FONTANA
LÁZARO, Josep
La
historia
Ed. Salvat,
Barcelona 1973, 143 pp.
LA HISTORIA
es un breve trabajo de divulgación, para estudiantes y para el gran público, en
el que se describe el análisis marxista como método para estudiar la historia,
a fin de llegar a una nueva comprensión "científica" de esa materia.
El libro —profusamente ilustrado—, desarrolla los principales conceptos de esta
disciplina, objeto, identidad, objetividad, etc. de la historia.
ÍNDICE DEL LIBRO Págs.
LA
CRISIS DE LA HISTORIA TRADICIONAL ................... 7
Entrevista
con Edward H. Carr ..........................
8
El
desprestigio de la historia ......................... 21
¿Quién
es el protagonista de la historia? .............. 32
¿De
qué aspectos de la actividad humana debe ocuparse
la
historia? ............................................43
En
busca de las causas que rigen el curso de la historia 53
Las
morfologías: los ejemplos de Spengler y Toynbee .... 66
¿Es
posible la objetividad en la historia? ............. 74
PARA
UNA NUEVA HISTORIA ................................ 83
El
número de los hombres ............................... 85
La
subsistencia y el trabajo ........................... 93
El
lugar del hombre en la sociedad ..................... 105
El
estudio histórico de las sociedades ................. 117
Conceptos
fundamentales ............................. 117
Métodos
de investigación ............................ 128
La
historia como esperanza ............................. 136
Lecturas
recomendadas .................................. 141
Vocabulario
............................................ 142
I. ANÁLISIS
DEL CONTENIDO
La primera
parte del libro, titulada "La crisis de la historia tradicional",
comienza con una entrevista al historiador Edward H. Carr, y una breve biografía
suya. Sin solución de continuidad, se entra en el tema "El desprestigio de
la historia" (pp. 21 a 83).
En esta
primera parte, de una forma sistemática, se pretende desprestigiar el estudio
de la historia que se ha hecho hasta la llegada del análisis
"científico" marxista. En la segunda parte, titulada "Para una
nueva historia", se pretende demostrar la validez de la aplicación del
método marxista al estudio de la historia.
Los temas
principales que desarrolla el autor son los siguientes (se indican entre
paréntesis las páginas en que más claramente se expone el pensamiento del autor
respecto a cada tema):
1.
Crítica de la historia tradicional (p. 21).
2.
Definición de la nueva historia (p. 30).
3.
Objeto de la nueva historia (p. 31).
4.
El protagonista de la historia (p. 32).
5.
Aspectos de la actividad humana (p. 43).
No,
a la Historia política (p. 43).
No,
a la Historia de la cultura (p. 43).
No,
a la Historia de la economía (p. 48).
Sí,
a la Historia total (p. 49).
6.
Causas que rigen el curso de la historia.
No
es el hombre individual, libre (p. 53).
No
es el azar (p. 53).
No
es la Providencia divina (p. 55).
No
es la Geopolítica (p. 57).
No
es la Climatología (p. 58).
Sí
es la economía (p. 62).
—no
son los economicismos no marxistas (p. 62).
—sí
es el materialismo histórico (p. 62).
No
son los morfologismos (p. 66).
7.
La objetividad en la historia (p. 74).
No
es posible con los métodos tradicionales (p. 74).
Sí
es posible con una integración superior (historia total) (p. 77).
8.
Nueva historia
Demografía
(p. 83).
Subsistencia
y trabajo (p. 93).
9.
Las clases sociales (p. 105).
—Su
origen económico (p. 106).
—Su
enfrentamiento: lucha de clases (p. 110).
—Supraestructura
(p. 113).
—Conciencia
de clase (p. 110).
10.
Supraestructura (p. 117).
Derivada
del modo de producción (p. 118).
11.
Métodos de investigación histórica: cuantificación (p.128).
—Modelo
económico y econometría (p. 130).
—Historia
de las mentalidades (p. 133).
—Historia
de la religión (p. 134).
En la
entrevista a Carr, se subrayan los aspectos más notables del pensamiento
histórico marxista: 1) Imposibilidad de la objetividad histórica, puesto que
"la historia requiere la selección y ordenamiento de hechos ocurridos en
el pasado a la luz de un principio o norma de objetividad aceptado por el historiador,
que incluye, necesariamente, elementos de interpretación" (pp. 9, 10). 2)
La historia es entendida primordialmente como un mirar al futuro desde el
presente, nunca como un estudio simple del pasado: "El proceso histórico
es continuo; no podemos empezar a comprender cómo el pasado ha evolucionado
hasta el presente sin conocer cómo el presente evoluciona verosímilmente hasta
el futuro" (p. 15). 3) Su proceder dialéctico: "La historia es
producto de la interrelación de los principios de continuidad y cambio"
(p. 15). 4) La gran influencia del materialismo dialéctico en la "nueva
historia", que se presenta como la única válida.
EL
DESPRESTIGIO DE LA HISTORIA (p. 21).
Con este
título comienza propiamente el texto del libro. Lanza, desde el inicio, una
fuerte diatriba contra la historia, tal y como se ha entendido siempre, sin
demostrar —de momento— nada de lo que afirma. "La historia ha perdido en
nuestros días el prestigio de que gozó en otros tiempos..., es una erudición
libresca y muerta, de escasa utilidad social y, en muchas ocasiones, dañosa y
condenable" (p. 21).
A pesar de
los buenos propósitos anunciados por Fontana sobre la misión de la historia,
claramente se advierte a lo largo del libro que, más que ayudar al hombre
actual a comprender el mundo, se tratará de construir una nueva historia basada
en el concepto genérico de la humanidad.
El autor
reconoce como precursores de esta nueva historia, cuyo objetivo es la denuncia
social, a los hombres de la Ilustración francesa (cfr. pp. 21 y 22).
A partir de
la Ilustración hay una doble línea de estudio de la historia: por una parte, la
que llama romántica, a la que descalifica por mirar al pasado, como si la
historia no fuera fundamentalmente un estudio del pasado (cfr. pp. 23-24); por
otra, la línea historiográfica que analiza la sociedad, única que el autor
aceptará apriorísticamente, ya que en esa dirección trabajan los marxistas.
De todas
formas, también descalifica a los historiadores que, moviéndose en el ámbito
"del análisis de la sociedad", no han utilizado el método dialéctico
para explicar la historia, como hizo Marx. Los descalifica porque, según él, la
historia que hacen no es científica, y tampoco le parecen honestos los motivos
de esos historiadores. Así, escribe:"Junto a este desprestigio científico
hay que tomar en cuenta la condena moral. El historiador, incluso cuando no es
un mero apologista del sistema social que él mantiene, colabora con él en una
forma de complicidad no menos reprobable" (pp. 27 y 28).
Una y otra
vez incide en sus juicios negativos y pintorescos :"La historia es
aburrida porque no nos sirve para nada... Incapaz de interesar con su pesada
erudición al gran público, es manipulada por publicistas sin ninguna
preparación que se encargan de servírsela "amenamente" cocinada,
convertida en anécdota trivial... Pero su defecto peor no es éste, sino que se
la siga usando para crear "convicciones sanas" y perpetuar visiones
del mundo caducas e interesadas" (p. 28).
Al rechazar
esta misión de la historia, Fontana se contradice. En la p. 22 ha afirmado
rotundamente con Diderot que la historia debe "educar las
conciencias". Y esta afirmación es otra manera de decir que la historia
debe formar "convicciones sanas" en la conciencia de los hombres.
DEFINICIÓN
DE LA NUEVA HISTORIA
Después de
esta superficial crítica a la historia tradicional, que tal como ha sido
expuesta no ha existido nunca en la realidad, sino sólo en la mente de éste y
otros autores, pasa en los siguientes epígrafes a analizar cómo debe ser el
estudio de la nueva historia.
Según el
autor (cfr. pp. 31-32), el objeto, la finalidad,de la historia es doble. En
primer lugar: "se ocupa de los hombres en sociedad, de sus luchas y de su
progreso". Y en segundo lugar: "ayudarles a comprender el mundo en
que viven, para que les sirva de arma en sus luchas y de herramienta en la
construcción de su futuro".
La historia
se presenta, pues, como algo que hay que hacer, más que como algo que está
hecho y hay que estudiar.
¿QUIÉN ES EL
PROTAGONISTA DE LA HISTORIA?
La respuesta
que en este epígrafe Fontana da inicialmente es la correcta: "La respuesta
parece sencilla: el protagonista de la historia es el hombre" (p. 32).
No es el
individuo singular. Tras la
afirmación genérica de que el hombre es el protagonista de la historia, ese
"hombre" comienza a sufrir una serie de reducciones, que además de
superficiales son caricaturescas, como las que señalamos, entresacadas de esas
páginas:"Las viejas crónicas solían estar dedicadas a narrar las gestas de
reyes y magnates. Estos eran los únicos hombres que contaban, puesto que se
suponía que con su actuación marcaban el rumbo de la historia. En la que, a los
demás, no les quedaba otro papel que el de comparsas" (pp. 32-34).
"Con la desaparición de las monarquías absolutas..., el papel que antes
desempeñaban los soberanos se atribuye ahora a los estadistas" (pp.
34-35).
En realidad,
según el autor, el protagonista de la historia es el hombre social, pero
estudiado colectivamente, como sociedad:"No es difícil darse cuenta de que
esta historia que todo lo reduce a la actuación de los primeros actores no es
satisfactoria... Lo primero que advertimos es que el protagonista de que deberá
ocuparse habrá de ser, más que "el Hombre", "los
hombres"...; no quiere decir estudiar uno a uno los que vivieron en el
lugar y el tiempo que tratamos de entender... La alternativa consistirá en
estudiarlos "colectivamente", en la sociedad que forman" (pp.
36-38).
A esta
manera de estudiar la humanidad se le llama "historia social" (p.
38). El autor critica las diferentes acepciones que ha tenido este concepto, no
coincidentes con la tesis marxista; las descalifica por ser meras descripciones
superficiales o transcripciones de patrones sociológicos o estudios dedicados a
los humildes (p. 38), y piensa que sus cultivadores han buscado "una
justificación moral: la de no sentirse cómplices de una disciplina conservadora
(la historia tradicional), puesta al servicio del orden establecido" (p.
39).
Pero esto,
según el autor, es insuficiente, ya que "la mayor parte de los estudios
que se dedican a estas materias no son más que transposiciones de los métodos
tradicionales de la historia política, sin más que cambiar los personajes de la
trama: el lugar que en los viejos libros se reservaba a los reyes y a las
princesas, ahora lo ocupan los dirigentes obreros" (pp. 39 y 41).
Y, en breves
trazos, Fontana, intenta clarificar la función del individuo y el papel de las
masas: "los individuos"son autores de los acontecimientos concretos y
singulares; y "las masas", los grupos sociales, son los protagonistas
de los cambios históricos a largo plazo (cfr. pp. 41 y 42). Sin aportar pruebas
de estas afirmaciones, concluye el apartado sentenciando que "el
protagonista de la historia es el hombre en sociedad. Son los hombres agrupados
en una colectividad" (p. 43).
¿DE QUÉ
ASPECTOS DE LA ACTIVIDAD HUMANA DEBE OCUPARSE LA HISTORIA?
Así se
titula el siguiente apartado (p. 43), en el que se utilizará el mismo método
que en los apartados anteriores: crítica dura y con escasos argumentos
científicos de las opiniones diferentes a la suya; abundancia de citas de
personajes de reconocida ideología anticristiana; y débil argumentación para
exponer las conocidas tesis marxistas basadas en el materialismo histórico.
No a la
historia política. El autor hace un
análisis de la historia basada en la política, en la cultura, en la economía y
termina tratando de la historia total o integradora. Comienza el apartado
criticando la historia basada en la política. La argumentación que Fontana
utiliza para descartar este tipo de historia se fundamenta únicamente en una
cita de Voltaire: este autor, como denuncia de la "historia de los
reyes", hace notar que "una esclusa del canal que une los Dos Mares,
un cuadro de Poussin, una bella tragedia... son cosas mil veces más preciosas
que todos los anales de la corte y todas las relaciones de campañas
militares" (p. 43).
No a la
historia de la cultura. Al tratar de
la historia de la cultura, escribe Fontana: "Pero la historia de la
cultura (...) resultó ser tan minoritaria y restringida como la otra, puesto
que la cultura que estudiaba era la de las clases dominantes. ¿Cómo vamos a
comprender las sociedades del pasado a través de su cultura escrita, si hasta
mediados del siglo XIX, por lo menos, estas sociedades incluían un 80% a 90% de
analfabetos?... Lo que solemos llamar "arte popular" o
"literatura popular" —que en muchas ocasiones sólo quiere decir
"producido para el pueblo", y no "por el pueblo"— recibe
una atención secundaria" (pp. 43 y 44).
Aparte de la
superficialidad de esa argumentación, se olvida el autor de otros aspectos de
la cultura, como el arte (pintura, escultura, arquitectura...) en los que no es
necesario un conocimiento literario.
No, a la
historia de la economía. Aquí el
autor ofrece su interpretación y crítica de la "historia de la
economía". "Su campo de estudio abarca la totalidad de los hombres,
con lo que resulta mucho mas "social" que las historias de la
política o la cultura. Pero los historiadores de la economía... no se interesaron
por los hombres que intervenían en los hechos económicos, sino por estos hechos
en sí mismos" (pp. 47 y 48).
El autor
parece desconocer que el objeto de la historia de la economía es la economía,
no los hombres que intervienen en ella. Detalla las principales aportaciones de
la "historia de la economía" y su actual orientación (p. 48).
Sí a la
historia total. A pesar de afirmar
que debe "abrirse a todas las dimensiones del hombre" (p. 48), en su
concepto de "historia total" no hay cabida más que para la dimensión
laboral (pp. 49 y 50).
¿Es posible
pensar que un historiador clásico no esté totalmente convencido de que lo
político, lo económico, lo cultural, etc., forman un único entramado en la
historia? La crítica a la historia clásica es la crítica a una caricatura de la
historia, guiada por un simple prejuicio, no fundamentado ni demostrado.
Para el
autor, sólo la historia total basada en el materialismo histórico,
merece el nombre de verdadera historia: "Ejemplo de esta nueva forma de
ver y comprender el pasado humano es lo que Pierre Vilar ha llamado una
"historia total", aunque tal vez fuera mejor calificarla de
"integradora", pero con la ambición de integrar en este estudio los
datos de otros terrenos, para ayudarnos a comprender mejor al hombre y las
sociedades humanas"(pp. 49 y 50).
EN BUSCA DE
LAS CAUSAS QUE RIGEN EL CURSO DE LA HISTORIA (pp. 53-63)
Las causas
no hay que buscarlas en el hombre individual y libre. Comenzará con una breve
crítica a la posibilidad de que sea el hombre con su libertad el actor de la
historia. Ciertamente, Fontana no quiere hablar de la libertad humana y
sustituye este concepto, esencial en el hombre, por "unas motivaciones
íntimas indescifrables" (p. 53).
No hay
que buscarlas en el azar.
Según el
autor, hay unas leyes que determinan necesariamente el curso de la historia. Lo
afirma, pero no lo prueba.
Fontana, al
desarrollar el tema del azar o la fortuna en la historia, trae a colación una
cita a Montesquieu: "No es la fortuna la que domina el mundo. Hay causas
generales, sean físicas o morales, que obran en cada monarquía, la elevan, la
mantienen o la precipitan". Y añade: "Si en la historia no hubiese un
encadenamiento de causas y efectos discernibles, si todo pudiera depender de
cualquier azar imprevisto, el papel del historiador se reduciría a narrar lo
sucedido, sin tratar de comprender ni de explicar" (pp. 53 y 55).
No es
difícil comprobar que Fontana, al hacer la crítica de esta doctrina histórica,
confunde deliberadamente los términos. El que el hombre como individuo libre
determine el curso de la historia no tiene nada que ver con la
"fortuna" de la que habla Montesquieu. Y, aún menos, la aceptación de
la libertad en el hombre, no significa que no haya causa y efecto. ¿Se quiere
mayor causa que la libertad del hombre para producir como efectos los hechos
históricos? El autor confunde, o tergiversa los conceptos de libertad, azar y
causalidad.La libertad es totalmente compatible con la causalidad, y no menos
con el azar, fruto a su vez de la libertad de otro hombre.
Las mismas
causas generales de las que habla Montesquieu, son el resultado final de muchas
causas particulares realizadas por individuos libres.
Es evidente
que no hay un simple azar, sino también, como reconoce el autor (p. 55), unas
causas que explican la evolución de la sociedad humana, fruto —decimos
nosotros— de la libertad del hombre.
Aceptado el
hecho de una causalidad en la historia, va a clasificar, peyorativamente, las
distintas tendencias dentro del estudio de la historia.
No es la
Providencia divina. Su falta de comprensión
de lo que significa la Providencia de Dios, que sabemos deja libre al hombre en
su actuar, le lleva a escribir el siguiente párrafo: "Para los
providencialistas, los acontecimientos dependen de "las órdenes secretas
de la Divina Providencia"... Una concepción semejante, que otorga un lugar
privilegiado a unos factores que están mas allá de la capacidad de comprensión
humana, hace inviable cualquier clase de ciencia, puesto que, no siéndonos
posible comprender la lógica que explica sus acciones, no podemos tener la
certeza de que "el dedo de Dios" no vaya a intervenir en un momento
dado para modificar la trayectoria de un planeta o el grado de fusión de un
metal" (pp. 55 y 56).
Es evidente
que esta explicación de la Providencia divina nada tiene que ver con la
realidad. Dios, providente, respeta el curso natural de las cosas, y, entre
ellas, la libertad del hombre. Su ejemplo de la providencia resulta
abiertamente ridículo.
El autor
sigue señalando factores que pueden, según otros historiadores, explicar la
realidad histórica. Les atribuye unas intenciones totalizadoras (p. 56), cuando
evidentemente estos historiadores, al exponer sus doctrinas, no han pretendido
explicar "la causa" de la historia, sino una serie de factores que de
alguna manera son concausas del acontecer histórico y que lo explican al menos
en parte.
No es la
geopolítica. Aunque tiene razón en
"rechazar esta teoría, si es una explicación determinista", es
innegable el valor de la geopolítica, como reconoce, contradiciéndose a sí mismo,
al exponer el punto de vista de Lucien Febvre (cfr. p. 58). También en esta
exposición de geopolítica, el autor hace desaparecer al hombre individual, como
el que se relaciona con el medio geográfico; y, es sustituido, una vez más, por
el genérico "sociedades humanas".
No es la
climatología. Después, rechaza el
clima como causa de la historia, y descalifica incluso lo que hay de real de la
influencia climática en la historia (cfr. p. 58).
Está claro que
la historia entera no podrá explicarse por el clima y su influencia en las
cosechas, pero el mismo autor —entrando de nuevo en contradicción consigo
mismo— explicará, como lo hace cualquier otro libro de historia, cómo el
desarrollo demográfico en la época preindustrial, está profundamente ligado a
la abundancia o escasez de cosechas y, por lo tanto, al clima (cfr. pp. 88-90).
No son
los factores biológicos. Ante las
explicaciones del autor, se debe decir, en primer lugar, que los factores
biológicos no son exclusivamente de la raza, sino que abarcan un aspecto más
amplio. Así, por ejemplo, es un factor biológico la mortalidad infantil en los
países del Tercer Mundo, lo que no se debe a la raza, sino a la falta de una
adecuada atención médica. Lo mismo se podría decir de las demás enfermedades,
ya sean individuales, epidémicas o endémicas. El autor limita los factores
biológicos no ya a los raciales, sino a los racistas (cfr. p. 58). Se refiere
al racismo ario, que nunca llegó a convencer más que a sus propios inventores.
El autor no
duda en insistir sobre el tema, abundando con otros ejemplos, más literarios
que científicos: "El racismo sirvió de justificación para la esclavitud y
el imperialismo. Si el hombre blanco asumía —según las palabras de R. Kipling
(1865-1936)— la pesada carga de civilizar a los nativos de color y hacerlos
felices, ¿qué menos podían hacer éstos que mantenerle con su trabajo?" (p.
62).
Y afirma que
racista es la educación que se recibe en Occidente (de los países del Este nada
dice). Para apoyar tan insólita afirmación, habla de que en Occidente se
desconoce la influencia cultural china (cfr. p. 62), sin advertir que una cosa
es la cultura occidental que hunde sus raíces en Grecia y en Judea, y otra es
la aportación de una cierta tecnología (brújula, pólvora, etc.), que siempre
Occidente ha reconocido de origen chino.
La causa
de la historia es la economía pero sólo la basada en el materialismo histórico. Al centrarse en el estudio de la economía como
factor determinante de la historia, señalará la diferencia entre los
"economicismos" de signo no marxista y el método marxista (otro
"economicismo") que explicará más adelante. "Pero conviene
aclarar que no hay que confundir este "economicismo" —que sostiene
que los móviles económicos actúan de manera directa e inmediata, determinando
las conductas de los hombres— con la compleja construcción teórica del
materialismo histórico, que introduce entre la economía y los hombres toda una
serie de mediaciones" (p. 62).
Expone con
ejemplos lo que él entiende por "economicismo", todos de autores de
nacionalidad norteamericana (cfr. pp. 62 a 65).
LAS
MORFOLOGÍAS: LOS EJEMPLOS DE SPENGLER Y TOYNBEE
Con este
título se inicia un nuevo apartado del libro. Explica brevemente lo que
entiende por morfologías. "Los autores de morfologías buscan en la
historia grandes regularidades que se repiten, ciclos de un eterno retorno cuyo
conocimiento no sólo nos permite comprender el pasado, sino incluso profetizar
el porvenir...Examinaremos tan sólo los dos que han alcanzado mayor difusión:
los de Spengler y Toynbee" (p. 66).
De la
doctrina de Spengler, nos expone: "En 1922, el alemán Oswald Spengler
(1880-1936) publicó un libro espectacular que alcanzó un éxito considerable: LA
DECADENCIA DE OCCIDENTE. Siguiendo las ideas difundidas por los neokantianos,
Spengler creía que (...) las culturas crecen, se desarrollan y decaen, para ser
sustituidas por otras, en ciclos de mil años" (pp. 66 y 67).
Luego, hace
una breve crítica a la teoría de Spengler; y atribuye su éxito, entre otras
cosas, a que es fácilmente comprensible para el gran público (cfr. pp. 67 a
69).
Pasa
después, a analizar el morfologismo de Toynbee: "Toynbee afirma que las
unidades que debe estudiar la historia no son ni las naciones, ni los períodos,
sino las "sociedades" (...) que son en realidad civilizaciones... En
cada sociedad o civilización hallamos las mismas fases, las mismas etapas: 1)
tras un período de turbulencia se llega a la creación de un imperio universal;
2) cuando el Estado universal decae y la civilización ha perdido su vitalidad,
un proletariado interno crea una "Iglesia", y otro, externo, da lugar
a una migración de pueblos bárbaros" (pp. 69-71).
Atribuye a
Toynbee que el origen de las civilizaciones es por una "iluminación
especial", cosa que nunca ha dicho así este autor. Veámoslo: "El
individuo creador se retira del mundo para recibir una iluminación personal y
regresa después para iluminar a los otros (San Pablo o San Benito, Buda o
Mahoma, Dante o Maquiavelo, etc.") (pp. 71 y 72).
Como detalle
de falta de rigor científico, hay que notar que nunca Maquiavelo ni como razón
literaria —como hace Dante, hablando de un sueño—, alude a ninguna iluminación
en su vida. Si se refiere al Príncipe, lo escribió en su ostracismo de
Florencia, en su pequeña finca, leyendo a los clásicos. Tampoco San Pablo ni
San Benito son fundadores de ninguna civilización.
El autor
quiere evitar posibles confusiones, que lleven al lector a pensar que existen
semejanzas entre estos evolucionismos históricos con la doctrina marxista; y
así dice: "No hay que confundir estas morfologías,... de paralelismos
superficiales, con el uso de modelos difundidos extraordinariamente en la
historia económica... Un modelo es también una representación simplificada de
la realidad, pero la simplificación se ha hecho de acuerdo con unos criterios
científicos y su validez puede ser comprobada y controlada" (p. 72).
Tampoco
prueba que el modelo marxista tenga "criterios científicos y su validez
pueda ser comprobada y controlada"; lo afirma, y nada más. Además, los
modelos son utilizados preferentemente en econometría.
¿ES POSIBLE
LA OBJETIVIDAD EN LA HISTORIA?
En este
apartado se plantea "La posibilidad de alcanzar un conocimiento objetivo
del pasado humano" (p. 74). Afirma que no es posible ser totalmente
objetivo, y que el historiador debe escoger los datos para interpretar la
historia: "El historiador no puede aspirar a explicar la totalidad de los
datos del pasado, aun en el supuesto de que pudiera llegar a conocerlos... El
historiador se ve obligado a escoger, entre la multitud de datos que conoce, o
que podría llegar a conocer, aquellos que le parecen relevantes para construir
una interpretación de los problemas o los aspectos que considera
fundamentales" (p. 74).
El autor es
consciente de que si el historiador subjetivamente elige los datos históricos
que certifican sus tesis, la historia deja de ser tal, para convertirse en una
parodia. "Si escoge los datos tendenciosamente, podrá construir el tipo de
interpretación que le plazca... Aun cuando actúe sin una parcialidad maliciosa,
proponiéndose ser lo más objetivo posible, su manera de entender la sociedad en
que vive, sus actitudes políticas e ideológicas, condicionarán su capacidad de
comprender y explicar los acontecimientos del pasado(p. 74).
Para
confirmar su tesis de que es imposible la objetividad histórica con el método
tradicional, pone como ejemplo los estudios de la Revolución Francesa, hechos
por Jaurés y Michelet (cfr. pp. 74 a 76).
Basándose en
estos estudios, y dando unas notas de pretendida objetividad, llega finalmente
a la conclusión de cuál es el método del estudio de la historia: "posturas
aparentemente antagónicas tienen mucho de complementarias... pueden integrarse
en una síntesis de orden superior, que no será una simple suma de los
resultados anteriores,... sino la refundición en una nueva visión de conjunto
—más profunda y más rica— de aquello que había de útil en las aportaciones
anteriores (pp. 77 y 78).
Aparece en
esta conclusión la tesis fundamental del marxismo: "síntesis superior, que
no será una simple suma de los resultados anteriores, sino la refundición de
una nueva visión de conjunto".
Reconoce la
validez de las verificaciones cuantitativas para la historia económica, aunque
descalifica a todas las demás historias, porque, según el autor, no utilizan
los datos objetivamente (pp. 81 y 82).
No sucede
así con el método histórico, que "tiene por meta explicarnos el pasado,
hacernos inteligible el presente y facilitarnos la construcción del
futuro", que identifica con su método (como si los demás historiadores no
desearan hacer lo mismo).
PARA UNA
NUEVA HISTORIA
Con este
título, comienza la segunda parte del libro.
EL NÚMERO DE
LOS HOMBRES
En este
apartado, desarrolla los conceptos elementales de demografía y de su relación
con los alimentos; de la producción y el desarrollo económico; de los
"Freuds" seculares. Se expone un modelo sencillo que relaciona todos
estos elementos (cfr. pp. 83 a 93). No deja de darles un matiz materialista
histórico.
LA SUBSISTENCIA
Y EL TRABAJO
Con este
título comienza un apartado central en el libro. En primer lugar, se trata de
descalificar la postura que también es limitada de los economicistas no
marxistas (cfr. pp. 62, 64, 65 y 66): éstos ven en los "intereses personales"
el móvil de la historia mientras los marxistas lo ven en la "capacidad
productiva (intereses) de las sociedades" (cfr. pp. 93 y 94). De nuevo, se
niega a los individuos su papel de autores y sólo se reconoce el de la
sociedad, como si la sociedad no fuera posterior a los individuos que la
constituyen.
En segundo
lugar, explica brevemente las tres etapas de la humanidad: la nómada, la
agrícola y la industrial (cfr. pp. 94 a 98).
A lo largo
de esta descripción, presenta peyorativamente a la aristocracia, clero,
burguesía, etc., y señala como improductivos a todos los hombres que no se
dedican a un trabajo manual. En la constante división dicotómica de la sociedad
de los marxistas —explotadores y explotados, productores e improductivos,
etc.—, no caben los matices.
EL LUGAR DEL
HOMBRE EN LA SOCIEDAD
Resumiendo
el planteamiento marxista, Fontana escribe: "Las sociedades humanas no son
simples agrupaciones de individuos que se integran en ellas en pie de igualdad,
o que difieren tan sólo por la misión que desempeñan dentro de la división
social del trabajo. La esencia misma de las sociedades humanas a lo largo de la
historia ha sido la desigualdad, la estratificación social en clases y castas,
la separación entre dominadores y dominados, entre explotadores y explotados.
Sin tener esto en cuenta, no llegaríamos a entender nada del acontecer
histórico" (p. 105).
Mediante
grandes simplificaciones, reduce algunas de las otras posibles divisiones de la
sociedad a la división de clases marxista. La estructura de la sociedad siempre
es binaria: "aristocracia y clerecía: los ricos son los opresores. El
pueblo: el pobre es el oprimido". Así de sencillo es su razonamiento (cfr
pp. 108-110).
Fontana
intenta aclarar sistemáticamente una serie de principios sobre las clases
sociales. "El historiador debe tener presentes,a la vez, estas dos reglas:
en primer lugar, que no llegará a comprender jamás la dinámica de la evolución
de una sociedad, si no entiende los enfrentamientos entre las distintas clases
que la integran; y, en segundo lugar, que debe buscar los criterios definidores
de estas clases, y las razones objetivas de sus enfrentamientos, en el plano de
sus respectivas posiciones en relación con el proceso productivo, esto es, en
las relaciones de trabajo que las unen (o las dividen), en el reparto de la
propiedad, en la forma de apropiación del excedente..." (p. 110).
Al exponer
su concepción de clase social, afirma: "La clase aparece cuando varios
hombres, como resultado de experiencias comunes (heredadas o compartidas,
sienten y articulan la identidad de sus intereses entre sí y contra otros
hombres, cuyos intereses son distintos a los suyos (y generalmente opuestos a
ellos). La experiencia de clase está determinada en gran medida por las
relaciones productivas en que los hombres nacen —o en las que entran
involuntariamente—. La conciencia de clase es la forma en que estas
experiencias son manejadas en términos culturales: incorporadas en tradiciones,
en sistemas de valores ideas y formas institucionales" (cfr. pp. 110 a
113).
Para el
autor, además de la pertenencia a un grupo social determinado, es necesaria la
"conciencia de clase", es decir, la toma de conciencia de pertenecer
a un grupo determinado por el trabajo, y en lucha con otros grupos.
Según este
planteamiento, se trata de "concebir la historia de la sociedad —como
estudio de las relaciones y los enfrentamientos entre clases— (...); actuación
de los empresarios (no sólo en el estricto terreno económico, sino en el
político, que les permite usar la máquina del Estado para sus fines)"
(cfr. pp. 113-115).
Concluirá
esta breve exposición —llena de simplificaciones— con una nueva declaración de
la negación del hombre como autor de la historia, que se ha convertido en la
"actuación colectiva de la clase obrera".
EL ESTUDIO
HISTÓRICO DE LAS SOCIEDADES
En este
apartado, el autor estudia el concepto marxista de supraestructura, derivada
del modo de producción. La superestructura no es una simple agregación de
elementos, "sino la unidad que forman conjuntamente, el resultado de sus
interacciones" (p. 117).
El que el
estudio de la historia sea la unidad de los diversos elementos que la componen,
no es un descubrimiento de la "nueva historia": todo historiador ha
intentado comprender la historia. Al enunciarlo de esta manera, da a entender
que hasta el advenimiento del método marxista, no había verdadera historia.
Expone la
concepción de la historia como etapas estables y períodos revolucionarios:
"proceso discontinuo que discurre en unas etapas relativamente estables,
separadas entre sí por períodos de transformación revolucionaria" (pp. 117
y 118).
Explica
estos cambios por motivos económicos: "Adam Smith (1723-1796), afirmaba
que la clave esencial de la evolución de las sociedades humanas, debía buscarse
en sus modos de subsistencia" (p. 118).
Indica que
las leyes son fruto de estos cambios económicos, y no de la naturaleza de las
realidades: se refiere, en este contexto, a Antoine Barnave (1761-1793)
"quien afirmaba que las leyes y las formas de gobierno no eran fruto de la
voluntad de los hombres, sino que dependían del grado de desarrollo social de
cada pueblo. Según fuera éste, el poder recaía en uno u otro grupo, y aquél a
quien correspondía se encargaba de hacer las leyes para organizarlo y
asegurarse su posesión" (p. 118).
Según
Fontana, en esta corriente inciden Marx y Engels, y así escribe: "para
ellos será el modo de producción, que abarca dos componentes fundamentales: las
fuerzas productivas —los propios hombres, considerados como fuerza de trabajo,
y los medios de producción que emplean— y las relaciones de producción. Estas
son las relaciones que surgen de manera natural en el contacto entre los
hombres que, de un modo u otro, intervienen en el proceso productivo"(p.
118).
Insistirá
más claramente en favor de esta dicotomía marxista al tratar de la
"apropiación de los resultados que crea el trabajo": "Las más
importantes son las (relaciones) de propiedad, que determinan quién puede
disponer de los medios de producción, y que, a su vez, tienen una influencia
decisiva sobre un segundo género de relaciones, las que fijan la apropiación de
los resultados que crea el trabajo" (pag. 118).
Y, expone
brevemente el por qué de las revoluciones o cambios sociales. La razón de esos
cambios sólo la entiende en términos de contradicción y conflicto, siguiendo la
clásica interpretación marxista (cfr. pp. 118 a 121).
Según el
pensamiento marxista, las relaciones políticas y jurídicas no son más que una
supraestructura creada y condicionada en su totalidad por la infraestructura,
que está constituida por las diversas relaciones económicas: "La clase
beneficiaria de unas relaciones dadas...establece unas leyes y una organización
política y jurídica (que) deben corresponder al modo de
producción"(p.121).
Más aún,
para descalificar los otros modos de concepción de la historia, Fontana afirma
que, si se piensa de otro modo, esto es debido al mismo condicionante económico
que termina de señalar.
Es propio
del autor la constante simplificación entre los que guerreaban, rezaban y
trabajaban, sin darse cuenta de que frecuentemente los guerreros fueron al
mismo tiempo grandes arquitectos y técnicos, y que muchos descubrimientos en
todos los campos (agricultura, minería, filosofía, medicina, astronomía,
arquitectura, arte, etc.) fueron obra de los que rezaban. Y que muchas veces,
los que trabajaban se convertían en guerreros o en monjes. A todos les
correspondía —sin simplificaciones— parte del trabajo común de la humanidad.
Repite uno
de los errores totalizantes propios del marxismo: la afirmación determinante de
que "el modo de producción configura unas formas de pensar y de comprender
el mundo"; como si un hombre del pueblo llano no pudiera gustar de una
obra de arte igual que un magnate.
Va
ejemplificando cómo el arte (cfr. pp. 125 y 126) —supraestructura— está
condicionado por la infraestructura. Sin necesidad de la explicación marxista,
es para todos evidente que el arte refleja la época en que se realiza, y en
ocasiones se proyecta en el futuro, aún antes de que la realidad sea como la
representa el artista. Entre los ejemplos que cita el autor, se encuentra Goya:
parte de su pintura se adelanta a su tiempo; mientras otros aspectos de su obra
son totalmente convencionales.
Resulta de
todas formas exagerado hablar de la conciencia social de Goya, que vivió
espléndidamente en su época y no fue precisamente un rebelde unido al pueblo en
armas contra la invasión napoleónica. Fue un afrancesado, que pintó también en
la corte de José I Bonaparte; y se exilió a Francia, siendo consecuente con su
pensamiento político.
Como la
realidad histórica no es fácil de encajar en la dicotomía marxista, introduce
el tema de la posible no pureza de los sistemas de producción (cfr. pp. 126 y
127), y así matiza su pensamiento. Pero, cabrá preguntar, el sistema de análisis
marxista ¿explica o no el proceso histórico?
MÉTODOS DE
INVESTIGACIÓN
Una vez más,
no duda en calificar apriorísticamente, como fragmentarios, los métodos de
estudio de la historia que no son marxistas (cfr. pp. 128 y 130).
Tratará fundamentalmente,
como prueba del valor del análisis marxista de: 1) la economía (pp. 130 a 132);
2) la historia (p. 133); 3) la historia de las mentalidades (lingüísticas,
religiosas) (pp. 133 a 134); y 4) terminará con una diatriba de la historia que
llama clásica, y una alabanza de la nueva historia (pp. 136 a 139).
ECONOMÍA
Expone
brevemente lo que es un modelo económico (cfr. p. 130). Precisa que el modelo
es cuantificable matemáticamente y lo distingue de la econometría (cfr. pp. 130
y 131). Explica con ejemplos lo que es la historia econométrica (cfr.pp. 131 y
132), y hace algunas advertencias sobre el límite de este método (cfr. p. 132).
Apoyado en
Engels, señala que las causas de la historia son, en último término, las
económicas. Es decir, la economía es la última razón histórica; no es el hombre
libre el autor de la historia, sino la sociedad, que además tampoco es libre,
sino condicionada.
Trata de la historia
de las mentalidades con una referencia especial a los métodos lingüísticos
(cfr. pp. 133 y 134);y desarrolla el
tema de la historia cuantificada de la religión (cfr. p. 134). En su exposición
parece dar la razón a Toynbee (p. 69). Pero no se ve, en el contexto marxista,
el porqué de un enfrentamiento de clase provocado por la religión, cuando hasta
ahora ha afirmado la primacía de lo económico.
LA HISTORIA
COMO ESPERANZA
En este
último epígrafe, no puede faltar la calificación peyorativa de la historia no
marxista, al atribuirle objetivos de muy corto alcance (p. 136).
Afirma que
con la nueva historia no se pretende (cfr.pp.136 y 137) "inculcar a los
hombres unos nuevos ideales en sustitución de los viejos", afirmación que
está en flagrante contradicción con la realidad de tantos países, en los que
precisamente no se enseña a los hombres "a usar sus ojos y su cerebro, a
examinar por sí mismos, a juzgar por su cuenta y a elegir su camino
conscientemente".
A
continuación, se vierten una serie de juicios peyorativos sobre los
historiadores no marxistas (cfr. pp. 138-139), que con mayor razón podrían
atribuirse a quienes han de hacer historia en los países marxistas.
La historia,
se afirma también, "debe mostrarnos a los hombres en toda la complejidad
de sus dimensiones, desde sus trabajos a sus sueños", objetivo que no
parece proponer el autor a lo largo de este libro, presentando una historia
privada de toda visión trascendente del hombre, y reducida a su dimensión
material-económica. Niega, además, que sea el hombre el objeto de su estudio
(cfr. pp. 139 y 140).
El libro
termina con unas lecturas recomendadas, todas pertenecientes a historiadores de
ideología marxista, y con un vocabulario en el que se exponen sucintamente los
principales conceptos de la historia social, total o integradora.
II.
VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA
El libro
expone con sencillez, a modo de divulgación, las principales tesis marxistas
sobre el análisis metodológico de la historia.
El aparato
crítico en que el autor fundamenta su exposición es extremadamente pobre. Los
autores citados destacan por su laicismo (Diderot, Voltaire, etc.,), o por ser
poco conocidos y de escasa relevancia como historiadores.
Sus
argumentaciones se basan en una gran simplificación de las tesis históricas de
los autores no marxistas, de los que hace una crítica poco científica (no
aporta argumentos) y fuertemente tendenciosa (tiende a ridiculizarlos).
Hay
imprecisiones históricas. Y, a veces, verdaderas alteraciones de los hechos.
Así, por ejemplo: pp. 11; 36; 50; 62; 65; 66; 72; 91; 92; 94; 97; 98; 108; 125
y 126.
Se afirma la
imposibilidad de hacer una historia "objetiva": pp. 9 y 10; pp.
10-12; p. 74; p. 80.
Abundan los
juicios peyorativos sobre personas con diferentes criterios históricos de los
sustentados por el autor: pp. 12-14; pp. 32-34; pp. 34-35.
Son
frecuentes los juicios peyorativos sobre instituciones: pp. 32-34; 44; 61; 88,
89 y 90; 106 y 108; 122.
Para
facilitar la comprensión crítica de las diferentes posturas de Fontana con
respecto a la historia tradicional, se señalan algunos de los principales
conceptos de esta disciplina que están en contradicción con las tesis del
autor.
Esta
exposición se basa en la obra de Federico Suárez, La historia y el método de
investigación histórica, Ed.Rialp, Madrid. En este estudio se encuentran
abundantes referencias bibliográficas, muy útiles para comprender el
pensamiento del autor y a él nos referiremos en las páginas que siguen, si no
se indica otra cosa.
El objeto
el método de la historia
La historia
es la ciencia que estudia "hechos verdaderos, pertenecientes al pasado, de
cierta relevancia" (p. 22).
La
investigación histórica requiere su propio método, y debe adaptarse —como el de
todas las ciencias— a su objeto propio. Este método será distinto del que
utilizan otras disciplinas cuyos objetos son también diferentes. "¿Está
justificada la sustitución del viejo método por los que introducen los
defensores de la nueva historia?... Una sustitución sólo podría justificarse o
porque el viejo método histórico condujera a resultados que se han demostrado
falsos, porque al cambiar el objeto de la historia debe cambiarse también el
método, que siempre está en función del objeto que se quiere conocer. Y no
habiendo demostrado nadie (por la sencilla razón de que es imposible) que lo
que se conoce de la historia de los hombres sea erróneo, ni que, por tanto el
método fuera inadecuado, sólo un cambio en el objeto de la historia puede
justificar el abandono de un método y su sustitución por otros... ¿Ha cambiado
el objeto de la historia, de tal manera que pueda hablarse —con fundamento, se
entiende— de una nueva historia que, como es lógico, haría necesario un nuevo
método?" (pp. 80-81).
Aquí, en el
objeto de la historia, está la raíz del tema de la nueva historia. Los
historiadores de esta tendencia afirman que el hombre (sujeto de la historia)
ya no es el objeto de estudio; el nuevo sujeto de la historia es lo colectivo,
"la humanidad" y por esto deducen que se debe utilizar un nuevo
método, ya que ha cambiado el objeto de investigación: ha pasado del hombre a
lo colectivo.
Como el
descubrimiento de este nuevo sujeto de la historia —y en consecuencia del nuevo
objeto de estudio— ha sido realizado por el materialismo histórico de Marx,
también el método que se habrá de utilizar es el de la dialéctica marxista.
A lo largo
de los siguientes puntos se tratará de demostrar que este cambio de objeto de
la historia no se postula por razones derivadas de la propia realidad
histórica, sino como consecuencia de unos postulados —no demostrados, ni
demostrables— de tipo materialista.
Los autores
de "la escuela de inspiración marxista y la de raíz socioeconómica han
coincidido en hacer historia socioeconómica en lugar de historia política"
(p. 83). Y, así, han llegado a lo que llaman "historia social".
"Decir que toda historia es historia social, en realidad, no es decir gran
cosa. Pues siendo evidente, como lo es, que el hombre es un ser sociable por
naturaleza, cae de su peso que toda historia es social, ya que el hombre
aislado, sin estar integrado en sociedad alguna, sólo existió en la imaginación
de algunos renombrados ensayistas de la Ilustración. Todo hombre nace en el
seno de una sociedad, y un hombre sin otros hombres es, sencillamente,
inimaginable, porque comenzaría por no haber nacido. No existiría historia
alguna si no hubiera sociedad humana, de modo que no existiendo, ni habiendo
existido nunca, hombre alguno aislado... todo cuanto un hombre hace o sufre
tiene, de un modo u otro, una dimensión social... Y en este aspecto, hablar de
una historia social o decir que toda historia es social, no es, ciertamente, ni
un descubrimiento ni una aportación" (p. 22).
Pero no es
lo social, sino lo "colectivo", lo que propugna la nueva historia
(cfr. pp. 92-93).
El objeto de
la nueva historia social no es el individuo, sino una realidad más compleja:
"No es que se niegue que los acontecimientos sean reales; existen; y hay
que tenerlos en cuenta. Tampoco se pretende negar la función que los individuos
han tenido y tienen en el transcurso de la historia, aunque habría, no
obstante, que poner de relieve que el individuo constituye en la historia,
demasiado a menudo, una abstracción. Jamás se da en la realidad viva un
individuo encerrado en sí mismo; todas las aventuras individuales se basan en
una realidad más compleja, una realidad entrecruzada, como dice la
sociología"(F.Braudel) (p. 94).
Para estos
autores, por tanto, el objeto de la historia son las coyunturas, la
estructura porque los individuos son
"abstracciones". Así, se trata de estudiar "más que la
sociedad,la estructura de la sociedad, que no necesita ya, para constituirse en
protagonista de la historia, tener que delegar en nadie su acción: obra por sí
misma, lentamente (es la larga,la muy larga duración), y ella es a la vez
sujeto de la historia y objeto del estudio del historiador" (p. 97).
"Las estructuras, pues, se elevan al plano del protagonismo histórico.
Pero, ¿qué es una estructura?" (p. 98). Las definiciones de estructura que
exponen los diversos autores (según se refiera el término a la economía, a la
sociología, a la historia) muestran que se trata de un término confuso (cfr.
pp. 98-100).
"Braudel
reprochaba a los cultivadores de la historia tradicional estilo Ranke haber
convertido, demasiado a menudo, al individuo protagonista del relato histórico
en una abstracción. El individuo —un Felipe II, o Napoleón, o Jovellanos o
Sócrates—, un ser personal, concreto, real, que ni siquiera en el caso de una
biografía era separado o abstraído del ambiente (también real) en que vivió,
resulta que es una abstracción: la estructura social, juego de unas fuerzas
antagónicas, en equilibrio precario, o ensamblaje orgánico de relaciones y
coherencias a la vez económicas, sociales y psicológicas, no es en cambio, una
abstracción, sino la realidad, menos abstracta y más viva que la persona concreta.
¿Y no es esto despersonalizar la historia, que ya no se ocuparía de los hombres
concretos, sino de unas fuerzas deshumanizadas, de ensamblajes, coherencias y
relaciones, de cosas más que de personas? ¿Es acaso más real, más concreta,
menos abstracta, una estructura —unas fuerzas sociales en tensión— que unos
hombres constituidos en civitas, nación o pueblo? ¿Hay quizá, más
humanidad en una estructura que en un acontecimiento protagonizado por el
hombre?" (pp. 100 y 101).
Resulta claro
que, en el fondo de este planteamiento, subyace la concepción marxista del
hombre, sujeto y objeto de la nueva historia social. Para el marxismo, "en
rigor, no puede hablarse del hombre que entra en una relación social con otros;
lo que existe realmente es la sociedad, de la que los individuos no son más que
elementos; cuando es abstraído de esta sociedad de la que es apenas una parte,
el individuo ya no es nada, se desvanece (A. del Noce). André Akoun (...)
precisó: ser hombre, en un análisis marxista, no quiere decir nada; se es
burgués o se es proletario, se es siervo o se es señor, se es pura y
simplemente una puesta en escena de la estructura de las relaciones de
producción...; hombre es una categoría idealista que Marx ha rechazado"
(cfr. pp. 102-103).
La
finalidad de la investigación histórica
La historia,
según los cultivadores de la nueva historia,no debe ser una investigación del
pasado, sino una explicación del presente para hacer el futuro. "Y en
realidad, ¿se puede todavía, en este caso, seguir hablando de historia? Pues no
se trata ya de conocer propiamente algo que sucedió, sino de construir una
historia según un modelo previo, eliminando para ello tanto los factores
aberrantes como las apariencias y, en general, todo dato que no corresponda al
modelo. Los mismos clichés mentales (las mismas categorías expresadas con las
mismas expresiones estereotipadas), aplicados a épocas y países distintos, dan
por resultado la monótona uniformidad que distingue a la literatura
sociohistórica. Es la histoire-batailles de una sociedad masificada,
despersonalizada, pero con un notable grado de generalización y, por tanto, de
abstracción" (p. 111).
Para
conseguir esta nueva finalidad o función de la historia debe introducirse en la
investigación de los datos una hipótesis previa —no demostrada, ni demostrable—
que es el materialismo histórico. Este esquema, previo al de trabajo
investigador, evidentemente deforma la utilización de los datos históricos: se
eligen los que son significativos según el materialismo histórico y se rechazan
los datos aberrantes.
No se busca
comprender la historia, sino hacer la historia, que, por estar condicionada por
el axioma materialista previo, acabará siendo sólo historia de la clase obrera.
Los nuevos
historiadores pretenden hacer una síntesis superior que explique todos los
datos del proceso histórico: "Lo que parece una meta más ambiciosa todavía
por lo que se refiere al objeto de la historia es lo que algunos modernos
historiadores llaman historia total... Así, Pierre Vilar (por citar a uno de
los más conocidos) afirmó vigorosamente que la historia es la única ciencia a
la vez global y dinámica de las sociedades, algo así como la única síntesis
posible de las demás ciencias humanas... La historia es totalidad que no puede ser
recortada en pedazos o sectores" (pp. 112 y 113).
Esta
"historia total" de que hablan estos autores no se debe entender como
una síntesis integradora de todas las ciencias, "aspiración tan fantástica
como anacrónica", ni mucho menos como una síntesis en extensión, lo cual
es claramente imposible (cfr. pp. 113-114), sino como una integración en
profundidad.
"Pero,
¿cuál es la raíz en la que todo se integra porque todo lo origina? Marx creyó
haberla encontrado en la economía: las fuerzas y relaciones de producción
constituían la infraestructura de la que emanaba todo lo demás, y por la que se
explicaba todo, desde el derecho a la religión, desde la guerra hasta el arte,
desde las instituciones a las ideas económicas o políticas. La historia total,
pues, parece identificarse en cierto modo con el materialismo histórico. Esta
parece ser la opinión (o la convicción) de Vilar al afirmar que la finalidad
deseable —por desgracia, dice, muy difícil de alcanzar— sería un programa de
historia total, que hasta este momento solamente el marxismo ha osado exigir y
que coordinaría el espíritu de la investigación histórica. Pero esto no aclara
en absoluto la cuestión. Antes sería necesario mostrar qué es la historia total
que, en efecto, el marxismo ha osado exigir; ahora bien, en la materia que
estamos tratando, el marxismo —según se vio— _pisa un terreno muy poco sólido,
científicamente hablando, para que se pueda tomar en consideración su
exigencia, a no ser con grandes reservas y después de haber presentado, al
menos, algún argumento" (p. 114).
III.
VALORACIÓN DOCTRINAL
Como se ha
mostrado ampliamente, este libro tiene escaso valor científico: simplifica,
aplica los a priori del método histórico, y no aporta demostraciones de sus
asertos ni pruebas en sus ataques a otros modos de hacer la historia,
incurriendo en contradicciones y en errores históricos de bulto.Sin pretender
ser exhaustivos, se indican a continuación las principales tesis marxistas
sostenidas por Fontana en esta obra, y que ya se han señalado a lo largo de la
exposición del contenido.
1. Ignora el
valor del hombre, como ser individual, en el hacer histórico: pp. 12, 14, 29,
32-34, 34-37, 41-42.
2. Desconoce
la libertad humana, a la que sustituye por determinismos económicos: pp. 50,
53-55.
3. Rechaza
la dimensión espiritual de la vida humana: p. 44.
4.
Tergiversa la realidad de la Providencia divina, que no está en contradicción
con la libertad del hombre (en la que tampoco cree el autor), sino que la
funda: pp. 55-56.
5. Considera
que es la "sociedad", el "pueblo", la "humanidad"
en abstracto la única protagonista de la historia, y no las personas concretas.
Desconoce que la persona es anterior y trasciende a la sociedad: pp. 20, 29,
31, 36-38, 43-44, 113-115.
6. Concibe
la historia de modo materialista y dialéctico: pp. 15, 41-42, 49-50, 72, 76-78,
82, 93-94, 105-106, 108, 110, 113, 118, 121-122, 136.
7. Considera
el materialismo histórico como motor de la construcción de una nueva sociedad:
pp. 29, 31-32, 116.
8.
Exaltación desenfocada de todo lo relacionado con el mundo de la producción: de
lo económico (pp. 10, 38-39, 41-42,90-91, 102, 104, 106, 110, 118, 131); del
trabajo (p. 10); del obrero (pp. 38-39).
9. Concepto
marxista de plus-valía y de la apropiación indebida: pp. 102, 110, 118.
10. Lucha de
clases, basada exclusivamente en factores económicos: pp. 90-91, 105-106,
108-110, 122, 125-127.
11.
Conciencia de clases, interpretada según las categorías marxistas: pp. 108,
110, 113-115 133-134.
12. Concepto
marxista de superestructura, como ideología sublimada: pp. 41, 105, 121-122,
125-128.
J.M.P.
(1981)
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