El mensaje de Paulo
Freire. Textos seleccionados por el INODEP.
Fondo de Cultura Popular. Ed. Marsiega. Madrid, 1973. 166 pp.
En el presente volumen se recogen diversos escritos de Paulo Freire, ordenados en los siguientes capítulos: I. El hombre y su experiencia (autobiografía de Freire). II. Alfabetización y concientización. III. Praxis de la liberación. IV. Obstáculos a la liberación. Concluye con una entrevista con Freire publicada por el IDAC (Institut d'Action Culturelle. Ginebra), del que es presidente el propio Freire.
Nacido de una familia de tipo medio brasileña en 1921,
guarda profunda veneración hacia la tolerancia de su padre -espiritista- para
con su madre, profunda católica y de cuya religiosidad dice Freire que
participa. Profesor de Historia y de Filosofía de la Educación en la
Universidad de Recife, se preocupa por las técnicas de alfabetización que se
están empleando. «Un día me vino a la cabeza -escribe- la idea de que el método
correcto consistiría en meter en la cabeza de los analfabetos símbolos
asociados con palabras, e interrogarlos a continuación de manera crítica para
que descubriesen por su cuenta la asociación entre los símbolos y las
palabras».
Es este punto (la experiencia realizada en Brasil, que expone en las páginas 57-75) lo más importante de su teoría y práctica de la educación: el enseñar a leer como un proceso integral de educación, la pedagogía activa, la técnica de alfabetización acomodada a los mayores, el despertar el sentido crítico en los alumnos. En realidad, tampoco es tan novedoso el descubrimiento -basta pensar en Sócrates o Pitágoras-, pero Freire lo expone con fuerza y teniendo como base elementos marxistas y existencialistas tanto de su concepto del hombre como de la historia.
Freire maneja una amplia terminología propia, que hace pensar que también utilizará con un sentido muy peculiar la terminología más común y establecida. Para analizar su pensamiento, procederemos de la siguiente forma: a) Citar un párrafo donde parece resumir todo su pensamiento. b) Comentar cada una de las expresiones de este párrafo aduciendo citas de todo el libro.
«La concientización ha sido siempre inseparable de la liberación, al igual que la teoría y la práctica están indisolublemente unidas en la praxis. La práctica sin la teoría es activismo; y la teoría sin la práctica es bla-bla-bla. La liberación se da en la historia a través de una praxis radicalmente transformante, que evita a un tiempo el idealismo y el objetivismo mecanicista. El idealismo, en primer lugar. Con frecuencia el error de los cristianos ha estado en creer que la liberación ha estado o se vivía en el interior de la conciencia de cada cual, y que el cambio de estructuras se deducía del reajuste de la vida moral privada. En esta perspectiva, la escuela se concebía como transformadora de la sociedad, cuando sucede exactamente lo contrario» (p. 9).
El término más cargado de sentido es el de concientización. Freire entiende por concientización el «método pedagógico de liberación de campesinos analfabetos» (p. 13), aunque generaliza este método a todo tipo de enseñanza, incluida la universitaria de un país desarrollado. No tenía más remedio que ser así, porque Freire apoya su teoría en toda una filosofía.
La concientización consiste en «un método de alfabetización-concientización, gracias al cual muchos hombres y mujeres, aprendiendo a leer, comenzaron a asumir su propia existencia como un compromiso en la historia» (p. 14). Nótese la construcción de la frase, descargando en el gerundio «aprendiendo a leer»; es decir, lo importante de este método no es que aprendan a leer, sino que asuman el compromiso histórico. Se trata, pues, de una manipulación de la enseñanza con fines políticos. La generalidad de la frase -no existe más compromiso con la historia que el embarcarse en la acción política- muestra ya la filosofía del subsuelo. Por ello, Freire calificará de reaccionarios a quienes no estén de acuerdo con él: «Como era de esperarse -escribe en la página 25-, los grupos reaccionarios confundieron sistemáticamente en sus acusaciones la política con el educador, presentando así el esfuerzo de la formación de la conciencia de las masas como síntoma de una peligrosa estrategia de subversión». Realmente, sorprende esta extrañeza de Freire ante la reacción brasileña -quizá injustificada-, cuando él mismo es incapaz de entender una alfabetización no politizada: «De esta manera, el proceso de alfabetización política -como el proceso lingüístico- puede ser una práctica de la domesticación de los hombres o una práctica para su liberación. En el primer caso, la práctica de la concientización no es posible en absoluto, mientras que en el segundo caso, el proceso es en sí mismo concientización» (p. 37). Es decir, sólo se puede llamar concientización a aquella forma de enseñar a leer que, por propia dinámica, concluya -en cuanto tal método de enseñar a leer- en la acción política liberadora. Lo expresa con mayor precisión más adelante: «Por esto, la concientización es un proyecto irrealizable para las derechas. La derecha es, por naturaleza, incapaz de ser utópica, y no puede, por tanto, practicar una forma de acción cultural que llevaría a la concientización. No puede darse concientización del pueblo sin una denuncia radical de las estructuras deshumanizantes que va a la par con la proclamación de una nueva realidad que puede ser creada por los hombres. La derecha no puede desenmascararse; no puede tampoco dar al pueblo los medios de desenmascararla más de lo que ella desea... Solamente para la dominación es para lo que la derecha inventa nuevas formas de acción cultural... Mientras que la acción cultural para la libertad se caracteriza por el diálogo y su fin principal es concientizar a las masas, la acción cultural para la dominación se opone al diálogo y sirve para domesticar a las masas» (p. 122).
El párrafo últimamente citado es lo suficientemente general para ser de todo punto inaceptable. Puede decirse que para Freire la enseñanza no tiene otro fin que la acción política revolucionaria. Cualquier educación que no conduzca a esto es alienante y domesticadora. Por ello, toda enseñanza no politizada en la forma que Freire piensa será, al menos, «inocente», y siempre dañina. Por eso negaba -en el párrafo que estamos comentando- que del mejoramiento personal se siguiese el mejoramiento de las estructuras. Su posición es exactamente la contraria: sólo el mejoramiento de las estructuras puede mejorar a los hombres. Su antropología aparece en este punto como totalmente deudora de la concepción marxista. La consecuencia es aplicada inevitablemente a la teología: «Estudio de las relaciones entre una pedagogía liberadora y una teología liberadora» (p. 14). Esta revolución pregonada por Freire no consiste sólo en el dar ideas revolucionarias, sino en llevarlas a la práctica: «NO hay concientización si de su práctica no surge la acción consciente de los oprimidos en cuanto clase social explotada en su lucha por la liberación» (p. 136).
En el ideal pedagógico de Freire no aparece ni siquiera en lontananza el conocimiento de la verdad, ni el conocimiento de Dios, ni el cultivo de las virtudes humanas, sino directamente la acción liberadora, y después de ésta y como su consecuencia, el mejoramiento de los individuos. Se entiende así la radical división entre derechas e izquierdas incluso en lo que mira a la cultura: la cultura de las derechas no tiene nada que ofrecer que no sea alienante y domesticador. Esta visión sectaria y sectarizante de la cultura se apoya en una deficiente antropología (Freire rechaza la acusación de ser maniqueo en la página 48, nota 19), basada en la concepción dialéctica de la historia. Se encuentra, pues, en las antípodas del humanismo, basado en la frase de Terencio: «Homo sum, et humanum a me nihil alienum puto». Cualquier humanista no podría menos de pensar que de emplearse a fondo el método de Freire, quizá fuese posible liberar a las masas, pero para conducirlas a siglos de barbarie pregriega.
Por liberación se entiende la liberación de las clases oprimidas, en cuanto clases oprimidas, por medio de la revolución. Ante todo, la liberación obrada por la concientización exige una desmitificación total: «El trabajo humanizante no podrá ser otro que el trabajo de la desmitificación. Por esto mismo, la concientización es la mirada más crítica posible de la realidad, y que la des-vela para conocerla y conocer los mitos que engañan y que ayudan a mantener la realidad de la estructura dominante» (p. 39). No puede menos de pensarse que esta labor de desmitificación debe realizarse contra todos los principios en que se sustenta la sociedad, bien sea el matrimonio o los principios morales. Basta decir que pertenecen a la estructura burguesa. Si Freire no llega hasta aquí, llegarán sus discípulos. A esta luz, cobra trágica perspectiva la siguiente afirmación: «Ser revolucionario significa estar contra la opresión y la explotación y en favor de las clases oprimidas, en términos concretos y no en términos idealistas. En este sentido, naturalmente, un revolucionario, sea o no cristiano, no podrá aceptar una Iglesia que se solidariza por “inocencia” o por “astucia” con los intereses de la clase dominante, y pierde así su carácter utópico y esperanzado y se vacía de su dimensión profética. Ni siquiera es necesario denunciar a esta Iglesia. Ella misma se encarga de hacerlo cuando defiende, subrepticia o abiertamente, a las clases dominantes» (p. 139, nt. 12).
La acción revolucionaria parece ser condición indispensable para realizarse como hombre. «Notemos de paso que aquí se encuentra una idea muy querida para el marxismo -que no la descubrió, pero que la recuerda con énfasis-: por la acción y en la acción es como el hombre se construye en cuanto hombre. Notemos también que la respuesta a los desafíos crea al hombre, en el sentido de que le fuerza, o al menos le invita, al diálogo, a relaciones humanas que sean, no de dominación, sino de simpatía y de reciprocidad» (p. 52). La última parte del párrafo nos introduce en una de las líneas de fuerza del pensamiento de Freire, no expuesto hasta ahora. La revolución no tiene como fin conducir a un nuevo sistema de opresión, sino a una fraternidad universal que más parece identificarse con la imagen del siglo XIX que con el paraíso marxista. A este respecto son muy atinadas las observaciones de Freire sobre los manipuladores demagógicos de las revoluciones, así como las reacciones de los «oprimidos»: «Pero casi siempre, durante la fase inicial de la lucha, en lugar de luchar por la liberación, los oprimidos tienden a convertirse ellos mismos en opresores o en “subpresores”» (p. 77). Aunque, por ignorar, el pecado original y confundirlo con el pecado de las estructuras, según Freire, la culpa de esta reacción no parecen tenerla los oprimidos, sino las estructuras opresoras anteriores: «La misma estructura de su pensamiento se ha visto condicionada por las contradicciones de la situación existencial concreta que nos ha manipulado» (p. 79).
Esta obra parece que está llamada a tener difusión e influencia en los medios eclesiásticos. Su autor viene avalado por todas las garantías actuales del éxito en algunos sectores: «católico», famoso por sus experiencias educativas, desterrado, profesor invitado de Harvard y del Consejo Ecuménico de las Iglesias, y con una perspectiva sobre la educación basada en elementos tomados al marxismo, al existencialismo, y que se dan la mano con la teología de la liberación. Por otra parte, Freire no toca expresamente ningún tema teológico: no existen más frases sobre la Iglesia que las citadas, y éstas se encuentran dichas de pasada. Los peligros y errores contenidos en este libro serán visibles a quien lo lea con profunda atención y conocimiento del trasfondo filosófico, incompatible con la doctrina de la Fe.
L.F.M.S.
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