BOROS, Ladislaus

Vivir de esperanza

Ed. Verbo Divino, Estella 1971, 147 pp.

(Orig.: Aus der Hoffnung leben, Walter-Verlag, Olten 1969)

 

CONTENIDO DE LA OBRA Y ANALISIS CRITICO

Se recogen en este libro las mismas ideas que en Somos futuro (cfr. Recensión) y en la misma forma literaria: meditaciones. Viene dividido en cuatro grandes apartados: Al encuentro con el tiempo futuro, Esperanza de los cristianos, Señales de la promesa, Creación y evolución.

Cristo es presentado como el punto culminante de la evolución cósmica: “El desarrollo del mundo se mueve en dirección a Cristo. De aquí se sigue que Cristo aún está formándose” (p. 15).

He aquí la definición del alma: “Uno de los mayores pensadores del cristianismo, Tomás de Aquino (todavía perplejo en el esquema mental cuerpo-alma), ideó una parecida apreciación intelectual. Según él, el hombre no consta de dos cosas, sino de una sola sustancia, en la cual están sustancialmente unidas la materia y el espíritu. De las dos resulta una tercera, que no es ninguna de las dos. El cuerpo humano es un desdoblamiento del alma. A la inversa: el alma humana es la suprema realización de la materia... La única realidad del hombre no es una unión de dos sustancias. El cuerpo es un acto esencial del alma. La relación con el cuerpo pertenece a su esencia. La corporeidad es desdoblamiento de todo lo que está contenido desde un principio en el alma. Y viceversa: el alma es lo que resulta por una necesidad esencial del impulso de la materia”. Al unir Santo Tomás con Teilhard —la frase subrayada no puede tener otro origen— falsea el pensamiento de Santo Tomás, y le atribuye una opinión —el alma proviene de un impulso de la materia— incompatible con la fe católica. A continuación unirá esta afirmación con otra que recuerda el panteísmo: “...en el hombre se unen las fuerzas del universo que tienden a dar un sentido más profundo; en él la materia puede abrirse a la conciencia de un absoluto, para lograr una consistencia eterna... En nosotros florece el universo; se convierte en el camino directo a Dios... Esta es, en nosotros, la extraña realidad que los pensadores durante miles de años han designado como alma” (p. 25). No sabemos de ningún pensador anterior a Boros que pueda sentirse reconocido en esta formulación.

Nada nuevo añade a lo ya conocido de su escatología. La muerte es presentada como el “lugar metafísico donde el hombre tomará su decisión definitiva” (p. 31). Aparece más claramente lo heterodoxo de su noción de purgatorio: “Desde el punto de vista de la hipótesis que aquí se ha propuesto, nuestra muerte, el momento de nuestra definitiva decisión en favor de Cristo, sería al mismo tiempo nuestro purgatorio. El lugar de purificación no es una ciudad de tortura, un campo cósmico de concentración, en el que son castigadas por Dios las criaturas quejumbrosas, lastimeras y gemebundas... Los pensamientos de Dios no pueden ser tan grotescos e indignos. El purgatorio es el encuentro con Cristo... Con esta perspectiva, el purgatorio sería el paso a través del fuego del amor de Cristo” (p. 34). Se ha confundido el purgatorio con el momento de morir —proposición de Lutero ya condenada (cfr. Dz. 744)—, se le ha negado todo su carácter vindicativo y se ha confundido con el fuego del amor de Cristo.

Consecuente con sus afirmaciones anteriores en torno a la naturaleza del alma Boros, al tratar de la resurrección, niega la posibilidad de la pervivencia del alma separada del cuerpo, rechazando, por tanto, la escatología intermedia: “Hemos hecho constar que la relación que guarda el alma con la materia forma parte de la esencia del alma. El alma no puede existir sin cuerpo. El hombre es un ser. Sería una idea extravagante la afirmación de que haya alma sin cuerpo. Por consiguiente, la resurrección habría de tener lugar enseguida, en el momento de la muerte. No hay ningún alma desligada del cuerpo; solamente hay un solo hombre” (p. 40). La ambigüedad de las frases anteriores queda esclarecido. La perennidad del alma —su inmortalidad— ha quedado negada. De ahí que tenga que negar toda la escatología intermedia, incluido el purgatorio. Estas afirmaciones, tomadas de Karl Barth en su primera época, están en clara y literal contradicción con el dogma católico, concretamente con la afirmación de la Benedictus Deus (Dz. 530) —el alma mox post mortem (inmediatamente después de la muerte) recibe el premio y el castigo— y con lo profesado en los símbolos en relación con la resurrección de los cuerpos: “...ad cuius adventum omnes homines resurgere habent cum corporibus suis...” (Símbolo Quicumque, Dz. 40).

Boros reinterpreta el conocido aforismo extra ecclesiam nulla salus, cambiándolo por ubi salus, ibi ecclesia, retomando en su sentido más radical el tema de los cristianos anónimos: “Entonces, en este sentido, esta doctrina —el extra ecclesiam—, a menudo combatida, es una grandiosa afirmación de libertad. ¿No resulta libertador el pensamiento de que la Iglesia ya está presente en cualquier parte en que un hombre aspira a la verdad y al bien con un corazón sincero, se abandona a sí mismo con la esperanza de salir ganando, agota sus fuerzas al servicio del prójimo, se compromete íntegramente a una cosa? En todas partes se lleva a cabo la salvación, en todas partes está la Iglesia...” (p. 57)

“Esta translucidez de su existencia tiene su origen en el altruismo. Es una translucidez que sirve de testimonio. Es la medida y la norma de cualquier consumación virtuosa de la existencia de toda vida dotada de esperanza... Hemos conocido el carácter de esta esperanza en el desinterés convertido en acto de ser” (pp. 64-65). Evidentemente, se confunde la filantropía con la virtud de la caridad.

En el capítulo dedicado a “creación y evolución”, niega al Magisterio la competencia sobre algunos asuntos relacionados directamente con el Dogma. Dice así comentando la Humani Generis: “Y, además, el magisterio eclesiástico parece como si quisiera insinuar al científico católico un juicio sobre el grado de seguridad de sus conocimientos profanos. Pero aquí se presenta la audaz pregunta: ¿Tiene el magisterio competencia para tasar la seguridad conseguida por la ciencia profana? A nuestro entender, y según los principios de la teología, la pregunta tiene que ser contestada negativamente sin que deje lugar a dudas” (p. 130). Boros se adhiere al poligenismo siguiendo los principios de Teilhard y la interpretación de Rahner de los primeros capítulos del Génesis.

VALORACIÓN FINAL

E1 libro carece del más elemental rigor y precisión no sólo de lenguaje, sino también a la hora de citar el pensamiento de autores muy conocidos. Puede tener cierta difusión por el estilo del autor. El lector sólo puede sacar confusión. Científicamente carece de todo interés.

Además, esta obra maltrata el Dogma, lo vacía de contenido y contiene abundantes afirmaciones —bastantes reseñadas en el apartado primero— en clara contradicción con afirmaciones dogmáticas, incluso literalmente.

L.F.M.S.

 

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