ERIKSON, Erik
Ética y Psicoanálisis
Hormé, Buenos Aires 1967, 188 pp.
Este libro constituye una recopilación de seis conferencias pronunciadas por el autor entre 1956 y 1963, en lugares y ocasiones diversas, cuya unidad radica tan sólo en la originalidad de la perspectiva eriksoniana y en la superación de algunos de los reduccionismos freudianos. El título tiene que ver poco con el contenido, porque, ciertamente, las referencias a la ética son constantes a lo largo del libro, pero —salvo en el último capítulo— se producen sólo de pasada.
1. EL PRIMER PSICOANALISTA.
La primera conferencia constituye una disertación de homenaje a Freud en el centésimo aniversario de su nacimiento. Con tal propósito, el autor escoge como tema la etapa de la obra de Freud que entonces (en 1956) era más desconocida: la primera fase de la trayectoria profesional de Freud, los años de nacimiento del psicoanálisis y de total aislamiento e incomprensión del psiquiatra vienés por parte del mundo científico. Se trata de una conferencia de carácter principalmente biográfico, en que Erikson nos habla sobre todo de la vida y la personalidad del fundador del psicoanálisis.
Según Erikson, el psicoanálisis nace como consecuencia de una triple crisis atravesada por Freud: "una crisis en la técnica terapeútica; una crisis en la conceptualización de la experiencia clínica; y una crisis personal" (p. 22).
a) Una crisis en la conceptualización de la experiencia clínica. Para el nacimiento del psicoanálisis fueron muy importantes los primeros años de trabajo de Freud, durante los que llevó a cabo investigaciones sobre temas de fisiología y neurología, y se adiestró en el método fisicalista de la fisiología de la época. De esa primera etapa surge la preocupación por encontrar una energía que sea el motor de los procesos psíquicos, del mismo modo que los procesos de la materia responden a energías físico-químicas. Después de escribir en 1895 su libro —no publicado entonces— Una fisiología para neurólogos, en que explicaba todos los procesos psíquicos desde la perspectiva fisiológica, Freud se da cuenta de que se ha equivocado. Advierte cómo sus pacientes —Freud había comenzado a los treinta años su labor clínica, tratando sobre todo a pacientes de histeria— padecían básicamente de la represión del impulso sexual, y descubre en la líbido sexual la energía motora de la psique que estaba buscando. Ello le lleva a ampliar el ámbito de la sexualidad, lo que le supondrá ser criticado como pansexual y ser descalificado por sus colegas. Aquí Erikson aprovecha para señalar de pasada su sustancial acuerdo con las tesis freudianas sobre la sexualidad.
b) Una crisis en la técnica terapeútica. Antes de Freud, los pacientes de histeria eran considerados unos degenerados, y se trataba además de una enfermedad sólo descrita en mujeres, síntoma de la inferioridad natural del sexo femenino. Freud reaccionó frente a esto, lo que le valió la incomprensión de sus colegas. Además de describir algún caso de histeria masculina, el trato con sus pacientes le permitió darse cuenta de que no eran degenerados, sino personas valiosas, que —si eran tratadas como personas totales, y no sólo como enfermos— podían comenzar a adquirir conciencia de su totalidad, y a superar su enfermedad. Se estableció así "un principio básico del psicoanálisis, a saber, que sólo es posible estudiar la mente humana obteniendo la participación plenamente motivada del individuo observado, y estableciendo con él un contrato sincero" (p. 22). Ello implicaba un abandono del carácter autoritario y paternal que entonces tenía el médico, y significaba la creación de un nuevo rol terapeútico para el que no se contaba con ninguna tradición en la historia de la profesión médica.
c) Una crisis personal. Freud fue muy amigo del médico berlinés Wilhelm Fliess, que fue además su confidente y —durante algunos años— el único conocedor de su pensamiento. Pues bien, en 1894 Freud consultó a Fliess sobre sus propios síntomas eventualmente psicopatológicos, y el desacuerdo con el diagnóstico y el tratamiento que éste le sugiriera le llevó a romper radicalmente la relación con él. Esta crisis personal hizo a Freud descubrir el fenómeno de la transferencia, fundamental para el psicoanálisis (cfr. p. 28), y a darse cuenta de la gran importancia que revisten en los conflictos humanos las creaciones y destrucciones de las imágenes del padre; lo que le llevó de rebote a reconocer la importancia de la madre en la psicología infantil, y a construir el tema del complejo de Edipo.
Tras explicar de este modo las circunstancias que dieron lugar al nacimiento del psicoanálisis, Erikson termina su conferencia con algunas sugerencias para la práctica psicoanalítica (cfr. pp. 32-35). En resumen, para Erikson un buen psicoanalista debe: aceptar la relación humana con el paciente como esencia de su campo de estudio; hacer el esfuerzo de una redefinición teórica continua; llevar a cabo una constante autovigilancia; y prestar atención a la importancia de la dimensión infantil en el hombre.
2. LA NATURALEZA DE LAS PRUEBAS CLÍNICAS.
Este capitulo quiere ser una explicación de cómo trabaja realmente un psicoanalista en la práctica. Erikson nos cuenta el método de trabajo que él emplea en su clínica, y lo hace sobre la base del relato de un caso clínico real. Aquí resumiré las principales ideas que el relato ofrece sobre el método de trabajo en psicoanálisis.
El eje fundamental de la labor psicoterapeútica es la entrevista del médico con el enfermo. Ciertamente, hacen falta datos auxiliares: examen físico a cargo de un médico, realización de "tests" (que deben ser corregidos por psicólogos "a ciegas", esto es, sin conocer al paciente), etc. Pero lo más importante para el diagnóstico y para el tratamiento, es el relato del paciente: el paciente debe relatar su historia personal, sus malestares y síntomas, sus sueños... y el médico debe esforzarse por llevar a cabo una interpretación global que parezca acertada y que previsiblemente vaya aceptada por el paciente; y, una vez construida —lo que sólo será posible después de varias entrevistas— deberá transmitirla al paciente con una verbalización adecuada. Si la interpretación es correcta, la comunicación médico-paciente progresará, y llevará al enfermo a un autoconocimiento cada vez mayor, y a una progresiva asunción de responsabilidad por su propia persona. Si a ello se une un marco social favorable, que preste apoyos externos para que el paciente se sienta útil y responsable, la curación podrá obtenerse en la mayor parte de los casos.
Como puede advertirse, en la tarea psicoterapeútica tiene una importancia central la interpretación del terapeuta. El terapeuta construye su interpretación tratando de relacionar todos los elementos de juicio disponibles: lo que el paciente cuenta —síntomas, sueños, imaginaciones en estado de vigilia, recuerdos—, lo que se conoce de su biografía, los resultados de los tests, etc. Concretamente, debe prestar una gran atención a las "asociaciones libres" del paciente, que son una pista fundamental para la interpretación: si el paciente relaciona espontáneamente un determinado elemento de un sueño con un suceso de la vida real, querrá decir que entre ambas cosas hay una unidad que es preciso esforzarse por entender. Y el terapeuta debe iniciar su interpretación libre de prejuicios, sin pretender buscar algo préviamente concebido, sino dejando la atención flotar. Ello no quiere decir, sin embargo, que deba dejar de lado sus propias convicciones éticas y sus sentimientos personales: Erikson critica fuertemente la pretensión de "objetividad" en la psicoterapia. En la labor terapeútica se ponen de manifiesto de un modo clarísimo —y no hay por qué evitarlo— la imagen del hombre de la que parte el terapeuta y sus convicciones y sentimientos personales. Por otro lado, es importante subrayar que el paciente normalmente no es consciente del significado profundo de sus sueños y vivencias: la interpretación tenderá precisamente, en la mayor parte de los casos, a hacer consciente lo que no lo es. Por último, resulta obvio que para hacer una buena terapia es necesario tener experiencia, y haber conocido un número importante de casos y de interpretaciones; pero es fundamental, asimismo, darse cuenta de que cada caso es único y cada paciente distinto, y las interpretaciones y métodos de tratamiento deben tener en cuenta esa especifidad.
En la descripción por Erikson de su labor psicoanalítica se muestra, ciertamente, la influencia de Freud y de la técnica por él diseñada; sin embargo, se advierten también aspectos muy originales. Concretamente, resulta destacable que, en la interpretación que presenta del caso clínico que relata, el autor explica la enfermedad de su paciente en términos de crisis de identidad y de falta de afecto, sin que intervenga ningún factor de tipo sexual o se busque la etiología de la enfermedad en una supuesta represión de los instintos; Erikson critica expresamente el dogmatismo que supone interpretarlo todo en clave sexual (cfr. p. 55). Naturalmente, esto supone un profundo cambio de planteamiento respecto a Freud.
3. IDENTIDAD Y DESARRAIGO EN NUESTRO TIEMPO.
Aquí el autor desarrolla una reflexión sobre la formación de la identidad y sobre la psicopatología de las crisis de identidad. Concretamente Erikson comienza poniendo de relieve cómo la condición de inmigrante puede ser un caldo de cultivo para las crisis de identidad, que pueden tener consecuencias patológicas, y relata un caso clínico en este sentido. A partir de ahí, Erikson inicia su reflexión, cuya tesis central es la siguiente: para que la persona adquiera su identidad propia, y no se sienta desarraigada, es necesario que disfrute de un adecuado apoyo de relación social durante la juventud.
"Al igual que un trapecista, el joven, en medio de un vigoroso movimiento, debe soltar la seguridad de la barra que significa la infancia y tratar de afirmarse en la adultez, y depende durante un expectante intervalo de la relación entre el pasado y el futuro y de la confiabilidad de aquellos de quienes debe desprenderse y de quienes lo recibirán. Cualquiera que sea la combinación de impulsos y defensas, de sublimaciones y capacidades con que haya emergido de la infancia, debe ahora adquirir sentido en relación con sus oportunidades concretas en el trabajo y el amor; lo que el individuo ha aprendido a ver en sí mismo debe coincidir ahora con las expectativas y los reconocimientos que los otros le confieren; los valores que se hayan vuelto significativos para él deben ahora concordar con alguna significación universal.
Así, la formación de la identidad va más allá del proceso de identificarse con los otros en la forma unilateral descrita al comienzo por el psicoanálisis. Se trata de un proceso basado en una mayor capacidad cognoscitiva y emocional realzada para permitir que a uno se lo identifique como un individuo circunscrito en relación con un universo previsible que trasciende las circunstancias de la infancia" (pp. 70-71).
Si la formación de la identidad durante la juventud es exitosa, ésta logra normalmente mantenerse a lo largo de la vida y a través de las circunstancias cambiantes. La identidad consiste precisamente en esto: en la "capacidad del yo para mantenerse igual y continuo frente al destino cambiante" o en la "flexibilidad necesaria para mantener patrones esenciales a través de los procesos de cambio" (p. 75). A lo largo de la vida, existirán sin duda momentos y circunstancias que impliquen peligros de desarraigo: pero, a través de la buena voluntad, de la comunicación con los demás, y de sus recursos internos de arraigo, el hombre deberá de ser capaz de recuperar su identidad a pesar de la alienaciones externas —hoy, vg., las alienaciones que supone el mundo tecnológico—, salvo que una deficiente formación de la identidad en la juventud haga surgir una crisis de naturaleza patológica. Esta sería la conclusión del ensayo: las crisis de identidad patológicas tienen su causa en una deficiente formación de la identidad en la etapa juvenil.
4. LA FORTALEZA HUMANA Y EL CICLO DE LAS GENERACIONES.
Este ensayo constituye un estudio de la formación de las virtudes básicas en el hombre, entendiendo el término "virtud" no en sentido moral, sino como ciertas cualidades activas básicas al ser humano. Concretamente, Erikson sugiere un catálogo de ocho virtudes: esperanza, voluntad, propósito y eficacia son las virtudes que se forman en la infancia; fidelidad es la virtud adolescente; y amor, cuidado y sabiduría son las virtudes que se forman en la edad adulta.
— La esperanza consiste en la "creencia perdurable en la posibilidad de realizar deseos fervientes" (p. 92). Es la primera y la más indispensable de las virtudes, y se forma en la experiencia que adquiere el niño de una persona que le cuida, que satisface sus necesidades físicas y emocionales, y que se hace acreedora a un sentimiento de confianza: en el contacto del niño con su madre.
— La voluntad "es la decisión inquebrantable de ejercer la libre elección, así como el autocontrol" (p. 93), y se forma por primera vez en el esfuerzo del niño por controlar sus esfínteres: de ahí la importancia de una adecuada educación de esfínteres.
— El propósito es "el valor necesario para vislumbrar y perseguir metas valoradas" (p. 95); los rudimentos del propósito se forman en el juego, pero en la edad del juego es importantísima la presencia de la familia, que debe establecer dónde terminan el juego y la fantasía y dónde comienza la realidad.
— La eficacia es "el libre ejercicio de la destreza y la inteligencia para la realización de tareas" (p. 97), y se forma en el primer aprendizaje que se desarrolla en la escuela, canalizado ya hacia la instrucción en tareas y destrezas concretas.
— La fidelidad es "la capacidad para mantener lealtades libremente otorgadas" (p. 97), y su formación coincide con la formación de la identidad en la primera juventud.
— Respecto al amor, Erikson lo entiende aquí estrictamente como amor hombre-mujer —aunque afirma que hay otras formas de amor—, y subraya que este amor se forma auténticamente en la edad adulta, pues presupone la identidad y la fidelidad que se forman en la juventud.
— El cuidado es la preocupación y el amor del hombre por sus obras y, sobre todo, por sus hijos, y se forma a partir del momento en que se adquiere la condición de progenitor. Erikson comenta aquí que un cierto control de la natalidad ayudaría a intensificar la dimensión del cuidado (al hacer que la procreación fuera normalmente resultado de una elección consciente), y que la creación por parte del hombre de dioses que prodigan cuidado es reflejo de la importancia que reviste esta dimensión en el hombre.
— Por último, al final de la vida se forma la sabiduría, que es la integridad de la experiencia vital que cada generación transmite a la siguiente.
Tras esta descripción de la formación de las virtudes, Erikson se ocupa de algunas reflexiones generales, que permiten enmarcar y matizar el cuadro evolutivo que ha presentado.
En primer lugar, el autor reconoce que el desarrollo psicosocial de la persona no se produce de la forma exacta y metódica que podría deducirse de su explicación de las virtudes básicas: así, en el adulto continúa habiendo rasgos infantiles y adolescentes, en el adolescente hay ya rasgos adultos y siguen presentes los infantiles, etc. Sin embargo, Erikson afirma —frente a Piaget— que en cada etapa de la vida hay una unidad estructural, que permite denominar a una persona niño, adolescente o adulto; y los cambios de etapa —así como la formación de las diferentes virtudes— se producen como consecuencia de crisis en el desarrollo: momentos decisivos en que resulta inevitable el cambio en una u otra dirección (cfr. pp. 106 y ss.).
En segundo lugar, el autor subraya que las virtudes básicas se asientan en el Yo. Asume el modelo mecanicista freudiano, y señala que el Yo ha sido la parte del hombre que ha recibido menor atención de los psicoanalistas. Se ha hablado mucho del conflicto entre los instintos (el Ello) y la conciencia moral (el Super-Yo), y se ha olvidado el papel del Yo como "regulador psíquico interno que organiza la experiencia y protege dicha organización tanto del impacto intempestivo de los impulsos, como de la presión indebida de una conciencia moral exagerada" (p. 115).
Por último, el autor llama la atención sobre la importancia que en el desarrollo de la persona tienen las instituciones sociales, que ayudan a la formación de las virtudes. Así, por ejemplo, las religiones han sido un soporte muy importante de la esperanza básica, y por ello puede decirse que responden a las necesidades más infantiles del hombre; y las instituciones jurídicas son un apoyo importante para la voluntad o para la fidelidad.
5. LA REALIDAD PSICOLÓGICA Y LA ACTUALIDAD HISTÓRICA.
Es el capítulo menos interesante del libro, así como el más confuso y abstracto. A diferencia de los demás, no aborda sistemáticamente una determinada cuestión para formular unas conclusiones, sino que constituye más bien un conjunto de reflexiones deslabazadas. El eje del ensayo es la recomendación del autor de que se tome más en cuenta en los estudios psicoanalíticos la evolución histórica, tanto en sentido individual como social: por un lado, en los tratamientos psicoanalíticos debe entrar en la interpretación el estudio de las etapas de desarrollo del paciente, y la formación de las diferentes virtudes en las distintas fases de la vida debe servir como marco conceptual básico para el análisis; por otro lado, el psicoanálisis está capacitado para abordar estudios acerca de las bases psicológicas que se encuentran detrás de los cambios históricos y de la aparición de líderes en la Historia.
Para ilustrar estas tesis, el autor procede con ejemplos. Concretamente, en la primera parte del ensayo aborda una reinterpretación de un caso clínico y de algunos sueños de Freud (que el fundador del psicoanálisis había presentado en sus escritos), y completa los análisis freudianos en términos de conflictos sexuales, sin negarles validez, pero insertándolos en un contexto más amplio relacionado con las etapas de desarrollo, la formación de la identidad y la aparición de las virtudes básicas. En la segunda parte, reflexiona sobre la validez de la interpretación psicoanalítica aplicada a la Historia y a las grandes figuras históricas (tipo de interpretación que Erikson ha empleado en otros escritos, concretamente respecto a Martín Lutero y a Mahatma Gandhi).
6. LA REGLA DE ORO A LA LUZ DEL NUEVO "INSIGHT".
La tarea que se aborda en este ensayo es la anunciada en el título: una reformulación de la Regla de Oro a partir de la psicología. Para ello, el autor —tras comentar brevemente las diferentes formulaciones que la Regla de Oro ha recibido a lo largo de la Historia, y subrayar que se presenta alternativamente en forma de advertencia ("No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti") y de exhortación ("Haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti")— comienza por trazar una diferencia entre moral y ética, relacionando cada una de ellas —de acuerdo con su perspectiva psicoevolutiva— con una determinada etapa del desarrollo humano. Concretamente, Erikson entiende como reglas morales aquellas reglas de conducta que están "basadas en un temor a amenazas que es necesario evitar" (p. 171), mientras que "las reglas éticas están basadas en ideales a los que se tiende con un alto grado de consentimiento racional y con una fácil aceptación de un bien formulado" (id.); el sentido moral corresponde a la infancia, mientras que el sentido ético es propio de la adultez.
Puestas estas bases, y tras una breve digresión sobre la experiencia de la alteridad en los animales (cfr. pp. 176-177), Erikson pone de relieve cómo todo desarrollo humano —así, la formación del primer sentido moral y la aparición de cada una de las virtudes básicas— tiene lugar en el marco y como consecuencia de una relación interpersonal entre el ser que comienza a desarrollarse y quien le ayuda a desarrollarse: en palabras de ERIKSON, una "experiencia de mutualidad". Y advierte algo más: que la persona que lleva a cabo la tarea activa resulta él mismo beneficiado de ella; vg., "en su relación con su hijo, un progenitor resulta fortalecido en su vitalidad, su sentido de identidad, y su disposición para la acción ética, a través de las mismas actividades con las que asegura al niño vitalidad, futura identidad y una eventual disposición para la acción ética" (pp.178-179). Esta es la base de la reformulación de la Regla: en su nueva versión, ésta afirmará que hay que "hacer al prójimo lo que servirá para fortalecerlo a uno, tal como lo fortalece a sí, es decir, lo que desarrollará a un tiempo sus mejores potencialidades y las nuestras" (p. 180).
En las páginas siguientes, ERIKSON lleva a cabo algunas aplicaciones concretas de la nueva Regla. Aplicada al campo de la relación hombre-mujer, la Regla subrayará que "un hombre lo es en mayor medida en tanto hace que una mujer sea más mujer, y viceversa, porque sólo dos seres potencialmente distintos pueden realzar lo que hay de único en cada uno de ellos" (pp. 180-181); a propósito de esta cuestión, Erikson se extiende brevemente sobre la distinción esencial entre ambos sexos y sobre la importancia de potenciar los valores femeninos. En el ámbito de la relación psicoterapéutica, la Regla indicará que "el médico se desarrolla como tal y como persona en cuanto que el paciente es curado como tal y como persona" (p. 182). Como criterio de acción política, Erikson trae a colación el ejemplo de Gandhi, y cita como Regla corregida un principio que el propio Gandhi enunció: "La única línea de acción justa es la que no daña a ningún bando en la disputa" (p. 185). Finalmente, la Regla de Oro aplicada a las relaciones internacionales indicará el deber de todos los países de ayudar al desarrollo de los demás para así ayudarse a sí mismos (cfr. pp. 186).
VALORACIÓN GENERAL
Desde el punto de vista estilístico, el libro de Erik ERIKSON está bien redactado, y es —en general— claro y sistemático. Destinado ante todo a especialistas, requiere un previo conocimento básico del psicoanálisis y de la psicoterapia contemporánea en general.
Lo más interesante de la obra de Erikson es su intento de superación de los reduccionismos freudianos. Erikson combina de forma sugerente el psicoanálisis con la psicología evolutiva y, concretamente, supera el pansexualismo de su maestro, abriendo la psicología a dimensiones desconocidas para Freud, y poniendo de relieve ante todo la importancia de la identidad y de la relación interpersonal en el hombre. La atención al desarrollo humano permite a Erikson además presentar una imagen del hombre más rica y más optimista que la de su maestro.
Con todo, la base conceptual y filosófica sigue siendo freudiana, y ello limita notablemente la aportación del autor. Así, Erikson sigue aferrándose a la concepción mecanicista de la psique —con su estructura de Ello, Yo y Super-Yo—; sigue aceptando sustancialmente las tesis freudianas sobre la sexualidad; y sigue presentando una reinterpretación psicológica del fenómeno religioso, que aparece como un invento del hombre (si bien esta última cuestión aparece sólo de pasada en el libro).
N.N. (1988)
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