CONTENIDO DE LA OBRA
“The Secular City” quiere ser una reflexión teológica sobre la vida y el espíritu de las grandes metrópolis actuales en las que Cox —miembro se la confesión baptista y actualmente profesor por la universidad de Harvard— ve el símbolo de nuestra civilización.
La estructura del libro es la siguiente:
1. Se inicia con una introducción en la que explica la terminología y el trasfondo intelectual del libro. Puede resumirse en dos ideas fundamentales :
a) a su juicio se ha llegado a las fases culminantes de un proceso de secularización, entendiendo por tal una situación cultural en la que el hombre se ha liberado de las ideas religiosas y metafísica, llegando a una radical desfatalización de la historia y afirmando por tanto el dominio y la responsabilidad del hombre sobre el acontecer;
b)Desde un punto de vista sociológico ese proceso se expresa mediante la división de la historia en tres épocas: la época de la tribu (caracterizada por su régimen familiar y por la ordenación de toda la vida a lo divino y lo religioso), la época de la polis o ciudad pequeña (en la que, junto a un nuevo tipo de comunidad, aparece la idea de ideales cívicos no directamente religiosos, y finalmente, la época de las grandes ciudades o época actual.
2. La primera parte tiene por objeto el estudio de esa ciudad actual:
a) se inicia con un intento de análisis de las bases bíblicas de la idea de secularización. Aquí Cox precisa algo más su idea de secularización, advirtiendo que debe distinguírsela netamente del secularismo: la primera indica un proceso que lleva a enfrentarse con los problemas concretos prescindiendo de las soluciones últimas; el segundo sería en cambio una pseudo-religión. Su análisis de la Biblia se reduce, fundamentalmente, a la afirmación de que el dogma de la creación supone una desacralización de la naturaleza, de la política y de los valores humanos, y, por tanto, conduce a la percepción de la libertad del hombre.
b) de ahí pasa al análisis de la gran ciudad actual o tecnópolis, como él la llama. La tecnópolis está caracterizada por el anonimato y la movilidad, como factores ambientales. Ese ambiente es además vivido con un cierto estilo, que resume en las ideas de profanidad (es decir, la conciencia que el hombre tiene de su responsabilidad ante los acontecimientos históricos) y de pragmatismo (o tendencia a resolver los problemas, aislándolos unos de otros y buscando las soluciones que permiten cada momento; es decir, lleva a preocuparse más de las soluciones inmediatamente posibles que de las visiones globales o de conjunto).
c) Como puede verse, entre los dos temas de esta primera parte hay un claro paralelismo. Ahí está en efecto lo fundamental que Harvey Cox quiere decir: la sociedad actual es —a su juicio— un lugar privilegiado para vivir el cristianismo, ya que es un marco en el que se pone de relieve un dato bíblico central: la invitación hecha al hombre de asumir su responsabilidad temporal, superando los ídolos (la idea de una naturaleza que sea sagrada), y por tanto sin apoyarse en algo humano considerado como definitivo.
3. La segunda parte de The Secular City tiene por objeto la Iglesia, o mejor dicho su función en la ciudad secular moderna.
a) Cox piensa que la predicación de las confesiones cristianas norteamericanas se ha apartado de la realidad, y no se refiere ya a los problemas que preocupan a la gente, puesto que ha caído en el clericalismo. Ese defecto es tanto más grave si, como ha dicho antes, se acepta que en la época actual el hombre se desinteresa de las cuestiones últimas. Para ser oído, es necesario dejar de hablar de esos problemas, para hablar más bien de los cambios sociales, de la vida diaria, de los problemas políticos. Ese es el sentido de una de las frases en las que resume su pensamiento: “en la época actual la política ha sustituido a la metafísica como forma de explicar la realidad; hablar de Dios es por tanto un problema político”.
b) Estas ideas se trasladan al terreno de la eclesiología mediante una reflexión sobre las relaciones entre Iglesia y Reino. El Reino de Dios —dice— no coincide plenamente con la historia; sin embargo es ya algo presente y real y, por tanto —concluye—, se pueden discernir algunos de los acontecimientos de la historia humana como expresiones y manifestaciones del Reino. La función de la Iglesia consiste, por tanto, en servir a ese Reino que se manifiesta en la historia profana, siendo así la vanguardia de Dios. Esta función se puede explicitar en tres misiones fundamentales: la misión kerigmática, anunciando al mundo el fin de los ídolos y de las demás fuerzas que amenazan la libertad humana; la misión de diakonía, ayudando a los hombres a superar las discordias que los oponen entre sí; la misión de Koinonía, proclamando y haciendo conocer los acontecimientos o causas en que se manifiesta el Reino. Como complementaria de esas tres misiones se encuentra la función de exorcista, liberando al hombre de los complejos y de los temores que le oprimen en su vida social. De esta forma, la Iglesia sirve al hombre y le hace tener esa libertad y mayoría de edad que le permiten edificar un universo humano.
c) Un ejemplo práctico de esa función lo da Cox en la tercera parte del libro, especialmente por lo que se refiere a esa función de exorcista (en la que, en cierto modo, confluyen las otras anteriores). En esta parte, Cox analiza algunas cuestiones en las que, a su juicio, la sociedad norteamericana manifiesta no haber llegado a una armonía, y se esfuerza por hacer ver cómo la visión del cristianismo que él ha dado llevaría a una situación más equilibrada. Esos temas son: las relaciones entre trabajo y diversión; las cuestiones sexuales y la imagen de la mujer; la situación universitaria y el problema de la presencia de la Iglesia en las Universidades.
4. El libro se cierra con una referencia al tema de las relaciones del hombre secular, o de hoy, con Dios. En esta parte, la cuarta, Cox sigue este esquema:
a) quiere mostrar, primero, que hablar de Dios es un problema sociológico puesto que cada época tiene su propio lenguaje y su propia mentalidad, y es preciso conocerlas para proponerles el mensaje bíblico de una manera accesible;
b) Pasa luego a confirmar lo que ya ha dicho antes otras veces: hablar de Dios es un problema político, es decir tiene que ser un hablar de las incidencias de la vida en que los hombres se encuentran;
c) Por último reconoce que hablar de Dios es un problema teológico, puesto que hablar de Dios no es otra manera de hablar del hombre, y entre cristiano y ateo hay una diferencia radical, porque lo característico del mensaje bíblico es no el hablar de la responsabilidad del hombre, sino hablar de responsabilidad del hombre frente a Dios. El tema de Dios es, pues, insuprimible. Una vez dicho esto, confiesa que no sabe cómo debe plantearse hoy el tema de Dios, y concluye con la afirmación de que así como Dios reveló a Moisés su nombre, debemos continuar viviendo con la esperanza de que los acontecimientos futuros nos revelen cómo Dios quiere ser nombrado hoy[1].
VALORACIÓN CIENTÍFICA
Para emitir un juicio científico sobre la obra de Cox, es oportuno mostrar brevemente la estructura implícita en el esquema e intento de su obra.
Se puede decir que toda ella reposa sobre dos afirmaciones fundamentales:
a) El convencimiento de que Dios interviene en la historia e interpela al hombre a través de los acontecimientos de la vida; de ahí que hable de la necesidad de una teología del cambio social, etc.
b) La idea de que la metafísica, como intento de dar una visión global de la existencia humana, ha sido superada; o, con otras palabras, la afirmación de que se ha llegado a las etapas cruciales de un proceso de secularización, por el que el hombre renuncia a toda preocupación por lo trascendente, para ocuparse sólo de este mundo y de su responsabilidad frente a él. Esta segunda idea es fundamental: da en gran parte su tono al libro, y es la que explica la incapacidad de plantear teológicamente el tema de Dios, que se manifiesta en la cuarta parte. Ahora bien, ¿dónde fundamenta Cox esa idea?; leyendo su obra se observa que:
a') no está fundamentada sociológicamente, y el mismo Cox reconoce que la idea de una sociedad secularizada es una anticipación del futuro, y que en la situación actual hay muchos restos de actitudes tribales o provincianas (por emplear la terminología de las tres etapas mencionadas al principio). En realidad, la parte sociológica de su obra no incluye nunca un análisis de la sociedad realizado con criterio científico, sino que es un pretexto para manifestar algo que se ha tomado de otro sitio y de lo que se deduce una cierta manera de comportamiento cristiano;
b') tampoco está fundamentada bíblicamente. La parte bíblica es una de las más flojas de la obra. Cox parte aquí de una idea de libertad como libertad frente a los ídolos o potencias humanas, y muestra cómo esa idea de libertad (disponibilidad y responsabilidad) puede tener sus raíces en la Biblia. Pero en ningún momento analiza o discute el hecho de si esa idea de libertad es capaz de expresar en su integridad el mensaje cristiano, o si por el contrario deja fuera aspectos esenciales;
c') en resumen la idea de secularización se manifiesta como algo aceptado a priori, y de una manera acrítica. Esto es tanto más grave cuanto que, de por sí, la idea de secularización, tal como Cox la ha expuesto, conduce al ateísmo y destruye toda posibilidad de una acción de Dios reconocida por el hombre. De ahí la debilidad central de la tesis de Cox, que se basa en dos afirmaciones que se destruyen mutuamente. Pues, o bien el hombre puede reconocer la acción de Dios y ser responsable frente a él, y entonces no es tan secularizado como se dice, sino que sabe cuál es el sentido último de las cosas; o bien, está realmente secularizado y entonces no le afecta para nada el problema del origen de la responsabilidad.
Harvey Cox puede haber llegado a esa posición en la medida en que depende de Karl Barth y de su crítica a la analogia entis: la idea de una fe que se mantiene no sólo sin ningún apoyo humano, sino precisamente en la negación de toda armonía con lo humano, no resulta extraña a su horizonte mental. De ahí, pues, que mantenga esas dos afirmaciones en situación de equilibrio. Ese equilibrio es, sin embargo, inestable, y tiende a precipitar en una clarificación en la que una de las afirmaciones destruye a la otra.
VALORACIÓN DOCTRINAL
Lo que se acaba de decir muestra las deficiencias de la obra de Cox y los equívocos a que está expuesta. El aspecto interesante de su libro, su idea de una teología del cambio social puede ser aceptable, ya que, en efecto, uno de los puntos típicos de la teología actual, es la reflexión sobre las llamadas que Dios dirige al hombre a través de los acontecimientos. Pero esa idea necesita una elaboración mucho más profunda de la que el propio Cox lleva a cabo. Sería necesario fundamentar sobre un tratado teológico —metafísico— de Dios en sí mismo, de su acción creadora, etc.; y exponerla haciendo referencia explícita y clara a Dios y al reino escatológico, que transciende la historia y el esfuerzo humano.
Si no se hace así, se cae en el error de reducir el cristianismo a un humanitarismo que no va más allá de la preocupación por el bienestar y el progreso sociales. Ese peligro se advierte en bastantes páginas de Cox, así como —incluso en mayor grado— en bastantes de los escritores católicos que se han hecho eco de sus ideas.
Esa deficiencia aparece muy clara en las páginas que el autor dedica al tema de la Iglesia. Como nunca se trata de la Iglesia en sí misma, no pueden tomarse quizás las páginas de The Secular City como la expresión total de su pensamiento en este punto; pero, en este libro, la Iglesia aparece de hecho reducida a la función de servicio a la sociedad. De los aspectos soteriológico y sacramental no se encuentra el menor rasgo. En esto, además de lo dicho anteriormente, puede haber influido su formación baptista, muy lejana en este punto del dogma católico.
En resumen, el defecto fundamental es la tendencia a absorber el cristianismo y la Iglesia en la política. Las ideas aceptables (en especial lo que él llama teología del cambio social), están situadas entre muchas cosas confusas y contradictorias, que las desvirtúan y exponen a desviaciones graves.
J.L.I
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[1] En 1966, recogiendo una serie de artículos y ensayos motivados por la aparición de The Secular City, la misma editorial MacMillan publicaba The Secular City Debate (la selección y presentación de textos está hecha por Daniel Callahan). En ese libro se incluye una respuesta de Harvey Cox, que puede ser considerada como un apéndice a The Secular City. En esa respuesta Cox reconoce lo acertado de algunas de las críticas que se le han dirigido, en especial por lo que se refiere a la última parte: el planteamiento teológico del tema de Dios. Confiesa que la posición mantenida en The Secular City es insostenible, y que los problemas metafísicos son más complejos de lo que había pensado, no consigue, sin embargo, llegar a una posición positiva, y se limita a apuntar que la línea de solución puede estar en una reflexión sobre el tema de la esperanza.