BRAUDEL, Fernando

El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II

Fondo de Cultura Económica, 2ª ed., Madrid 1976.

INTRODUCCIÓN

Es evidente que este libro marcó un hito en la metodología de la Historia, abriendo o iniciando la aplicación de la metodología de la Historia socioeconómica. Hace poco, con motivo de la publicación en castellano de otro libro de Braudel —"Economía mundo y Capitalismo"— un historiador inglés decía: "Se diría que está prohibido criticar este libro, pero hasta la Venus de Milo tiene defectos".

No fue Braudel quien formuló los postulados de la "Historia total" de la Escuela francesa de Annales, sino que esto lo realizaron Marc Bloch y, sobre todo, Lucien Febvre; pero sí ha sido Braudel quien ha realizado el primer y mejor estudio de "Historia total".

Lo más innovador y conseguido de este trabajo es, sin duda, la primera parte. En ella Braudel explica la historia del Mediterráneo no como la historia de unos individuos, sino como la de una comunidad de hombres relacionados y unidos por unos lazos. Braudel describe un mundo en lenta evolución y de unas características constantes que vienen dadas, en gran parte, por la influencia del medio ambiente. Desde esta perspectiva la historia deja de ser una relación razonada de hechos importantes, sobre todo de hechos políticos y militares. Braudel pretende que comprendamos la vida de la población mediterránea en su conjunto, partiendo del conocimiento de sucesos ordinarios, corrientes: por ejemplo, la llegada del invierno como paralizadora del comercio y del tráfico marítmo; la aspereza de la vida montañesa como causa da emigración hacia el llano; el difícil acceso a las altas cumbres como atractivo para los descontentos, herejes y bandoleros, etc.

Desde el principio del libro nos explica que pretende narrar la historia del Mediterráneo en tres tiempos. El primero es un tiempo larguísimo, el tiempo de las constantes climáticas, que apenas cambian de un siglo a otro. El autor considera esta primera parte como un "homenaje a las realidades intemporales" y la resume de la forma siguiente: "He buscado, por eso, dentro del marco de un estudio geográfico, localizaciones, permanencias, inmovilidades, repeticiones, es decir, las regularidades de la historia mediterránea; no todas las estructuras o regularidades monótonas de la vida pasada de los hombres, sino las más importantes entre ellas, las que atañen a la existencia cotidiana. Estas regularidades son el plano de referencia, el elemento privilegiado de nuestro libro, y constituyen sus imágenes más vivas y localizables". El segundo tiempo es la historia de  los movimientos de conjunto, es decir, una historia social del hombre; es también el tiempo de las estructuras sociales, muy lentas en cambiar, y económicas, éstas menos resistentes al cambio. Por último está el tiempo coyuntural, más o menos corto, en el que la Historia transcurre en fases claramente caracterizadas por cambios más o menos bruscos. Es el tiempo de la historia política, de los acontecimientos que han destacado siempre los historiadores.

En resumen, Braudel realiza en primer lugar una historia de toda una comunidad de hombres, de las distintas sociedades mediterráneas en sus rasgos comunes, y rechaza la historia de individuos como hasta entonces se había hecho y la historia de grandes acontecimientos. Braudel analiza previamente el espacio en que los habitantes del Mediterráneo se desenvuelven; y, después, estudia la influencia de este medio ambiente en el hombre. Se trata de una mezcla de Historia y Geografía muy bien hecha.

Además estudia la sociedad en su conjunto: la población, su estuctura o división social y económica; la actuación, el poder y la riqueza de cada grupo social; y las relaciones entre los estamentos de la sociedad del Antiguo Régimen.

Braudel desecha el positivismo histórico, la historia de acontecimientos y estudia los movimientos de conjunto, las tendencias, las regularidades, lo que llamamos estructuras —bases demográficas, sociales y económicas de una civilización—; y, a continuación, profundiza en el conocimiento de los movimientos cortos, las "coyunturas", como la evolución demográfica en una época determinada, los cambios sociales o económicos en un corto espacio de tiempo.

Hasta aquí nada hay que objetar a Braudel. Se trata, sin duda, de un gran libro, de una nueva historia, de unos nuevos métodos y fines de la Historia. Digo fines porque la Historia no es para Braudel el conocimiento demostrable de los hechos verdaderos y de cierta relevancia pertenecientes al pasado, sino el conocimiento, la explicación y la comprensión de las constantes históricas, de las estructuras. Braudel es estructuralista. No le interesan los acontecimientos, los hechos importantes ni los hombres individualmente considerados. Braudel aspira a la llamada "Historia total", que viene a ser una superciencia que engloba a la Historia, la Sociología, la Antropología, la Economía, etc, en realidad algo utópico tanto para su realización como para su comprensión y entendimiento.

Una buena crítica a la Filosofía de la Historia y a la Metodología histórica de Braudel la tenemos en el libro de Federico Suárez, La Historia y el método de investigación histórica, Ed. Rialp, Madrid 1977. Esta crítica la centraría en los siguientes puntos:

        —Impresición del concepto Historia.

        —Indeterminación del concepto de modelo histórico y abuso en su utilización.

        —excesivo rechazo del positivismo histórico; reducción de la Historia a historia social y ambigüedad del concepto de historia social.

        —Idealización utópica de la "Historia total".

        —Errónea finalidad de la Historia.

        —Imposibilidad de grandes logros por parte de la "Historia total" a causa del gran número de ciencias y metodologías que abarca.

No voy a analizar cada uno de estos puntos. Es mejor coger el citado libro de Federico Suárez y buscar en el Índice de Autores las páginas en que cita a Braudel. Además, se trata de una crítica a sus obras epistemológicas, no a este libro.

VALORACIÓN DOCTRINAL

A pesar de todo lo dicho hasta ahora, sí hay mucho que objetar a este libro de Braudel. Además de todos los aspectos de carácter general ya dichos —algunos muy discutibles—, hay que decir que, en el fondo, Braudel todo lo explica por causas y factores de tipo económico. Aunque muy aguado, siempre late el materialismo histórico. La organización social se basa, según Braudel, en unas condiciones económicas. La sociedad está reducida a oprimidos y opresores. La misma burguesía traiciona su condición ennobleciéndose. La causa principal de la rebelión de los moriscos de Granada es, según Braudel, la opresión en la que vivían, tratados como salvajes por los cristianos. Hay que resaltar la superficialidad y falta de objetividad de Braudel al estudiar la historia de los moriscos en el siglo XVI: prescinde totalmente de dar a conocer todos los intentos de asimilación de los moriscos por parte de los cristianos. No piensa que en el siglo XVI hubiera lucha de clases, que achaca a la ausencia total de conciencia de clase, pero sí la acepta para las rebeliones del siglo XVII. Por último, como se puede ver claramente al final de la Conclusión, Braudel anula casi totalmente la libertad del hombre ante las estructuras sociales y económicas.

CONTENIDO

PRIMERA PARTE: LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

CAPÍTULO 1º. —Las penínsulas, montañas, mesetas, llanuras.

I. En primer lugar las montañas.

1. Características físicas y humanas.

Braudel define las montañas como los barrios pobres del Mediterráneo, las zonas del hábitat disperso y las zonas de escasa población y economía de subsistencia.

2. Montañas, civilizaciones y religiones.

— Las montañas forman un mundo marginal, apartado, solitario, donde no prendió el latín ni el catolicismo con profundidad; donde se refugian los herejes, disidentes y bandoleros; donde la civilización es poco segura; donde las creencias religiosas se deterioran y donde predominan el folklore, la magia y la superstición.

3. La libertad montañesa.

— En la montaña predominan la libertad personal y comunal porque es fácil defenderse, y sobrevive la vendetta; apenas penetran el feudalismo y el señorío.

4. Recursos y balance de la montaña. — La montaña mediterránea se abre a las rutas, a los caminos, a la civilización, porque es relativamente baja y por la insistencia de los pueblos invasores.

— Sus recursos no son desdeñables, pero sí insuficientes para una población creciente. En ella se dan la agricultura, la arboricultura y la ganadería, también la recolección, pero son insuficientes.

5. Los montañeses en la ciudad.

— La aspereza de la vida montañesa, la falta de recursos, la vida cómoda de las ciudades y el salario, provocan el éxodo de la montaña. Pero los montañeses son mal vistos en la ciudad, por rudos, incultos, etc, y no se mezclan. Provocan hilaridad y temor.

6. Casos típicos de diáspora montañesa.

— La trashumancia, que no es diáspora, porque vuelve a la montaña.

— Y las migraciones militares: aventureros, soldados, mercenarios.

7. La vida montañesa, primera del Mediterráneo.

— Así fue porque las llanuras era inhóspitas (fiebres, malaria) y luego fueron hechas habitables.

— "Viejas tierras, nuevas tierras...En el Mediterráneo casi podría decirse: montañas, llanuras" (p. 60, Tomo I).

II. Altiplanos, laderas y colinas.

1. Las altas llanuras.

— Las mesetas abundan en el Mediterráneo y el movimiento de acarreo las une con las llanuras fluviales y costeras. La facilidad de comunicaciones favoreció el autoritarismo monárquico de los Reyes católicos.

2. Las comarcas en espaldera: zonas ricas y de población estable. "Entre los 200 y los 400 metros —donde se encuentran— está el nivel óptimo del ambiente mediterráneo, por sobre las miasmas de la llanura y, por otra parte, dentro de los límites en que pueden prosperar todas las plantas de la coltura mista. Además el agua que baja de la montaña permite la irrigación y los sabios cultivos, que dan belleza y vida a estas estrechas regiones privilegiadas" (p. 69).

3. Las colinas.

— Zonas muy ricas, de huerta, las más pobladas, pero escasas. (Una idea: Cartagena, zona llana y pobre, sufre en su campo a la montaña: sus hombres, los soldados y el ganado trashumante).

III. Las llanuras.

— "Si decimos la llanura, responde un eco de abundancia, de comodidad, de riqueza, de alegría de vivir. En el tiempo en que nos situamos, y tratándose del ámbito mediterráneo, es más que probable que el eco engañe a quien lo escucha" (p. 73).

— Muy distinta a la montaña: más luz y color, abundancia y precocidad de los productos, invierno cortísimo, clima agradable.

— Son zonas difíciles de dominar: marismas, malarias, inundaciones, semidesiertos, cañaverales, pantanos, ciénagas.

1. El problema del agua: la malaria.

— Tres problemas tenían las llanuras: las inundaciones, la malaria o paludismo, que se combatía drenando o cultivando, manteniendo limpias las acequias y canales para que corriese el agua.

— En el siglo XVI recrudeció, aumentó la malaria.

— Los italianos apenas intervinieron en la colonización de América porque Italia estaba muy poco poblada, sobre todo las llanuras, a las que se dirigió el esfuerzo de los italianos.

2. La bonificación de las planicies.

— Desde el Neolítico los pueblos de las montañas mediterráneas empezaron a colonizar las llanuras costeras: vaciarlas de agua malsana, regarlas y surcarlas de caminos.

— En el siglo XVI se hizo un gran esfuerzo en las llanuras mediterráneas por desecarlas y labrarlas.

— En Castilla sólo los alrededores de las ciudades se trabajaron, lo demás quedó como pasto o tierra de pan llevar.

3. El ejemplo de Lombardía.

4. Grandes propietarios y campesinos pobres.

— " En España, cada vez que se pasa del secano al regadío, se pasa también de la zona de un campesino relativamente libre a la de un campesino literalmente esclavo" (p. 95).

— Las zonas de regadío eran zonas de grandes propietarios con esclavos o moriscos; de ricos propietarios y de jornaleros pobres.

5. Cambios a corto plazo en las llanuras: la Tierra Firme veneciana.

6. Cambios a largo plazo: las vicisitudes de la Campiña Romana.

7. El primado  de las llanuras: Andalucía.

— La Baja Andalucía era una zona agrícola riquísima en vino, aceite y sal, por lo que al ser puerta de los alisios y gracias a su fácil abastecimiento desde el norte de África se convirtió en la metrópoli colonial de América.

— Las llanuras litorales sufren una supeditación al comercio marítimo: exportan ciertos cultivos (vino, aceite) e importan otros (trigo).

IV. Trashumancia o nomadismo: dos modos de vida mediterránea.

1. Las trashumancias.

— Eran dos o tres tipos: trashumancia estival, de las llanuras a las montañas; la montaña es, en este caso, un mero espacio que se arrienda a un montañés o que se posee. La trashumancia de las montañas a las llanuras, realizada en el invierno para vender el ganado, trashumancia que provocaba el enfrentamiento entre los pastores montañeses y los labradores del llano (Ejemplo: Cartagena-Mancha, Calabria, etc.). La tercera era la del tipo mixto: en invierno y en verano, de las laderas a los llanos y a las montañas.

(—Falta una: la trashumancia transterminal, realizada entre los ganaderos de Cartagena, Lorca y Murcia, facilitada por la hermandad de pastos).

— En definitiva la trashumancia es siempre un desplazamiento de ganado en sentido vertical, determinado por el relieve y la estación.

2. El nomadismo es más antiguo que la trashumancia.

— La trashumancia es una forma racionalizada y regularizada de la vida pastoril.

— El nomadismo no es racionalizado: se lleva todo por delante en sus largos recorridos: gentes, bestias y hasta las casas.

3. La trashumancia castellana.

— Una trashumancia inversa, que va del norte montañoso al sur llano.

— "En resumen: el ejemplo de Castilla, con su espectacular expansión, nos lleva a una conclusión nada ambigua: toda trashumancia presupone complicadas estructuras internas y externas, e instituciones de gran peso" (p. 120)

4. Comparaciones y cartografía de conjunto.

— La trashumancia está siempre institucionalizada, protegida y aislada.

— "Toda trashumancia es el resultado de una situación agrícola exigente" (p. 121), que aligera su carga en la trashumancia.

— La trashumancia se da en el Mediterráneo del Noroeste, por su importancia agraria; y el nomadismo en el Sureste.

5. Dromedarios y camellos: las invasiones árabes y turcas.

— Dos oleadas: primera, la de los árabes del sur, de los desiertos cálidos; y segunda, del este, de los desiertos fríos: los turcos. El motivo del fracaso árabe en Asia Menor y de precariedad en el Irán fue el dromedario.

6. El nomadismo en los Balcanes, Anatolia y África del norte visto por los occidentales. — Algo constante: el descenso de las montañas al llano de pueblos y ganado. El siglo XVI fue de superpoblación en la montaña, lo que acarreó el bandolerismo.

CAPÍTULO 2º.— En el corazón del Mediterráneo: mares y litorales.

I. Las llanuras líquidas.

1. La navegación costera.

— La navegación, en el siglo XVI, se hacía costeando, bordeando tierras, cabotando, huyendo de alta mar. Había algunas excepciones: las rutas conocidas, como las de España-Italia por Baleares y el sur de Cerdeña, o Italia-Siria por el Estrecho de Mesina, Malta, Cabo Matapán, sur de Candía y Chipre; pero no eran grandes navegaciones de altamar. La navegación de cabotaje enriquece las arcas de las ciudades costeras, gracias a los impuestos y al comercio. La causa de este predominio no fue la falta de técnica: se sabía manejar el astrolabio y la aguja imantada, y barcos italianos y franceses llegaron desde el Mediterráneo hasta América; pero la tierra orienta mejor, abriga contra los vientos y piratas, multiplica las ocasiones de comerciar y de avituallarse; sólo los barcos grandes no hacían escalas. Las escalas buscan puertos a un día de distancia y los crean.

2. Los primeros tiempos de los descubrimientos portugueses.

— Los portugueses empezaron el cabotaje y luego perdieron el miedo.

3. Los mares angostos, bases de la historia.

— "El Mediterráneo no es un mar, sino una sucesión de llanuras líquidas comunicadas entre sí por puertos más o menos grandes" (p. 140).

4. El Mar Negro, avanzada de Constantinopla. Era una zona rica que proveía a Turquía de trigo, madera, hierro, pescado, lana y cuero. Primero fue proveedor de Mileto, después de Atenas, de Constantinopla (siglos XIII-XV), de Venecia y Génova, y en el siglo XVI de Turquía y de Ragusa.

5. El Archipiélago, veneciano y genovés.

— Era una zona pobre, colonizada por venecianos y genoveses en los siglos XIII al XVI. Por ser islas resistieron más a los turcos, pero sus habitantes griegos traicionaron frecuentemente a los latinos alistándose en los ejércitos turcos: por ejemplo, los Barbarroja y Dragut.

6. Entre Túnez y Sicilia.

— Era un mar de islas italianas y tunecinas, cuya animación se desplazaba frecuentemente al Estrecho de Mesina. Fue zona de invasiones desde el norte al sur: romanos, bárbaros, normandos, anjevinos y catalanes; y desde el sur hacia el norte: cartagineses, vándalos, sarracenos, berberiscos y turcos. Con su unión se intenta la complementariedad de sus productos.

7. La "Mancha mediterránea".

— Constituía un canal difícil de atravesar de este a oeste: hacia el Estrecho de Gibraltar, y fácil de norte a sur. Unía un bicontinente —el Mogreb e Iberia—, que unieron también políticamente omeyas, almorávides, almohades, benimerines y castellanos. Con los Reyes Católicos esta Mancha —el Estrecho— se convirtió por primera vez en frontera política. En ella era muy frecuente que valencianos, cartageneros y andaluces fueran con barcos pequeños a vender sus productos a los presidios africanos. España dominó muy poco el Estrecho, en una época en que se revitalizó el comercio.

8. La cuenca y el Mar Tirreno.

— Una zona grande, rica, poblada y difícil de controlar por un Estado, lo que sólo consiguió Roma. En el siglo XVI, Génova domina el norte, con Córcega en su poder; España el centro y el sur, pero con una presencia militar, no comercial. Los genoveses aprovecharon la alianza castellana para quitarle su mercado sardo y siciliano, que luego abandonó a ragusinos, marselleses, liorneses y berberiscos. Era una zona casi autosuficiente, de barcos pequeños, de cabotaje y de grandes velas para vencer los vientos del este.

9. El Adriático.

— Un mar largo, de norte a sur, controlable desde Corfú, veneciana desde 1386, que constantemente había de fortificar. Venecia une los caminos marítimos y continentales, pero además era dueña del Adriático, donde elimina a sus enemigos y hasta se apodera de las naves que en él entran, aunque permite cierto comercio entre dálmatas e italianos. También sufre la piratería, sobre todo la berberisca y la de los uscoques (albaneses). Un mar de lengua y moda italiana, aunque en su ribera oriental eslavo. Era una frontera entre turcos y cristianos.

10. Al este y al oeste de Sicilia.

— Además de los "mares angostos", zonas animadas, económicamente esenciales, hay zonas más grandes, caracterizadas por su peligrosidad, soledad, acción de separación: el mar Jónico, que separa al Oriental del Occidental, y el mar situado desde las riberas sicilianas o sardas hasta las Baleares, España y el Mogreb. Dos mares, el Jónico y el de Cerdeña, que separaban dos rutas, la cristiana y la islámica, que bordeaban estos dos mares, una por el norte y otra por el sur.

11. Dos universos marítimos.

— En el siglo XVI había orientales —griegos, chipriotas— en el Mediterráneo Occidental, y occidentales —españoles, italianos— en el Oriental, pero muy pocos; eran dos mares distintos, muy separados por Sicilia y Túnez.

12. La doble lección de los imperios turco y español.

— Los dos Mediterráneos eran dos mundos autónomos: el Occidental, un mar hispánico; el Oriental, turco; aunque en ambos meten los dos sus avanzadillas: España en Trípoli y Turquía en Argel. Pero el Mediterráneo Oriental es mucho más seco, más desértico, más despoblado, más pobre, pero con mejor tiempo, el verano empieza antes, lo que facilita sus avances.

13. Más allá de la política.

— "Económica y culturalmente las diferencias entre las dos zonas no hacen más que acusarse en el siglo XVI, al mismo tiempo que acaban de derribarse sus valores respectivos" (p. 179). Con América, el Levante mediterráneo perdió su atractivo para el Poniente, y con ello su prosperidad. El empobrecido Levante necesitaba los metales de América y el Poniente un mercado donde vender el producto de su industrias avanzadas.

II.Las franjas continentales.

1. Los pueblos del mar.

— "El agua del Mediterráneo no es mucho más rica que su tierra" (p. 180). El pescado no es muy abundante, ni rico, porque tampoco lo eran sus aguas y bancos. Faltaban profundidades, etc. Por lo tanto escasean los pescadores y marinos; y montar flotas se hace difícil a todos los Estados mediterráneos. Se recurre a los esclavos, condenados, maleantes y a los norteños. También por su técnica: por ejemplo, el coque desplaza a la galera, también la carraca vizcaína.

2. Deficiencias de los sectores marítimos.

— Los sectores marítimos realmente vivos eran pocos y poco poblados: unos cuantos puertos situados al norte, en las penínsulas mediterráneas, y en general cercanos a boscosas montañas que los proveen de madera y los protegen de los vientos, y donde se complementa una pobre pesca con una pobre agricultura. De aquí que sea frecuente en España e Italia que un pueblo o aldea de interior o montaña tenga su puerto en la costa: por la necesidad de todos sus productos.

3. Las metrópolis.

— Para que una región costera fuera próspera necesitaba una metrópoli que le diera una estructura de una industria o mercado de mástiles, breas, velas, aparejos y cordelería; un mercado de comerciantes, flotadores, aseguradores: por ejemplo, Cataluña-Barcelona, Andalucía-Sevilla o Málaga, Marsella, Génova, Ragusa y Venecia.

4. Los altibajos de la vida marítima.

— La prosperidad en la costa es corta, porque la riqueza y el ocio acaban con ella, sólo el trabajo la provoca. En el siglo XVI decaen Cataluña, Siria y Génova, y prosperan Ragusa, Valencia, Mallorca, Andalucía, Sicilia y Nápoles. Pero la oscuridad o decadencia nunca es anulación o inexistencia.

5. Las islas. Muy numerosas e importantes como escalas, puertos de refugio o descanso.

6. ¿Mundos aislados?

— Mundos donde se da el arcaísmo y la novedad, conservadores y si son centros de comunicaciones, muy innovadores.

7. Vidas precarias.

— Las islas son mundos hambrientos, necesitados de recursos del exterior, y cercados de piratas.

8. Las islas, en los caminos de la gran historia.

— Las islas reciben y transmiten las grandes novedades (los cultivos, las modas, por ejemplo) y son víctimas de ellas —el monocultivo expulsa la variedad necesaria para la autosuficiencia—, por lo que los griegos de las islas expulsaron a los venecianos y genoveses ayudados por los turcos. Otras veces el monocultivo es afortunado —por ejemplo, el aceite de yerba— o moderado y también beneficioso —la sal de Ibiza—.

9. Emigrantes insulares.

— Todas las islas son exportadoras de hombres, como las montañas: en el siglo XVI destacaron los corsos emigrantes a Argel e Italia.

10. Y las islas que no circunvala el mar.

— Las penínsulas son como las islas, pero con nexos de unión a otras, que forman naciones. Las penínsulas, aunque están separadas del resto del continente por barreras montañosas, no son separadas por el mar, que cuando son fuertes las lanzan en su conquista: por ejemplo, Roma, que conquista otras penínsulas; o Castilla, que conquista la península italiana. ¿Por qué duró tanto esta unión? Porque Italia necesitaba el oro de América y las tropas españolas contra los turcos. También el Mogreb tuvo su auge: Cartago, omeyas, almorávides, almohades, etc.

CAPÍTULO 3º.— Los confines: el Mediterráneo Mayor.

Un Mediterráneo de dimensiones históricas, mucho mayores, las de sus influencias: Europa Occidental, los océanos Índico y Atlántico.

I. El Sahara, segundo rostro del Mediterráneo.

El Sahara, como todo desierto, es siempre un lugar pobre. La mayor parte de sus habitantes son pastores nómadas que emigran del desierto al mar y al revés. En el siglo XVI el imperio turco atrajo hacia sí las caravanas del oro y las especies que atravesaban el Sahara. Los oasis eran sus únicos lugares agrícolas, que importaban muchos hombres, sobre todo negros.

II. Europa y el Mediterráneo.

— Europa "para el historiador es un mundo doble o triple, formado por seres y espacios diferentes y trabajados de modo distinto por la historia"..."El Mediterráneo ha contribuido no poco, por su parte, a oponerse a la unidad de Europa, a la que atrae hacia sí y divide en provecho propio" (p. 180).

1. Los istmos y sus rutas meridianas.

— Europa, entre el Mediterráneo y los demás mediterráneos, se estrecha a veces en varios istmos neutrales y rutas meridianas o transversales: el istmo ruso, el polaco, el alemán y el francés. Y en España las rutas Ebro-Cantábrico, Valencia— Medina del Campo-Portugal y Alicante o Málaga-Sevilla. El norte de Europa es muy distinto al sur. Por ejemplo: al norte predominan los bosques tupidos, al sur los vergeles y los viñedos, en uno los carros, en otro las mulas, el primero es la zona de la cerveza y el segundo la del vino.

2. El istmo ruso: hacia el Mar Negro o hacia el Caspio.

— Rusia era en el siglo XVI un país muy poco poblado. El sur sólo era recorrido por los tártaros de Crimea, quienes en 1571 incendian Moscú, provocando 15.000 muertos, y avanzan frecuentemente hasta el Danubio. Los tártaros de Crimea eran aliados de los turcos quienes, a cambio de esclavos rusos, les proveían de arcabuces y artillería. También habitan el sur de Rusia los cosacos, quienes hostilizaban a los turcos en el Mar Negro. Los rusos se sentían más atraídos por el Báltico, en cuya costa hacen su primera conquista: Narva, a pesar de los polacos, por donde les llegaban artistas italianos, artillería y pólvora. También les atrae el sureste, el Volga, por donde llegan mercaderes griegos, tártaros, válacos, armenios, persas y turcos. Por el Volga descienden soldados, artillería y trigo; y ascienden sal y esturiones secos. Los rusos conquistan Kasán y Astracán en 1551 y 1556, y con ellas controlan el Volga. En Astracán detienen el avance turco en 1569-1570. Por el sur llega la moneda —en tributos— al zar, y por el sur los genoveses primero y los ingleses después, intentan llegar al Lejano Oriente, evitando el imperio turco, lo cual consiguieron entre 1560-1575 los segundos, prefiriendo después el Mediterráneo. Los rusos son aliados de los persas, con quienes comercian. Aún en 1580 los ingleses pretenden apoderarse del comercio de las especias aliándose con los turcos contra españoles y portugueses.

3. De los Balcanes a Danzig: el istmo polaco.

— El istmo polaco une el mar Báltico al Danubio y al Mar Negro. La conquista de éste por los turcos alejó a los polacos, también su comercio, quienes se interesaron más por el Báltico. Por Danzig los polacos vendían trigo, centeno y madera a los holandeses. Los mercaderes polacos son intermediarios entre la nobleza, que vende el trigo, y los holandeses. En 1569 se perfeccionó más la unión Polonia-Lituania. En Polonia el comercio era muy libre y muy ventajoso, por lo que había una gran corriente comercial, tanto por el norte —en el Báltico—, como con el sur —hacia los Balcanes y Turquía—. Los italianos parece que tras abandonar el comercio marítimo en el Mediterráneo, inundaron Polonia.

4. El istmo alemán: vista de conjunto.

— El istmo alemán lo formaban dos zonas muy distintas: el norte de Italia y, separada por los Alpes, el resto de Italia. El norte de Italia está muy próximo al mar; el resto de la Europa Central tiene regiones muy distantes.

5. Los Alpes.

Eran un mundo muy variado que no interrumpía las comunicaciones ni el tráfico entre sus lados. En ellos había pueblos, como Primolano, de carreteros en 1598, y muchos otros que se preocupaban por sus caminos y por formar parte de las grandes rutas.

6. El tercer personaje: una Alemania de rostro múltiple.

La Alta Alemania estaba muy relacionada con el norte de Italia, especialmente con Venecia, por el comercio y la moda. La Alemania Baja o Renana, era muy pobre y minera. La costa del Mar del Norte —Hamburgo y Bremen— era muy rica gracias al comercio entre los Países Bajos y el Báltico.

7. De Génova a Amberes y de Venecia a Hamburgo: las condiciones de la circulación.

— Una circulación muy grande, de dinero y productos primarios, tenía lugar de Italia a Alemania, donde eran transformados éstos últimos.

8. Emigración y balanza comerciales.

— Concluyendo podemos decir que la balanza comercial se inclina en favor del sur, de Italia sobre todo; y, segundo, que los mercaderes italianos invaden Alemania, llevándose el dinero alemán a Italia.

9. El istmo francés: de Ruán a Marsella.

— Entre Ruán y Marsella, a través de Borgoña y Lyon, rutas muy numerosas unían el Atlántico con el Mediterráneo.

CAPÍTULO 4º.— La unidad física: el clima y la historia.

La unidad física la formaba un clima, unificado de paisajes y géneros de vida: un mar de viñedos y olivos al norte, y de palmerales al sur. "Este Mediterráneo del olivo...se reduce a estrechas franjas continentales, a las exiguas tierras literalmente bañadas por el mar" (p. 304).

I. La unidad climática.

— La unidad climática la constituía un Mediterráneo aéreo más que terrestre, construido desde fuera por una doble respiración: la del Océano Atlántico, su vecino por el este, y la del Sahara, su vecino por el sur.

1. El Atlántico y el Sahara.

— El Sahara produce la sequía, la luminosidad; el Atlántico, las nubes y la lluvia, bruma gris, polvo de agua (en Cartagena apenas llega). Durante el semestre invernal prevalecen las influencias atlánticas. El anticiclón de las Azores deja pasar las depresiones atlánticas, procedentes unas veces del Golfo de Gascuña y otras del Estrecho de Gibraltar y las costas de España. LLevan la lluvia, provocan los bruscos cambios de vientos y agitan el mar. El antidesierto no es el Mediterráneo, es el Atlántico. "En cuanto se acaban las lluvias del invierno, el desierto empieza a ocupar el espacio del mar, incluyendo las montañas de los alrededores, hasta sus más altas cimas. Con el verano tórrido el mar se calma y se torna aceitoso. Los viajes son rápidos y fáciles" (p. 307). El semestre de verano es la época buena para el tráfico marítimo, para la piratería y para la guerra. Al remontarse el sol hacia el norte, el anticiclón de las Azores crece de nuevo; echado el cerrojo, la marcha de las depresiones ciclónicas hacia el este se interrumpe.

2. Un clima homogéneo.

— Los límites extremos de este clima deben situarse bastante lejos de las orillas del Mediterráneo: hasta los países a los que llega en verano la sequía sahariana, y hasta las regiones a donde llega en invierno la lluvia de las depresiones atlánticas. El clima del Mediterráneo no es precisamente tal o cual de los aspectos que acabamos de señalar, es más bien la adhesión, la superposición y la mezcla de todos ellos al mismo tiempo. Por lo tanto, es una zona estrecha, pero muy homogénea: la misma civilización agraria, la misma trinidad de cultivos: trigo, olivo y vid. Sus regiones no se complementan —tienen todas los mismos productos— pero sí se ayudan. Colonizar es plantar lo mismo, comer lo mismo, ver lo mismo; pero el hombre mediterráneo es duro y, por lo tanto, muy idóneo para colonizar el Nuevo Mundo.

3. La sequía, azote del Mediterráneo.

— Las lluvias son muy mal distribuidas en el Mediterráneo: llueve mucho, pero pocas veces, en pocas épocas; por ello las corrientes de agua son escasas e inconstantes. Los cultivos son arbustivos, no herbáceos. Escasean los pastos, por lo que el ganado nunca es muy numeroso y la tierra nunca es muy abonada. Predomina el arado común, por lo que la roturación no es muy profunda. "El hecho es que el Mediterráneo ha debido luchar contra una pobreza esencial, agravada, aunque no enteramente creada, por las circunstancias" (p. 317). Muchas tierras no eran cultivadas y muchas cultivadas eran poco aprovechadas. Esta pobreza obligó al Mediterráneo a ser frugal. El suelo es responsable de esta pobreza: muy poco es cultivable y produce muy poco. Los elementos climáticos influyen notablemente en la sequía. La falta de trigo paralizaba la guerra y estimulaba la piratería y el bandidaje; era un problema vital.

II. Las estaciones.

El hombre mediterráneo vivía dos estaciones muy distintas: el invierno y el verano.

1.Las pausas del invierno.

— El invierno empieza pronto (septiembre-octubre) y acaba tarde (abril-mayo). Paraliza las labores del campo, pero no otras actividades: la caza, la recolección, la industria doméstica, las obras públicas en Cartagena. Es tiempo de ocio y de fiestas. La montaña es abandonada por el pastor y por el viajero.

2.Pausa en la navegación.

— El mar se vuelve hostil: sólo los barcos grandes salen a alta mar con mal tiempo, y los pequeños hacen cabotaje, con el bueno, en pequeñas distancias. Algunas zonas eran especialmente peligrosas en invierno: el Golfo de Lyon y el "pasillo de Málaga".

3. Invierno: época de paz y proyectos.

— El invierno impedía la gran guerra marítima y menos la terrestre porque ésta se alimenta del país mismo donde se desenvuelve. En invierno faltan las noticias y abundan las falsedades, las bravuconerías, las elucubraciones y los planes fantasiosos. Lo positivo del invierno es que es tiempo de negociaciones y de tratados de paz.

4. Las penurias del invierno.

— El invierno es "una dura prueba para los pobres" por el frío húmedo y el hambre, y porque el hombre mediterráneo está poco preparado para el invierno.

5. El verano y su vida precipitada.

— El verano es una época animada: tiempo de cosechas y de siembra, tiempo de guerra, tiempo de intercambios comerciales y tiempo de pesca.

6. Las epidemias de verano.

— La peste castiga a las ciudades en verano, provocando la huida de los ricos.

7. El clima mediterráneo y el Oriente.

— En Oriente todo es al revés que en Occidente: el verano es demasiado caluroso, por lo que la vida se paraliza; y el invierno es suave y apto para trabajar, navegar y guerrear.

8. El ritmo de las estaciones y las estadísticas en el siglo XVI.

Hay que recurrir a las estadísticas en el siglo XVI. Los seguros marítimos en Ragusa, en 1560, se contratan poco antes del verano. En Liorna (1578 y 1581-1585), los meses más activos, en los que entran más barcos son abril, julio y agosto para los de menor tonelaje, y enero, febrero y octubre para los grandes. En verano predominan los viajes cortos. Sin embargo, los obstáculos del invierno son superados con la técnica o por necesidades imperiosas.

9. Determinismo y vida económica.

— Las estaciones determinan más la vida montañesa y la vida rural, y menos la vida marítima y el comercio, pero todos estos obstáculos son superados: la montaña siempre es atravesada en el Mediterráneo, en el campo el trabajo doméstico sustituye al agrícola.

III. ¿Ha cambiado el clima desde el siglo XVI?

— "Todo cambia, hasta el clima", frecuentemente debido al hombre: desforestaciones, suspensión de riegos o cultivos, también a causa de los elementos: oscilaciones climáticas. A finales del siglo XVI "se produjo, efectivamente, un aumento de la pluviosidad y del frío" (p. 353).

CAPÍTULO 5º.— La unidad humana: rutas y ciudades, ciudades y rutas.

— El mar puede ser vínculo de unión o de separación de los pueblos. "No es el agua la que une las regiones del Mediterráneo, son los pueblos del mar" (p. 365).

I. Rutas terrestres y rutas marítimas.

— El Mediterráneo son las rutas, decía Lucien Febvre. ¿Hasta qué punto las rutas hacen una unidad del Mediterráneo? Las rutas no son sólo caminos sino también etapas. Las ciudades son creadoras de rutas y, a la vez, creadas por ellas. El Mediterráneo es en definitiva una región de ciudades. La agricultura desemboca finalmente en la ciudad. "La historia del Mediterráneo ha resultado, con frecuencia, determinada por el triunfo de una ruta, de una ciudad, a expensas de otra ruta y otra ciudad" (p. 368).

1. Las rutas nutricias.

— Las rutas del Mediterráneo son, en primer lugar, las del mar; luego las terrestres: unas costeras, otras perpendiculares al mar, otras ístmicas. Estas rutas eran en el siglo XVI muy parecidas a las del Imperio Romano y del Medievo. Pero rutas y ciudades cambian, florecen, decaen, etc. Los grandes descubrimientos empobrecieron las rutas del Mediterráneo al Índico. (¿Puede ser significativo el que el camino Murcia-Cartagena no figure en la guía de Juan de Villuga?).

2. Arcaísmo de los medios de transporte.

— Las mejoras del siglo XVI en los transportes no fueron revolucionarias: las pequeñas ciudades, es decir las paradas secundarias, sobrevivieron a sus transformaciones. La vida de estas paradas secundarias está unida a la aritmética de las distancias, al promedio de la velocidad. Excepto cerca de las ciudades y en la retaguardia de los ejércitos la primacía del transporte correspondía a la bestia de carga.

3. ¿Aumenta la importancia de las rutas terrestres hacia el año 1600?

— Sí aumentó la importancia de las rutas terrestres: por ejemplo, en España y los Balcanes, donde aumentó el número de mulas. Las rutas marítimas no vencen siempre a las terrestres: éstas predominan para las noticias, las cartas y las mercancías más valiosas, cuyo valor les permite el costo del transporte terrestre.

4. El problema intrínseco de la ruta terrestre.

— Era la competencia entre los diferentes medios de transporte. El mar no descalifica a la ruta terrestre, ésta es siempre muy resistente. Lo pesado y barato se transporta por mar, lo ligero y precioso por tierra. Sólo a partir del siglo XVII triunfan las rutas marítimas gracias al empuje de los navíos del norte, a la generalización de los seguros marítimos y a la constitución de poderosas firmas comerciales.

5. El doble testimonio de Venecia.

6. Circulación y estadísticas: el caso de España.

— Por el estudio de los puertos secos, diezmos de la mar y almojarifazgos observamos que entre 1544 y 1600 aumentan todos estos derechos, que es en el sur de España donde se deja sentir el gran auge marítimo —en Sevilla y Andalucía— y que la relación entre derechos de aduana para el tráfico terrestre y para el marítimo es de uno a tres tanto en 1550 como en 1600, es decir, que evolucionan parejamente.

7. A la larga el problema es doble.

— Todo aumento del tráfico marítimo provoca el del terrestre, y viceversa.

II. La navegación: tonelajes y circunstancias cambiantes.

La navegación por el Mediterráneo no es fundamentalmente diferente de la del Atlántico: se usan los mismos instrumentos y técnicas. En ambos mares predomina el pequeño tonelaje, ya que los barcos se cargan rápidamente y pueden aprovechar el corto buen tiempo. Hay que resignarse a desconocer los tonelajes exactos. Los testimonios más numerosos hacen referencia a grandes barcos. Hemos de limitarnos a descubrir la relación barcos grandes y pequeños. Los barcos grandes no aumentan continuamente entre los siglos XV y XVIII, sino que estaban especializados en largas distancias y en mercancías pesadas y baratas. Estos barcos grandes eran muy seguros, pero no eliminaron la competencia salvo en épocas de crisis y decadencia; se adecuaron a todo tipo de transporte y prosperaron en rutas de monopolio: la carrera de Indias.

1. Navíos grandes y navíos pequeños en el siglo XV.

— "La próspera carrera de los grandes tonelajes por el Mediterráneo ha comenzado en el siglo XV": Génova, con sus carracas, que iban hasta Brujas. Venecia en menor lugar, porque comerciaba principalmente con Levante.

2. Las primeras victorias de los barcos de pequeño tonelaje.

— Entre finales del siglo XV y principios del XVI se produjo una reducción del número de grandes veleros y un rápido incremento de los pequeños a causa de los gravámenes, los bajos fletes, la invasión de barcos del norte, la mayor velocidad y baratura de los pequeños y la fracción de los riesgos.

3. El siglo XVI en el Atlántico.

— A partir de 1550 la carrera de Indias la hacen barcos pequeños y medianos. En el caso de ingleses y holandeses especialmente a causa de su mejor artillería, que por ligera podían llevar los barcos pequeños.

4. En el Mediterráneo.

— Sucede lo mismo que en el Atlántico: la galera es desplazada en Venecia, Ragusa, Marsella, etc. A estos barcos pequeños — la saetía por ejemplo — debió Marsella su prosperidad a finales del siglo XVI.

III. Las funciones urbanas.

— Las ciudades mediterráneas, como todas, "viven de un control del espacio que ejercitan gracias a las redes de rutas que de ellas arrancan, del encuentro con otras rutas, de su constante adaptación a condiciones nuevas y de sus evoluciones lentas o bruscas" (p. 414).

1. Las ciudades y las rutas.

— Las ciudades se nutren en el siglo XVI del movimiento: su existencia de los mercados y las rutas. Y en el Mediterráneo occidental las grandes ciudades se aglomeraron junto al mar.

2. Un lugar de encuentro de las diferentes rutas de transporte.

— Las grandes ciudades se situaban en los cruces de las grandes rutas, de los que vivían pero que no eran exclusivamente su causa. Todos los puertos estaban en los cruces de los caminos de mar y tierra, y su misión consistía en asegurar los necesarios transbordos. (Este era el papel de Cartagena en la exportación de la lana castellana y andaluza, y también su función en el abastecimiento de ciertos productos en el reino de Murcia).

3. De la ruta a la banca.

— Las rutas y los intercambios han permitido la lenta división del trabajo, de la cual han ido surgiendo las ciudades distinguiéndose al principio muy a duras penas de los campos circundantes. Las funciones comerciales e industriales se suceden en el tiempo. En la evolución de una ciudad grande la primera fase es la comercial, la segunda es la industrial y la tercera la bancaria, pero al principio se dan las tres mezcladas. Génova fue la primera ciudad especializada en finanzas.

4. Ciclo urbano y regresión.

— La vida urbana progresa, pero también se deteriora, por estadios, abandonando sector tras sector. Cualquier actividad que se desarrolla lo hace en detrimento de otras y no necesariamente en armonía con ellas.

5. Una tipología muy incompleta.

— Todo es complicado, cada ciudad está encajada en un particular marco económico: se relaciona con el campo que la circunda y con las ciudades vecinas, tanto si es dominadora como dominada; representa un papel en un Estado o en el Mediterráneo, sufre cambios políticos, etc. Hay que distinguir las funciones y las ciudades de primera y de segunda fila con sus interacciones entre una principal y otra subordinada. (Sería interesante estudiar las relaciones Murcia-Cartagena: dependencia, etc.)

IV. Las ciudades, testigos de su siglo.

— Al estudiar las ciudades y buscar lo común, lo que se repite en todas, la primera evidencia, es que la población aumenta, crece a la larga superando todas las dificultades. Y la segunda es que todas ven restringidas sus libertades frente a los Estados territoriales.

1. El crecimiento demográfico.

— "El aumento de población fue la característica principal del siglo XVI, lo mismo en Europa que en el Mediterráneo" (p. 432). Sin embargo, el crecimiento demográfico no actúa en sentido único: es sucesivamente fuente de equilibrio y de fragilidad. No sólo las ciudades dirigen el mundo. La población rural continuaba siendo mayoría. En el siglo XVII decayeron las ciudades pero no el campo.

2. Penurias de antaño y penurias nuevas: las carestías y el problema del trigo. La lentitud y el encarecimiento de los transportes, la irregularidad de las cosechas amenazaron constantemente a las ciudades con la escasez y con el hambre, al que acompañaban las epidemias.

3. Miserias antiguas y miserias nuevas: las epidemias.

— En el siglo XVI procedieron de Oriente y se dieron especialmente en segunda mitad. Con ellas desaparecía una tercera o cuarta parte de la población, que más tarde en parte se renovaba. Hambre y peste solían ir unidas.

4. El indispensable inmigrante.

— Las grandes mortalidades eran cicatrizadas por la inmigración. Montañeses, jornaleros, labradores pobres eran los inmigrantes que engrosaban el proletariado urbano. Los inmigrantes siempre son útiles: llevan su trabajo y nuevas técnicas. Además están los inmigrantes de calidad: artesanos, técnicos, artistas, mercaderes, ricos terratenientes. En los siglos XVI-XVII predomina la inmigración de los nobles a las ciudades, en el siglo XVIII vuelven al campo. Las casas de campo señoriales no respetan las tierras fértiles del campesinado.

5. Las crisis políticas urbanas.

— En el siglo XVII los Estados triunfaron sobre las ciudades independientes, pero todas sobrevivieron: lo que desapareció fue la ciudad medieval, el señorío urbano.

6. Las privilegiadas ciudades bancarias.

7. Las ciudades reales o imperiales.

8. A favor de las capitales.

— La economía territorial no axfisió la urbana, sobre todo la actividad bancaria. Las ciudades reales e imperiales crecieron desmesuradamente, favorecidas por el auge de la coyuntura económica y por las funciones que el Estado abandonó en ellas: fueron las primeras capitales.

SEGUNDA PARTE.—DESTINOS COLECTIVOS Y MOVIMIENTOS DE CONJUNTO

"La segunda empresa de este libro —descubrir el destino colectivo del Mediterráneo en el siglo XVI, es decir, su historia social, entendida la expresión en su sentido más amplio— nos lleva inmediata y constantemente a toparnos con un problema tan insidioso e insoluble como es el del deterioro de su vida material, a encontrarnos con esas múltiples decadencias en cadena de Turquía, del Islam, de Italia o de la península Ibérica, por decirlo con el idioma de los historiadores de antaño —o con las rupturas y averías de sus sectores motores, finanzas públicas, inversiones, industrias, navegación, para decirlo con las palabras de los economistas de hoy—" (pp.789-790).

CAPÍTULO 1º.— Las economías: la medida del siglo.

Braudel divide este capítulo en tres partes. La primera —"Las dimensiones económicas del siglo XVI"— es un estudio del espacio como enemigo número uno del hombre. En él nos insiste continuamente en que el espacio europeo era mucho mayor para el hombre de siglo XVI que para el del XX: nos habla de las velocidades record y medias de cartas, mercancías y hombres, y especialmente de lo que condicionaba esto el gobierno de los imperios y el comercio. El Mediterráneo se atravesaba en una media de una o dos semanas de norte a sur, en barco, y de dos a tres meses de este a oeste. Por último define al Mediterráneo como "un conglomerado de zonas económicas semicerradas, mundos pequeños o grandes, organizados para sí mismos" (p. 508), pero nunca totalmente cerrados y, especialmente, con un centro económico en cuatro ciudades del norte de Italia: Génova, Milán, Florencia y Venecia.

La segunda parte trata de la población mediterránea, una población de 60 ó 70 millones de habitantes, una cuarta parte de los cuales habitaba el Imperio Turco. Entre los diversos estados occidentales había grandes diferencias, tanto de población total como de densidad. Las poblaciones de España y Portugal eran las menores. Italia, en cambio, estaba mucho más poblada. En todos ellos abundaban los vacíos mediterráneos: Aragón, sur de Portugal, Provenza, Anatolia, Argel. Lo característico del siglo XVI fue el crecimiento demográfico, del 100%; revolución biológica y revolución demográfica más importantes que la conquista turca, el descubrimiento y la colonización de América, o el imperio español. Revolución que llevó a la crisis del siglo XVII; revolución en gran parte debida al aumento de la tasa de natalidad y causante de emigraciones ya pacíficas o violentas, como las expulsiones de los judíos y moriscos. Las tasas de natalidad y de mortalidad rondaban en el siglo XVI el 40%. Superpoblación en cuanto a la limitación de los recursos, no en cuanto a la densidad humana en el espacio.

La tercera parte de este primer capítulo es una serie de líneas generales con las que Braudel construye un modelo de economía mediterránea, entendiendo el Mediterráneo como una zona coherente en sí misma. "La agricultura es la industria más importante del Mar Interior", afirma en primer lugar. La producción agrícola era muy superior a las demás. Las ciudades se aprovisionaban en sus comarcas o en las vecinas; el abastecimiento marítimo era la última medida. El Mediterráneo continuaba siendo en el Quinientos un mundo de campesinos y terratenientes, de estructuras rígidas, donde la tierra era el sustento de toda la sociedad y la más deseada de las posesiones. El sustento de toda la sociedad porque de la tierra y sus frutos vivían los campesinos, por su trabajo, y nobles y burgueses gracias a sus rentas, censos y arrendamientos. También era una inversión muy segura. Sin embargo, la agricultura era una actividad muy poco flexible: técnicas y rendimientos eran muy mediocres.

La industria en los estados mediterráneos era para Braudel una actividad minoritaria, que ocupaba a 2 o 3 millones de personas —de 60 millones de habitantes— y sobre todo una actividad realizada más por artesanos rurales que por artesanos urbanos. Predominaban los trabajadores y jornaleros que, en cuanto acababan las faenas agrícolas, hacían paños para los mercaderes. Sin embargo, las industrias rurales del Mediterráneo no llegaron a alcanzar la importancia que tenían las de Europa del Norte, lo que prueba que las campiñas del Mediterráneo tenían un equilibrio interior superior al de buena parte de las zonas del Norte, gracias a otros recursos como viñedos, olivares y la arboricultura. Lo característico del siglo XVI fue la expansión del verlagssystem y de las industrias urbanas, dando lugar a un cierto capitalismo industrial en la primera mitad del siglo. El artesanado en el siglo XVI era una mano de obra itinerante que dependía de los mercaderes, es decir de sus capitales, de la demanda y de los salarios.

Es difícil calcular el comercio mediterráneo, ya que abarcaba desde el gran comercio marítimo hasta el comercio al por menor. Además la economía de mercado era sólo una parte de la vida económica, muy limitada por el trueque y la autarquía. La mercancía era una de las múltiples actividades del mercader, quien se dedicaba también a la compra de tierras y casas, a las inversiones en empresas industriales, actividades bancarias, seguros marítimos, loterías, rentas urbanas y rurales, cría de ganado, especulación con los cambios, etc.

El comercio a largas distancias, ponía en contacto a regiones donde determinados productos se podían comprar a precios bajos con otras donde se podían vender a precios elevados. En este gran comercio lo que importaba no era el volumen, sino el beneficio. La primera mitad del siglo XVI fue un período bueno para este comercio; en cambio, en la segunda mitad descendieron los beneficios —no el volumen—, por lo que prosperaron los préstamos y los cambios: el capitalismo financiero.

La diferencia del tonelaje de las flotas mediterráneas y atlánticas era de uno a dos, no exagerada. Los viajes por le Mediterráneo eran más numerosos que los oceánicos, es decir que el Mediterráneo pertenecía prioritariamente a las naves mediterráneas y los barcos del Norte eran un accidente no muy significativo, ya que la mitad estaba al servicio de las ciudades mediterráneas.

La relación de tráfico entre vías terrestres y marítimas podía ser más o menos de una a tres. Los transportistas, marineros unos y campesinos otros, eran gente pobre y modesta, intermediarios entre una economía primitiva y otra capitalista.

El Estado era el principal empresario del siglo: recaudador y redistribuidor de rentas. Con el Estado moderno surgió el capitalismo de Estado: un Estado inversor, comerciante, etc. Sus presupuestos fluctuaron a la par de la coyuntura general y de la marea de los precios. Sus ingresos revertían a la circulación monetaria por medio de sus gastos: guerras, obras públicas, inversiones comerciales e industriales.

El siglo XVI ya no es el siglo de la revolución de los precios y de los metales preciosos. Antes del descubrimiento de América ya se había dado un "enorme avance experimentado en Occidente por la economía monetaria, ya se pagaban los impuestos en metálico, por ejemplo. El siglo XVI no ha conocido una marea de riquezas sin precedentes en la historia. El crecimiento demográfico, las devaluaciones monetarias, la relativa expansión de la vida económica y, sin duda, la acelerada circulación del dinero contante y otros medios de pago, pueden valer también para explicar esas altas cotas y esas revoluciones o seudorevoluciones del siglo XVI" (p. 600). La circulación monetaria sólo penetró determinadas áreas de la vida humana, las altas regiones de la vida económica, ocasionado desigualdades entre ciudades y regiones rurales, entre zonas modernas y zonas arcaicas.

La miseria era muy frecuente en el Mediterráneo, sobre todo en las regiones rurales. No toda la mano de obra disponible tenía trabajo y gran parte de ella estaba mal utilizada. Posiblemente los pobres de solemnidad constituían una quinta parte de la población.

CAPÍTULO 2º.— Las economías: los metales preciosos, las monedas y los precios.

Frente a lo que otros han sostenido, Braudel dice que el dinero no es el "patrón de todo", ni el motor universal, pues depende de las reservas heredadas de épocas anteriores, de las contingencias del pasado y de la velocidad de circulación de las monedas, de las relaciones internacionales, de la competencia entre economía, etc. El dinero no es más que una pantalla de otras realidades: bienes, servicios y cambios. Los metales preciosos —oro y plata— competían entre sí. El alza de precio de las monedas de oro producía su demanda y desplazaba la plata.

I. El Mediterráneo y el oro del Sudán.

La moneda siempre circulaba hacía el Levante mediterráneo (Mar Negro, Siria, Egipto), ya que el comercio con él era deficitario, a pesar de las medidas que se tomaban: evitarlo o ajustar la balanza con otras mercancías. En el siglo XVI continuó esta fuga de metales, porque se compraban especias, drogas, sedas, cuyas rutas y precios variaron con los grandes descubrimientos, pero no el tráfico. El Mediterráneo acumulaba metal para cubrir este déficit, pues, entre otras cosas, las letras de cambio no servían para pagar en Oriente. Entre 1400 y 1600 italianos y franceses protagonizaron el comercio con Levante, sustituyéndoles después los holandeses y ingleses; aquellos lograron imponer el trueque, en vez del pago, hasta en un 75%.

Entre el siglo X y 1550 el Mediterráneo vivió del oro sudanés. El tráfico sahariano contribuyó a la formación de brillantes Estados en la curva del Níger y al nacimiento de nuevas ciudades en el Mogreb: Argel y Orán. Por ello, en el siglo XV los mercaderes europeos invadieron el norte de África, que además resarció el cierro de Oriente por los turcos. A ello favorecía el que los mercaderes de todas partes pudieran comerciar en el norte de África y la división de esta región en muchas ciudades-estado y territorios pequeños. Por el norte los mercaderes europeos introducían todas sus mercancías, especialmente cobre, sal y tejidos; y los negros del Sudán y del Níger les vendían oro y esclavos. Los más favorecidos eran los europeos.

Hacia 1440, con la llegada de los portugueses a Guinea por mar, el comercio del oro se incrementó. Pero desde 1520 esta corriente decae a causa de la competencia americana y por los mayores gastos que exigía. Entre 1580 y 1600 se reactivó este tráfico por la intervención de los holandeses.

El oro siempre iba a parar a las ciudades ricas: Génova, Venecia, Amberes, ya vía Lisboa, vía Sevilla o vía Mogreb. Por lo tanto las coyunturas de su producción incidían en las de la vida económica del Mediterráneo. La extracción de oro en América decayó en 1530-1535: el ducado castellano se convirtió en moneda de cuenta, como 20 años el veneciano; pero el oro fue sustituido por la plata: según Nef la producción de ésta en Alemania alcanzó su mayor cota hacia 1540. En realidad el aumento del oro había producido también el aumento de la plata, por lo que al disminuir el oro disminuyó también la plata. 1540-1560 fueron años de crisis general. En definitiva, entre 1440 y 1540 la economía estuvo dominada por el oro, y entre 1560 y 1680 por la plata.

Las conquistas españolas y la intervención turca en Berbería interrumpieron el tráfico entre ésta y Occidente; sin embargo, el oro sudanés siguió alimentando a las ciudades del norte de África, pero en beneficio de turcos, berberiscos, tunecinos y marroquíes. A finales del siglo XVI el comercio del oro por Mogreb y por Guinea volvió a incrementarse, ahora en beneficio de Holanda, España, Liorna y Venecia.

II. La plata de América.

A mediados de siglo XVI América sustituyó al Sudán y a Alemania como fuente de abastecimiento de metales preciosos.

Hasta 1550 llegaba a España oro y plata de América; desde 1550, sólo plata. La amalgama de plata con mercurio, introducida en 1557 en Nueva España y en 1571 en Potosí, revolucionó la explotación minera, multiplicó por diez la producción que alcanzó su máximo entre 1580 y 1630. Pero "éste río de oro, y después de plata, se volcaba sobre un país singularmente proteccionista, atrincherado en aduanas por todas partes... Nada salía de España y nada en ella entraba —teóricamente, al menos— sin la aquiescencia de un Gobierno suspicaz, que vigilaba con cien ojos las entradas y salidas de metales preciosos" (p. 631). Realmente, se escapaba mucho oro y plata —las Cortes ya se quejaban en  1527, 1548, 1552, 1559 y 1563—, ya por contrabando, por sacas reales o permitidas por el Rey, por el comercio, por asientos entre la Corona y mercaderes. Entre 1580 y 1626 la Corona gastó 2.528.405 ducados en Países Bajos, 2.197.975 en la defensa de España, 827.730 en Italia, 82.742 en Alemania, 31.242 en Francia. (Cartagena era un ejemplo en la fuga de dinero por ella se podía sacar toda la plata que se quería, ya que no había alcalde de sacas con jurisdicción en ella y, de hecho, hay numerosos documentos que lo atestiguan).

Los tesoros de América afluían en gran parte a Flandes, especialmente a Amberes, entre 1500 y 1550, en compras de artillería y municiones, pagos de tropas y de los gastos de la casa real cuando Carlos V viajaba a Países Bajos y Alemania, o cuando Felipe II reina en Inglaterra; y en asientos con prestamistas. Amberes redistribuía el oro español, que le llega por el Atlántico, por toda la Europa atlántica. La sublevación de Holanda, en 1556, y el corsarismo inglés rompieron esta conexión atlántica con Flandes, aunque no desapareció totalmente. Entre 1572 y 1582 se usó, muy poco, la ruta francesa, pero era peligrosa a causa de las exigencias de la Corona francesa. En cambio, se utilizó la ruta Barcelona-Génova o Cartagena-Génova, que aunque mucho más larga era más segura.

La interrupción de la ruta atlántica a Flandes enriqueció al Mediterránea; la moneda española invade Argel, Túnez, Italia, Ragusa, Marsella y el imperio turco; Italia se convirtió en el centro de dispersión de la moneda española, pero también en su víctima. Hacia 1590-95 llegaban anualmente a España diez millones de ducados, de los cuales seis se llevaban a Italia, mitad por la Corona y mitad por los particulares. Por ello el dinero se hace barato y las operaciones de crédito sufrieron: se abandonan las letras de cambio, que escasean pero encarecen. El banco pierde beneficios con largueza o abundancia de dinero. Las cecas italianas acuñan moneda entre 1590 y 1600. Gracias a su actividad económica Italia atrajo la plata, que le permitió suprimir el déficit de su comercio con Oriente: el Mediterráneo es a finales del siglo XVI un mar muy activo. Italia se convirtió en centro de dos ejes: uno sur-norte (España-Italia-Flandes) y otro oeste-este (Italia-Oriente); el primero fue coyuntural —duró lo que la dominación española en los Países Bajos—, el segundo era estructural, permaneció desde la Antigüedad hasta este siglo.

El siglo XVI fue el siglo de los genoveses, especialmente el período 1557-1627, entre la primera y la cuarta bancarrota de la monarquía española, entre la época de los Fugger (1520-1557) y la de los holandeses de Amsterdam. A principios de siglo se implantaron en Sevilla y toda Andalucía, interviniendo en el comercio con América y los Países Bajos. Desde 1557 sustituyeron a los Fugger en el juego de los asientos y de los juros de resguardo. En España, entre 1559 y 1566, se les prohibió sacar moneda, pero se les compensó con juros de resguardo y permitiéndoles invertir en el comercio de mercancías. Sin embargo, donde más destacaron fue en las transferencias y pagos desde o hacia los Pises Bajos: préstamos, letras de cambio, suministro de moneda para pagar las tropas. Los genoveses se enriquecieron gracias a la ayuda de venecianos y florentinos, de toda Italia, que les suministraba el oro.

En 1579 los genoveses consiguen el traslado de las ferias de Bensaçon a Piacenza (1579-1621). Las primeras habían surgido en 1534, debido a las dificultades puestas por la monarquía francesa a los genoveses en las de Lyon, capital de las finanzas. Los genoveses las trasladan a un lugar cercano a Lyon, pero seguro: Bensaçon. El traslado a Plasencia representa la ruptura con Lyon y el final de una larga crisis de cuatro años (1575-1579), ocasionada por las medidas de Felipe II y las cortes castellanas contra ellos. El incremento del sistema de asientos asociados a los juros de resguardo y de las sacas de moneda desde 1566 les había ganado la envidia y la enemistad de los españoles: Felipe II creyó posible prescindir de ellos y apoyarse en comerciantes españoles, y el 1-IX-1575 anuló todos los contratos concluidos desde 1560 por ilegales y fraudulentos, ocasionándoles grandes pérdidas. Los genoveses recurrieron legalmente, bloquearon eficazmente el sistema de pagos en oro en dirección a Flandes y llegaron a apoyar a los rebeldes flamencos, sufrieron una revolución política y social en Génova (1575) que dio el poder a la nobleza nueva —mercaderes y artesanos— y desplazó a la vieja —los financieros—, interrumpiendo las ferias en Bensaçon. En 1577 el gobierno español tuvo que ceder ante ellos, porque todos los mercaderes españoles y alemanes —los Fugger, por ejemplo— no eran capaces de adelantar el capital que los genoveses, ni tan ventajosamente —rapidez, etc.—, por lo que no se pudo pagar a las tropas y éstas saquearon Amberes (1576). Del acuerdo —"medio general"— de 1577 surgió la decisión del traslado de las ferias a Plascencia. Eran ferias discretas, reuniones de 70 banqueros genoveses, milaneses y florentinos, que fijaban el curso de los cambios; y de 200 cambistas y corredores que saldaban sus cuentas.

Toda supremacía conoce un inicio, un apogeo y una decadencia, y esto les sucedió a los capitalismos alemán, genovés y holandés de los siglos XVI-XVII. Los conflictos Estado castellano-hombre de negocios tienen siempre dos etapas: disputa en invierno, porque nada apremia, y reconciliación en verano: la guerra urge. El Estado castellano acaba siempre derrotado porque como enemigo no estaba a la altura de los hombres de negocios. Con cada bancarrota un grupo de mercaderes se hunde: en 1557 los alemanes, en 1575 los italianos no genoveses, en 1596 y 1607 los españoles y, en 1627, los genoveses. Tras cada bancarrota "las pérdidas repercuten negativamente en los contribuyentes castellanos, materialmente aplastados bajo las cargas fiscales, y en detrimento de los pequeños ahorradores e inversores de España e Italia" (p. 677). En 1590-1593 se presienten las circunstancias de la bancarrota de 1596: aumento excesivo de gastos, disminución de ingresos e impuestos fiscales a causa de la depresión económica y de una tensión fiscal insoportable; sólo la llegada de la plata americana era positiva. Con las bancarrotas se pretendía limitar las exigencias de los hombres de negocios, no hundirlos. El medio general era un tratado más ventajoso para el gobierno, pero las bancarrotas cerraban, unían a los financieros, que siempre eran pocos; provocaban la concentración de las finanzas y de las riquezas en unos pocos.

III. El alza de los precios

En los países mediterráneos el alza de los precios afectó fundamentalmente a partir de 1570 y durante todo el siglo XVII. El caso de Italia es excepcional, por lo que podemos seguir hablando de "revolución de los precios". Las quejas de los contemporáneos fueron muy frecuentes desde 1513 —Alonso Herrera— y 1548 —cortes castellanas—, pero numerosísimas desde 1580. Desde 1566 se la ha explicado por la llegada de los tesoros americanos. En el siglo XX han seguido la teoría cuantitativa Hamilton, Chaberty y Simiand.

La producción minera americana, instrumento de la inflación, no fue el primer motor. Fue el desarrollo económico de Europa y las exigencias que ocasionó lo que estimuló y dictó la actividad de los buscadores de oro y de los indios de las minas de plata. Antes del 1500 existía una reserva monetaria europea mucho más considerable de lo hasta ahora creído, también una circulación monetaria sustanciosa. Pero caben otras explicaciones: las devaluaciones de monedas de cuenta; en Alemania los precios subieron antes de 1470, en Francia antes de 1500. "Los países pobres avanzaron con mayor rapidez que los otros, en especial con mayor rapidez que los del Mediterráneo" (p. 693).

Los salarios siguieron muy por detrás a los precios. Los artesanos recibían salarios bajísimos. Los salarios normales a veces suben en época de depresión, pero los reales bajan mucho: la miseria era enorme y cada vez mayor. La revolución de los precios no hizo aumentar los salarios en España, significó para ellos una regresión económica, aunque fue más favorable que en Francia, Inglaterra y Alemania y Polonia. "El salario de los pobres, sus gastos y su vida cotidiana no dependía nunca de las monedas de oro y poquísimas veces de las monedas de plata; se tasaban casi siempre en vellón y cobre" (p. 695), que continuamente eran devaluadas y reacuñadas.

La inflación no afectó a los propietarios de tierras o a los rentistas de tierras, especialmente a los que cobraban en especie. Gracias a arrendamientos y aparcerías, la nobleza no sólo no se hundió en el siglo XVI, sino que enriqueció y a principios del XVII recuperó el poder político. Por ello es tan comprensible que financieros, mercaderes y artesanos invirtieran sus beneficios en tierras: sólo éstas eran seguras.

"Excepto la tierra, todos los sectores del mundo de los negocios se vieron sacudidos por la dura revolución de los precios, particularmente los bancos" (p. 697). A pesar de todo, la banca sacaba beneficios porque la depreciación de la moneda se daba a largo plazo. De hecho entre 1550 y 1570 quebró toda la banca privada, a causa de lo cual surgió la pública: en Palermo primero (1550) y en otras partes desde 1585. Si éstas salieron adelante fue por sus privilegios y sus especialidades: préstamos, cobranza, pagos públicos, concesión de adelantos en gran escala.

Por último este capítulo habla de los industriales, los Estados y el alza de los precios, la consunción de los tesoros de América, las monedas devaluadas y la falsa moneda, y de las tres edades metálicas.

CAPÍTULO 3º.— Las economías: el comercio y el transporte.

Este capítulo consta de tres partes que no vamos a resumir ya que son tres aspectos muy concretos del comercio y sería muy largo hacerlo. Son las siguientes:

I. El comercio de la pimienta.

II. Equilibrios y crisis en el comercio del grano mediterráneo.

III. Comercio y transporte: los veleros del Atlántico.

CAPÍTULO 4º.— Los imperios.

La primera parte de este capítulo —"En los orígenes de la formación de los imperios"— describe la formación de los imperios turco e hispánico. El primero se inició con la penetración —primero pacífica— en Anatolia y los Balcanes, facilitada por la mayoría musulmana que se formó en los siglos XIV y XV, y violenta en el siglo XVI, gracias a la división de la Cristiandad. Los grandes descubrimientos  hicieron que decreciera el interés de los europeos por el Levante, permitiendo con ello a los turcos extenderse e instalarse en ella sin grandes dificultades. Las conquistas de Siria y Egipto (1516 y 1517) fueron el acontecimiento decisivo para la grandeza otomana y el comienzo de su dominio del Mediterráneo Oriental.

El origen del imperio hispánico empieza con el final de la reconquista, con los Reyes Católicos. Su obra se vio favorecida por el empuje del siglo XV y dio lugar a un espíritu de cruzada que impregnó al imperio español, primero hacia América, África e Italia. Carlos I dirigió un imperio universal y universalista, centrado en Países Bajos e Italia, pero rechazado en Alemania. En cambio Felipe II dirigió un imperio hispánico y más sólido.

La segunda parte se titula "Recursos y debilidades de los Estados" y trata del funcionariado y de las finanzas estatales. Efecto del auge de los Estados y los imperios fue la aparición de los funcionarios públicos, revolución política y social. Revolución política porque los funcionarios se adjudican una parte de la autoridad publica. Y revolución social, pues en el siglo XVI tienen un origen modesto. En el imperio turco eran de origen cristiano; en España, de origen modesto, del campesinado. Funcionariado de legistas y administradores, defensores de una monarquía carismática que los desplazaba continuamente. Sin embargo, estos funcionarios se sentían unidos no sólo por lealtad y honor, sino también por interés, y ello produjo los derechos de sucesión y las venalidades, debilidades de los Estados. El funcionariado del siglo XVI aunque muy crecido era insuficiente y "choca con mil autonomías subyacentes": las ciudades. "Dentro de la Península y fuera de ella, regiones enteras, ciudades y a veces zonas que gozan de privilegios o fueros, escapan ala férula del Estado español. Así ocurre con todas las zonas alejadas y periféricas" (p. 55 Tomo II).

Otro signo de debilidad es que los Estados grandes no se hallaban en perfecto contacto con la masa de los contribuyentes, lo que les incapacitaba para explotarlos a su antojo, dando origen a singularidades fiscales y a dificultades financieras. La característica más acusada de las finanzas de los Estados cristianos es el recurso del crédito, a largo o corto plazo: por ejemplo, los juros españoles.

A principios del siglo XVII tanto España como Turquía tuvieron que aceptar la consolidación de los Estados medianos. España la de Holanda en 1612 y el triunfo de Francia e Inglaterra. El imperio turco la de los Habsburgo en 1606.

CAPÍTULO 5º.— Las sociedades.

La evolución de las sociedades sigue en el siglo XVI un curso aparentemente muy simple. Evolucionan con lentitud: unas coyunturas neutralizan a otras. El cambio social pasó por sucesivas fases de aceleración, retraso, recuperación y estancamiento, culminando en una victoria de las aristocracias y en una casi inmovilización de las sociedades. En en siglo XVI nadie se cuestionó acerca de los pilares de aquella sociedad. La nobleza, a pesar de sus dificultades financieras, consiguió sobrevivir. El Estado moderno no consiguió cumplir su misión ni afirmarse como representante de una revolución social. La burguesía traicionó constantemente su posición. La masa del pueblo, descontento, agitado, no tenía conciencia revolucionaria.

I. Reacción señorial.

La nobleza siguió ocupando los primeros puestos y no estuvo dispuesta a renunciar a ellos, salvo en las grandes ciudades, en los centros comerciales y en las regiones enriquecidas muy repentinamente. El Estado tenía que luchar contra esta nobleza feudal, pero pactando y componiendo, también protegiéndola.

El siglo XVI no redujo a los señores a la miseria, ni el régimen feudal se vino abajo con la depreciación de la moneda. Si el diálogo esencial entre señores y campesinos fue a favor de éstos en Languedoc y Cataluña (1480-1500), los señores conservaron su gran poder en otras zonas. La nobleza también percibía rentas en alimentos y continuó repoblando sus dominios. En Castilla la nobleza era aún rica y poderosa, pero sometida por la monarquía y endeudada. Hidalgos y regidores formaron en Castilla una pequeña nobleza, de la que se sirvió Felipe II; una nobleza a veces miserable, otras rica, porque vivía de las rentas urbanas y de los concejos; desempeñaba el gobierno de las ciudades.

En Turquía cuatro noblezas se sucedieron una a otra.

II. La traición de la burguesía.

La burguesía en el siglo XVI siempre estuvo al borde de la desaparición, ya porque se arruinó, ya porque se ennobleció. En España la burguesía desapareció con la expulsión de los judíos y con las Comunidades; la que existió en el siglo XVI fue mínima. En el imperio turco la formaban los judíos, ragusinos, armenios y griegos. Las burguesías italianas eran numerosas y muy activas.

III. Miseria y bandidaje.

A fines del siglo XVI la miseria aumentó extraordinariamente. La opresión ejercida por ricos y poderosos, y la superpoblación fueron muy unidas a la pauperización. Las Comunidades y las guerras de religión fueron sólo llamaradas. En el siglo XVI no triunfó ninguna revolución. Pero los desórdenes sociales fueron lo cotidiano: disturbios, levantamientos, asesinatos. "Estas pasiones consignadas por escrito, la crueldad de lo que se hace y cómo se reprime son el testimonio más fehaciente de la autenticidad de los hechos narrados, y los convierten en significativos episodios de la interminable revolución larvada que marca la totalidad de los siglos XVI y XVII" (p. 115).

No hubo lucha de clases en el siglo XVI, porque no había toma de conciencia. Hubo "tensiones sociales". De la primera a la segunda mitad del siglo XVI hubo un declinar de la conciencia revolucionaria. Las tensiones sociales no sólo se dirigieron contra los nobles, sino también contra el Estado.

La lucha de la ciudad contra el vagabundo "es un espectáculo permanente, una estructura de la época" (p. 121).

El bandolerismo, ubicado en todo el Mediterráneo durante el siglo XVI, es ante todo una revancha contra los Estados organizados, defensores del orden político y también del social, que se alojaba siempre en sus zonas más débiles.

Detrás de la piratería marina estaban las ciudades, los Estados urbanos; detrás del bandolerismo estaba la nobleza empobrecida.

"Hay, por último , una característica que singulariza a estas sociedades del Mediterráneo: pese a su pretensión de modernidad, seguirán siendo, tanto en Occidente como en Oriente, esclavistas. Es el signo de una curiosa fidelidad al pasado y quizá también de un relativo grado de riqueza, pues los esclavos resultan caros, comportan responsabilidades y hacen la competencia a los pobres y a los miserable" (pp. 137-138).

Conclusiones posibles: un lento proceso transforma en profundidad las sociedades mediterráneas del siglo XVI. Crece el malestar, que no llega a traducirse en revueltas y brutales reacciones, pero sí en un cambio del paisaje social. Las sociedades mediterráneas se polarizan: una nobleza rica, rehecha en unas pocas familias poderosas; y una masa de pobres cada vez más numerosos y más pobres.

CAPÍTULO 6º.— Las civilizaciones.

Las civilizaciones son los personajes más complejos y contradictorios del mundo mediterráneo. Se caracterizan por tener elementos permanentes y cambiables.

I. Movilidad y estabilidad de las civilizaciones.

Una civilización se caracteriza más por el rechazo de influencias ajenas que por su irradiación. Es el caso de la Cristiandad, que se divide en Reforma protestante y Contrarreforma. Reforma y Contrarreforma continuaron la división entre Europa Nórdica y Europa Mediterránea.

La civilización griega aún sobrevivía en el siglo XVI: el cristianismo ortodoxo resistía aún al romano. Los obispos griegos se aliaron con los turcos contra los venecianos a causa de la intolerancia de estos.

Las civilizaciones no avanzan en masa, sino como individuos, que en realidad traicionan. Por ello podemos hablar de fronteras culturales principales: el Rhin y el Danubio, que separaban a protestantes y católicos, la línea Zagreb-Belgrado, entre latinos y griegos; y secundarias como Tunicia.

Los cambios y transferencias entre civilizaciones son muy lentos, por sus fuerzas de resistencias. Los cimientos profundos siempre permanecen.

II. Recuperación de las civilizaciones.

El Islam turco se apoderó de las cristiandades balcánicas respetándolas. Los españoles aplastaron y expulsaron a los súbditos musulmanes. "Unos y otros obedecen, en ello, más de lo que parece, a los propios imperativos de sus civilizaciones: una, la cristiana, demasiado poblada, la otra, la turca, escasa de hombres" (pp.166-167).

A continuación Braudel analiza la actitud de los turcos frente a los cristianos en las planicies del este balcánico, y la de los castellanos frente a los moriscos de Granada.

III. Una civilización contra todas las demás: el destino de los judíos.

Los judíos formaron una civilización, no eran en el siglo XVI una raza. Una civilización compleja caracterizada por su dispersión, resignación, adaptación, rechazo. La segregación se impone tarde y mal. En España y Portugal la coexistencia fue lo normal durante siglos. El aislamiento de los judíos fue la consecuencia de una compleja constelación de creencias y costumbres. Sin embargo, estuvieron condenados al diálogo, a veces dramático. En el siglo XVI los judíos eran intolerantes y proselitistas: se encerraron en sus ghettos para conservar sus creencias. Gracias a su dispersión los judíos fueron agentes de intercambios culturales.

La mayor parte de los judíos eran financieros, prestamistas, médicos y artesanos, frecuentemente muy pobres, otras muy ricos. La persecución de los judíos estuvo siempre determinada y acompañada por las intemperancias de la vida económica. La recesión secular de 1350-1450 los lanzó a Italia, la de 1600-1650 a Holanda. En el siglo XVI las cortas crisis económicas amenazaron con su expulsión, pero la tendencia secular de bonanza les respetó.

España expulsó a los judíos y moriscos no por racismo, sino porque representaban la presencia islámica, africana y oriental que la separaba de Europa con la que se identificó a través del Camino de Santiago y de la Reconquista. El nacionalismo en el siglo XVI era puramente religioso. Con los judíos España no perdió su burguesía, porque nunca la tuvo, debido a la implantación de "un nocivo capitalismo internacional, el de los baqueros genoveses y congéneres equivalentes" (p. 231).

IV. La propagación del Barroco

"El Mediterráneo será, durante los cien años siguientes a Cristóbal Colón y Vasco de Gama, el centro del mundo, un universo poderoso y brillante" (p. 233). Prueba de esta vitalidad fue la propagación del Barroco a América.

El Barroco empezó mucho antes de lo que se piensa: hacia 1530-1540. No fue la última civilización ecuménica, pero sí la última mediterránea. Un arte de propaganda con dos grandes centros de irradiación —Roma y España— y unos grandes difusores, las órdenes religiosas y especialmente los jesuitas.

CAPÍTULO 7º.— Las formas de la guerra.

I. La guerra de las escuadras y las fronteras fortificadas.

La guerra en el Mediterráneo durante el siglo XVI fue guerra de galeras, de muchos hombres y de muchos gastos; pero una guerra limitada, de pequeñas conquistas, como Túnez. "Frente a los turcos... la Cristiandad se eriza de fortalezas; se refugia detrás del arte de los ingenieros y del trabajo de la pala y el pico" (p. 248). Los Estados mediterráneos, deslumbrados por los grandes descubrimientos, perdieron el interés por el Mediterráneo.

La artillería revolucionó la guerra pasando por varias etapas: la del hierro, la del bronce y la reforzada; o la de las fundiciones de Málaga y Medina del Campo, las de Milán y Ferrara, y las de Flandes, Francia y Alemania.

Islam y Cristiandad sufrieron grandes guerras domésticas y guerras externas o cruzadas. A una época de guerras externas siempre le sigue otra de internas. "Pero esa álgebra de las pasiones confluyentes era también una consecuencia de las lentas pulsaciones de la coyuntura material, idéntica a lo largo y ancho de todo este mundo conocido que, en el siglo XVI, ha inaugurado su existencia como una unidad" (p. 257).

Braudel prosigue analizando cada una de las fronteras mediterráneas entre la Europa cristiana y el imperio turco. Los Balcanes, una zona de guerra defensiva. El limes veneciano, un dique muy frágil, pero sostenido por la técnica, buenas tropas y diplomacia. El Danubio, una zona muy agitada que sólo se fortificó a finales de siglo. Las costas de Nápoles y Sicilia, grandes víctimas de las poderosas armadas turcas y argelinas. Las costas de Italia y España, sólo al alcance de los argelinos.

Los presidios eran una pesada carga para Castilla; además el comercio marítimo se apartó de ellos. Los de África del Norte eran feudos de nobles que se dedicaban a las razzias y con ello impidieron el contacto con los indígenas y con su propio abastecimiento.

II. La piratería, forma complementaria de la gran guerra.

La paz no logra la inactividad de los aventureros. La piratería fue en el Mediterráneo una industria antigua y generalizada, un medio de vida vinculado a las ciudades, necesario para los hambrientos. El móvil de la piratería fue siempre el botín. La piratería creció tras la inactividad de las escuadras, especialmente desde 1580. Entre 1538, año de La Prevesa, y 1571, de Lepanto, prevalecieron los combates de armadas.

Hubo una piratería cristiana, hasta ahora ignorada, realizada primero desde el imperio hispánico y en la segunda mitad del siglo XVI por toscanos y los caballeros de Malta. Sin embargo, la piratería prodigiosa fue la de los argelinos, que dio a Argel una vida de fortuna increíble (1560-1620). Una vez más, la piratería es otro indicador de la vitalidad del Mediterráneo en el siglo XVI.

CAPÍTULO 8º.— A modo de conclusión: coyuntura y coyunturas.

La coyuntura económica es la más clara. Hay que tener en cuenta varias coyunturas: el ritmo secular, la coyuntura larga —cincuenta años— y la coyuntura corta —veinte o treinta años—. El trend secular fue un largo siglo XVI de prosperidad económica: 1450-1650. Un trend ascendente que no conllevó un aumento del nivel de vida. "Alrededor de 1470 se inicia un movimiento ascendente de la vida económica...Parece claro que durante el largo siglo XVI un alza lenta pero profunda ha favorecido el auge de la vida material y de todo cuanto depende de ella" (pp. 321-322).

Las fluctuaciones largas fueron cuatro mareas o períodos: 1460-1509, 1509-1539, 1539-1575 y 1575-1621, con sus puntos altos en 1483, 1529 y 1595. También podemos hablar de dos fases: la primera, de oro abundante (1500-1550), y la segunda, de plata abundante (1550-1600). El período 1539-1575 parece que fue de estancamiento, en él desaparecieron los navíos del norte. Las bancarrotas de la Corona española son otro indicador de esta periodificación: dos fueron normales, la primera y la tercera (1557-1560 y 1596); las otras tres fueron buscadas por el Estado (1575, 1607 y 1627).

También las guerras internas y exteriores responden a estas coyunturas. Las cruzadas corresponden al mal tiempo económico, las guerras internas, al favorable. Las paces importantes fueron firmadas alrededor de los años punta: 1529 —Paz de las Damas—, 1559 —Chateau Cambresis— y 1598 —Paz de Vervins—. Las grandes batallas turco-cristianas se libraron en períodos de recesión: 1538 —La Prevesa— y 1571 —Lepanto—.

Por último las crisis a corto término, las coyunturas cortas, como fueron las de 1580-1584 en España y de 1619-1623 en el resto de Europa.

 

                                                                                                                 V.M. (1985)

 

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