Todos los fuegos el fuego
Editorial Sudamericana, 19ª edición, Buenos Aires 1979.
196 págs.
1. Introducción
Colección de ocho cuentos recogidos bajo el epígrafe de
uno de ellos.
Aparte del autor, no parecen tener mucho en común unos
con otros. Desde el punto de vista literario, quizá la característica más
notable sea la parquedad o laconismo en las expresiones, la brevedad de las
frases; puede decirse que no sobra nada. Aunque en algunos casos el empleo de
otras palabras facilitaría comprender mejor lo que el autor quiere decir.
En estos cuentos, Cortázar pone de manifiesto su preocupación
personal y peculiar por el hombre, y para ello lo coloca en muy variadas
situaciones. Considera al hombre, de modo equivocado, prescindiendo de toda
trascendencia; no aparece ninguna referencia a un fin superior ni a un sentido
más alto que el puramente terreno. Por eso no le es posible encontrar la
solución adecuada para los problemas que él mismo plantea.
En algunos cuentos hace referencias críticas y
peyorativas al catolicismo y a la Iglesia desde un punto de vista puramente
humano y abusando de los lugares comunes de la crítica fácil. Da la impresión
de no haber conocido buenos cristianos, o de tener prejuicios. Otros relatos
ofrecen serios inconvenientes morales.
2. Resumen de los cuentos
“Todos los fuegos el fuego”
La mujer de un procónsul romano se enamora de un famoso
gladiador: un simple cruzarse de miradas, pero que no pasa inadvertido al
marido. Éste, herido y resentido, organiza un espectáculo en el que va a poner
al gladiador en una situación de la que será muy difícil que salga vivo. Quiere
que su mujer asista al espectáculo para humillarla; pero ella es fuerte y
dueña de sus sentimientos, de forma que los controla y oculta.
Intercalado en este argumento se nos presentan las
relaciones amorosas entre Roland y Jeanne, personajes de este siglo. Todo
sucede en gran parte a través de una conversación telefónica que se ve
interrumpida continuamente por interferencias de otra llamada de una
conversación burocrática. Lo que comienza en una conversación telefónica en la
que ella busca a Roland, termina en una entrevista nocturna en casa de
Roland.
En el circo, cuando ya han matado al gladiador y comienza
a salir el público, se declara un incendio en el que se supone que mueren el
procónsul y su mujer; mientras que los de este siglo se despiertan porque
sienten que se asfixian por un fuego en su habitación.
En esto coinciden los dos relatos, en el mismo final: los
protagonistas mueren abrasados. Veinte siglos separan ambos argumentos, que
Cortázar nos presenta juntos e intercalados, a veces hasta dentro del mismo
párrafo, lo que hace pensar que el autor, al establecer este paralelismo,
quiere sugerir la constancia de la conducta humana: infidelidades, venganzas,
traiciones, odios, etc.
“La señorita Cora”
La trama transcurre en la clínica donde han intervenido
quirúrgicamente a Pablito, adolescente de 15 años, hijo consentido de una
madre sobreprotectora. El muchacho experimenta por primera vez el
enamoramiento, sintiéndose atraído por su enfermera Cora: joven de 19 años que
lleva una vida inmoral.
Al principio, la enfermera no da importancia a la actitud
del muchacho y hiere de continuo sus sentimientos; finalmente se siente
halagada e intenta a su vez conquistar a Pablito, pero ahora éste —despechado—
la rechaza.
Ese es el argumento: el despertar tímido y vergonzoso del
amor de un adolescente por una mujer un poco mayor que él.
La nota más desagradable del cuento la da el trato que tiene Cora con uno
de los médicos de la clínica.
“La isla a mediodía”
El argumento de este cuento es muy antiguo: el hombre que
huye de la sociedad y de sus complicaciones, para refugiarse en la vida
tranquila y recogida de la naturaleza.
Marini, aeromozo de un vuelo regular de Roma a Teherán,
al pasar por las islas del mar Egeo, se fija durante varios viajes en una
de ellas a la que desea poder ir un día; y lo logra al fin. A las pocas horas
de estar gozando de la isla, oye el ruido de un avión, no quiere verlo,
pero cuando, vencido por la curiosidad, lo mira, se da cuenta de que está
cayendo al mar a pocos metros de donde está él. Se lanza al agua y al
acercarse al lugar donde cayó, sólo encuentra un agonizante: lo lleva, pero
muere antes de llegar a la playa.
El protagonista tiene un fuerte deseo de evasión de la
vida complicada y rutinaria: “...no miraría el avión, no se dejaría
contaminar por lo peor de sí mismo que una vez iba a pasar sobre la isla”. Su
vida anterior no es un modelo, no hay valores en ella. Amores efímeros,
con compañeras de trabajo y amigas de diversas ciudades que visita. Una de
ellas iba a tener un hijo de él, pero la muchacha había decidido quitar la vida
a la criatura y Marini le ayuda a lograrlo.
Su trabajo le fastidia; tiene que sonreír forzadamente, y
en cuanto puede se evade de él para refugiarse en su sueño. “Todo tenía tan
poco valor a mediodía...”, que es cuando pasaba por encima de la isla. Su vida
y su trabajo: “...todo un poco borroso, amablemente fácil y cordial... y en el
vuelo también borroso y estúpido hasta la hora de inclinarse sobre la
ventanilla...”
Hay dos frases que podrían resumir el mensaje. El primer
contacto con la isla tan deseada es: “... el cadáver de ojos abiertos...”; y
la otra frase es: “Todo estaba falseado en la visión inútil y recurrente”. A la
evasión de la realidad buscando la felicidad sucede otra realidad más dura, la
muerte; parece concluirse que el sueño de felicidad es inútil.
Aunque no hay escenas morbosas, el aborto se presenta
como un hecho, sin condenarlo.
“La autopista del sur”
Un congestionamiento de tráfico, la tarde de un domingo,
en la autopista del sur de París da a Cortázar el tema para desarrollar este
cuento. Aprovecha el percance para describir situaciones y sucesos de la vida
humana en un mundo compacto o concentrado.
Para lograr lo que se propone extrapola el incidente,
llevándolo hasta lo inverosímil. Lo que comienza en un conglomerado normal de
automóviles, se prolonga durante semanas y podemos suponer que hasta meses, en
los que suceden muchas cosas; hay cambios extremos de clima, desde mucho calor
a intensas nevadas. Lo que le interesa a Cortázar es describir la variación de
circunstancias que pueden suceder en la vida y las reacciones frente a ellas.
Como los conductores de los vehículos pasan tanto tiempo
en la carretera, afloran las dificultades: carencia de alimentos, enfermedades,
muertes naturales, histerias, etc.; y también mercado negro, bulos, un
suicidio, y hasta unos amores.
Para lograr un mejor estudio de las situaciones por las
que va a hacer pasar a sus personajes, divide el gigantesco congestionamiento
en grupos reducidos de unas 20 ó 30 personas, formados por los vehículos más
próximos, y centra su atención en uno de ellos, llamando “extranjeros” a los
restantes; no deja de tener su intención irónica este término “extranjero”. En
cada grupo hay jefes que se han elegido según las cualidades de mando, incluyendo
entre estas cualidades, y como la más importante, la capacidad de servicio.
Los afectados por el suceso reaccionan, en su mayor
parte, formando una pequeña sociedad donde buscan la colaboración de los demás
para resolver sus problemas. Es una pequeña comunidad en la que hay hombres y
mujeres, niños y mayores, sanos y enfermos, hay incluso hasta monjas (que
rezan); todos unidos por la desventura. Se distribuyen los trabajos: a las mujeres
les tocan, entre otras cosas, las labores de asistencia. El más egoísta del
grupo, que se aísla y es insociable, es el suicida: se cierra a los demás y
fracasa en la vida. Hay algunos casos de histeria y asomos de violencia.
Contrasta esta buena disposición de los componentes del
grupo con la desconfianza y egoísmo de los campesinos de los alrededores, que
no sólo no prestan ayuda sino que llegan a ser hostiles.
Al cabo de unos días, se produce en esa “sociedad” un
orden y disciplina, que da como resultado una vida rutinaria, pues supone
sujetarse a ciertas leyes. Aunque algunos se quejan de carencias materiales y
de falta de comodidades, de todas formas “había alguna felicidad”.
Las adversidades dan lugar a que los protagonistas vivan
más humanamente y saquen a relucir lo mejor que hay en ellos. El autor concluye
que al hombre, y en especial al hombre que vive en el agitado mundo actual, le
conviene detenerse alguna vez en la vida para profundizar en su interior y que
aparezca lo que de bueno hay en él.
Cortázar se muestra, en este cuento, optimista con
respecto al hombre. El hombre de la ciudad —en este caso concreto, el de la
supercivilizada París— es bueno y generoso, incluso más bueno que el campesino,
que está más en contacto con la naturaleza.
Cuando al final se deshace el conglomerado de vehículos,
y el movimiento y la velocidad rompen aquella unidad, se suspende el ejercicio
de las virtudes que practicaron durante varios días, dejan de mirar a los lados
y atrás, de mirar en profundidad: “sin que se supiera por qué tanto apuro, por
qué esa carrera... donde nadie sabía de los otros, donde el mundo miraba
fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante”.
Desde el punto de vista moral hay más de positivo que de
negativo, y salvo el suicidio, el cuento es limpio.
Un grupo de guerrilleros desembarca en una isla. Su jefe
les ha precedido y deben encontrarlo en un lugar determinado. Se narran las aventuras
que sufre el grupo desde que, al acercarse a la isla, comienzan a hostigarlos
los aviones enemigos; el desembarco entre pantanos, el avance lleno de
dificultades hacia el lugar convenido, hasta que se encuentran con el jefe.
Todo ello es el ambiente externo para ir describiendo la conducta de los
protagonistas: recuerdos, ideales mezclados con el transcurso diario de
la vida.
Aunque no hace mención a Cuba, es quizá una clara alusión
a la guerrilla que llevó a Fidel Castro al poder, en la que intervino el Che
Guevara, al que parece referirse el autor.
Luis es el jefe con el que tienen que reunirse. Toda la
preocupación de los guerrilleros es llegar a él, necesitan imperiosamente del
jefe. Luis es un hombre enfermo, que tiene defectos; pero es el que tiene la
idea fundamental y la energía para llevarla a la práctica: sabe lo que quiere.
“A nadie se le ocurriría desobedecer a Luis”. En él han depositado su
confianza y esperan que él les llevará al triunfo. En cierta manera, el relato
es la deificación del jefe.
El narrador, uno de los guerrilleros, que tendrá que ser
el jefe si matan a Luis, tiene un sueño. “Luis... se llevaba la mano a la cara
y se la quitaba como si fuera una máscara”. En otro momento lo compara con
Mozart, aludiendo a la idealización del jefe. “Si matan a Luis, ¿quién subiría
ahora a la Sierra con su cara?”.
Cortázar viene a decir que para ser jefe hay que tener
una máscara que cumpla la misión de tapar las deficiencias humanas y dar una
apariencia adecuada. Esto no se improvisa, hay que crear la máscara. El
narrador no tiene esa máscara, por eso no puede subir a la Sierra. A Luis han
sido sus compañeros los que han contribuido a hacerlo jefe, dándole una
máscara.
Los movimientos revolucionarios se visten de un
“...romanticismo necesario y desenfrenado y peligroso”, logrando arrastrar a
muchos idealistas e ilusos, sobre todo jóvenes.
Cortázar no se muestra partidario, al menos en este
cuento, de ninguna ideología determinada. Hace una crítica superficial de la
sociedad burguesa y de sus instituciones. Con respecto a la Iglesia y al
catolicismo, emite juicios críticos.
El cuento tiene más de narración de aventuras que de panfleto
político o revolucionario.
Desde el punto de vista moral, los mayores reparos son
esas referencias peyorativas a la Iglesia.
Mamá —no tiene otro nombre en el cuento— es una señora
enferma, más de neurastenia que de otra cosa, a la que se oculta la muerte de
un hijo, Alejandro, y de una hermana, Clelia, creando para ello una farsa que
llega a lo inverosímil y grotesco.
La familia de Mamá, incluida la novia de Alejandro, urden
el engaño porque piensan que no podrá resistir los golpes, lo que supone
una minusvaloración de su capacidad de sufrimiento y fortaleza, reduciéndola a
una condición infantil y de cretinismo. Al final del cuento se verá que Mamá sí
tenía fortaleza.
Los familiares para mantener la farsa “mandan” a
Alejandro a Brasil, donde le hacen triunfar profesionalmente; pero Mamá quiere
tener noticias de su hijo y esto complica las cosas, pues tienen que escribir
cartas tanto en un sentido como en otro. Las de Alejandro —a máquina, contra
toda costumbre familiar— son previamente escritas por sus familiares y enviadas
a un amigo de Brasil para que las remita a Mamá. Todas estas cartas han de
guardar una secuencia lógica.
Con el paso de los días las cosas se van complicando
llegándose a situaciones grotescas y cómicas.
Con pocos rasgos, Cortázar pinta bastante bien a la
neurótica, que pasa su vida en la cama reclamando la atención de los suyos. Hay
que estar aplicándole medicinas, sales y tisanas continuamente. “...el tiempo
parecía medirse por dosis de remedios y tazas de tisana”. A Mamá lo que más le
interesaba era su salud antes que la de su hijo y hermana. “Rosa y Pepa (las
hijas de Mamá) llegaron a convencerse de que a Mamá le tenía sin cuidado las
noticias...” (las noticias referentes a Alejandro y Clelia). Mamá cuando quiere
causar lástima y llamar la atención adopta una actitud de dolor y sufrimiento,
incluso se desmaya.
Pero quizá lo que más le interesa a Cortázar es describir
la rutina sin sentido, con todas sus consecuencias. “La rutina los abarcaba a
todos, y para Rosa, telefonear a un agujero negro (cuando tenía que telefonear
a Clelia) en el extremo del hilo era tan simple y cotidiano como... la rutina
de los demás familiares...”. Y más adelante. “Ni siquiera durante los últimos
meses de Mamá cambiaron las costumbres, aunque poca importancia tuvieron ya”.
Al final del cuento, cuando Mamá se entera de todo, dice:
“Qué buenos fueron conmigo. Todo ese trabajo que se tomaron para que no
sufriera”. Roque, su hermano: “...acariciándole la mano, tratándola de tonta”.
Rosa y Pepa “...sabían lo que de alguna manera habían sabido siempre”; Mamá
comenta cuando sabe que va a morir: “Tanto cuidado. Ahora podrán descansar. Ya
no les daremos más trabajo”.
Rosa lee tres días después del entierro de Mamá una carta
de Alejandro “...mientras la leía había estado pensando en cómo habría que
darle a Alejandro la noticia de la muerte de Mamá”. Así termina el cuento. Lo
absurdo de una rutina irracional.
Desde el punto de vista moral no ofrece inconvenientes.
“El otro cielo”
Narra la vida de un hombre que comienza desde adolescente
a frecuentar los barrios de una ciudad, que tiene algo de Buenos Aires y de
París, lugares donde ha vivido Cortázar. Aparentemente el tema es fácil y
vulgar. Pero aquí se muestra la habilidad de Cortázar que, con pocas palabras,
describe este tipo humano carente de valores. Al leer el cuento se saca la
impresión de que los protagonistas, hombres y mujeres, son tipos apáticos,
aburridos, tristes, sin amigos auténticos, sin ilusiones, confusos, tímidos y
vergonzosos.
El cuento comienza así: “Me ocurría a veces que todo se
dejaba andar, se ablandaba y cedía el terreno, aceptando sin resistencia que
se pudiera ir así de una cosa a otra”. Una vida fácil, sin exigencias, sin
esfuerzo, sin ideales ni nada por lo que luchar: dejarse llevar, la ley del
mínimo esfuerzo.
El protagonista narra su vida: vivió de niño con un padrastro
que no se preocupaba de él; su madre es una mujer blanda que no muestra muchos
cuidados ni energía, que se enfada cuando su hijo —ya mayor— no duerme en casa,
pero que se contenta con cualquier regalito.
Todavía joven acudía a casas de mala nota. Va a esos lugares
llevado por una curiosidad malsana, pero sobre todo porque siente la necesidad
de ser alguien; tiene que suplir de alguna manera su deficiencia interior, su
falta de personalidad. Y en este ambiente es donde cree que va a conseguir la
hombría con un poco de dinero: “...yo con unos miserables centavos en el
bolsillo pero andando como un hombre, el chambergo requintado y las manos en
los bolsillos fumando un Commander...”
Con pocas palabras se describe al muchacho que no puede
triunfar de otra manera en la vida, porque no tiene categoría para ello, y
quiere tener la sensación de ser alguien acudiendo a esos lugares, con poco
dinero, que ni siquiera se lo ha ganado con su esfuerzo sino que se lo han dado
en su casa.
De mayor trabaja como agente de bolsa atendiendo a los
clientes que le dejó su padre, pero no progresa profesionalmente. El lugar de
trabajo está muy próximo al barrio bajo, lo que hace que para él sea muy fácil
evadirse de él; pasar de un trabajo sin horizontes ni ilusión, a la evasión de
las bajas pasiones y de la vida fácil.
Su vida transcurre entre su casa, el trabajo, una novia
por la que no siente gran atracción, y este desenfreno. Este último aspecto lo
va absorbiendo de modo casi total, llegando a ser “el otro cielo”. Cielo de una
buhardilla de techo que se toca con la mano; cielo de estuco y yeso con los
adornos baratos de los lupanares. Describe estos lugares como sitios lúgubres,
donde hay gente triste, desechos de la vida y donde huele mal, a cerveza
avinagrada, a humo de tabaco barato; donde no se ve casi la luz del sol. Los
clientes repudian el ambiente limpio, hasta el punto de que el mismo
protagonista, por prescripción médica, tiene que ir a un ambiente sano, a una
isla, y no aguanta más de dos o tres días (estaba previsto que fuesen más de
quince).
Como un momento fuerte del cuento, se narra la ejecución
en la guillotina de un envenenador, a la que asisten varios protagonistas del
relato, después de pasar una noche de juerga y ya totalmente borrachos. Todo el
mérito y valor de los asistentes está en ver quién resiste la visión directa de
la ejecución para “...jactarse de una vista más aguda o de unos nervios más templados
para admiración de última hora de nuestras tímidas compañeras”.
Logra la amistad de una de aquellas mujeres de mala vida,
no por las cualidades positivas que pueda tener el protagonista (Cortázar nunca
se las reconoce) sino porque anda suelto por el barrio un asesino de este tipo
de mujeres y una de ellas busca su protección.
En el barrio se extiende el miedo al asesino, Laurent;
miedo del que participa el protagonista; da la sensación de que es el miedo que
tiene a su inutilidad, y quisiera huir buscando protección en su madre o en su
novia; pero su amor propio se lo impide: “...la esperanza de que el gran terror
llegara a su fin en el barrio... y que volver a mi casa no se pareciera ya a
una escapatoria, a un ansia de protección...”.
Aparece en el cuento un personaje al que llaman “el
sudamericano", que tiene aire siniestro, pero que al final resulta ser un
pobre hombre parásito de esos ambientes. Muere solo y en su velatorio sólo
arde una pobre vela y le acompaña un rato la casera del hospedaje. Todo el aire
de gran malignidad es pura apariencia que se desvanece como el humo. El tal
Laurent también resulta ser otro infeliz. Por fin, el protagonista contrae
matrimonio, viéndolo como una “normalidad burocrática”; va él por inercia o
por convencionalismo, sin ideas positivas.
Después de una ausencia prolongada de los barrios bajos,
recuerda con nostalgia aquella vida: “Supongo que el trabajo y las
obligaciones familiares contribuían a impedírmelo... Y entre una cosa y otra me
quedo en casa tomando mate, escuchando a Irma que espera para diciembre... y me
quedaré en casa mirando a Irma y a las plantas del patio”. Una vida tranquila,
aburguesada, que desplaza aquella otra vida de barrio bajo.
Desde el punto de vista moral, Cortázar, aunque presenta
de modo poco favorable todos esos vicios, sugiere y alimenta la imaginación
con bastantes descripciones, lo que hace peligrosa la lectura de este libro.
Toda idea religiosa está ausente. Lo que quiere el autor es pintar la falsa
felicidad del “otro cielo”, pero sin proponer nada mejor. Describe los
antivalores sin referirse a los valores sobrenaturales o simplemente humanos.
“Instrucciones para John Howell”
Desde antiguo se ha utilizado como argumento en la literatura
universal la comparación de la vida con el sueño o con el teatro. En el
presente cuento, Cortázar hace esto último: “Pensándolo después... todo esto
hubiera parecido absurdo, pero un teatro no es más que un pacto con el
absurdo...”. Así comienza el cuento.
Rice, el protagonista, va a una función de teatro en la
que el primer acto es mediocre; al final de ese acto, los empresarios le piden
a él, que es un simple espectador, que suba a representar el papel de actor
principal (John Howell), dándole para ello instrucciones muy breves; lo demás
se lo dejan a su iniciativa. Aunque se resiste, porque le parece absurdo,
accede a salir; actúa en el segundo y tercer actos y lo hace con soltura e
iniciativa, sin atenerse mucho a la lógica de la secuencia de la obra. La
actriz principal, Eva, le dice como en secreto, a lo largo del tercer acto, que
no permita que la maten; él no lo toma muy en serio. Los empresarios no lo
dejan salir para el cuarto acto porque se ha tomado muchas libertades y lo
expulsan violentamente del escenario; entonces, desde su butaca ve el último
acto, en el que efectivamente envenenan a Eva con un líquido. Cuando Rice y
Howell se dan cuenta del suceso salen precipitadamente a la calle; huyen juntos
pues son los únicos, además de los empresarios, que saben lo que ha pasado en
la escena.
Este es el argumento, a veces no muy inteligible, por lo
escueto de la narración; se confunde la realidad con la ficción. Cortázar
sugiere problemas serios —autenticidad, libertad, coacción, fortaleza, etc.—,
pero no da soluciones claras.
Al final cuando Rice y Howell huyen, aquel dice a éste:
“No me deje ir así... No puedo seguir huyendo siempre sin saber”. Huyen de lo
que supone una limitación a sus personas, de los empresarios que les quieren
hacer vivir una farsa, limitándoles en su libertad. Huyen pero no tienen meta.
“Más allá estaba el río, algún puente”.
Desde el punto de vista moral no ofrece inconvenientes de
relieve.
J.M.B.
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