FONTANA LÁZARO, Josep

La historia

Ed. Salvat, Barcelona 1973, 143 pp.

LA HISTORIA es un breve trabajo de divulgación, para estudiantes y para el gran público, en el que se describe el análisis marxista como método para estudiar la historia, a fin de llegar a una nueva comprensión "científica" de esa materia. El libro —profusamente ilustrado—, desarrolla los principales conceptos de esta disciplina, objeto, identidad, objetividad, etc. de la historia.

ÍNDICE DEL LIBRO                                                Págs.

        LA CRISIS DE LA HISTORIA TRADICIONAL ...................  7

        Entrevista con Edward H. Carr ..........................  8

        El desprestigio de la historia ......................... 21

        ¿Quién es el protagonista de la historia? .............. 32

        ¿De qué aspectos de la actividad humana debe ocuparse

        la historia? ............................................43

        En busca de las causas que rigen el curso de la historia 53

        Las morfologías: los ejemplos de Spengler y Toynbee .... 66

        ¿Es posible la objetividad en la historia? ............. 74

        PARA UNA NUEVA HISTORIA ................................ 83

        El número de los hombres ............................... 85

        La subsistencia y el trabajo ........................... 93

        El lugar del hombre en la sociedad ..................... 105

        El estudio histórico de las sociedades ................. 117

           Conceptos fundamentales ............................. 117

           Métodos de investigación ............................ 128

        La historia como esperanza ............................. 136

        Lecturas recomendadas .................................. 141

        Vocabulario ............................................ 142

 

 

I. ANÁLISIS DEL CONTENIDO

La primera parte del libro, titulada "La crisis de la historia tradicional", comienza con una entrevista al historiador Edward H. Carr, y una breve biografía suya. Sin solución de continuidad, se entra en el tema "El desprestigio de la historia" (pp. 21 a 83).

En esta primera parte, de una forma sistemática, se pretende desprestigiar el estudio de la historia que se ha hecho hasta la llegada del análisis "científico" marxista. En la segunda parte, titulada "Para una nueva historia", se pretende demostrar la validez de la aplicación del método marxista al estudio de la historia.

Los temas principales que desarrolla el autor son los siguientes (se indican entre paréntesis las páginas en que más claramente se expone el pensamiento del autor respecto a cada tema):

        1. Crítica de la historia tradicional (p. 21).

        2. Definición de la nueva historia (p. 30).

        3. Objeto de la nueva historia (p. 31).

        4. El protagonista de la historia (p. 32).

        5. Aspectos de la actividad humana (p. 43).

                No, a la Historia política (p. 43).

                No, a la Historia de la cultura (p. 43).

                No, a la Historia de la economía (p. 48).

                Sí, a la Historia total (p. 49).

        6. Causas que rigen el curso de la historia.

                No es el hombre individual, libre (p. 53).

                No es el azar (p. 53).

                No es la Providencia divina (p. 55).

                No es la Geopolítica (p. 57).

                No es la Climatología (p. 58).

                Sí es la economía (p. 62).

                —no son los economicismos no marxistas (p. 62).

                —sí es el materialismo histórico (p. 62).

                No son los morfologismos (p. 66).

        7. La objetividad en la historia (p. 74).

                No es posible con los métodos tradicionales (p. 74).

                Sí es posible con una integración superior (historia total) (p. 77).

        8. Nueva historia

                Demografía (p. 83).

                Subsistencia y trabajo (p. 93).

        9. Las clases sociales (p. 105).

                —Su origen económico (p. 106).

                —Su enfrentamiento: lucha de clases (p. 110).

                —Supraestructura (p. 113).

                —Conciencia de clase (p. 110).

        10. Supraestructura (p. 117).

                Derivada del modo de producción (p. 118).

        11. Métodos de investigación histórica: cuantificación (p.128).

                —Modelo económico y econometría (p. 130).

                —Historia de las mentalidades (p. 133).

                —Historia de la religión (p. 134).

En la entrevista a Carr, se subrayan los aspectos más notables del pensamiento histórico marxista: 1) Imposibilidad de la objetividad histórica, puesto que "la historia requiere la selección y ordenamiento de hechos ocurridos en el pasado a la luz de un principio o norma de objetividad aceptado por el historiador, que incluye, necesariamente, elementos de interpretación" (pp. 9, 10). 2) La historia es entendida primordialmente como un mirar al futuro desde el presente, nunca como un estudio simple del pasado: "El proceso histórico es continuo; no podemos empezar a comprender cómo el pasado ha evolucionado hasta el presente sin conocer cómo el presente evoluciona verosímilmente hasta el futuro" (p. 15). 3) Su proceder dialéctico: "La historia es producto de la interrelación de los principios de continuidad y cambio" (p. 15). 4) La gran influencia del materialismo dialéctico en la "nueva historia", que se presenta como la única válida.

EL DESPRESTIGIO DE LA HISTORIA (p. 21).

Con este título comienza propiamente el texto del libro. Lanza, desde el inicio, una fuerte diatriba contra la historia, tal y como se ha entendido siempre, sin demostrar —de momento— nada de lo que afirma. "La historia ha perdido en nuestros días el prestigio de que gozó en otros tiempos..., es una erudición libresca y muerta, de escasa utilidad social y, en muchas ocasiones, dañosa y condenable" (p. 21).

A pesar de los buenos propósitos anunciados por Fontana sobre la misión de la historia, claramente se advierte a lo largo del libro que, más que ayudar al hombre actual a comprender el mundo, se tratará de construir una nueva historia basada en el concepto genérico de la humanidad.

El autor reconoce como precursores de esta nueva historia, cuyo objetivo es la denuncia social, a los hombres de la Ilustración francesa (cfr. pp. 21 y 22).

A partir de la Ilustración hay una doble línea de estudio de la historia: por una parte, la que llama romántica, a la que descalifica por mirar al pasado, como si la historia no fuera fundamentalmente un estudio del pasado (cfr. pp. 23-24); por otra, la línea historiográfica que analiza la sociedad, única que el autor aceptará apriorísticamente, ya que en esa dirección trabajan los marxistas.

De todas formas, también descalifica a los historiadores que, moviéndose en el ámbito "del análisis de la sociedad", no han utilizado el método dialéctico para explicar la historia, como hizo Marx. Los descalifica porque, según él, la historia que hacen no es científica, y tampoco le parecen honestos los motivos de esos historiadores. Así, escribe:"Junto a este desprestigio científico hay que tomar en cuenta la condena moral. El historiador, incluso cuando no es un mero apologista del sistema social que él mantiene, colabora con él en una forma de complicidad no menos reprobable" (pp. 27 y 28).

Una y otra vez incide en sus juicios negativos y pintorescos :"La historia es aburrida porque no nos sirve para nada... Incapaz de interesar con su pesada erudición al gran público, es manipulada por publicistas sin ninguna preparación que se encargan de servírsela "amenamente" cocinada, convertida en anécdota trivial... Pero su defecto peor no es éste, sino que se la siga usando para crear "convicciones sanas" y perpetuar visiones del mundo caducas e interesadas" (p. 28).

Al rechazar esta misión de la historia, Fontana se contradice. En la p. 22 ha afirmado rotundamente con Diderot que la historia debe "educar las conciencias". Y esta afirmación es otra manera de decir que la historia debe formar "convicciones sanas" en la conciencia de los hombres.

DEFINICIÓN DE LA NUEVA HISTORIA

Después de esta superficial crítica a la historia tradicional, que tal como ha sido expuesta no ha existido nunca en la realidad, sino sólo en la mente de éste y otros autores, pasa en los siguientes epígrafes a analizar cómo debe ser el estudio de la nueva historia.

Según el autor (cfr. pp. 31-32), el objeto, la finalidad,de la historia es doble. En primer lugar: "se ocupa de los hombres en sociedad, de sus luchas y de su progreso". Y en segundo lugar: "ayudarles a comprender el mundo en que viven, para que les sirva de arma en sus luchas y de herramienta en la construcción de su futuro".

La historia se presenta, pues, como algo que hay que hacer, más que como algo que está hecho y hay que estudiar.

¿QUIÉN ES EL PROTAGONISTA DE LA HISTORIA?

La respuesta que en este epígrafe Fontana da inicialmente es la correcta: "La respuesta parece sencilla: el protagonista de la historia es el hombre" (p. 32).

No es el individuo singular. Tras la afirmación genérica de que el hombre es el protagonista de la historia, ese "hombre" comienza a sufrir una serie de reducciones, que además de superficiales son caricaturescas, como las que señalamos, entresacadas de esas páginas:"Las viejas crónicas solían estar dedicadas a narrar las gestas de reyes y magnates. Estos eran los únicos hombres que contaban, puesto que se suponía que con su actuación marcaban el rumbo de la historia. En la que, a los demás, no les quedaba otro papel que el de comparsas" (pp. 32-34). "Con la desaparición de las monarquías absolutas..., el papel que antes desempeñaban los soberanos se atribuye ahora a los estadistas" (pp. 34-35).

En realidad, según el autor, el protagonista de la historia es el hombre social, pero estudiado colectivamente, como sociedad:"No es difícil darse cuenta de que esta historia que todo lo reduce a la actuación de los primeros actores no es satisfactoria... Lo primero que advertimos es que el protagonista de que deberá ocuparse habrá de ser, más que "el Hombre", "los hombres"...; no quiere decir estudiar uno a uno los que vivieron en el lugar y el tiempo que tratamos de entender... La alternativa consistirá en estudiarlos "colectivamente", en la sociedad que forman" (pp. 36-38).

A esta manera de estudiar la humanidad se le llama "historia social" (p. 38). El autor critica las diferentes acepciones que ha tenido este concepto, no coincidentes con la tesis marxista; las descalifica por ser meras descripciones superficiales o transcripciones de patrones sociológicos o estudios dedicados a los humildes (p. 38), y piensa que sus cultivadores han buscado "una justificación moral: la de no sentirse cómplices de una disciplina conservadora (la historia tradicional), puesta al servicio del orden establecido" (p. 39).

Pero esto, según el autor, es insuficiente, ya que "la mayor parte de los estudios que se dedican a estas materias no son más que transposiciones de los métodos tradicionales de la historia política, sin más que cambiar los personajes de la trama: el lugar que en los viejos libros se reservaba a los reyes y a las princesas, ahora lo ocupan los dirigentes obreros" (pp. 39 y 41).

Y, en breves trazos, Fontana, intenta clarificar la función del individuo y el papel de las masas: "los individuos"son autores de los acontecimientos concretos y singulares; y "las masas", los grupos sociales, son los protagonistas de los cambios históricos a largo plazo (cfr. pp. 41 y 42). Sin aportar pruebas de estas afirmaciones, concluye el apartado sentenciando que "el protagonista de la historia es el hombre en sociedad. Son los hombres agrupados en una colectividad" (p. 43).

¿DE QUÉ ASPECTOS DE LA ACTIVIDAD HUMANA DEBE OCUPARSE LA HISTORIA?

Así se titula el siguiente apartado (p. 43), en el que se utilizará el mismo método que en los apartados anteriores: crítica dura y con escasos argumentos científicos de las opiniones diferentes a la suya; abundancia de citas de personajes de reconocida ideología anticristiana; y débil argumentación para exponer las conocidas tesis marxistas basadas en el materialismo histórico.

No a la historia política. El autor hace un análisis de la historia basada en la política, en la cultura, en la economía y termina tratando de la historia total o integradora. Comienza el apartado criticando la historia basada en la política. La argumentación que Fontana utiliza para descartar este tipo de historia se fundamenta únicamente en una cita de Voltaire: este autor, como denuncia de la "historia de los reyes", hace notar que "una esclusa del canal que une los Dos Mares, un cuadro de Poussin, una bella tragedia... son cosas mil veces más preciosas que todos los anales de la corte y todas las relaciones de campañas militares" (p. 43).

No a la historia de la cultura. Al tratar de la historia de la cultura, escribe Fontana: "Pero la historia de la cultura (...) resultó ser tan minoritaria y restringida como la otra, puesto que la cultura que estudiaba era la de las clases dominantes. ¿Cómo vamos a comprender las sociedades del pasado a través de su cultura escrita, si hasta mediados del siglo XIX, por lo menos, estas sociedades incluían un 80% a 90% de analfabetos?... Lo que solemos llamar "arte popular" o "literatura popular" —que en muchas ocasiones sólo quiere decir "producido para el pueblo", y no "por el pueblo"— recibe una atención secundaria" (pp. 43 y 44).

Aparte de la superficialidad de esa argumentación, se olvida el autor de otros aspectos de la cultura, como el arte (pintura, escultura, arquitectura...) en los que no es necesario un conocimiento literario.

No, a la historia de la economía. Aquí el autor ofrece su interpretación y crítica de la "historia de la economía". "Su campo de estudio abarca la totalidad de los hombres, con lo que resulta mucho mas "social" que las historias de la política o la cultura. Pero los historiadores de la economía... no se interesaron por los hombres que intervenían en los hechos económicos, sino por estos hechos en sí mismos" (pp. 47 y 48).

El autor parece desconocer que el objeto de la historia de la economía es la economía, no los hombres que intervienen en ella. Detalla las principales aportaciones de la "historia de la economía" y su actual orientación (p. 48).

Sí a la historia total. A pesar de afirmar que debe "abrirse a todas las dimensiones del hombre" (p. 48), en su concepto de "historia total" no hay cabida más que para la dimensión laboral (pp. 49 y 50).

¿Es posible pensar que un historiador clásico no esté totalmente convencido de que lo político, lo económico, lo cultural, etc., forman un único entramado en la historia? La crítica a la historia clásica es la crítica a una caricatura de la historia, guiada por un simple prejuicio, no fundamentado ni demostrado.

Para el autor, sólo la historia total basada en el materialismo histórico, merece el nombre de verdadera historia: "Ejemplo de esta nueva forma de ver y comprender el pasado humano es lo que Pierre Vilar ha llamado una "historia total", aunque tal vez fuera mejor calificarla de "integradora", pero con la ambición de integrar en este estudio los datos de otros terrenos, para ayudarnos a comprender mejor al hombre y las sociedades humanas"(pp. 49 y 50).

EN BUSCA DE LAS CAUSAS QUE RIGEN EL CURSO DE LA HISTORIA (pp. 53-63)

Las causas no hay que buscarlas en el hombre individual y libre. Comenzará con una breve crítica a la posibilidad de que sea el hombre con su libertad el actor de la historia. Ciertamente, Fontana no quiere hablar de la libertad humana y sustituye este concepto, esencial en el hombre, por "unas motivaciones íntimas indescifrables" (p. 53).

No hay que buscarlas en el azar.

Según el autor, hay unas leyes que determinan necesariamente el curso de la historia. Lo afirma, pero no lo prueba.

Fontana, al desarrollar el tema del azar o la fortuna en la historia, trae a colación una cita a Montesquieu: "No es la fortuna la que domina el mundo. Hay causas generales, sean físicas o morales, que obran en cada monarquía, la elevan, la mantienen o la precipitan". Y añade: "Si en la historia no hubiese un encadenamiento de causas y efectos discernibles, si todo pudiera depender de cualquier azar imprevisto, el papel del historiador se reduciría a narrar lo sucedido, sin tratar de comprender ni de explicar" (pp. 53 y 55).

No es difícil comprobar que Fontana, al hacer la crítica de esta doctrina histórica, confunde deliberadamente los términos. El que el hombre como individuo libre determine el curso de la historia no tiene nada que ver con la "fortuna" de la que habla Montesquieu. Y, aún menos, la aceptación de la libertad en el hombre, no significa que no haya causa y efecto. ¿Se quiere mayor causa que la libertad del hombre para producir como efectos los hechos históricos? El autor confunde, o tergiversa los conceptos de libertad, azar y causalidad.La libertad es totalmente compatible con la causalidad, y no menos con el azar, fruto a su vez de la libertad de otro hombre.

Las mismas causas generales de las que habla Montesquieu, son el resultado final de muchas causas particulares realizadas por individuos libres.

Es evidente que no hay un simple azar, sino también, como reconoce el autor (p. 55), unas causas que explican la evolución de la sociedad humana, fruto —decimos nosotros— de la libertad del hombre.

Aceptado el hecho de una causalidad en la historia, va a clasificar, peyorativamente, las distintas tendencias dentro del estudio de la historia.

No es la Providencia divina. Su falta de comprensión de lo que significa la Providencia de Dios, que sabemos deja libre al hombre en su actuar, le lleva a escribir el siguiente párrafo: "Para los providencialistas, los acontecimientos dependen de "las órdenes secretas de la Divina Providencia"... Una concepción semejante, que otorga un lugar privilegiado a unos factores que están mas allá de la capacidad de comprensión humana, hace inviable cualquier clase de ciencia, puesto que, no siéndonos posible comprender la lógica que explica sus acciones, no podemos tener la certeza de que "el dedo de Dios" no vaya a intervenir en un momento dado para modificar la trayectoria de un planeta o el grado de fusión de un metal" (pp. 55 y 56).

Es evidente que esta explicación de la Providencia divina nada tiene que ver con la realidad. Dios, providente, respeta el curso natural de las cosas, y, entre ellas, la libertad del hombre. Su ejemplo de la providencia resulta abiertamente ridículo.

El autor sigue señalando factores que pueden, según otros historiadores, explicar la realidad histórica. Les atribuye unas intenciones totalizadoras (p. 56), cuando evidentemente estos historiadores, al exponer sus doctrinas, no han pretendido explicar "la causa" de la historia, sino una serie de factores que de alguna manera son concausas del acontecer histórico y que lo explican al menos en parte.

No es la geopolítica. Aunque tiene razón en "rechazar esta teoría, si es una explicación determinista", es innegable el valor de la geopolítica, como reconoce, contradiciéndose a sí mismo, al exponer el punto de vista de Lucien Febvre (cfr. p. 58). También en esta exposición de geopolítica, el autor hace desaparecer al hombre individual, como el que se relaciona con el medio geográfico; y, es sustituido, una vez más, por el genérico "sociedades humanas".

No es la climatología. Después, rechaza el clima como causa de la historia, y descalifica incluso lo que hay de real de la influencia climática en la historia (cfr. p. 58).

Está claro que la historia entera no podrá explicarse por el clima y su influencia en las cosechas, pero el mismo autor —entrando de nuevo en contradicción consigo mismo— explicará, como lo hace cualquier otro libro de historia, cómo el desarrollo demográfico en la época preindustrial, está profundamente ligado a la abundancia o escasez de cosechas y, por lo tanto, al clima (cfr. pp. 88-90).

No son los factores biológicos. Ante las explicaciones del autor, se debe decir, en primer lugar, que los factores biológicos no son exclusivamente de la raza, sino que abarcan un aspecto más amplio. Así, por ejemplo, es un factor biológico la mortalidad infantil en los países del Tercer Mundo, lo que no se debe a la raza, sino a la falta de una adecuada atención médica. Lo mismo se podría decir de las demás enfermedades, ya sean individuales, epidémicas o endémicas. El autor limita los factores biológicos no ya a los raciales, sino a los racistas (cfr. p. 58). Se refiere al racismo ario, que nunca llegó a convencer más que a sus propios inventores.

El autor no duda en insistir sobre el tema, abundando con otros ejemplos, más literarios que científicos: "El racismo sirvió de justificación para la esclavitud y el imperialismo. Si el hombre blanco asumía —según las palabras de R. Kipling (1865-1936)— la pesada carga de civilizar a los nativos de color y hacerlos felices, ¿qué menos podían hacer éstos que mantenerle con su trabajo?" (p. 62).

Y afirma que racista es la educación que se recibe en Occidente (de los países del Este nada dice). Para apoyar tan insólita afirmación, habla de que en Occidente se desconoce la influencia cultural china (cfr. p. 62), sin advertir que una cosa es la cultura occidental que hunde sus raíces en Grecia y en Judea, y otra es la aportación de una cierta tecnología (brújula, pólvora, etc.), que siempre Occidente ha reconocido de origen chino.

La causa de la historia es la economía pero sólo la basada en el materialismo histórico. Al centrarse en el estudio de la economía como factor determinante de la historia, señalará la diferencia entre los "economicismos" de signo no marxista y el método marxista (otro "economicismo") que explicará más adelante. "Pero conviene aclarar que no hay que confundir este "economicismo" —que sostiene que los móviles económicos actúan de manera directa e inmediata, determinando las conductas de los hombres— con la compleja construcción teórica del materialismo histórico, que introduce entre la economía y los hombres toda una serie de mediaciones" (p. 62).

Expone con ejemplos lo que él entiende por "economicismo", todos de autores de nacionalidad norteamericana (cfr. pp. 62 a 65).

LAS MORFOLOGÍAS: LOS EJEMPLOS DE SPENGLER Y TOYNBEE

Con este título se inicia un nuevo apartado del libro. Explica brevemente lo que entiende por morfologías. "Los autores de morfologías buscan en la historia grandes regularidades que se repiten, ciclos de un eterno retorno cuyo conocimiento no sólo nos permite comprender el pasado, sino incluso profetizar el porvenir...Examinaremos tan sólo los dos que han alcanzado mayor difusión: los de Spengler y Toynbee" (p. 66).

De la doctrina de Spengler, nos expone: "En 1922, el alemán Oswald Spengler (1880-1936) publicó un libro espectacular que alcanzó un éxito considerable: LA DECADENCIA DE OCCIDENTE. Siguiendo las ideas difundidas por los neokantianos, Spengler creía que (...) las culturas crecen, se desarrollan y decaen, para ser sustituidas por otras, en ciclos de mil años" (pp. 66 y 67).

Luego, hace una breve crítica a la teoría de Spengler; y atribuye su éxito, entre otras cosas, a que es fácilmente comprensible para el gran público (cfr. pp. 67 a 69).

Pasa después, a analizar el morfologismo de Toynbee: "Toynbee afirma que las unidades que debe estudiar la historia no son ni las naciones, ni los períodos, sino las "sociedades" (...) que son en realidad civilizaciones... En cada sociedad o civilización hallamos las mismas fases, las mismas etapas: 1) tras un período de turbulencia se llega a la creación de un imperio universal; 2) cuando el Estado universal decae y la civilización ha perdido su vitalidad, un proletariado interno crea una "Iglesia", y otro, externo, da lugar a una migración de pueblos bárbaros" (pp. 69-71).

Atribuye a Toynbee que el origen de las civilizaciones es por una "iluminación especial", cosa que nunca ha dicho así este autor. Veámoslo: "El individuo creador se retira del mundo para recibir una iluminación personal y regresa después para iluminar a los otros (San Pablo o San Benito, Buda o Mahoma, Dante o Maquiavelo, etc.") (pp. 71 y 72).

Como detalle de falta de rigor científico, hay que notar que nunca Maquiavelo ni como razón literaria —como hace Dante, hablando de un sueño—, alude a ninguna iluminación en su vida. Si se refiere al Príncipe, lo escribió en su ostracismo de Florencia, en su pequeña finca, leyendo a los clásicos. Tampoco San Pablo ni San Benito son fundadores de ninguna civilización.

El autor quiere evitar posibles confusiones, que lleven al lector a pensar que existen semejanzas entre estos evolucionismos históricos con la doctrina marxista; y así dice: "No hay que confundir estas morfologías,... de paralelismos superficiales, con el uso de modelos difundidos extraordinariamente en la historia económica... Un modelo es también una representación simplificada de la realidad, pero la simplificación se ha hecho de acuerdo con unos criterios científicos y su validez puede ser comprobada y controlada" (p. 72).

Tampoco prueba que el modelo marxista tenga "criterios científicos y su validez pueda ser comprobada y controlada"; lo afirma, y nada más. Además, los modelos son utilizados preferentemente en econometría.

¿ES POSIBLE LA OBJETIVIDAD EN LA HISTORIA?

En este apartado se plantea "La posibilidad de alcanzar un conocimiento objetivo del pasado humano" (p. 74). Afirma que no es posible ser totalmente objetivo, y que el historiador debe escoger los datos para interpretar la historia: "El historiador no puede aspirar a explicar la totalidad de los datos del pasado, aun en el supuesto de que pudiera llegar a conocerlos... El historiador se ve obligado a escoger, entre la multitud de datos que conoce, o que podría llegar a conocer, aquellos que le parecen relevantes para construir una interpretación de los problemas o los aspectos que considera fundamentales" (p. 74).

El autor es consciente de que si el historiador subjetivamente elige los datos históricos que certifican sus tesis, la historia deja de ser tal, para convertirse en una parodia. "Si escoge los datos tendenciosamente, podrá construir el tipo de interpretación que le plazca... Aun cuando actúe sin una parcialidad maliciosa, proponiéndose ser lo más objetivo posible, su manera de entender la sociedad en que vive, sus actitudes políticas e ideológicas, condicionarán su capacidad de comprender y explicar los acontecimientos del pasado(p. 74).

Para confirmar su tesis de que es imposible la objetividad histórica con el método tradicional, pone como ejemplo los estudios de la Revolución Francesa, hechos por Jaurés y Michelet (cfr. pp. 74 a 76).

Basándose en estos estudios, y dando unas notas de pretendida objetividad, llega finalmente a la conclusión de cuál es el método del estudio de la historia: "posturas aparentemente antagónicas tienen mucho de complementarias... pueden integrarse en una síntesis de orden superior, que no será una simple suma de los resultados anteriores,... sino la refundición en una nueva visión de conjunto —más profunda y más rica— de aquello que había de útil en las aportaciones anteriores (pp. 77 y 78).

Aparece en esta conclusión la tesis fundamental del marxismo: "síntesis superior, que no será una simple suma de los resultados anteriores, sino la refundición de una nueva visión de conjunto".

Reconoce la validez de las verificaciones cuantitativas para la historia económica, aunque descalifica a todas las demás historias, porque, según el autor, no utilizan los datos objetivamente (pp. 81 y 82).

No sucede así con el método histórico, que "tiene por meta explicarnos el pasado, hacernos inteligible el presente y facilitarnos la construcción del futuro", que identifica con su método (como si los demás historiadores no desearan hacer lo mismo).

PARA UNA NUEVA HISTORIA

Con este título, comienza la segunda parte del libro.

EL NÚMERO DE LOS HOMBRES

En este apartado, desarrolla los conceptos elementales de demografía y de su relación con los alimentos; de la producción y el desarrollo económico; de los "Freuds" seculares. Se expone un modelo sencillo que relaciona todos estos elementos (cfr. pp. 83 a 93). No deja de darles un matiz materialista histórico.

LA SUBSISTENCIA Y EL TRABAJO

Con este título comienza un apartado central en el libro. En primer lugar, se trata de descalificar la postura que también es limitada de los economicistas no marxistas (cfr. pp. 62, 64, 65 y 66): éstos ven en los "intereses personales" el móvil de la historia mientras los marxistas lo ven en la "capacidad productiva (intereses) de las sociedades" (cfr. pp. 93 y 94). De nuevo, se niega a los individuos su papel de autores y sólo se reconoce el de la sociedad, como si la sociedad no fuera posterior a los individuos que la constituyen.

En segundo lugar, explica brevemente las tres etapas de la humanidad: la nómada, la agrícola y la industrial (cfr. pp. 94 a 98).

A lo largo de esta descripción, presenta peyorativamente a la aristocracia, clero, burguesía, etc., y señala como improductivos a todos los hombres que no se dedican a un trabajo manual. En la constante división dicotómica de la sociedad de los marxistas —explotadores y explotados, productores e improductivos, etc.—, no caben los matices.

EL LUGAR DEL HOMBRE EN LA SOCIEDAD

Resumiendo el planteamiento marxista, Fontana escribe: "Las sociedades humanas no son simples agrupaciones de individuos que se integran en ellas en pie de igualdad, o que difieren tan sólo por la misión que desempeñan dentro de la división social del trabajo. La esencia misma de las sociedades humanas a lo largo de la historia ha sido la desigualdad, la estratificación social en clases y castas, la separación entre dominadores y dominados, entre explotadores y explotados. Sin tener esto en cuenta, no llegaríamos a entender nada del acontecer histórico" (p. 105).

Mediante grandes simplificaciones, reduce algunas de las otras posibles divisiones de la sociedad a la división de clases marxista. La estructura de la sociedad siempre es binaria: "aristocracia y clerecía: los ricos son los opresores. El pueblo: el pobre es el oprimido". Así de sencillo es su razonamiento (cfr pp. 108-110).

Fontana intenta aclarar sistemáticamente una serie de principios sobre las clases sociales. "El historiador debe tener presentes,a la vez, estas dos reglas: en primer lugar, que no llegará a comprender jamás la dinámica de la evolución de una sociedad, si no entiende los enfrentamientos entre las distintas clases que la integran; y, en segundo lugar, que debe buscar los criterios definidores de estas clases, y las razones objetivas de sus enfrentamientos, en el plano de sus respectivas posiciones en relación con el proceso productivo, esto es, en las relaciones de trabajo que las unen (o las dividen), en el reparto de la propiedad, en la forma de apropiación del excedente..." (p. 110).

Al exponer su concepción de clase social, afirma: "La clase aparece cuando varios hombres, como resultado de experiencias comunes (heredadas o compartidas, sienten y articulan la identidad de sus intereses entre sí y contra otros hombres, cuyos intereses son distintos a los suyos (y generalmente opuestos a ellos). La experiencia de clase está determinada en gran medida por las relaciones productivas en que los hombres nacen —o en las que entran involuntariamente—. La conciencia de clase es la forma en que estas experiencias son manejadas en términos culturales: incorporadas en tradiciones, en sistemas de valores ideas y formas institucionales" (cfr. pp. 110 a 113).

Para el autor, además de la pertenencia a un grupo social determinado, es necesaria la "conciencia de clase", es decir, la toma de conciencia de pertenecer a un grupo determinado por el trabajo, y en lucha con otros grupos.

Según este planteamiento, se trata de "concebir la historia de la sociedad —como estudio de las relaciones y los enfrentamientos entre clases— (...); actuación de los empresarios (no sólo en el estricto terreno económico, sino en el político, que les permite usar la máquina del Estado para sus fines)" (cfr. pp. 113-115).

Concluirá esta breve exposición —llena de simplificaciones— con una nueva declaración de la negación del hombre como autor de la historia, que se ha convertido en la "actuación colectiva de la clase obrera".

EL ESTUDIO HISTÓRICO DE LAS SOCIEDADES

En este apartado, el autor estudia el concepto marxista de supraestructura, derivada del modo de producción. La superestructura no es una simple agregación de elementos, "sino la unidad que forman conjuntamente, el resultado de sus interacciones" (p. 117).

El que el estudio de la historia sea la unidad de los diversos elementos que la componen, no es un descubrimiento de la "nueva historia": todo historiador ha intentado comprender la historia. Al enunciarlo de esta manera, da a entender que hasta el advenimiento del método marxista, no había verdadera historia.

Expone la concepción de la historia como etapas estables y períodos revolucionarios: "proceso discontinuo que discurre en unas etapas relativamente estables, separadas entre sí por períodos de transformación revolucionaria" (pp. 117 y 118).

Explica estos cambios por motivos económicos: "Adam Smith (1723-1796), afirmaba que la clave esencial de la evolución de las sociedades humanas, debía buscarse en sus modos de subsistencia" (p. 118).

Indica que las leyes son fruto de estos cambios económicos, y no de la naturaleza de las realidades: se refiere, en este contexto, a Antoine Barnave (1761-1793) "quien afirmaba que las leyes y las formas de gobierno no eran fruto de la voluntad de los hombres, sino que dependían del grado de desarrollo social de cada pueblo. Según fuera éste, el poder recaía en uno u otro grupo, y aquél a quien correspondía se encargaba de hacer las leyes para organizarlo y asegurarse su posesión" (p. 118).

Según Fontana, en esta corriente inciden Marx y Engels, y así escribe: "para ellos será el modo de producción, que abarca dos componentes fundamentales: las fuerzas productivas —los propios hombres, considerados como fuerza de trabajo, y los medios de producción que emplean— y las relaciones de producción. Estas son las relaciones que surgen de manera natural en el contacto entre los hombres que, de un modo u otro, intervienen en el proceso productivo"(p. 118).

Insistirá más claramente en favor de esta dicotomía marxista al tratar de la "apropiación de los resultados que crea el trabajo": "Las más importantes son las (relaciones) de propiedad, que determinan quién puede disponer de los medios de producción, y que, a su vez, tienen una influencia decisiva sobre un segundo género de relaciones, las que fijan la apropiación de los resultados que crea el trabajo" (pag. 118).

Y, expone brevemente el por qué de las revoluciones o cambios sociales. La razón de esos cambios sólo la entiende en términos de contradicción y conflicto, siguiendo la clásica interpretación marxista (cfr. pp. 118 a 121).

Según el pensamiento marxista, las relaciones políticas y jurídicas no son más que una supraestructura creada y condicionada en su totalidad por la infraestructura, que está constituida por las diversas relaciones económicas: "La clase beneficiaria de unas relaciones dadas...establece unas leyes y una organización política y jurídica (que) deben corresponder al modo de producción"(p.121).

Más aún, para descalificar los otros modos de concepción de la historia, Fontana afirma que, si se piensa de otro modo, esto es debido al mismo condicionante económico que termina de señalar.

Es propio del autor la constante simplificación entre los que guerreaban, rezaban y trabajaban, sin darse cuenta de que frecuentemente los guerreros fueron al mismo tiempo grandes arquitectos y técnicos, y que muchos descubrimientos en todos los campos (agricultura, minería, filosofía, medicina, astronomía, arquitectura, arte, etc.) fueron obra de los que rezaban. Y que muchas veces, los que trabajaban se convertían en guerreros o en monjes. A todos les correspondía —sin simplificaciones— parte del trabajo común de la humanidad.

Repite uno de los errores totalizantes propios del marxismo: la afirmación determinante de que "el modo de producción configura unas formas de pensar y de comprender el mundo"; como si un hombre del pueblo llano no pudiera gustar de una obra de arte igual que un magnate.

Va ejemplificando cómo el arte (cfr. pp. 125 y 126) —supraestructura— está condicionado por la infraestructura. Sin necesidad de la explicación marxista, es para todos evidente que el arte refleja la época en que se realiza, y en ocasiones se proyecta en el futuro, aún antes de que la realidad sea como la representa el artista. Entre los ejemplos que cita el autor, se encuentra Goya: parte de su pintura se adelanta a su tiempo; mientras otros aspectos de su obra son totalmente convencionales.

Resulta de todas formas exagerado hablar de la conciencia social de Goya, que vivió espléndidamente en su época y no fue precisamente un rebelde unido al pueblo en armas contra la invasión napoleónica. Fue un afrancesado, que pintó también en la corte de José I Bonaparte; y se exilió a Francia, siendo consecuente con su pensamiento político.

Como la realidad histórica no es fácil de encajar en la dicotomía marxista, introduce el tema de la posible no pureza de los sistemas de producción (cfr. pp. 126 y 127), y así matiza su pensamiento. Pero, cabrá preguntar, el sistema de análisis marxista ¿explica o no el proceso histórico?

MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN

Una vez más, no duda en calificar apriorísticamente, como fragmentarios, los métodos de estudio de la historia que no son marxistas (cfr. pp. 128 y 130).

Tratará fundamentalmente, como prueba del valor del análisis marxista de: 1) la economía (pp. 130 a 132); 2) la historia (p. 133); 3) la historia de las mentalidades (lingüísticas, religiosas) (pp. 133 a 134); y 4) terminará con una diatriba de la historia que llama clásica, y una alabanza de la nueva historia (pp. 136 a 139).

ECONOMÍA

Expone brevemente lo que es un modelo económico (cfr. p. 130). Precisa que el modelo es cuantificable matemáticamente y lo distingue de la econometría (cfr. pp. 130 y 131). Explica con ejemplos lo que es la historia econométrica (cfr.pp. 131 y 132), y hace algunas advertencias sobre el límite de este método (cfr. p. 132).

Apoyado en Engels, señala que las causas de la historia son, en último término, las económicas. Es decir, la economía es la última razón histórica; no es el hombre libre el autor de la historia, sino la sociedad, que además tampoco es libre, sino condicionada.

Trata de la historia de las mentalidades con una referencia especial a los métodos lingüísticos (cfr. pp. 133 y 134);y  desarrolla el tema de la historia cuantificada de la religión (cfr. p. 134). En su exposición parece dar la razón a Toynbee (p. 69). Pero no se ve, en el contexto marxista, el porqué de un enfrentamiento de clase provocado por la religión, cuando hasta ahora ha afirmado la primacía de lo económico.

LA HISTORIA COMO ESPERANZA

En este último epígrafe, no puede faltar la calificación peyorativa de la historia no marxista, al atribuirle objetivos de muy corto alcance (p. 136).

Afirma que con la nueva historia no se pretende (cfr.pp.136 y 137) "inculcar a los hombres unos nuevos ideales en sustitución de los viejos", afirmación que está en flagrante contradicción con la realidad de tantos países, en los que precisamente no se enseña a los hombres "a usar sus ojos y su cerebro, a examinar por sí mismos, a juzgar por su cuenta y a elegir su camino conscientemente".

A continuación, se vierten una serie de juicios peyorativos sobre los historiadores no marxistas (cfr. pp. 138-139), que con mayor razón podrían atribuirse a quienes han de hacer historia en los países marxistas.

La historia, se afirma también, "debe mostrarnos a los hombres en toda la complejidad de sus dimensiones, desde sus trabajos a sus sueños", objetivo que no parece proponer el autor a lo largo de este libro, presentando una historia privada de toda visión trascendente del hombre, y reducida a su dimensión material-económica. Niega, además, que sea el hombre el objeto de su estudio (cfr. pp. 139 y 140).

El libro termina con unas lecturas recomendadas, todas pertenecientes a historiadores de ideología marxista, y con un vocabulario en el que se exponen sucintamente los principales conceptos de la historia social, total o integradora.

II. VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA

El libro expone con sencillez, a modo de divulgación, las principales tesis marxistas sobre el análisis metodológico de la historia.

El aparato crítico en que el autor fundamenta su exposición es extremadamente pobre. Los autores citados destacan por su laicismo (Diderot, Voltaire, etc.,), o por ser poco conocidos y de escasa relevancia como historiadores.

Sus argumentaciones se basan en una gran simplificación de las tesis históricas de los autores no marxistas, de los que hace una crítica poco científica (no aporta argumentos) y fuertemente tendenciosa (tiende a ridiculizarlos).

Hay imprecisiones históricas. Y, a veces, verdaderas alteraciones de los hechos. Así, por ejemplo: pp. 11; 36; 50; 62; 65; 66; 72; 91; 92; 94; 97; 98; 108; 125 y 126.

Se afirma la imposibilidad de hacer una historia "objetiva": pp. 9 y 10; pp. 10-12; p. 74; p. 80.

Abundan los juicios peyorativos sobre personas con diferentes criterios históricos de los sustentados por el autor: pp. 12-14; pp. 32-34; pp. 34-35.

Son frecuentes los juicios peyorativos sobre instituciones: pp. 32-34; 44; 61; 88, 89 y 90; 106 y 108; 122.

Para facilitar la comprensión crítica de las diferentes posturas de Fontana con respecto a la historia tradicional, se señalan algunos de los principales conceptos de esta disciplina que están en contradicción con las tesis del autor.

Esta exposición se basa en la obra de Federico Suárez, La historia y el método de investigación histórica, Ed.Rialp, Madrid. En este estudio se encuentran abundantes referencias bibliográficas, muy útiles para comprender el pensamiento del autor y a él nos referiremos en las páginas que siguen, si no se indica otra cosa.

El objeto el método de la historia

La historia es la ciencia que estudia "hechos verdaderos, pertenecientes al pasado, de cierta relevancia" (p. 22).

La investigación histórica requiere su propio método, y debe adaptarse —como el de todas las ciencias— a su objeto propio. Este método será distinto del que utilizan otras disciplinas cuyos objetos son también diferentes. "¿Está justificada la sustitución del viejo método por los que introducen los defensores de la nueva historia?... Una sustitución sólo podría justificarse o porque el viejo método histórico condujera a resultados que se han demostrado falsos, porque al cambiar el objeto de la historia debe cambiarse también el método, que siempre está en función del objeto que se quiere conocer. Y no habiendo demostrado nadie (por la sencilla razón de que es imposible) que lo que se conoce de la historia de los hombres sea erróneo, ni que, por tanto el método fuera inadecuado, sólo un cambio en el objeto de la historia puede justificar el abandono de un método y su sustitución por otros... ¿Ha cambiado el objeto de la historia, de tal manera que pueda hablarse —con fundamento, se entiende— de una nueva historia que, como es lógico, haría necesario un nuevo método?" (pp. 80-81).

Aquí, en el objeto de la historia, está la raíz del tema de la nueva historia. Los historiadores de esta tendencia afirman que el hombre (sujeto de la historia) ya no es el objeto de estudio; el nuevo sujeto de la historia es lo colectivo, "la humanidad" y por esto deducen que se debe utilizar un nuevo método, ya que ha cambiado el objeto de investigación: ha pasado del hombre a lo colectivo.

Como el descubrimiento de este nuevo sujeto de la historia —y en consecuencia del nuevo objeto de estudio— ha sido realizado por el materialismo histórico de Marx, también el método que se habrá de utilizar es el de la dialéctica marxista.

A lo largo de los siguientes puntos se tratará de demostrar que este cambio de objeto de la historia no se postula por razones derivadas de la propia realidad histórica, sino como consecuencia de unos postulados —no demostrados, ni demostrables— de tipo materialista.

Los autores de "la escuela de inspiración marxista y la de raíz socioeconómica han coincidido en hacer historia socioeconómica en lugar de historia política" (p. 83). Y, así, han llegado a lo que llaman "historia social". "Decir que toda historia es historia social, en realidad, no es decir gran cosa. Pues siendo evidente, como lo es, que el hombre es un ser sociable por naturaleza, cae de su peso que toda historia es social, ya que el hombre aislado, sin estar integrado en sociedad alguna, sólo existió en la imaginación de algunos renombrados ensayistas de la Ilustración. Todo hombre nace en el seno de una sociedad, y un hombre sin otros hombres es, sencillamente, inimaginable, porque comenzaría por no haber nacido. No existiría historia alguna si no hubiera sociedad humana, de modo que no existiendo, ni habiendo existido nunca, hombre alguno aislado... todo cuanto un hombre hace o sufre tiene, de un modo u otro, una dimensión social... Y en este aspecto, hablar de una historia social o decir que toda historia es social, no es, ciertamente, ni un descubrimiento ni una aportación" (p. 22).

Pero no es lo social, sino lo "colectivo", lo que propugna la nueva historia (cfr. pp. 92-93).

El objeto de la nueva historia social no es el individuo, sino una realidad más compleja: "No es que se niegue que los acontecimientos sean reales; existen; y hay que tenerlos en cuenta. Tampoco se pretende negar la función que los individuos han tenido y tienen en el transcurso de la historia, aunque habría, no obstante, que poner de relieve que el individuo constituye en la historia, demasiado a menudo, una abstracción. Jamás se da en la realidad viva un individuo encerrado en sí mismo; todas las aventuras individuales se basan en una realidad más compleja, una realidad entrecruzada, como dice la sociología"(F.Braudel) (p. 94).

Para estos autores, por tanto, el objeto de la historia son las coyunturas, la estructura  porque los individuos son "abstracciones". Así, se trata de estudiar "más que la sociedad,la estructura de la sociedad, que no necesita ya, para constituirse en protagonista de la historia, tener que delegar en nadie su acción: obra por sí misma, lentamente (es la larga,la muy larga duración), y ella es a la vez sujeto de la historia y objeto del estudio del historiador" (p. 97). "Las estructuras, pues, se elevan al plano del protagonismo histórico. Pero, ¿qué es una estructura?" (p. 98). Las definiciones de estructura que exponen los diversos autores (según se refiera el término a la economía, a la sociología, a la historia) muestran que se trata de un término confuso (cfr. pp. 98-100).

"Braudel reprochaba a los cultivadores de la historia tradicional estilo Ranke haber convertido, demasiado a menudo, al individuo protagonista del relato histórico en una abstracción. El individuo —un Felipe II, o Napoleón, o Jovellanos o Sócrates—, un ser personal, concreto, real, que ni siquiera en el caso de una biografía era separado o abstraído del ambiente (también real) en que vivió, resulta que es una abstracción: la estructura social, juego de unas fuerzas antagónicas, en equilibrio precario, o ensamblaje orgánico de relaciones y coherencias a la vez económicas, sociales y psicológicas, no es en cambio, una abstracción, sino la realidad, menos abstracta y más viva que la persona concreta. ¿Y no es esto despersonalizar la historia, que ya no se ocuparía de los hombres concretos, sino de unas fuerzas deshumanizadas, de ensamblajes, coherencias y relaciones, de cosas más que de personas? ¿Es acaso más real, más concreta, menos abstracta, una estructura —unas fuerzas sociales en tensión— que unos hombres constituidos en civitas, nación o pueblo? ¿Hay quizá, más humanidad en una estructura que en un acontecimiento protagonizado por el hombre?" (pp. 100 y 101).

Resulta claro que, en el fondo de este planteamiento, subyace la concepción marxista del hombre, sujeto y objeto de la nueva historia social. Para el marxismo, "en rigor, no puede hablarse del hombre que entra en una relación social con otros; lo que existe realmente es la sociedad, de la que los individuos no son más que elementos; cuando es abstraído de esta sociedad de la que es apenas una parte, el individuo ya no es nada, se desvanece (A. del Noce). André Akoun (...) precisó: ser hombre, en un análisis marxista, no quiere decir nada; se es burgués o se es proletario, se es siervo o se es señor, se es pura y simplemente una puesta en escena de la estructura de las relaciones de producción...; hombre es una categoría idealista que Marx ha rechazado" (cfr. pp. 102-103).

La finalidad de la investigación histórica

La historia, según los cultivadores de la nueva historia,no debe ser una investigación del pasado, sino una explicación del presente para hacer el futuro. "Y en realidad, ¿se puede todavía, en este caso, seguir hablando de historia? Pues no se trata ya de conocer propiamente algo que sucedió, sino de construir una historia según un modelo previo, eliminando para ello tanto los factores aberrantes como las apariencias y, en general, todo dato que no corresponda al modelo. Los mismos clichés mentales (las mismas categorías expresadas con las mismas expresiones estereotipadas), aplicados a épocas y países distintos, dan por resultado la monótona uniformidad que distingue a la literatura sociohistórica. Es la histoire-batailles de una sociedad masificada, despersonalizada, pero con un notable grado de generalización y, por tanto, de abstracción" (p. 111).

Para conseguir esta nueva finalidad o función de la historia debe introducirse en la investigación de los datos una hipótesis previa —no demostrada, ni demostrable— que es el materialismo histórico. Este esquema, previo al de trabajo investigador, evidentemente deforma la utilización de los datos históricos: se eligen los que son significativos según el materialismo histórico y se rechazan los datos aberrantes.

No se busca comprender la historia, sino hacer la historia, que, por estar condicionada por el axioma materialista previo, acabará siendo sólo historia de la clase obrera.

Los nuevos historiadores pretenden hacer una síntesis superior que explique todos los datos del proceso histórico: "Lo que parece una meta más ambiciosa todavía por lo que se refiere al objeto de la historia es lo que algunos modernos historiadores llaman historia total... Así, Pierre Vilar (por citar a uno de los más conocidos) afirmó vigorosamente que la historia es la única ciencia a la vez global y dinámica de las sociedades, algo así como la única síntesis posible de las demás ciencias humanas... La historia es totalidad que no puede ser recortada en pedazos o sectores" (pp. 112 y 113).

Esta "historia total" de que hablan estos autores no se debe entender como una síntesis integradora de todas las ciencias, "aspiración tan fantástica como anacrónica", ni mucho menos como una síntesis en extensión, lo cual es claramente imposible (cfr. pp. 113-114), sino como una integración en profundidad.

"Pero, ¿cuál es la raíz en la que todo se integra porque todo lo origina? Marx creyó haberla encontrado en la economía: las fuerzas y relaciones de producción constituían la infraestructura de la que emanaba todo lo demás, y por la que se explicaba todo, desde el derecho a la religión, desde la guerra hasta el arte, desde las instituciones a las ideas económicas o políticas. La historia total, pues, parece identificarse en cierto modo con el materialismo histórico. Esta parece ser la opinión (o la convicción) de Vilar al afirmar que la finalidad deseable —por desgracia, dice, muy difícil de alcanzar— sería un programa de historia total, que hasta este momento solamente el marxismo ha osado exigir y que coordinaría el espíritu de la investigación histórica. Pero esto no aclara en absoluto la cuestión. Antes sería necesario mostrar qué es la historia total que, en efecto, el marxismo ha osado exigir; ahora bien, en la materia que estamos tratando, el marxismo —según se vio— _pisa un terreno muy poco sólido, científicamente hablando, para que se pueda tomar en consideración su exigencia, a no ser con grandes reservas y después de haber presentado, al menos, algún argumento" (p. 114).

III. VALORACIÓN DOCTRINAL

Como se ha mostrado ampliamente, este libro tiene escaso valor científico: simplifica, aplica los a priori del método histórico, y no aporta demostraciones de sus asertos ni pruebas en sus ataques a otros modos de hacer la historia, incurriendo en contradicciones y en errores históricos de bulto.Sin pretender ser exhaustivos, se indican a continuación las principales tesis marxistas sostenidas por Fontana en esta obra, y que ya se han señalado a lo largo de la exposición del contenido.

1. Ignora el valor del hombre, como ser individual, en el hacer histórico: pp. 12, 14, 29, 32-34, 34-37, 41-42.

2. Desconoce la libertad humana, a la que sustituye por determinismos económicos: pp. 50, 53-55.

3. Rechaza la dimensión espiritual de la vida humana: p. 44.

4. Tergiversa la realidad de la Providencia divina, que no está en contradicción con la libertad del hombre (en la que tampoco cree el autor), sino que la funda: pp. 55-56.

5. Considera que es la "sociedad", el "pueblo", la "humanidad" en abstracto la única protagonista de la historia, y no las personas concretas. Desconoce que la persona es anterior y trasciende a la sociedad: pp. 20, 29, 31, 36-38, 43-44, 113-115.

6. Concibe la historia de modo materialista y dialéctico: pp. 15, 41-42, 49-50, 72, 76-78, 82, 93-94, 105-106, 108, 110, 113, 118, 121-122, 136.

7. Considera el materialismo histórico como motor de la construcción de una nueva sociedad: pp. 29, 31-32, 116.

8. Exaltación desenfocada de todo lo relacionado con el mundo de la producción: de lo económico (pp. 10, 38-39, 41-42,90-91, 102, 104, 106, 110, 118, 131); del trabajo (p. 10); del obrero (pp. 38-39).

9. Concepto marxista de plus-valía y de la apropiación indebida: pp. 102, 110, 118.

10. Lucha de clases, basada exclusivamente en factores económicos: pp. 90-91, 105-106, 108-110, 122, 125-127.

11. Conciencia de clases, interpretada según las categorías marxistas: pp. 108, 110, 113-115 133-134.

12. Concepto marxista de superestructura, como ideología sublimada: pp. 41, 105, 121-122, 125-128.

 

                                                                                                               J.M.P. (1981)

 

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