Ensayo
sobre capitalismo, desarrollo y planificación
(t.or.: Papers on Capitalism, Development
and Planning.)
Maurice Dobb es uno de los patriarcas de la economía
marxista contemporánea junto con Joan Robinson, Sweezy y Baran, entre otros. Su
preocupación académica es explicar la historia de los hechos económicos y
sociales a partir de las categorías, argumentos y lenguaje empleados por Karl
Marx. Toda la obra de estos autores está impregnada y dominada por unas
valoraciones previamente adoptadas y sus explicaciones resultan así, como la
misma señora Robinson ha señalado –cuando se refiere a los conceptos de
explotación y plusvalía– en expresión que recoge Dobb, «juicios morales
disfrazados de conceptos económicos» (citado por Dobb en p. 216). El proceso
económico se concibe como una dialéctica de lucha de clases en las que unos son
explotadores, y otros explotados; unos son los poseedores de la riqueza, de otra
parte fuertemente concentrada, y otros son los desposeídos por aquéllos; y esto
tanto a nivel nacional como a nivel internacional.
En la presente obra, que no es de las más
destacadas del autor, se recoge un conjunto de artículos y conferencias sobre temas
varios pronunciadas en ocasiones y lugares muy diferentes. Todos los trabajos
fueron escritos a finales de los años 50 y primera mitad de los 60. Deben
subrayarse estas fechas porque al tratarse de una variada miscelánea y haberse
producido en el mundo, en la década de los setenta, acontecimientos económicos
con resonancia histórica, tanto en las economías occidentales como en las que
se rigen por una dirección centralizada, las explicaciones avanzadas por Dobb y
las situaciones a las que él se refiere han perdido parte de su relevancia.
No está llamada, por tanto, esta obra de Dobb
a permanecer. Es más, hoy su posible interés se encuentra ya desvanecido,
máxime teniendo en cuenta que las tesis centrales mantenidas en estos Ensayos
se encuentran expuestas de manera más sistemática por el mimo autor en algunas
otra de su obras. Hay que tener en cuenta, además, que las preocupaciones de
estos autores marxistas se han visto en cierta manera desplazadas por
cuestiones más concretas –la dependencia, el intercambio desigual, el
pensamiento de la nueva izquierda en USA– objeto de estudio por parte de
economistas de una generación más reciente.
En la obra que se reseña pueden distinguirse
tres conjuntos de trabajos y un ensayo final, que figura como introducción a
una edición italiana de El Capital.
El primer bloque agrupo tres conferencias
sobre el capitalismo. En un segundo bloque recoge el autor dos conferencias
pronunciadas en 1951, en Nueva Delhi. Como parte más extensa de la obra
figuran, en tercer lugar, diez trabajos relativos a cuestiones técnicas de la
planificación de las inversiones en las economías socialistas. Más
concretamente, Dobb se detiene en el estudio detallado del caso soviético.
Finalmente, se inserta, como ya se ha indicado, la introducción de El
Capital.
Los tres ensayos sobre el capitalismo
analizan: la transición del feudalismo al capitalismo; el preludio de la
Revolución Industrial, y el capitalismo a partir de la primera guerra mundial. En
ellos se toma ocasión de las tesis planteadas por Schmoller: el paso del
feudalismo al capitalismo no se debió a la expansión del comercio y el
desarrollo de la economía monetaria, sino a la «lucha de los pequeños
productores para liberarse de las servidumbres de la explotación feudal» (p.
19). Para reforzar este punto de vista, Dobb recurre continuamente a otros
autores marxistas con ideología afín a la suya –Swcezy, Marc Bloch, Pokrovsky,
etc.–.
Análogamente, Dobb, a propósito de la famosa
etapa del take-off de Rostow en su discutida interpretación del proceso
de crecimiento económico en distintas fases, adelanta una visión diferente.
Para él, el mero enriquecimiento –equivalente al aumento de la cuota de
inversión en Rostow– no constituye la esencia del proceso. No debe considerarse
éste «en un sentido estrechamente económico, sino como un proceso social
de concentración (los subrayados son del autor) de la propiedad de los
activos existentes; una concentración que supuso, por otro lado, la desposesión
de los pequeños productores. Visto así –continúa Dobb– (el enriquecimiento)
representa la progresiva polarización de la sociedad en las dos clases
modernas: burguesía y proletariado» (p. 31). Esta polarización la traslada Dobb
al ámbito internacional: «la historia del enriquecimiento de la burguesía de
regiones o países enteros (por ejemplo, de Francia, Holanda e Inglaterra) a
expensas de otras regiones como el Oriente y la India» (p. 32).
En la tercera conferencia –algunos rasgos del
capitalismo a partir de la Primera Guerra Mundial–, y refiriéndose a las tesis
de Berle y Means sobre la concentración industrial, y de Burnham sobre la
revolución de los gerentes (the managerial revolution), Dobb
describe algunos rasgos de las economías contemporáneas y formula algunas
observaciones sobre los cambios experimentados por la técnica industrial, el
papel creciente que desempeña el Estado en la economía, los efectos de la
inflación y la progresiva expansión de las agrupaciones obreras. Al final de la
conferencia, con el propósito de hilvanar las reflexiones anteriores y defender
de nuevo sus conocidas valoraciones, sostiene la unión indisoluble de los
problemas económicos y los problemas políticos. Sólo así puede sustituirse la
concepción de la economía competitiva de mercado, en la que «todas las
relaciones se concebían como contractuales, producto del mercado», por otra que
incluye «no sólo la cuestión de la intervención estatal, sino las de la
distribución de la renta, los derechos monopolísticos y los de propiedad» (p.
45), problemas eminentemente políticos.
Un comentario crítico sobre esta primera
parte de la obra de Dobb requeriría un examen pormenorizado de la historia
económica de los períodos a que él se refiere. Sin entrar en esos detalles, es
necesario poner de relieve la parcialidad ideológica manifestada por Dobb, en
un trabajo que se presenta como científico, al querer interpretar la historia
en su totalidad o los hitos más altos de la historia, con una única concepción:
la de la lucha entre poderosos y desposeídos. Situaciones de lucha y de rapiña
se han dado muchas veces, pero las motivaciones y circunstancias históricas son
también mucho más variadas.
En el segundo bloque de trabajos de Dobb
recogidos en la obra que comentamos, se exponen con una visión de economía de
dirección central, algunos de los problemas relativos al desarrollo económico,
muy de moda en los años cincuenta y comienzos de los sesenta. A partir de la
distinción de los factores productivos en división del trabajo, acumulación de
capital y cambio tecnológico, Dobb se detiene, como los autores de la época, en
el tratamiento del capital como elemento más relevante del desarrollo. Una vez
más, Dobb argumenta sobre algunos puntos desde una actitud ideológica
previamente adoptada. Así, se refiere al distanciamiento progresivo entre
países ricos y países pobres, a las relaciones entre equipo capital y
productividad que pueden verse dañadas por una distribución desigual de la
renta, al carácter necesariamente conservador y lento con que el desarrollo
económico tiene lugar bajo el capitalismo, a la concentración de la propiedad a
que da lugar la acumulación marxista que supone «como la otra cara del mismo
proceso, la desposesión de un gran número de pequeños propietarios y la
creación de un proletariado» (p. 56) y, en fin, a la explotación colonial.
En la segunda conferencia, Dobb pasa revista
a algunos problemas « con los que se enfrenta un país agrícola al emprender un
proceso de acumulación de capital e industrialización» (p. 66). Parte de la
siguiente composición: «el problema de la industrialización no es esencialmente
financiero, sino un problema de organización económica. Si esta
proposición es correcta –prosigue el autor– surge inmediatamente la cuestión de
comparar entre las distintas formas de organización, como agentes del
desarrollo: de comparar en concreto entre una economía capitalista no planeada
y un sistema de planificación socialista, como formas de organización adecuadas
para emprender una revolución económica» (p. 67).
Naturalmente, Dobb se inclina decididamente
hacia el segundo sistema. Este, según él, puede convertir más fácilmente en
productivo el exceso de población agrícola en situación de paro encubierto,
mediante una estricta reglamentación que transfiera la población hacía sectores
donde su productividad sea mayor. Y todo ello sin necesidad de producir
reducciones del nivel de vida.
Como cuestión subsiguiente, plantea Dobb el
problema del orden del desarrollo: agricultura o industria y, dentro de
ésta, industria pesada o ligera. A este propósito, el autor expone algunas
reflexiones sobre los problemas centrales de la planificación económica –tasa
de inversión, tiempo, incertidumbre, etcétera–, y destaca las ventajas que,
desde el punto de vista de la eficiencia económica, tiene un sistema de
dirección central sobre el mecanismo de mercado como asignador de recursos.
Los temas tratados por Dobb en este segundo
bloque de trabajos han sido objeto en los años sesenta de gran atención por
parte de numerosos economistas y organismos internacionales, preocupados por el
desarrollo económico de los países llamados en vías de desarrollo, y, en
general, por el «tercer mundo». La experiencia histórica y diversos estudios
han mostrado que no puede establecerse un juicio definitivo sobre cuestiones
controvertidas –distanciamiento de países ricos y pobres, período de tiempo en
el que ha de tener lugar el crecimiento o aumento del producto nacional (una
tasa inicial elevada puede ser efímera, mientras que otra más débil en los
comienzos puede fortalecerse a lo largo de un período amplio de tiempo),
incidencia del desarrollo sobre la distribución de la renta, deterioro de las
relaciones reales de intercambio, etcétera–, mediante las que se trata de
dilucidar las ventajas de un sistema u otro. De lo que no cabe duda, es de que
el estancamiento y la asignación de recursos en los sistemas de dirección
central o socialistas presentan más deficiencias que en aquellos otros sistemas
en que el mercado lleva a cabo un papel preponderante, incluso teniendo en
cuenta todos los problemas ligados a las externalidades negativas o
deseconomías y a la distribución de la renta y de la riqueza, que el mercado
puede originar.
Da la impresión de que el tratamiento de Dobb tiene muy en cuenta el público a que se dirigía en estas conferencias, pronunciadas en Nueva Delhi. En una situación de pobreza generalizada, como la existente en la India, diagnósticos parciales que subrayen situaciones graves y soluciones mecanicistas o incluso arbitrarias –la transferencia obligatoria de población, por ejemplo– en las que el Estado y los organismos centrales de dirección económica son prácticamente omniscientes y omnipotentes, tienen una acogida favorable. Sin embargo, en la práctica, cuando esas economías han tratado de salir de esa situación con las soluciones propuestas no lo han conseguido, al contrario, se ha agudizado el despilfarro de recursos y hasta la distribución de la renta se ha polarizado de forma más extrema.
El tercer bloque de trabajos recogidos en la
obra de Dobb, que es el más extenso, se refiere a problemas prácticos, en
algunos casos con planteamientos analíticos, relativos a la planificación de
las inversiones y, en particular, a la planificación económica en la Unión
Soviética.
Por lo que se refiere a la planificación de
las inversiones, enfrenta Dobb el pensamiento neoclásico o marginalista, que
constituye lo que él llama teoría económica aceptada, al enfoque centralizado
en la planificación. Destaca las deficiencias del primero –su carácter estático
fundamentalmente– y esboza los intentos, suyos y de otros economistas
soviéticos –Novozhilov, preponderantemente–, de llegar a un sistema de precios
que resuelva el problema central del desarrollo, a saber: «elevar el excedente,
es decir, el aumento de la productividad del trabajo. En realidad, concluye,
esta es la razón fundamental para elegir técnicas de mayor intensidad de su
capital (es decir, con una relación capital-trabajo más alta) que las que
permitiría la teoría tradicional» (p. 88). Una vez más Dobb se muestra como un
defensor recalcitrante de la planificación y del sistema socialista. «La
planificación (se exige) tanto en su calidad de mecanismo de coordinación como
de medio para imponer un orden correcto de prioridades; y la planificación
exige a su vez, para ser eficaz, la propiedad social de los medios de
producción» (p. 96).
Entra después Dobb en el estudio de problemas
históricos y económicos relativos a la Unión Soviética: la polémica de los años
veinte sobre planificación y desarrollo económico, la discusión en torno a la
política socialista de precios, los transportes, etc.
Finalmente, Dobb incluye la introducción a
una edición italiana de El Capital, de Marx. A propósito de los
conceptos más controvertidos según el autor, de «plusvalía» y de «evolución
histórica de la sociedad capitalista hacia su transformación revolucionaria en
el socialismo», hace algunas consideraciones sobre el planteamiento marxista.
Ambos conceptos constituyen el núcleo a partir del cual los autores marxistas
han desarrollado el pensamiento revolucionario. El primero, la plusvalía, es el
«fruto de la explotación»; el segundo subraya «el papel de los conflictos de
clase como la fuerza motriz del cambio histórico» (p. 216). La plusvalía se
estudia tomando como punto de referencia uno de los temas centrales de la
ciencia económica: la teoría del valor. La teoría del valor-trabajo, sobre la
que se construye el edificio marxista, se opone a la del valor deducido de los
precios del mercado, pivote esencial de la teoría neoclásica. Dobb arguye, en
esta aportación suya, contra Bohm-Bawerk –autor que rechaza la exigencia
marxista de que la estructura de los precios debe deducirse de las condiciones
de producción–, y se acoge al planteamiento teórico de Bortkievicz referido al
caso simplificado de tres industrias y tres tipos de productos. Nos encontramos
ante el debatido y famoso problema de la transformación, de gran riqueza
formal, pero que, debido especialmente a los trabajos de Samuelson, ha sido ya
superado.
En los párrafos finales, Dobb aporta nuevos
datos sobre las incidencias que atravesó la publicación de partes inéditas de El
Capital, que constituyeron, gracias al cuidado de Engels, los libros II y
III de esta obra monumental.
Llegamos al final de nuestro recorrido a lo
largo de estos ensayos sobre el capitalismo, el desarrollo y la planificación.
Como conclusiones podrían exponerse las siguientes:
1) Se
trata de una aportación secundaria, agrupación de trabajos dispersos, dentro de
la obra de Dobb.
2) Dobb es
un economista comprometido fuertemente con el marxismo. Toda su obra es el
resultado de un esfuerzo constante por demostrar la validez de la dialéctica
marxista. Desde esta perspectiva, el rigor científico de sus trabajos se ve en
muchas ocasiones traicionado por esta actitud valorativa previamente adoptada.
Evidentemente, todos los científicos sociales parten de unas premisas
valorativas, la cuestión es la preponderancia mayor o menor de dichas premisas
en el discurso científico. En el caso de Dobb esa preponderancia llega a ser
agobiante.
3) De acuerdo con la interpretación marxista, los factores determinantes de proceso histórico se basan en la lucha de clases, en la que unos, los explotadores, despojan a otros, los explotados; éstos, a su vez, se rebelan contra aquéllos y esta fase revolucionaria da lugar a la aparición de un nuevo curso en la historia: al cambio histórico.
4) La
lucha de clases se explica mediante el modelo marxista, que incorpora los
conocidos conceptos analíticos de relaciones de producción, plusvalía,
composición orgánica del capital, formación de los precios y teoría del valor.
5) La
conclusión es el estado socialista, en el que la dirección de la economía es
fuertemente centralizada, y que se basa en la propiedad social de los medios de
producción, anulando, en mayor o menor medida, las libertades económicas –de
consumo, de inversión, de trabajo, etc.– básicas.
6) Finalmente,
parece oportuno señalar la dificultad que presenta la lectura de esta obra por
la diversidad y especificidad de algunos de los puntos tratados y sobre todo
por el estilo, ciertamente farragoso, de su exposición.
J.I.R.
Volver
al Índice de las Recensiones del Opus Dei
Ver
Índice de las notas bibliográficas del Opus Dei
Ir a Libros silenciados y Documentos
internos (del Opus Dei)