Beyond
the Chains of Illusion. My Encounter with Marx and Freud
Copyright,
1962, by Pocket Books, Inc. New York, USA.
(Se sigue el texto de la
traducción al castellano: Más allá de las cadenas de la Ilusión. Mi
encuentro con Marx y Freud. Herrero Hermanos, SUCS, S. A., Colección «Credo»,
México, 1971, Cuarta edición).
CONTENIDO DE LA OBRA
ÍNDICE
La colección «Credo». Su sentido
y función ....................... 1
I. Algunos antecedentes personales .............................. 13
II. Fundamentos comunes ....................................... 21
III. El concepto del hombre y su naturaleza .............. 32
IV. La evolución humana ......................................... 37
V. Motivación humana ............................................ 41
VI. El individuo enfermo y la sociedad enferma ......... 45
VII. El concepto de salud mental ............................... 60
VIII. Carácter individual y social ................................. 66
IX. El inconsciente social .......................................... 79
X. El destino de ambas teorías .............................. 113
XI. Algunas ideas afines ......................................... 124
XII. Credo............................................................... 144
I. Algunos antecedentes personales (pp.
13-20)
Este libro de Fromm proporciona, sobre todo en
este primer capítulo, una clave para comprender en gran parte todas las demás
obras del autor. Se trata, en cierto modo, de una autobiografía intelectual en
la que empieza seleccionando unas cuantas experiencias de su adolescencia que
le condujeron a su posterior interés por las teorías de Freud y de Marx: como
él, hebreos de lengua alemana.
Hijo único, con un padre
angustiado y taciturno y una madre predispuesta a las depresiones, el
adolescente acusa el impacto de diversas experiencias que le desconciertan.
Cuando conoce las teorías freudianas, éstas le parecieron encerrar la respuesta
a su aterradora y enigmática experiencia (p. 14).
El interés por las ideas de Marx
tiene otro origen. Educado en el seno de una familia judía observante, en su
infancia se familiarizó con los textos bíblicos. La promesa de paz universal
que anuncian los profetas le conmueve. Él lo atribuye a su abrumador deseo de trascender
el aislamiento emocional de un muchacho solitario y mimado (p. 15).
Sobreviene la guerra de 1914. Perplejidad,
rebeldía. Le acucia una cuestión: ¿cómo era posible que estallase una guerra
cuando todo el mundo proclamaba que no la deseaba? A los dieciocho años se
encuentra escéptico, poseído por la convicción de que hay que dudar de todo.
Entonces se encuentra con los sistemas de Marx y Freud. Su pensamiento quedará
desde entonces ligado a esos dos autores. De todos modos deja bien claro que de
ninguna manera piensa que puedan equipararse uno y otro en cuanto a talla
intelectual e importancia histórica. Dice textualmente: «Marx es una figura de
significación histórica mundial con quien Freud no puede compararse» (p. 19). Y
añade: «aparte de este hecho histórico, considero a Marx, el pensador, de mucha
mayor profundidad y alcance que Freud» (p. 20).
Acaba el capítulo recordando su
condición de psiquiatra de profesión y de político amateur, y
manifestando su esfuerzo por relacionar las teorías de ambos autores y su
influencia a pesar de algunas divergencias entre ambos.
II. Fundamentos
comunes (pp. 21-31)
1. De
omnibus est dubitandum. 2. Nihil humanum a me alienum puto. 3. Veritas liberabit vos. Según
Fromm —que no señala la procedencia de esas tres frases universalmente
conocidas—, éstas serían las tres ideas fundamentales y comunes del pensamiento
de Marx y Freud.
a) Ante todo, la duda. Actitud
crítica dirigida a la idea que el hombre tiene de sí mismo y de los otros. Esa
idea no corresponde a la realidad, porque está determinada —según Marx— por la
organización socioeconómica de la sociedad, y —según Freud— por la estructura
libidinal del individuo.
b) La verdad libera al individuo
y pone las cosas en su lugar. Le quita las ilusiones que lo enajenan. Marx y
Freud podrían suscribir juntos esta afirmación: el hombre vive de ilusiones
porque estas ilusiones le hacen llevadero el dolor de la vida real (p. 22).
El programa marxista y la
terapéutica freudiana se basarían por igual en la desvelación de la realidad.
Para eso es preciso destruir la «ilusión». La exigencia de abandonar las
ilusiones sobre su condición es, para el hombre, la exigencia de abandonar una
condición que necesita de ilusiones (Marx, «Zur Kritik der Hegelschen
Rechtsphilosophie») (pp. 24-95).
c) Humanistas ambos. En el
sentido de que para los dos, cada hombre representa a toda la humanidad. Marx
entroncaría con lo más representativo de la tradición humanista occidental (p.
24).
Freud merecería la misma
denominación por su concepto del inconsciente: todos los hombres comparten los
mismos deseos inconscientes y pueden entenderse entre sí tan pronto como se
internen en ese mundo subterráneo del inconsciente común.
d) Enfoque dinámico y dialéctico
de la realidad. Fromm señala una cuarta característica esencial y común de
ambos sistemas, y la considera fundamental y especialmente valiosa. Dicho
enfoque consistiría en comprender las fuerzas que, detrás de los meros hechos,
crearon la pauta de una conducta determinada. Eso sería lo único que permitiría
una predicción científica de la conducta futura del individuo y de la sociedad
(p. 25).
La contradicción entre el de
omnibus dubitandum y veritas liberabit vos, la resuelve Fromm al modo
marxista, es decir, no aceptando una verdad objetiva, medida del hombre. Hay
que dudar de todos los conocimientos naturales, hasta llegar a una certeza: la
estructura dialéctica de la realidad. Es patente el paralelismo con Descartes,
y como en él, la única justificación de este proceso está en la voluntad de
dudar de todo, en el «dudo porque quiero», como plena afirmación de sí: la
negación del objeto que me niega por distinto de mí (estructura dialéctica).
III. El concepto del hombre y su
naturaleza (pp. 32-36)
IV. La evolución humana (pp.
37-40)
V. Motivación humana (pp. 41-48)
Tres capítulos muy breves en los
que el autor presenta convergencias y discrepancias de sus maestros acerca de
esos respectivos temas.
A. Naturaleza humana
Fromm afirma vigorosamente su existencia,
declarándose acorde en este punto con el pensamiento budista, la tradición
judeocristiana y la filosofía de la Ilustración (p. 32).
Marx distinguiría entre
naturaleza humana en general —un potencial dado, la materia prima humana que,
como tal, no puede modificarse— y una naturaleza humana modificable en cada
época histórica: el hombre concreto. El hombre —sostiene— es producto de la
historia y se transforma a sí mismo a lo largo de su historia (p. 35).
También Freud habla de naturaleza
humana, pero habría construido un modelo de acuerdo con el espíritu
materialista del siglo XIX. El hombre no sería más que una máquina impulsada
por una cantidad relativamente constante de energía sexual.
B. Evolución humana
Freud supone que la fuerza impulsora
principal del individuo, la energía sexual, sufre una evolución desde el
nacimiento hasta la pubertad. El desarrollo de la raza humana se asemejaría al
del individuo. El hombre primitivo vive satisfecho: no inhibe ningún instinto.
Pero no es creador de cultura. Su propia creación le obliga a renunciar a esa
satisfacción completa. Ese instinto frustrado se convierte en energía no
sexual, que es el nervio de la construcción de la civilización (sublimación).
Cuanto más civilizado, más se sublima el hombre, pero también más frustrado se
siente. Es más culto y más sabio, pero menos feliz y más expuesto a las
neurosis. El desarrollo histórico es pues ambivalente: por un lado, ventajoso;
negativo por otro.
Para Marx el concepto central de su teoría
evolutiva radica en el desarrollo de la relación entre el hombre y la
naturaleza. La progresiva independencia de ésta hace avanzar al hombre, lo hace
más él mismo. Cuando la naturaleza esté totalmente sometida, se iniciará la
verdadera historia humana (p. 40).
Aparece aquí la primera
divergencia. Marx tiene una fe inquebrantable en la perfectibilidad del
hombre (¿influencia de la Ilustración?). Freud se muestra escéptico al
respecto. Para él la evolución humana es algo trágico. Retroceder es perder
sabiduría. Avanzar supone mayor vulnerabilidad.
Fromm está de parte de Marx.
C. Motivación humana
Marx y Freud habían sido muy mal
interpretados en este punto, dice Fromm. Freud sostenía que el hombre está
motivado por fuerzas mutuamente conflictivas, y no solamente por el deseo de
satisfacción sexual. Marx había sido peor comprendido aún. En realidad, el
postulado del materialismo histórico marxista es que las formas de producción
del hombre determinan su manera de vivir y ésta, a su vez, determina su
pensamiento y la estructura social y política de su sociedad (p. 43).
VI. El individuo enfermo y la sociedad
enferma (pp. 46-59)
Marx y Freud se interesan ambos
por la enfermedad psíquica, aunque en distintos planos. Freud se ocupa de la
patología individual. Marx, de la patología social. Para el primero, el interés
se centra en el desequilibrio entre los impulsos instintivos y las exigencias
de la realidad (p. 57). Para Marx, la expresión más fundamental de la
psicopatología es la alienación (p. 45).
Fromm señala una estrecha
vinculación entre el fenómeno de la alienación y el de la transferencia (puntos
capitales, respectivamente, de los sistemas marxista y freudiano).
Divergencia entre ambos. Para
Marx, la raíz de la patología está en ciertas cualidades específicas de la organización
social. Para Freud, en las características del grupo familiar.
Fromm reprocha a Freud no tener
en cuenta que la familia no es sino el representante y agente de la sociedad
(p. 58).
Coincidencias. Ciertas
situaciones patológicas serían normales en cuanto que constituyen estadios
necesarios en el proceso de la evolución personal o colectiva. Es normal que el
niño sea dependiente y codicioso. No lo es que lo sea un adulto. Paralelamente
sería normal que el hombre primitivo, el feudal y el de la sociedad industrial
esté enajenado. Lo que no es normal es que se detenga en un estado que debería
haber superado (p. 59).
VII. El concepto de salud mental (pp.
60-65)
Si la enfermedad por antonomasia
es la enajenación, la verdadera salud mental será la independencia. Un
individuo sano es un individuo independiente (p. 61).
El objeto de esa independencia es
distinto para uno y otro autor. Para Freud, sano es sólo el hombre primitivo
(imagen desmentida por la antropología moderna, dice Fromm). De todos modos, Freud
tiene un criterio definitivo sobre la salud mental. Para él la persona «sana»
es aquella que ha llegado al «nivel genital» sin sufrir regresión, y que vive
una existencia adulta en que puede producir cosas y reproducir la raza. Más
aún, sano es el que se ha convertido en su propio amo, independiente del padre
y de la madre, y confía en su propia fuerza.
Fromm dice que ese concepto es el
de un miembro de la clase media de principios de siglo.
Para Marx la imagen del hombre sano
está arraigada en el concepto humanista del hombre independiente, activo y
productivo, tal como lo concibieron Spinoza, Goethe y Hegel. Para él la
independencia radica en el acto de la autocreación (p. 63). Aunque el autor no
lo diga, lo lógico aquí sería concluir que sólo habrá hombre sano si no hay
Dios.
VIII. Carácter individual y social (pp.
66-78)
Marx postuló la mutua dependencia
entre las bases económicas de la sociedad y las instituciones legales,
políticas, artísticas, etc. Las primeras determinarían las segundas, que forman
la «superestructura ideológica». Pero Marx no demostró de qué manera se
transforman las bases económicas en superestructura ideológica. Fromm estima
que es posible colmar esa laguna aplicando conceptos psicoanalíticos (p. 66).
La conexión entre las bases económicas y la superestructura ideológica
radicaría en el carácter social y en el inconsciente social.
El carácter social. Sólo sería posible explicarlo a
partir de la comprensión de uno de los más trancendentales descubrimientos de
Freud: su concepto dinámico del carácter: un sistema de impulsos que forman la
base de la conducta, pero que no se identifica con ella. El carácter sería la
motivación verdadera —casi siempre inconsciente— de una conducta dada.
Fromm define: Carácter social
es el carácter típico de una sociedad y representa la forma específica en la
cual se canaliza la energía de esa sociedad. Es decir, que si la energía de
la mayor parte de una población se canaliza en una misma dirección, sus
motivaciones serán las mismas y serán receptivas para las mismas ideas e
ideales.
También puede decirse —agrega—
que el carácter social es el núcleo de la estructura del carácter compartido
por la mayoría de los miembros de una misma cultura.
Fromm aclara que la esfera socioeconómica
de la sociedad, como factor determinante del carácter del hombre, es uno de los
polos de la interconexión entre el hombre y la organización social. El otro
polo es la naturaleza humana que moldea a su vez las condiciones sociales en
que vive el hombre. El anhelo de felicidad, de amor, de libertad, son
inherentes a la naturaleza humana y factores dinámicos en el proceso histórico.
No es sólo la base económica la
que crea un cierto carácter social que, a su vez, crea determinadas ideas. Las
ideas, una vez creadas, influyen sobre el carácter social e inciden
indirectamente en la estructura económica. El carácter social es el
intermediario entre la estructura socioeconómica y las ideas que imperan en la
sociedad. Y ofrece el siguiente esquema:
BASE ECONÓMICA
CARÁCTER SOCIAL
IDEAS E IDEALES
IX. El inconsciente social (pp.
79-112)
A partir del descubrimiento más
fundamental de Freud —el inconsciente—, Fromm deduce que así como hay un
inconsciente individual, hay también un inconsciente social. (En este punto se
encuentran algunas semejanzas entre el «inconsciente social» de Fromm y el
«inconsciente colectivo» de Jung, cuya misión sería fabricar unas ideas comunes
a un grupo de individuos: según Jung, éste sería, por ejemplo, el origen de los
dogmas cristianos.)
En el inconsciente individual se
daría una represión inconsciente de ciertos contenidos psíquicos, cuya percatación
tendría un resultado terapéutico, una vez vencida la resistencia ocasionada
por el temor.
Pero Freud fue más allá de
objetivos terapéuticos en el manejo del inconsciente. Él elaboró la teoría de
que la subjetividad del hombre está de hecho determinada por factores que
actúan a espaldas de éste, determinando sus pensamientos, sus emociones, sus
actos. El hombre, tan orgulloso de su libre albedrío, no sería más que una
marioneta movida por hilos que se alzan por detrás y por encima de él,
manejados por fuerzas que escapan a su conciencia.
También Marx piensa que la
conciencia del hombre es «falsa». Sólo que las fuerzas que actúan al margen de
la conciencia, determinándola, no serían tanto de orden fisiológico o
biológico, sino sociales y económicas. El hombre se ve obligado a reprimir lo
que el grupo social al que pertenece no aprueba. La existencia social determina
la conciencia.
Y con todo, según Fromm, ni uno
ni otro serían propiamente deterministas porque admiten que el hombre puede
liberarse de esa servidumbre y sacudir la cadena de las ilusiones. Más aún,
precisamente a este objetivo dedican sus esfuerzos.
Pero si bien hay acuerdo entre
ambos en cuanto al objetivo —la «liberación»—, no lo hay en cuanto al
procedimiento para lograrla. En tanto que Freud piensa que se puede vencer la
represión sin necesidad de transformaciones sociales —lo que Fromm le critica—,
Marx habría sido «El primer pensador en darse cuenta de que la realización del
hombre universal sólo puede acontecer junto a cambios sociales que le lleven a
una organización social y económica verdaderamente humana» (p. 97).
Puede observarse, aunque sólo sea
de pasada, la miseria a la que reduce Fromm al hombre. Se podría decir que ha
sumado la miseria freudiana más la miseria marxista. El resultado de esta suma
es el abajamiento del hombre al estado de un objeto animado cuya única misión
sería la satisfacción de sus instintos sexual y de dominio.
El filtro social. Según Fromm, toda sociedad,
mediante su propia práctica de la vida y el modo de relacionarse, de sentir y
de percibir, elabora un sistema que determina los tipos de toma de conciencia.
Este sistema opera como un filtro socialmente condicionado: la experiencia no
puede penetrar a la conciencia a menos que atraviese ese filtro.
Partes de ese filtro social
serían: el lenguaje (pp. 98-100); la lógica (pp. 101-102), y, sobre todo, los
tabúes sociales (las ideas imperantes en una sociedad, que relegan a sus
contrarias).
¿Por qué se reprime lo que está
en desacuerdo con las ideas imperantes? Por miedo. Miedo, ¿a qué? ¿A la
castración, a la muerte, a la prisión, al hambre? Fromm alude a algo más sutil,
más profundo y más generalizado: miedo al ostracismo, al aislamiento. Dice
textualmente: «Para el hombre, en la medida en que lo es, la sensación de
soledad completa se aproxima a la locura. El hombre tiene que relacionarse,
tiene que establecer unión con otros hombres para poder conservar su salud
mental. Esta necesidad de ser uno con otros es su pasión más fuerte, más que el
sexo y hasta que el deseo de vivir. Por esta razón el individuo no tiene más
remedio que permanecer ciego ante aquello que el grupo afirma que no existe, o
aceptar como verdad aquello que la mayoría dice ser verdad, aun cuando sus
propios ojos pudieran convencerlo de que es falso. El rebaño es tan vitalmente
importante para el individuo que sus puntos de vista, creencias y emociones
constituyen la realidad para él, y le conmina a reprimir la advertencia de todo
aquello que es tabú, ya que tal conocimiento podría significar ser diferentes,
quedar separados, y por lo tanto, condenados al ostracismo» (p. 106).
Como si advirtiera que ha ido
demasiado lejos, Fromm añade: Esto podría llevar a adoptar la pesimista
sospecha de que toda sociedad puede aplastar al hombre como le venga en gana,
ya que toda sociedad puede amenazarlo con el ostracismo. Pero no hay que
olvidar que el hombre no es sólo miembro de una sociedad determinada, sino
también miembro del género humano. Además del miedo al aislamiento del grupo
social, también teme quedar aislado de la humanidad que lleva dentro de sí,
representada por su conciencia moral y por su razón. Por eso, cuanto más
cultivado intelectual y moralmente sea un individuo, tanto más podrá
sobreponerse al temor del ostracismo en una sociedad inhumana. Pero Fromm no
nos dice de qué manera podrá cultivarse esa persona cuando todo en derredor
conspira contra ella.
Sólo en el caso del ateísmo, el
hombre tiene «miedo a la soledad» y siente la necesidad de hacerse rebaño, de
entregarse a una actividad frenética que pueda evitarle el pánico de
enfrentarse consigo mismo, y preguntarse por su vida y su destino.
En cambio, el cristiano siente la
necesidad de encontrarse a solas con Dios, obteniendo en esta relación personal
con su Creador el principio y el fin de todas las demás relaciones.
Pero Fromm quiere que el
hombre sea ateo, y al darse cuenta de la miseria a la que se ha reducido, no
encuentra —porque es imposible hacerlo—, alguna solución para sacar al hombre
de ese estado.
X. El destino de ambas teorías (pp.
113-123)
Un triste sino —dice Fromm—
parece gravitar sobre las grandes religiones, las ideas filosóficas y las revoluciones
sociales. Las ideas degeneran en ideologías; las meras palabras sustituyen a la
realidad, y son manejadas por una burocracia prepotente y tergiversadora. Las
teorías de Marx y Freud no han escapado a ese destino (p. 113).
El sistema original de Freud era radical
y sobre todo crítico. Lo destruyó el éxito. Perdió su radicalismo
original y su actitud crítica y desafiante. Ya no se enfrentó a la sociedad: se
conformó con ella. Se convirtió en un sustituto del radicalismo tanto en
política como en religión. A través de los departamentos de psicología de la
sociedad industrial se convirtió en un instrumento de dominio del individuo en
manos de su explotación capitalista (p. 117).
Con Marx habría pasado otro
tanto. La liberación del hombre del dominio total que sobre él ejercen las
condiciones económicas, fue la meta de la teoría y la acción de Marx (p. 118).
Tuvo fama, conquistó poder y
sucumbió a su oponente, el capitalismo. Los socialistas consideran al
socialismo como un movimiento destinado a mejorar la situación económica y
social dentro del capitalismo: máximo de eficacia económica,
industrialización y organización burocrática en gran escala y subordinación del
individuo a ese sistema.
Fromm mitiga la nota trágica del
fracaso de esas dos teorías diciendo que el radicalismo psicoanalítico de Freud
no ha sido exterminado y que, por otra parte, había en todo el mundo núcleos de
socialistas humanistas radicales que expresan, revisan y trabajan por el
socialismo genuino (p. 123).
XI. Algunas ideas afines (pp.
124-143)
Fromm ha hablado de la psicología
freudiana y del socialismo de Marx. Ambos tenían como objeto al hombre. Ahora
bien: puede llegarse a saber bastante acerca del hombre tomándolo como un
objeto, pero no se logra entender algo que está vivo si sigue siendo un objeto.
Para entenderlo hay que interesarse por él (inter-esse: estar dentro).
Este tipo de conocimiento lleva al deseo de ayudar: conocimiento terapéutico
orientado.
Las primeras páginas de este
capítulo contienen la aportación más original de toda la obra: el relato de su
experiencia como psicoanalista, y cómo fue dejando el método ortodoxo freudiano
de sentarse detrás del paciente, para participar con éste de su drama
(pp. 126-127).
El problema de la interrelación
entre la teoría y la práctica en su faceta de vinculación entre inteligencia y
carácter; el fetichismo de las palabras, que impide la comprensión de la
realidad; la pretendida fecundidad de una actitud rebelde (prometeica y
adamítica) —«la desobediencia fue el primer acto de libertad, el comienzo de la
historia» (p. 138)—, etc., son temas con los que se cierra este penúltimo
capítulo del libro.
XII. Credo (pp.
144-150)
Sintetizamos en las siguientes
proposiciones la «profesión de fe» de Fromm en las siete últimas páginas de esta
obra.
1. El hombre es fruto de la
evolución natural. Forma parte de la naturaleza, pero la trasciende por la
razón y la conciencia.
2. Ni la vida ni la historia
tienen un significado último que a la vez imparta significado a la vida del
individuo. Ninguna deidad salva o condena al hombre. Sólo él puede encontrar
una meta para la vida y los medios para realizarla. No podrá encontrar la
salvación en una respuesta eterna o absoluta.
3. Todos tenemos tendencia hacia
el bien y hacia el mal, aunque en diversa medida. Eso depende de las
influencias que se hayan sufrido. La familia es la influencia más importante
pero ella, a su vez, es un agente de la sociedad. El factor más importante es,
entonces, la estructura y los valores de la sociedad que alberga al individuo.
4. La única fuerza capaz de
salvarnos de la autodestrucción es la razón.
5. El reconocimiento de la verdad
no es esencialmente cuestión de inteligencia sino de carácter. El elemento más
importante es el valor de decir no, para desobedecer los mandatos del
poder. Eva y Prometeo son los dos grandes rebeldes cuyos «delitos» liberaron a
la humanidad.
6. Ni el capitalismo occidental
ni el comunismo soviético o chino resolverán el problema del futuro. La
alternativa no es entre capitalismo y comunismo sino entre burocratismo y
humanismo.
7. El hombre debe liberarse de
las ilusiones que le esclavizan y paralizan, para poder crear un mundo que no
necesite de ilusiones. La libertad y la independencia no podrán lograrse hasta
que se rompan las cadenas de la ilusión.
8. Sólo existe un problema
fundamental: el de la guerra y la paz. El hombre es perfectible, pero no
logrará su meta si no despierta pronto.
El libro está escrito con estilo
ágil y ameno, de alegato personal. El objetivo de la obra —comparación de las
teorías de Marx y Freud, y aplicación del método y la doctrina freudiana para
la explicación del pensamiento marxista sobre la sociedad— está bien definido y
constituye un hilo conductor permanente. Es decir, que la intención del autor
es evidente y se ajusta a un plan determinado.
No se trata de un tratado
elaborado con rigor sistemático, sino de una serie de reflexiones en torno a un
tema central.
El contenido, en cuanto a nivel
intelectual, es irregular, desparejo. Se aprecian reflexiones agudas
—generalmente cuando versan sobre datos empíricos, fruto de la observación de
fenómenos individuales y sociales—, y al mismo tiempo, afirmaciones
apriorísticas, sin fundamentación, con algunas contradicciones que, además del
estilo, revelan que la obra ha sido escrita sin mucha elaboración.
Los siete primeros capítulos
constituyen una exposición de las teorías de Marx y Freud, con algunas
indicaciones sobre sus coincidencias y discrepancias. A partir del cap. VIII
—sobre el carácter social—, el autor hace una aportación más personal, que
continúa, acentuada, en el cap. IX: El inconsciente social. Este
es el capítulo más largo y también el más importante, donde se resumen, además
del pensamiento del autor, sus cualidades y deficiencias.
Lo más pobre y deficiente parece
reservarlo Fromm para las últimas páginas, las del cap. XII: «Credo». Situadas
así, a manera de colofón, resultan más decepcionantes. Se trata de afirmaciones
gratuitas, sin intento de fundamentación —meros postulados—, simples
repeticiones de un racionalismo iluminista que pudo reclamar el atractivo de la
«novedad» en la época de la Ilustración y hasta en el siglo XIX, pero que hoy
resultan meras antiguallas.
CONCLUSIONES
I. Influencia desmesurada
Se explica que un espíritu joven,
sensible y desconcertado haya sufrido un deslumbramiento tan grande al entrar
en contacto con la obra de dos pensadores que le ofrecían una «explicación
global» de la realidad. Pero ya no es tan explicable que en plena madurez se
sigan asumiendo de un modo acrítico las teorías de unos maestros a
quienes dice admirar sobre todo por su visión crítica de la realidad (p.
21).
Con respecto a Freud se advierte
cierta independencia de criterio, manifestada a través de algunas discrepancias.
Unas, fruto de una elaboración personal. Otras, simplemente como consecuencia
de la adhesión incondicionada del autor a la doctrina marxista. Donde Freud no
concuerda con Marx, Fromm no concuerda con Freud. Aparte de que ni intenta
ponerlos en un mismo plano (p. 19). La dependencia con respecto a Marx es
absoluta. Aunque en algún momento llegue a decir, muy de pasada, que no todos
los descubrimientos de Marx son acertados (p. 127), no se encuentra una sola
idea de Marx que sea sometida a discusión o se le haga objeto del menor reparo.
II. El tema de la alienación
Punto central de la especulación
marxista y freudiana, es un tema que fascina a Fromm. Es también el tema de
fondo de todo el libro. Da la impresión de que, a su juicio, los textos más reveladores
de sus dos maestros son precisamente los que se refieren a la alienación. Y
cita repetidas veces los que aparecen en Contribución a la crítica de la
Filosofía del Derecho de Hegel (de Marx) y El porvenir de una ilusión (de
Freud). Del primero es éste: «La crítica ha arrancado de la cadena las flores
imaginarias, no para que el hombre siga encadenado sin fantasía ni consuelo,
sino para que se sacuda la cadena y elija la flor viva». Y de Freud es el
siguiente: «Los hombres no pueden seguir siendo niños eternamente; tienen que
terminar por salir a la vida hostil. A este proceso podríamos llamarlo
“educación para la realidad”» (p. 95).
Pero ¿a qué se refieren Marx y
Freud cuando escriben esas líneas? Concreta y explícitamente: a la religión. La
religión sería la causa más honda y principal de la enajenación humana. En una
palabra: la mayor desgracia del individuo y de la sociedad (Cfr. Introducción
general, pp. 11 ss.)
Fromm suscribe plenamente esa
postura. Se diría que hasta se adhiere a ella con entusiasmo. No se trata,
pues, de un autor agnóstico. Es ateo, con un ateísmo beligerante como el de sus
maestros. «El hombre sano es el hombre independiente». Independiente de todo y
de todos, pero principalmente de Dios. De lo contrario sería un sometido, un inmaduro.
III. La libertad: ¿mito o realidad?
El hombre no es libre, dice
Freud; está determinado por factores objetivos que actúan a sus espaldas, desde
la oscuridad del inconsciente. El hombre no es libre, dice Marx; está
determinado por la estructura socioeconómica. Pero ambos sostienen que puede
llegar a ser libre: o por la desvelación del inconsciente (Freud), o por la
destrucción de la estructura social alienante (Marx). Lo cual permite a Fromm
afirmar que Freud no es pesimista —aunque sí algo determinista—, y que Marx no
es determinista en absoluto.
Pero aquí se revela también lo
que constituye el rasgo «fascinador» de esas dos teorías: no se limitan a
denunciar, prometen «redención». La realidad no corresponde a las promesas,
pero éstas tienen mayor seducción para el espíritu. Pero la «liberación» que
promete es, en realidad, una esclavitud: esclavitud del hombre respecto al
Partido (marxismo) y esclavitud del hombre de sus instintos sexuales
(freudismo) (Cfr. Introducción general, pp. 38 ss.): un animal productor
y reproductor, con sus pasiones satisfechas.
IV. El carácter social
Que toda sociedad tiene
determinadas pautas de conducta, y que éstas influyen sobre los individuos que
la componen, es por demás evidente. De todos modos, siempre resulta interesante
asomarse a un mundo conocido por otra ventana. Fromm sostiene aquí una teoría
que podría considerarse una hipótesis no exenta de ingenio. Totalmente
freudiano en su concepción del carácter individual, intenta un riguroso
paralelismo para explicarse el comportamiento de la sociedad. Habría aquí
también los mismos elementos: represión, toma de conciencia, resistencia y
temor. Pero no es posible admitir una explicación tan unilateral de un fenómeno
tan complejo como la realidad social. Esa explicación sólo mantiene cierta
coherencia cuando se ha privado al hombre de su condición de persona, de su
libertad y de su responsabilidad, dejándolo sometido a los mecanismos
reproductores de la especie y a los económicos de la producción de bienes
útiles: entonces liberación significa simplemente satisfacción de
los apetitos correlativos.
V. El humanismo de Fromm
Juntamente con la actitud
crítica y la pasión por la liberación de trabas psíquicas y
sociales, el autor considera un tercer elemento básico, común a Marx y Freud: el
humanismo. Es decir: el interés por todo lo concerniente al hombre, quien
representa a toda la humanidad (p. 24).
Fromm entronca a Marx con lo que
considera lo más representativo de la tradición humanista de Occidente:
Voltaire, Lessing, Herder, Hegel y Goethe. Pero ¿cómo concebir un humanismo
occidental, elaborado por el Cristianismo, sin hacer mención de un solo autor
cristiano? ¿Puede darse, en rigor, un verdadero humanismo ateo? Aquí radica uno
de los motivos de la endeblez del pensamiento de Fromm. Leyéndole se tiene la
impresión de estar ante un hombre apasionado por el bien de la humanidad,
angustiado por la posibilidad de catástrofes futuras —su obsesión es la guerra
nuclear—, indefenso, por la indigencia de su aparato intelectual, para conjurar
los peligros y mejorar la conducta humana. Su ignorancia de la condición humana
le hace incurrir en un candor casi trágico cuando apela a la «buena voluntad»
como quien lanza gritos al vacío. Como un hombre perdido en las tinieblas —sin
Dios— que intenta en vano —sin Dios— encontrar el camino.
A.I.
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