BROWNMILLER, Susan.

Feminity

Fawcett Columbine Books, Ballantine Books, Nueva York l985, 270 pp.

 

INDICE:

 

I. CARACTERÍSTICAS Y OBJETIVOS DEL LIBRO

II. CONTENIDO

l. Cuerpo

2. Pelo

3. Vestidos

4. Voz

5. Piel

6. Movimiento

7. Emoción

8. Ambición

9. Epílogo

III. VALORACIÓN DOCTRINAL

 

 

I. CARACTERÍSTICAS Y OBJETIVOS DEL LIBRO

Susan Brownmiller es una veterana periodista, que ha trabajado para la American Broadcasting Company y The Village Voice. Es conocida por su obra "Contra nuestra voluntad", un estudio sobre la violación. "Feminity" es su segundo libro. A lo largo de la obra, Susan intenta analizar en profundidad el contenido de la "feminidad", tal como se entendió en diversas sociedades, y para ello estudia su propia experiencia personal y los datos de la historia en diferentes culturas.

En el prólogo señala que la feminidad es, en esencia, un sentimiento romántico, una tradición nostálgica de limitaciones impuestas. La biología es igual en las distintas épocas, pero al hablar de feminidad, no se habla solamente de biología. A veces encuentra que existen conexiones entre feminidad y biología y otras no. Señala que algunos describen la feminidad y la masculinidad como polos extremos de la naturaleza humana, y encuentran incluso rasgos de ambas polaridades en todo el mundo. El principio masculino es entendido como un "ethos" de superioridad diseñado para inspirar fuerza, éxito confiado, mientras el principio femenino se compone de vulnerabilidad, necesidad de protección, afán pacificador; en síntesis, una llamada de dependencia y buena voluntad que reafirma y aplaude la posición masculina. La feminidad agrada a los hombres porque les hace aparecer más masculinos, por contraste. Si en los comienzos de la historia la mujer femenina fue definida por su dependencia física, su falta de habilidad a causa de su fisiología, para triunfar sobre las fuerzas de la naturaleza que eran las pruebas de la fuerza masculina y del poder; hoy refleja una dependencia económica y emocional que todavía se considera "natural", romántica y atractiva. Un hecho sociológico de los años ochenta, es que la lucha femenina por dos fuentes de recursos escasas —hombres y trabajos— es especialmente enconada, pues muchas mujeres siguen necesitando ayuda financiera y cariño. Así, no es sorprendente que seamos testigos de un renovado interés en la feminidad, que sirve para confirmar a los hombres que las mujeres los necesitan y los cuidan mucho. Tampoco hay razón para negar que la ilusión de la feminidad puede satisfacer a las mujeres.

A lo largo del libro intenta señalar una línea clara respecto a los datos biológicos –entre otros‑, al estudiar el contenido de la feminidad. Algunas veces descubre la conexión biológica en algunos rasgos, otras demuestra que no la hay, y en algunos casos señala que no están aún resueltas científicamente. Explora el origen de algunos conceptos de feminidad en conductas afectadas de clases altas, y en lo que señala como la histórica sujeción de las mujeres a través de la violencia, la religión y el derecho, que presentaron ciertos mitos sobre la naturaleza de las mujeres como hechos biológicos. También se acerca a la feminidad desde el ángulo del "glamour", y de la competición de mujeres contra mujeres por conseguir atraer a los hombres.

La feminidad merece un sólido reconocimiento y eso es lo que la autora ha querido hacer, ayudando a conocer mejor sus rasgos específicos: ha intentado hacer un análisis racional, que esté libre de confusiones. No intenta proyectar sus compromisos personales feministas ni sus propias elecciones como las más adecuadas, ni condena a las mujeres que practican el arte de la feminidad en una forma distinta. Su planteamiento pretende ser un paso adelante, con la esperanza de que un día el ideal femenino no será usado para perpetuar la desigualdad de los sexos, y que no serán necesarias exageraciones para permanecer seguras en el género biológico.

Para realizar el libro ha contado con el asesoramiento de expertos en diferentes disciplinas científicas y humanísticas, que le facilitaron los resultados de sus investigaciones respecto a diferencias entre los dos sexos. Al final del libro agradece sus sugerencias e incluye también una bibliografía comentada que permite profundizar en el tema.

 

II. CONTENIDO

1. Cuerpo

En este apartado la autora resume algunos datos biológicos, históricos y sociológicos, para analizar las diferencias entre hombres y mujeres. Éstas maduran más rápidamente, y aquéllos son a veces más altos y fuertes. No obstante, las mujeres no son tan débiles, ligeras e insustanciales como el ideal estético vigente sugiere a veces. Por otra parte, la exigencia de "belleza femenina" con frecuencia restringía su libertad o debilitaba su fuerza. El cuerpo femenino necesitaba ser "mejorado" artificialmente. Los rasgos femeninos exigían que la mujer se moviera con gracilidad, artificialmente, a veces incluso a costa de incomodidad física. Parece difícil descubrir justificación a un concepto de belleza que deformaba los pies de las chinas para conseguir un andar refinado, suave, símbolo de educación, refinamiento, que dificultaba muchos trabajos, y que hizo de la mujer un ser más dependiente.

En occidente las mujeres aprietan su cuerpo con el corsé, también con gran incomodidad, sobre todo a partir del siglo XVI. Y curiosamente las primeras en extender su uso fueron dos poderosas mujeres: Catalina de Medici e Isabel de Inglaterra, que dominaban la política de sus países. El corsé jugó un papel estelar en la historia del cuerpo. Los adornos de los hombres no les causaban dolor, ni les constreñían, pero sí algunos atuendos de las mujeres. Cuando desaparece el corsé tras la primera guerra mundial, surgen otras ropas interiores que aprietan o sujetan el cuerpo femenino. En los años sesenta y setenta algunas mujeres se liberan de determinadas ropas, y aparece también el bikini. Otro tema que analiza es la mayor preocupación de las mujeres por el peso y la dieta. Los hombres se preocupan menos. Entre las mujeres es un signo de distinción. La autora llega a decir que de una forma típicamente femenina, la ambición de las mujeres frecuentemente se expresa en una destructiva exageración de la idea cultural (el pie más pequeño, la cintura más delgada, el cuerpo más delgado, etc.). A veces llega a ser incluso enfermedad (anorexia), en mayor frecuencia que los hombres. El "buen tipo" es la principal forma de competición entre las mujeres, porque la apariencia es la demostración femenina de valor, y la mujer nunca se libra de su propia opinión. La fuerza femenina nunca viene representada por las armas o los músculos sino, paradójicamente, por una exageración de su vulnerabilidad física, que es tranquilizadora para los hombres. Por eso la mujer nunca desespera de conseguir una buena apariencia —lo que se llama vanidad femenina— y esto es una última restricción a la libertad de mente.

2. Pelo

En algunas culturas el pelo largo es más femenino y el corto masculino. De hecho hay más calvos entre los hombres. El propio San Pablo habla del hombre sin cubrir y la mujer con la cabeza cubierta. En los siglos XVI y XVII sigue la idea de que la mujer virtuosa lleva el pelo largo y la cabeza cubierta. Un pelo suelto y desordenado resulta peligroso y erótico. Tras la Primera guerra mundial algunas mujeres se rebelan y se cortan el pelo, imitando a los chicos: la moda "garçonne". El pelo femenino es suave, sedoso y lacio. Por esa razón muchas mujeres —sobre todo africanas— se lo alisan con mucho esfuerzo. El pelo, aunque parece trivial, es central para la definición femenina. Edith Warthon decía que el genio era poco útil para una mujer que no se sabía peinar.

3. Ropas

Nadie puede negar que el vestido femenino puede ser bastante creativo. Las mujeres, con muchos vestidos para distintos momentos, son como actrices "amateur". Los niños/as desean disfrazarse con las ropas de su madre. Las ropas pueden producir ruido, olor, etc. En los años 70 se van a extender los pantalones, por deseo de imitar a los chicos y por mayor comodidad, pero luego algunas vuelven a las faldas por considerarlo más femenino y estético. Susan y otras feministas echaban de menos sus viejos vestidos pero no los usaban, porque no aceptaban esa diferenciación de género, y porque no querían depilarse otra vez las piernas, ni ponerse medias y zapatos incómodos de tacón: el pantalón tapaba todo y era más cómodo. Tras los años veinte, el paso de la falta larga a la corta y la liberación del corsé habían sido momentos importantes en la historia de los derechos de la mujer. Los vestidos femeninos nunca se diseñaron para ser funcionales. El vestido funcional es un privilegio masculino. En la Edad Media, los vestidos de los reyes y nobles eran más majestuosos y complicados, pero con la revolución industrial y burguesa, los hombres se liberan de ropas incómodas y las mujeres no.

En el caso de las mujeres, hay de vez en cuando una "vuelta a la feminidad". En los hombres, por el contrario, hay pocos cambios, y desde luego no hay "vuelta a la masculinidad". Algunas mujeres llevan ropa masculina, por diferentes motivos. Mujeres que ocupan cargos importantes a veces adoptaron ropa oscura y poco femenina, para imitar la autoridad de los hombres.

Susan aborda otros aspectos relacionados con la ropa, que son diferentes entre hombres y mujeres: el velo, el uso de bolsillos, las pieles, etc.

4. Voz

La voz de los chicos se modifica con la pubertad, y es distinta de la voz femenina. El dimorfismo en la voz es un importante guía y un indicador del orden natural. Existen diferencias entre los sexos. Las mujeres tienen mayor fluidez verbal y aprenden a escribir antes que los hombres. Los hombres suelen tener más capacidad espacial y son más hábiles en geometría. A cualquier edad, más hombres que mujeres tartamudean (según una relación de 4 a l). A pesar de ello la mujer ha tenido siempre dificultad para adquirir cultura, en nombre del ideal de feminidad.

Repasa la autora algunos datos históricos. San Pablo y algunos autores aconsejan a la mujer estar callada. Rousseau, Kant y otros pensadores no han promovido una adecuada educación femenina. Las capacidades verbales de las mujeres han sido estorbadas en todas las épocas, con prohibiciones de hablar, aprender y enseñar. Hablar en femenino o en masculino es un proceso de imitación que empieza pronto en la vida: la escuela y los padres se dirigían de forma distinta a niños y niñas. Por otra parte, los hombres tienden a considerar la voz femenina como algo trivial. Las mujeres suelen tener resistencia a hacer frases firmes, sobre todo cuando tratan con hombres. No es "femenino" expresar una opinión tajante. A las mujeres no les gusta mandar —salvo cuando tratan con niños— porque mandar no es femenino. La mujer tiene más interés por las personas y los sentimientos, mientras los hombres no desean entrar en el campo personal ni en confidencias. Se ha adjudicado a las mujeres el afán por los chismorreos, pero ahora también los hombres se interesan por detalles biográficos de ese tipo.

Los hombres tienden a interrumpir el discurso de las mujeres, y ellas suelen aceptarlo. Ellos son más agresivos en la conversación y ellas les escuchan pues así se les ha enseñado. Ellos gritan y ellas no, porque no es femenino gritar. Tampoco lo es reírse muy fuerte, ni decir tacos. Los hombres dicen muchos y en sus chistes suelen aparecer mujeres algo estúpidas. Ellos tienen costumbre de hablar a las multitudes y dirigir, y las mujeres no. Respecto a la escritura, cuando se habla de escritura "femenina" suelen referirse a una escritura estereotipada y sentimental. El entorno femenino ha sido un mundo de interiores y limitaciones. Algunas escritoras del pasado escondían su identidad con seudónimos masculinos, para evitar el rechazo.

5. Piel

Los hombres tienen más problemas de pelo en su piel, pero son las mujeres las que más se ocupan del tema. Hay algunas zonas del cuerpo de la mujer en las que no resulta femenino que haya pelo, aunque naturalmente lo haya. Esto supone mucho trabajo para las mujeres —la depilación— y negocio para las industrias y el comercio. También los granos preocupan más a las mujeres. No hay diferencias respecto al color de la piel, sí entre razas distintas. El color claro y la piel suave suele ser más elitista. El moreno también estuvo de moda, durante algunos años. La barba no es femenina, y en los hombres es un rasgo de la pubertad. En el pelo, la musculatura y el peso se diferencian generalmente hombres y mujeres.

Es femenino oler bien, a flores, lo que desarrolló mucho la industria del perfume. Luego también aparecen para hombres. También se consideró más femenino poner algo de color en los ojos, la piel, los labios, las mejillas, las uñas...En los años setenta se rechazó la depilación y la pintura: el "new look" del feminismo era una cara sin pintar. Los cosméticos han sido vistos en la historia como prueba de la vanidad femenina; sin embargo, son pruebas más bien de la inseguridad femenina, de la creencia de que la piel sola en su estado natural es insuficiente. En algunos años esas caras "naturales" parecían mujeres sectarias, sin humor, contrarias al sexo y la diversión. Volvió la pintura y las fuerzas antimaquillaje perdieron la batalla. El Cristianismo y los victorianos habían sido hostiles a los cosméticos y el lujo. Una mujer pintada y con muchas joyas podría parecer deshonesta y frívola, pues las buenas no llamaban la atención.

Las mujeres utilizaban los polvos y la pintura para estar femeninas. Su juventud y belleza es un valor importante. En los medios de comunicación salen personas guapas y jóvenes, que triunfan. Los hombres envejecen más tarde y a veces la edad y el poder les mantiene atractivos. En una cultura en la que el principal criterio de éxito femenino es la juventud y la belleza, las mujeres se sienten mal cuando envejecen, y la sociedad les ofrece pocos alicientes. Después de los cuarenta, todo son remiendos.

6. Movimiento

Las mujeres aprenden desde pequeñas cómo son los movimientos femeninos (suavidad, gracia, etc.). Los gestos y movimientos masculinos fluyen naturalmente de su fisiología, con pequeñas modificaciones. Los femeninos descansan en muchas técnicas especiales. Las mujeres se mueven de forma distinta que los hombres y tienen el esqueleto más pequeño. También tienen menos fuerza que ellos. En cambio, las mujeres son más flexibles en algunos movimientos y tienen más gracia. Trabajos de agilidad, música, cocina, se le dan bien. Sin embargo, la mano femenina hoy es admirada no por su piel, o su habilidad para bordar, o su gracia como mecanógrafa o cocinera, sino por su manicura, su suavidad, tan distinta del hombre. Unas manos con uñas largas encuentran dificultad para algunos trabajos. Para hombres y mujeres la mano bien cuidada es signo de riqueza, vanidad y refinamiento.

Schiller definió la belleza masculina como la fuerza enérgica y la grandeza, y la femenina como la armonía gentil y la gracia. En el ballet se distinguen los movimientos de las mujeres y los hombres.

En las adolescentes, el momento de los tacones y las medias señala una etapa nueva. Los zapatos de tacón son más incómodos y hacen a las mujeres más inseguras en su andar y más atractivas. Por eso renuncian a la comodidad y a la mayor libertad de movimientos. En los años veinte, cuando las mujeres se libraron del corsé y las faldas largas, la moda reintrodujo el tacón alto, que dificultaba el movimiento. Un andar artificial y femenino parece gratificar muchas necesidades psicológicas y culturales. El zapato femenino debe hacer parecer el pie más pequeño, más ligero. No tiene objetivos funcionales: no está hecho para servir a los pies, las piernas o las rodillas. Requiere una energía física para poder mantener el cuerpo balanceándose, mientras evita los obstáculos. En este arte yace su encanto: son diferencias no naturales sino creadas. Los zapatos corrientes no son "sexy". Para rechazar esa atribución cultural a los zapatos, algunas feministas suprimieron los tacones y se ponen sandalias o zapatos cómodos.

En la Edad Media las mujeres iban a caballo sentadas de lado; el caballo debía ir lentamente y con frecuencia ser conducido por un hombre. Se suponía que las mujeres debían ir así por ser más femenino y no tener fuerza para llevar un caballo. Las mujeres que desearan hacer deportes o gimnasia antes del siglo XX tenían que aceptar muchas limitaciones: cabalgar en una silla de lado, patinar con largas faldas, nadar con medias y ropas, ir en bici con faldas largas, jugar con un corsé, etc. No sólo se creía que los deportes eran sospechosos, sino que también se pensaba que el cuerpo femenino era muy débil por naturaleza. Hubo en algunas épocas obsesión, por considerar una enfermedad algunas manifestaciones fisiológicas de la mujer –como el embarazo. Quizá esto influyó también en la reducción de la movilidad de las mujeres, además de otros factores como el cuidado de los niños, la agricultura, etc.

Respecto a otros movimientos, las mujeres a pesar de su flexibilidad anatómica, se relajan menos que los hombres en las posturas (quizá por la sumisión, que lleva a posturas de tensión). Era más femenino no ir muy deprisa, ir con la mirada recatada, tener las manos cruzadas o cosiendo, etc. El vestido y los sombreros hicieron a las mujeres más dependientes de sus maridos o sirvientes, aunque en la casa están habituadas a llevar cargas y pesos (niños, comidas..) Los hombres dirigen a las mujeres en sus movimientos, y se establecen detalles de dependencia femenina. En los detalles de galantería la mujer se dejaba llevar, arreglar, etc. La acusación de que las feministas no tenían "modales" era verdad (por ejemplo, cuando una feminista insiste en abrirse ella personalmente la puerta, como un acto de autonomía física).

La agresividad está más presente en los hombres (malos tratos, brusquedad, etc.). También las madres pueden ser muy agresivas para proteger a sus hijos, pero pocos investigadores analizan esto.

En síntesis, los movimientos "femeninos" se basan en la premisa de que los actos directos deben ser iniciativa de los hombres.

7. Emoción

Algunos estudios dicen que las mujeres lloran más fácilmente, que son más emocionales, influenciables, y sentimentales. Por contraste, se considera a los hombres más directos, lógicos, con capacidad de decisión, y que no lloran nunca. En el siglo XIX se idealiza aún más a la mujer y se le considera civilizadora de la humanidad, baluarte de los valores espirituales, roca donde los hombres se apoyan para acometer grandes proyectos.

Las mujeres aparecen llorando en las desgracias, pero los hombres no. En cambio, se excusan fácilmente las expresiones de ira y rabia en los hombres, que no son femeninas en las mujeres. Simone de Beauvoir decía que la mayor facilidad para las lágrimas de las mujeres procedía del hecho de que su vida se construía sobre una rebelión impotente.

Los médicos suelen defender una base biológica para la inestabilidad emocional de las mujeres. Sin embargo los suicidios, crímenes y desórdenes psiquiátricos son 4 a 9 más frecuentes en los hombres. El precio de la ira reprimida y un temperamento no violento puede ser quizá las lágrimas.

En épocas pasadas los ojos bajos, el rubor, eran signos de inocencia femenina. En una era de relativa libertad sexual la expresión directa de los sentimientos ha sustituido al rubor. Las mujeres suelen manifestar sus sentimientos y los hombres los mantienen bajo control. La emoción femenina a veces evoluciona hacia el sentimentalismo, la empatía y la vulnerabilidad, tres rasgos que los hombres suelen evitar. También es femenino el amor a los niños y el instinto maternal, como exigencia de género (las que no lo sienten así suelen ocultarlo pues la sociedad lo rechaza). Aunque es un hecho que algunas fallan y lo hacen mal.

Un requisito de la feminidad es que la mujer dedique su vida a amar: amor de madre, amor romántico, amor religioso... No ocurre igual en los hombres, aunque también amen. No es el culmen de su masculinidad estar enamorados. En cambio a las niñas se les enseñaba desde pequeñas esa orientación. Y también la esposa tiene la tarea de mantener los lazos afectivos, incluso con la familia del marido. Los hombres están muy ocupados en otras cosas.

Una diferencia clara y reconocida entre hombres y mujeres —debilidad o fuerza de la mujer, según los valores de cada uno‑, es el rechazo obstinado, la incapacidad de las mujeres para separar sexo y amor. Y el amor es lo que mueve el mundo. Pero el sexo de las mujeres tiene consecuencias reproductivas, incluso en una edad de contracepción accesible.

En las iglesias también hay más mujeres. En Occidente se supone que son más piadosas que los hombres por naturaleza. Una religión de amor —Jesús que ama— tiene una atracción particular para el género que se define por sus emociones.

El interés especial de las mujeres por los temas sentimentales es conocido y promovido (cine, etc.). La compasión y el sentimiento son la base de la subjetividad femenina. Cuando la ley y la costumbre niegan el puesto público y la oportunidad económica a la mujer, es lógico que ésta sitúe sus esperanzas, sueños e identidad en un papel relacional de matrimonio, familia, amistad y amor. En un mundo dominado y dirigido por hombres, hay y habrá diferencia emocional entre los sexos. La conjunción de factores anatómicos, culturales e históricos demuestra una naturaleza emocional diferente en hombres y mujeres de forma tal que incluso los rasgos más propios de la feminidad contribuyen a su perpetuación.

8. Ambición

La ambición no es un rasgo femenino. La falta de ambición y la disposición al sacrificio se consideran rasgos femeninos. Cuando el termino crianza se aplica a mujeres, supone amor a los niños, deseo de sacarlos adelante y además rasgos que no son específicos de género: ternura, compasión, falta de competitividad, poner las cosas de los demás delante de las suyas. Cuando la crianza se refiere a hombres, se considera algo extraordinario. Si se ocupan personas contratadas, su valor baja. Son las mujeres el sexo que cría/cuida, ¿por designio anatómico? En relación a la llegada de una nueva vida, sí.

En la antigüedad, los dos trabajos que hizo la mujer en las hordas cazadoras fueron esenciales para el grupo: atención de los niños y atender las necesidades básicas de todos.

Sharon Tiffany dice, examinando la contribución del trabajo de las mujeres en cuatro sociedades preindustriales, que la percepción de la maternidad como única valiosa función de la mujer iba de la mano con severas prohibiciones de otras oportunidades para el trabajo, y con una devaluación del mundo femenino en general, en sistemas económicos donde el hombre dominaba la producción y la organización social. Cuando la maternidad llega a ser un ideal que excluye otros trabajos, la sexualidad femenina pasa a reflejar los intereses del hombre. El derecho a la libertad sexual, el libre control de la fecundidad, el valorar a la niña como al niño, son determinados por consideraciones definidas por el hombre.

Uno de los relatos del Génesis sobre el nacimiento de Eva apoya teológicamente la sumisión de la mujer al hombre. Mientras el poder de la ley y la religión se combinaban para prohibir a la mujer otros trabajos, se exaltaba su feminidad para tenerla contenta y acallar su ambición. Incluso el nacimiento de los niños llegó a colocarse bajo la supervisión de hombres. Sólo permanecían como rasgos femeninos la suavidad, el cuidado, la dulzura, coronados por los valores morales: la hija cumplidora del deber, la buena esposa, la madre virtuosa. Pero las mujeres pobres del campo o las fábricas no tenían el privilegio de la naturaleza femenina idealizada, pues necesitaban trabajar. En cambio, las de clases altas hacían alarde de dejar los trabajos a otros, incluido el cuidado de los niños. Respecto a las burguesas, hizo falta la ambición trepadora de una nueva clase fuerte para imponer el ideal de la aristocrática dama a las mujeres de su clase, como modelo a seguir. El sistema burgués crea una mujer de dependencia económica total en casa, en la que es un adorno del hombre y una recompensa a sus trabajos.

En la historia de la Virgen María se exalta la maternidad como el pináculo de la ambición femenina, que excluye la realidad del sexo. La Virgen no se enfada ni se impone. No tiene tentaciones. Su perfección consiste en su simplicidad, su castidad, su devoción, su compasión, su humildad, su sumisión al deber.

Por otra parte, la sobreprotección de la madre crea problemas, y también el rechazo del rol materno. Es mal visto en la sociedad que la mujer trabaje duro para su propio éxito. Hasta hace poco una mujer aparecía en los medios de comunicación sólo por nacimientos, bodas o muerte. Se esperaba que las mujeres que salían en los medios, si se les preguntaba por su familia, contestasen que para ellas lo primero eran su marido y sus hijos. Afán de poder, dinero, status o fama quedan fuera del marco de los valores femeninos. En los libros, y en el cine o el teatro, se refleja a la mujer mala y destructiva como la que rechaza la maternidad. Maternidad y ambición son siempre fuerzas opuestas. También maternidad y feminidad han estado en conflicto, pues el embarazo supone molestias físicas y cambios en la mujer.

El deseo de ser madre puede ser una ambición poderosa también, especialmente cuando la oportunidad se retrasa. La maternidad es tan universalmente percibida como prueba de la feminidad, que pocas mujeres admiten tener otros objetivos. Las mujeres tienen generalmente dos frentes difícilmente conciliables. Los sentimientos asociados a la maternidad —bondad, ternura, cuidado de otros— son muy necesarios, pero las mujeres no los poseen en grado mayor que los hombres por tendencia biológica.

Por otra parte, el triunfo suele exigir una dedicación total. Estar en la cumbre de la literatura, la ciencia o las artes es una ambición que requiere dedicación exclusiva, ahora y siempre, pues hay una competencia feroz. Un hombre puede dedicarse así a su trabajo, y tener además una o varias mujeres que le den soporte emocional y familia. Una mujer, que tiene iguales necesidades, debe repartirse siempre en dos frentes. ¿Está mal que la mujer desee acomodar su maternidad a un número de años? ¿Deberá evitarla del todo para llegar a la cumbre? ¿Debería el Estado ayudar a las que deseen hacer ambas cosas? Susan no encuentra respuestas fáciles para estas cuestiones.

9. Epílogo

La autora no desea proponer una nueva definición de feminidad, que sirva mejor para la próxima década, o que defienda una superioridad física o espiritual como específica de la mujer, sino invitar a examinar una estética coactiva que se desarrolló durante miles de años, para explorar sus orígenes y las razones de su continuidad, en un esfuerzo por iluminar las restricciones sobre la libertad de decidir de la mujer.

Históricamente, el miedo de no ser suficientemente femenina ha sido usado como una amenaza contra las aspiraciones colectivas e individuales de las mujeres. El hombre definió lo que era femenino. Además, las mujeres estaban divididas entre ellas, para conquistar a los hombres. No se puede negar que la dependencia de la feminidad de las tradiciones establecidas, sean modas de ropa o códigos de conducta, ofrece una base firme psicológica a la identidad sexual. Lo que ocurrió después es que ciertas normas y símbolos arbitrarios —un estilo de pelo, una actitud ante el trabajo...— se convierten en determinantes sociales de género, y actúan como conservadores de valores sociales y como frenos del cambio social.

Además, en la gran necesidad cultural de diferenciar un sexo de otro con claridad, hay pruebas concluyentes de cada parte, pero mientras los extremos de la masculinidad pueden dañar a otros, los de la feminidad sólo son negativos para las propias mujeres, en forma de un masoquismo personal impuesto (inhibición, auto-negación, desperdiciar el uso del pensamiento y el tiempo, etc.) que es deliberadamente confundido con "verdadera naturaleza".

La feminidad no mejora con la edad. Las mujeres que descansan en una estrategia femenina como su principal arma de supervivencia, encuentran serias dificultades cuando se hacen mayores.

Biológicamente las mujeres seguirán las leyes de la especie y seguirán siendo definidas por un tipo de cromosomas, pero al mismo tiempo, muchas mujeres han cesado de definirse a sí mismas por sus funciones reproductivas (los hombres nunca habían sido limitados a verse primariamente como padres). Tener hijos es una necesidad para hombres y mujeres, con una paternidad opcional, como un interés gratificante y no como un servicio a la especie o un deber moral. La etapa post-reproductiva aumenta y demuestra que el problema no es que algunas mujeres hayan fracasado en su feminidad sino que el concepto de feminidad falla como una meta verdadera.

Esto en el ámbito teórico. Las mujeres todavía permanecen en muchos casos necesitadas emocionalmente y económicamente de los hombres, y utilizarán estrategias que parecen haber funcionado en el pasado y ahora. Pero incluso cuando reintroducen viejas "artes" agradecen no tener que enfrentarse a los engaños y obstáculos de generaciones anteriores. Porque las cosas mejoran y progresan, y ellas son más conscientes y están más cerca de ser ellas mismas, aunque todavía no tengan plena libertad de decisión.

 

III. VALORACIÓN DOCTRINAL

La autora hace un interesante análisis de un concepto de "feminidad" que ha estado presente en la historia y que respondía a factores biológicos y culturales. Ha realizado un serio esfuerzo por clarificar el origen y la implantación social de ideas y tradiciones, que condicionaron su aparición y desarrollo posterior, y que tuvieron efectos positivos y negativos. Quizá en el libro se han desarrollado más los negativos, y me parece útil completar el conjunto.

El mundo del arte, la literatura, la música y la creatividad estética en general tienen mucho que agradecer al ideal estético femenino, como fuente continua de inspiración de artistas y escritores de muchas épocas. La mujer bella, dulce, grácil, suave, fue una atracción permanente que influyó decisivamente en el arte y en general en toda la vida política y social. La falta externa de poder público a veces ocultaba un poder privado real, que condicionaba decisiones y acuerdos políticos y económicos, a través de los familiares.

Fue también positiva la ayuda real que muchas mujeres prestaron en sus familias y grupos sociales, con esa dedicación exclusiva o prioritaria al cuidado de los demás. La atención de las necesidades básicas de las personas —sobre todo las más necesitadas: niños, enfermos, ancianos...— se resolvió gracias a ellas, en muchos casos. Ese trabajo fue un verdadero trabajo profesional, que ayudó a muchas a realizarse humanamente con plenitud, aunque no fueran conscientes de sus otras posibilidades laborales y culturales.

En otro orden de cosas, habría que señalar el importante desarrollo de la industria y el comercio para el "adorno" de las mujeres: ropas, pinturas, complementos, joyas, viajes coloniales, etc. Incluso la revolución industrial arrancó de la industria textil. La "belleza" femenina exigió muchos trabajos complementarios que multiplicaron los intercambios comerciales y dieron trabajo a muchas personas.

Entre los negativos habría que resaltar, como hace la autora, la injusta limitación del horizonte intelectual y profesional de la mujer, y el abuso de poder y autoridad que se ejerció contra ellas. Atribuirles un papel relacional, fomentar su infantilismo o dependencia, ignoraba sus derechos como persona humana y dificultaba su desarrollo y su progreso. Por otro lado, en la vida real, muchas mujeres demostraron claramente su valentía, su fortaleza y su tenacidad de forma rotunda, lo cual contrastaba de lleno con el "ideal" femenino de debilidad y dependencia.

Se cita en varias ocasiones la religión como factor determinante de algunas limitaciones impuestas del concepto de "feminidad". Habría que analizar mejor la responsabilidad en cada caso y lugar. Respecto al Cristianismo, hay que reconocer que supuso un avance notable para el reconocimiento del “status” de la mujer: derecho a la vida de las niñas, libertad de decisión de las vírgenes, igualdad jurídica de la casada, subsistencia de las viudas, etc. Sin embargo, es real también que algunos eclesiásticos y escritores cristianos de diversas épocas estuvieron muy influidos por culturas del momento que no habían reconocido todas las posibilidades de la mujer en la sociedad ni la igualdad con el hombre. De esta forma, virtudes que debían practicar igualmente mujeres y hombres se exigían quizá más a las mujeres, o el modelo de la disponibilidad plena de la Virgen pudo entenderse a veces más adecuado para ellas, aunque era válido para todos. La grandeza del servicio cristiano era igual para mujeres y hombres, pero no siempre todos lo captaron así, y respecto a la Biblia hay que analizar con cuidado el sentido de los textos, sin aislarlos, y con una exégesis correcta sobre su interpretación verdadera. Juan Pablo II aborda con frecuencia en sus escritos sobre la mujer, la influencia del primer pecado y los pecados posteriores en la postura de dominio del hombre sobre la mujer, que tantos problemas ha producido en la historia. La vida de muchas mujeres santas de la historia permite descubrir la riqueza del mensaje cristiano y las limitaciones culturales y sociales de algunas personas y épocas.

No queda bien reflejado en el libro, el sentido correcto de la sexualidad humana. Se exige plena igualdad sexual de la mujer, también en la iniciativa, pero no hay referencias éticas a la responsabilidad matrimonial y familiar de hombres y mujeres, quizá por prejuicios de su militancia feminista respecto a la sexualidad y la familia.

En todo caso, recoge bien la obra los estereotipos más comunes de un concepto de "feminidad" que ciertamente incluía limitaciones importantes. En los últimos siglos se produjo además una separación radical del mundo privado y público que quizá contribuyó a "petrificar" una feminidad y masculinidad incompletas: un mundo privado donde mandaba la mujer y un mundo público donde vivía y decidía todo el hombre. En realidad, la sociedad necesita la aportación específica de hombres y mujeres en la familia y en la vida pública, para construir un mundo verdaderamente humano y solidario.

G.S. (1997)

 

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