BROWNMILLER, Susan.
INDICE:
I.
CARACTERÍSTICAS Y OBJETIVOS DEL LIBRO
II.
CONTENIDO
l. Cuerpo
2. Pelo
3. Vestidos
4. Voz
5. Piel
6. Movimiento
7. Emoción
8. Ambición
9. Epílogo
III.
VALORACIÓN DOCTRINAL
I.
CARACTERÍSTICAS Y OBJETIVOS DEL LIBRO
Susan Brownmiller es una
veterana periodista, que ha trabajado para la American Broadcasting Company y
The Village Voice. Es conocida por su obra "Contra nuestra voluntad",
un estudio sobre la violación. "Feminity" es su segundo libro. A lo
largo de la obra, Susan intenta analizar en profundidad el contenido de la
"feminidad", tal como se entendió en diversas sociedades, y para ello
estudia su propia experiencia personal y los datos de la historia en diferentes
culturas.
En el prólogo señala que
la feminidad es, en esencia, un sentimiento romántico, una tradición nostálgica
de limitaciones impuestas. La biología es igual en las distintas épocas, pero
al hablar de feminidad, no se habla solamente de biología. A veces encuentra
que existen conexiones entre feminidad y biología y otras no. Señala que
algunos describen la feminidad y la masculinidad como polos extremos de la
naturaleza humana, y encuentran incluso rasgos de ambas polaridades en todo el
mundo. El principio masculino es entendido como un "ethos" de
superioridad diseñado para inspirar fuerza, éxito confiado, mientras el
principio femenino se compone de vulnerabilidad, necesidad de protección, afán
pacificador; en síntesis, una llamada de dependencia y buena voluntad que
reafirma y aplaude la posición masculina. La feminidad agrada a los hombres
porque les hace aparecer más masculinos, por contraste. Si en los comienzos de
la historia la mujer femenina fue definida por su dependencia física, su falta
de habilidad a causa de su fisiología, para triunfar sobre las fuerzas de la
naturaleza que eran las pruebas de la fuerza masculina y del poder; hoy refleja
una dependencia económica y emocional que todavía se considera "natural",
romántica y atractiva. Un hecho sociológico de los años ochenta, es que la
lucha femenina por dos fuentes de recursos escasas —hombres y trabajos— es
especialmente enconada, pues muchas mujeres siguen necesitando ayuda financiera
y cariño. Así, no es sorprendente que seamos testigos de un renovado interés en
la feminidad, que sirve para confirmar a los hombres que las mujeres los
necesitan y los cuidan mucho. Tampoco hay razón para negar que la ilusión de la
feminidad puede satisfacer a las mujeres.
A lo largo del libro
intenta señalar una línea clara respecto a los datos biológicos –entre otros‑,
al estudiar el contenido de la feminidad. Algunas veces descubre la conexión
biológica en algunos rasgos, otras demuestra que no la hay, y en algunos casos
señala que no están aún resueltas científicamente. Explora el origen de algunos
conceptos de feminidad en conductas afectadas de clases altas, y en lo que
señala como la histórica sujeción de las mujeres a través de la violencia, la
religión y el derecho, que presentaron ciertos mitos sobre la naturaleza de las
mujeres como hechos biológicos. También se acerca a la feminidad desde el
ángulo del "glamour", y de la competición de mujeres contra mujeres
por conseguir atraer a los hombres.
La feminidad merece un sólido
reconocimiento y eso es lo que la autora ha querido hacer, ayudando a conocer
mejor sus rasgos específicos: ha intentado hacer un análisis racional, que esté
libre de confusiones. No intenta proyectar sus compromisos personales
feministas ni sus propias elecciones como las más adecuadas, ni condena a las
mujeres que practican el arte de la feminidad en una forma distinta. Su
planteamiento pretende ser un paso adelante, con la esperanza de que un día el
ideal femenino no será usado para perpetuar la desigualdad de los sexos, y que
no serán necesarias exageraciones para permanecer seguras en el género
biológico.
Para realizar el libro ha
contado con el asesoramiento de expertos en diferentes disciplinas científicas
y humanísticas, que le facilitaron los resultados de sus investigaciones
respecto a diferencias entre los dos sexos. Al final del libro agradece sus
sugerencias e incluye también una bibliografía comentada que permite
profundizar en el tema.
II.
CONTENIDO
En este apartado la
autora resume algunos datos biológicos, históricos y sociológicos, para
analizar las diferencias entre hombres y mujeres. Éstas maduran más rápidamente,
y aquéllos son a veces más altos y fuertes. No obstante, las mujeres no son tan
débiles, ligeras e insustanciales como el ideal estético vigente sugiere a
veces. Por otra parte, la exigencia de "belleza femenina" con
frecuencia restringía su libertad o debilitaba su fuerza. El cuerpo femenino
necesitaba ser "mejorado" artificialmente. Los rasgos femeninos
exigían que la mujer se moviera con gracilidad, artificialmente, a veces
incluso a costa de incomodidad física. Parece difícil descubrir justificación a
un concepto de belleza que deformaba los pies de las chinas para conseguir un
andar refinado, suave, símbolo de educación, refinamiento, que dificultaba
muchos trabajos, y que hizo de la mujer un ser más dependiente.
En occidente las mujeres
aprietan su cuerpo con el corsé, también con gran incomodidad, sobre todo a
partir del siglo XVI. Y curiosamente las primeras en extender su uso fueron dos
poderosas mujeres: Catalina de Medici e Isabel de Inglaterra, que dominaban la
política de sus países. El corsé jugó un papel estelar en la historia del
cuerpo. Los adornos de los hombres no les causaban dolor, ni les constreñían,
pero sí algunos atuendos de las mujeres. Cuando desaparece el corsé tras la
primera guerra mundial, surgen otras ropas interiores que aprietan o sujetan el
cuerpo femenino. En los años sesenta y setenta algunas mujeres se liberan de
determinadas ropas, y aparece también el bikini. Otro tema que analiza es la
mayor preocupación de las mujeres por el peso y la dieta. Los hombres se
preocupan menos. Entre las mujeres es un signo de distinción. La autora llega a
decir que de una forma típicamente femenina, la ambición de las mujeres
frecuentemente se expresa en una destructiva exageración de la idea cultural
(el pie más pequeño, la cintura más delgada, el cuerpo más delgado, etc.). A
veces llega a ser incluso enfermedad (anorexia), en mayor frecuencia que los
hombres. El "buen tipo" es la principal forma de competición entre
las mujeres, porque la apariencia es la demostración femenina de valor, y la
mujer nunca se libra de su propia opinión. La fuerza femenina nunca viene
representada por las armas o los músculos sino, paradójicamente, por una
exageración de su vulnerabilidad física, que es tranquilizadora para los
hombres. Por eso la mujer nunca desespera de conseguir una buena apariencia —lo
que se llama vanidad femenina— y esto es una última restricción a la libertad
de mente.
2.
Pelo
En algunas culturas el
pelo largo es más femenino y el corto masculino. De hecho hay más calvos entre
los hombres. El propio San Pablo habla del hombre sin cubrir y la mujer con la
cabeza cubierta. En los siglos XVI y XVII sigue la idea de que la mujer
virtuosa lleva el pelo largo y la cabeza cubierta. Un pelo suelto y desordenado
resulta peligroso y erótico. Tras la Primera guerra mundial algunas mujeres se
rebelan y se cortan el pelo, imitando a los chicos: la moda
"garçonne". El pelo femenino es suave, sedoso y lacio. Por esa razón
muchas mujeres —sobre todo africanas— se lo alisan con mucho esfuerzo. El pelo,
aunque parece trivial, es central para la definición femenina. Edith Warthon
decía que el genio era poco útil para una mujer que no se sabía peinar.
3.
Ropas
Nadie puede negar que el
vestido femenino puede ser bastante creativo. Las mujeres, con muchos vestidos
para distintos momentos, son como actrices "amateur". Los niños/as
desean disfrazarse con las ropas de su madre. Las ropas pueden producir ruido,
olor, etc. En los años 70 se van a extender los pantalones, por deseo de imitar
a los chicos y por mayor comodidad, pero luego algunas vuelven a las faldas por
considerarlo más femenino y estético. Susan y otras feministas echaban de menos
sus viejos vestidos pero no los usaban, porque no aceptaban esa diferenciación
de género, y porque no querían depilarse otra vez las piernas, ni ponerse
medias y zapatos incómodos de tacón: el pantalón tapaba todo y era más cómodo.
Tras los años veinte, el paso de la falta larga a la corta y la liberación del
corsé habían sido momentos importantes en la historia de los derechos de la
mujer. Los vestidos femeninos nunca se diseñaron para ser funcionales. El
vestido funcional es un privilegio masculino. En la Edad Media, los vestidos de
los reyes y nobles eran más majestuosos y complicados, pero con la revolución
industrial y burguesa, los hombres se liberan de ropas incómodas y las mujeres
no.
En el caso de las
mujeres, hay de vez en cuando una "vuelta a la feminidad". En los
hombres, por el contrario, hay pocos cambios, y desde luego no hay "vuelta
a la masculinidad". Algunas mujeres llevan ropa masculina, por diferentes
motivos. Mujeres que ocupan cargos importantes a veces adoptaron ropa oscura y
poco femenina, para imitar la autoridad de los hombres.
Susan aborda otros
aspectos relacionados con la ropa, que son diferentes entre hombres y mujeres:
el velo, el uso de bolsillos, las pieles, etc.
4.
Voz
La voz de los chicos se modifica con la pubertad, y es distinta de la voz femenina. El dimorfismo en la voz es un importante guía y un indicador del orden natural. Existen diferencias entre los sexos. Las mujeres tienen mayor fluidez verbal y aprenden a escribir antes que los hombres. Los hombres suelen tener más capacidad espacial y son más hábiles en geometría. A cualquier edad, más hombres que mujeres tartamudean (según una relación de 4 a l). A pesar de ello la mujer ha tenido siempre dificultad para adquirir cultura, en nombre del ideal de feminidad.
Repasa la autora algunos
datos históricos. San Pablo y algunos autores aconsejan a la mujer estar
callada. Rousseau, Kant y otros pensadores no han promovido una adecuada educación
femenina. Las capacidades verbales de las mujeres han sido estorbadas en todas
las épocas, con prohibiciones de hablar, aprender y enseñar. Hablar en femenino
o en masculino es un proceso de imitación que empieza pronto en la vida: la
escuela y los padres se dirigían de forma distinta a niños y niñas. Por otra
parte, los hombres tienden a considerar la voz femenina como algo trivial. Las
mujeres suelen tener resistencia a hacer frases firmes, sobre todo cuando
tratan con hombres. No es "femenino" expresar una opinión tajante. A
las mujeres no les gusta mandar —salvo cuando tratan con niños— porque mandar
no es femenino. La mujer tiene más interés por las personas y los sentimientos,
mientras los hombres no desean entrar en el campo personal ni en confidencias.
Se ha adjudicado a las mujeres el afán por los chismorreos, pero ahora también
los hombres se interesan por detalles biográficos de ese tipo.
Los hombres tienden a
interrumpir el discurso de las mujeres, y ellas suelen aceptarlo. Ellos son más
agresivos en la conversación y ellas les escuchan pues así se les ha enseñado.
Ellos gritan y ellas no, porque no es femenino gritar. Tampoco lo es reírse muy
fuerte, ni decir tacos. Los hombres dicen muchos y en sus chistes suelen aparecer
mujeres algo estúpidas. Ellos tienen costumbre de hablar a las multitudes y
dirigir, y las mujeres no. Respecto a la escritura, cuando se habla de
escritura "femenina" suelen referirse a una escritura estereotipada y
sentimental. El entorno femenino ha sido un mundo de interiores y limitaciones.
Algunas escritoras del pasado escondían su identidad con seudónimos masculinos,
para evitar el rechazo.
5.
Piel
Los hombres tienen más
problemas de pelo en su piel, pero son las mujeres las que más se ocupan del
tema. Hay algunas zonas del cuerpo de la mujer en las que no resulta femenino
que haya pelo, aunque naturalmente lo haya. Esto supone mucho trabajo para las
mujeres —la depilación— y negocio para las industrias y el comercio. También
los granos preocupan más a las mujeres. No hay diferencias respecto al color de
la piel, sí entre razas distintas. El color claro y la piel suave suele ser más
elitista. El moreno también estuvo de moda, durante algunos años. La barba no
es femenina, y en los hombres es un rasgo de la pubertad. En el pelo, la
musculatura y el peso se diferencian generalmente hombres y mujeres.
Es femenino oler bien, a
flores, lo que desarrolló mucho la industria del perfume. Luego también
aparecen para hombres. También se consideró más femenino poner algo de color en
los ojos, la piel, los labios, las mejillas, las uñas...En los años setenta se
rechazó la depilación y la pintura: el "new look" del feminismo era
una cara sin pintar. Los cosméticos han sido vistos en la historia como prueba
de la vanidad femenina; sin embargo, son pruebas más bien de la inseguridad
femenina, de la creencia de que la piel sola en su estado natural es
insuficiente. En algunos años esas caras "naturales" parecían mujeres
sectarias, sin humor, contrarias al sexo y la diversión. Volvió la pintura y
las fuerzas antimaquillaje perdieron la batalla. El Cristianismo y los
victorianos habían sido hostiles a los cosméticos y el lujo. Una mujer pintada
y con muchas joyas podría parecer deshonesta y frívola, pues las buenas no
llamaban la atención.
Las mujeres utilizaban
los polvos y la pintura para estar femeninas. Su juventud y belleza es un valor
importante. En los medios de comunicación salen personas guapas y jóvenes, que
triunfan. Los hombres envejecen más tarde y a veces la edad y el poder les
mantiene atractivos. En una cultura en la que el principal criterio de éxito
femenino es la juventud y la belleza, las mujeres se sienten mal cuando
envejecen, y la sociedad les ofrece pocos alicientes. Después de los cuarenta,
todo son remiendos.
6. Movimiento
Las mujeres aprenden
desde pequeñas cómo son los movimientos femeninos (suavidad, gracia, etc.). Los
gestos y movimientos masculinos fluyen naturalmente de su fisiología, con
pequeñas modificaciones. Los femeninos descansan en muchas técnicas especiales.
Las mujeres se mueven de forma distinta que los hombres y tienen el esqueleto
más pequeño. También tienen menos fuerza que ellos. En cambio, las mujeres son
más flexibles en algunos movimientos y tienen más gracia. Trabajos de agilidad,
música, cocina, se le dan bien. Sin embargo, la mano femenina hoy es admirada
no por su piel, o su habilidad para bordar, o su gracia como mecanógrafa o
cocinera, sino por su manicura, su suavidad, tan distinta del hombre. Unas
manos con uñas largas encuentran dificultad para algunos trabajos. Para hombres
y mujeres la mano bien cuidada es signo de riqueza, vanidad y refinamiento.
Schiller definió la
belleza masculina como la fuerza enérgica y la grandeza, y la femenina como la
armonía gentil y la gracia. En el ballet se distinguen los movimientos de las
mujeres y los hombres.
En las adolescentes, el
momento de los tacones y las medias señala una etapa nueva. Los zapatos de
tacón son más incómodos y hacen a las mujeres más inseguras en su andar y más
atractivas. Por eso renuncian a la comodidad y a la mayor libertad de
movimientos. En los años veinte, cuando las mujeres se libraron del corsé y las
faldas largas, la moda reintrodujo el tacón alto, que dificultaba el
movimiento. Un andar artificial y femenino parece gratificar muchas necesidades
psicológicas y culturales. El zapato femenino debe hacer parecer el pie más
pequeño, más ligero. No tiene objetivos funcionales: no está hecho para servir
a los pies, las piernas o las rodillas. Requiere una energía física para poder
mantener el cuerpo balanceándose, mientras evita los obstáculos. En este arte
yace su encanto: son diferencias no naturales sino creadas. Los zapatos
corrientes no son "sexy". Para rechazar esa atribución cultural a los
zapatos, algunas feministas suprimieron los tacones y se ponen sandalias o
zapatos cómodos.
En la Edad Media las
mujeres iban a caballo sentadas de lado; el caballo debía ir lentamente y con
frecuencia ser conducido por un hombre. Se suponía que las mujeres debían ir
así por ser más femenino y no tener fuerza para llevar un caballo. Las mujeres
que desearan hacer deportes o gimnasia antes del siglo XX tenían que aceptar
muchas limitaciones: cabalgar en una silla de lado, patinar con largas faldas,
nadar con medias y ropas, ir en bici con faldas largas, jugar con un corsé,
etc. No sólo se creía que los deportes eran sospechosos, sino que también se
pensaba que el cuerpo femenino era muy débil por naturaleza. Hubo en algunas
épocas obsesión, por considerar una enfermedad algunas manifestaciones
fisiológicas de la mujer –como el embarazo. Quizá esto influyó también en la
reducción de la movilidad de las mujeres, además de otros factores como el
cuidado de los niños, la agricultura, etc.
Respecto a otros
movimientos, las mujeres a pesar de su flexibilidad anatómica, se relajan menos
que los hombres en las posturas (quizá por la sumisión, que lleva a posturas de
tensión). Era más femenino no ir muy deprisa, ir con la mirada recatada, tener
las manos cruzadas o cosiendo, etc. El vestido y los sombreros hicieron a las mujeres
más dependientes de sus maridos o sirvientes, aunque en la casa están
habituadas a llevar cargas y pesos (niños, comidas..) Los hombres dirigen a las
mujeres en sus movimientos, y se establecen detalles de dependencia femenina.
En los detalles de galantería la mujer se dejaba llevar, arreglar, etc. La
acusación de que las feministas no tenían "modales" era verdad (por
ejemplo, cuando una feminista insiste en abrirse ella personalmente la puerta,
como un acto de autonomía física).
La agresividad está más
presente en los hombres (malos tratos, brusquedad, etc.). También las madres
pueden ser muy agresivas para proteger a sus hijos, pero pocos investigadores
analizan esto.
En síntesis, los
movimientos "femeninos" se basan en la premisa de que los actos
directos deben ser iniciativa de los hombres.
7.
Emoción
Algunos estudios dicen
que las mujeres lloran más fácilmente, que son más emocionales, influenciables,
y sentimentales. Por contraste, se considera a los hombres más directos, lógicos,
con capacidad de decisión, y que no lloran nunca. En el siglo XIX se idealiza
aún más a la mujer y se le considera civilizadora de la humanidad, baluarte de
los valores espirituales, roca donde los hombres se apoyan para acometer
grandes proyectos.
Las mujeres aparecen
llorando en las desgracias, pero los hombres no. En cambio, se excusan
fácilmente las expresiones de ira y rabia en los hombres, que no son femeninas
en las mujeres. Simone de Beauvoir decía que la mayor facilidad para las
lágrimas de las mujeres procedía del hecho de que su vida se construía sobre
una rebelión impotente.
Los médicos suelen
defender una base biológica para la inestabilidad emocional de las mujeres. Sin
embargo los suicidios, crímenes y desórdenes psiquiátricos son 4 a 9 más
frecuentes en los hombres. El precio de la ira reprimida y un temperamento no
violento puede ser quizá las lágrimas.
En épocas pasadas los
ojos bajos, el rubor, eran signos de inocencia femenina. En una era de relativa
libertad sexual la expresión directa de los sentimientos ha sustituido al
rubor. Las mujeres suelen manifestar sus sentimientos y los hombres los
mantienen bajo control. La emoción femenina a veces evoluciona hacia el
sentimentalismo, la empatía y la vulnerabilidad, tres rasgos que los hombres
suelen evitar. También es femenino el amor a los niños y el instinto maternal,
como exigencia de género (las que no lo sienten así suelen ocultarlo pues la
sociedad lo rechaza). Aunque es un hecho que algunas fallan y lo hacen mal.
Un requisito de la
feminidad es que la mujer dedique su vida a amar: amor de madre, amor
romántico, amor religioso... No ocurre igual en los hombres, aunque también
amen. No es el culmen de su masculinidad estar enamorados. En cambio a las
niñas se les enseñaba desde pequeñas esa orientación. Y también la esposa tiene
la tarea de mantener los lazos afectivos, incluso con la familia del marido.
Los hombres están muy ocupados en otras cosas.
Una diferencia clara y
reconocida entre hombres y mujeres —debilidad o fuerza de la mujer, según los
valores de cada uno‑, es el rechazo obstinado, la incapacidad de las
mujeres para separar sexo y amor. Y el amor es lo que mueve el mundo. Pero el
sexo de las mujeres tiene consecuencias reproductivas, incluso en una edad de
contracepción accesible.
En las iglesias también
hay más mujeres. En Occidente se supone que son más piadosas que los hombres
por naturaleza. Una religión de amor —Jesús que ama— tiene una atracción
particular para el género que se define por sus emociones.
El interés especial de
las mujeres por los temas sentimentales es conocido y promovido (cine, etc.).
La compasión y el sentimiento son la base de la subjetividad femenina. Cuando
la ley y la costumbre niegan el puesto público y la oportunidad económica a la
mujer, es lógico que ésta sitúe sus esperanzas, sueños e identidad en un papel
relacional de matrimonio, familia, amistad y amor. En un mundo dominado y
dirigido por hombres, hay y habrá diferencia emocional entre los sexos. La
conjunción de factores anatómicos, culturales e históricos demuestra una
naturaleza emocional diferente en hombres y mujeres de forma tal que incluso
los rasgos más propios de la feminidad contribuyen a su perpetuación.
8.
Ambición
La ambición no es un
rasgo femenino. La falta de ambición y la disposición al sacrificio se
consideran rasgos femeninos. Cuando el termino crianza se aplica a mujeres,
supone amor a los niños, deseo de sacarlos adelante y además rasgos que no son
específicos de género: ternura, compasión, falta de competitividad, poner las
cosas de los demás delante de las suyas. Cuando la crianza se refiere a
hombres, se considera algo extraordinario. Si se ocupan personas contratadas,
su valor baja. Son las mujeres el sexo que cría/cuida, ¿por designio anatómico?
En relación a la llegada de una nueva vida, sí.
En la antigüedad, los dos
trabajos que hizo la mujer en las hordas cazadoras fueron esenciales para el
grupo: atención de los niños y atender las necesidades básicas de todos.
Sharon Tiffany dice, examinando
la contribución del trabajo de las mujeres en cuatro sociedades
preindustriales, que la percepción de la maternidad como única valiosa función
de la mujer iba de la mano con severas prohibiciones de otras oportunidades
para el trabajo, y con una devaluación del mundo femenino en general, en
sistemas económicos donde el hombre dominaba la producción y la organización
social. Cuando la maternidad llega a ser un ideal que excluye otros trabajos,
la sexualidad femenina pasa a reflejar los intereses del hombre. El derecho a
la libertad sexual, el libre control de la fecundidad, el valorar a la niña
como al niño, son determinados por consideraciones definidas por el hombre.
Uno de los relatos del
Génesis sobre el nacimiento de Eva apoya teológicamente la sumisión de la mujer
al hombre. Mientras el poder de la ley y la religión se combinaban para
prohibir a la mujer otros trabajos, se exaltaba su feminidad para tenerla
contenta y acallar su ambición. Incluso el nacimiento de los niños llegó a
colocarse bajo la supervisión de hombres. Sólo permanecían como rasgos
femeninos la suavidad, el cuidado, la dulzura, coronados por los valores
morales: la hija cumplidora del deber, la buena esposa, la madre virtuosa. Pero
las mujeres pobres del campo o las fábricas no tenían el privilegio de la
naturaleza femenina idealizada, pues necesitaban trabajar. En cambio, las de
clases altas hacían alarde de dejar los trabajos a otros, incluido el cuidado
de los niños. Respecto a las burguesas, hizo falta la ambición trepadora de una
nueva clase fuerte para imponer el ideal de la aristocrática dama a las mujeres
de su clase, como modelo a seguir. El sistema burgués crea una mujer de
dependencia económica total en casa, en la que es un adorno del hombre y una
recompensa a sus trabajos.
En la historia de la
Virgen María se exalta la maternidad como el pináculo de la ambición femenina,
que excluye la realidad del sexo. La Virgen no se enfada ni se impone. No tiene
tentaciones. Su perfección consiste en su simplicidad, su castidad, su
devoción, su compasión, su humildad, su sumisión al deber.
Por otra parte, la
sobreprotección de la madre crea problemas, y también el rechazo del rol
materno. Es mal visto en la sociedad que la mujer trabaje duro para su propio
éxito. Hasta hace poco una mujer aparecía en los medios de comunicación sólo
por nacimientos, bodas o muerte. Se esperaba que las mujeres que salían en los
medios, si se les preguntaba por su familia, contestasen que para ellas lo
primero eran su marido y sus hijos. Afán de poder, dinero, status o fama quedan
fuera del marco de los valores femeninos. En los libros, y en el cine o el
teatro, se refleja a la mujer mala y destructiva como la que rechaza la
maternidad. Maternidad y ambición son siempre fuerzas opuestas. También maternidad
y feminidad han estado en conflicto, pues el embarazo supone molestias físicas
y cambios en la mujer.
El deseo de ser madre
puede ser una ambición poderosa también, especialmente cuando la oportunidad se
retrasa. La maternidad es tan universalmente percibida como prueba de la
feminidad, que pocas mujeres admiten tener otros objetivos. Las mujeres tienen
generalmente dos frentes difícilmente conciliables. Los sentimientos asociados
a la maternidad —bondad, ternura, cuidado de otros— son muy necesarios, pero
las mujeres no los poseen en grado mayor que los hombres por tendencia biológica.
Por otra parte, el
triunfo suele exigir una dedicación total. Estar en la cumbre de la literatura,
la ciencia o las artes es una ambición que requiere dedicación exclusiva, ahora
y siempre, pues hay una competencia feroz. Un hombre puede dedicarse así a su
trabajo, y tener además una o varias mujeres que le den soporte emocional y familia.
Una mujer, que tiene iguales necesidades, debe repartirse siempre en dos
frentes. ¿Está mal que la mujer desee acomodar su maternidad a un número de
años? ¿Deberá evitarla del todo para llegar a la cumbre? ¿Debería el Estado
ayudar a las que deseen hacer ambas cosas? Susan no encuentra respuestas
fáciles para estas cuestiones.
9.
Epílogo
La autora no desea
proponer una nueva definición de feminidad, que sirva mejor para la próxima
década, o que defienda una superioridad física o espiritual como específica de
la mujer, sino invitar a examinar una estética coactiva que se desarrolló
durante miles de años, para explorar sus orígenes y las razones de su
continuidad, en un esfuerzo por iluminar las restricciones sobre la libertad de
decidir de la mujer.
Históricamente, el miedo
de no ser suficientemente femenina ha sido usado como una amenaza contra las
aspiraciones colectivas e individuales de las mujeres. El hombre definió lo que
era femenino. Además, las mujeres estaban divididas entre ellas, para
conquistar a los hombres. No se puede negar que la dependencia de la feminidad
de las tradiciones establecidas, sean modas de ropa o códigos de conducta,
ofrece una base firme psicológica a la identidad sexual. Lo que ocurrió después
es que ciertas normas y símbolos arbitrarios —un estilo de pelo, una actitud
ante el trabajo...— se convierten en determinantes sociales de género, y actúan
como conservadores de valores sociales y como frenos del cambio social.
Además, en la gran
necesidad cultural de diferenciar un sexo de otro con claridad, hay pruebas
concluyentes de cada parte, pero mientras los extremos de la masculinidad
pueden dañar a otros, los de la feminidad sólo son negativos para las propias
mujeres, en forma de un masoquismo personal impuesto (inhibición,
auto-negación, desperdiciar el uso del pensamiento y el tiempo, etc.) que es
deliberadamente confundido con "verdadera naturaleza".
La feminidad no mejora
con la edad. Las mujeres que descansan en una estrategia femenina como su
principal arma de supervivencia, encuentran serias dificultades cuando se hacen
mayores.
Biológicamente las mujeres
seguirán las leyes de la especie y seguirán siendo definidas por un tipo de
cromosomas, pero al mismo tiempo, muchas mujeres han cesado de definirse a sí
mismas por sus funciones reproductivas (los hombres nunca habían sido limitados
a verse primariamente como padres). Tener hijos es una necesidad para hombres y
mujeres, con una paternidad opcional, como un interés gratificante y no como un
servicio a la especie o un deber moral. La etapa post-reproductiva aumenta y
demuestra que el problema no es que algunas mujeres hayan fracasado en su
feminidad sino que el concepto de feminidad falla como una meta verdadera.
Esto en el ámbito
teórico. Las mujeres todavía permanecen en muchos casos necesitadas
emocionalmente y económicamente de los hombres, y utilizarán estrategias que
parecen haber funcionado en el pasado y ahora. Pero incluso cuando reintroducen
viejas "artes" agradecen no tener que enfrentarse a los engaños y
obstáculos de generaciones anteriores. Porque las cosas mejoran y progresan, y
ellas son más conscientes y están más cerca de ser ellas mismas, aunque todavía
no tengan plena libertad de decisión.
III.
VALORACIÓN DOCTRINAL
La autora hace un
interesante análisis de un concepto de "feminidad" que ha estado
presente en la historia y que respondía a factores biológicos y culturales. Ha
realizado un serio esfuerzo por clarificar el origen y la implantación social
de ideas y tradiciones, que condicionaron su aparición y desarrollo posterior,
y que tuvieron efectos positivos y negativos. Quizá en el libro se han
desarrollado más los negativos, y me parece útil completar el conjunto.
El mundo del arte, la
literatura, la música y la creatividad estética en general tienen mucho que
agradecer al ideal estético femenino, como fuente continua de inspiración de artistas
y escritores de muchas épocas. La mujer bella, dulce, grácil, suave, fue una
atracción permanente que influyó decisivamente en el arte y en general en toda
la vida política y social. La falta externa de poder público a veces ocultaba
un poder privado real, que condicionaba decisiones y acuerdos políticos y
económicos, a través de los familiares.
Fue también positiva la
ayuda real que muchas mujeres prestaron en sus familias y grupos sociales, con
esa dedicación exclusiva o prioritaria al cuidado de los demás. La atención de
las necesidades básicas de las personas —sobre todo las más necesitadas: niños,
enfermos, ancianos...— se resolvió gracias a ellas, en muchos casos. Ese
trabajo fue un verdadero trabajo profesional, que ayudó a muchas a realizarse
humanamente con plenitud, aunque no fueran conscientes de sus otras
posibilidades laborales y culturales.
En otro orden de cosas,
habría que señalar el importante desarrollo de la industria y el comercio para
el "adorno" de las mujeres: ropas, pinturas, complementos, joyas,
viajes coloniales, etc. Incluso la revolución industrial arrancó de la
industria textil. La "belleza" femenina exigió muchos trabajos
complementarios que multiplicaron los intercambios comerciales y dieron trabajo
a muchas personas.
Entre los negativos
habría que resaltar, como hace la autora, la injusta limitación del horizonte
intelectual y profesional de la mujer, y el abuso de poder y autoridad que se
ejerció contra ellas. Atribuirles un papel relacional, fomentar su infantilismo
o dependencia, ignoraba sus derechos como persona humana y dificultaba su
desarrollo y su progreso. Por otro lado, en la vida real, muchas mujeres
demostraron claramente su valentía, su fortaleza y su tenacidad de forma
rotunda, lo cual contrastaba de lleno con el "ideal" femenino de
debilidad y dependencia.
Se cita en varias
ocasiones la religión como factor determinante de algunas limitaciones
impuestas del concepto de "feminidad". Habría que analizar mejor la
responsabilidad en cada caso y lugar. Respecto al Cristianismo, hay que
reconocer que supuso un avance notable para el reconocimiento del “status” de
la mujer: derecho a la vida de las niñas, libertad de decisión de las vírgenes,
igualdad jurídica de la casada, subsistencia de las viudas, etc. Sin embargo,
es real también que algunos eclesiásticos y escritores cristianos de diversas
épocas estuvieron muy influidos por culturas del momento que no habían
reconocido todas las posibilidades de la mujer en la sociedad ni la igualdad
con el hombre. De esta forma, virtudes que debían practicar igualmente mujeres
y hombres se exigían quizá más a las mujeres, o el modelo de la disponibilidad
plena de la Virgen pudo entenderse a veces más adecuado para ellas, aunque era
válido para todos. La grandeza del servicio cristiano era igual para mujeres y
hombres, pero no siempre todos lo captaron así, y respecto a la Biblia hay que
analizar con cuidado el sentido de los textos, sin aislarlos, y con una
exégesis correcta sobre su interpretación verdadera. Juan Pablo II aborda con
frecuencia en sus escritos sobre la mujer, la influencia del primer pecado y
los pecados posteriores en la postura de dominio del hombre sobre la mujer, que
tantos problemas ha producido en la historia. La vida de muchas mujeres santas
de la historia permite descubrir la riqueza del mensaje cristiano y las
limitaciones culturales y sociales de algunas personas y épocas.
No queda bien reflejado
en el libro, el sentido correcto de la sexualidad humana. Se exige plena
igualdad sexual de la mujer, también en la iniciativa, pero no hay referencias
éticas a la responsabilidad matrimonial y familiar de hombres y mujeres, quizá
por prejuicios de su militancia feminista respecto a la sexualidad y la
familia.
En todo caso, recoge bien
la obra los estereotipos más comunes de un concepto de "feminidad"
que ciertamente incluía limitaciones importantes. En los últimos siglos se
produjo además una separación radical del mundo privado y público que quizá
contribuyó a "petrificar" una feminidad y masculinidad incompletas:
un mundo privado donde mandaba la mujer y un mundo público donde vivía y
decidía todo el hombre. En realidad, la sociedad necesita la aportación
específica de hombres y mujeres en la familia y en la vida pública, para
construir un mundo verdaderamente humano y solidario.
G.S. (1997)
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