DUVERGER, Maurice

Instituciones políticas y Derecho Constitucional

Ed. Ariel, 5ª ed., Barcelona 1970, 639 pp.

Esta conocida obra del Profesor de la Universidad de París, Maurice Duverger, es un manual de Derecho Constitucional escrito desde una perspectiva jurídico-sociológica, en el que procuran situarse las instituciones políticas concretas en una pormenorizada referencia a los marcos económicos e ideológicos que, a juicio del autor, las habrían originado y las sustentan. El libro incluye una parte dedicada al sistema político español vigente en la fecha de edición del libro, redactada por Jorge Solé-Turá, profesor de Derecho Político y entonces diputado del PCE-PSUC en el Congreso de los Diputados español. La última parte, dedicada a los sistemas políticos de la América latina, tampoco es de Duverger, sino de los traductores españoles, concretamente del Prof. Antonio Lago Carballo, de la Universidad de Madrid. En las solapas del libro se destaca que "se ha considerado interesante desarrollar de modo especial la problemática del régimen de Cuba, dada la especificidad del mismo, tanto desde el punto de vista económico-social como del político-constitucional"; este tema corre a cargo de Francisco de Carreras, de la Universidad de Barcelona.

VALORACIÓN TÉCNICA

Es un texto descriptivo, bastante elemental, de los principales aspectos de las instituciones políticas. Tras un repaso general a los conceptos de poder político, Estado y derecho —que propone desde perspectivas sociológicas y descalificando expresamente las aportaciones de la filosofía o de la "metafísica"—, analiza los grandes sistemas políticos, dividiéndolos en: democracias liberales, en sus diversos tipos europeos y americano, y regímenes autoritarios, tanto socialistas (el modelo soviético, las democracias populares y el Tercer Mundo) como capitalistas, entre los que sitúa las monarquías tradicionales antiguas y contemporáneas y las dictaduras conservadoras (fascismos, dictaduras de países subdesarrollados y semidictaduras).

Su mérito principal va unido a su principal elemento criticable: su método. El indudable interés de situar las instituciones políticas como piezas de los sistemas económico-sociales, superando un formalismo simplificador y procurando un estudio que se autodenomina realista, tiene sin embargo el riesgo, al que no escapa este libro, de que el autor proyecte en su interpretación de las realidades su personal valoración ideológica, resaltando unas influencias y posponiendo otras, simplificando el sentido de esas influencias según su personal conceptuación de las mismas y, en fin, proponiendo una imagen general de la sociedad que se reduce a lucha y enfrentamiento de intereses.

Como destaca el profesor Lucas Verdú en el prólogo, recogiendo palabras del propio autor, "la orientación fundamental del libro es sociológica y no metafísica. No se parte de una concepción a priori del Estado y del Gobierno: se analizan los hechos. Mediante este análisis se busca precisar los fundamentos de las concepciones del Estado y del Gobierno". En este punto el autor es heredero de los planteamientos de León Duguit (también socialista) quien defendió que había que "expulsar definitivamente de la jurisprudencia los conceptos metafísicos de substancia, de sujeto de derecho y derecho subjetivo, fuentes de controversias sin fin, agotadoras y estériles", desterrando "la construcción jurídica individualista, subjetiva y metafísica, que nos ha venido por la Revolución, de Roma y de la escolástica medieval" (cfr. prólogo de L. Verdú, pp. 15 y 16).

El mismo prologuista señala que en esta obra hay "un constante manejo de la metodología marxista; es decir, no una aplicación de sus supuestos ideológicos, o una aceptación de sus conclusiones en bloque, sino una atención a la crítica y al manejo de los instrumentos acuñados por el marxismo en la línea del pensamiento científico occidental". Frase ésta que, si pone ciertamente el acento sobre una de las claves de la obra de Duverger, revela un juicio excesivamente admirador y laudatorio del prologuista mismo por la metodología llamada marxista, aunque al final del prólogo plantee, a modo de crítica, algunos tibios interrogantes que no aminoran la valoración positiva que el libro prologado le merece, y precisamente por razón de la metodología empleada.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Aunque la mayor parte del libro es de carácter expositivo-informativo de las instituciones políticas, con la sistematización y elementalidad propias de una obra destinada a manual universitario, sus interpretaciones y explicaciones están teñidas de sociologismo.

Entresacamos algunos textos expresivos de la ideología que recorre todo el libro:

"Las ideologías relativas a la legitimidad (del poder) reflejan más o menos los intereses de aquellos que las desarrollan y que creen en ellas (...). Las clases dominantes consiguen generalmente hacer compartir, al menos en parte, su concepción de la legitimidad a las clases que dominan" (pp. 29 y 30)

"En las sociedades modernas, el derecho es uno de los instrumentos esenciales del poder" (p. 33). (Si bien esta afirmación puede tener un sentido aceptable).

"Desde que los hombres reflexionan sobre la política, oscilan entre dos interpretaciones diametralmente opuestas. Para unos, la política es esencialmente lucha, un combate: el poder permite a los individuos y a los grupos que lo poseen asegurar su dominación sobre la sociedad y aprovecharse de ello; los otros grupos y los otros individuos se revuelven contra esta dominación y esta explotación e intentan resistirlas y destruirlas. Para los otros, la política es un esfuerzo para hacer reinar el orden y la justicia: el poder asegura el interés general y el bien común contra la presión de las reivindicaciones particulares. Para los primeros, la política sirve para mantener los privilegios de una minoría sobre la mayoría. Para los segundos, es un medio de realizar la integración, de todos los individuos en la comunidad y realizar así la Ciudad justa de que hablaba Aristóteles.

La adhesión a una u otra tesis está determinada por la situación social. Los individuos y las clases oprimidas, insatisfechos, pobres, desgraciados, no pueden considerar que el poder asegura un orden real, sino solamente una caricatura de orden, detrás de la cual se enmascara la dominación de los privilegiados: para ellos la política es lucha. Los individuos y las clases poseedoras, ricas, satisfechas, encuentran que la sociedad es armoniosa y que el poder mantiene un orden auténtico: para ellos, la política es integración. En las naciones occidentales, los segundos han conseguido persuadir más o menos a los primeros de que las luchas políticas son sucias, malsanas, deshonestas, que sus participantes sólo persiguen intereses egoístas, con métodos dudosos. Al desmoralizar así a sus adversarios, se aseguran una gran ventaja. Toda despolitización favorece al orden establecido, la inmovilidad, el conservadurismo. Pero cada una de estas dos actitudes expresa únicamente una parte de la realidad (...).

En definitiva, la esencia misma de la política, su naturaleza propia, su verdadero significado es que es, siempre y en cualquier parte, ambivalente. La imagen de Jano, el dios de doble cara, es la verdadera representación del poder: expresa la realidad política más profunda. El Estado —y de una forma más general el poder político instituido en una sociedad— es siempre y en cualquier parte, a la vez el instrumento de dominación de ciertas clases sobre otras, utilizado por los primeros en su provecho y en perjuicio de los segundos, y un medio de asegurar un cierto orden social,una cierta integración de todos en la colectividad para el bien común. La proporción de uno y otro elemento es muy variable, según las épocas, las circunstancias y los países; pero los dos coexisten siempre" (pp. 38 y 39).

En cuanto al derecho natural, dice que es afirmado por algunos como superior al positivo y pone de manifiesto su papel de resistencia y limitación del poder, así como lo que él denomina su papel de instrumento de reforzamiento del poder. En este aspecto afirma:

"...Es necesario rendirse a la evidencia. El derecho natural ha servido en cierta manera para reforzar el poder.(...)

De una forma más general, el concepto mismo de derecho natural ha provocado lo que podría llamarse una sacralización del derecho, de la que se han aprovechado el derecho positivo y el poder. A fuerza de hablar del Derecho, con D mayúscula, en lo referente al derecho natural, se ha terminado por perder un poco de respeto al derecho positivo. Los juristas han contribuido a conferir al derecho positivo un carácter casi sagrado, al no distinguir siempre en sus análisis los hechos concretos y las consideraciones éticas; sin saberlo, han contribuido así a revestir a las autoridades de un prestigio moral. Todos los análisis del Estado considerado como el ordenador del Bien común —que expresan en realidad una noción de derecho natural— han ayudado poderosamente a forjar una imagen idealizada del poder, que hace aceptar mejor sus decisiones por los ciudadanos. Las doctrinas del derecho natural han servido históricamente como relevo a las concepciones primitivas sobre el carácter mágico y sagrado de los reyes y jefes.

Los juristas han acentuado esta tendencia dando motivos nobles y racionales a leyes cuyos móviles verdaderos eran menos confesables; muchos comentarios sobre la intención del legislador tienen un sabor cómico involuntario. En este sentido, la teoría marxista del Estado, que lo considera un instrumento de dominación de la clase explotadora (la burguesía) sobre la clase explotada (el proletariado) tiene el mérito de despojar al poder político de este carácter sagrado. Aunque también es cierto que los comunistas re-sacralizan de hecho el Estado, cuando es revolucionario y está en manos del proletariado. Pero, no obstante, se niegan a atribuirle un valor absoluto y le reconocen solamente una función transitoria.

La literatura sobre el derecho natural es muy abundante, y a menudo de inspiración cristiana" (y da a continuación una breve bibliografía en lengua francesa) (pp. 43-44).

Y a renglón seguido, cuando el lector tiene aún bien presente toda esta argumentación sobre el poder y el derecho, dice:

"El fenómeno del poder se manifiesta en todas las agrupaciones humanas: autoridad del padre en la familia, del secretario en un sindicato, del presidente en una asociación, del alcalde en un municipio, del Papa en la Iglesia, etc." (p. 44).

Opera en la práctica —aunque reconozca en abstracto que la realidad es ambivalente— una reducción simplificadora de la realidad social del poder político, renunciando, por supuesto, a señalar lo bueno y lo malo de esa realidad. En la práctica se propicia una visión mecanicista de la sociedad en la que deberá alcanzarse un equilibrio de fuerzas, de intereses, sin que pueda disponerse de otro cualquier criterio ordenador verdaderamente legitimado. Tratar de asentar el poder sobre el servicio objetivo al bien común es por ello una farsa, una argucia. En realidad cada cual mira por sí y de la lucha de todos contra todos ha de salir el orden. La vida social es así siempre una lucha de todos contra todos, en fases o períodos sucesivos en que unos y otros nos alineamos en grupos y clases. No hay criterio objetivo de justicia, en última instancia, no hay un derecho objetivo, enraizado en la naturaleza del hombre y en la Razón y el Querer divinos. Este es el enfoque dominante del libro. Con el agravante de que de vez en cuando extiende lógicamente —desde su lógica— esta concepción a todos los grupos e instituciones humanas, y muy concretamente a la Iglesia, a la que hace frecuentes e inoportunas referencias.

"Existen algunas agrupaciones humanas —dice bajo el título de la lucha (del Estado) contra las comunidades rivales—, bastante raras, que no son ni menores ni mayores que los Estados, que no se sitúan ni por debajo ni por encima de él en una jerarquía de los grupos, sino en su mismo nivel; si se considera a los Estados como agrupaciones verticales, éstas serían agrupaciones horizontales. Citemos, a título de ejemplo: la Iglesia Católica y las comunidades religiosas internacionales, las asociaciones científicas o técnicas internacionales, las federaciones sindicales internacionales, los partidos políticos internacionales, etc.

La mayor parte tienen una débil importancia y un papel muy reducido. Excepcionalmente, algunas disponen de una organización gubernamental muy completa y perfeccionada, y se basan al mismo tiempo en una solidaridad muy profundamente sentida por sus miembros; por ejemplo, la Iglesia Católica o la Internacional comunista. Frente a estas comunidades rivales, el Estado inicia una lucha ordinariamente bastante viva (...)" (p. 52).

En diversos momentos se presenta al socialismo como la ideología que ha introducido la preocupación por la efectiva liberación material y cultural de los oprimidos (p. 110). Da la impresión de que sólo esa ideología ha sido sensible a los derechos humanos de todos los hombres, de modo efectivo y real.

Suele ser disculpatorio de los fallos de las teorías marxistas (por ejemplo, en la p. 385), y en general, adopta una actitud discretamente comprensiva para con los sistemas socialistas.

Por lo demás, es para él claro que "Marx dio al socialismo su expresión más rigurosa y completa, con lo que todas las demás formas de socialismo reciben de él una mayor o menor inspiración". Por eso él describe la ideología socialista "a partir del marxismo, señalando en cada caso las posiciones de los socialistas no marxistas", aunque limitándose "a señalar algunos puntos clave, puesto que es imposible —a su juicio— resumir en algunas líneas una ideología altamente compleja, que afecta a todos los aspectos del hombre y de la sociedad" (p. 388).

Se trata en suma de un Derecho constitucional comparado, expuesto con pretensiones de objetividad e imparcialidad, pero sin esconder sus preferencias por las valoraciones marxistas y tratando con benevolencia los fracasos, quiebras e injusticias de los sistemas derivados del socialismo marxista, mientras que no se anda con contemplaciones en la exposición de las lacras de los sistemas liberales conservadores y autoritarios "capitalistas" (en su expresión).

En su conjunto, es un libro que puede resultar perjudicial o deformador para principiantes y aún para quienes no posean una buena formación doctrinal, capacidad crítica y suficiente conocimiento de los fenómenos políticos y jurídicos. Se trata, con todo, de un libro muy difundido, tal vez por la falta o escasez de manuales sobre esa materia, especialmente hasta hace poco tiempo.

DOCTRINA DE LA IGLESIA

Conviene tener en cuenta que los principios de que parte esta obra, y que son como el hilo conductor de todo su contenido, chocan abiertamente en lo fundamental con el Magisterio ordinario y solemne de la Iglesia en estas cuestiones.

Sin pretensiones de exhaustividad, recordaremos aquí solamente algunos textos más significativos.

"La mejor manera de llegar a una política auténticamente humana —ha dicho el Concilio Vaticano II— es fomentar el sentido interior de la justicia, de la benevolencia y del servicio al bien común y robustecer las convicciones fundamentales en lo que toca a la naturaleza verdadera de la comunidad política y al fin, recto ejercicio y límites de los poderes públicos" (Const. Gaudium et spes, n. 73, in fine).

"La comunidad política nace (...) para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y propia. El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección.

Pero son muchos y diferentes los hombres que se encuentran en una comunidad política, y pueden con todo derecho inclinarse hacia soluciones diferentes. A fin de que, por la pluralidad de pareceres, no perezca la comunidad política, es indispensable una autoridad que dirija la acción de todos hacia el bien común no mecánica o despóticamente, sino obrando principalmente como una fuerza moral, que se basa en la libertad y en el sentido de responsabilidad de cada uno.

Es, pues, evidente que la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana, y, por lo mismo, pertenecen al orden previsto por Dios, aun cuando la determinación del régimen político y la designación de los gobernantes se dejen a la libre elección de los ciudadanos (cfr. Rom. 12, 1-5).

Síguese también que el ejercicio de la autoridad política, así en la comunidad en cuanto tal como en las instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral, para procurar el bien común —concebido dinámicamente— según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer (cfr. Rom. 13, 5). De todo lo cual se deducen la responsabilidad, la dignidad y la importancia de los gobernantes.

Pero cuando la autoridad pública, rebasando su competencia, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rehuir las exigencias objetivas del bien común; les es lícito, sin embargo, defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de tal autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica.

Las modalidades concretas por las que la comunidad política organiza su estructura fundamental y el equilibrio de los poderes públicos pueden ser diferentes, según el genio de cada pueblo y la marcha de su historia. Pero deben tender siempre a formar un tipo de hombre culto, pacífico y benévolo respecto de los demás para provecho de toda la familia humana" (Const. Gaudium et spes, n. 74).

"Hay que prestar gran atención a la educación cívica y política, que hoy día es particularmente necesaria para el pueblo, y sobre todo para la juventud, a fin de que todos los ciudadanos puedan cumplir su misión en la vida de la comunidad política. Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal. Luchen con integridad moral y con prudencia contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de un solo hombre o de un solo partido político; conságrense con sinceridad y rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos" (Const. Gaudium et spes, n. 75).

"La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter transcendente de la persona humana" (Const. Gaudium et spes, n. 76).

"Es de suma importancia (...) distinguir netamente entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores" (ibidem).

Muchos años antes, el Papa León XIII dejó escrito, entre otras muchas cosas:

"Obra inmortal de Dios misericordioso es su Iglesia; la cual, aunque por sí y por su propia naturaleza atiende a la salvación de las almas y a que alcancen la felicidad en los cielos, aun dentro del dominio de las cosas caducas y terrenales procura tantos y tan señalados bienes, que ni más en número ni mejores en calidad resultarían si el primer y principal objeto de su institución fuese asegurar la prosperidad de la presente vida.

A la verdad, dondequiera que puso la Iglesia el pie, hizo al punto cambiar el estado de las cosas e informó las costumbres con virtudes antes desconocidas y con una nueva civilización; y así los pueblos que la recibieron sobresalieron entre los demás por la mansedumbre, por la equidad y por la gloria de su historia.

No obstante, muy vieja y ya trasnochada es la calumniosa acusación, movida contra la Iglesia: la de que es enemiga de los intereses del Estado, e incapaz de promover, en nada, aquellas condiciones de bienestar y de gloria, a las que tiene pleno derecho y aspira toda sociedad bien ordenada" (Inmortale Dei, 1, noviembre, 1885, nn. 1 y 2).

" (...) de ninguna manera puede admitirse que la autoridad civil sirva a los intereses de uno o de pocos, cuando ha sido establecida para el bienestar de todos" (Ibidem, n. 7, in fine).

"Funestísimo rasgo de nuestro tiempo —escribió por su parte Pío XI— es el querer separar cada vez más así la moral como el fundamento mismo del derecho y de la justicia, de la verdadera fe en Dios y de los mandamientos por El revelados. Fíjase aquí nuestro pensamiento en lo que suele llamarse derecho natural, impreso por el dedo mismo del Creador en las tablas del corazón humano (Rom. 2, 14 ss) y que la sana razón humana no obscurecida por pecados y pasiones es capaz de descubrir. A la luz de las normas de este derecho natural puede ser valorado todo derecho positivo, cualquiera que sea el legislador, en su contenido ético, y, consiguientemente, en la legitimidad del mandato y en la obligación que importa de cumplirlo. Las leyes humanas, que están en oposición insoluble con el derecho natural, adolecen de un vicio original, que no puede subsanarse ni con las opresiones ni con el aparato de fuerza externa. Según este criterio, se ha de juzgar el principio: Derecho es lo que es útil a la nación. Cierto que a este principio se le puede dar un sentido justo, si se entiende que lo moralmente ilícito no puede ser jamás verdaderamente ventajoso al pueblo (...). Este principio, desgajado de la ley ética, equivaldría, por lo que respecta a la vida internacional, a un eterno estado de guerra entre las naciones; además, en la vida nacional pasa por alto, al confundir el interés y el derecho, el hecho fundamental de que el hombre como persona tiene derechos recibidos de Dios, que han de ser defendidos contra cualquier atentado de la comunidad que pretendiese negarlos, abolirlos o impedir su ejercicio. Despreciando esta verdad se pierde de vista que, en último término, el verdadero bien común se determina y se conoce mediante la naturaleza del hombre con su armónico equilibrio entre derecho personal y vínculo social, como también por el fin de la sociedad, determinado por la misma naturaleza humana. (...) El que se aparte de este orden conmueve los pilares en que se asienta la sociedad y pone en peligro la tranquilidad, la seguridad y la existencia de la misma" (Pío XI, Mit brennender sorge, 14 de marzo de 1937, n. 28).

"El comunismo de hoy, de modo más acentuado que otros movimientos similares del pasado, contiene en sí una idea de falsa redención. Un pseudoideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo, impregna toda su doctrina y toda su actividad con cierto falso misticismo que comunica a las masas, halagadas por falaces promesas, un ímpetu o entusiasmo contagiosos, especialmente en tiempos como los nuestros (...). Mas aún, se hace gala de este pseudoideal, como si él hubiera sido el iniciador de cierto progreso económico, el cual, cuando es real, se explica por otras causas muy distintas (...).

La doctrina, que el comunismo oculta bajo apariencias a veces tan seductoras, se funda hoy esencialmente en los principios del materialismo, llamado dialéctico o histórico, ya proclamados por Marx (...). Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas sostienen que los hombres pueden acelerar el conflicto que ha de conducir al mundo hacia la síntesis final. De ahí sus esfuerzos para hacer más agudos los antagonismos que surgen entre las diversas clases de la sociedad; la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, toma el aspecto de una cruzada por el progreso de la humanidad. En cambio, todas las fuerzas, sean las que fueren, que se oponen a esas violencias sistemáticas, deben ser aniquiladas como enemigas del género humano (...)

¿Qué sería, pues, la sociedad humana basada sobre tales fundamentos materialistas? Sería una colectividad sin más jerarquía que la del sistema económico (...). En esa sociedad, tanto la moral como el orden jurídico ya no serían sino emanación del sistema económico de cada momento (...).

(...) Sistema lleno de errores y sofismas; opuesto a la razón y a la revelación divina; subversivo del orden social, porque destruye sus bases fundamentales; desconocedor del verdadero origen, naturaleza y fin del Estado; negador de los derechos de la personalidad humana, de su dignidad y de su libertad" (Divini Redemptoris, 19 marzo 1937, nn. 8, 9, 12 y 14).

Y el Papa Pío XI señala cómo el comunismo ateo ha ido logrando, ya en 1937, difundirse por todos los rincones del mundo, a través de una propaganda astuta y vastísima y de lo que denomina la conspiración del silencio, que, mientras se muestra "ávida de poner de relieve aun los más pequeños incidentes cotidianos, haya podido pasar en silencio, tanto tiempo, los horrores cometidos en Rusia, en Méjico y también en gran parte de España, y hable relativamente tan poco de organización mundial tan vasta como el comunismo moscovita. Silencio debido en parte a razones de una política poco previsora; silencio, apoyado por diversas organizaciones secretas que hace tiempo tratan de destruir el orden social cristiano" (Ibidem, n. 18).

Y el mismo citado Pontífice expone después la doctrina de la Iglesia sobre la sociedad, condenando la lucha de clases y el abuso autocrático del poder estatal, defendiendo además la conducta histórica de la Iglesia conforme a su doctrina. Dedica considerable espacio a los principios de la justicia social.

Por su parte ya León XIII en la Rerum Novarum condenó el socialismo (n. 3 y ss) y la visión que éste ofrece del Estado y de la ley (cfr. especialmente nn. 25 y ss). En la misma línea insistiría en 1931 Pío XI con la Quadragessimo anno, desarrollando ampliamente la doctrina de la Iglesia en materias sociales. En el n. 44 y ss. de esta encíclica se hace especial estudio del socialismo moderado, que "aterrado por sus principios y por las consecuencias que se siguen del comunismo, se inclina y en cierto modo avanza hacia las verdades que la tradición cristiana  ha enseñado siempre solemnemente (...). Pero no vaya alguno a creer que los partidos o grupos socialistas, que no son comunistas, se contenten todos de hecho o de palabra con eso sólo. Los más llegan a suavizar en alguna manera la lucha de clases o la abolición de la propiedad, no a rechazarlas (...). El socialismo, ya se considere como doctrina, ya como hecho histórico, ya como acción, si sigue siendo verdaderamente socialismo, aún después de sus concesiones a la verdad y a la justicia en los puntos de que hemos hecho mención, es incompatible con los dogmas de la Iglesia Católica, porque su manera de concebir la sociedad se opone diametralmente a la verdad cristiana". Y desarrolla esta afirmación ampliamente.

La insistencia, en fin, de la metodología sociológica marxista, en tratar de explicar el Estado y las leyes como puro reflejo de la lucha entre clases dominantes y oprimidas, además de contradecir los datos reales de la Historia, que nos muestra una gran variedad de causas en la conformación de los Estados y de los ordenamientos jurídicos, pretende implícitamente justificar la ley positiva con los criterios del más riguroso positivismo, puramente mecanicistas en este caso, en oposición a toda la tradición doctrinal cristiana y de la buena filosofía que siempre han subrayado la existencia de la ley natural como fundamento insoslayable del Derecho positivo.

 

                                                                                                               J.L.M. (1982)

 

Volver al Índice de las Recensiones del Opus Dei

Ver Índice de las notas bibliográficas del Opus Dei

Ir al INDEX del Opus Dei

Ir a Libros silenciados y Documentos internos (del Opus Dei)

Ir a la página principal