CONSTANTINO, Renato

The Philippines. A Past Revisited

Tala Publishing Services, Quezon City 1975, 457 pp.

ÍNDICE

Parte Primera: LIBERACIÓN TRANSFORMADA

Capítulo   I: Introducción a la historia de un pueblo.

          II: La primera "liberación".

         III: Las sociedades barangánicas.

          IV: Pacificación y explotación.

           V: El panorama colonial.

          VI: La supremacía monástica.

Parte Segunda: EL CRISOL DE LA PRAXIS

Capítulo VII: Modelos de la lucha.

        VIII: El fin del aislamiento.

          IX: Progreso y protesta.

           X: Revolución y nacionalidad.

Parte Tercera: UNIÓN Y DESUNIÓN

Capítulo  XI: Revolución y compromiso.

         XII: El segundo golpe.

        XIII: Colaboración y resistencia-I.

         XIV: Colaboración y resistencia-II.

          XV: Avanzada y vedado.

         XVI: Sociedad colonial y política.

        XVII: Décadas turbulentas.

Parte Cuarta: PRÓLOGO

Capítulo XVIII: Un pasado utilizable.

(La Primera Parte del libro estudia la prehistoria del país y la colonización española; la Segunda Parte, la lucha por la independencia; y la Tercera Parte, la colonización americana.)

CONTENIDO

Parte 1ª. LIBERACIÓN TRANSFORMADA

Capítulo I. Introducción a la historia de un pueblo.

La mayor parte de los antiguos historiadores de Filipinas escribieron bajo la influencia de los prejuicios propios de la historiografía española o americana.

Surgió más tarde una generación de historiadores filipinos imbuidos de espíritu nacionalista, pero desgraciadamente su labor se redujo a la glorificación idealizada de los héroes de la revolución nacional. Ni unos ni otros supieron comprender que el punto focal de la historia son las masas anónimas de individuos, y las fuerzas sociales generadas por sus vidas y luchas colectivas.

La historia es la historia del hombre colectivo, porque sin sociedad el hombre hubiera permanecido al nivel de los demás animales. Lo que hizo el primer hombre fue un esfuerzo en cooperación. La lucha es la esencia de la vida y el individuo no tiene historia fuera de la sociedad: la sociedad es el producto de un pueblo que lucha.

La historia es, pues, lucha social por alcanzar la libertad y por una vida mejor. Pero, como hasta ahora, la mayor parte de la humanidad ha sido y sigue siendo pobre, los ricos y poderosos han escrito una historia que considera todo el quehacer humano desde su propio punto de vista: han escrito la historia de los ricos y los poderosos. Nunca se ha escrito una auténtica historia social, al menos en Filipinas, y el autor se propone hacerlo.

Escribir la historia de un pueblo, consiste en redescribir su pasado, para que éste vuelva a ser útil. Este redescubrimiento se hace estudiando las relaciones entre desarrollo objetivo  —es decir, económico-productivo— y desarrollo subjetivo; el desarrollo subjetivo —el de las ideas, actitudes, valores— se convierte,a su vez, en instrumento eficaz de nuevas transformaciones socioeconómicas.

Las ideas características de un periodo son las ideas propias de las clases predominantes pero, con frecuencia, pueden también percibirse notas discordantes. Ordinariamente, es bastante que aparezcan contradicciones económicas reales, para que las ideas entren también en conflicto de modo abierto.

Cuando las masas intervienen en los conflictos o los protagonizan, se hacen más conscientes de su ser masas: se tornan más activas, modificando al mismo tiempo actitudes aceptadas previamente.

Para hacer historia social, historia real, hay que analizar por lo tanto las condiciones del desarrollo material y de concienciación subjetiva de las masas. Al hacerlo se observa "un crecimiento gradual en la lucha": el hilo conductor unificante de la historia filipina es la resistencia a la opresión colonial.

Este capítulo, junto con el prólogo que cierra el libro son clave para la comprensión del pensamiento del autor. Su modo de raciocinio es el ortodoxo el marxismo-leninismo. Sus convicciones por lo tanto, no son el fruto de su dedicación al trabajo de la investigación histórica sino, más bien, consecuencia de un juicio previo —un prejuicio— de naturaleza filosófica, o resultado de una ideología aceptada dogmáticamente.

Parece prudente, antes de examinar el contenido del libro, hacer algunas consideraciones de carácter más general:

1. En primer lugar, no parece que sea aceptable la acusación que el autor hace, de que hasta ahora no se ha hecho historia social: menos aún, el que los poderosos y tiranos se hayan arreglado para que la historia se escriba a su gusto. Es cierto que alguna vez lo han intentado, pero la libertad del historiador, junto con la tendencia a conocer la verdad y a la honradez intelectual, han frustrado en muchas ocasiones el intento de imposición de interpretaciones partidistas y dogmáticas de la historia. Sin embargo, si historia social significa historia-marxista, tenemos que reconocer que hasta la existencia del marxismo no se había escrito una tal historia; pero esa identificación no puede aceptarse como un postulado. Se excluyen tan solo de esta ley, aquellos países dominados por el comunismo donde por el momento no cabe escribir historia que no coincida con los puntos de vista oficiales o con la ideología del partido, o si se escribe no puede publicarse. Se puede matizar también diciendo que se escribe historia desde el exterior y dentro; pero no puede publicarse.

2 Los principios que el autor establece para el quehacer del historiador son lógicamente aplicables a la historia de cualquier pueblo, incluyendo el pueblo español, el americano el japonés, etc. Es, por lo tanto, fácil concluir que el nacionalismo filipino que colorea emocionalmente todas las páginas de la obra, es sólo una superestructura que cubre el verdadero mecanismo de la dialéctica de la historia, por lo que raza, cultura, o fronteras geográficas son puros añadidos. El autor utiliza el nacionalismo instrumentalmente —en el mismo sentido en que utiliza la historia— con un propósito: analizar la historia del pueblo filipino, con categorías propias del materialismo dialéctico, con el fin de usarlo para el quehacer revolucionario. Para conseguir dicha utilización, el autor selecciona o fuerza los hechos que le permiten justificar su interpretación haciendo que encajen en el esquema preconcebido. Además, reduce sistemáticamente la rica complejidad propia de todo lo que es humano, a lo que es puramente material, y toda acción del espíritu a la pura adquisición de conciencia de clase. Desde esta perspectiva, la historia no mira a la verdad sino a la utilidad; no aspira a comprender el pasado sino a usarlo

3. Lo que el libro pretende poner de manifiesto es que la historia filipina ha estado dominada por tres grandes grupos opresores: los españoles, los americanos, y su propia burguesía ilustrada. Una y otra vez, grandes sectores de las masas filipinas se alienaron  a los presuntos valores liberadores traídos por los opresores para justificar su propia presencia dominante: a la religión católica y la cultura occidental; a la educación americana y la democracia; o al neocolonialismo capitalista de simpatía occidentalizante. Hubo siempre, no obstante, un confuso instinto en las masas que les condujo a repudiar esas falsas liberaciones. Poco a poco las masas descubrieron los postulados fundamentales de la dialéctica marxista, y hoy podemos decir que están listas para el asalto final al sistema económico social. Su victoria les traía su definitiva liberación, fruto exclusivo de su propio esfuerzo.

Capítulo II. La primera "liberación".

La primera de las falsas liberalizaciones que se han ofrecido al pueblo filipino, fue la traída por los colonizadores españoles y por el cristianismo. Para justificar este aserto, el autor "explica" con categorías marxistas la naturaleza de la colonización española.

Afirma que según la opinión de la mayoría de los autores, en el periodo en que tuvo lugar el "descubrimiento", España se encontraba en una situación de régimen feudal. Según él, sin embargo, resultaría mas exacto decir que se encontraba en una situación intermedia o de transición entre feudal y capitalista.

Antes de seguir adelante con el discurso del autor, conviene aclarar que las nociones de feudalismo y capitalismo usadas por el Prof. Constantino no son las comúnmente aceptadas por los autores no marxistas. Ya en su libro sobre el feudalismo, hoy en día clásico, Ganshf explica cómo este término se ha asociado con frecuencia al de fanatismo, para denigrar una situación social determinada, que poco o nada tenía que ver con la real estructuración social a que el término hace referencia.

El feudalismo es simplemente un tipo de sociedad cuyos caracteres dominantes son: un elevado desarrollo de los lazos de dependencia de hombre a hombre; una extremada fragmentación del derecho de propiedad afectado por una jerarquización en dicha propiedad (se da, en otras palabras, a una serie jerárquica de titulares de derechos sobre la propiedad de la tierra); finalmente, una fragmentación del poder público que crea en cada país una jerarquía de instituciones autónomas. En consecuencia, Ganshf afirmará que el uso que del término feudalismo hacen los historiadores de la URSS y no pocos historiadores de otros países tras el telón de acero, no es fácilmente justificable. Y este parece ser el uso que el Prof. Constantino hace del mismo. En realidad no lo define nunca, aunque en una ocasión lo describe como una simple situación de contradicción entre siervos y señores. Así entendido, cualquier situación en que hay propiedad privada y en la que unos mandan y otros obedecen, es feudal.

Algo semejante ocurre con el término capitalismo. El capitalismo a que el autor se refiere difiere grandemente del concepto de los tratadistas clásicos. España había entrado ciertamente en una fase de gran actividad mercantil, pero la sociedad española distaba grandemente, varios siglos, de estar estructurada de modo capitalista.

Ya en el siglo XIII, los dos grandes reinos peninsulares mantenían una activa presencia comercial tanto en el mar del Norte en los países mediterráneos. Sin embargo, eso no era capitalismo. Pero el autor necesita hacer uso de esos clichés, para encajar a la España de la época en un lugar intermedio entre feudalismo y capitalismo y lo hace sin ninguna prueba. Parece ignorar que la gran mayoría de los reinos españoles carecieron prácticamente del feudalismo característico de la Europa Central, puesto que la lucha por la reconquista acrecentó notablemente el poder real; y que donde realmente hubo feudalismo fue en los reinos de Taifa que surgieron como resultado de la disolución del Califato.

Por lo que se refiere al capitalismo, afirma que "la Reconquista española estuvo impulsada y promovida por la emergencia de la empresa capitalista en España". Esta afirmación difícilmente se atrevería a hacerla nadie que conozca un poco de historia española, aunque fuese un marxista convencido. Lo que ocurre es que por razones dialécticas, el autor necesita encasillar a España entre el feudalismo y el capitalismo. Una vez más el esquema previo desfigura la realidad; ese esquema es muy sencillo —esta sencillez lo hace atractivo—, pero no está de acuerdo con los hechos.

Según él, —o mejor dicho, según la ortodoxia marxista que el autor asume— una cierta estructura económica, no produce automáticamente las instituciones políticas culturales y legales que le son propias. Aun cuando la estructura haya desaparecido, la superestructura puede parcialmente continuar existiendo. En la sociedad española del siglo XVI, la pervivencia feudal entra en conflicto con el capitalismo naciente. Los obreros —dice— apoyaban a la clase media en contra de la nobleza y del clero, si bien los mercaderes ricos y los letrados, intentan en ocasiones unirse a la nobleza para participar de sus privilegios y llegan incluso a adquirir títulos de nobleza.

Esta descripción standard y típica de las tensiones nobleza, pueblo, clero, burguesía y monarquía es puramente apriorística y no viene avalada por fuente alguna. Las cosas eran evidentemente mucho mas complejas y ricas en contenido. Simplificar, sin serios fundamentos, es traicionar la realidad.

Para el autor, el mercantilismo fue ya el inicio del capitalismo. Los viajes de los descubrimientos, era tan sólo parte del esfuerzo inicial para desarrollar un sistema económico mundial; tanto la reconquista como los viajes de descubrimiento y la empresa colonizadora era sólo un negocio: "Conquest is business". La casa de Contratación de Sevilla era un puro negocio de la Corona: lo único que importaban eran las minas y las especias.

Resulta superfluo preguntarse en qué fundamento descansan los a priori marxistas; son simplemente, los a priori de Karl Marx, un hombre sin ningún rasgo de divinidad celeste. Por lo tanto hace falta mantener, frente a ellos, una actitud crítica, especialmente si se observan contradicciones con la realidad. Muy distinta es la disposición de una persona que acepta unos a priori revelados y autentificados por unas señales extraordinarias. Una actitud crítica frente a la Revelación Divina no sería, entre otras cosas, una actitud inteligente.

Todo el resto, incluida la acción evangelizadora, era una pura superestructura. El negocio exigía una justificación religiosa; el celo religioso disfrazaba el contenido económico de la colonización. La Iglesia fue responsable de los vestigios de feudalismo que aparecen mezclados con el naciente capitalismo. El autor, se refiere naturalmente a la Iglesia española, a la que hace aparecer como sirviendo los intereses del Imperio español. Afirma que la Iglesia sobrenaturalizó al monarca y de este modo, legitimó la opresión e impulsó prácticas e instituciones cuasi feudales.

Cualquiera que conozca mínimamente la historia española de la baja edad media, el renacimiento, y el barroco se espantará de tamaña simplificación. Por otra parte, tal simplificación es útil si se intenta utilizarla con fines propagandistas, ya que:

a) Cualquier ataque al antiguo poder colonizador será, en principio, popular en amplios sectores del país, dado el legítimo deseo de los pueblos de afirmar su propia identidad.

b) El público al que se dirige el libro no tiene en general un conocimiento muy profundo de la historia española.

c) Además el resultado del análisis basado en dichas simplificaciones es el que el autor quiere alcanzar, para reciclar los hechos; es decir, hacerlos de nuevo útiles. Lo que se intenta hacer patente —aunque no esté de acuerdo con la realidad— es que todo el periodo colonial español fue una pura aventura capitalista enmascarada por las instituciones feudales eclesiásticas que, bajo el nombre de Dios, mantuvieron al pueblo sojuzgado. Un sencillo slogan propagandístico que ofrece un chivo expiatorio, y una justificación para el rechazo te la Iglesia.

Incluso las tensiones entre encomenderos y frailes se explican de modo dialéctico: era inevitable que lucharan entre sí. Despachan todo el esfuerzo de elaboración teológica y del derecho natural diciendo que la contradicción material se luchó en el campo de la conciencia. Se trataba de ver cuál de las dos partes opresoras se apropiaba los despojos del oprimido.

Antes de concluir este comentario, conviene hacer hincapié en la falacia que se encierra en dos técnicas historiográficas generosamente empleadas por autores de inspiración marxista:

lº) En relación con la Iglesia, se intenta desprestigiar e invalidar su doctrina partiendo de errores presuntos o reales de sus miembros; en otras palabras, se critica la doctrina por su defectuosa puesta en práctica.

Sólo sería lícito criticar una doctrina basada en su puesta en práctica, si tal praxis se siguiera necesariamente de la doctrina o, al menos, ésta diera pie a la justificación de tales errores prácticos.

Por ejemplo; si ciertas aberraciones existentes en sociedades marxistas fueron una consecuencia lógica de los principios marxistas. Pero no sería intelectualmente correcto criticar al marxismo porque un desaprensivo utilizara el sistema económico social para su enriquecimiento personal.

No es éste el caso de la acción de la Iglesia por lo que tales alegaciones históricas a presuntos errores de la Iglesia, con el fin de presentarla como un cómplice de la acción explotadora del capitalismo son pura propaganda, intelectualmente deshonesta.

2º) Tal manipulación intelectual les lleva incluso a deformar los hechos históricos con el fin de que sirvan a la praxis revolucionaria. Con frecuencia tal manipulación no consiste en afirmar o negar de hechos, sino en presentarlos de tal manera que la lección práctica que podíamos extraer de los mismos. Es así en la praxis revolucionaria.

Capítulo III. Las sociedades barangánicas.

Es natural que el autor resulte más interesante y objetivo cuando estudia temas estrictamente filipinos. Sin embargo, la perspectiva que se ha impuesto voluntariamente, resta interés a este capítulo sobre las sociedades barangánicas que podría haber sido muy sugestivo.

Voluntariamente se limita a estudiar los aspectos sociales de dichas sociedades; en realidad sólo los aspectos socioeconómicos: "...en lugar de describir costumbres, prácticas, realizaciones artísticas, religión... nos limitaremos a discutir la organización social y desarrollo económico". (p. 25) Si todo reduccionismo distorsiona, este reduccionismo de toda la historia pre-hispánica a la organización social y desarrollo económico es de suyo peligrosamente distorsionante; pero, es coherente con su ideología marxista. En efecto, para el marxismo la única realidad es el devenir materialista. Por lo tanto la reducción de la realidad a lo socioeconómico es como la captación de la esencia de la realidad; todo lo demás, es para él, una pura superestructura.

La historia socioeconómica se estudia no en sí, sino para ser utilizada en el proceso revolucionario. Por eso, el libro es coherente en su ideología marxista, cuando incoherentemente ignora las contradicciones o vacilaciones de su propio pensamiento, con tal de que encajen en el mecanismo de la dialéctica.

Estas son las directrices de su pensamiento:

a) A la llegada de los españoles, los musulmanes del Sur poseían la organización social más desarrollada.

b) Esta sociedad estaba ya dotada de cierta estratificación social y de una clase dirigente.

c) (No me resisto aquí a copiar una reflexión del autor) "Si la historia hubiera seguido su curso imperturbable, todo el país se hubiera islamizado; la presencia de los españoles abortó esta tendencia".

No se ve claro por qué prácticamente el autor identifica lo musulmán con lo autóctono. El Islam es originalmente tan ajeno a Filipinas como el Cristianismo, y no defiende algunos puntos del derecho natural; mientras que el cristianismo asume toda la verdad natural acerca del hombre. Pero en este punto, como a lo largo de todo el libro, el autor trata de desacreditar, bajo la apariencia de "filipinismo" o "nacionalismo" todo enriquecimiento cultural, religioso, etc., que no vaya en la línea marxista (que por cierto es también occidental) apelando al sentimiento nacional, que se convierte así en un vehículo de concienciación marxista.

La realidad es que tanto el Islam como el Cristianismo vinieron de fuera. Pero también los pueblos malayos vinieron de fuera (no parece correcto identificar lo filipino con lo malayo). Los primeros filipinos fueron los negritos y los últimos los chinos nacionalizados, a menos que además de adoptar el marxismo adoptemos el racismo.

Lo que detuvo "el curso imperturbable" de la historia, fue claramente la Providencia Divina, ya que, con todo respeto por los valores propios del Islam, y con todo el deseo de la más completa integración de la minoría musulmana en la nación filipina, podemos asegurar que la contribución cristiana al pueblo filipino, es de suyo más enriquecedora que las islámica, porque es más humana.

De paso, basándose en el censo de Dasmariñas, el autor da para el archipiélago una población de 750.000 habitantes en el tiempo de la conquista, de los cuales probablemente, los musulmanes (hay diversidad entre los autores) no pasarían de 50.000. Es un dato a tener en cuenta.

Después de describir las sociedades barangánicas, el autor las califica de "transitional societies", que explica así: esas sociedades 'se hallaban en diferentes estados de transición desde el estado comunal primitivo a una forma asiática de feudalismo". Aquí el autor ofrece una explicación filosófica, no histórica, de su afirmación. Es la vieja teoría marxista de la posesión inicial en común. Para Marx, que elabora una hipótesis sobre los tiempos remotos en donde la historia no tiene acceso. Resulta sencillo hablar de esta posesión en común, digamos, quince mil años antes de Jesucristo. No es tan fácil, sin embargo, hablar de ella en pleno siglo XVI; pero el autor necesita introducirlo como punto inicial de la tesis.

Honestamente pienso que hay una gran diferencia conceptual entre no posesión y posesión en común. En un inmenso país vacío e impenetrable —cubierto por jungla— más que de posesión en común hay que hablar de no posesión. La posesión aparece no con la mera ocupación, sino cuando el trabajo individual o colectiva mejora, o intenta mejorar, o simplemente apropiarse de lo que la naturaleza ofrece. Aquellos primeros habitantes de nuestras islas, no puede decirse, en general, que poseyeran en común, al menos la mayor parte de la totalidad de nuestras tierras; simplemente vivían en la tierra, sin poseerla, como ocurre con el aire que respiramos. La tierra era abundante y en cierto modo áspera y hostil. Solamente algún pequeño llano costero y el lugar de la casa perecedera, adquirían algún valor y eran objetos de deseo. Pero en caso de necesidad o simplemente de conveniencia eran fácilmente sustituibles.

Si como parece de todo punto cierto, las terrazas de las Mountain provinces fueron construidas mucho antes de la llegada de los españoles, sería interesante conocer si eran poseídas comunal o privadamente. En cualquier caso podríamos hablar de una posesión real, mientras que la relación del "cainginero" con el medio es sólo de posesión temporal o mas bien de uso.

Tanto en el caso de la posesión individual como en el de la colectiva, la posesión requiere ya una organización o jerarquización social. Las grandes civilizaciones desarrolladas parcialmente, por ejemplo en América, en situaciones tropicales —mayas, aztecas, incas— estaban fuertemente jerarquizadas. La sociedad de posesión comunal requiere jerarquía. Tan solo la no sociedad, o la sociedad elemental de no posesión puede ser en cierto modo comunal, como es el caso de los mangyans de Mindoro o los tasadays, en los que basta la autoridad moral, casi siempre de los mayores, o de la madre. Pero en el libro se ignoran esas sociedades más tecnificadas para centrarse en los pequeños grupos seminómadas de cultura de semi recogedores. Y se dice:

"Legazpi encuentra falta en los filipinos porque no trataban de acumular riquezas, ni siquiera los jefes. Y concluye que eran perezosos. La razón de tal comportamiento tan incomprensible a uno que pertenece a una sociedad clasista, es precisamente la ausencia de una clase explotadora. Todo el mundo trabajaba por una necesidad inmediata, y eso era todo. Los medios de explotar sistemáticamente el trabajo de otros, aún no existían".

Es bien patente que, de entrada, Legazpi no entendió la sociedad filipina que encontró, pero da la sensación de que tampoco en el libro se la entiende. ¿Qué hubiera ocurrido, por ejemplo, si hubiéramos tenido una estación fría, de nieves, como en tantos otros países del mundo? Hubiera habido que acumular comida, y vestidos: las casas hubieran tenido que ser de materiales mas sólidos, etc. La propiedad nace de la ocupación más el trabajo familiar añadido. Pero la abundancia paradisiaca de peces y vegetales, la benignidad del clima, etc., no reclamaban tal esfuerzo de modo general. Tan sólo en las Mountain Provinces, donde por razones aún ignoradas, pero posiblemente empujados por nuevas oleadas de pueblos malayos, los hombres necesitaron hacerlo para subsistir, hubo necesidad de aplicar una sofisticada tecnología y desarollar una organización social. En cierto modo puede perdonarse a Legazpi su incorrecta expresión, ya que ésta fue su primera explicación al notar la ausencia del trabajo-previsión-acumulación-propiedad tanto privada como comunal. Su juicio ético —pereza— no parece acertado. Pero la afirmación de que tal organización se debía a la "ausencia de una clase explotadora", resulta, por lo menos, pintoresca y privada de fundamento.

Por lo demás, y aunque fuera todo lo suave que se quiera, existía una esclavitud, es decir, una posesión (moderada, humana) pero real, de personas. Existía esclavitud. Había clases o, más bien, grupos sociales. Y precisamente ese tipo de situación es menos conforme con la dignidad de la persona, en el que los miembros de una clase superior privan los de la inferior de una parte de su libertad personal.

Hablar de una sociedad comunal sin clases, y admitir al mismo tiempo la existencia de una servidumbre, con algunas características muy parecidas a los siervos de la época medieval o los esclavitos domésticos que en muy pequeño número existieron durante el Renacimiento, es una contradicción típica de la ideología en la que la única verdad interesante es la verdad útil, aunque no sea objetiva.

Todas las fuentes antiguas, que no se citan en el libro, convienen en afirmar una abundante clase de siervos, en general de condición muy benigna; algo intermedio entre el siervo medieval occidental y el servicio doméstico en los años treinta.

¿Cómo se adquirían esos siervos? Según el testimonio de Guido de Lavizares, unos lo eran de nacimiento, porque sus antepasados eran siervos. Otros eran cautivos de guerra; otros eran esclavizados por haber cometido un pequeño robo (los ejemplos dados son: de cuchillo, un poco de arroz, etc., o, con frecuencia, por no pagar deudas con interés usurario).

Todos los escritores antiguos afirman que la servidumbre filipina era muy benigna. Pero no parece justo ni verdadero afirmar que:

a) no había clases, ni posesión privada.

b) el peonaje por deudas (puro eufemismo) no podía ser comparable "con la esclavitud que existía en Europa". ¿De qué esclavitud se habla? De la de Europa occidental en el siglo XVI o de la del tiempo de los romanos?

c) Dice, "que los cronistas españoles que hablan de la esclavitud en Filipinas "no estaban describiendo sociedades pre-hispánicas, sino aquellas sociedades con las que ellos se encontraron después de décadas de ocupación española".

Esta afirmación no es sostenible, y el autor debería saberlo. Lo que Lavizares describe en 1572 o Loarca en 1566, es la sociedad filipina precristiana. No puede ni pensar que una forma de esclavitud vigente en Europa siglos antes, hubiera podido importarse y adaptarse por la población autóctona en todo el archipiélago, en dos o tres años; incluidos los musulmanes. Todo ello incluso antes de la fundación de Manila. Además en esta parte del libro, hay un punto claramente contradictorio: se dice que "el interés usurario que solía cargarse, garantizaba la existencia de un gran grupo de siervos en las comunidades mayores, ya que llevaba mucho tiempo pagar las deudas..". No es fácil compatibilizar la existencia de un interés del 100 %, con una sociedad comunal sin clases. Sería más correcto afirmar que la sociedad filipina era sencilla y amable: en ella, una gran cantidad de bienes carecían de valor y por lo tanto no eran objeto de propiedad ni comunal ni privada; el trabajo carecía de reconocimiento social; había una limitada propiedad privada; se practicaba la usura y había tres clases fundamentales: los nobles, los hombres libres y los siervos o los que solía tratarse con gran humanidad.

Generalmente los esclavos no se empleaban en producción de bienes, entre otras cosas, porque el concepto de producción no estaba demasiado extendido. Se usaban para servir en la casa y por fines opulentos o de prestigio social.

El resto del capítulo es una pura justificación de una posición personal, respetable, pero no fundamentada en hechos. En cierto modo, no existía propiedad porque la población era escasa; la tierra inaccesible en gran parte, abundante y libre; el trabajo acumulado en ella, mínimo; y en su mayor parte, inútil para el hombre. Pero eso no es comunalismo. Todo el resto del capítulo, especialmente los párrafos finales, parece una exposición de ideología o propaganda, más que científica o histórica.

Capítulo IV. Pacificación y explotación.

Este capítulo que describe los primeros años de la ocupación española, puede estudiarse en cualquier manual. Lo único que el libro añade son juicios de valor. Por lo tanto bastará examinar algunas afirmaciones de tipo histórico que requieren un comentario:

a) Se afirma en el comienzo que "el hambre de riquezas fue el mayor factor motivador de las expediciones españolas de descubrimiento". Se comprende que un marxista lo vea así. Los historiadores "no "ideológicamente comprometidos" rechazan tal reduccionismo como pueril. Por supuesto, que habría ese hambre de riqueza, pero junto a él otros factores también muy humanos y tal vez más poderosos: el afán de gloria, de aventura, por ejemplo. Habría además, motivaciones más nobles, como el servicio a la Corona y el afán civilizador. Y aún más, la salvación de las almas y la predicación del Evangelio. Todas estas motivaciones, las grandes y nobles, las mezquinas y egoístas, se dieron en la gran gesta humana que fue la aventura descubridora y colonizadora. Reducirlo todo a dinero, no sólo hace violencia a la realidad, sino que es un a priori táctica que prepara el telón de fondo para una interpretación materialista y dialéctica de toda nuestra historia.

b) Una buena parte del capítulo está dedicada a la institución de la Encomienda. No deja de ser curioso lo que se dice de su origen. "Originalmente la encomienda fue una institución feudal usada en España durante la Reconquista para gratificar generales y conquistadores. Como la Reconquista, fue parte del impulso capitalista de su tiempo". Nadie, ni siquiera los marxistas españoles se atreverían a llamar a la Reconquista española empresa capitalista, como antes he mencionado. La encomienda es institución social del mundo antiguo que pasó, transformada, al medieval. En la Reconquista española se concedieron encomiendas, como alternativa a la Repoblación, si bien esta institución es menos conocida que aquélla. El repartimiento o encomienda es una institución característica de la América española y por tanto de Filipinas. En modo alguno puede considerarse el sistema de encomiendas capitalista, ya que no daba acceso a capital alguno.

El sistema de encomiendas, inicialmente bien intencionado como fórmula para gratificar los servicios de los conquistadores, y para asegurar su misión civilizadora y cristianizadora, llevaba consigo las siguientes obligaciones para el encomendero: defender la población con armas y caballos; residir en la encomienda, pero no en los pueblos de los nativos para evitar posibles abusos; construir vivienda estable con el fin de asegurar la permanencia en la misma. El encomendero sólo puede ausentarse temporalmente, con licencia bajo pena de perder la merced. No pueden los encomenderos ser oficiales de justicia (escribanos, corregidores...); deben encargarse de la cristianización de la población nativa y civilización a lo hispánico. Se les prohíben alquileres, traspasos, obrajes y trabajos mineros; se prohíbe también que el encomendero tenga ranchos cerca de las tierras de los nativos para que no se perjudiquen sus cultivos.

Como contrapartida, en la modalidad de encomienda de tributo que fue la que prevaleció en Filipinas, el encomendero tiene derecho al tributo de los encomendados. El sistema, aunque bien intencionado, se prestaba a abusos que realmente tuvieron lugar. Pero no puede ignorarse, al mismo tiempo, la impresionante actividad legislativa de la Corona para perfeccionar dicha institución, ni la enérgica acción de la Iglesia en favor de los derechos de la población nativa...cosa que conoce bien cualquier historiador de Indias.

Es bien sabido que, como acertadamente reconoce Constantino, la encomienda no fue una concesión de tierras. Pero describirla como una unidad administrativa con el propósito de exigir tributos de los nativos, es tanto como decir que la República de Filipinas tiene por finalidad exigir impuestos de sus ciudadanos. El mismo autor lo reconoce a continuación cuando afirma que el fin de la encomien da era:

—la protección de los nativos y el mantenimiento de paz y orden;

—el soporte de los misioneros en su labor de extender el catolicismo;

—la ayuda a la defensa de la colonia; para obtener estos fines se exigía el tributo.

Los abusos tuvieron lugar como en cualquier otra institución análoga; en miles de ocasiones fueron denunciados por los eclesiásticos y por civiles honrados; y las autoridades los corrigieron. No parece correcto acusar sin prueba tanto a la Corona como a la Iglesia de falta de sinceridad en su intervención.

Afortunadamente en el libro se reconoce algo, que hoy es aceptado por todos los historiadores, pero que aun se enseña erróneamente en muchas de nuestras escuelas. "La encomienda —dice— no es el origen del actual sistema de posesión de la tierra". La encomienda desapareció, en buena parte, por sus dificultades intrínsecas: en buena parte también, por haber cumplido su función histórica. En 1750 se suprimieron la encomiendas por real orden, mientras que nuestras grandes haciendas modernas no aparecen hasta bien entrado el siglo XIX.

Capítulo V. El panorama colonial.

Después de un breve acto de reconocimiento de los cambios religiosos, culturales y económicos que la presencia española trajo a las islas, el autor dedica un capítulo a la consideración de diferentes características del fenómeno colonial. Describe Filipinas como una avanzadilla hacia Asia. Dado que la colonia no era prometedora desde el punto de vista económico, la única justificación de su mantenimiento fue esclavitud:

a) como base de un soñado imperio oriental;

b) como base de los esfuerzos misioneros en Asia.

Por eso no hubo esfuerzo serio en el desarrollo económico de la colonia. Durante doscientos años la colonia permanece subdesarrollada ya que la base de su economía, al menos para el pequeño grupo de españoles residentes o criollos, era el comercio del galeón. Tanto es así que se llegó a pensar en abandonar la colonia, ya que no era capaz de mantenerse por sí misma. De este modo Filipinas fue una tierra de compromiso: la población, nunca se urbanizó; se mantuvieron los idiomas locales; nativos, chinos y españoles mantuvieron las distancias dentro de un cierto encasillamiento social, si bien al final, se acabó en un casi completo mestizaje de ambos grupos étnicos minoritarios con la población malaya; se mantuvo la estructura política local en buena parte, etc.

Estos hechos aceptados por todos, son coloreados en el libro con múltiples slogans. De entre ellos, basta entresacar un ejemplo: "la estratificación social continuó... con los clérigos españoles como instrumento directivo de poder y vehículo de explotación".

Capítulo VI. La supremacía monástica.

Ninguna otra sección del libro explica, quizá, como este capítulo su contradicción interna al intentar encasillar a priori la actuación de las órdenes religiosas durante el periodo colonial en las categorías marxistas. "Por un lado, no se puede negar la acción educadora de dichas órdenes, ni su esforzada defensa de la población autóctona. Pero por otra parte, la ideología del libro hace imposible que se diga una sola buena palabra sobre la acción histórica de la Iglesia. Por eso, tiene que recurrir constantemente —como método— a los siguientes artificios:

a) Llevar hasta el extremo todas las posibles equivocaciones o simples debilidades humanas en que hayan podido incurrir los sacerdotes, religiosos, etc.

b) Interpretar como mal intencionado todo lo bueno que hayan podido hacer.

c) Alabar al clero filipino, no por sus valores religiosos, sino en cuanto que, en ciertos casos, puedan representar una antítesis política.

Resulta admirable como en un libro que quiere hacer historia apenas se citan las abundantes fuentes, bien conocidas, de las que hace uso, por ejemplo, el dominico Pablo Fernández en su reciente History of the Church in the Philippines, y basa su largo capítulo en interpretaciones carentes de base científica de autores americanos del comienzo del presente siglo (tan denigrados, por cierto, por el autor), así como en algunos escritores filipinos del tiempo de la revolución, de clara tendencia anticlerical; cosa más explicable, en el contexto histórico de aquel momento, que en una obra científica de final del siglo XX.

El capítulo entero es una sucesión de calumnias, alegremente recogidas en contra de los frailes (de los religiosos que sin serlo son también llamados frailes). ¿Cómo adquirieron los frailes sus tierras? "Donaciones en gratitud a cambio de un sitio en el cielo;...susurrando a los oídos de los moribundos que una donación a tiempo les aseguraría una más breve permanencia en el purgatorio;... la Iglesia compra tierras...con el dinero obtenido de los trabajos forzados;... Con su poder y prestigio les era fácil poner presión a los campesinos para que les vendieran las tierras a bajo precio..". Todo esto está muy bien dicho en una recensión publicada por Fr.Schumacher S.J. en Philippine Studies, que voy a citar extensamente:

"Mientras que el resto del libro está caracterizado por su conocimiento admirable, completo y puesto al día de la más reciente bibliografía en historia filipina (no podría decirse lo mismo de sus referencias a la historia española), el breve capítulo dedicado a la religión bajo el tendencioso título de "La supremacía monástica", se caracteriza por su superficialidad, insuficiencia, tendenciosidad y pobre calidad de las fuentes...

"La historia del desarrollo de la influencia de los frailes en el pueblo filipino no está tomada de documentos primarios ni de estudios de historiadores reconocidos, sino, en gran parte, de un libro de comienzo de siglo de carácter periodístico de un tal C.H.Forbes-Lindsay, desconocido, excepto por otro trabajo periodístico sobre las islas del Caribe, ocupadas por el imperialismo americano del comienzo del siglo. El trabajo de los misioneros españoles aparece como reducido a la adquisición de tierras y riquezas. No se da indicación alguna de cómo se usaron estas riquezas para el desarrollo material y cultural del pueblo filipino; o como soporte del trabajo evangelizador; tampoco se indicó cual fue la fuerza motivadora de los misioneros que trabajaron en la evangelización, siglos antes de que estas riquezas llegaron a ser una realidad. La cristianización misma, cuando se menciona, e presenta como una rendición de la masas filipinas a los efectos de un continuado proselitismo; de este modo, los filipinos aparecen como objetos pasivos sobre los que actúan los misioneros, no como seres inteligentes y humanos. En la visión del libro, los filipinos son poco más que autómatas, absorbidos en el cristianismo por un poder casi misterioso a pesar de sus nobles esfuerzos por evitarlo.

"Además, aunque no haya ningún historiador honesto que pretenda defender todo lo que los frailes hicieron personal o colectivamente durante los tres siglos de dominación española el modo como se utilizan las fuentes que tratan de la Iglesia, tienen toda la apariencia de manipulación, cuando menos, de uso descuidado y apriorístico. Ignorando una gran cantidad de trabajos serios sobre el origen y desarrollo de las haciendas de la Iglesia, las fuentes sobre este tema son los panfletos de propaganda contra los frailes de enemigos mortales de los mismos, como Antonio Regidor y Isabelo de los Reeys, ninguno de ellos apreciados por su cuidadosa selección de los hechos. Sobre otros pretendidos sucesos, simplemente no se dan fuentes; por ejemplo, se habla de levantamientos agrarios contra los jesuitas en 1888 (p. 158) en. un momento en que no había ni una sola hacienda de los jesuitas en el país y mucho menos, levantamientos agrarios.

"Se dice que "los frailes vendieron en 1903 principalmente sus propiedades menos fértiles y menos pobladas", cuando en realidad es bien conocido que los frailes vendieron todas sus haciendas. Si se dice que muchas o la mayoría de las haciendas vendidas no eran cultivables y estaban ligeramente pobladas, es porque la mayor parte de las haciendas de los frailes tenían estas características, en especial, las muy grandes de Isabela y Mindoro.

"Finalmente, podría hacerse notar que es extraño que en una forma de historia en la que se presupone que el desarrollo de la conciencia nacional es el resultado del desarrollo económico, no se presta atención alguna al papel de los misioneros en el desarrollo de la agricultura filipina, mediante la introducción de nuevas cosechas, enseñanza del uso del arado de hierro, e incluso por la presencia de las haciendas mismas".

Con esas disposiciones, nada tiene de extraño que el capítulo termine con unos párrafos de clara inspiración marxista, hablando de la supuesta transformación de los sentimientos del pueblo desde una inicial servil obediencia hasta una ulterior violenta oposición a los frailes:

"Está muy claro —dice el libro— que esta transformación en el reino de la conciencia fue la respuesta a un estímulo material: la transformación de la Iglesia que inicialmente fue sólo un accesorio colonial, en el principal aparato de apropiación colonial y explotación".

Parte 2ª. EL CRISOL DE LA PRAXIS

Capítulo VII. Modelos de lucha.

En realidad, todo lo dicho anteriormente es tan sólo una preparación para la parte segunda del libro donde e tratará de explicar la progresiva concienciación marxista (sin nombrarla) —vía nacionalismo— a través de la praxis.

En buena doctrina marxista, el hombre sólo se hace consciente de sus alienaciones cuando lucha por liberarse de ellas. De aquí que la "praxis revolucionaria" sea la gran escuela donde se aprende a ser hombre liberado, es decir, hombre sin espíritu, sin sociedad, sin norma moral, sin Dios. Esa concienciación se realiza de un modo gradual. Nada importa que uno no sepa por qué lucha; con tal de que se luche, se progresa dialécticamente. Naturalmente esa lucha debe conducir finalmente a la lucha real de la que sale el hombre nuevo: a la lucha de clases.

Lo que se hace en este capítulo es aplicar esta pieza de ortodoxia marxista a la interpretación de la historia filipina. Pero como buen marxista, piensa que la teoría es inútil si no conduce a la praxis. De aquí que el capítulo esté lleno de tonos incitadores a continuar la revolución inacabada.

La lucha es inevitable siempre que haya un opresor y un oprimido, y nada mas fácil que señalar quienes son los buenos y los malos en esta historia. Los malos son los españoles, los fraile, los ilustrados burgueses. Los buenos, el pueblo oprimido y revolucionario.

Para llegar a este planteamiento, basta eliminar toda buena intención o motivo noble en los malos. Ignorar, como carente de contenido histórico todo lo que sea contribución al desarrollo cultural, económico, etc., y poner lo ojos tan sólo en la violencia, intentando interpretar cualquier forma de violencia como un paso adelante en la dirección de la gran revolución social todavía por realizar.

Siguiendo al mismo tiempo la ortodoxia marxista, "se explican" los largos periodos de coexistencia pacífica y fructífera, y la naturaleza no "social" de la mayoría de las revueltas, por el atraso económico. Como se sabe, en la "ortodoxia marxista", la revolución sólo puede tener lugar cuando exista un cierto modo de producción (industrial), y de apropiación (capitalismo). Y esto es lo que en el libro se pretende probar; aunque para ello tenga que forzar la interpretación de los hechos hasta extremos inverosímiles.

La originalidad del pensamiento del Prof.Constantino, con relación al marxismo clásico, es la utilización del añadido leninista de que la revolución de clases ha de pasar por la tensión nacionalismo-colonialismo. Naturalmente que, en la etapa final del proceso dialéctico, el Nacionalismo deberá desaparecer y dejar paso al Comunismo internacionalista. Sin embargo, este principio no se menciona en el libro, ya que su objeto es utilizar el nacionalismo como instrumento práctico para alinear a los países del tercer mundo al lado de los países comunistas en su lucha contra el capitalismo.

La teórica dialéctica se aplicará, pues, al desarrollo histórico del nacionalismo o conciencia como nación, como un paso necesario para la conciencia de clase.

De este modo, además de satisfacer el gusto decimonónico por un supra-ego colectivo nacional (idealismo), se prepara el camino para un proceso posterior en la marcha dialéctica hacia el comunismo. Quizá esta parte del libro sea la menos comprometida ideológicamente, pero será sin duda la más popular: la utilización consciente y progresiva del nacionalismo como trampolín de lanzamiento hacia un universalismo de clase superador de los nacionalismos.

Para el autor, en las Filipinas prehispánicas, en general, no había una clase explotadora. Esto no quiere decir que nuestros antepasados fueron angelicales, "sino que se encontraban todavía en el nivel de pura subsistencia", excepto en las zonas de contacto con los musulmanes de desarrollo más avanzado (el Sur, la región Tagala, y la Pampangs).

En esas regiones, había clases, pero no propiedad privada. Ya he dicho con anterioridad que esta conclusión aparece como forzada, como en un intento de encajar la historia filipina, dentro de los principios de la dialéctica y del determinismo histórico.

Puesto que España se encontraba en un periodo de mercantilismo precapitalista, y en Filipinas no había riquezas que explotar, la colonización no creó una clase realmente dicha sino sólo una clase de administradores. Por eso hubo de dar importancia a los frailes y utilizar los jefecillos locales como intermediarios entre los administradores y la masa.

Naturalmente, desde el principio hubo resistencias aisladas y esporádicas al tributo, al trabajo forzado (que sería mejor calificar como trabajo en obras comunales o impuesto personal) y a la reducción. Dadas la circunstancias, los colonizadores trataron desde el primer día, de ganarse la colaboración voluntaria e interesada de los jefes locales. Todo esto es historia político-social y a pesar de sus grandes lagunas, puede aceptarse como buena.

Mucho más difícil, si no imposible, es aceptar, el que la resistencia abierta de tipo naturalista-religioso —según el autor— de naturaleza económica (p. 85). "Dada su limitada concienciación, la única base ideológica para la protesta era contraponer el poder de los viejos dioses a la nueva religión". Asombrosa explicación a priori, típicamente marxista, perfectamente acientífica, y expuesta a modo de principio evidente, sin prueba alguna. Esta es la explicación que el autor da a las revueltas de tipo religioso de Tamblot (Bohol) y Gapar (Leyte). Naturalmente basta leer la narración de las revueltas que el libro ofrece para darse cuenta de que no hay modo alguno de encontrar fundamentos materialistas en las mismas.

Aunque sería más fácil intentar buscar una justificación económica a la revuelta de Sumuroy (Samar), contra la imposición de trabajos forzados, el tono anticristiano de la rebelión y el modo como ésta se desarrolló, muestra claramente que su principal motivo fue el apegamiento a las formas de vida tradicionales que los colonizadores intentaban modificar.

La rebelión de Dabao, jefe de los "nobos", que se opone al envío de carpinteros a los astilleros de Cavite, está también en la línea de la lucha por las libertades perdidas. Y no parece que se pueda aducir evidencia alguna que apunte a una razón dialéctico materialista.

A pesar de estos y otros incidentes análogas, la segunda mitad del siglo XVII presenta una sociedad ya perfectamente consolidada. Esta consolidación, se explica en el libro como obtenida mediante la colaboración de la principalía, por lo que al pueblo, inculcándole conceptos medievales españoles: el feudalismo y la aristocracia. "Este periodo de intensa explotación de los nativos es el periodo de acelerada consolidación de la principalía... La emergencia de guerra fortaleció las prácticas propias del periodo anterior a la conquista, como el peonaje por deudas y la participación en las cosechas".

Aún aceptando que hubiera —como de hecho hubo— una progresiva estructuración social, la base dialéctico materialista no se encuentra en ningún sitio. La sociedad se enriquece culturalmente; se estructura y en cierto modo jerarquizada pero no por razones de necesaria evolución.

A pesar de ellos el libro continua diciendo que "las masas ganaban educación en la lucha", que iban surgiendo intereses de clase. Expresiones más propias de un discurso político que de un trabajo científico. "Que a veces, cuando no podía tolerarse más la tiranía, surge un nuevo líder en lucha contra la opresión para satisfacer su propia ambición". Esta explicación tan poco patriótica, por otro lado, apunta más a la naturaleza caída del hombre que a la ciega necesidad histórica.

Esta es la explicación que el autor da, por ejemplo, a la revuelta de Maniago, la revuelta pampangueña que nunca fue tal, que se explica en términos de enfeudamiento pampango a los españoles. Lo mismo ocurre con la de Malang en Pangasinan e Ilocos, etc.

La revuelta de Dagohoy en Bohol, es un capítulo aparte. La causa inmediata "fue un problema personal entre Dagohoy y un misionero". El problema típico de un grupo de remontados, unos tres mil, de magnitud, por ejemplo semejante al presente problema de los Salvadores de Negros, que no quieren abandonar sus viejos y legítimos modos de vida, es transformado por el autor en una especie de paradigma de guerra de guerrillas: "la vida en el monte les da cohesión; se organizan en una sociedad igualiataria, se disuelven las viejas relaciones basadas en la propiedad".

Por fin el conocido episodio de Diego Silang, tan poco encajable en el concepto de lucha de clase, incluido su enfeudamiento voluntario a Su Graciosa Majestad Británica. Pero el libro parece ignorar estas realidades y el capítulo termina así: "cada rebelión era un paso adelante en una concienciación política. Cada revolución local, una contribución a la conciencia nacional".

Capítulo VIII. El fin del aislamiento.

Después de lo comentado más arriba, el capítulo VIII dedicado al fin del aislamiento, se muestra como una buena página de historia económica escrita por un buen conocedor del periodo. Al margen de alguna expresión ocasional tendenciosa, su descripción del sistema de las hacienda, la apertura de Filipinas al comercio internacional y la aparición de la nueva burguesía —en la que el mestizaje chino adquirió gran preponderancia— es correcta e ilustrativa.

Capítulo IX. Progreso y protesta.

Después de una explicación sumaria del importante episodio de las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812, —narra el autor la rebelión de Sarrat.

Una vez más, un episodio real, legítimo, probable consecuencia de un real problema local, es elevado a la categoría de paradigma de un nuevo avance social, un nuevo tipo de lucha, si bien todavía insuficientemente concienciado. En estas descripciones abundan las apostillas propagandísticas.

Que un grupo de unos 1.500 buenos hombres de Sarrat, indignados por la usura practicada por algunos de los principales; y defraudados por una mala interpretación de la Constitución de 1812 y su posterior abrogación, tomen la plaza del pueblo y sean finalmente reducidos por las partes afectadas, es un episodio constante en la historia de los pueblos; tan antiguo como la humanidad misma y desde luego menos importante que tantos dolorosos episodios semejantes que saltan con frecuencia a las páginas de los periódicos.

Es también evidente que se da un progreso en la sociedad filipina; un crecimiento en la conciencia de la propia dignidad como ciudadanos entre la población hondamente cristianizada y urbanizada de Ilocos, etc, Pero esto no justifica que en el libro se hable de progreso en la concienciación de su explotación por el élite nativa, así como por sus exigencias de igualdad"; o de que el "levantamiento puso de manifiesto ingeniosos ejemplos de acción de masas" y marcó "una etapa definitiva en las luchas del pueblo", etc.; estas frases parecen a todas luces excesivas.

Aún resulta mas difícil de aceptar la "explicación" dada a los sucesos del "Hermano Pule". Cualquiera que fuera el origen de los resentimientos del buen Apolinario de la Cruz, todas las características de su historia pueden identificarse todavía hoy en innumerables grupos semejantes de tipo religioso-político, como los Salvadores de Negros, a los que he hecho referencia mas arriba, o los seguidores de la Lapiang Malaya en la región tagala. En los últimos años se han registrados masacres por parte de soldados gubernamentales en diversos países. Una historia de alucinados religiosos bien intencionados e ignorantes, no tiene categoría de gran acontecimiento histórico. Es interesante señalar que en este episodio ni siquiera se pretende buscar fundamento económico alguno a lo hechos. Y sin embargo, inmediatamente después se afirma que "había otras indicaciones de descontento popular y que el descontento era fundamentalmente producto del desarrollo económico".

En el periodo que va de 1812 a 1890, se dieron cambios notables en las personas cultivadas. La aparición de una burguesía económicamente fuerte y culta —buena parte de ella educada en las instituciones eclesiásticas— y liberal, como el espíritu de los tiempos y las circunstancias de la metrópoli lo exigían es un hecho de primordial importancia en la historia de la nación filipina. Los ilustrados filipinos, de la segunda mitad del siglo XIX, juegan un papel semejante al de los ilustrados —afrancesados— de fin de siglo XVIII, de España y las naciones sudamericanas. Las ideas llegan tarde a Filipinas, pero llegan. Y el desarrollo de la economía de hacienda y el tráfico internacional, prepara los tipos de hombres a quien esas ideas van destinadas. Conviene resaltar que en el libro se observa una omisión importante: el influjo de la masonería en la transmisión de las nuevas ideas. Es evidente que el "escenario estaba preparado" para la revolución nacionalista burguesa de corte liberal, análoga a la que había tenido lugar en los primeros años del siglo en las colonias americanas, a manos de creoles, mestizos y algunos proletarios educados.

Capítulo X. Revolución y nacionalidad.

El último capítulo de la segunda parte narra hechos bien conocidos por cualquier filipino culto: el movimiento de la Reforma, la Propaganda, la Liga Filipina, el Katipunan y Bonifacio.

Aquí, por tanto, el autor se atiene a los hechos tal como los presenta cualquier libro de historia. Su propia adición queda reducida a la interpretación dialéctica de los acontecimientos. Siguiendo la ortodoxia marxista, toda la historia anterior debe ser interpretada descubriendo un incremento del protagonismo de las masas a través de la tesis, antítesis y síntesis:

a) Los ilustrados contribuyen al desarrollo histórico, aportando el sentido de nación, culto y europeo. Desgraciadamente son la clase dominante y por lo tanto sólo aspiran a una reforma que ponga el poder político en sus manos. Para este proyecto, disponen ya de la base económica adecuada. Los ilustrados son el exponente de una "teoría sin movimiento". Digámoslo en terminología marxista "de una teoría sin una praxis".

b) Todos los movimientos anteriores, de tipo nativista, local, etc., habían sido praxis sin teoría, sin pensamiento. Lo que aporta esta antítesis es la praxis de la opresión de la masa, y la concienciación progresiva de su poder.

c) Finalmente, Bonifacio es la síntesis. El mismo es un mestizo, auto-ilustrado, pero es un hombre del pueblo, de la masa. Bonifacio —dice el autor— "tiene el instinto de la masa".

Naturalmente la Revolución es sólo un paso adelante en el progreso dialéctico. Bonifacio es la síntesis que será transformada en nueva tesis. Sus ideas, dice el autor, "no tenían un contenido ideológico sólido" (es decir, Bonifacio no es marxista). Su gran mérito consistió en acertar ver que "sólo a través de la revolución se puede alcanzar el propósito". En otras palabras, dentro de la tarea de reciclar el pasado, Bonifacio interesa porque, aunque no fue marxista, fue un revolucionario que se apoyó en la acción de masas. No interesa su patriotismo o su espíritu de rebeldía en aras de la justicia, sino el modo como unió la teoría (errónea) con la praxis (errónea también por insuficiente, pero dentro el buen camino de la acción revolucionaria).

Lo que unió a las masas en torno a Bonifacio es, según el autor, "una forma elemental de vaga igualdad". Es decir empezaban a husmear al marxismo. "Bonifacio comprendió la necesaria unión existente entre'anticolonialismo y democracia".

Esta es exactamente la tesis leninista de que el camino al marxismo internacionalista e igualitario tiene que pasar por la lucha anticolonial. Para deducirse de todos estos análisis que el propósito no confesado del libro es estimular a llevar a cabo esta revolución pendiente, alineándose con los países amigos de los pueblos oprimidos en lugar a alinearse con los antiguos opresores. En otras palabras, concluir la lucha contra el fascismo y el colonialismo, por medio de la lucha de clases y la dictadura del proletariado. El nacionalismo se estimula pues, no como un fin intermedio sino como una etapa de transición: una etapa que hay que quemar en aras de la pronta consecución del paraíso en la tierra.

Parte 3ª. UNIÓN Y DESUNIÓN

Los siete capítulos de la tercera parte relatan la historia te los cuarenta y tres años que van desde la revolución del 98 a la segunda guerra mundial. El libro se detiene cautelosamente en 1941 por razones que es fácil comprender: es demasiado arriesgado juzgar con las mismas categorías la historia contemporánea. En realidad no hace falta hacerlo, si se acierta orientar el pensamiento del lector de modo que llegue por sí mismo a las conclusiones deseadas.

Todo el capítulo XVIII va a dar la clave de su pensamiento, de la que será fácil deducir conclusiones prácticas. Por lo tanto, para no tener que averiguar la mente del autor, es mejor atenerse primeramente al análisis de su propia clave de la interpretación de la historia. Paradógicamente el último capítulo,

XVIII: Un pasado utilizable, se titula PRÓLOGO. Es decir, la introducción se pone al final, como la clave de la comprensión de lo expuesto. Queda bien claro que no se trata de una hipótesis deducida de la investigación histórica, sino de un punto de partida a priori o, si se quiere, de un fin inevitable que explica por qué las cosas tenían que suceder necesariamente como han sucedido.

Capítulo XVIII. Un pasado utilizable.

La finalidad del libro es clara. No le interesa conocer el pasado como tal: ese deseo sería una actitud metafísica. El marxista debe pensar sólo para la acción; o mejor aún, la praxis es la garantía de que el pensamiento es correcto. El historiador por tanto, no está interesado en conocer o explicar el pasado sino en transformarlo en material útil, utilizable. Y según el libro, el pasado filipino es utilizable. No sólo el marxismo piensa para actuar; pero el marxismo piensa para actuar una praxis previa dogmáticamente aceptada.

El pasado es útil. ¿Útil para qué? Para "una actuación consciente hacia futuro". Siempre han entendido los historiadores que la historia es maestra de la vida, y que el conocimiento e interpretación del pasado puede arrojar luz en la actuación humana hacia el futuro. Pero cuando la historia se construye sobre categorías marxistas, utilizar el pasado de cara al futuro no quiere decir eso. El marxismo es materialismo dialéctico y cree —con fe filosófica— en la evolución necesaria hacia un futuro igualitario sin clases y sin propiedad. El haber descubierto el fin, le conduce al compromiso consciente en su realización. "Sólo cuando el presente se contempla como una continuación del desarrollo del pasado, como parte de la historia que fluye, es posible conformar el futuro conscientemente".

La diferencia entre los historiadores no marxistas y los marxistas es que entre los primeros cabe defender la libertad humana, de modo que el futuro humano depende de las decisiones libres de los hombres. Pero el marxista está seguro de que el futuro es inevitable (tratándose de la última etapa de la evolución dialéctica de la materia) y por lo tanto lo único que el hombre, no libre, puede hacer, es engancharse al flujo inevitable de la historia.

La noción cristiana de la libertad nos presenta al hombre imagen y semejanza de Dios, como capaz de definirse por sí mismo, desde su interior, en la consecución del bien, y en consecuencia como capaz de optar, dentro de las limitaciones inherentes a su condición humana entre las varias alternativas legítimas. El hombre es así responsable de sus actos. Su natural situación en el mundo, fruto del pecado original, el hombre es capaz también del abuso de su libertad para hacer el mal. La historia de la humanidad, aun estando plenamente en las manos de la Providencia Divina, es una historia abierta a la posibilidad y a la contingencia.

A veces el marxismo habla de libertad, pero entonces el término se torna ambiguo. Libertad para el marxismo es sólo la conciencia de lo inevitable, de lo de terminado y necesario.

Pero la más profunda contradicción del alma marxista se halla en la percepción aguda de que ese estar seguro de la inevitabilidad de la historia, no es el resultado de deducción, menos aún de evidencia alguna, sino de un acto de elección,de una opción: una opción realmente consistente con el rechazo de Dios y de toda la realidad espiritual.

El marxista escoge vitalmente, de un modo comprometido, una visión del mundo totalizante, sin Dios y sin espíritu, y hace de su realización el fin inmanente de su propia existencia animal, creciendo al mismo tiempo en una concienciación del fin elegido.

Su doctrina filosófica es clara: tenemos que aprender cómo funciona la historia, partiendo de mi propia opción, de mis premisas marxistas. A partir de esas premisas el marxismo oficial hizo ya hace mucho tiempo el descubrimiento de este funcionamiento: todas las pasadas alienaciones coloniales han sido encubiertas con diferentes racionalizaciones que se han hecho pasar por liberadoras.

Esto lo dijeron ya de un modo u otro, Hegel, Feuerbach, Marx, Lenin y muchos otros. ¿Qué es pues lo que el Prof. Constantino ha descubierto? Lo que ha descubierto es que manejando cuidadosamente el pasado filipino, es posible hacerle encajar en el esquema dialéctico.

Así, según él, todos los colonialismos —español, americano, japonés— son de base económica y conducen a una alienación de las masas, bajo el pretexto de una liberación: religiosa o democrático-cultural. En realidad, si el esquema fuera cierto debería también poder aplicarse a los musulmanes, y a los malayos que se impusieron a la población autóctona pero estas aplicaciones del mecanismo dialéctico parecen no ser útiles para el autor —o para el futuro progreso dialéctico—, puesto que son ignoradas. Las racionalizaciones liberadoras, dice el autor, se hicieron parte de la conciencia nacional, puesto que los filipinos aceptaron estas alienaciones. Está bien claro que hay que desalienarse: hay que desmontar la superestructura ideológica prestada y esclavizante: religión, educación generalizada, conceptos espirituales o morales...

¿Y cómo se produce esa desalienación, esa liberación? Mediante la lucha. Los filipinos han ido reconquistando poco a poco su conciencia de masa a través de las luchas de emancipación.

¿Cómo progresó el pueblo filipino en su liberación? Dado que durante el periodo de la colonización española, la economía se encontraba en un estado atrasado, las luchas liberadoras fueron de tipo espontáneo y carentes de ideología. Las primeras revoluciones fueron religiosas; de tipo nativista. Después de algún tiempo se produjo la síntesis mediante el "injerto de algunos aspectos de la religión católica en sus antiguos ritos". (sic)

Pronto se manifestó una nueva antítesis: el resentimiento contra los frailes; la lucha por la filipinización de la Iglesia. Esta fue, según

el autor, la fuerza que empujó la revolución de 1896 en la que cristaliza la creciente conciencia de que Filipinas es una nación.

Más tarde se manifestó la antítesis iglesia española-iglesia filipina, acompañada por una nueva antítesis: la lucha de la masa contra la principalía, contra la clase dominante. Aunque muchos de la principalía se erigieron en ocasiones como líderes de las revoluciones contra los colonizadores, ellos acabaron constituyéndose en clase opresora.

Me gustaría hacer un pequeño comentario sobre este tema: Debido al pecado original, junto con una tendencia a la verdad y al bien, coexiste una tendencia al egoísmo. Esta tendencia se ha puesto de manifiesto muchas veces en la historia, por ejemplo en la transformación de cualquier revolución liberadora en una nueva situación de privilegio para los liberadores; es un fenómeno histórico bien conocido: la revolución burguesa, fue hecha en gran parte por la baja aristocracia en nombre del pueblo, pero en beneficio propio; ejemplo típico es el de la Revolución Francesa en la que bajo el grito de igualdad, se mataron infinidad de aristócratas de la sangre sólo para dar paso a otra aristocracia de la inteligencia o del dinero de muy limitada conciencia social: es bien sabido, por ejemplo, que la revolución sólo dio derecho de voto a los ricos. Esta tendencia es todavía más obvia en las revoluciones marxistas, que inevitablemente han dado lugar a una nueva clase, infinitamente más tiránica que la clase burguesa que habían venido a destruir: la clase de los dirigentes del partido o de los tecnócratas ideólogos.

Claro está que según la buena lógica dialéctica, debería haber otra revolución contra el partido totalitario en el poder, pero según la ortodoxia marxista no hace falta: la fase socialista de dictadura del proletariado, se disolverá cuando en algún lugar empieza a disolverse, los tanques rusos se empeñen en evitarlo; ejemplos: Hungría, Checoeslovaquia, Polonia, etc. Pero volvamos a nuestro tema y al pensamiento del autor. En esta doble tensión dialéctica anti-fraile y antiprincipalía, la masa adquirió experiencia política y en ocasiones llegó hasta la rebelión abierta contra su propia clase dirigente.

Es obvio que el estallido de la revolución es el punto crucial de la concienciación que unificó masas e ilustrados. Pero estos últimos tenían intereses de clase que defender y acabaron aliándose con los nuevos colonizadores americanos.

Pronto surgen de nuevo las viejas desigualdades de inquilinos y propietarios. Nuevas organizaciones de masas organizan revueltas esporádicas, mientras que las organizaciones obreras comienzan a proyectar sus propias exigencias. "Así, pronto campesinos y obreros llegarán a la convicción de la necesidad de unirse para alcanzar sus objetivos comunes".

A partir de 1930, no se dan mas movimientos nativistas. (No es cierto, aunque, como es natural, tiendan a desaparecer a consecuencia de la mejor educación del pueblo.) Las que ahora actúan, son asociaciones de clase, organizadas y dirigidas por líderes obreros con mayor sofisticación política. Pero, nos dice el autor, se trata todavía de organizaciones de visión estrecha; sus enemigos eran... los terratenientes; sus objetivos... mejores salarios o la propiedad de las tierras que cultivaban.

Eran gentes bien intencionadas, sin embargo incapaces de darse cuenta de la relación radical entre la situación económica y el estado colonial del país. El enemigo real no es el terrateniente, sino el colonialismo. Pero la segunda guerra mundial confundió a las masas. No supieron luchar: esperaron que les viniera la liberación traída por el neo-colonialismo americano. No conquistaron la independencia: esperaron a que se la regalaran.

En Central Luzon ocurrió algo de verdadera significación histórica para la concienciación de nuestro pueblo. Aparecieron grupos que luchaban al mismo tiempo contra los japoneses y contra sus enemigos de clase locales: los "Huks". Ya estamos muy cerca de la meta final. Estos hombres, sin embargo, no supieron darse cuenta de la necesidad de concienciar a las masas.

Se acabó la guerra. Volvieron los americanos; faltó la unidad entre los oponentes: reaparece la pequeña burguesía (¡y en qué medida!), se vuelven a introducir los valores occidentales.

Sin decirlo, Constantino acaba por decirnos que hay todavía una revolución pendiente que es la definitiva. Deberá ser unitaria, de masas, violenta, anticristiana, antioccidental, antiamericana, antiburguesa... Para que triunfe, hace falta concienciar a las masas...

Si aprendemos de la historia, podremos olvidar el pasado y construir conscientemente el futuro. Pienso que es legítimo concluir lo que el autor no dice por obvias razones, que lo que hay que construir es el comunismo. Así, una vez leído el capítulo XVIII, podemos ahora echar un vistazo rápido a los capítulos que van del XI al XVII.

Capítulo XI. Revolución y compromiso.

Relata el capítulo XI los sucesos que tuvieron lugar desde el comienzo de la Revolución hasta el pacto de Biak-na-Bato. Son sucesos bien conocidos que pueden encontrarse en cualquier libro de historia. El autor no pretende hacer una obra de investigación, ni documentar o aclarar los hechos ya que sigue fielmente su criterio de hacer una historia práctica interpretativa a priori.

El fin del capítulo es claro: Bonifacio es el bueno, que representa a las masas en acción. Aguinaldo y los ilustrados son los malos.

La figura auténtica de Bonifacio se tergiversa. No se encuentra el hombre real detrás de su función de símbolo. Se dice poco de él: Bonifacio es un mero símbolo de las masas. No es fácil averiguar lo que el autor piensa de Bonifacio: no le interesa, a pesar de que le alaba tanto. Pero es muy fácil saber lo que piensa de los ilustrados, sin excepción:

—los ilustrados son gente sin escrúpulos ni principios. "Exhortaron a los caviteños a restringir su admiración por él porque era masón, ateista, ineducado, un empleado cualquiera de una empresa alemana". (p. 176). Le acusaron de haber recibido dinero de los raíles para formar la Katipunan y fomentar entre los filipinos el deseo de luchar en una guerra para la cual carecía de las armas adecuadas". (p.183).

—los ilustrados son traidores a la revolución de las masas. "Tejeros fue el fracaso de la revolución de las masas; fue la victoria de un grupo que quería aprovechar la iniciativa histórica te un pueblo y el ímpetu de la Revolución para sus propio intereses". (p.180).

—se interesan sólo por el dinero (p.189).

—repudian la revolución (p.192).

—son crueles, vengativos, incapaces te lealtad, etc.

En este capítulo, los españoles son también malos; sin embargo, se quedan en un segundo plano sin llamar mucho la atención. No hay ni una palabra de comprensión por un sólo ilustrado. El autor tiene para ellos un rechazo total, ya que en el libro, el autor no se interesa por los malos y buenos, (que son predicamentos metafísicos) las diferencias de opiniones, los motivos principales de la gente, la grandeza o la miseria de individuos. Sólo le interesa mostrar que los ilustrados son burgueses, y por tanto están dispuestos a traicionar a las masas que son puras e incontaminadas cuando haga falta.

Como bien dice el autor al hablar del proceso de Tejeros que acabó en la muerte de Bonifacio (p. 184), "Los historiadores pueden escoger el dedicarse a evaluar los cargos de sedición hechas contra Bonifacio sobre bases de formalismo legal, o a evaluar a los dos protagonistas de la historia, Aguinaldo y Bonifacio en relación a su adhesión a los propósitos revolucionarios: el segundo criterio es el fundamental".

En otras palabras, lo único importante es la opción por la revolución, contra la actitud reformista: es una cuestión de dialéctica. Naturalmente, ello no obsta para que en los capítulos siguientes, como veremos, diga que Bonifacio no sabía por cuál revolución luchaba: lo importante es que escogió la revolución.

Capítulo XII. El segundo golpe.

El autor ataca la versión oficial de la historiografía filipina, de que el grupo de exilados de Hongkong continuó la preparación de la lucha armada. El asegura que sólo las masas continuaron la lucha. Si los de Hongkong volvieron fue tan sólo porque la intervención americana lo hizo posible. Según él, los ilustrados estaban dispuestos a venderse a América, como lo habían hecho antes con España a cuenta de mantener su situación de privilegio (p. 203). "Pronto Aguinaldo revelará que confía en América y en la gente distinguida".

La declaración de independencia en Kawit, el 12 de Junio de 1898, es una mera copia de la declaración de independencia americana, en la que se incluye la cláusula que hace de N. América la protectora natural de la independencia filipina. Además, se establece que, de momento la forma de gobierno será la dictadura.

Los americanos estaban actuando con duplicidad. Se mostraron amigos de los filipinos mientras llegaban las necesarias refuerzos para la anexión de las islas a su naciente imperio colonial. Pero Aguinaldo sigue creyendo en "la palabra de honor de los americanos, inaugurando así una tradición de ingenuidad que será continuada por sucesivas generaciones de líderes filipinos". (p. 210). Por lo demás a Aguinaldo, sólo le interesa rodearse de la "élite".

La revolución la continuó y ganó el pueblo, mientras la élite, en Malolos se dedica a banquetearse (p. 215). El Congreso de Malolos es elitista: propone incluso la unión de la Iglesia y Estado. "Sólo los ilustrados hispanizantes, productos de una educación católica, hubieran podido concebir tal propósito. Mas de acuerdo con el concepto que el pueblo tiene de su revolución era la idea de Mabini de una iglesia nacional filipina". (p. 214). Teniendo en cuenta que Mabini es el ejemplo número uno de ilustrado pero resentido; y que la Iglesia nacional nunca llegó a más de un pequeño porcentaje del pueblo aún en los tiempos americanos de libertad religiosa, se ve claramente que esa lectura de la mente del pueblo hecha por el autor es un puro a priori fruto del deseo personal, y utilizado por fines propagandistas. Lo que se da a entender es que para que la revolución sea verdadera, ha de ser de masas y anticatólica; una auténtica lucha de clases revolucionaria, etc. Con estos presupuestos se descubre maldad en todos y cada uno de los personajes individuales que aparecen en la escena. Sólo se salvan las masas. Los individuos son esencialmente egoístas.

El peor —según el libro— es Aguinaldo, que es convertido en el villano de la historia. Incluso durante su terrible retirada, piensa tan sólo en "viajes a Europa con un presupuesto de un millón de pesos", o en organizar rigodones en los ratos libres (p. 227) en las soledades de Palanan. "Aguinaldo fue un hombre divorciado de las masas que continúan espontáneamente la lucha feroz contra el nuevo invasor..." (p. 238).

Capítulos XIII y XIV. Colaboración y resistencia (I y II).

¿Quién colabora con la opresión? Los ilustrados.

¿Quién lucha y resiste? Las masas.

Esta es la tesis de ambos capítulos. Ciertamente puede haber una gran verdad en todo ello, pero para el autor, no existe ninguna razón de ese actuar de los ilustrados que el egoísmo de clase. Por eso, en el primer capítulo de este título, se dedica a explicar como todos los grandes ilustrados, que provenían en general de antiguas familias españolas o de prominentes colaboradores con los españoles, se acaban pasando a las filas americanas: Arellano, Pardo de Tavera, Benito Legarda, Luzuriaga, Paterno y Buencamino. Se incluye a Tirona y a Trias, los máximos enemigos de Bonifacio a quienes se describe limpiando la botas de un capitán americano y aceptando el puesto de primer gobernador de Cavite respectivamente.

Estos colaboradores permiten mostrar al mundo que el pueblo filipino ha recibido a los americanos con los brazos abiertos (p. 237) y elaborar el mito de que su presencia en las islas es puramente altruista. Citando al presidente McKinley , "todo lo que tenemos que hacer es educar a los filipinos, elevarlos, civilizarlos como semejantes nuestros por los que Cristo ha muerto también".

La presencia de estos ilustrados colaboradores, permitió a los americanos presentar la resistencia de las masas como "una mafia, una simple serie de actos de bandidaje". (p.238). Pronto, los ilustrados organizaron el Partido Federal cuyo objetivo fue la anexión a los EEUU.

El autor juzga, "que el liderazgo de estos hombres no era legítimo; que la historia oficial escrita por los americanos era falsa. Que  el país se vietnamizó. Que las fuerzas de ocupación, muy numerosas, cometieron por muchos años innumerables atrocidades. Se destruyeron pueblos y cosechas. Los generales americanos ordenaron al algún caso: "Matad y quemad. Cuanto más matéis y queméis, más me agradáis". (p. 243). Una sexta parte de la población de Luzón, murió a consecuencia de la pacificación, etc. "Los ilustrados traicionan a las masas. Los americanos mienten y matan. El único punto de luz —junto con la guerra de guerrillas— es la Iglesia Aglipayana Independiente que para el autor —que no tiene ninguna simpatía a religión alguna— es como un reflejo de la aspiración por la independencia". (p.248)

El largo capítulo XIV es la antítesis. Aquí se presenta "al pueblo, sin los ilustrados, contra los americanos". (p. 250). Partiendo de una premisa de hacer histórico, que es al menos pintoresca, el autor dice que !a él le importan poco las batallas. Los pequeños encuentros de las guerrillas con los americanos fueron habitualmente eso: pequeños y no decisivos. Lo que importa es mostrar el soporte de las masas. Aunque los materiales históricos provengan de fuentes enemigas, es posible interpretar las actitudes del pueblo en la guerra de guerrillas. (p. 251).

El capítulo hace interesante lectura por la información que proporciona sobre los dos tipos de guerrillas en los diez primeros años de la ocupación americana. Los antiguos revolucionarios que continúan la guerra por su cuenta: los bulakeños; Sakay y la república tagala, con sus brutalidades que el autor opone a la guerra civilizada de Aguinaldo; las guerrillas de Bicol... Luego, los grupos nativistas a los que sólo incidentalmente puede asociarse con los revolucionarios; el Generalísimo-Hijo de Dios, Rios; Apo Ipay y  su Santa Iglesia; Papa Isio; los pujalanes y Dios-Dios en Samar.

Papa Isio y su revolución de los Babaylanes de Negros, es para el autor, una gran ocasión de gozo. Para el autor, su lucha contra los hacenderos de negros, que tan fácilmente habían aceptado la dominación americana, es como el paradigma de la situación del país: "La élite es oportunista; las masas están dispuestas a morir por la libertad". (p. 271). Pero la causa real de esa alegría es porque el autor ha creído descubrir en esta rebelión un ejemplo aislado de una cierta fundamentación económico-social en la rebelión, entre las mil revueltas locales que proliferaron en el periodo.

Todo esto es una página importante de la historia filipina contemporánea, y sin embargo, es la contradicción más manifiesta del pensamiento del autor. De las tres revoluciones en marcha, una de ellas, la reformista ilustrada se aviene a aceptar la nueva esperanza que ofrece el régimen americano; la otra acentúa la lucha por motivos exclusivamente políticos, pero de raíz popular; la tercera de tipo nativista, es una manifestación tardía pero importante de las formas ancestrales de vida que se resisten a ceder el paso a una nueva era.

Los motivos económicos, si los hay, sólo son importantes en la revolución frustrada de los ilustrados. Sin embargo, el autor con rara habilidad, se las ingenia para deducir una conclusión inesperada, como las antiguas fábulas que llevaban al final una moraleja. La conclusión es la siguiente: el único camino para seguir adelante en la conquista de la libertad es la lucha armada de las masas, bien en forma de guerra abierta, bien en forma de guerra de guerrillas cuando aquella no es posible. Por lo demás el autor mismo dirá unas páginas más tarde, en el capítulo final que lo único importante de esos movimientos, cargados de características místicas y milenaristas reminiscentes de previos levantamientos —desarrollos que el autor llama retrógrados— es que siguieron luchando contra los americanos, que fueron "genuinos vehículos de la expresión del sueño del pueblo por su liberación nacional y su mejoramiento económico".

Con lo primero, —un sueño de emancipación nacional— se puede estar de acuerdo.

Con lo segundo, con la opinión del autor de que los movimientos de tipo nativista eran la "expresión del sueño del pueblo por su mejoramiento económico", no resulta tan fácil estar de acuerdo ya que, por lo general, el motivo económico de esas revueltas está manifiestamente ausente.

Capítulo XV. Avanzada y vedado.

Lo que queda por decir es ya poca cosa. América se ha convertido en un imperio colonial en beneficio de los intereses de su propia burguesía. Este expansionismo se justifica ante la opinión pública por una pretendida superioridad racial; o por la necesidad de ampliar mercados. Esta necesidad de nuevos mercados se acentúa especialmente con la depresión de 1893. Además, el Trust azucarero americano, necesita el azúcar de las islas. Incluso la Iglesia Católica americana está interesada en la anexión para salvaguardar los intereses económicos de la Iglesia Católica. Según el autor, "el Vaticano fue el mayor beneficiado de la anexión". (p.286).

Es verdad que en los Estados Unidos hubo también antianexionistas, pero sería ingenuo pensar que lo fueron por altruismo. Sus motivos era tan egoístas como los de los anexionistas (p. 287). "Está muy claro que los antiimperialistas que se opusieron a la colonización filipina, no eran del mismo tipo de antiimperialismo que anima hoy a los movimientos nacionales de liberación en muchos países subdesarrollados". (El autor explica cual es la naturaleza del movimiento Nacional de Liberación de Mindanao; tampoco el de la ayuda fraterna de la Unión Soviética al invadir Afganistán.)

Los que no querían la anexión, tampoco estaban interesados en la suerte o en la voluntad del pueblo filipino; simplemente estaban defendiendo sus propios intereses, evitando mano de obra asiática barata, o protegiendo su propio azúcar.

Taft quería un gobierno de civiles pero su intención era "patrocinar de este modo más eficazmente el desarrollo de los negocios americanos". Taft ha pasado a la mente de muchos filipinos como el americano bueno que quería que Filipinas fuera para los filipinos, pero esa imagen es falsa (p. 292). En realidad sólo buscaba desarrollar un mercado para productos americanos a base de elevar el nivel de vida y la educación de los filipinos. Si se mejoraron algunas carreteras, fue tan sólo por razones estratégicas o de negocios, y por supuesto fueron pagadas con impuestos obtenidos de los propios filipinos.

Por lo demás, es obvio que el periodo contempló un gran crecimiento industrial y agrícola del país así como una gran penetración de los intereses económicos americanos, y el autor lo demuestra cumplidamente.

Capítulo XVI. Sociedad colonial y política.

Para poder dominar, los americanos necesitaban desnacionalizar. De ello se ocupó el sistema educativo de forma muy eficaz. La educación fue la pieza clave de la dominación americana, así como la imposición del inglés como vehículo de instrucción. No hay nada altruista en el sistema educativo implantado por los americanos. El sistema sólo pretendía la pacificación y asimilación del país

Los becarios enviados a los Estados Unidos —por cierto que sus becas las pagaban los contribuyentes filipinos— volvían luego, americanizados a ocupar posiciones de influencia. No le era posible prosperar, en esa sociedad, a una persona que no hablara y escribiera un correcto inglés. A través del idioma se introdujo la cultura americana y se difundieron los mitos colonialistas; América es una sociedad libre y sin clases, en que todos son iguales y viene a Filipinas, como amiga, a traer educación y democracia.

Para llevar a cabo esa penetración intelectual, los americanos necesitaban ganarse a la élite. Para ello fue necesario dejar intacta, la organización social clasista que dejó España; dejar intacto el caciquismo. El autor llega a afirmar, una vez más, que no puede saberse a ciencia cierta si los nuevos líderes eran oportunistas e hipócritas o simplemente sinceros pero equivocados. Como los partidos políticos carecían de ideología, toda la vida política se reducía a lucha de intereses personales o de lealtades familiares.

Incluso el Presidente Quezon jugó este papel. Sus colectivismos eran tan solo una plataforma política; ni siquiera su independentismo era sincero: fue un simple modo de ganarse votos ya que bien sabía que la independencia no sería posible en bastantes años.

En los EEUU, ni los partidarios ni los enemigos de la independencia eran sinceros tampoco. El Escaparate de la democracia en Asia fue sólo un espejismo. Y esa queda bien de manifiesto, al estudiar lo único sincero y auténtico que ocurrió durante todo el periodo americano: las continuas rebeliones populares.

Capítulo XVII. Décadas turbulentas.

Los movimientos populares son el contrapunto auténtico, aunque más o menos acertado de la actitud de la élite que ha traicionado a su pueblo, por egoísmo personal.

Hubo revueltas de muchos tipos durante estos años. Una serie de movimientos de descontento surgieron a consecuencia del régimen de tenencia de la tierra: de la aparcería. La ocupación indebida y fraudulenta de tierras de los pobres, y el régimen de absentismo de los propietarios, hicieron aún más inhumano el paternalismo que caracterizaba al régimen feudal español. La respuesta fueron una serie de revueltas que tuvieron lugar sobre todo en la zona Central de Luzón.

Hubo además, muchas pequeñas revueltas, ideológicamente confusas, pero que reclaman atención del historiador, porque ponen de manifiesto la capacidad de atracción de las masas de varios líderes populares. Son los varios mesías, los varios colorum de Samar, Nueva Ecija, Pangasinan, etc. En la represión del levantamiento de Tayug el autor se regocija con una nota cómica: el gobierno atribuyó la preparación del movimiento a un agente soviético que se había visto en la localidad, y que luego resultó ser un empleado de una compañía americana.

Vienen más tarde los sindicatos organizados; de inspiración socialista y comunista. En 1930, el Partido Comunista es ya, según el autor, el principal agente de cambio social, y es puesto fuera de la ley. A pesar de ello crece su base y apoyo popular, así como su vibración por la independencia y por la lucha de clases. Figuras como la de Asedillo son ya legendarias.

El Sakdalismo se manifestó también como un poderoso medio de acción política solo frustrada por su líder una vez alcanzó las delicias del poder. El Sakdalismo fue oportunista y fascista, pero era la expresión genuina de la protesta popular, etc. Todo lo demás es muy reciente y sugiere, según el autor, que los tiempos están ya listos para la revolución grande, definitiva. Por tenerlo todo, el autor incluso encuentra una antítesis fascista. (Es realmente increíble verlo escrito.) Según él la antítesis está representada por D. Andrés Soriano, "jefe falangista de Manila" en colaboración con el General Franco y otros partidarios suyos como los dominicos y con apoyo del Vaticano... Para defenderse de la amenaza falangista surgirá el Frente Popular. Así llegamos a la Guerra Mundial en la que todas las fuerzas han de unirse para luchar contra el enemigo común: el fascismo.

VALORACIÓN CIENTÍFICA Y DOCTRINAL

El libro del Profesor Constantino no puede en rigor calificarse de obra científica o de investigación. Puede sin embargo parecerlo, sobre todo a los estudiantes universitarios de primeros cursos, a quienes va dirigida, ávidos de leer y oír cosas buenas sobre su país escritas por filipinos. Ávidos también de cambio y en cierto modo condicionados a buscar un chivo expiatorio que explique el subdesarrollo.

En realidad el libro dice muy poco de bueno del pueblo filipino. Lo único que se alaba es su espíritu revolucionario, realmente muy moderado cuando se le compara con el de otros pueblos.

La alabanza de lo filipino viene siempre de rechazo, como resultado de denigrar sistemáticamente, sin matices, todo lo no filipino (español, chino, americano, o japonés). Se ataca también todo lo filipino que acepta, aun modificando las con su genio propio, formas culturales importadas (religiosas, socioeconómicas, etc.).

Sin embargo, el autor no concluye de ahí que sea necesaria una vuelta al nativismo al que califica de ingenuo y primitivo: ahistórico. El resultado es una permanente incitación a la lucha de las masas filipinas por desterrar las aportaciones culturales tomadas del mundo occidental y substituirlas por los valores propios del materialismo dialéctico.

Fuentes:

Tiene el libro un cierto aparato bibliográfico. Unas seiscientas o más citas, cosa poco normal en la producción local. La bibliografía que el autor utiliza es la que corresponde a lo que el autor es: un profesor universitario que conoce su oficio. Pero la valoración y selección de fuentes está dañada en origen por el prejuicio marxista; está hecha no con criterios científicos sino propagandísticos.

Concretamente en lo que se refiere a las fuentes utilizadas para enjuiciar la historia española y las instituciones coloniales, las fuentes son en general de tercera categoría; algunas obtenidas de obras de interés general; pocas son fuentes serias propias de especialistas.

En relación con la acción y la presencia de la Iglesia en Filipinas, la selección es decididamente sectaria. Teniendo a su alcance una abundante colección de fuentes primarias, utiliza casi siempre fuentes secundarias e interpretativas; una buena parte provienen de apasionados revolucionarios que enjuician un pasado que apenas conocen; otra parte proviene de reportajes de periodistas americanos de la primera era americana, más interesados en desprestigiar el régimen español con el fin de justificar su presencia, que de autenticar los hechos sobre los que hablan.

La bibliografía sobre la historia de la Iglesia en Filipinas ha aumentado mucho en los últimos años, y resulta incomprensible que un historiador serio la ignore.

¿Historia o propaganda?:

Pero en realidad, ¿ha intentado el autor escribir historia? Según su propia confesión, su propósito ha sido utilizarla. Al historiador marxista, no le interesan los hechos sino su utilidad para la causa revolucionaria. El autor se siente satisfecho de haber podido encajar —aun con grandes dificultades— las líneas maestras de la historia nacional en un esquema marxista, si bien para ello haya debido distorsionar sistemáticamente los hechos. En realidad, desde la óptica marxista, cualquier situación histórica, económica o social ha de interpretarse siempre desde el mismo esquema rígido y apriorístico en que no hay ni un resquicio dejado para la libertad humana. El autor no lo niega, y en el prólogo (sic) con el que cierra el libro, da una visión finalista de la historia que ya estaba escrita, y que puede ser utilizada en el quehacer revolucionario. Para el marxismo el esquema de la lucha de clases por motivos económicos, es universalmente válido. La realidad se resuelve siempre en actividad material sensible que fluye históricamente a través de un proceso dialéctico. Cualquier situación puede justificarse a partir de ese esquema.

No hay por lo tanto en el libro del Prof. Constantino, búsqueda ni hallazgo, solo concienciación. Su pensamiento ya estaba allí. De la lectura del libro se obtiene la impresión de que se están distorsionando los hechos para que encajen en una interpretación radicalizada. La acumulación de contradicciones, falsas interpretaciones; olvidos, distorsiones y ausencias es muy grande. Muchas páginas del libro no podrían sufrir una crítica histórica seria.

Sin embargo desde el punto de la consistencia marxista-leninista el libro resulta casi admirable.

1) Digo marxista-leninista, porque, como es bien sabido, el pensamiento marxista es universalista, y no queda en él lugar para sentimentalismos patrióticos.

Fue Lenin quien amplió la base teórica, haciendo ver que la lucha de clases pasaba por la lucha de naciones pobres—naciones ricas en abierta oposición con el pensamiento de Marx, para quien la revolución sólo podía tener lugar en los países industrializados, donde las contradicciones adquirían su completo desarrollo, necesario para el triunfo revolucionario.

Para provocar la lucha entre naciones pobres y naciones ricas, era preciso despertar primero el sentimiento de opresión colonialista, y éste parece ser el objeto del libro que estamos revisando. Bien sabido que últimamente, una vez asegurada la conquista del poder, el Partido se las arreglará para desarraigar esos sentimientos patrióticos, tan opuestos a la verdadera fraternidad de todos los proletarios, guiados por la antorcha luminosa de la URSS.

2) El autor se ocupa de denigrar constantemente la Iglesia y su esfuerzo evangelizador, lo que es lógico en un marxista para quien la religión es el opio del pueblo.

Ni siquiera la más admirable labor social se salva. El autor se siente investido de autoridad para encontrar intenciones bastardas detrás de los hechos aparentemente más magnánimos y desinteresados. Cuando se habla de la acción de la Iglesia, se la explica siempre con razones puramente económicas; lo religioso es sólo un modo de dominación, de alienación, que retrasó la madurez de las masas filipinas; e incluso la más apasionada defensa de la población natural contra las autoridades españolas, se explica como un deseo de supremacía monástica frente a los poderes civiles, es decir, a un conflicto de intereses.

Se omite sistemáticamente el mencionar la enorme labor civilizadora, educadora, y paradógicamente, incluso científica y técnica realizada por los religiosos misioneros. Durante cuatrocientos años, los misioneros —los frailes— introdujeron cultivos y técnicas, agrícolas e industriales, enseñaron nuevas formas de construcción, desarrollaron la sanidad y los hospitales, impulsaron innumerables obras públicas. De todo esto apenas si se hace mención, cosa especialmente paradógica en un autor que se profesa materialista.

3) Cualquiera que haya sido la actuación de españoles, americanos, e incluso del mestizaje chino, es sistemáticamente denigrada. Desde este punto de vista la impresión general producida por la lectura del libro es racista; para desprestigiar lo no malayo. A veces se emplea en el libro la interpretación de intenciones.

En realidad, al autor, —bien se ve— que poco le importan los extranjeros; lo que de verdad le importa es el proceso revolucionario.

Esta actitud suya, que puede aparecer en algún momento como fervor patriótico desmedido, como algo muy a tono con el nacionalismo ingénuo prevalente en muchas naciones jóvenes, no es sin embargo, sino una llamada a la revolución. Algo así como si dijera: lo que hemos hecho con los extranjeros, podemos hacerlo con nuestra propia burguesía. Lo que el autor glorifica no es la independencia sino la revolución como instrumento de devenir histórico.

4) En realidad la mirada atrás que todo libro de historia supone, está aquí hecha con el propósito claro de justificar su extrapolación hacia el futuro: su previsión científica del triunfo inevitable e inminente del proletariado, por medio de la revolución que ya está en marcha.

Por ello se buscan constantemente oposiciones, contradicciones de base económica materialista. Cuando se encuentran, y ciertamente no faltan, se exageran, radicalizan y se reducen a lo puramente económico, ignorando siempre la complejidad de los conflictos humanos. Su esfuerzo es a veces circense; tales son las piruetas que ha de dar para encajar los hechos dentro de su esquema.

Cuando no las encuentra, es decir, cuando se enfrenta con fenómenos de índole cultural, política o religiosa, por ejemplo, que no son susceptibles de encasillamiento, simplemente los ignora.

5) En un país como el nuestro, el surgir del proletariado es un fenómeno reciente. Sin embargo, el autor insiste en pintarnos al pueblo filipino durante su historia como un pueblo de proletarios, dotado de mente revolucionaria, si bien confusa, por falta del necesario desarrollo técnico y económico. Nuestras gentes sencillas, que se aíran porque sus costumbres tradicionales no son respetadas, porque se les imponen nuevos impuestos o simplemente porque se les trata injustamente, parecen, en el retrato del autor, como reencarnaciones de Lenin a los que sólo les falta un poco más de adoctrinamiento.

6) Esta identificación —pueblo igual a proletariado revolucionario— le obliga a pintar como malos —egoístas— no sólo a los extranjeros, sino a todo el patriciado filipino; los hombres de la política o de la cultura, los héroes nacionales, son no sólo desmitificados, sino vilipendiados. Uno de los pocos que se salva de la quema es Andrés Bonifacio.

Pero aún en este caso es fácil ver, con una lectura atenta, que la única razón de la glorificación de Bonifacio sobre los demás patriotas es que solo él parece decidido a llevar la lucha armada sin condiciones hasta el final, como instrumento de liberación. De Bonifacio se viene a decir que no sabía por qué luchaba, pero que luchaba hasta el final; lo que interesa de él, no es la realidad sino su capacidad de ser transformado en símbolo.

Valor propagandista del libro:

Lo que de verdad tiene el libro es valor propagandístico, especialmente sobre el público al que está dirigido, que son los estudiantes universitarios. El libro está bien escrito: es ágil, legible y entretenido.

Hay que hacer constar sin embargo, el uso casi constante de calificativos —despectivos o admirativos según su simple división del mundo en buenos y malos— que no es propio de una obra de historia. Es un libro de juicios —mejor aún de prejuicios— más que de hechos o de interpretaciones de hechos. La interpretación es siempre a priori. Tampoco puede calificarse de ensayo, aunque hubiera podido serlo. En realidad es un libro de propaganda, lleno de carga emocional, ya que apela a un público joven, fácilmente capturable a propósito.

Apela a sentimientos patrióticos, mejor dicho anti-no-filipinos, si bien esos resentimientos son tan sólo un vehículo para depositar. un sedimento de ideas marxistas, sin mencionar su condición de tales.

El libro está hecho de antis, convenientemente orientadas hacia la revolución pendiente y a su juicio lista para la cosecha.

Dada la situación política actual del país, el autor no puede manifestarse claramente marxista; quizás en condiciones diferentes no lo hubiera hecho así. Las circunstancias han movido al autor a ocultar la raíz marxista de su pensamiento (simplemente no lo menciona). Este motivo da a la obra una mayor peligrosidad en manos de un público juvenil poco formado y críticamente indefenso.

Podríamos resumir la crítica del libro diciendo que:

a) La obra se basa en un modelo "apriorístico" en el que se intenta encorsetar la historia filipina.

b) Los hechos se simplifican de acuerdo con las categorías marxistas para hacerlos mas fácilmente consistentes con el modelo histórico previo.

c) El tratamiento de la Iglesia es históricamente falso: extrapolaciones, falacias, falta de pruebas documentales, en las afirmaciones.

d) El nacionalismo es sólo un envoltorio de la revolución marxista. El lenguaje propagandístico del libro no intenta convencer a la inteligencia sino remover los impulsos elementales: deseo de encontrar un culpable en una situación difícil, rechazo de Dios, odio personal...

e) El "moralismo" del libro: división en buenos y malos, no es lo que corresponde a lo aceptado normalmente: son buenos los que cooperan con la revolución marxista; malos los que no lo hacen. No hay que dejarse engañar por este ropaje moral.

De la lectura del libro, se obtiene la impresión de que lo que hay que hacer es poner en práctica una revolución comunista.

 

                                                                                                               J.P.U. (1982)

 

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