BUTLER, Judith
Gender
Trouble. Feminism and the Subversion of Identity
I. LA AUTORA
Esta filósofa es una de
las principales representantes del pensamiento feminista en EEUU. Se comprueba
su influencia al examinar las producciones feministas de los últimos años.
Judith Butler comenta y critica los principales escritos del feminismo que se
editan; se concede gran publicidad a sus frecuentes publicaciones; además, en
los estudios del género, las tesis de esta pensadora figuran entre las
de los autores más destacados, representando la vanguardia.
Cuando se publica Gender
Trouble, Judith Butler trabaja como profesora de Humanidades en John's
Hopkins University. Actualmente desempeña el cargo de profesora chancellor
en el Departamento de Retórica y Literatura Comparada en la Universidad de
California, en Berkeley. Sus obras más conocidas muestran el itinerario de su
investigación: Subjects of Desire: Hegelian Reflections in Twentieth-Century
France (New York, Columbia University Press 1987); Bodies that Matter. On the Discursive Limits of Sex (New York, Routledge 1994); Excitable
Speech. A Politics of Performative (New York, Routledge 1997); The
Psychic Life and Power; Theories in Subjection (Standford, Standford
University Press 1997).
II.
CONTEXTO CULTURAL DE GENDER TROUBLE
Entender la argumentación
que sigue J. Butler en este libro supone previamente responder a dos
cuestiones: ¿por qué pensar sobre el género?, y ¿cómo pensar sobre el género?
La respuesta a la primera pregunta nos introduce en la historia del feminismo,
la segunda nos conduce a la historia de la filosofía contemporánea. Ambas
historias se entrecruzan en “Gender Trouble”.
Dejando al margen las etapas
del feminismo como movimiento social de promoción y/o de liberación de la
mujer, sí cabe destacar que a partir de la década de los sesenta y
especialmente en los setenta, muchas feministas comienzan a constituir lo que
se llama los “Women's Studies”, es decir, grupos de investigación acerca
del tema "mujer" en el seno de las Universidades. Predomina en estas
iniciativas la perspectiva del feminismo radical. La fuente de inspiración es “Le
deuxième sex” (1949) de Simone de Beauvoir, que continúa siendo punto de
referencia obligado en cualquier teoría acerca de la cuestión de la feminidad.
De este modo, no es de extrañar que en “Gender Trouble” se le dedique un
buen número de páginas. A finales de los setenta los “Women's Studies”
se convertirán en “Gender's Studies”. El motivo de la transformación se
entrevé en el discurso que ofrece esta obra de J. Butler. Se insiste en la
distinción "sex-gender": la noción de sexo responde a la
dimensión biológica, mientras que la de género es fruto de la cultura y la
educación. El sexo de la mujer se establece por una serie de rasgos biológico-corporales;
las atribuciones propias que se le asignan a la mujer, dando forma al sexo,
constituyen el “gender” femenino. El siguiente paso del estudio, una vez
establecida la escisión "sex-gender", consiste en averiguar
cómo se forja el género y quiénes lo desarrollan. El propósito es claro: si se
conocen las leyes de formación del género y el género femenino sufre la
discriminación, para liberarlo, habría que destruir esas normas que lo han deformado.
En el conjunto de
representantes feministas que abordan el tema del género sobresale un grupo de
autoras francesas en la década de los ochenta. Han tenido más repercusión en
EEUU que en Europa. Constituyen una corriente de pensamiento que se ha llamado feminismo
postmoderno. Luce Irigaray y Julia Kristeva son sus representantes más
conocidas. La peculiaridad de esta vertiente feminista se aprecia por su empeño
en criticar la crítica que ha elaborado el feminismo tradicional. Judith
Butler utiliza este método, y alza una crítica de la crítica que elaboran
varios autores entre los que se encuentran estas autoras francesas. A esto hay
que añadir que, del eclecticismo que ofrece el pensamiento postmoderno, Butler
acoge la línea del postestructuralismo, uno de los caminos que ha
seguido la filosofía contemporánea. Pretende acoger el método de Michel
Foucault, quien aplica el método del estructuralismo a la literatura y a la
antropología. También cita y se refiere a las aplicaciones estructuralistas de
Claude Levi-Strauss (en etnología), Louis Althusser (en el marxismo) y Jacques
Lacan (en el psicoanálisis).
Por último, no se puede
pasar por alto, para comprender esta obra, otro de los fenómenos sociales que
dependen en parte de algunos planteamientos del feminismo: se trata de la
defensa del lesbianismo. Este intento de justificación comienza a nivel
académico con el desarrollo de los “Women's Studies”.
III.
CONTENIDO
“Gender Trouble” se compone de un prefacio, tres capítulos y
una conclusión. En el prefacio se expone: el objetivo de la investigación, un
breve resumen de cada capítulo, y las personas e instituciones que han
colaborado o han servido para el estudio. A lo largo de las partes en las que
se estructura la obra, Butler consigue desarrollar la argumentación que nos
propone desde el principio. A medida que se recorren las páginas aumenta la
complicación del análisis como se aprecia al comprobar la mayor amplitud del
capítulo tercero respecto del segundo y de éste respecto del primero.
El enfoque es
predominantemente filosófico. El estudio es complejo, no sólo por la temática
sino por el método y estilo de exposición de la autora. Las tesis se presentan
mediante una sucesión de trabajos de diferentes pensadores que se van oponiendo
entre sí. Judith Butler intercala sus comentarios de forma que, en numerosas
ocasiones, se pierde con facilidad el tema central que intenta desarrollar, y
el lector no puede discernir qué opinión corresponde a los diversos
participantes en la discusión. Este modo de proceder es coherente con el
objetivo que se propone: hacer crítica de la crítica con cierta
mentalidad dialéctica. Otro de los recursos continuos de la argumentación
consiste en tormentas de preguntas que componen párrafos enteros,
cuestiones interesantes en muchos casos, que quedan sin responder.
Es una obra que para
alcanzar su sentido requiere conocimientos previos de los autores que se citan,
y de la evolución que la teoría feminista ha seguido. El interés de estas
páginas no se restringe al ámbito del feminismo: el tema del género
afecta a la sociedad entera y en concreto repercute en la problemática que se
presenta en los movimientos reivindicativos de la homosexualidad, así como a
algunos planteamientos actuales acerca de formas de vida que se pretenden
equiparar a la familia.
El primer capítulo (sexo/género/deseo)
expone en qué consiste el problema del género. El segundo (prohibición,
psicoanálisis, y la producción de la matriz heterosexual) explica los modos por
los que se va legitimando unas formas concretas de expresar el género. El
tercero (actos corporales subversivos), referido a la relación entre cuerpo y género,
concentra las tesis de Judith Butler. En los tres capítulos se reiteran expresa
o implícitamente una serie de ideas que vamos a destacar a continuación
agrupándolas por temas.
1. Feminismo: El
feminismo ha presentado siempre el problema de definir qué es ser mujer. En un
ámbito práctico busca qué posibilidades tiene la mujer en la política para
adquirir más poder y lograr las reformas postuladas. Sin embargo, si el
feminismo persigue unas metas está presuponiendo una concepción sobre la mujer
que no posee de modo claro. Todo poder jurídico y político transforma al que
representa en lo que reclama. No es suficiente solicitar que la mujer esté más
presente en la política. La teoría feminista debería entender cómo la categoría
de mujer es producida por las mismas estructuras de poder mediante las cuales
se reivindica la emancipación. Se está presuponiendo una identidad concreta de la
mujer que no existe, por eso las feministas son rechazadas por amplios grupos
de mujeres.
El feminismo tiene que
examinar su propia legitimidad y para ello tiene que volver a pensar las construcciones
de identidad que se están realizando para la representatividad política.
Mediante el lenguaje o el método empleados, el feminismo ha reproducido los
mecanismos implícitos con los que se ha considerado erróneamente a la mujer. Un
ejemplo de este tipo de argumentaciones se puede observar en la tesis de Simone
de Beauvoir. La complejidad del tema requiere un discurso interdisciplinar y
postdisciplinar para radicalizar la teoría feminista.
2. Género: Una de
las dimensiones más importantes de la identidad es la del género. No existe
la mujer como sexo o la mujer como categoría sexual. Simone de Beauvoir, Julia
Kristeva, Luce Irigaray, Michel Foucault, Monique Witting, etc., argumentan que
el sexo es una ficción. Afirmar que el sexo es una categoría atribuida por la
biología, y el género es otra categoría asignada por la cultura, supone un acto
de interpretación cultural. El género es el medio discursivo-cultural por el
que la naturaleza sexuada o el sexo naturalizado es producido y establecido
como prediscursivo, anterior a la cultura.
La continuidad y
coherencia de una persona que apreciamos como su identidad responde a normas de
inteligibilidad instituidas y mantenidas socialmente especialmente mediante el
lenguaje, el discurso. La identidad se compone de los conceptos de sexo, género,
y sexualidad. Cuando hay personas que no se conforman con la identidad
asignada, ésta se pone en cuestión e implícitamente se ponen en duda las normas
de inteligibilidad establecidas. Las normas que existen procuran mantener la
continuidad entre sexo biológico, género constituido culturalmente, y la
expresión o efecto de ambos en la manifestación del deseo sexual a través del
ejercicio de la sexualidad.
El género no es,
sino que se va haciendo y se va dando un significado. El género no es ni
verdadero ni falso sino sólo producido como un verdadero efecto de un discurso
o primera y estable identidad. No hay una esencia que el género exprese,
ni un objeto ideal al que aspire. El género es una construcción que
generalmente oculta su génesis. Existe un acuerdo colectivo para desarrollar,
producir y sostener géneros polares como ficciones[1]. El género
—según la autora— no debería ser constituido como una identidad estable o un
lugar del que provengan diferentes actos propios. Es más bien una identidad
constituida en el tiempo que se expresa por una serie reiterativa de actos
discontinuos. El efecto del “gender” como fuente de actos, es la
estilización del cuerpo mediante gestos y movimientos que hacen surgir la
ilusión de un yo de un género. El género es una constitución sociotemporal, la
apariencia de ser algo concreto es una de sus construcciones.
3. Lenguaje, cultura y
sociedad: Las categorías de sexo y género han sido configuradas como
efectos de una forma de poder. Para descubrirlo se requiere un método. Se acude
al método genealógico de Foucault por el que es posible determinar cómo los
poderes políticos designan como origen o causa de situaciones que les
convienen, identidades concretas. Estas identidades son de hecho efecto de
instituciones, prácticas y discursos que tienen diferentes génesis. En el caso
del género, hay dos prácticas e instituciones que han fijado el
contenido de la identidad femenina: el falogocentrismo y la heterosexualidad
obligatoria[2].
Judith Butler acude a la
teoría sobre la prohibición del incesto de Levi-Strauss, sobre la melancolía de
Freud, y sobre la del falogocentrismo de Lacan. Describen los modos en los que
los individuos desarrollan su identidad. Especialmente puntualizan la formación
de una parte de esa identidad: la de pertenencia a un género. Aunque
cada uno de estos autores mantiene una teoría propia coinciden en postular que
los sujetos se identifican como varones o como mujeres o como homosexuales
según las presiones ejercidas por la estructura social, cultural, destacándose
las impresiones de las relaciones familiares. Judith Butler critica algunas
fases de sus respectivos razonamientos pero admite que la identidad se
establece por estructuras de significación impuestas. Ser de un género o de
otro es una ilusión o ficción. Las sanciones y tabúes determinan lo masculino y
lo femenino de la identidad.
Foucault es su principal
fuente para explicar cómo llega a constituirse un “gender”. Supone un proceso
complejo que consiste en una naturalización que a su vez requiere la diferenciación
de placeres y partes corporales según las bases de significación del género.
La normativa ideal de un cuerpo específico según el género asigna el
placer a diferentes partes sexuales. El principal instrumento para establecer
este control es el lenguaje. El lenguaje construye la categoría de sexo. La
unívoca construcción del sexo es producida al servicio de una regulación social
que controla la sexualidad. Unifica artificialmente una variedad de funciones
sexuales, no reales, mediante el discurso que traduce inteligible toda
sensación, placer y deseo como específicos sexualmente. La sexualidad es una
compleja historia de discurso y poder que produce el sexo como estrategia que
perpetúa las relaciones de poder. Los estudios biológicos son una muestra de
esa clase de lenguaje que reproduce la sedimentación cultural de ese ejercicio
del poder. La ontología es creada socialmente.
La sexualidad pertenece a
la realidad constituida discursivamente. Hay una ontología presocial que la
explica: la constitución del discurso en sí mismo. El lenguaje es un conjunto
de actos de habla que al repetirse configuran los hechos, su forma de
percibirlos. La diferenciación de sexos se produce mediante nombres que se
practican colectivamente creando la apariencia de división natural de varón y
mujer. La categoría de sexo es un nombre que esclaviza. Los conceptos, las
categorías, el lenguaje hacen violencia al cuerpo que reclaman organizar e
interpretar. Se crea la ilusión de un principio interno que se identifica con
un género pero se trata de una ficción discursivamente mantenida por el
propósito de regular la sexualidad en la estructura obligatoria de la
heterosexualidad reproductiva. Los sujetos culturalmente inteligibles son el
resultado de un discurso que inserta en sí mismo actos significativos según un
sistema de reglas. Cuando el sujeto es dicho para ser constituido es
consecuencia de reglas gobernantes de los discursos que ordenan la inteligible
identidad[3]. El
sujeto no es determinado por las reglas a través de las cuales es generado porque
la significación no es un acto de fundación sino un proceso regulado de
repetición. Si las reglas que regulan la significación permiten una alternativa
de inteligibilidad cultural, se abren nuevas posibilidades para el género
que está inmerso en el rígido código de estructuras binarias jerárquicas[4].
4. La homosexualidad:
La argumentación de los apartados precedentes y especialmente del anterior
adelanta la idea que tiene la autora sobre este tema. En principio se podría
entender que Judith Butler admite como un género más la condición homosexual.
Acude a los postulados de algunas feministas como Joan Rivière y Julia Kristeva
y destaca la tesis de Monique Witting. Se repite la siguiente afirmación: la
homosexualidad se ha rechazado como un tabú por la pretensión de imponer
culturalmente la heterosexualidad obligatoria desde el patriarcado[5].
Critica las teorías feministas que sostienen la superioridad del lesbianismo
—como es el caso de Kristeva— porque reproducen en el fondo los mismos
criterios por los que se establece la superioridad de la heterosexualidad.
Butler resulta más partidaria de la teoría de Witting, aunque también censura
algunas de sus tesis. Monique Witting considera que la lesbiana no es ni hombre
ni mujer sino que trasciende la heterosexualidad. Si el lesbianismo supone la
repulsa de las categorías del sexo, eso mismo muestra la constitución cultural
contingente de estas categorías y la tácita presunción de la matriz
heterosexual. Uno no nace mujer, se hace, pero puede elegir no ser ni hombre ni
mujer; el lesbianismo es un tercer género. Butler da un paso más
extremo: no tiene sentido hablar de mujer, varón, gay o lesbiana. Puede haber
tantos “gender” como posibilidades culturales se ofrezcan.
IV.
VALORACIÓN DOCTRINAL
La autora plantea una
serie de cuestiones interesantes sobre el feminismo mediante el procedimiento
de criticar a la crítica feminista. Sus interminables interrogantes se dirigen
a los puntos más débiles del feminismo radical que es objeto de su estudio. Se
repite el fenómeno que observamos en el pensamiento postmoderno: desvela la
contradicción de las ideas precedentes al desarrollarlas hasta sus últimas consecuencias,
así como la contradicción con sus diversos puntos de partida. De esta forma,
Judith Butler descubre la propia contradicción de las argumentaciones de los
autores que hemos mencionado. Junto a este acierto, en las distintas teorías
que se exponen en este libro, se repite un error: su alternativa al argumento
criticado consiste en conducir las tesis a una postura todavía más extrema, que
en el fondo arranca de la misma fuente que origina las afirmaciones que
pretende rebatir. No las supera. La crítica de la crítica sostenida en
parecidos presupuestos apenas aporta una solución constructiva a los problemas
planteados. Nos sirve de ejemplo su advertencia a la política feminista. Como
ella afirma, el feminismo ha perseguido unas metas teniendo como ideal un
modelo de mujer preconcebido. Hay que tener una actitud crítica y juzgar en qué
consiste este modelo. Si no es aceptable cabe proponer otro pero para que no
resulte errado, como el que es objeto de crítica, quizá haya que reorientar los
presupuestos que se asumen. J. Butler no sigue esta vía sino que aceptando que
toda lucha política conlleva la construcción del ideal que se persigue, la solución
es construirlo cada vez según las posibilidades culturales o establecer que no
existe tal modelo. Parece inclinarse por esta segunda vía: el género no
es nada y es lo que se va diciendo, diciéndose se hace. Lo que desalienta es
que no se dice nada, este camino intelectual se dirige hacia el nihilismo.
El tema tratado se podría
encuadrar dentro de la filosofía en el campo de la antropología. La idea de ser
humano que subyace en “Gender Trouble” es incompatible con la concepción
cristiana tanto por las afirmaciones explícitas que se mantienen como por la
ausencia de dimensiones a las que habría que apelar para aportar una idea del
ser humano completo.
Lo discutible no es
únicamente la definición de feminidad que se aporta, sino la concepción de ser
humano. Bajo su punto de vista el sujeto se hace según las leyes del lenguaje,
de la cultura y de la sociedad. Estas normas, en continua actividad, parecen
poseer automovimiento. A su vez, no se habla de su vinculación con seres
humanos concretos sino con estructuras sociales. Da la impresión de que las
personas viven bajo la influencia casi total de esas fuerzas. No se menciona
apenas la libertad personal excepto cuando se plantea que un sujeto puede
querer elegir la homosexualidad contradiciendo las leyes culturales habituales.
Aunque se estima necesario el cambio de estas leyes, se ofrece esta posibilidad
como algo que pertenece a la cultura y al sistema organizativo de las normas, y
permanece en nebulosa que son los propios individuos quienes las pueden variar.
Critica la dicotomía
cartesiana entre cuerpo y espíritu denunciando que al cuerpo no se le haya dado
la relevancia oportuna. Como alternativa, su explicación arrastra el mismo
problema. Apenas otorga entidad al cuerpo porque su significado va a seguir
dependiendo de lo que la razón dicte. El cuerpo tampoco es natural: no hay
naturaleza humana, no hay ontología en el sentido de realidad. Esta es otra de
las afirmaciones reiteradas: todo lo que nos parece real es una ficción del
lenguaje. De fondo, se mantiene una especie de ontología dialéctica.
Si apenas se puede decir
qué es la persona humana tampoco se puede decir qué es la sexualidad. El “gender”
no es nada sino pura construcción cultural. Vaciada la realidad de su propio
ser se llena de lenguaje. Se supravalora el lenguaje y la cultura. Los
argumentos estructuralistas se reiteran aunque la autora se declare postestructuralista.
El ser humano no explica el lenguaje sino que es el lenguaje el que explica al ser
humano. El sujeto se hace, se va haciendo, pero no se sabe hacia dónde va. No
se deja lugar a la trascendencia.
Las relaciones sociales y
especialmente las familiares están contempladas de una forma muy reductiva, como
relaciones de influencia y poder. Se enfoca el estudio de la sexualidad desde
una psicología enfermiza. Permanece una consideración muy narcisista de los
individuos, que sólo viven para sí mismos y ven a los otros como alguien que
quiere imponer su poder. Las relaciones sociales, y en general la dimensión
social del hombre no se tiene en consideración y si se hace es bajo el prisma
de la sospecha y la amenaza.
Esta argumentación hace
perder el sentido de la realidad, manipulándola por completo. El análisis
ofrecido transcurre en términos excesivamente abstractos e irreales. En este
punto Butler puede ser coherente con su discurso: todo es ficción. El
pensamiento se mantiene en una pura dialéctica que avanza a base de oponerse
pero que no conduce a nada. Abundar en la obra un escepticismo profundo. El género
acaba siendo una forma de hablar. Todo esto contradice la experiencia corriente
de las personas. La crítica de la crítica se puede criticar con la misma
crítica hasta llegar al absurdo.
Como se ha dicho, no hay
en el planteamiento antropológico de la autora un mínimo atisbo de trascendencia.
Encontramos dos comentarios aislados acerca de la religión. En uno de ellos se
refiere a la noción de Dios, a la relación de Dios con las criaturas en el
Antiguo Testamento tal y como la expone Lacan al definir lo simbólico[6].
Butler plantea objeciones a la tesis de Lacan. La otra alusión a la dimensión
religiosa consiste en vincular la distinción cuerpo-espíritu, entendiendo que
el cuerpo es algo subordinado, a una teoría que llama cartesiana y cristiana[7]. No
manifiesta un enfrentamiento explícito con la fe, aunque estas referencias
muestran una interpretación errónea de la misma: más bien hay una ausencia
total de trascendencia.
La exposición de las
tesis de los autores acerca de la sexualidad puede resultar, en algunas
páginas, inconveniente, aunque se mantiene en un tono abstracto. Exploran la
sexualidad de una forma fuertemente reductiva, identificándola casi
exclusivamente con el placer. Esta perspectiva resulta especialmente distorsionada
al describir el fenómeno de la homosexualidad.
A.B. (1998)
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[1] Judith Butler se refiere a los autores que cita en esta obra. Afirman que la sexualidad es una ficción y la explican contraponiendo siempre masculinidad y feminidad; se trata de dos polos opuestos.
[2] La autora presupone en qué consiste el método de Foucault, apenas lo explica. Es necesario también aclarar qué entiende por falogocentrismo: es la disposición o actitud del varón que considera que su fisonomía sexuada es la valiosa y la que contribuye realmente a la actividad y al placer sexual centrándose excesivamente en sí mismo.
[3] Por ejemplo, cuando se dice mujer se constituye a la mujer según las leyes del lenguaje que organizan los significados por los que entendemos qué es ser mujer o qué es ser varón.
[4] La heterosexualidad es una estructura binaria: varón— mujer, y es una estructura jerárquica: el varón domina a la mujer.
[5] El patriarcado es un sistema de organización social en el que el principio de autoridad se centra en el padre. Un sector de la teoría feminista utiliza esta categoría para explicar que la concesión de autoridad —que interpretan como poder— al varón arranca de esta forma de organización social y que ha influido en la manera peyorativa de concebir todo lo que guarde relación con las mujeres. La cultura, la ciencia, las artes ... están afectadas por la visión patriarcal. Cuando las mujeres asuman el poder, se podrá cambiar esta estructura. Esta interpretación está influenciada por el marxismo y es utilizada por muchas otras corrientes de pensamiento, no es exclusivo de las feministas hablar de la mentalidad patriarcal.
[6] p. 56.
[7] p. 129.