FALLA, Ricardo
Masacres de la selva
Editorial Universitaria, Guatemala 1992.
I. El foco del libro.
El autor es un sacerdote jesuita, también antropólogo, nacido en Guatemala en 1932. Profesor de las universidades de los jesuitas en Guatemala, El Salvador, Nicaragua y de la estatal de Guatemala.
Entre sus obras están la editada por la Universidad estatal de Guatemala, Rebelde (1978) y la editada por la UCA de El Salvador, muerte que nos hace vivir (1986).
La obra de la selva, ha sido editada por la USAC, con un tiraje de dos mil ejemplares. Comprende 229 páginas de texto y un apéndice fotográfico.
Geográficamente el autor centra su "denuncia" —así califica su obra— en la región selvática del Ixcán, situada en el departamento del Quiché, que colinda con los departamentos de Huehuetenango, Totonicapán, Baja Verapaz, Alta Verapaz, Petén y la frontera con México. La cabecera departamental es Santa Cruz del Quiché.
Región montañosa, selvática, de muy difícil acceso y tránsito. Su aislamiento de siglos apenas ha disminuido con la inmigración de campesinos en las últimas décadas. Los pobladores son los descendientes de los diferentes grupos étnicos asentados ahí desde la época de la decadencia maya. Poseedores de una gran tradición, rica en los valores de lo sagrado de la vida, de la familia, de la tierra, de la propiedad, han vivido dispersos y aislados. La labor de evangelización ha sido ardua. El olvido por parte de la autoridad civil, ha sido de siempre.
Con más precisión, el área geográfica delimitada por el autor es la región de Ixcán, desde el río Chixoy, límite entre los departamentos de Quiché y Alta Verapaz, hasta pasado el río Ixcán.
Hacia el sur el Triángulo Ixil, que lo forman los municipios de Nebaj, Cotzal y Chajul. Ixcán propiamente dicho es una aldea constituida como municipio del Quiché en agosto de 1985.
Cronológicamente el autor circunscribe su denuncia a "un periodo pequeño de historia (1975-82) que es el foco del libro" (p. V).
Algunas consideraciones pueden ayudar a comprender este "foco".
La historia nacional marca una fecha importante con la revolución política llevada a cabo en octubre del 44. Alentaron grandes esperanzas. Hubo reformas sociales. Se planteó seriamente una reforma agraria. Los sindicatos y los partidos políticos iniciaron una vida como nunca antes se había tenido en el país. Al terminar el primer periodo de gobierno (45-50), comenzaron a perderse esas esperanzas. La reforma agraria se había convertido en instrumento político; los sindicatos eran unos grupos de presión manejados por el Partido Guatemalteco del Trabajo (Partido Comunista); el "antiimperialismo yanqui" era una bandera nacionalista agitada por un internacionalismo que llevaría al país a ser víctima de la guerrilla internacional comunista hasta la fecha actual. Una literatura alimentada por el sentimiento de la revolución, ha hecho un mito de lo que era un sano movimiento popular. Los líderes del movimiento dieron un violento viraje hacia la dictadura del partido único, lo que determinó que en el año 54 se produjera otro movimiento popular que acabaría con un régimen que se anunciaba como una dictadura al modo de la de Castro en Cuba y de los sandinistas en Nicaragua.
El movimiento no gozó de la popularidad compacta que había tenido la revolución de octubre del 44. Y a partir de entonces puede decirse que comenzaron dos historias: la historia de Guatemala, entendiendo en este caso por guatemalteco lo que generalmente se entiende por ciudadano, y la historia del "pueblo revolucionario de Guatemala", tomando pueblo en el sentido marxista y socialista: prerrogativa aplicable a una persona, a una institución o al anonimato.
Para algunos el movimiento del año 54 frenó la revolución de octubre y trazan un paréntesis que se cierra hasta en el año 60.
En ese año, con el alzamiento de los que constituyeron el Movimiento llamado de Noviembre (movimiento militar no popular), se reivindicaría la revolución. Podría suponerse que era la revolución de octubre. La realidad era muy distinta: era la revolución internacional marxista que pretendía hacer de cada país centroamericano un Vietnam.
Tomó cuerpo la historia paralela: la del de Guatemala y la del revolucionario de Guatemala.
En esta historia paralela, "la popular" acusaba a la historia "oficial" de estar escrita con sangre del pueblo, y empezó a escribir la suya propia con sangre de ciudadanos. Y fue a partir del año 1960 que empezó una violencia como nunca se había vivido en los años de las dictaduras más crueles: el secuestro, el asesinato, el genocidio, la masacre, el saqueo, tomaron carta de naturaleza en todos los rincones del país, legitimados por "ajusticiamientos del pueblo", "botín de guerra", "impuesto de guerra", "insurgencia", "contrainsurgencia". Los guerrilleros se han servido —igual que lo ocurrido en todos los países víctimas de la guerrilla— de la población civil como escudo humano para sus operaciones militares. La destrucción de los servicios públicos y los daños morales y físicos al pueblo, serían muy difíciles de determinar.
Esta historia alcanza su punto culminante con el triunfo sandinista (1979), hecho posible por el apoyo del "imperialismo" norteamericano. La guerrilla operante en Guatemala celebra el triunfo como propio.
La historia "oficial", mientras tanto, continuaba acumulando en su haber la descomposición moral derivada de una burocracia que rebalsaba de los poderes públicos, de las instituciones públicas, de la misma universidad estatal, e inundaba el país, y del centralismo paralizador de un Estado burocrático.
Todas las instituciones del país han sufrido una sacudida violenta y se han visto acorraladas por el terror de la llamada "izquierda" y de la llamada "derecha". Las dos tuerzas han competido en crueldad y en cinismo.
La lucha a muerte, conforme el pueblo que trabaja y saca el país adelante ha ido consiguiendo escaparse de la manipulación, ha quedado finalmente entre los dos enemigos de las mismas características militares, aunque no jurídicas ni políticas: el ejército y la guerrilla.
La guerrilla ha contado siempre con la ventaja de unos medios de comunicación social que le han hecho resonancia internacional, y una prensa nacional amedrentada por el asesinato de periodistas.
La denuncia de Masacres de la selva hay que situarla en este contexto. Hay que tomar en cuenta que el autor afirma que él ha hecho su "opción": denunciar las masacres de uno de las dos ejércitos.
II. El libro.
Masacres de la selva consta de una introducción y dos partes. La primera parte tiene cuatro capítulos y la segunda diez. El capítulo 14 recoge las conclusiones. El libro finaliza con las páginas 231-33 de bibliografía y un apéndice fotográfico. Su fecha de impresión es de 21 de agosto de 1992.
Introducción.
Tres subtítulos señalan las ideas fundamentales: Testigo de cosas tremendas, ¿Para qué escribir sobre masacres?, Un vistazo a la historia reciente de Guatemala.
Un testigo cuenta al autor lo que vio en la base militar Playa Grande: "Hay dos que son destazadores. Tienen una estrella en la frente y una cruz en el brazo y en medio de la cruz una espada... Sólo embrocan al hombre que agarran y, taz, le meten el puñal y lo sacan con sangre y lo lamen!... "sabroso el pollo", dicen los soldados matagentes... ".
A la pregunta que él mismo se hace, por qué escribir sobre masacres, el autor responde que es dar testimonio, anunciar la realidad existencialmente positiva del testigo que dice "estar vivo". Su testimonio es una buena noticia y el autor del libro, que no ha sido testigo inmediato de nada, hará de intermediario del anuncio. Dice el autor: "Nos parecemos al evangelista Marcos, que narró la buena nueva sin ser testigo inmediato. Como él, hemos intentado recoger cientos de testimonios y darles una estructura interpretativa. La buena noticia que proclama Marcos es, como la que estamos proclamando, "la narración inconclusa de una práctica violentamente truncada", la narración de un judío fracasado que —sin embargo— vive en la fe de las comunidades perseguidas que creen en él". Prosigue el autor: "En esta cadena del anuncio, la fe es un elemento indispensable que atraviesa todos los testimonios, porque la buena noticia no puede ser aceptada más que voluntariamente". Señala la dificultad de creer que tendrán muchos, ya que al mismo testigo y a las víctimas "les costaba trabajo creer que el ejército cometiera esos crímenes, y como veremos en muchos testimonios, esa falta de fe les costó la vida". El autor confiesa que él también tuvo que pasar la barrera de la incredulidad, en 1982, cuando oyó la historia del testigo más privilegiado de la masacre de San Francisco, Nentón, Huehuetenango. De acuerdo con su papel de nuevo evangelista afirma: "Allí metimos los dedos en las manos de este pueblo y nuestra mano en su costado, para probar que ese pueblo había estado mortalmente herido, pero que vivía". Insiste en su incredulidad anterior y de su búsqueda del testigo entre los campamentos de refugiados "hasta dar con él, porque nos parecía increíble que pudiera darse la masacre".
Se plantea la exigencia de una actitud crítica ante los testigos para tener fe en ellos, pues los hay falsos que "su intención no es el anuncio de la vida, sino la satisfacción de intereses creados". De ahí la necesidad de cotejar los testimonios, de "encontrar la coherencia interna de los mismos Jerarquizando su valor de acuerdo con la cercanía de los hechos a la capacidad retentiva e interpretativa del testigo y a la veracidad y honradez del mismo". Y continúa la justificación de su libro: "En los lectores el anuncio también exige la fe para ser comprendido. Muchas personas al sólo ver el título del libro, lo excluirán visceralmente, porque dirán que es bazofia ideológica pasada de moda. Otras con la primera página se sentirán repelidas y golpeadas. Otras se adentrarán en su lectura pero los pájaros de las distracciones se llevarán la palabra. Otras se conmoverán, tal vez se convertirán y se preguntarán 'qué podemos hacer'. Habrá reacciones muy diversas, pero todas harán referencia a la fe en el anuncio". En nota a pie de página señala: "Véase la parábola del sembrador: Mateo 13, 4-23". La respuesta a la pregunta: ¿Para qué escribir sobre masacres?, se encuentra aquí: porque es escribir no una buena nueva, sino la buena nueva, es escribir el nuevo evangelio de un Jesús nuevo, un pueblo nuevo, una fe y una salvación nueva. Pide fe al lector, "pues sobre la aceptación de su mensaje gira la vida o la muerte". Tanto más fe cuanto que "el entorno social y político sigue siendo amenazante y peligroso para los testigos y por eso no se les puede identificar para que cualquiera pueda reconfirmar las entrevistas". Se pide al lector una fe ciega en unos testigos anónimos, interpretados a su vez por el autor. Se da cuenta de este vacío de su testimonio-interpretación y se ve obligado a justificarse: "La peligrosidad del anuncio deriva de la cara de denuncia que necesariamente exige el anuncio. El testigo, al anunciar que vive, lo hace con la fuerza de la denuncia de que el ejército tiene a soldados matagente especializados en acuchillar a las víctimas antes de quemarlas. La denuncia es un grito que despierta agresividades tremendas, incluso, aunque parezca paradoja, que puede inducir a repetir las mismas atrocidades. La denuncia grita: ustedes asesinaron al justo". Otra vez acude a la Sagrada Escritura con una cita de los Hechos de los Apóstoles, 7, 52-53, para compararse, esta vez, con el protomártir San Esteban: "A los diez años, también nosotros estamos denunciando lo que hemos oído". Reconoce lo complejo de la tarea que ha tomado: exigir la investigación de los hechos, autores materiales, intelectuales, teorías y prácticas contrainsurgentes y reconoce que no podría remontarse "a todas las causas". Y acota su campo: "Por brevedad y fuerza nos centraremos en los hechos de sangre o semejantes: desapariciones, torturas, asesinatos selectivos, asesinatos de varias personas a la vez, masacres de grupos, masacres masivas de aldeas enteras, que pueden bien catalogarse de genocidio'. No tratará por lo tanto de ningún otro aspecto, ni aludirá a las causas, que no interesan al objetivo que persigue: la denuncia del ejército del Estado.
Su vistazo a la historia reciente de Guatemala lo plantea desde lo que se ha dado en llamar "movimiento popular" y que necesitaría algunas precisaciones históricas. Lo divide en 4 períodos caracterizados por "flujos y reflujos de grandes fuerzas en pugna. El flujo —dice— es una oleada popular que con expresiones políticas se alza en busca de una sociedad más justa, y el reflujo es el golpe de represión que la hunde de nuevo y la aletarga".
Desde su perspectiva los cuatro períodos serían éstos:
I Periodo (1944-1954)
Flujo. Oleada popular.
Organización de sindicatos, los pueblos indígenas comienzan a participar de las votaciones, se autorizan los partidos políticos, se extiende la educación, se reparten las tierras entre los pobres. Este flujo toca los intereses de los terratenientes nacionales e internacionales.
Reflujo. Golpe de represión.
Invasión de Castillo Armas. Y el autor señala las primeras masacres de su relato: "... hemos oído testimonios de testigos de Tiquisate en la costa sur, donde estaban las posesiones de la compañía frutera, que cuentan de los cadáveres que en 1954 se enterraron con tractor en la finca Jocotán de ese municipio" (p. VII).
II Periodo (1954-1966)
Flujo. Oleada popular.
"Se caracteriza por el nacimiento de las primeras fuerzas guerrilleras que, después del triunfo de la Revolución Cubana (1959) se organizan a partir de un alzamiento frustrado de oficiales (1960) y de brotes guerrilleros fracasados, como el de Concuá (1962) en Baja Verapaz. Se fundan las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) ese mismo año de 1962 y operan en zonas predominantemente ladinas (no indígenas) del país, que son las de Oriente, y en la ciudad capital".
Reflujo. Golpe de represión.
1966. El ejército desarticula la guerrilla "causando en el proceso de pacificación muerte de nueve mil civiles".
Surgen muchos movimientos pacíficos que "abonarían el campo para la guerrilla del siguiente periodo. Las selvas del norte del país, se abren a la colonización y grandes números de población indígena las roturan, cultivan y pueblan" (p. IX).
El autor señala en estos años un poderoso resurgimiento religioso que organiza a los indígenas "para romper con costumbres que, como totalidad, ya no podían dar salida a la problemática de esos pueblos. Se organizan bases en las aldeas y parajes y se promueve a los líderes que primero lucharán en la Acción Católica (principal organización de tipo religioso), y luego se integran a partidos que entonces ocupaban el espacio de la izquierda en el espectro político, como la Democracia Cristiana" (p. IX).
III. Periodo (1966-1982)
Flujo. Oleada popular.
"El tercer periodo (1966-2982) ve nacer en 1972 a dos organizaciones guerrilleras: la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas (ORPA) en el altiplano y bocacosta, y el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), que inicia su trabajo político precisamente en el área donde luego se darán las masacres que describiremos en este libro, el Ixcán. El movimiento popular encuentra un estimulo en el renacimiento de la guerrilla, ya sea que tenga una relación con ella, sólo converja, o simplemente camine paralelo. La victoria sandinista en Nicaragua (1979) hace relucir el triunfo de la revolución guatemalteca en el horizonte como una posibilidad muy cercana, generándose un aceleramiento muy grande en las movilizaciones y una radicalización en las acciones populares" (p. XI).
Reflujo. Golpe de represión.
"A la vez el ejército comienza a responder y a impedir que el pueblo encuentre una salida a sus aspiraciones organizativas, y la represión se vuelve muy sangrienta, culminando con la política de tierra arrasada del año 1982. Culmina el periodo con las terribles masacres que se abren como llagas en el mapa vivo de Guatemala, especialmente en el área indígena del país. 440 aldeas son destruidas, según el ejército, y el número de los muertos, principalmente población civil, se calcula —según las primeras estimaciones, más conservadoras— entre 10 y 20 mil, y según estimaciones con base en datos más confiables, entre 50 y 75 mil" (p. XI).
IV. Periodo (1982— )
Flujo. Oleada popular.
"El cuarto periodo (1982— ) es el que actualmente estamos viviendo. Después de los años sangrientísimos de 1982 y 1983 en que los gobiernos militares del general Lucas García (1978-1982) y del general Efraín Ríos Mont (1982-83) quisieron quitarle el agua al pez para que el pez muriera, y derramaron sangre inocente como si fuera agua" (p. XI).
Reflujo. Golpe de represión.
"... el movimiento guerrillero ya unificado en la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) levantó de nuevo su lucha militar y política hasta encontrarse actualmente en negociaciones con el Gobierno" (p XI).
III. Observaciones a la introducción.
Es importante tener en cuenta cómo estrecha su mira el autor para elaborar un esquema en el que la guerrilla se encuentra siempre colocada en la "oleada popular", aunque los hechos digan lo contrario (IV periodo).
En cuanto a las estadísticas, conviene tener en cuenta cómo se manejan. Después de develados los mitos de la revolución y el progreso del Partido Comunista soviético y el mito deslumbrador de la revolución cubana, no pasan de tener un valor de "referencia".
En cuanto al primer periodo, según su esquema, pasa por alto —de acuerdo con su "opción"— el asesinato del Coronel Javier Arana y los innumerables torturados y asesinados en los años 52-54 acusados de "anticomunistas" o "antirrevolucionarias' Según su esquema y método quedaría justificado el reflujo popular de un país formado en su mayoría por creyentes ante un grupo opresor que torcía buena nueva de la revolución de octubre del 44. También seria necesario precisar —por respeto a la verdad de los hechos y poder formarse juicio el lector— que no hubo repartición de tierra a los pobres: se les dio el usufructo de tierras estatales (Cfr. Carlos Manuel Pellecer, Algunas cuestiones de la tierra en Guatemala, Serviprensa Centroamericana, p. 62).
El dicho popular de que la guerrilla siempre negocia con cadáveres, dice cuál es su popularidad. Los dos ejércitos han mantenido la impopularidad de la guerra, y la impunidad de la guerrilla ha elevado a grado académico la impunidad del militarismo.
Respecto al tercer periodo y el repunte de la guerrilla, ha de tomarse en cuenta lo señalado en el Simposio Internacional sobre la lucha contra el narcotráfico (Madrid, 1993), en el que se ha señalado cómo la guerrilla estrechó vínculos con el narcotráfico en los años 70.
En el terreno de los hechos, el asesinato, por parte de la guerrilla, del político Jorge Luis Arenas, que vivía en el Ixcán, marcó el inicio de la intervención contrainsurgente.
IV. Primera Parte: Represión selectiva.
Después de este esquema teórico el autor comienza su relato. De acuerdo con sus testigos, el 10 de junio de 1975 el ejército llevó a cabo una primera redada en el poblado de Xalbal (Ixcán). Con lista en mano recorrieron las casas para dar con los guerrilleros o con los presuntos guerrilleros de la población.
El 6 de julio llevó a cabo una segunda redada. Era domingo y la población había asistido al mercado. En total, según los testigos, habrían desaparecido en estas redadas "alrededor de quince personas". De otras partes de Ixcán habría desaparecido una persona. "El número que se ha manejado en las denuncias nacionales e internacionales es de más de 30 personas desaparecidas" (p.71).
Las denuncias nacionales rápidamente alcanzan el nivel internacional al llevarse la denuncia al Congreso de los Estados Unidos. Se elaboró un informe basado en "entrevistas" hechas en el Ixcán y "el informe de estas personas —no se señala quiénes fueron— pasó al Consejo Nacional de Iglesias de Cristo de los Estados Unidos. El Reverendo William L. Wipfler viajó a Guatemala (30-1-76) para entrevistarse con las autoridades antes de presentar una denuncia formal ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos" (p 9). El Ministerio de la Defensa le aclaró que habla llevado a cabo "una operación contrainsurgente". Wipfler denunció a Guatemala —no al ejército ni a la guerrilla— ante el Congreso de EEUU. Luego Amnistía Internacional haría la denuncia de los secuestros del Ixcán al final de ese año de 1976.
El "contexto político militar" de estas redadas, era la insurgencia y los asesinatos efectuados por los guerrilleros. "El ejército capturó, torturó y desapareció a los quince parcelistas, por considerarlos guerrilleros". El autor hace un relato rápido del fracaso de las FAR "por no tener raíces en la población" (p. 9), más las derrotas que le infringía el ejército. Sin darse por vencida y con el apoyo económico y militar de Castro, luego del sandinismo, de la guerrilla salvadoreña y de todos los afines a este "movimiento popular", la insurgencia vuelve a organizarse en enero del 72. Comercializa lo de "popular", ya que seguía sin raíces en el pueblo, con el membrete de EGP (Ejército Guerrillero de los Pobres) en mayo de 1975.
Comienza a cobrar su "impuesto de guerra", con la muerte de un sospechoso de "espía del ejército"; exige la colaboración de la población civil que ha de colaborar o sufrir el secuestro, la tortura y el "ajusticiamiento". La cooperación exigido supone el abastecimiento y el "reclutamiento forzoso de guerrilleros.
El año 66 lleva a los primeros colonos al Ixcán un sacerdote de Maryknoll, el P. Eduardo Doheny, y está con ellos para tomar posesión de las tierras en el marco de un proyecto en combinación con el Instituto Nacional de Transformación Agraria (INTA). En 1969 el P. Doheny es sustituido por el P. Guillermo Woods, que da un giro al proyecto: lo desliga del INTA, invita a más gente del altiplano e insiste en la tenencia colectiva de la tierra. Así se forma la Cooperativa Ixcán Grande (1970).
Al terminar este capítulo el autor emite su juicio: "como decíamos en la introducción, estamos movidos por la urgencia de los testigos a decir: ustedes asesinaron al justo". Y añade: "también queremos adelantar que al hacer sobre la acción del ejército estamos prescindiendo del juicio sobre la acción de la guerrilla. Prescindir significa que no decimos que no, ni sí: no reprobamos ni aprobamos los hechos. Lo hacemos por método" (p. 13).
En el capítulo segundo "Persecución a la Iglesia", narra la muerte del P. Woods en un accidente aéreo, junto con otros cuatro norteamericanos al Norte de los Cuchumatanes al aproximarse al pueblo de Cotzal. "Todos los testigos del Ixcán con quienes hemos hablado, invariablemente acusaron al ejército de haberlo bajado (20 de noviembre de 1976)".
Le sucedió en la tarea el P. Carlos Stetter, alemán, que fue apresado en Huehuetenango y expulsado del país el 19 de diciembre de 1978. El autor afirma en el texto que el P. Carlos sí 19 de diciembre de 1978 "fue apresado en Huehuetenango por el ejercito y expulsado del país". A pie de página anota: "Según algunos testigos el ejército lo sacó del Ixcán en 1980. Pero no es una opinión generalizada, ni bien fundada, aunque tal vez pueda ser cierto. La última vez que dejó el Ixcán fue en marzo de 1980".
En febrero del 79, con el nuevo sacerdote de Maryknoll llega el "movimiento carismático católico" al Ixcán, que en el relato de las "Masacres de la selva" tendrá el papel, según el autor, del "incrédulo de la buena nueva anunciada por el pueblo" y por esto, por no creer en el pueblo, los carismáticos serán víctimas de la masacre.
El 4 de junio de 1980 el P. José María Gran, sacerdote español del Sagrado Corazón, de la diócesis del Quiché, es emboscado (insurgencia-contrainsurgencia) junto con su sacristán, al volver del Ixcán a Chajul. Según el comunicado del ejército "dos subversivos murieron en combate".
"El ejército ejercía control sobre las celebraciones de los animadores y sospechaba de todo y de todos. Buscaba guerrilleros. Amenazaba, adulaba y prometía. Buscaba aprovecharse de las divisiones entre los grupos religiosos. Católicos y evangélicos corrían la misma suerte. En un momento determinado el ejército llega a considerar que la religión era pantalla sólo de la guerrilla" (p. 24).
Capítulo Tercero: "Secuestros y torturas (1979-81)".
"Durante los años 1979 a 1982 se dio en el Ixcán Grande una racha de secuestros individuales consumados (la persona no fue luego liberada) y de asesinatos nocturnos individuales. Estimamos que deben haber sido unos 50 casos, aunque nosotros no tenemos documentación más que de los 22 siguientes", y el autor da los nombres y la cooperativa a la que pertenecían. "Si el el Ixcán Grande es tan sólo parte de todo el municipio actual del Ixcán, en todo el Ixcán el número de secuestros consumados y asesinatos nocturnos individuales seguramente pasó de 100" (pp. 25-26).
Relata cómo sucedió con algunas de estas víctimas de la violencia de la insurgencia-contrainsurgencia. Pasa luego con sus testigos anónimos a hablar de la tortura, de la estrategia de la resistencia a la tortura. Registra el autor que en estos años "el movimiento guerrillero fue creciendo, sobre todo con el impulso que le dio el triunfo sandinista (19 de julio 1979). La generalización de la guerra de guerrillas se inició en el altiplano Ixil en octubre de 1979 y se preparó en el Ixcán una concentración de fuerzas, que el ejército debe haber detectado. Y así en esta generalización de la guerra y el triunfo sandinista "la contrainsurgencia desembocó en las grandes masacres" (p. 35).
Capítulo Cuarto: "Masacres selectivas y terror (1981)".
"El 30 de abril de 1981 cayeron víctimas de la represión del ejército 15 hombres de Cuarto Pueblo en el mismo poblado de esa Cooperativa. Seis fueron desaparecidos y nueve fueron asesinados allí mismo".
Ese día 30 la guerrilla "había lanzado un ataque al destacamento de Cuarto Pueblo. Pretendía tomar el cuartel y repartir las armas para formar otras unidades militares" (p. 38). "Según los partes guerrilleros de entonces, la guerrilla le causó 230 bajas al ejército, entre muertos y heridos, y estaba ya para tomar el cuartel, cuando llegó la fuerza aérea para bombardear y dejar tropas de refuerzo". Derrotado el ejército insurgente, la compañía atacante era la "Compañía 19 de enero", el ejército del gobierno entró a sangre y fuego. "En los meses posteriores a] combate de Cuarto Pueblo, los secuestros no fueron haciéndose sólo para lograr información sino más aún para intimidar al pueblo".
V. Segunda parte.
La segunda parte "Tierra arrasada", se inicia con lo ocurrido entre el 13 y el 28 de febrero de 1982. El ejército del gobierno se había retirado de todos los destacamentos del Ixcán (excepto Playa Grande) el 17 de noviembre de 1981. El ejército insurgente aprovechó esta oportunidad para afirmarse y presionó de tal manera que el ejército gubernamental tuvo que regresar a mediados de 1982. Según los datos del autor, en esas tres semanas de febrero (del 13 al 28) este ejército habría matado a 117 personas en el área oriental del Ixcán: en Santa María Tzejá, en Santo Tomás, en San Lucas.
A las masacres de las semanas de febrero se sumó la de Cuarto Pueblo, cuando la guerrilla, a principios de marzo lo ocupó militarmente, y la de Nueva Concepción.
Los sobrevivientes de estas operaciones militares de la insurgencia-contrainsurgencia, optaron por la montaña y por buscar refugio en México.
El ejército (gubernamental) permaneció en Cuarto Pueblo hasta el 23 de marzo en la madrugada, en la que salió para Xalbal. Este día, a las 3:30 de la tarde el presidente Lucas se rendía al golpe de Estado. Tomaba el mando Ríos Mont. Ahora "en vez de masacrar, los oficiales intentarían organizar una aldea estratégica con patrullas civiles" (p. 131)
El general Ríos Mont al frente de la Junta surgida del golpe de Estado tomó sus medidas: "La medida principal de la Junta fue suspender la Constitución, con el fin de reestructurar el aparato de Estado para acomodarlo al modelo de un ágil Estado contrainsurgente. La sola cohesión del ejército lograda por el golpe, aumentaría la capacidad de contrainsurgencia en el interior del país".
"Al domingo siguiente de la reunión de pantalla con los carismáticos, la guerrilla hizo una incursión armada de Xalbal (21 de marzo) para persuadir a la gente que saliera del poblado" (p. 145). El ejército gubernamental se presentaría ahí el 31 del mismo mes y permanecería hasta el 5 de abril, en operaciones de rastreo: capturas y muertes en cadena. Apenas abandonado, el ejército insurgente volvió a hacerse presente. El ejército gubernamental volvería en mayo al mismo campo de operaciones. Ya no había poblaciones. Ahora se trataba de campamentos. Golpeados por la insurgencia y la contrainsurgencia, hombres, mujeres y niños huían de un lado a otro.
El autor señala en el capítulo doce la tortura del fuego, quemados vivos, el rastro del cuartel del Quiché, el crematorio de Playa Grande, los calabozos. Al término del capítulo, el autor resume lo dicho y vivido por los testigos en lo que llama "experiencia religiosa": contraposición de dos actitudes ante la muerte, la que se resigna y la que lucha.
VI. Conclusiones.
"Hemos documentado —escribe en el último capítulo— el caso de 773 víctimas civiles de la contrainsurgencia guatemalteca en Ixcán durante el periodo de ocho años, entre 1975 y 1982. Dado que nuestro estudio no es exhaustivo, especialmente para la parte oriental del Ixcán, una estimación global del número de víctimas lo ubicaría por encima del millar., entre un mil y mil doscientas personas. Es decir, una proporción de 2 a 2, 7% del total de la población" (p. 217). Después de resumir lo expuesto en el libro, llega a las siguientes conclusiones:
a) "Se corrobora la idea de que la contrainsurgencia lleva intrínsecamente la dinámica de la violación del derecho más sagrado de los derechos, el de la vida. Esa dinámica es intrínseca a la contrainsurgencia, porque trata de detener las aspiraciones populares, y es tanto más sangrienta cuanto dichas aspiraciones toman cuerpo con más y más fuerza para su realización".
b) "Las masacres han de interpretarse también como la expresión remodelada de la contradicción tradicional entre la comunidad indígena corporativa y el Estado ladino. El carácter racista y discriminatorio de la sociedad ladina se plasma en el Estado y en el ejército confiriéndole a la contrainsurgencia una particular crueldad".
c) "El ejército marginó a la Iglesia de la tramitación de tierras y de la comercialización de los productos, pues ella no cumplía con su papel tradicional de legitimación del Estado ladino" (p. 223).
d) "En el proceso de interferir y tratar de controlar a la comunidad indígena, el Estado ladino (ejército ladino) chocó con una barrera cada vez más impenetrable de información".
e) El ejército actuó desde el estereotipo ladino del indio. "Tres aspectos del mismo (estereotipo) son los más salientes: a) que el indio es un ser vil y despreciable, cuya vida vale menos que la de una persona normal y puede eliminarse sin escrúpulos para salvar a la patria de un gran mal, como el comunismo; b) que el indio es por naturaleza traidor y mentiroso, de modo que aunque no esté mintiendo, el ladino sospecha que lo engaña v no hace falta comprobarlo, incluso si de esa sospecha depende la vida del indio; c) que el indio es como un niño, fácil presa del engaño por parte de otros".
f) "El proceso de decisión de las masacres pone de manifiesto la inseguridad del Estado ladino en su identidad, una inseguridad que llevamos oculta" (p. 224)
g) ¿Por qué el ejército mató también a los ladinos de esas comunidades? "Una razón podría ser que muchos de ellos eran racialmente indígenas. Pero no parece ser esta una razón suficiente, porque también masacró a "ladinos viejos", de ancestros blancos, aunque pobres. Entonces la razón más plausible es que el ejército identificaría a la comunidad indígena, como un todo, donde no se podría concebir que hubiera una parte sana porque la mayoría indígena habría contagiado de su manera de ser, decidir y defenderse a la minoría ladina".
h) ¿Por qué el ejército no trató de acabar con toda la comunidad indígena? "La respuesta es que nunca pudo el ejército querer terminar a todo el pueblo indígena, aunque el indígena reprimido así lo sintiera, por dos razones: porque el indígena es brazo de la economía nacional y porque no toda el área indígena del país era lugar de insurgencia. El racismo sólo especifica a la contrainsurgencia, no la sustituye".
i) La persecución del ejército tuvo "una veta de persecución a la Iglesia. "La persecución a la Iglesia fue una muestra de desconfianza de fondo contra ella por no cumplir con su papel tradicional de legitimadora del Estado ladino".
j) Las comunidades indígenas son organizaciones populares como las de los desplazados, mujeres, damnificados y campesinos (p. 226).
k) De estas masacres brota algo nuevo, "un colectivismo flexible y humano que no rompe el sentimiento del hogar (la cocina era familiar, no colectiva), ni desoye los gustos o necesidades personales o de cultura (se mantienen parcelas familiares), ni destruye las identidades sociales étnicas o del municipio de procedencia (de "paisanos"). Sólo las relativiza, englobándolas en la comunidad, donde la reunión del grupo asigna a cada uno su tarea en la producción o en otros menesteres. Todas estas semillas de aurora son los temas más o menos explícitos que los testigos destacan sobre la sombra de muerte sobre masacres. Por eso, hemos dicho desde el principio que este libro trae una buena noticia".
l) "El localismo indígena se pierde, porque para el refugiado es más importante el ser de Guatemala que el ser de tal pueblo. Pero no se rompen los lazos de paisanos, ni se suprime la identidad étnica de los campamentos abigarrados de tantas lenguas y trajes, sólo se adquiere una conciencia más viva de nacionalidad".
m) "Esta identidad nacional se profundiza también por la experiencia de la lucha política a nivel de los gobiernos de México y Guatemala, cuando el refugiado quiere hacer valer sus derechos para una vida digna y para un retorno seguro, porque la sangre derramada del pueblo de los refugiados no puede ser olvidada".
El último párrafo del libro dice: "En este libro hemos querido trasladar la buena noticia de los testigos damnificados del Ixcán, pero la buena noticia exige la fe para creer en ella, de la misma forma en que los testigos creyeron en las medidas de autodefensa para salvarse, mientras otros que no creyeron en ellas fueron masacrados. Gracias a esa fe, que nosotros recibimos y trasladamos a los lectores, en los torrentes de sangre de las masacres, vemos "densos vinos derramados", vinos de esperanza, o "fasto de rubíes" (expresiones de un verso de la poetisa Alaíde)" (p. 229).
VII. Observaciones al libro.
Claramente señala el autor que se trata de una denuncia con una opción definida y un método. El relato podría ser más macabro, las estadísticas mayores y mayor el número de testigos, ya que el manejo del anonimato lo permite. Por esto el método seguido es pedir un continuo "acto de fe". Este acto de fe, no es en último término, en el relato sino en el autor. De ahí que su labor la equipare a la de un "escritor sagrado" y reclame para su testimonio y para sus testigos un reconocimiento semejante al del "protomártir" San Esteban.
El libro, como denuncia de un ejército en lucha contra una sociedad al amparo (y al arbitrio) de otro ejército, tiene la importancia que se le quiera dar. Según el autor, parece que debe dársele especialmente en el aspecto religioso y en el aspecto político. Nos limitamos, pues, a estos dos aspectos, dejando de lado los otros que se desprenden de las conclusiones recogidas.
Aspecto religioso.
A través del relato, el autor revisa y reinterpreta la Fe, el acto de fe, la Religión, la Iglesia, el Evangelio. Reflexionar acerca de la fe y del "acto de fe" que solicita insistentemente, lleva por caminos inesperados. En Sobre la libertad esclava, M. Lutero afirma que la fe consiste en creer lo absurdo, y creerlo porque uno quiere. Afirma: Sólo haciendo el mal el individuo se pone a sí mismo en su plena y libre singularidad totalmente desvinculada". Y es en este ámbito teórico —creer supondría renunciar a la razón y a la realidad— en el que Feuerbach escribirá en La esencia del Cristianismo que "la fe es la potencia de la imaginación que transforma lo real en irreal y lo irreal en real: la contradicción directa de la verdad de los sentidos, con la verdad de la razón. La fe niega lo que la razón afirma y afirma lo que la razón niega". Su crítica a la Religión y su ataque a la oración —el trato filial con Dios— como actitud propia de la criatura, queda recogida en su fórmula: no es Dios el que ha creado al hombre, sino el hombre el que ha creado a Dios con la fantasía, con el sentimiento". Para Feuerbach, "la esencia de la Teología es la antropología". Desde este punto de mira, el acto de fe pedido por el autor está justificado: consistiría creer en la insurgencia, en la guerrilla, es decir, creer que la injusticia será corregida con la injusticia, que la violencia acabara con la violencia, que hará feliz al hombre y a la sociedad lo que Juan Pablo II ha llamado en la IV Conferencia del CELAM "la anticultura de la muerte" (Discurso de apertura, 12-X-1992, n.16).
Un católico por fe entiende "la respuesta del hombre a Dios que se entrega y se revela a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 26), "la fe no se opone a la razón humana" (n. 35), "es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado" (n.150). Para un católico creer es "un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia (n. 150), "...el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu" (n. 156).
Por lo que se refiere a la Iglesia, el autor parece adherirse a la tesis de "la Iglesia legitimadora del Estado ladino". No pasa de ser un tópico derivado de la teología de la liberación de matiz marxista que premeditadamente confunde pueblo de Dios en el sentido estricto de Iglesia, con la "insurgencia".
En cuanto a la Buena Nueva propuesta por el autor y el modo como la propone, está lo señalado por Juan Pablo II: "La nueva evangelización no consiste en un nuevo evangelio que surgiría siempre de nosotros mismos, de nuestra cultura, de nuestros análisis de las necesidades del hombre. Por ello, no sería "evangelio", sino mera invención humana y no habría en él salvación. Tampoco consiste en recortar del evangelio todo aquello que parece difícilmente asimilable para la mentalidad de hoy. No es la cultura la medida del evangelio, sino Jesucristo la medida de toda cultura y de toda obra humana. No, la nueva evangelización no nace del deseo de agradar a los hombres o de buscar su favor (Gal 1, 10), sino de la responsabilidad para con el don que Dios nos ha hecho en Cristo, en el que accedemos a la verdad sobre Dios y sobre el hombre y a la posibilidad de la vida verdadera " (Discurso CELAM, 12-X-1992, n. 6). El planteamiento que hace el autor puede explicarse por lo siguiente: "...hoy la fe sencilla... sufre el embate de la secularización, con el consiguiente debilitamiento de los valores religiosos y morales. En los ambientes urbanos crece una modalidad cultural que, confiando sólo en la ciencia y en los avances de la técnica, se presenta como hostil a la fe Se transmiten unos modelos de vida en contraste con los valores del evangelio. Bajo la presión del secularismo, se llega a presentar la fe como si fuera una amenaza a la libertad y autonomía del hombre. Sin embargo, no podemos olvidar que ]a historia reciente ha mostrado que cuando, al amparo de ciertas ideologías, se niegan la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre, se hace imposible construir una sociedad de rostro humano" (id. n. 11). La fidelidad al Evangelio no supone ningún olvido ni abandono de los pobres, sino su defensa real: "la Iglesia afirma la opción preferencial en favor de los pobres. Una opción no exclusiva ni excluyente, pues el mensaje de la salvación está destinado a todos. Una opción, además, basada en la Palabra de Dios y no en criterios aportados por ciencias humanas o ideologías contrapuestas, que con frecuencia reducen a los pobres a categorías sociopolíticas económicas abstractas. Pero una opción firme e irrevocable" (Discurso a los Cardenales y Prelados de la Curia Romana, 21 diciembre 1984, n. 9).
Aspecto Político.
El autor declara abiertamente que ha hecho su opción: los malos están de un lado, los buenos de otro. Y los buenos son buenos porque están con el pueblo, son el pueblo, y el pueblo siempre es bueno. Un texto clave para entender el pensamiento del autor: "Se corrobora la idea de que la contrainsurgencia lleva intrínsecamente la dinámica de violación al derecho más sagrado de los derechos, el de la vida. Esa dinámica es intrínseca a la contrainsurgencia..." (p. 222).
A treinta años de esta guerra fraticida, con el despilfarro de millones y millones de dólares, la destrucción de poblados y, lo más doloroso, el genocidio permanente llevado a cabo por el ejército de los guerrilleros y el ejército estatal, resulta inconcebible que los políticos de la guerrilla no hayan alcanzado el poder. El argumento podría ser el de siempre; "el imperialismo yanqui. Pero ese imperialismo ayudó decididamente en la instalación del sandinismo en Nicaragua. El ejército de la guerrilla ha contado permanentemente con el apoyo internacional. Algún día será posible estudiar, sin la amenaza de la masacre guerrillera, lo referente a la manipulación de la información, la libertad de prensa y la guerrilla. Con todo el apoyo económico y el apoyo de innumerables organizaciones como aparecen en sus manifiestos, y el apoyo de una opinión pública internacional oprimente, no han alcanzado el poder. Fracasados en la ciudad, se replegaron en el campo. Habiendo fracasado con el campesino, han acudido al "indígena" —de la clase social han pasado al "racismo—; le han despojado de lo que tenía y le han lanzado como "antítesis" del ladino. Los ideólogos de la guerrilla se han convertido en los representantes del mundo "indígena" es decir, los intelectuales de la guerrilla se han visto necesitados de retroceder 500 años para justificarse. La verdad es simple: el movimiento guerrillero no ha sido, no ha logrado ser un movimiento popular. El autor lo señala (p. 9), aunque no lo acepta.
En este sentido es oportuno recordar la experiencia de la revolución de octubre del 44 y lo acontecido en el 52: cuando el pueblo de verdad quiere, quita el poder al que lo detenta. Cuando se trata de movimientos que se arrogan a si mismos el título de "pueblo", pasa lo vivido en estos treinta años. Por lo demás, en cuanto al aspecto político, el autor declara abiertamente su "opción".
VIII. Consideraciones finales.
La verdad es que la guerrilla que viene operando en Guatemala desde hace treinta años, es una ideología político militar al margen de toda legalidad, tanto del Derecho natural como del Derecho positivo del Estado y del Derecho Internacional. Se sirve de la población civil, indiscriminadamente, como escudo humano para sus operaciones bélicas; tiene cono método el secuestro, la tortura y la muerte de las personas; la destrucción de los servicios públicos; el daño de la industria y del comercio; el amedrentamiento de los ciudadanos. Ha violado permanentemente todos los Derechos Humanos con el rechazo completo de cualquier autoridad y ley.
Resulta inadmisible, pues, proponer o defender aún tácitamente, con reticencias y restricciones mentales, como solución a la injusticia social, la violencia injusta de la guerrilla; a la violación de los Derechos Humanos, una ideología y un programa político militar que durante treinta años ha procedido como la guerrilla marxista. Por su misma naturaleza —"anticultura de la muerte", la ha llamado Juan Pablo II— se muestra incapaz de construir.
Las poblaciones que han sufrido el flagelo de esta guerra, continúan sufriendo el acoso y el terror impuesto por una "insurgencia" que no reconoce más autoridad y ley que la violencia de las armas. Ha hecho de esas poblaciones, masas de refugiados apátridas que manipula, nacional e internacionalmente, para aprovecharse de su sufrimiento en beneficio de su ideología y de su programa político militar.
La conclusión última de esta "denuncia" puede ser que en esta guerra de treinta años, la guerrilla marxista ha sido la hoz, y el ejército el martillo: los dos han golpeado despiadadamente sobre el pueblo. De un nacionalismo presentado como "antiimperialista", la guerrilla ha pasado a presentar su verdad de internacionalismo imperialista: ayer un imperialismo, hoy otro. De la misma manera, de una ideología que pretendía una bandera de la justicia social, ha terminado con la bandera del narcotráfico (Simposio Internacional sobre la lucha contra el narcotráfico. Madrid, 1993.) Y del ejército que pretendía destruir ha hecho un poder sólido y omnímodo.
Si la "denuncia" se convierte en interrogación: "En Guatemala ¿qué se debe hacer?", la respuesta podría encontrarse en el horizonte del nuevo milenio que América ha de preparar: "...crear una cultura de la vida que contrarrestre la anticultura de la muerte, la cual —a través del aborto, la eutanasia, la guerra, la guerrilla, el secuestro, el terrorismo y otras formas de violencia o explotación— intenta prevalecer..." (Juan Pablo II IV Conferencia CELAM, n. 18). Crear este mundo nuevo es posible si se sabe conjugar los tres elementos doctrinales y pastorales, que constituyen como las tres coordenadas de la nueva evangelización: Cristología, Eclesiología y Antropología. Contando con una sólida y profunda Cristología, basados en una sana Antropología y con una clara y recta visión eclesiológica, hay que afrontar los retos que se plantean hoy a la acción evangelizadora de la Iglesia en América" (id. n. 5). Masacres de la selva puede tomarse como una urgente invitación en Latinoamérica, a esa sana Antropología". Una "sana antropología", en efecto, ayudaría a liberar a la persona de las ideología que la han sumido en la miseria del materialismo y permitiría respirar con libertad a los pueblos víctimas del militarismo marxista y del militarismo estatalista.
G.G.V. (1993)
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