ENGELS, Friedrich

Dialéctica de la naturaleza

(Traducción italiana (Dialettica della natura. Prefazione di Lucio Lombardo Radice, Editori Riuniti, 3.a ed. Roma, 1967, 335 pp.) de la edición alemana: Dialektik der Natur, Dietz Verlag, Berlín, 1952, Bücherei der Marxismus-Leninismus, n. 18, p. XXIV+452) (*).

I. PRESENTACIÓN DE LA OBRA

Engels no llevó a término esta obra. Los manuscritos que dejó permanecieron y permanecen todavía en los archivos del partido socialdemócrata alemán; Berstein, a quien fueron confiados, después de tenerlos inutilizados durante treinta años, los publicó en 1924.

En 1925 la Dialéctica de la Naturaleza fue publicada en la URSS, fotocopiados los manuscritos y con la traducción rusa: ese texto resultó defectuoso y con muchas lagunas. En 1935, XL aniversario de la muerte de Engels, el Instituto Marx-Engels-Lenin, de Moscú, publicó una edición notablemente mejorada. En 1948 se volvió a cotejar el texto alemán, y se hizo una nueva edición en la lengua original, que es la citada al principio.

Poco antes de su muerte, Engels había ordenado el material de la Dialéctica de la Naturaleza en cuatro apartados: 1) Dialéctica y ciencias naturales. 2) La investigación científica y la dialéctica. 3) Dialéctica y naturaleza. 4) Matemáticas y ciencias naturales. Varios.

En la presente edición se recoge todo lo que Engels había incluido en esos cuatro apartados, en donde estaban insertos también escritos destinados originariamente a otras obras (por ejemplo, los dos prólogos a la primera y segunda edición del AntiDüring, dos largas notas al mismo, un largo fragmento escrito para el libro Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, y el artículo sobre «El papel del trabajo...».

Esta obra comprende así diez artículos o capítulos, ciento sesenta y nueve notas o fragmentos y dos esbozos del plan general. La disposición de los artículos ha sido hecha por los responsables de la edición alemana en base al esbozo del plan de conjunto que Engels había elaborado; por otra parte, coincide con el orden cronológico de su composición, exceptuado el artículo «El papel del trabajo...».

Las notas y fragmentos están distribuidos en series o secciones correspondientes a los artículos. Dentro de cada sección los fragmentos han sido ordenados según su contenido, procurando poner al fin de cada sección aquellos fragmentos que señalan el paso a la siguiente serie.

El índice de la obra es el siguiente:

Artículos:

Introducción

Primer prólogo al AntiDüring. Sobre la dialéctica

La investigación científica en el mundo de los espíritus

Dialéctica

Formas fundamentales del movimiento

Medidas del movimiento. Trabajo

El rozamiento de las mareas. Kant y Thomson-Tait. Rotación terrestre y atracción lunar

Calor

Electricidad

El papel del trabajo en el proceso de hominización del simio

Notas y fragmentos:

Sobre la historia de la ciencia

Ciencia natural y filosofía

Dialéctica

Formas del movimiento de la materia. Clasificación de las ciencias

Matemática

Mecánica y astronomía

Física

Química

Biología

La edición consta, además, del prefacio del traductor, de un «Esbozo del plan de conjunto» y otro «Esbozo de plan parcial» y de un apéndice: «El prólogo a la segunda edición del AntiDüring».

II. EL CONTEXTO HISTÓRICO DE LA OBRA DE ENGELS

En los años setenta del siglo XIX, Engels (1820-1895), que tenía un apasionado interés por las ciencias naturales y los descubrimientos científicos de su época, intentaba demostrar que la misma ley dialéctica que, según el materialismo histórico, actúa en la evolución de la sociedad dentro de la historia, dirige también la evolución de la naturaleza. Esa es precisamente la finalidad de la Dialéctica de la Naturaleza: así lo dice el propio Engels en el prólogo a la segunda edición del AntiDüring, prólogo que él mismo añadió a los manuscritos de la Dialéctica de la Naturaleza: «En esta recapitulación mía de la matemática y de las ciencias naturales se trataba de convencerme a mí mismo de que, también en los casos particulares —cosa de la que en un plano general no tenía ninguna duda—, en la naturaleza obran las mismas leyes dialécticas del movimiento que dominan en la historia...» (p. 321).

Engels da al marxismo una dirección especulativa, «metafísica»: en Marx, el materialismo histórico es una base para su economía política y su doctrina revolucionaria; por el contrario, Engels colocó los fundamentos metafísicos y metodológicos de ese materialismo, fundamentos que rebasan el campo de lo histórico y abarcan la naturaleza en su totalidad. Con esa transferencia del campo social histórico al de la naturaleza, la dialéctica se eleva, por así decirlo, al rango de la ontología; por eso se puede considerar el materialismo dialéctico como la filosofía teórica del marxismo, una especie de ontología y teoría del conocimiento.

Tiene importancia esta obra de Engels porque en ella (y en el AntiDüring) se encuentran expuestos los principios del materialismo dialéctico, y de ella tomaron muchos puntos Lenin y Stalin; actualmente las exposiciones oficiales de la filosofía marxista publicadas en la URSS no se apartan de lo fundamental escrito por Engels en esta obra; únicamente comentan o amplían.

Conviene tener presente, sin embargo, que si el materialismo histórico es la parte del marxismo en donde hay acuerdo sustancial en las varias corrientes marxistas, no se puede decir lo mismo por lo que respecta al materialismo dialéctico, pues éste, elaborado por Engels y en algunas cuestiones completado por Lenin, no es admitido —en contra de la ortodoxia rusa— por muchos filósofos comunistas que, abandonando el materialismo dialéctico, se orientan hacia el humanismo del joven Marx, etc.

Efectivamente, esta obra de Engels constituye una importante novedad con respecto a la obra de Marx. Una generalización y extensión a la naturaleza de la concepción dialéctica de la historia es completamente ajena al pensamiento de Marx; no sólo porque el interés de Marx estuviera polarizado hacia el hombre histórico, el hombre del trabajo y de la producción social, hacia la dialéctica de la praxis humana social, sino también porque Marx no vio nunca clara la posibilidad de una dialéctica de la naturaleza; no en vano reprochó siempre a Feuerbach que concibiese una naturaleza independiente de la historia. Para Marx no habría dialéctica más que cuando el hombre esté presente en la naturaleza; por eso las ciencias de la naturaleza no serían susceptibles de dialéctica más que en la estructura de su desarrollo histórico, no en su contenido, porque en ellas se hace abstracción del hombre.

Por eso, ante el entusiasmo de Engels por las ciencias naturales, lo único que aparece en Marx es que seguía de cerca los trabajos del amigo, pero no que los aprobaba; es más, en la correspondencia de estos años entre ambos (el prefacio del traductor de esta obra trae dos cartas muy significativas a este propósito) se ve cómo Marx contesta con simples frases de cortesía que contrastan con el entusiasmo de Engels.

Puede verse lo que se dice sobre el materialismo dialéctico en la Introducción general.

III. EXPOSICIÓN DEL CONTENIDO

A pesar del trabajo realizado por los responsables de la edición crítica, la obra resulta bastante fragmentaria; debido a ello y a las innumerables repeticiones existentes a lo largo del libro, vamos a exponer el contenido, agrupándolo de modo ordenado, ensamblando las notas y fragmentos con los artículos correspondientes, según los apartados siguientes:

1. Historia de la ciencia y concepción general de la naturaleza.

2. Ciencia y filosofía.

3. La dialéctica y sus leyes:

      a) Ley de la conversión de la cantidad en cualidad, y viceversa.

      b) Ley de la compenetración de los opuestos.

      c) Ley de la negación de la negación.

4. Materia y creación.

5. Causalidad.

6. El movimiento y la clasificación de las ciencias.

7. Formas fundamentales del movimiento.

8. Medida del movimiento. Trabajo.

9. El rozamiento de las mareas. Kant y Thomson-Tait.

10. Calor.

11. Electricidad.

12. Biología.

13. El papel del trabajo en el proceso de hominización del simio.

14. Dialéctica subjetiva.

Como hemos visto, el fin primordial de la Dialéctica de la Naturaleza es mostrar que en las ciencias de la naturaleza obran las mismas leyes que dominan en la historia. Según eso, Engels nos dirá que esas leyes son las leyes dialécticas; y después de exponerlas, pasará a «comprobar» que en cada ciencia particular se dan esas leyes.

Por tanto, la obra tiene dos aspectos, presentes en mayor o menor medida en los diversos artículos. El primero y fundamental es el aspecto filosófico: la exposición de su concepción dialéctica de la naturaleza (en sus líneas generales, tomada de Hegel), que es la que debe permitir encuadrar e interpretar los conocimientos fragmentarios de las ciencias. En segundo lugar, el intento de comprobar que los diversos cambios de la naturaleza siguen las leyes dialécticas: el movimiento local, el calor, la electricidad, los procesos químicos, etc. En base a eso expone al final el proceso que se habría dado en la aparición de la vida y del hombre, según esa dialéctica de la naturaleza.

1. Historia de la ciencia y concepción general de la naturaleza.

Afirma Engels que la historia de las diversas ciencias naturales no se ha hecho todavía y que él se dispone a explicar cuándo nacieron las diversas ciencias. Da unos brevísimos apuntes de la ciencia y concepción de la naturaleza en los antiguos, comenzando por Tales, Anaximandro y Anaxímenes, y siguiendo con los eleatas, Leucipo y Demócrito. Todo ello de modo esquemático y breve (cfr. pp. 199-204). Asimismo es una pura banalidad la descripción que hace en la página 205 de la diferencia entre la situación al final del mundo antiguo y al final del medievo, en lo que a cultura y civilización se refiere, pues afirma que en lugar de una pequeña franja de civilización a lo largo de las costas del Mediterráneo, al final del medievo el área de la civilización abarca toda la Europa occidental; en lugar de la oposición entre griegos y romanos de una parte y bárbaros de otra, hay al final del medievo seis pueblos de civilización muy desarrollada; y en tercer lugar hay un desarrollo infinitamente más elevado de la producción industrial y del comercio por obra de la burguesía medieval. Hace Engels a continuación un elenco de inventos científicos de todo tipo, que van desde el 200 a.C. hasta 1530 d.C. (cfr. pp. 206-207).

Pero, según Engels, la verdadera investigación científica no empieza hasta la Reforma o Renacimiento, la época que tuvo inicio a mitad del siglo XV: «fue la más grande revolución progresiva que hasta entonces hubo vivido la humanidad» (p. 38). Describe por encima el renacimiento y el humanismo, el nacimiento de las literaturas modernas, el descubrimiento de nuevas tierras, como características de esa época. Se trata de una breve visión histórica, con afirmaciones carentes de rigor científico y con prejuicios antirreligiosos: «la guerra de los campesinos en Alemania señaló proféticamente las futuras luchas de clases, poniendo sobre la escena de la historia (...) los grupos iniciales del actual proletariado» (p. 37); «fue rota la dictadura espiritual de la Iglesia» (p. 38).

Según Engels también la investigación científica participaba de esta revolución general y era ella misma revolucionaria: debía luchar aún para tener derecho a la existencia (cfr. p. 39). El acto revolucionario con el que la investigación científica proclamó su independencia fue la publicación del De revolutionibus orbium coelestium de Copérnico; «data de este momento —afirma Engels— la emancipación de la investigación científica respecto de la teología» (p. 39). En esta época se dan grandes avances en la mecánica de los cuerpos terrestres y celestes y se perfeccionan los métodos matemáticos (Kepler, Linneo, Newton; Descartes, Neper, Leibniz); las otras ramas de las ciencias estaban todavía muy lejos de ese provisional acabamiento.

Pero lo que, según Engels, caracteriza a este período es la elaboración de una determinada concepción general, en cuya base está la idea de la absoluta inmutabilidad de la naturaleza; a la naturaleza se le negaba toda modificación y desarrollo; «la ciencia de la naturaleza, inicialmente revolucionaria, se detenía de improviso ante una naturaleza siempre estacionaria, una naturaleza en la que todo es hoy como lo era al principio y en la que todo—hasta el fin del mundo o eternamente— permanecerá como era al principio» (p. 41). Para los investigadores de este período era algo petrificado e inmutable, hecho de una vez por todas, de un solo golpe; pues aunque Copérnico inicia este período escribiendo la carta de licenciamiento de la teología, Newton lo cierra con el postulado del primer impulso divino (cfr. p. 42). Engels concluye que durante ese período «la ciencia estaba todavía profundamente inmersa en la teología» (p. 41), pues a diversas preguntas la ciencia natural respondía llamando en causa al Creador del universo. Otros botones de muestra que a él le parecen característicos de ese período: la idea de la armonía preestablecida de la naturaleza, llegando Wolff a decir que la naturaleza entera ha sido creada para mostrar la sabiduría del Creador; incluye en este período también a los materialistas del siglo XVIII, y acaba afirmando que esta concepción de la naturaleza ha dominado toda la primera mitad del siglo XIX y todavía cuando él escribe (1875) es enseñada en las escuelas.

Según Engels, «la primera brecha en esta petrificada concepción de la naturaleza fue abierta no por un científico, sino por un filósofo. En 1775 aparece la Historia general y teoría del cielo, de Kant» (pp. 42-43). Con ello el «primer impulso divino» es eliminado; la tierra y el entero sistema solar aparecen como algo que se ha venido formando en el curso del tiempo. Nadie siguió a Kant hasta que Laplace se propuso la teoría, a la que, según Engels, ulteriores descubrimientos habrían dado la razón, especialmente la teoría de un medio resistente en el espacio interestelar (se refiere al éter). Al mismo tiempo surge la geología, que poco a poco va demostrando los pasos graduales de una lenta transformación de la tierra: «Era necesario decidirse a reconocer que no sólo la tierra en su conjunto, sino también su superficie actual y las plantas y los animales (...) tenían su historia en el tiempo» (p. 44). Engels dice que se ha tardado en reconocer esto por los mismos geólogos porque «la tradición es una potencia en la ciencia de la naturaleza, y no sólo en la Iglesia católica» (p. 44). Se dan también importantes progresos en la física: Mayer y Joule demuestran la convertibilidad del calor en fuerza y de la fuerza mecánica en calor; Grove demuestra que las fuerzas físicas se transforman una en otra sin que tenga lugar ninguna pérdida de fuerza, demostrando así por vía física, para Engels, la proposición cartesiana de que la cantidad de movimiento existente en el universo es constante: «las fuerzas físicas particulares, que eran, por así decir, las especies inmutables de la física, terminaron por resolverse en forma del movimiento de la materia...» (p. 45); y «como antes la astronomía, la física había llegado a un resultado que indicaba necesariamente como realidad última al eterno ciclo de la materia en movimiento» (ibíd.). También con el extraordinario desarrollo de la química, y finalmente, a partir de la mitad del siglo XVIII, con el progreso de la paleontología, anatomía y fisiología, con la investigación biológica se corroe cada vez más el rígido esquema de una naturaleza orgánica fija e inmutable. Empiezan entonces las teorías evolucionistas llevadas a cabo por Darwin en 1859 (cfr. ibíd.).

Afirma Engels que «la nueva concepción de la naturaleza era ya, en sus rasgos esenciales, completa: se había disuelto toda rigidez, desaparece toda inmutabilidad; todos los caracteres particulares considerados eternos han resultado caducos; se ha demostrado que la naturaleza entera se mueve en un eterno flujo» (p. 46). Se habría vuelto, según Engels, a la concepción de los grandes fundadores de la filosofía griega, que veían el carácter esencial de toda la naturaleza en un incesante movimiento, con la diferencia de que lo que en ellos habría sido genial intuición, sería ahora resultado de una rigurosa investigación científica experimental (cfr. p. 47).

Esta nueva concepción inmutable de la naturaleza, según Engels, ya que no puede ser rígida, inmutable, tiene que ser dialéctica: «El empirismo más reluctante deberá reconocer el carácter dialéctico de los fenómenos naturales. Las viejas rígidas contraposiciones, las líneas de demarcación netas se esfuman cada vez más. Pierden el carácter absoluto...» (p. 323). El reconocimiento de que estas oposiciones y diferencias realmente existentes en la naturaleza tienen sólo una validez relativa, y «que, por el contrario, la rigidez y absoluta validez con que se presentan viene introducida en la naturaleza sólo por nuestra reflexión (...), constituye el punto central de la concepción dialéctica de la naturaleza» (p. 324). Por eso, «la dialéctica, que no conoce hard and fast lines, que junto al ‘o—o’ pone un ‘tanto esto como aquello’, es el único método de pensamiento apropiado» (p. 224).

2. Ciencia y filosofía.

A lo largo de todos los artículos que componen esta obra, afirma Engels que la filosofía está a la base de toda concepción científica, que el «pensamiento teórico» es necesario, que sin una determinada filosofía no se va adelante, pues ella es la que nos hace comprender los procesos de desarrollo que tienen lugar en la naturaleza, los nexos generales, los pasos de un campo de investigación a otro. Con esta convicción, critica bastantes veces a los científicos que desprecian la filosofía y creen poder funcionar sin ella: «Los científicos creen liberarse de la filosofía ignorándola o insultándola. Pero como sin pensamiento no se va adelante, sin darse cuenta cogen categorías filosóficas, pero de una filosofía ya superada. Insultan a la filosofía y se hacen esclavos de los peores residuos de la peor filosofía» (p. 222); critica el empirismo chato y «unilateral», que ensalza la pura experiencia y trata el pensamiento con soberano desprecio, y que conduce a las formas extremas de pura fantasía, credulidad y superstición, como se están dando en la actual escuela empirista inglesa, p.ej., con los científicos Wallace y Crookes, que al final se han dedicado a hacer experimentos de espiritismo (cfr. pp. 65-73).

Así también critica el materialismo de Büchner, Vogt y Moleschott, que denomina «chato y vulgar» (p. 215); el de Haeckel, que tacha de absurdo (cfr. p. 220); y el mecanicismo del propio Haeckel y el de Lamarck (cfr. p. 221); todavía contra Haeckel escribió una larga nota (cfr. pp. 258-261) sobre su concepción mecanicista de la naturaleza.

«El estudio empírico de la naturaleza ha acumulado una cantidad de conocimientos positivos, que es necesario ordenar sistemáticamente» (p. 57), y es de todo punto necesario estudiar la conexión entre los diversos campos de la ciencia. Pero esto para Engels ya no es dominio del pensamiento científico, sino del pensamiento teórico. Este es «una facultad innata sólo en cuanto disposición natural. Esta disposición natural debe ser desarrollada y formada, y para hacer esto no existe aún otro medio que el estudio de la filosofía que hasta hoy ha existido» (ibíd.). Es necesario, por tanto, conocer la historia de la filosofía, y Engels se lamenta de su desconocimiento por parte de los científicos.

Ahora bien, ¿qué filosofía es necesario utilizar para avanzar en la ciencia? Por supuesto, para Engels esa filosofía no puede ser la «vieja metafísica», «que en el fondo sigue dominando en todos los científicos»; tiene que ser la dialéctica: «Precisamente la dialéctica es para la ciencia actual la forma de pensamiento más importante, porque sólo ella ofrece la analogía, y con ella los métodos para comprender los procesos de desarrollo que tienen lugar en la naturaleza...» (p. 58).

Según Engels, la incoherencia y confusión en el campo científico es fruto del desconcierto y confusionismo en el terreno filosófico, en el que a partir de 1848 se da una revolución en Alemania, junto a un gran progreso de las ciencias naturales. Se liquida la filosofía clásica alemana, que se había enterrado en la «hegelería»; ésta, para Engels, lo merecía, pero con ella se acaba también la dialéctica, precisamente «en el momento en que el carácter dialéctico de los procesos naturales se imponía irresistiblemente» (p. 59). Y con ello se difunde el eclecticismo, el materialismo vulgar de Vogt y Büchner, y hace estragos la filosofía de Schopenhauer y Hartmann. Y después de decir que todas esas filosofías son «metafísicas», afirma que «no hay otra salida, ninguna posibilidad de llegar a la claridad, si no es la vuelta (...) del pensamiento metafísico al pensamiento dialéctico» (ibíd.).

Ese retorno podría hacerse por dos caminos: uno espontáneo —proceso lento y difícil, dice Engels—, en el que la ciencia se daría cuenta de que no puede estar anclada en la vieja metafísica; otro, mucho más rápido, sería que los científicos teóricos se ocuparan de la filosofía dialéctica en sus formas históricamente dadas. Entre éstas hay dos fructíferas para la ciencia de la naturaleza actual: la primera sería la filosofía de los primitivos griegos, en el que el pensamiento dialéctico se presenta con espontánea simplicidad, «pues no llegaron al desmembramiento, al análisis de la naturaleza; ésta es mirada todavía como un todo» (p. 60). La segunda sería la filosofía clásica alemana de Kant a Hegel. Kant habría merecido los honores en el mundo de los científicos por dos hipótesis: la teoría del origen del sistema solar y la teoría del freno opuesto por las mareas a la rotación terrestre. Pero estudiar la dialéctica en Kant, afirma Engels, es muy laborioso y poco remunerativo, y además un compendio amplio y comprensivo lo podemos ver en las obras de Hegel. Por eso, debido a la confusión existente, Engels propone que sería bueno retornar a Hegel, aunque aclara que «no se trata de una defensa del punto de partida hegeliano: es decir, que el pensamiento, la idea, sea el elemento primigenio, y el mundo real sea sólo el calco de la idea. Este punto ha sido puesto en claro ya por Feuerbach» (p. 61). Afirma que está bien criticado el planteamiento idealista y la construcción del sistema hegeliano; pero a pesar de todo permanece todavía la dialéctica. Y aunque en Hegel «reina en la dialéctica la misma inversión del nexo real que tiene lugar en todas las otras partes de su sistema» (p. 62), sin embargo, «como dice Marx, la mistificación que subyace a la dialéctica en las manos de Hegel no quita en modo alguno que él haya sido el primero en exponer (...) las formas generales de la dialéctica. En él está al revés. Hay que destruirla para descubrir el núcleo racional dentro de la cáscara mística» (p. 62).

Sobre la contraposición —falseada— que hace Engels entre metafísica y dialéctica puede verse también la recensión a su obra Del socialismo utópico al socialismo científico. Hay sin duda oposición entre metafísica y dialéctica, pero no como la expone Engels, simplificando para facilitar su «crítica a la metafísica».

3. La dialéctica y sus leyes.

Engels considera la dialéctica como la doctrina de la relación general de los fenómenos, como «ciencia de las relaciones, en contraposición a la metafísica» (p. 77), como «ciencia de la universal interdependencia» (p. 33). Engels la define como «la ciencia de las leyes más generales de todo movimiento» (p. 275); y añade: en esto está implícito que las leyes de la dialéctica deben ser válidas tanto para el movimiento en la naturaleza y en la historia humana cuanto para el movimiento del pensamiento (cfr. ibíd.). Engels distingue, por tanto, dos tipos de dialéctica: la dialéctica llamada objetiva domina en toda la naturaleza; y la dialéctica subjetiva, el pensamiento dialéctico.

Afirma Engels que las leyes de la dialéctica se pueden conseguir por abstracción tanto de la historia de la naturaleza como de la historia de la sociedad humana: «No son, en efecto, otra cosa que las leyes más generales de ambas fases de la evolución y del pensamiento mismo» (p. 77). Y fundamentalmente —dice— se reducen a tres:

— la ley de la conversión de la cantidad en cualidad, y viceversa;

— la ley de la compenetración de los opuestos (penetración mutua de los contrastes);

— la ley de la negación de la negación.

Las tres han sido desarrolladas por Hegel como puras leyes del pensamiento, pero su error consiste —según Engels— precisamente en que no las obtiene de la naturaleza y de la historia, sino que se imponen a éstas como leyes del pensamiento. Esto le parece a Engels demasiado artificioso: «si nosotros le damos la vuelta todo se simplifica, y las leyes de la dialéctica, que en la filosofía idealista aparecen extremamente misteriosas, devienen rápidamente simples y claras» (ibíd.).

Y afirma Engels que no quiere hacer aquí un manual de dialéctica, «sino sólo demostrar que las leyes dialécticas son leyes reales en la evolución de la naturaleza, y que, por tanto, son válidas también para la investigación científica teórica» (p. 78).

a) Ley de la conversión de la cantidad en cualidad, y viceversa.

«Podemos explicarla (...) con el hecho de que en la naturaleza las variaciones cualitativas sólo pueden tener lugar añadiendo o quitando algo de la materia o del movimiento (energía), y esto de modo rigurosamente válido para todos y cada uno de los casos» (p. 78). Pues todas las diferencias cualitativas en la naturaleza reposan sobre una composición química, o sea sobre diversa cantidad, o sobre formas de movimiento (energía); o todavía mejor, sobre ambas a la vez. Es, por tanto, imposible cambiar la cualidad de un cuerpo sin añadir o quitar de la materia o del movimiento, es decir, sin un cambio cuantitativo.

Trata entonces de aplicar la ley en primer lugar a los cuerpos físicos inanimados, compuestos de moléculas: «si imaginamos un cuerpo inanimado cualquiera dividido en partes cada vez más pequeñas, inicialmente no tiene lugar ninguna variación cualitativa. Pero hay un límite: si conseguimos imaginar separadas las moléculas, como en la vaporización, podremos ulteriormente subdividirlas, pero sólo cambiando completamente la cualidad. La molécula se descompone en átomos, y éstos tienen propiedades del todo distintas de las de la molécula» (p. 79). Afirma Engels que por la operación de la división puramente cuantitativa se ve que hay un umbral, que una vez traspasado da lugar a una diferenciación cualitativa: ese cuerpo dividido es ya otra cosa. Además, la masa de un cuerpo está toda compuesta de moléculas, pero es esencialmente diverso de las moléculas, como ésta lo es del átomo.

A continuación lo aplica a la mecánica. Afirma que aquí no se presentan cualidades, sino más bien estados: equilibrio, movimiento, energía potencial; que dependen todos de transmisiones de movimientos susceptibles de medida y pueden ser expresados cuantitativamente. En la mecánica, pues, las variaciones cualitativas dependen de las correspondientes variaciones cuantitativas. En física, todo cambio es una conversión de cantidad en cualidad, una consecuencia de variaciones cuantitativas de la cantidad de movimiento existente en el cuerpo o que se le ha comunicado.

Pero el campo en que esta ley de la naturaleza puede celebrar sus más grandes éxitos es —según Engels— la química, la cual se puede definir como «la ciencia de las variaciones cualitativas de los cuerpos que derivan de composición cuantitativa modificada» (p. 80); pone diversos ejemplos y experimentos del oxígeno y de los compuestos del carbono.

Finalmente afirma que esta ley se confirma también a cada paso tanto en la biología como en la historia de la sociedad humana, pero no va a demostrarlo porque quiere poner sólo ejemplos tomados de ciencias exactas, que se puedan comprobar experimentalmente (cfr. p. 82). Esa ley es, en fin, «universalmente válida», «es una ley general de desarrollo de la naturaleza, de la sociedad y del pensamiento» (p. 83).

b) Ley de la compenetración de los opuestos.

En el capítulo titulado «Dialéctica», Engels expone sólo la primera ley; no explica las otras dos leyes enunciadas antes. Sin embargo, afirmaciones de la segunda ley (la penetración mutua de los contrastes) se encuentran en muchos lugares de esta obra. Así dice que el movimiento es contradicción en acto: «un cuerpo está en un determinado lugar y al mismo tiempo no está allí».

Para Engels existen dos direcciones filosóficas: una, metafísica, con categorías fijas; y otra, dialéctica —según él, Aristóteles y Hegel—, con categorías fluidas (cfr. p. 216). Afirma que es insostenible la demostración de la oposición rígida de premisa y consecuencia, causa y efecto, identidad y diferencia, apariencia y realidad; pues «el análisis muestra un polo como ya contenido in nuce en el otro; en un cierto momento un polo se cambia en el otro...» (ibíd.). Hay que desterrar la «metafísica» —dice— porque ésta afirma rígidas diferencias, posiciones absolutas e incondicionadas; en definitiva, porque no ve la posibilidad de aspectos opuestos o contradictorios en un determinado objeto; por el contrario, la dialéctica excluye todo primario absoluto y todo secundario absoluto; todo movimiento en la naturaleza es un proceso con dos caras, que debe ser considerado desde dos puntos de vista diferentes y sucesivamente estudiado desde esos dos diferentes puntos de vista opuestos (vid. p. 224 y nota sobre la electricidad). Hay, pues, una acción recíproca en cada fenómeno; no sólo éste presupone su opuesto, sino que también cada uno de los dos aspectos opuestos, en condiciones adecuadas, se condicionan recíprocamente y se transforman uno en otro. Así dice Engels: «Acción recíproca es la primera cosa que se nos presenta si consideramos la materia que se mueve en su conjunto (...). Vemos una serie de formas de movimiento, movimiento mecánico, calor, luz, electricidad, magnetismo, combinación y disociación química, pasos de estados de agregación, vida orgánica, que, hecha excepción, todavía hoy, de la vida orgánica, se transforman todos unos en otros, se condicionan recíprocamente, son aquí causa, allí efecto...» (p. 240).

El movimiento en la naturaleza se manifiesta, pues, siempre en oposición, hay un continuo contraste y un final resolverse uno en otro (p. 223). Así, p.ej., atracción y repulsión en las ciencias naturales, la electricidad y el magnetismo se polarizan, «se mueven en la oposición» (p. 225), positivo y negativo, que sólo tienen sentido en su mutua relación, Polo Norte y Polo Sur (cfr. p. 227), «identidad y diferencia, necesidad y casualidad (contingencia), causa y efecto, los dos opuestos fundamentales, tratados separadamente se cambian uno en otro» (ibíd.). El movimiento mecánico se transforma en calor, electricidad, magnetismo, etc., y viceversa (p. 240). En todas las ramas de las ciencias se manifiesta este movimiento de oposición, incluso en un solo y mismo cuerpo: «En el magnetismo existe la polaridad, y ésta se muestra en un solo y mismo cuerpo: en la electricidad se subdivide en dos o más cuerpos, con cargas opuestas. Todos los procesos químicos se reducen a procesos de atracción y repulsión química. En fin, en la vida orgánica, la formación del núcleo celular hay que considerarla igualmente como una polarización de la proteína viviente (?), y la teoría de la evolución demuestra cómo a partir de la simple célula, todo progreso, hasta la más complicada planta y hasta el hombre, es obra del continuo contraste entre herencia y adaptación» (p. 223). Incluso en la historia «el movimiento por opuestos se manifiesta con la misma evidencia en todos los períodos críticos de los pueblos civilizados» (ibíd.).

Precisamente por eso —afirma Engels—, Hegel afirma que en la esencia todo es relativo; p.ej., positivo y negativo tienen un significado sólo en sus relaciones, no independientemente. También todo y parte, simple y compuesto, son categorías insuficientes ya en el mundo orgánico. Por eso también, según Engels, es inaplicable al mundo orgánico el principio de identidad (ya sea su formulación «abstracta»: a=a, o en su forma negativa: a no es al mismo tiempo igual a a y diverso de a), pues «la planta, el animal, toda célula en cada instante de su vida es idéntica a sí y además tiene toda una serie de incesantes modificaciones moleculares: diferencia en la identidad» (p. 225).

Por eso dice Engels a continuación que «el viejo punto de vista de la identidad abstractamente formal, que quiere tratar un organismo como algo constante, simplemente idéntico a sí mismo, ha dejado de existir (...). En el mundo inorgánico no existe la identidad como tal; todo cuerpo está continuamente expuesto a acciones físicas, químicas, mecánicas, que cambian en él siempre algo, modifican su identidad» (p. 226). Y un poco más adelante: «El principio de identidad, pilar fundamental de la vieja concepción metafísica (a=a), toda cosa es igual a sí misma, todo era permanente (sistema solar, estrellas, organismo) (...), ha sido refutado punto por punto por la investigación científica, aunque todavía se mantiene en pie teóricamente» (ibíd.). Sigue valiendo para el uso cotidiano, dice Engels, pero no para la ciencia natural. Y repite de nuevo que identidad y diferencia no son dos opuestos inconciliables, sino polos unilaterales cuya verdad reside en su acción mutua, en la inclusión de la diferencia en la identidad (p. 227).

c) Ley de la negación de la negación.

Engels no trata dicha ley en esta obra. Sólo la cita en una ocasión y remitiendo a una obra de Hegel. Dice: «Negación de la negación. Fenomenología (del espíritu, de Hegel), prólogo, p. 4; capullo, flor, fruto, etc.» (p. 232). A esto antecede la siguiente afirmación, también tomada de Hegel: «la nada contrapuesta a algo, la nada de algo, es una nada determinada». Y «los contrarios no se resuelven en el cero, en la nada absoluta, sino en la negación de un determinado contenido» (ibíd.).

El sentido de esta ley en el materialismo dialéctico es el siguiente. Hemos visto que según la ley anterior, que es el nervio de la dialéctica, la lucha de contrastes o compenetración de los opuestos es posible gracias a una contradicción ínsita en cada fenómeno; esa contradicción significa que en cada fenómeno, junto a su «positividad» existe una negación real, o como decía Hegel, lo positivo es en sí mismo la negación. Ahora bien, esa negación no es simple negación o aniquilación; tiene también algo positivo; es decir, no rompe con lo anterior totalmente. Esa negación es momento de la relación, momento del desarrollo, conservando lo positivo. La nueva cualidad no nace de la nada, sino de la negación de un determinado contenido. Y éste no es rechazado, entra también en lo nuevo, es «superado».

Y se denomina ley de la negación de la negación porque la evolución no se detiene inmediatamente después de que, por la lucha de los contrastes, aparezca la nueva realidad; ésta es a su vez también «negada». Cuando se cumple esta doble negación termina un ciclo evolutivo. Por eso el proceso evolutivo del mundo, aunque ascendente siempre, no es de forma recta, sino como en forma de espiral. Ejemplo de esta ley en la naturaleza sería el ciclo simiente-planta-simiente; la planta es negación de la simiente; también la planta a su vez será destruida por una nueva negación, originando nueva simiente.

4. Materia y creación.

Engels no da una definición de la materia. Sólo de pasada y criticando el concepto de infinito matemático de Nägeli, afirma que la materia no es otra cosa que el conjunto de las sustancias de las que ese concepto es abstraído (p. 244).

En cambio postula constantemente que la materia es eterna: es impensable que la materia sea mortal (p. 52). Todas las manifestaciones de la materia son caducas; lo único que es eterno es la materia misma, y sus leyes por las que eternamente se transforma y se mueve: «nosotros tenemos la certeza de que la materia en todos sus cambios permanece eternamente la misma, que ninguno de sus atributos puede jamás perderse...» (p. 54). La materia es indestructible y también increada: «nosotros sabemos, por la teoría y por la experiencia, que la materia, al igual que su modo de ser, el movimiento, son increables, y, por tanto, son causa final de sí mismos» (p. 261). Aunque Engels afirme que lo sabe por teoría y experiencia, esa afirmación es para él algo que cae en el campo de la evidencia, algo que ni siquiera tiene razón de problema.

La materia es el ser absoluto; es ilimitada en el espacio y en el tiempo; por consiguiente, infinita y eterna. De donde se concluye que es increada e indestructible, es decir, necesaria. Engels traslada a la materia atributos que se predican de Dios; en el fondo, Engels diviniza, en cierto modo, la materia.

No sólo la materia es eterna, inmortal, increable e indestructible, sino que es ella misma la que crea o pone las condiciones para la creación o producción de todo: «Esto es cierto: hubo un tiempo en el que la materia de nuestra galaxia había transformado en calor una tal cantidad de movimiento (...) que de ello se pudieron desarrollar los sistemas solares relativos al menos a veinte millones de estrellas» (p. 52). ¿Cómo tuvo lugar esa transformación? Dice Engels que o se recurre al Creador —cosa para él impensable a priori— o hay que concluir que la incandescente materia bruta de los sistemas solares de nuestra galaxia ha sido producida según un proceso natural de transformación del movimiento, y que las condiciones de este proceso tienen que haber sido producidas por la materia misma (cfr. p. 53). Incluso el entendimiento es producto de la materia: «... por tanto, ella debe de nuevo crear, en otro tiempo y lugar, su más alto fruto, el espíritu pensante» (p. 54).

Engels rechaza a priori que el mundo haya sido creado por Dios; postula muchas veces que no puede haber sido creado, le parece impensable la aceptación de la mera posibilidad. Así, en diversas ocasiones a lo largo del libro, critica a Newton porque, con su teoría de la gravitación universal para explicar el movimiento, «recurría a un primer impulso: Dios» (p. 283); en otras ocasiones ni critica siquiera, sólo ataca con ironías: «Clausius demuestra que el universo ha sido creado, ergo que la materia es creable, ergo que es destructible (...) Ad absurdum!» (p. 294). Es patente la confusión en Engels del plano de la causalidad trascendental y el de la causalidad predicamental.

Afirma que «en ningún otro sitio Dios viene peor tratado que en las páginas de los científicos que creen en él. ¡Qué cosas ha de soportar Dios de sus defensores!» (p. 213). Dice que a medida que avanza la ciencia, los defensores de Dios van capitulando, «hasta que al final ésta conquista todo el territorio y no queda sitio para el Creador» (p. 214). Pone el ejemplo de Newton, que le dejó todavía ser el autor que dio el primer impulso al mundo; ahora el P. Secchi le deja sólo un acto de creación relativo a la nebulosa primitiva. Y afirma que así en todos los campos. En Biología, p. ej., Agassiz pretende de Dios patentes absurdos, dice Engels: es el creador de los animales reales y de los abstractos. Tyndall lo exilia en el mundo del sentimiento, etc., etc. «Qué diferencia del viejo Dios creador del cielo y de la tierra, regidor de todas las cosas, sin el cual no puede caer un solo pelo de la cabeza» (ibíd.). Después de afirmar que la exigencia sentimental de Tyndall no prueba nada, acaba con la siguiente frase: «Dios=nescio. Pero ignorantia non est argumentum (Spinoza)» (ibíd.).

5. Causalidad.

Engels defiende enérgicamente la causalidad. Afirma bastantes veces que todos los fenómenos de la naturaleza están sujetos a ella. Vemos que en la naturaleza a un movimiento le sigue otro; además, sabemos por nuestra experiencia que podemos producir un movimiento. «La primera cosa que nos sorprende, considerando la materia en movimiento, es la conexión de los movimientos particulares de cada cuerpo, su estar condicionados uno a otro. Pero no sólo descubrimos que a un determinado movimiento le sigue otro; descubrimos también que podemos producir movimientos que en la naturaleza no se presentan...» (p. 239). Y precisamente por esto último es válido el principio de causalidad. Engels trata, pues, de probar la causalidad por la práctica, por la actividad del hombre: «Por eso, por la actividad del hombre, tiene su fundamento la idea de causalidad, la idea de que un movimiento es la causa de otro. Ciertamente la sucesión regular de ciertos fenómenos naturales puede por sí sola generar la idea de causalidad: el calor y la luz, que acompañan al sol; pero en esto no hay ninguna demostración, y a este propósito el escepticismo de Hume tiene razón al decir que la regulación del post hoc no puede ser jamás el fundamento de un propter hoc. Es la actividad del hombre la que construye la prueba de la causalidad» (ibíd.).

Pues para Engels, «acción recíproca es lo primero que se nos presenta si consideramos la materia que se mueve en su conjunto (...). Vemos comprobado en las ciencias naturales lo que dice Hegel de que la acción mutua es la verdadera causa finalis de las cosas. Sólo partiendo de esta acción mutua universal llegamos al nexo causal» (pp. 240-241).

6. El movimiento y la clasificación de las ciencias.

Engels reconoce que un atributo esencial de la materia es el movimiento: no se puede pensar materia sin movimiento, lo mismo que no hay movimiento sin materia (cfr. pp. 253 y 261).

Para Engels, el movimiento, «en su sentido más general, es decir, concebido como modo de ser, como atributo inherente a la materia, comprende en sí todas las mutaciones y procesos que tienen lugar en el universo, desde el simple cambio de lugar hasta el mismo pensamiento» (p. 85). Y afirma Engels que toda la naturaleza accesible a nosotros constituye un todo, un sistema, una universal interconexión de cuerpos, y entiende por cuerpo «todo lo que tiene una existencia material, desde las estrellas a los átomos (...). En el hecho de que estos cuerpos estén conectados entre sí está ya incluido el hecho de que obran unos sobre otros; esta acción recíproca es propiamente el movimiento» (p. 86).

Engels da, bajo el título de «Dialéctica de las ciencias», la clasificación de las ciencias: 1. La primera forma del movimiento es la mecánica, que puede ser movimiento de un cuerpo singular, o de cuerpos separados, o movimientos relativos de dos cuerpos que se tocan. 2. Diversas fuerzas —excepto el sonido—, que tienen por características que se transforman unas en otras y que por aumento cuantitativo de su intensidad entran en escena modificaciones químicas: química y cristalografía. 3. La química conduce a la vida orgánica: y aquí Engels afirma que ella sola explicará el paso dialéctico al organismo viviente. 4. El efectivo paso, sin embargo, se da en la historia (del sistema solar, de la Tierra, etc.), premisa real de la orgánica. 5. Orgánica (cfr. pp. 255-256).

7. Formas fundamentales del movimiento.

El estudio de la naturaleza del movimiento debe empezar por las formas más bajas, afirma Engels; así, históricamente, dice, se ha empezado por la mecánica de los cuerpos celestes y las masas terrestres, después ha venido la teoría de los movimientos moleculares (física), e inmediatamente la ciencia de los movimientos de los átomos (química); para Engels sólo después de haber estudiado esos tipos de movimiento se puede pasar al estudio de los procesos vitales, que avanza sólo en la medida en que avanzan la mecánica, la física y la química. Y dado el estado de la ciencia de su tiempo, dice él que se ve obligado necesariamente a estudiar sólo las formas del movimiento del mundo inorgánico.

Como el movimiento es el modo de ser de la materia, y ésta es algo dado, ni creable ni destructible, se sigue que tampoco el movimiento se puede crear o destruir; y a continuación afirma que la filosofía llegó a esta conclusión doscientos años antes que las ciencias naturales, con la proposición de Descartes: la cantidad de movimiento en el universo es constante. Hoy tenemos en la ciencia —dice— otras dos formulaciones de la misma ley: la de Helmholtz, conservación de la «fuerza», y otra más reciente y precisa, conservación de la «energía» (cfr. p. 86).

Pasa a hablar ya en concreto de las formas fundamentales del movimiento, y afirma que la forma fundamental es el acercamiento y el alejamiento, la contracción y la dilatación; en resumen, la «vieja oposición polar de atracción y repulsión»; pero éstas no son fuerzas, sino formas simples de movimiento. Y siendo así que todo movimiento consiste en el juego alterno de atracción y repulsión, la ley de la increabilidad e indestructibilidad del movimiento se expresa aquí con la afirmación de que en el universo todo movimiento debido a la atracción debe ser compensado con un equivalente movimiento debido a la repulsión, y viceversa; o como lo expresaba la «vieja filosofía»: la suma de todas las atracciones en el universo es igual a la suma de todas las repulsiones (cfr. p. 87).

Estudia Engels cómo se presenta la acción mutua de atracción y repulsión en las distintas formas de movimiento del mundo material (cfr. pp. 88-91). Afirma que en el movimiento de los astros, la astronomía clásica, en el fondo, introducía en su teoría una componente del movimiento que lleva a la creación y a la destrucción del movimiento, y presuponía, por tanto, un creador. «Pero precisamente en lo que se basaba ha sido sustituido por la teoría cosmogónica de Kant-Laplace, que hace surgir el sistema solar por gradual contracción de una masa gaseosa enrarecida»; explica con cierta amplitud la teoría de la nebulosa. Como es sabido, la ciencia natural no acepta esta teoría como explicación de la formación del cosmos, con lo que pierden sentido esos razonamientos de Engels sobre la «imposibilidad» de una creación.

A la atracción en física moderna, dice Engels, se le llama fuerza, y a la repulsión, energía. En el caso del puro movimiento mecánico, el predominio lo tiene la atracción; en cambio, el calor es una forma de repulsión. Nos dice que también se da atracción y repulsión en los fenómenos de la electrostática y del magnetismo, y en la química. Repite machaconamente que la fuerza consiste en la atracción y la energía se identifica con la repulsión (cfr. p. 93).

No son éstas las únicas formas de movimiento; hay toda una serie de formas subordinadas en las que se desarrolla el proceso del movimiento universal, pero se desarrollan siempre como oposición de esas dos formas fundamentales, y se transforman unas en otras si se dan una serie de condiciones. Con ello dice Engels que entra en el terreno de la teoría de la conservación de la energía, fundada por Mayer en 1852. Analiza a continuación los conceptos fundamentales con los que esa teoría operaba en su tiempo, y que son los de «fuerza» o «energía» y el de «trabajo». Para él es preferible el término «energía» al de «fuerza», y critica ampliamente (cfr. pp. 95-100) la idea de fuerza de Helmholtz, pues siembra el confusionismo, es un término equívoco que hay que apartar del lenguaje científico.

8. Medida del movimiento. Trabajo.

Galileo descubrió la ley de la caída de los graves; por otra parte, anticipó la proposición de que la cantidad del movimiento de un cuerpo es determinada por la masa y la velocidad, y es proporcional a la velocidad si la masa es constante. Descartes hizo suya esta ley y adoptó como medida del movimiento de un móvil, en general, el producto de la masa por la velocidad (cfr. p. 101). Ahora bien, Leibniz fue el primero en darse cuenta de que la medida cartesiana de movimiento estaba en contradicción con la ley de la caída de los graves. Para Leibniz la medida del movimiento de un cuerpo en reposo (fuerza muerta) es el producto de la masa por la velocidad; y la de la fuerza viva (el movimiento efectivo de un cuerpo), el producto de la masa por el cuadrado de la velocidad. Además, Leibniz demostró que tomando la expresión «mv» como medida del movimiento se entra en contradicción también con la ley cartesiana de la invariabilidad de la cantidad de movimiento, porque si esta última fuese válida, la fuerza (o sea, la cantidad de movimiento) aumentaría o disminuiría continuamente en la naturaleza.

Los cartesianos protestaron con todas sus fuerzas; se levantó una famosa polémica, que duró muchos años, en la que llegó a tomar parte incluso Kant en su primer escrito (Consideraciones sobre la verdadera medida de las fuerzas vivas, 1743). Duró hasta que D’Alembert puso fin a ella con su Tratado de Dinámica, que fue el veredicto final.

Los matemáticos de hoy —dice Engels— consideran infructuosa esa polémica y la tratan con notable desprecio, llamándola inútil disputa de palabras. Engels piensa que esa controversia no está basada sobre una inútil disputa de palabras, pues empeñó a Leibniz contra Descartes, y Kant también trató de ello. Efectivamente, «¿cómo dar sentido al hecho de que el movimiento tiene dos medidas que se contradicen? ¿Es proporcional una vez a la velocidad y otra vez al cuadrado de la velocidad?» (p. 103). Engels dice que el «veredicto» de D’Alembert en realidad no soluciona nada, ya que repite esencialmente lo que había dicho Leibniz (el «equilibrio» de D’Alembert es lo mismo que la «presión muerta» leibniziana), y de improviso pasa al partido de los cartesianos y en definitiva trata de conciliar ambas posturas (cfr. páginas 104-105).

Los estudiosos de mecánica posteriores a D’Alembert no aceptaron su veredicto, pues su juicio final era a favor de «mv» como medida del movimiento. Lo que se ha hecho hasta ahora, viene a decir Engels, es silenciar el asunto, funcionar con ambas medidas (en la estática vale «mv»; en la dinámica, «mv2»), sin tratar de explicar la contradicción. Así Thomson y Tait; tampoco Helmholtz supera la contradicción.

Se trata, dice Engels, de comprender por qué el movimiento tiene dos medidas. Realiza diversas comprobaciones, viendo diferentes casos en que la mecánica usa la expresión «mv» y otras en que se usa «mv2» (cfr. pp. 107-110). Y a continuación nos da su solución, que en síntesis es: «mv» es medida de la energía cuando no cambia de forma y «mv2» (o su mitad) es medida de la energía cuando cambia de forma (cuando se transforma en otra forma de movimiento). Resulta, pues, que estas dos medidas, aunque diferentes, no se contradicen (cfr. p. 111).

Engels, que siempre consideró de gran importancia esta polémica sobre la medida del movimiento, creyó haber descubierto una importante ley de la física; sin embargo, su solución es errónea y nunca fue aceptada.

Concepto mecánico-físico de trabajo. Cuando se realiza una transformación de movimiento mecánico en otra forma de movimiento, proporcional a él por cantidad, se produce trabajo. Este es, pues, cambio de forma del movimiento, considerado bajo su aspecto cuantitativo (cfr. p. 112). Critica a Helmholtz, Thomson y Tait también en este campo, y muestra de nuevo reticencias sobre el pensamiento científico, pues, según él, la ciencia acepta las cosas no porque racionalmente se vea así, sino por simplicidad de cálculo (cfr. p. 115).

9. El rozamiento de las mareas. Kant y Thomson-Tait. Rotación terrestre y atracción lunar.

Empieza este artículo con una larga cita (cfr. pp. 117-120) del libro A treatise on natural Philosophy, de Thomson y Tait, Oxford, 1867, sobre las mareas, su influjo en la rotación de la Tierra, etc.

A continuación expone la concepción general de Kant sobre este punto, pues él fue el primero que, en 1757, sostuvo la tesis de que la rotación de la Tierra era disminuida por el rozamiento de las mareas. Después de varias explicaciones de Kant y su más completo desarrollo en el libro arriba citado, llega a una serie de conclusiones: «la suma total de la energía mecánica, cinética y potencial, presente en el sistema Tierra-Luna, permanece idéntica; el sistema es rigurosamente conservador» (p. 121). Además, como el rozamiento de las mareas retarda sin duda la rotación terrestre, en igual medida se pierde, de modo absoluto, para el sistema dinámico Tierra-Luna, la energía cinética para ello empleada. Y no puede ésta reaparecer en el ámbito del sistema como energía potencial mecánica; o en otras palabras: puede reaparecer integralmente como energía potencial mecánica (por tanto, dice Engels, ser compensada por un correspondiente aumento de la distancia de la Luna) sólo aquella parte de la energía cinética empleada, a causa de la atracción lunar, para retardar la rotación terrestre, que obra sobre la masa sólida del globo terrestre (cfr. p. 122).

Estos razonamientos de Engels no son correctos en absoluto desde el punto de vista científico, y mucho menos su conclusión. Así lo reconoce el mismo traductor, que tratando de salvar a Engels, nos dice que su solución es incorrecta, lo mismo que la mayor parte de sus razonamientos, y se lamenta de que se dedique tanta atención a un problema en definitiva marginal, más por razones históricas y teoréticas que por razones científico-técnicas (vid. nota 2, p. 121).

10. Calor.

Dos son las formas en que desaparece el movimiento mecánico. La primera es su transformación en energía potencial mecánica; la segunda es la que se realiza en el rozamiento y en el choque. En esta última el movimiento mecánico que desaparece como tal no puede ser reintegrado inmediata y automáticamente, ha cambiado en formas de movimiento cualitativamente diversas: en calor, electricidad, en formas de movimiento molecular.

El descubrimiento práctico de la transformación de movimiento mecánico en calor es tan antiguo como la humanidad misma. Se extiende Engels hablando de que con la ignición por rozamiento, el hombre puso a su servicio, por vez primera, una fuerza inanimada de la naturaleza y las supersticiones que ha habido con respecto al fuego.

En la ignición por rozamiento, afirma a continuación, el proceso es unilateral todavía; el movimiento mecánico es transformado en calor. El proceso para ser completo debía ser invertido: el calor debería transformarse en movimiento mecánico, pues sólo después de esto se satisface la dialéctica del proceso. Y han transcurrido milenios desde la ignición por rozamiento hasta que se inventó una máquina, utilizable con efectividad, que hiciera la operación contraria, o sea, transformación de calor en movimiento mecánico. Explica a continuación cómo fue el desarrollo de la invención de esa máquina: la máquina de vapor, desde Papin a Watt.

Afirma Engels que la praxis había, pues, resuelto el problema de las relaciones entre movimiento mecánico y calor. Pero las cosas en la ciencia iban de modo lamentable; sólo entre 1820 y 1830 Sadi Carnot afrontó el problema, y sus cálculos siguen vigentes en Maxwell.

Termina considerando (cfr. p. 128) que en el siglo XVII el calor era tenido como un movimiento de tipo particular, pero en el XVIII fue ganando terreno la teoría de que el calor fuese sustancia de tipo particular, como la luz, la electricidad, el magnetismo, y que «todas esas sustancias especiales difieren de la materia ordinaria por el hecho de no tener peso, de ser imponderables» (p. 128).

11. Electricidad.

Es éste el artículo o capítulo más largo de los englobados en esta Dialéctica de la Naturaleza (pp. 131-182).

Empieza afirmando Engels la «omnipresencia de la electricidad»: no se produce casi ninguna mutación sin que se produzcan fenómenos eléctricos. A pesar de ello es la parte de la ciencia sobre la que reina más oscuridad. Se necesita —dice— una teoría unitaria que sea la base de toda investigación en este campo; como no la hay, reina en este terreno el «empirismo unilateral», es decir, «un empirismo falso, que no tiene en cuenta el pensamiento, y por eso, ni siquiera explica y relaciona los fenómenos eléctricos». Aparece, pues, aquí de nuevo la crítica al empirismo «que a fuerza de cálculos se ha olvidado de pensar» (p. 134).

Hace un poco de historia para explicar que la electricidad y el magnetismo eran concebidos antes como una particular materia imponderable (lo mismo que el calor, vid. art. anterior). Aparece después la teoría que concibe la electricidad como un simple estado del cuerpo, una fuerza, o una particular forma de movimiento; así pensaban Faraday y Hegel. Y así como hemos visto que el descubrimiento del equivalente mecánico del calor eliminó la idea de una particular «sustancia calórica» y demostró que el calor no era otra cosa que movimiento molecular, se siguió el mismo método para la electricidad, tratando de buscar su equivalente mecánico. Experimentos de Joule y Roualt hicieron insostenible la tesis de que la electricidad fuese un particular fluido material. Sin embargo, la analogía entre calor y electricidad no era completa, pues quedaban muchas cosas sin explicar.

Se va abriendo paso cada vez más la teoría, después de las experiencias de Maxwell y Hankel, de que la electricidad es un movimiento de las partículas del éter luminoso (que permea toda la materia ponderable). «Esta concepción, base de todas las teorías actuales sobre la electricidad, concilia las dos precedentes». Según ella, en los fenómenos eléctricos se mueve sin duda algo sustancial distinto de la materia ponderable, pero esa sustancia no es la misma electricidad: es el éter. Y Engels afirma que diversos experimentos de Maxwell han comprobado la existencia del éter (cfr. p. 138).

Pero la ciencia de la electricidad se encuentra en estado de transición, pues a pesar de funcionar con la teoría del éter, toda la terminología está basada sobre la idea de dos fluidos eléctricos; «hay confusión de ideas debido al empirismo unilateral» (ibíd.).

La oposición entre electricidad estática y dinámica hay que considerarla superada. Sólo trata aquí de la dinámica. Explica los diversos modos en que puede ser generada la corriente continua; a su vez el movimiento eléctrico se transforma en otra forma de movimiento con una serie de condiciones adecuadas. Y en todas esas transformaciones permanece válido el principio fundamental de la equivalencia cuantitativa del movimiento en todos sus cambios; lo explica con una serie de experimentos de Favre (p. 140).

Pasa a continuación a explicar la formación o generación de la corriente eléctrica. Expone la teoría del contacto de Volta y la teoría química de la corriente galvánica, dos formas de explicar la generación de la corriente eléctrica. Critica con acritud la «vieja teoría del contacto» siguiendo paso a paso a Wiedeman, que según Engels trata de salvar lo salvable de la teoría del contacto, a pesar de admitir ya la actual explicación química de la corriente. Al mismo tiempo que expone los pasos que va dando Wiedeman en su explicación, Engels le va criticando: dedica a esto diez páginas (pp. 142-153); al final hace una crítica general, en la que, inesperadamente, acude a un paralelismo con la teología, vertiendo una serie de afirmaciones apriorísticas, sin fundamento real: «Si se lee la explicación dada por Wiedeman de la corriente, se tiene la impresión de tener delante una parte de aquella apologética con la que los teólogos (...) afrontaron, aproximadamente hace cuarenta años, la crítica histórico-filosófica de la Biblia de Strauss, Wilke, Bauer y otros. El método es el mismo en ambos casos, pues en ambos se trata de salvar la herencia de la tradición...» (pp. 153-154). «En una palabra, en el campo de la electricidad tenemos que vérnoslas con una tradición desarrollada no menos que la existente en teología. Y como en ambos campos los resultados de la moderna investigación chocan de modo directo y despiadado con la vieja tradición, los defensores de ésta deben buscar salida recurriendo a toda clase de subterfugios...» (ibíd.).

En las páginas siguientes critica de nuevo, muy duramente, a Wiedeman por su descripción del proceso que tiene lugar en la pila eléctrica; después por su explicación de la electrólisis, porque no se da cuenta —dice Engels— de que en ello hay dos procesos opuestos: el químico-eléctrico y el electroquímico (cfr. pp. 157-160). Resume de nuevo la triple teoría de la generación de la corriente, que el mismo Wiedeman expone: 1. Generación por puro contacto. 2. Generación por obra de la fuerza eléctrica de separación. 3. La moderna, que indica la fuente de tal energía en la suma algebraica de todas las acciones químicas que tienen lugar en la pila. «Y no se da cuenta —afirma Engels— que la segunda explicación está en contradicción con la primera; ni que la tercera deshace la segunda. Es más, al final recoge el principio de la conservación de la energía, sin darse cuenta de que tal principio hace necesaria una revisión de todas las concepciones tradicionales» (pp. 160-161).

Critica después Engels otra forma de explicación existente en la «anticuada» teoría de la electricidad: la «fuerza eléctrica de separación» admitida por Wiedeman y Helmholtz. Después de una serie de razonamientos afirma que es inútil insistir en esa fuerza eléctrica de separación, pues para ello hay que tomar en serio el artificio de los dos fluidos calóricos, y eso hoy día nadie lo hace (cfr. pp. 167-169).

Después de nuevas críticas a la teoría del contacto, pasa a demostrar con ejemplos y experimentos que el punto de vista químico es el verdadero en la generación de la corriente eléctrica (cfr. pp. 170-173).

Una vez visto y puesto de manifiesto que el aspecto químico es el auténtico en el proceso eléctrico, pasa a considerar a continuación si un proceso químico dado se desarrolla del mismo modo en la pila que fuera de ella. Apoyándose en diversos experimentos de Poggendorf y Wiedeman, comprueba que en el proceso se desarrollan fenómenos químicos y otros que no son químicos, como antes se creía, sino electroquímicos. Pone diversos ejemplos para probar la acción recíproca entre quimismo y electricidad; y ninguna de ellas tiene una prioridad absoluta, sino que son dos caras o aspectos del proceso (cfr. pp. 178-180).

Además de esta específica acción mutua entre quimismo y electricidad, encuentra también otro carácter común, que indica igualmente una estrecha afinidad entre estas dos formas de movimiento: ambas pueden subsistir sólo por un instante infinitesimal (cfr. p. 181). Termina el artículo afirmando que hay que hacer una revisión general de todos los experimentos hechos hasta ahora desde un punto de vista científico superado, rechazando de entrada todas las concepciones tradicionales de la electricidad; se debe partir de esa íntima relación que liga la acción química y la eléctrica, prometiéndose Engels que ese punto de partida llevará a grandes resultados.

12. Biología.

Afirma Engels que sólo el cuerpo orgánico reacciona de modo independiente, a diferencia de la mecánica y la física que se agota con cada manifestación reactiva, y de la química, que modifica la composición del cuerpo.

Para Engels la concepción dialéctica de la vida consiste en la afirmación de que la muerte es momento esencial de la vida, que la negación de la vida está esencialmente contenida en la vida misma, de tal modo que la vida debe ser siempre pensada en relación a su necesario resultado: la muerte. E incomprensiblemente añade que si eso se entiende bien, no tiene sentido hablar de la inmortalidad del alma, pues «vivir significa morir» (p. 303).

Engels toca el tema de la generación espontánea, de las formas más simples de vida; glosa la hipótesis de la eternidad de la vida y que ésta ha sido importada desde los espacios celestes (opinión de Wagner y Liebig), cosa que a Engels le parece inadmisible, dando diversos argumentos para criticarla (cfr. pp. 304-313).

Para Engels todo el mundo orgánico se ha formado por evolución. Primero se habrían desarrollado innumerables especies de proteínas celulares, que gradualmente se diferenciaron y dieron lugar a las primeras formas vegetales y otras a las primeras formas animales; con un nuevo desarrollo se llegó al vertebrado «en el que la naturaleza alcanza la conciencia de sí misma: el hombre» (p. 49). Como vamos a ver en seguida, trabajo y lenguaje son los dos factores determinantes, según Engels, en el proceso de hominización.

13. El papel del trabajo en el proceso de hominización del simio.

Para Engels el trabajo es la primera y fundamental condición de toda la vida humana, «y lo es hasta tal punto que podemos decir en un cierto sentido que el trabajo ha creado al hombre mismo» (p. 183). Este proceso lo explica con el evolucionismo, que de entrada considera, sin demostraciones, como un hecho cierto, siguiendo a Darwin, con afirmaciones categóricas: «Hace centenares de miles de años, en una fase todavía no bien precisable, vivía en una parte de la zona tórrida —verosímilmente en un continente hoy hundido en el Océano Índico— una familia de simios antropomorfos que había llegado a un estadio particularmente alto de desarrollo» (ibíd.). Poco a poco esos monos, según Engels, comenzaron a perder la costumbre de ayudarse con las manos cuando andaban en terreno plano, y a adquirir la posición recta. «Con esto se dio el paso decisivo para el paso del simio al hombre». Por otra parte, las manos realizaron operaciones cada vez más distintas de la originaria, llegando a ser autónomas (cosa que Engels considera de mucha importancia), y a adquirir destreza (cfr. p. 185). Por eso, como necesaria conclusión de esas afirmaciones dice que «la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también su producto».

Como consecuencia de la ley que Darwin llamó de correlación del desarrollo, el gradual refinamiento de la mano, al igual que el paralelo desarrollo de los pies, habrían influido sobre otras partes del cuerpo. Engels añade aquí que sólo puede constatar la existencia de esa ley, porque esa tal influencia no ha sido estudiada todavía.

«El desarrollo de la mano y el del trabajo tuvo como necesaria consecuencia la de acercar entre sí los miembros de la sociedad, para colaborar, ayuda recíproca, etc., y los hombres llegaron al punto en que tenían algo que decirse. La necesidad creó el órgano, y de las cuerdas vocales no desarrolladas del simio, se pasó poco a poco a emitir una sílaba detrás de otra» (p. 186). Esta explicación del nacimiento del lenguaje le parece a Engels la única justa.

Trabajo y lenguaje serían, pues, los «dos estímulos más esenciales bajo cuya influencia el cerebro de un mono se ha transformado gradualmente en un cerebro humano» (p. 186).

Una vez que el hombre ha llegado a ser tal, aparecería un nuevo elemento: la sociedad. Tuvieron que pasar, según Engels, centenares de miles de años desde que a partir de un familia de monos trepadores apareciese una sociedad de hombres. «Pero al final se encontró formada. Y la diferencia una vez más entre la familia de monos y la tribu de hombres es el trabajo» (p. 188). La depredación de los campos y bosques por parte de las bestias habría hecho posible que una serie de monos —los más desarrollados—, debido a esa devastación, fueran cambiando poco a poco su alimentación; de este modo, al ser la alimentación cada vez más variada, también lo eran las sustancias químicas inmersas en el organismo, con lo que se ponían las bases químicas de la hominización (cfr. ibíd.). Engels subraya también la importancia de la alimentación cárnica, que habría tenido un indudable influjo en el cerebro para desarrollarse más rápidamente.

Más adelante se dieron dos grandes progresos: el hombre aprende a servirse del fuego y a domesticar las bestias (cfr. p. 189), y se expande entonces por toda la tierra habitable. Por la acción conjunta de la mano, de las cuerdas vocales y del cerebro, los hombres se irían haciendo capaces de llevar a cabo operaciones cada vez más complicadas y el trabajo cada vez más variado y multiforme: «A la caza y pesca sigue la agricultura, después el hilado y la textura, el trabajo con metales, la cerámica, la navegación y el comercio. Aparece con éstos el arte y la ciencia, de las tribus se pasó a las naciones, se desarrolló el derecho y la política, y con ellos se desarrolló el reflejo fantástico de las cosas humanas en la mente humana: la religión» (p. 190).

Engels repite una y otra vez la capital importancia que habría tenido el trabajo en este proceso, y por eso critica el «idealismo» que pretende, según él, explicar los progresos de la civilización atribuyéndoselos a la mente.

La diferencia esencial, para Engels, entre el hombre y el animal consistiría en que el animal se limita a usufructuar la naturaleza, y el hombre, en cambio, la domina; y el que opera esta diferencia es el trabajo. Engels se explaya también en una serie de consideraciones acerca de ese dominio sobre la naturaleza: el hombre no la dominaría como un conquistador a un pueblo, o como quien es extraño a ella, sino que todo ese dominio sobre la naturaleza consiste en la capacidad de conocer sus leyes y emplearlas del modo más adecuado. Leyes que cada vez conocemos mejor, y a medida que avance este conocimiento, según Engels, «el hombre se dará cuenta de que forma una unidad con la naturaleza, y se hará tanto más insostenible el concepto, absurdo y antinatural, de una contraposición entre espíritu y materia, entre hombre y naturaleza, entre alma y cuerpo, que ha penetrado en Europa después de la caída del mundo de la antigüedad clásica y que alcanzó su máximo desarrollo con el cristianismo» (p. 193).

Engels habla luego de los efectos sociales de ese dominio sobre la naturaleza, y pone diversos ejemplos históricos, ya interpretados desde su punto de vista. Acaba este artículo hablando de los procesos de producción que ha habido, cuáles son los existentes actualmente, y cómo llevan a la división de la población en diversas clases y a la lucha entre clase dominante y clase oprimida, entre burguesía y proletariado, «que sólo puede tener fin con el abatimiento de la burguesía y la abolición de todos los contrastes de clase» (pp. 194-195). El manuscrito se interrumpe aquí.

14. Dialéctica subjetiva.

Así como la dialéctica objetiva domina en toda la naturaleza, «la dialéctica subjetiva, el pensamiento dialéctico, no es otra cosa que el reflejo del movimiento que en la naturaleza se manifiesta siempre en oposición...» (p. 323). El pensamiento se rige por las mismas leyes dialécticas que imperan en la naturaleza. Lo mismo que sucede en la naturaleza, sucede en el pensamiento: hay una polarización antitética de las determinaciones del pensamiento: «Lo mismo que la electricidad, el magnetismo, etc., se polarizan, se mueven en la oposición, igual el pensamiento: tampoco en el pensamiento se puede sostener una oposición unilateral» (p. 225).

Toda la actividad intelectiva de inducir, deducir, extraer (conceptos), analizar objetos desconocidos, sintetizar y experimentar (unión de los dos últimos), el hombre la tiene en común con los animales; la diversidad es sólo de grado. Por el contrario, el «pensamiento dialéctico» es posible sólo al hombre; precisamente porque tiene como premisa el estudio de la naturaleza y de los conceptos mismos, es posible sólo al hombre (cfr. pp. 232-233).

La lógica dialéctica, «en contraposición a la vieja lógica, puramente formal, no se contenta como ésta última con hacer un elenco y colocar una al lado de la otra, sin conexión, las formas diversas de juicios y razonamientos. Por el contrario hace derivar unas de otras, subordinándolas unas a otras, en vez de coordinarlas, desarrollando las formas superiores a partir de las inferiores» (p. 233). Afirma que la clasificación de los juicios según Hegel está fundada no sólo en las leyes del pensamiento, sino también en las de la naturaleza, pues «las leyes del pensamiento y las de la naturaleza coinciden (aunque sean desconocidas)» (p. 235). Engels finaliza estas ideas de lógica dialéctica criticando el excesivo induccionismo de Haeckel, el paninduccionismo, afirmando que inducción y deducción se implican necesariamente, no puede la inducción pretender ser el único método de investigación científica (cfr. pp. 236-238).

IV. CRÍTICA FORMAL Y METODOLÓGICA

Esta obra constituye una colección de diversos manuscritos de Engels —escritos entre 1873 y 1886—, que contienen artículos y fragmentos varios, dedicados todos ellos a mostrar que en los movimientos de la naturaleza domina la ley dialéctica; la dialéctica del espíritu no sería más que un reflejo de esa dialéctica de la naturaleza.

Un primer acercamiento a esta obra de Engels nos lleva a decir que se resiente de su carácter fragmentario. Gran parte de los fragmentos han sido yuxtapuestos, y no existe hilación lógica con los anteriores y posteriores; existen muchas frases entrecortadas e inconexas, y bastantes ininteligibles. Las repeticiones son muy numerosas y el manuscrito se interrumpe muchas veces. El mismo Engels reconoce algunas veces, al final de una nota o artículo, que «todo esto hay que volver a verlo con más rigor» (p. 318).

Además de ser una obra inacabada, por su carácter general de filosofía de la naturaleza, está muy ligada al estado de la ciencia en su momento. Cuando Bernstein se decidió a publicar la obra por primera vez en 1924, se la dio antes a leer al físico A. Einstein, el cual dijo que no tenía ningún tipo de interés científico. Bastantes términos empleados por Engels hoy día ya no se utilizan; a modo de ejemplo, cuando habla de ‘fuerza’ hoy diríamos ‘energía’, ‘sustancia albuminosa’ hoy ‘proteína’, etc.

Engels aceptará también diversas teorías o hipótesis científicas hoy ya superadas o sustituidas. A nosotros nos interesan, por lo que luego veremos, dos: la teoría de la nebulosa de Kant-Laplace y la teoría del éter; pero el número de éstas es muy grande.

En otras ocasiones los razonamientos de Engels no son correctos ni siquiera en su tiempo. Los mismos marxistas tratan de salvarle haciéndonos ver que no debe entendérsele literalmente (cfr. nota 2, p. 276; nota 2, p. 277; nota 1, pp. 278-279), o que son errores de escritura (cfr. notas 1 y 2, p. 162).

Una crítica a esas concretas teorías científicas defendidas por Engels sería una crítica fácil, pero no llegaría al fondo. Además, los mismos marxistas reconocen que muchos de sus razonamientos y sus conclusiones científicas no son correctas, pues Engels nos habla de una ciencia que no es la ciencia actual; hay, dicen, muchas concepciones científicas superadas, y además hoy día el enfrentamiento en la ciencia no es con Joule, Darwin, Mendeleiev, Dalton, etc., sino con relatividad y quantos, genética y estructuras matemáticas abstractas.

Por eso, también los mismos marxistas actuales no tratan de convertir cada afirmación de Engels en dogma, como se hizo en el pasado, p. ej., con Lyssenko. Pero sí consideran la Dialéctica de la Naturaleza como una obra viva que, con observaciones particulares agudas y errores ciertos, tiene un robusto planteamiento. De hecho, las afirmaciones fundamentales —filosóficas— no han sido en modo alguno criticadas por la ortodoxia marxista rusa.

Ya no es tan superficial criticar la afirmación de Engels de que, al proyectar y escribir una Dialéctica de la Naturaleza, «no podía tratarse de construir las leyes dialécticas introduciéndolas en la naturaleza, sino rastrearlas en ella y desarrollarlas a partir de ella» (p. 323). Engels cree encontrar la dialéctica en diversas teorías científicas que explican la naturaleza, y quiere deducir la dialéctica y desarrollar las leyes dialécticas a partir de la naturaleza. Y se llena de alborozo y exulta después de exponer alguna teoría científica que le parece demostrar la dialéctica. Y así sucede, p. ej., con la teoría de la nebulosa de Kant-Laplace, a la que colma de elogios, llegando a afirmar que descubrimientos posteriores han confirmado esa teoría (cfr. p. 43), y con la teoría del éter que «ha obtenido ya un éxito indudable» (p. 137; cfr. también pp. 125-126; pp. 135-136, 286, 295-296, etc.).

Ahora bien, desde el mismo momento que esa serie de teorías científicas no se han aceptado posteriormente (la teoría de la nebulosa) o se ha demostrado su falsedad (la del éter), surgen dos posibilidades de interpretación:

a)   La dialéctica se deduce correctamente de esas teorías sobre los fenómenos científicos (por lo menos de gran parte de ellos), y al ser falsas esas teorías, lo es también la dialéctica.

b)   ¿No será más bien que, en contra de su propia afirmación, lo que hace Engels es aplicar un esquema previo a los diversos fenómenos científicos? ¿No será una imposición apriorística de la dialéctica y sus leyes a los fenómenos naturales? Parece que sí; toda la obra es aplicación de unos esquemas previos, unos principios filosóficos, para explicar e interpretar la naturaleza, procurando amoldar los fenómenos a ese esquema.

Por tanto, la crítica de fondo deberá tratar de esos principios filosóficos: la dialéctica y sus leyes. Antes de esa valoración de fondo, se pueden hacer una serie de anotaciones a cada una de las leyes dialécticas.

a)   La primera ley.

La primera objeción que hay que hacer a la ley de la conversión de la cantidad en cualidad es precisamente que no es universalmente válida, como pretende Engels (cfr. p. 83). Incluye en sí cosas de todo punto heterogéneas; que sea «una ley general de desarrollo de la naturaleza, de la sociedad y de pensamiento» (ibíd.) habría que probarlo. Y Engels dice que sólo quiere aquí comprobarla en la naturaleza, pues sólo en las ciencias naturales se puede comprobar experimentalmente. Efectivamente le sería muy difícil probarla en relación con el origen de la vida o del conocimiento.

Se puede admitir sólo en algunas ocasiones, para los cuerpos inanimados, aunque nunca en el sentido estricto de conversión de cantidad en cualidad, sino de cambios de cantidad que comportan cambios cualitativos e incluso sustanciales. Uno de los ejemplos que pone Engels, tomado de Hegel, es el del agua, que sigue siendo agua mientras no aumente la temperatura hasta los 100°; si se traspasa el límite de los 100°, el agua cambia su cualidad, convirtiéndose en vapor (cfr. p. 80).

Por otra parte, en el ejemplo del agua y del vapor se tratan de cualidades que están dentro de un mismo orden de cosas, a saber, la materia inorgánica, y en cambio en la aparición de la vida y del conocimiento hay un tránsito de un orden inferior a uno superior. Se trata de dos órdenes esencialmente diversos. ¿Cómo pueden llamarse cualitativas por igual ambas transformaciones ?

Además esta ley admite que al lado de la cantidad y la cualidad hay que poner el concepto de «medida» (cfr. p. 79); éste significa que hay situaciones en que la transformación de la cantidad no produce cualidades distintas. En el ejemplo del agua, si tenemos ésta calentada a 20° y aumentamos la temperatura en 10 ó 20 grados, sigue siendo agua.

Ahora bien, este concepto de medida no se da en la química, el terreno en que según Engels «esta ley de la naturaleza puede celebrar sus más grandes éxitos» (p. 80). Efectivamente, si el agua está compuesta de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, y le añadimos un átomo de oxígeno, hay nuevas cualidades: las del peróxido de hidrógeno. En toda combinación química basta añadir un átomo a uno de los elementos para convertirse en otra distinta; es decir, la «medida» no es aplicable en el terreno químico.

Aparte que los conceptos que utiliza no están claramente fijados —el de transformación cualitativa—, Engels inventa un concepto —el de medida— y lo usa cuando le viene bien; y cuando no, prescinde de él.

Por otra parte, esta ley no da explicación del origen de las nuevas cualidades; únicamente, a lo más, describe cómo es el proceso. El materialismo dialéctico de la ortodoxia marxista soviética actual reconoce que efectivamente la primera ley muestra solamente el mecanismo de la mutación; habría que esperar a la segunda ley, la lucha de los contrastes, para la explicación del origen de la nueva cualidad; el resorte impulsor —como lo denominan— del nacimiento de lo nuevo sería la contradicción, la ley de la compenetración de los opuestos.

b)   La segunda ley.

Resumiendo las afirmaciones de Engels sobre la segunda ley de la dialéctica, se puede decir que la ley de la compenetración de los opuestos indica que todas las cosas, fenómenos y procesos entrañan aspectos y tendencias contradictorios; esa contradicción existente en todo fenómeno es el «resorte impulsor» de la evolución, del nacimiento de lo nuevo, del progreso; la fuerza que mueve el desarrollo es la acción recíproca, el contraste, la lucha, que existen en todo fenómeno; en esa oposición intrínseca —dice Engels—, en ese «continuo contraste y final resolverse» (p. 223) consiste todo el movimiento en la naturaleza.

Así esta ley es la más importante de la dialéctica. Y en Engels ya se encuentran casi todos los puntos que posteriormente serán ampliados y expuestos por Lenin, Stalin y Mao.

Lo mismo que en la primera ley, hay que decir aquí también que los conceptos empleados no están rigurosamente precisados. La «oposición», «contraste» o «contradicción» no se define. Parece que cuando se habla de contradicción no se entiende en el sentido de que sean verdaderas contradicciones, es decir, contraposiciones contradictorias, como la que hay entre una determinación y su negación (A y No-A). Los mismos materialistas dialécticos posteriores reconocen que no se trata de eso, sino de contradicciones «dialécticas», y éstas no deben ser entendidas en el sentido de la lógica formal, sino simplemente como algunas determinaciones opuestas en un ser, como contrastes o «propiedades contradictorias»; y no se dice más; como es lógico con conceptos tan vagos, el sentido de la ley no puede por menos que ser también indeterminado y vago, aunque tenga una cierta coherencia interna.

Además se podría decir que Engels no prueba la contradicción, sino que sólo la «ilustra» con algunos ejemplos.

Pero esto no es más que una valoración formal; lo importante es la crítica de fondo, que vamos a ver en seguida.

c)   La tercera ley.

Las críticas a la tercera ley dialéctica han sido muy variadas; aquí no podemos entrar en ellas. Dos cosas, sin embargo, hay que decir: a) que esa ley pierde su valor como tal ley al reconocer los mismos materialistas dialécticos que ese ascensional perfeccionamiento de la evolución, no en línea recta, sino en forma de espiral, «se da sólo algunas veces»; b) que de hecho Stalin, al comentar la dialéctica de Engels, suprimió esta ley, pues se dio cuenta de que en el fondo contradecía a la ley de la lucha de los contrastes, que es la fundamental. El materialismo dialéctico desde Stalin ha funcionado sin esta ley.

V. VALORACIÓN DE FONDO

A. La dialéctica y sus leyes.

1. Resumen de la concepción de la dialéctica de Engels. Los presupuestos hegelianos.

La materia es el único «ser». La naturaleza es un todo coherente único de fenómenos, ligados entre sí, recíprocamente dependientes y condicionados unos a otros (cfr. p. 86). Por eso la dialéctica es la ciencia de la universal interdependencia (cfr. p. 33), «ciencia de las relaciones en oposición a la metafísica» (p. 77).

Atributo esencial de la materia es el movimiento. La naturaleza es contraria a toda rigidez, a toda inmutabilidad; «la naturaleza entera se mueve en un eterno flujo» (p. 46). Frente al rígido esquema de una naturaleza fija e inmutable —dice Engels— hay que oponer el carácter esencial de la naturaleza en un incesante movimiento (cfr. p. 47).

El movimiento consiste en toda transformación existente en la naturaleza. Ahora bien, el movimiento de la materia es ascendente. El proceso de desarrollo —todo está en la naturaleza siempre renovándose y constantemente evolucionando— no es un simple proceso de crecimiento, sino que conduce a partir de un orden inferior a un orden superior. Y la materia posee la capacidad de alcanzar por su propio poder ese desarrollo superior sin la ayuda de un ser extraterreno o sobrenatural.

Según la catalogación de las ciencias que hace Engels, encontramos tres grandes órdenes, a los que se reducen todos los fenómenos de la naturaleza: a) la materia inanimada: mecánica, física, química; b) la materia viviente: biología y orgánica; c) el dominio de lo social (aunque Engels aquí no lo trata, sólo aparece señalado en el artículo El papel del trabajo...).

Hay un tránsito de un orden inferior a uno de rango superior. En éste hay algo que no aparece en el orden inferior, pues se entiende por orden superior un orden de fenómenos que no se explican con las leyes que imperan en el orden inferior. Así, por ejemplo, Engels reconoce que el ser vivo no se explica por las solas leyes físico-químicas, y sin embargo procede de ese orden de la materia inanimada.

Entonces, ¿cómo es posible que de un orden inferior se llegue a lo superior, o mejor, cómo éste procede de lo inferior, si, como dicen, tiene leyes distintas, le excede ontológicamente y no es reductible a lo inferior? Y se contesta: por la dialéctica. Pues la evolución del mundo es una evolución dialéctica, y ésta explica que de lo inferior se ascienda a lo superior. Marx la aplica a la evolución social; Engels pretende aplicarla a la naturaleza.

Por la dialéctica, el materialismo dialéctico de Engels quiere apartarse del materialismo «vulgar» y criticarlo, pues ese materialismo vulgar es para él un burdo mecanicismo, que no ve diferencia entre los fenómenos superiores y los inferiores (véanse en la exposición las citas del apartado Ciencia y filosofía), «pues la concepción mecánica de la naturaleza explica toda mutación con el cambio de lugar, todas las diferencias cualitativas con las cuantitativas, y no se da cuenta de que la relación entre cualidad y cantidad es recíproca, que la cantidad se convierte en cualidad, que existe precisamente acción recíproca» (p. 259). Engels rechaza ese materialismo vulgar que pretende reducir todos los procesos fisiológicos, vitales, incluso el conocimiento, a procesos físico-químicos.

¿Cómo explica la dialéctica esa evolución ascendente? Para la dialéctica el origen de lo superior está en la compenetración de los opuestos, en la contradicción: ésta lleva ínsita en sí una negación. Por eso Hegel decía que «porque lo positivo es en sí mismo la negación, sale por eso de sí mismo y se transmuta». He aquí el núcleo de la dialéctica. La concepción dialéctica del devenir consiste, pues, en la afirmación de una negación existente en la misma realidad. El materialismo dialéctico de Engels, como hemos visto, atribuye esa evolución a una lucha de contrastes, a la lucha de los opuestos que hay en todo fenómeno. La contradicción existente en un fenómeno se resuelve en lucha, y a través del conflicto se llega a una mutación cualitativa de ese fenómeno en evolución; es esa misma contradicción la que origina el «salto dialéctico», pasándose de un orden inferior a otro superior.

Dentro de la materia se engloba todo; también la vida y el conocimiento del hombre, que es sólo un producto secundario y reflejo del ser material. Y según esto, Engels distingue, como hemos visto, dos tipos de dialéctica: la dialéctica llamada objetiva domina en la naturaleza, y la dialéctica subjetiva, el pensamiento dialéctico (cfr. p. 275).

Las leyes dialécticas serán las leyes más generales de toda la evolución de la realidad y del pensamiento (cfr. p. 77). Son las leyes que en último término explican toda la realidad y cada fenómeno en particular; aunque cada fenómeno requiera un estudio concreto —misión de las ciencias particulares—, es siempre aplicación de esas leyes comunes de toda la realidad. La realidad material es la única existente, pues la ciencia y la filosofía aportarían la prueba de que en el mundo no existe sino la materia, la relación natural de las cosas y los fenómenos, no habiendo lugar para portentos, o «actos milagrosos fuera del universo material» (p. 294), para Dios, fenómenos supramateriales o sobrenaturales y «otras cosas semejantes».

La dialéctica, en Engels como en todo el marxismo, está tomada de Hegel. Pero Engels —como Marx—, por así decir, da la vuelta a la dialéctica hegeliana: «En él está al revés. Hay que destruirla para descubrir el núcleo racional dentro de la cáscara mística», dice Engels citando a Marx (p. 62). Pero la aceptación de la dialéctica hegeliana no significa aceptar el planteamiento de Hegel: «no se trata de una defensa del punto de partida hegeliano, es decir, que el pensamiento, la idea, sea el elemento primigenio, y el mundo real sea sólo el calco de la idea. Este punto ya ha sido puesto en claro por Feuerbach» (p. 61). Por el contrario, la realidad fundamental ya no va a ser la idea, sino la materia, y la dialéctica —recuperada después de la reducción hecha por Feuerbach— no será el proceso de evolución de la idea, como en Hegel, sino la doctrina de las leyes más generales de la evolución de todo movimiento (cfr. p. 275), o sea, de todo ser, mejor, del ser material, que es el ser absoluto, el único que existe.

2. Crítica a la dialéctica.

Que la naturaleza entera sea un todo coherente único de fenómenos, que la base de la dialéctica esté en la relación común de los fenómenos, es una afirmación que Engels y el materialismo dialéctico hacen contra la concepción hegeliana de la experiencia sensible y de la naturaleza y contra la concepción «metafísica» del materialismo vulgar o asociacionismo mecanicista. El mundo es entendido como totalidad de cuanto existe. Ahora bien, ¿sobre qué base está hecha semejante afirmación? Por supuesto que no se dice nunca: como si fuese algo evidente, algo que no tiene razón de problema. Pero, por el contrario, hay que decir que esa afirmación es un presupuesto gratuito; si fuera evidente por sí misma no se plantearían los siguientes interrogantes: «¿Cómo pueden formar un todo si son simples fenómenos? ¿Y cómo pueden articularse, condicionarse recíprocamente? ¿Qué puede significar un ‘todo’ de fenómenos que, por definición, no tiene ni principio ni fin? ¿Cuál sería la ‘ley de estructura’ (...) en ese pretendido ‘todo’ de fenómenos cuya realidad es el simple aparecer? Conforme con que cualquier fenómeno puede ser comprendido y explicado sólo si se lo considera en sus lazos inseparables con los fenómenos que lo rodean, pero el problema es precisamente cómo al ‘simple aparecer’ —que constituye la realidad del fenómeno— puede presentarse inmediatamente la ley misma del fenómeno, su cohesión de realidad, que lo hace trascender por eso como fenómeno y permite afirmaciones y juicios de valor» (C. FABRO, Materialismo dialettico e materialismo storico, La Scuola, Brescia, 1962, p. LXXII).

El mundo entendido como totalidad de cuanto existe nos lleva a entenderlo como absoluto, necesario y eterno, pues si sólo él existe debe estar absuelto y desligado de toda relación, no puede necesitar de nadie para existir y tiene que haber existido siempre. Por eso Engels en esta obra afirmará repetidas veces que no hay un Dios distinto del mundo que pueda decirse creador del universo (vid. el capítulo anterior); es el mismo mundo el que, por así decirlo, es divino, o mejor, el universo es una realidad a la que se le han trasladado los atributos que se predican de Dios. No se puede dejar de pensar aquí en Spinoza (Deus sive natura sive substantia). En Engels y el materialismo dialéctico no es que exista una concepción panteísta del mundo, no es que quieran considerar el universo como divino; por el contrario, con la urgencia de proclamar el ateísmo, partirán de la base de que no hay motivo alguno para considerar el mundo como divino (en lo que efectivamente hay que estar de acuerdo) y que hay que destruir toda actitud teologizante. Para Engels el punto de partida es que el mundo, como totalidad única de fenómenos, existe; y no se le puede agregar ni que es divino ni que es creado. Ahora bien, una doctrina que a toda costa quiere defender que el mundo es un Todo, que el universo es el ser absoluto por la sencilla razón de ser el único que existe, forzosamente tiene que recaer en una doctrina esencialmente idéntica al panteísmo.

La dialéctica engelsiana, después de haber afirmado que la naturaleza entera es un todo único coherente de fenómenos, que todas las cosas están en relación recíproca, siendo la materia el único ser, el ser absoluto, da el paso siguiente: «atributo esencial de la materia es el movimiento», entendido éste como toda transformación existente en la naturaleza; ese incesante movimiento existente en la naturaleza es un proceso de desarrollo, ya no es meramente horizontal, es decir, una correlación mutua de fenómenos, sino que ha adquirido un sentido dinámico, vertical, hacia arriba; se entiende ya el movimiento como desarrollo progresivo ascendente: el movimiento conduce a partir de un orden inferior de fenómenos a la aparición de otros fenómenos de orden superior.

Ahora bien, esas dos afirmaciones (la introducción del movimiento en ese «pretendido» Todo orgánico y articulado, y que ese movimiento tiene un sentido positivo ascendente) son dos proposiciones «completamente nuevas respecto a la primera afirmación y no se sabe de dónde se hayan hecho derivar: debemos decir de ellas lo mismo que Trendelenburg había observado ya respecto al método dialéctico de Hegel, o sea, la introducción del movimiento per absurdum, desde fuera (...). Y que se trate de un ‘desarrollo’, o sea, de un movimiento perfectivo de los seres, es un paso ulterior tan injustificado como el primero, o todavía más si cabe, pues se mantiene válida la posición inicial de fenomenismo» (Fabro, o. c., página LXXIII). ¿Cómo es posible que Engels, después de la inicial posición de fenomenismo, diga que «... la naturaleza entera, desde sus partículas más pequeñas hasta los cuerpos más grandes, desde el ‘protista’ (célula viviente primitiva) hasta el hombre, se encuentra en un proceso eterno de nacimiento y destrucción...»? ¿Cómo es posible ese paso de un fenomenismo a un «realismo»? No podemos contentarnos con afirmaciones; hay que hacer ver las relaciones de ideas, se debe demostrar el fundamento de los pasos siguientes y la conexión con los anteriores: «en una concepción que reduce la realidad a ‘fenómeno’ y rechaza las esencias, o sea, las estructuras permanentes de lo real, no hay lugar y no se ve cómo se pueda hablar de ‘naturaleza entera’, de realidad grande o pequeña, del protista y del hombre...» (ibíd., pp. LXXIII-LXXIV).

El paso siguiente en la dialéctica de Engels y del materialismo dialéctico en general es la afirmación de que ese desarrollo perfectivo, esa evolución ascendente de un orden inferior a uno superior, se logra por medio de la contradicción ínsita en cada fenómeno, por medio de la lucha de los opuestos; esa lucha es la que hace posible el «salto dialéctico». Y este salto es un salto ascendente perfectivo; y con ello Engels aplicará una teoría de la evolución no sólo al dominio de la vida animal (evolucionismo, darwinismo), sino a todos los procesos y fenómenos naturales.

Este es el punto central de la dialéctica materialista. Pero así como en Hegel podría tener sentido a partir de las premisas de la filosofía hegeliana, en el materialismo dialéctico esa «resolución» de la dialéctica no tiene ningún sentido.

El problema en este último paso o «resolución» de la dialéctica está planteado en los siguientes términos: ¿Cómo explica la dialéctica esa evolución ascendente de lo inferior a lo superior? ¿Cómo es posible ese tránsito de un orden inferior a uno de rango superior, si en éste imperan unas leyes que exceden ontológicamente al orden inferior? Pues Engels afirma que «es de la naturaleza de la materia el avanzar hasta el desarrollo de seres pensantes, y esto sucede siempre necesariamente cuando subsisten las condiciones adecuadas» (p. 221); ahora bien, el orden superior de la vida y el conocimiento no son explicables por meros principios físico-químicos; aunque procedan de ellos son de otro orden (p. 303). ¿Cómo es esto posible? ¿No se atenta contra el principio de causalidad, que Engels enérgicamente defiende, al hacer proceder de una causa un efecto que supera las posibilidades de la causa?

Efectivamente se atentaría contra el principio de causalidad; por eso, como hemos visto, apelan a la dialéctica. Ese salto se operaría por medio de la «contradicción». Recordamos la frase de Hegel de que «porque lo positivo es en sí mismo la negación, sale por eso de sí mismo y se transmuta»; la existencia de una negación ínsita en toda certeza positiva, es la fuerza impulsora que permite ese «salto dialéctico». La contradicción, la lucha de los opuestos permite el salto de un orden inferior a uno superior.

Es decir, afirmación fundamental de una concepción dialéctica del devenir es que en la misma realidad hay una negación real. Ahora bien, esto no es posible desde el punto de vista del conocimiento natural ni en su prolongación en la metafísica del ser, ni en un realismo en teoría del conocimiento. ¿Cómo es posible atribuir al «no», a la negación como tal, una realidad? Esto equivale a la admisión de un ser no-ser. Pero el no ser no puede ser más que eso: no ser. Puede ser un ente concebido en mi mente, lo puedo pensar, pero en la realidad el no ser simplemente no es.

En Hegel, esa «resolución» de la dialéctica en sentido positivo y ascendente tenía el fundamento —puesto aunque no demostrado— en el Absoluto, que en cierto sentido es el principio y término de la dialéctica. Pero en el marxismo, que quiere eliminar la metafísica y toda referencia al Absoluto, la lucha de los opuestos no puede más ser que una mera «antítesis» o contraste entre fenómenos naturales (ya vimos que no se trata de una verdadera contradicción) y en sentido riguroso ni siquiera se ve cómo pueda hablarse de «lucha», un término que indica el propósito de afirmar un valor sobre su negación. «La realidad es que el marxismo no ha superado la dialéctica hegeliana: esta dialéctica exige para poder sostenerse el fundamento del ‘Ser mismo’, que debe ser reconocido no sólo Absoluto, sino también trascendente; de otro modo no es ni siquiera Absoluto, como sucede en Hegel: pero en el marxismo no existen esencias y realidades de valor absoluto, sino sólo dos totalidades de fenómenos, la naturaleza y el hombre. La ‘lucha de los opuestos’ no puede, por tanto, tener ni un origen ni un fin: el origen reclama el fundamento y el fin exige la razón del fundamento, que en el marxismo faltan» (Fabro, o. c., pp. LXXV-LXXVI).

Otra objeción que hay que hacer a la dialéctica de Engels es la siguiente: no existiendo un principio del mundo, ¿cómo es posible que la evolución en el mundo sea ascendente siempre? Ya sabemos que una de las funciones más importantes de la dialéctica es que ésta dé razón de la evolución ascendente en el mundo sin tener que recurrir a un principio extramundano. Y esa evolución es siempre ascendente. Ahora bien, ¿cómo es posible que, si el mundo es eterno, en esa evolución siempre ascendente hacia formas superiores, el actual nivel de perfección que ha sido alcanzado no se haya logrado ya antes y no precisamente ahora? Es decir, es imposible conjugar la idea de una evolución siempre ascendente con la idea de la inexistencia de un principio del mundo.

Además, que la evolución no siempre es ascendente parece claro; no se trata de que existan retrocesos parciales —cosa de que también habla el materialismo dialéctico posterior a Engels—, sino de que el conjunto de la evolución sea perfectivo, vaya siempre hacia lo superior. Pues Engels afirma que llegará un momento en que la vida orgánica no será posible sobre la Tierra: «... se acerca inexorable la época en la que el calor extraído del sol no conseguirá disolver los hielos que avanzan desde los polos: en esa época los hombres, concentrados cada vez más en torno al ecuador, no encontrarán al final ni siquiera allí el suficiente calor para vivir; desaparecerá poco a poco la última huella de vida orgánica» (p. 51). En consecuencia, ni siquiera la evolución en su conjunto es perfectivamente ascendente. La escapatoria de Engels, anticipando la objeción, no tiene valor ni científico ni filosófico, es simplemente eso, una escapatoria; pues, en definitiva, se trata de un «circuito eterno»: «... nosotros tenemos la certeza de que la materia en todos sus cambios permanece eternamente la misma (...) y que, por tanto, ella debe de nuevo crear, en otro tiempo y lugar, su más alto fruto, el espíritu pensante, por aquella misma férrea necesidad que lo conducirá a su desaparición sobre la tierra» (p. 54).

En otro orden de cosas, hemos visto que Engels rechaza el materialismo vulgar y la concepción mecanicista de la naturaleza tachándolas de «concepciones metafísicas». Y en la mayor parte de las ocasiones en que critica la metafísica tiene ante la vista el materialismo mecanicista, pues se daba perfecta cuenta de que si su dialéctica resultara insostenible, su materialismo dialéctico se disolvería en materialismo mecánico. Pero querer hacer una crítica a la metafísica en general criticando sólo el materialismo mecanicista es, por lo menos, una notable simplificación.

Engels ha aplicado a la naturaleza la dialéctica de la razón, o mejor, la dialéctica hegeliana, porque se podría hablar de una auténtica dialéctica de la razón en la metafísica del ser, fundada en la estructura metafísica de las mismas cosas. En la metafísica del ser se observa en la realidad una cierta contrariedad (multiplicidad, cambio, acción recíproca, etc.) a la que, si se quiere, se puede calificar de dialéctica, que lleva a descubrir los principios metafísicos (en cierto modo contrarios) del ente: acto y potencia. Pero estos dos principios de la realidad no están al mismo nivel, como los polos de la contradicción dialéctica en Engels, sino que el acto es lo perfecto y la potencia lo que limita la perfección (el momento negativo), pero que es algo precisamente por participación del acto. El acto excede ontológicamente a la potencia y la fundamenta, y por eso esta contrariedad metafísica (la verdadera dialéctica de lo real) remite al fundamento: el Acto puro de Ser, Dios. En este caso se respeta el primer principio de la realidad: el de no contradicción, y es él el que pone en marcha el proceso ascendente de fundamentación de los entes compuestos. Mientras en Engels se pone la realidad como la misma contradicción, sin ningún fundamento. En la metafísica del ser, lo primero y fundamental es lo positivo, y dentro de ello y fundamentado en ello está lo negativo, que nunca puede ser absoluto. En Engels, por el contrario, de acuerdo con el principio spinoziano de omnis determinatio est negatio, lo primero es lo negativo: así interpreta la vida como lo que necesariamente contiene la muerte y, por tanto, sería absurdo hablar de inmortalidad. En la metafísica del ser todo lo potencial se reduce a lo actual como a su fundamento, y la materia a la forma; de tal modo que, por la emergencia metafísica de la forma, puede haber formas que no necesitan de la potencialidad de la materia para ser: formas espirituales. Y estas formas espirituales pueden hacer participar a un cuerpo de su perfección: en el hombre. De ahí que su crítica al «dualismo de Naturaleza y espíritu» que hay que superar no afecta a la filosofía cristiana ni al dogma, sino sólo al dualismo cartesiano.

B. Materia-Creación.

1. Ateísmo de base y monismo materialista.

Una de las primeras ideas que vienen a la mente leyendo con detenimiento esta obra, es que Engels presupone que el mundo finito tiene autosuficiencia ontológica, y que uno de los fines que él pretende es destruir la explicación «teológica» de la naturaleza. Es una constante que aflora continuamente en los pasajes más diversos del libro. Era ésta una de las causas por las que Engels se entusiasmaba deseando escribir una dialéctica de la naturaleza, pues «la hipótesis de una dialéctica interna le permitía, según creía, eliminar la idea de un creador, que parecía postular toda hipótesis que considere a la naturaleza como ‘algo ya dado de modo caótico’, que no poseería plenamente en sí la ley de su movimiento y de su devenir» (J. I. Calvez, El pensamiento de Carlos Marx, Ed. Taurus, Madrid, p. 430, nota).

El tema es de tanta importancia que Engels lo relaciona siempre con lo que él llamaba la gran cuestión fundamental de toda filosofía. Así afirma en su libro Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (Dietz Verlag, Berlín 1946, pp. 15-17): «La gran cuestión fundamental de toda filosofía (...) está en la relación del pensamiento y del ser (...) La cuestión de la relación del pensamiento con el ser, del espíritu con la materia es la más importante de toda la filosofía (...) ¿Quién tuvo origen primero, el espíritu o la materia? Esta pregunta se concreta, en oposición a la Iglesia, en esta otra: ¿Ha creado Dios el mundo o ha existido el mundo desde la eternidad?»

La respuesta a esta pregunta por parte de Engels es uno de los puntos en que se echa de ver con meridiana claridad su voluntad consciente de aplicar un esquema preconcebido: no hay lugar en el mundo para un Creador, el mundo material es la única realidad y no debe su origen a ningún principio extraño a él, por la razón de que no hay nada fuera de él.

Precisamente por eso, queriendo destruir toda concepción teológica de la naturaleza, Engels alabará, p. ej., la aparición de El origen de las especies de Darwin, pues para él la teoría darwiniana es una crítica radical del finalismo consciente en la naturaleza, del plan «providencial», del teleologismo. Con los descubrimientos científicos de la paleontología y la geología, y la teoría de la evolución, «la vieja teleología se ha ido al diablo» (p. 209). Según hemos visto en la exposición de esta obra, Engels da por supuesto que la teoría de la evolución de Darwin destruye la idea de creación. En p. 16 leemos que escribe a Marx: «... el libro de Darwin, que precisamente estoy leyendo ahora, es verdaderamente extraordinario. Pues en cierto sentido la teleología no había sido todavía destruida, pero ahora sí...». Afirma (pp. 46-51) que con esos descubrimientos, especialmente con la teoría de la evolución, la idea de la creación ha recibido un golpe mortal, pues aquélla nos hace conocer que la formación de la tierra y su devenir es un proceso histórico (cfr. p. 51) y una autogeneración (Dialéctica de la Naturaleza, passim).

Esto es un claro sofisma. Aun suponiendo que la evolución fuese un hecho, eso no nos autorizaría a interpretarla como autoevolución y autogénesis. ¿Por qué la evolución habría de ser ontológicamente suficiente y se realizaría por su propia virtud? ¿Qué autoriza a Engels, en su pretensión de suprimir la creación, a hacer a la evolución autocreadora?

Pero el materialismo dialéctico engelsiano es un ateísmo más pernicioso que el de los «ateos vulgares» del materialismo científico: pues éstos consideran la existencia de Dios y la creación del mundo como algo problemático o carente de interés, prescindiendo del problema, o a lo más —aunque ya sea mucho— concluyen, en base a determinados experimentos «científicos», que no es demostrable la existencia de una divinidad. Engels afirma esto último y mucho más: la destrucción de todo tipo de concepción teológica de la naturaleza. Es decir, no se conforma con una mera posición agnóstica, sino que postula la afirmación concreta y positiva de que no existe un principio fuera del mundo, y viene a decir no sólo que no existe, sino que no puede existir. Y no puede existir, según Engels, porque no hay nada fuera de la materia, y ésta —al igual que su modo de ser, el movimiento— es increable e indestructible y además infinita en el espacio y en el tiempo.

El ateísmo de principio de Engels paga un caro precio: la divinización de la materia. Pues afirma que la materia es infinita, eterna, increada, necesaria; esas propiedades de la materia son atributos de Dios. En el fondo, ese ateísmo más que una negación de Dios es su sustitución por la materia dotada de poderes creadores.

2. Eternidad de la materia.

Engels insiste repetidamente en probar la eternidad del mundo para evitar la admisión de una creación del mundo y de su Creador. Pero no sólo las pruebas que aporta son inconcluyentes, sino que también las afirmaciones que hace son postulados, son afirmaciones que, según él, no pueden ser puestas en tela de juicio por ninguna teoría científica. Engels alardea constantemente de que su materialismo dialéctico es una concepción científica del mundo, y sus doctrinas no son más que el resultado final de la investigación en el campo experimental (cfr. p. 85). Sin embargo, aquí se pone de manifiesto una vez más cuál es en realidad su criterio. En los casos en que Engels —y todo el materialismo dialéctico posterior— se encuentra en una situación en que la ciencia contradice sus principios —filosóficos—, afirma que hay que encontrar otra solución para esa teoría científica o esperar a que la ciencia demuestre en el futuro que no hay contradicción con los principios fundamentales de la dialéctica y sus leyes. Así, por ejemplo, en la cuestión de la ley de la entropía; como esta ley parece no probar la tesis de Engels de que el mundo no tuvo comienzo, Engels afirma: «Llegamos así a la conclusión de que —según un proceso que será labor de la investigación científica aclarar en el futuro— el calor que se encuentra irradiado en los espacios celestes debe tener la posibilidad de transformarse en otra forma de movimiento, en la que podrá de nuevo volver a su conjunto y a una actividad» (pp. 53-54). Y en pp. 293-294, hablando del mismo problema, afirma que «no hay por qué extrañarse de que no se haya resuelto todavía (...) Pero es cierto que se resolverá, lo mismo que es cierto que en la naturaleza no ocurre ningún milagro, y que el calor originario de la esfera nebulosa no le ha sido comunicado con un acto milagroso proveniente de fuera del universo».

El planteamiento debería ser en este caso exponer simplemente la cuestión desde su punto de vista, y esperar lo que el posterior desarrollo de la física pueda añadir. Sin embargo, Engels no obró así. «Para él es indiscutible, por razones ulteriores cualesquiera, que el mundo sólo puede ser eterno. Y es aquí donde se revela su carácter apriorístico. La razón verdadera para esta presuposición suya es evidentemente una vez más su parcialidad atea. Si el mundo hubiera tenido un principio en el tiempo, tendría que haber sido creado y existiría un Creador, resultando así insostenible su tesis básica de que la materia representa el elemento primordial en el mundo» (G. A. Wetter, La ideología soviética, Herder, Barcelona, 1964, p. 54).

Además de todo eso, Engels cae en la equivocación fundamental de creer que probando que el mundo no tuvo comienzo, estaría ya probado que no hubo creación. Pero aún en el caso de que pudiera probarse que el mundo es eterno (Engels entiende la eternidad como duración temporal indefinida), metafísicamente se vería el carácter creado de ese mundo; sería una creación eterna de un eterno Creador. Así, por ejemplo, Santo Tomás afirma que el hecho del comienzo temporal de la creación del mundo sola fide tenetur; desde el punto de vista de la sola razón no hay demostración concluyente para probar que el mundo tuvo un comienzo o que es eterno; pero en cualquiera de los dos casos, se puede probar que el mundo es creado.

3. El argumento de la conservación de la energía.

Entremos en el argumento que da Engels para probar su afirmación de que el mundo no ha sido creado. Se trata de la ley de la conservación de la masa y de la conservación y transformación de la energía. Esta ley probaría que la materia y el movimiento son indestructibles y por tanto increables (cfr. pp. 52-54, etc.). A esto hay que objetar que esas leyes conciernen a las transformaciones internas del mundo. Hay en Engels, y no sólo en este tema, una continua confusión entre el conocimiento de las ciencias y el conocimiento metafísico porque no ve que la causalidad creadora y conservadora de Dios no anula la causalidad de las cosas, sino que precisamente la hace real; esa causalidad de las cosas tiene unas leyes que los hombres pueden descubrir con la investigación científica. Engels confunde el plano predicamental, en el que las cosas son sólo causas del fieri, y el plano trascendental, en el que Dios es la causa essendi: perdido el esse, no le queda más que el fieri que, sin el esse, sólo es en la razón discursiva y dialéctica.

Una objeción que se ha lanzado siempre desde la física contra Engels y el materialismo dialéctico, es la teoría de lo que se llama «muerte térmica». El mismo Engels trató de rebatirla. En líneas generales, esta teoría dice que la ley de la entropía hace que las formas de energía superior transformadas en calor no vuelven ya en su totalidad a su forma primitiva; y según ello nuestro universo caminaría hacia un estado en que toda energía sería transformada en calor y éste estaría repartido por igual en el universo, con lo que todos los procesos macrofísicos vendrían a pararse. En consecuencia, si nuestro universo existiera desde la eternidad tendría que haber entrado en ese estado hace ya mucho tiempo, lo que no es así; por tanto, nuestro universo no puede ser eterno.

Ante esta objeción, Engels recurre a la afirmación de que la conservación de la energía tiene un significado tanto cuantitativo como cualitativo. La conservación de la energía en sentido cuantitativo reside en que, en todas las transformaciones de todo tipo de movimientos, la cantidad total de energía es constante. El aspecto cualitativo reflejaría la indestructibilidad cualitativa de la materia, pues el movimiento de la materia «se transforma siempre en una forma u otra» (el movimiento mecánico se transforma en calor, electricidad, actividad química, etc.) (pp. 51-52). Según Engels, si no se acepta el aspecto cualitativo se llegaría a negar también el aspecto cuantitativo de esta ley. Pues si todas las formas del movimiento se transforman en calor y éste se reparte por igual por todo el mundo, cesarán todos los procesos de la naturaleza al alcanzarse un equilibrio en el mundo; la energía empleada para poner en marcha «el reloj del universo» estaría agotada y sólo podría ser creado de nuevo por un impulso externo. Pero eso significaría que la cantidad de energía no es siempre la misma. Lo cual lleva a Engels a concluir que la objeción es absurda. Dice así Engels: «... el reloj del universo, para empezar a andar, debe ser antes cargado (darle cuerda), y anda hasta que no se reduce a equilibrio, del que sólo un milagro puede hacerlo salir y ponerlo en funcionamiento de nuevo. La energía empleada para recargarlo (darle cuerda) ha desaparecido (...) y sólo puede ser restablecida por medio de un ‘impulso externo’. En consecuencia, el impulso externo es necesario también al principio, por tanto la cantidad de movimiento (o energía) presente en el universo no es siempre la misma, por tanto la energía debe haber sido creada, por tanto debe ser creable, por tanto debe ser destructible. Ad absurdum» (p. 294).

Con ello Engels piensa haber reducido al absurdo la objeción de la «muerte térmica». Pero la lógica de su argumentación es bastante endeble. Pues Engels equipara el acto de creación a una simple puesta en marcha del «reloj del mundo», y esto desde luego no coincide con el verdadero concepto metafísico de creación.

Se puede afirmar sobre esta polémica de la «muere térmica» que sobre el principio de la entropía difícilmente se puede hacer una demostración concluyente de la existencia de Dios y de un acto de creación. Si hemos seguido a Engels tan extensamente es para probar que aunque, en efecto, esa teoría no concluya apodícticamente en favor de un acto de creación, no constituye, sin embargo, una prueba en contra de una creación, como pretende Engels. Desde el punto de vista de la física, la cuestión de la existencia de Dios y de la creación no es aquí concluyente en un sentido u otro. Engels, con sus postulados apriorísticos, había decidido de antemano.

4. Diatribas contra la religión.

Con esa decisión previa, Engels no sólo tratará de probar con argumentaciones que Dios no existe y la creación no puede ser, sino que tampoco desaprovechará ninguna ocasión para desprestigiar a los científicos que creen en Dios (cfr. p. 213), lanzando invectivas contra la religión, algunas veces con meras afirmaciones, en otras ocasiones con ironías; así también son frecuentes los sarcasmos directos contra la religión. Esas afirmaciones salpican el libro: «fue rota la dictadura espiritual de la Iglesia» (p. 38); la que dice de Döllinger: «Ha defendido en su vida tantas cosas absurdas que verdaderamente podría meter también la infalibilidad en el montón con todas las otras» (p. 74); la «antipatía» de Engels por Newton precisamente porque admitía el primer impulso divino (vid. especialmente p. 283); hablando de luz y oscuridad afirma que es la oposición más estridente que hay en la naturaleza, y por eso «ha servido a la religión (...) como frase retórica del cuarto evangelio» (p. 296); etc.

Las afirmaciones de Engels sobre el proceso de formación del hombre (aparte de que la mayoría de ellas hay que calificarlas como ciencia-ficción) son la aplicación más o menos coherente de esos principios filosóficos, puestos con la voluntad consciente de que nada pueda considerarse como creado.

Como conclusión de este tema, se podría decir que Engels dirige sus ataques contra el creacionismo porque era plenamente consciente de la trascendencia del problema de la creación. Efectivamente, el reconocimiento de la verdad de la creación del mundo es un punto capital de la filosofía cristiana. Con la afirmación de que Dios por la creación es el origen de toda realidad, se adquiere una visión teocéntrica, contraria a toda filosofía caracterizada por el antropocentrismo; y con la creación encuentran pleno sentido —y pueden explicarse después— los grandes temas de la filosofía: la distinción entre Dios y el mundo, la unidad y pluralidad de los seres, la contingencia y dependencia esenciales de la criatura; es también el fundamento metafísico último del orden moral, etc.

Además, la afirmación de la creación es la primera verdad contenida en la S. Escritura: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gén. I, 1) y fundamento de todas las demás verdades religiosas y teológicas. Tres años antes que Engels empezara a escribir los artículos que componen esta obra, el Concilio Vaticano I, en su sesión III, en la Const. Dogm. sobre la fe católica (cap. 1: De Dios, creador de todas las cosas, Dz. 1782-1783), proclamaba y declaraba de nuevo que «el solo verdadero Dios por su bondad y virtud omnipotente creó de la nada a una y otra creatura, la espiritual y la corporal, esto es, la angélica y la mundana, y luego la humana, como común, constituida de espíritu y cuerpo». Y en los cánones sobre la fe católica correspondientes a ese capítulo, condenó a todo aquel que «no se avergonzare de afirmar que nada existe fuera de la materia» (Dz. 1802) y al que no confiese que «el mundo y todas las cosas que en él se contienen, espirituales y materiales, han sido producidos por Dios de la nada, según toda su sustancia» (Dz. 1805).

A.L.G.

 

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* Para esta recensión hemos utilizado la versión italiana; la traducción de los textos al castellano es nuestra.