión es clara: la idea de Dios,
común a las principales religiones, es necesaria para la educación del hombre,
para ayudarle a superar los egoísmos, los particularismos. La Biblia, incluido
el Nuevo Testamento, desarrolla aún más la función humanizadora de las
religiones, abriendo el corazón humano a la fraternidad universal, al
altruismo, a la universalidad. Sin embargo —lo dice también claramente en otros
libros, como en El arte de amar— una vez que la Humanidad alcance la
madurez, la religión desaparecerá, pues, al poseer los valores a que aspiraba,
el hombre se dará cuenta de que aquel Dios a quien hasta entonces había estado
adorando era el hombre mismo.
En la evolución del hombre religioso al hombre maduro, Fromm ve un
proceso semejante al que se da en el paso de la niñez a la adolescencia: el
niño tiene necesidad de los padres para vivir, aprender y crecer hacia la plena
autonomía; pero una vez alcanzada ésta, los padres deben mantenerse al margen
pues ya no hacen falta. La comparación es sugestiva pero muy endeble, pues, si
bien la ayuda material de los padres puede dejar de ser necesaria, no es
posible negar su existencia, ni el vínculo que une a ellos, ni los lazos
afectivos permanentes que son propios de la naturaleza humana; el mandato de
"honrar padre y madre" no es, en definitiva, sólo para los menores de
edad. Si esto sucede en el caso de los padres terrenos, en el caso de la
paternidad divina con mayor razón: no es posible alcanzar la autonomía, porque
nuestra dependencia respecto a Dios es completa y nuestra madurez o perfección
humana se alcanza en la medida en que le amamos.
Cuando se afirma que Fromm acepta una Biblia sin Dios, en realidad se
entiende una adhesión genérica a algunos valores de fondo, y no a lo que
constituye el fundamento de los Libros sagrados: la actuación de Dios en la
historia de los hombres y la revelación de su vida íntima. Esto mismo le lleva
a no ver diferencias entre la Biblia y el contenido de las demás religiones.
Ciertamente establece una jerarquía desde el punto de vista de la sabiduría
alcanzada, situando al cristianismo en primer lugar, no porque distinga en él
algo sobrenatural, sino porque ve en él más universalidad y más fraternidad que
en las restantes religiones. Dentro del cristianismo, a su vez, da la
preeminencia al catolicismo, porque a través de la función desempeñada por la
Virgen María se educa al hombre en valores como la ternura y el amor, ajenos al
protestantismo.
La obra de Fromm contribuye así a aumentar la gran confusión actual,
que lleva a juzgar positivamente la dimensión religiosa del hombre si bien de modo
parcial, como un rincón de la intimidad humana lleno de misterio. Los distintos
tipos de religiones, sectas y cultos aparecen como otras tantas manifestaciones
posibles y, en cuanto posibles, no necesarias de esa dimensión. Se llega así a
un sincretismo religioso, en el que la religión se reduce a un simple
sentimiento humanitario. La elección de una religión o de otra no tiene nada
que ver con la verdad, sino sólo con la simpatía hacia ciertos valores, cuando
no es el simple apuntarse a una especie de club o sociedad de amigos. Fromm,
que en su libro ¿Tener o ser? denuncia muchas idolatrías, muchos
egoísmos sutiles, propios del tener, del poseer, del poder que garantiza
el ser apreciado verdadera o aparentemente por los demás, no se da cuenta de
que su crítica a la religión parte de una idolatría más perniciosa: la de
sustituir a Dios por un hombre que, sin Dios, se rebaja a la animalidad o a la
soberbia más cegadora.
El hombre, sin Dios, sigue necesitando fe, esperanza y amor para dar
sentido a su existencia. Claro está que estas tres virtudes ya no tendrán a
Dios ni como objeto ni como fin, sino sólo al hombre. Pero, por más hermoso que
sea el ideal humano en el que descansen estas tres virtudes, no se alcanzará
nunca la meta, porque ésta no es más que un espejismo. Fromm elige para sí y
para la sociedad futura el ideal del amor productivo. Pero para hacerlo
realidad, no basta la elección, sino que hay que mantenerla, especialmente
cuando hay dificultades o cuando parece imposible de ser llevado a la práctica.
Este mantener la elección es propio de la virtud de la esperanza, que en este
caso nace de una fe humana, fe en la verdad y bondad de ese ideal. Pero la fe
en un ideal humano, por muy grande que sea, no puede transmitirse con la misma
fuerza con que nació en el alma del primero que la tuvo; con el tiempo se
desgasta, se desvirtúa y se convierte sólo en un ideal más, que convoca sólo a
unos pocos. Fromm ha podido infundir esperanzas en algunos cenáculos de
intelectuales inconformistas y en personas deseosas de recuperar valores
perdidos; pero la consistencia real de su sistema no supera a la de otras
muchas utopías.
U.B. — A.M.
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