BOBBIO, Norberto
Il dubbio e la scelta.
Intellettuali e potere nella società contemporanea
La Nuova Italia Scientifica, Roma, 1993, 231 pp.
I.
INTRODUCCIÓN
El libro
recoge dieciséis textos de Norberto Bobbio, escritos a lo largo de 40 años, que
tratan desde distintos ángulos un tema común: los intelectuales y el poder
político.
La
finalidad del Autor es proponer no lo que los intelectuales son y hacen, sino
lo que deben ser o hacer (p. 114). Y esto dentro de un ámbito concreto: el de
su papel en la vida política, es decir, un contenido delimitado al que Bobbio
denomina "política de los intelectuales" o "los intelectuales en
la política" o bien "política y cultura" (p. 116).
Los textos recogidos en la obra son[1]: La "forza non politica", (pp. 23-24), Due paradossi storici e una scelta morale (pp. 25-29), Intellettuali e classe politica (pp. 31-36), Julien Benda (pp. 37-53), Politica e cultura (pp. 55-66), Considerazioni sugli appelli degli uomini di cultura alle autorità politiche (pp. 67-74), Cultura e fascismo (75-99), Se sia esistita una cultura fascista (pp. 101-111), Intellettuali e potere (pp. 113-133), Della presenza della cultura e della responsabilità degli intellettuali (pp. 135-150), Intellettuali (pp. 151— 177), Grandeza e decadenza dell'ideologia europea (pp. 179-191), L'Europa della cultura (pp. 193-206), Tolleranza e verità (pp. 207-212), Né con loro, né senza di loro (pp. 213-223).
II.
CONTENIDO
1. Relación
entre la Política y la Cultura
Bobbio
concibe la Política como "un instrumento necesario para la realización de
cualquier forma de convivencia civil" (p. 59), pero se trata de un
instrumento que no tiene fines propios, sino que sirve a los fines últimos que
los hombres se proponen.
La Cultura,
es en sentido amplio "la esfera en la cual se forman las ideologías y se
producen los conocimientos" (p. 124), y su función es escoger los fines y
ordenar la vida política del propio tiempo hacia ellos.
Contra los
que dicen que el progreso técnico ha aumentado las posibilidades de acción de
la cultura, Bobbio señala que sólo ha aumentado el poder humano de trasformar
la naturaleza y la sociedad, y que por sí misma la técnica no disminuye la
dificultad constituida por la elección de los fines: el uso de los medios
técnicos depende de los fines últimos. La elección de estos fines sigue
dependiendo de la cultura, de las concepciones del mundo o filosofías de la
historia que cada uno adopte y difunda a su alrededor (p. 60).
Bobbio
defiende una "autonomía relativa de la cultura respecto a la
política" (pp. 124; 148), en el sentido de que aquélla no puede ser
reducida integralmente a la esfera de lo político, como no puede serlo
cualquier otra esfera de la vida humana en sociedad: "la politización
integral del hombre, la desaparición de las diferencias entre lo político y
—como se dice hoy— lo “personal”, es la quintaesencia del totalitarismo"
(p. 124).
El Autor
concibe la existencia de una política de la cultura, que significa una política
de los intelectuales en cuanto tales, distinta de la política ordinaria (p.
73).
2. El
intelectual y su relación con la política
Intelectual
es el término que en el último siglo se ha utilizado para designar a los
sujetos que elaboran y trasmiten conocimientos, teorías, doctrinas, ideologías,
concepciones del mundo o simples opiniones...; son los que antes se designaban
como sabios, doctores, filósofos, literatos, hombres de letras, etc. (p. 152).
El Autor
considera que la existencia de los intelectuales va unida al poder ideológico
que se ejerce sobre las mentes, a través de la producción y transmisión de las
ideas, los símbolos, las visiones del mundo, las enseñanzas prácticas...
mediante el uso de la palabra (pp. 12-13). Él distingue entre los "intelectuales
ideológicos" (expresión sartriana) y los "técnicos del saber" o
"expertos" (p. 14).
Bobbio
piensa que para entender la función de los intelectuales en la sociedad hace
falta entender la relación existente entre el poder ideológico y el poder político
(p. 14). Señala que por esto mismo el problema es antiguo: ya Platón se
cuestionaba en la República cuál debía ser el papel de los filósofos en la
sociedad.
Además,
Bobbio subraya que el problema nace como tal sólo si se dan dos condiciones
previas: considerar a los intelectuales como un grupo homogéneo, y asignarles
una función diferenciada respecto al poder (p. 33). Por eso el problema es
prácticamente inexistente en los países anglosajones (p. 31). En los países
continentales, en cambio, hay una amplia literatura sobre el tema (p. 31),
cuyas ideas son sintetizadas por Bobbio a través de cuatro autores (pp. 32-34):
para Julien Benda (Francia)[2] el intelectual no tiene una tarea política, sino eminentemente
espiritual; para Karl Mannheim (Alemania) su tarea es elaborar la síntesis de
las varias ideologías, abriendo caminos hacia nuevas orientaciones políticas;
Ortega y Gasset (España) entiende que la función del intelectual es la de ser
educador de las masas; y Benedetto Croce (Italia) asigna al intelectual una
tarea política, que no es la política ordinaria de los gobernantes, sino la
política de la cultura.
Bobbio
concibe que el tema está vinculado con uno de los problemas centrales de la
filosofía: el de la relación entre teoría y praxis, razón y voluntad (p. 152),
y el de las relaciones entre los que están llamados a comprender e interpretar
el mundo y aquéllos que están llamados a trasformarlo (p. 153).
Así, según
el Autor, a las cuatro posibles actitudes de los intelectuales respecto al
poder público[3], corresponden cuatro teorías filosóficas fundamentales sobre la
relación entre la inteligencia y la voluntad (pp. 153-154):
1ª actitud:
primado del espíritu sobre el poder, basado en que la razón es guía y la
voluntad la sigue. Supone la identidad entre teoría y praxis, en el sentido de
que sólo un gran intelectual puede ser un gran político, y viceversa.
2ª actitud:
el espíritu sirve al poder, partiendo de que la voluntad delibera y la razón la
justifica. Implica la separación entre teoría y praxis, sin contraposición; la
teoría sirve para confirmar la práctica.
3ª actitud:
mediación entre espíritu y poder, en cuanto que la razón y la voluntad se
reclaman mutuamente en una relación de interdependencia recíproca. Hay
separación entre teoría y praxis, sin contraposición; la praxis debe verificar
la teoría.
4ª actitud:
crítica del poder, porque se entiende que la razón tiene una función crítica y
no constitutiva. Representa la tesis de la separación y contraposición entre
teoría y praxis.
Para tomar
una posición sobre la problemática, el Autor subraya la importancia de
distinguir entre política de la cultura y política de los políticos (p. 17).
"En la medida en que se hace político, el intelectual traiciona la
cultura; en la medida en que rechaza hacerse político, la vanifica". Con
esa afirmación Bobbio quiere significar que el intelectual debe evitar los
extremos: el de la "cultura apolítica" o indiferencia respeto a los
asuntos sociopolíticos; y el de la "cultura politizada" o servilismo
a un concreto grupo o ideología (p. 56).
El tipo
ideal de intelectual viene a ser "el intelectual mediador, cuyo método de
acción es el diálogo racional, en el que los dos interlocutores discuten
presentando mutuamente argumentos racionales, y cuya virtud esencial es la tolerancia"
(p. 17).
Para
comprender cómo el intelectual realiza esa función, Bobbio se fija en la
distinción entre dos tipos de intelectuales: el ideólogo (el humanista) y el
experto (el científico) (p. 159). El criterio de distinción es la función que
tienen en el contexto político: los ideólogos crean y transmiten ideas, o sea,
proporcionan principios-guía (la ideología, en una palabra); los expertos crean
y transmiten conocimientos políticos relevantes, es decir, proporcionan
conocimientos-medio, técnica (p. 117-118). Toda acción política —entendida en
sentido amplio, como acción de un partido— necesita "de una parte, ideas
generales sobre los fines a alcanzar (que pueden ser fines últimos, aunque en
general se trata de fines intermedios), que (...) he llamado “principios” y que
podrían ser llamados también “valores”, “ideales” o aún “concepciones del
mundo”; de otra parte, necesita conocimientos técnicos absolutamente necesarios
para resolver problemas que, además de la intuición del político puro, requieren
conocimientos específicos que sólo personas competentes en los diversos campos
del saber útil están en condiciones de ofrecer" (p. 118; cfr. p. 159).
A la vez,
la separación entre los dos tipos de intelectuales no puede ser rígida, pues
"no existe un ideólogo que no necesite los conocimientos técnicos para
elaborar sus principios, como no existe un experto que no necesite tener una
cierta idea de los fines para dar un sentido a sus análisis" (p. 159).
Por tanto,
la diferencia entre unos y otros está en primer lugar en la responsabilidad de
cada uno, entendida como conciencia de las consecuencias de las propias
acciones: los ideólogos saben que su deber es "ser fieles a ciertos
principios, cueste lo que cueste", mientras los expertos son conscientes
de que deben "proponer medios adecuados al fin, y por tanto tener en
cuenta las consecuencias que puedan tener estos medios propuestos" (p.
140). La diferencia no está en que los ideólogos no tengan responsabilidad,
sino que la tienen respecto a la pureza de los principios, no a las
consecuencias que se deriven de ellos. Los ideólogos indican acciones
racionales según el valor, es decir, elaboran principios en base a los cuales
una acción es justificada y como consecuencia aceptada —en sentido fuerte
“legitimada”— por el hecho de conformarse con los valores elegidos como guías
de la acción (p. 119). Los expertos indican acciones racionales según el fin,
señalando los conocimientos más aptos para alcanzar un determinado fin,
haciendo que la acción que se conforma con ellos sea llamada racional según el
fin (p. 119).
Bobbio
concluirá que la ética de los científicos se vincula a una concepción
irracionalística del universo ético, por lo cual su papel es defender
continuamente la razón de los asaltos de la no-razón que se expresa en los
juicios de valor (p. 168). Es posible mostrar la mayor o menor verdad de una
ideología, pero el único criterio por el cual debe ser juzgada es su eficacia
práctica (p. 190).
Bobbio
distingue, por tanto, dos éticas: los ideólogos obedecen a la ética de la
convicción, mientras los expertos obedecen a la ética de la responsabilidad (p.
121). De esta realidad surge un contraste: "quien vive según los
principios no se preocupa de las consecuencias y así puede acontecer que su
acción sea noble pero estéril; quien actúa teniendo en cuenta sólo las
consecuencias no se preocupa de los principios, y así puede suceder que su
acción sea eficaz pero innoble" (p. 177). Se trata de un contraste que
depende de la naturaleza de los fines que persiguen y de la incompatibilidad de
los medios para alcanzarlos. El contraste puede ser suavizado algunas veces,
pero nunca superado; mientras exista el contraste, seguirá existiendo el
complejo problema de cuál es la función de los intelectuales. La pregunta sobre
cómo actúan los intelectuales, si actúan basándose en una ética de la pura
intención o en una ética de la responsabilidad, no puede ser respondida de modo
unívoco (p. 140).
Además,
tanto el ideólogo como el experto pueden asumir la postura del intelectual puro
o la del intelectual revolucionario (cfr. pp. 172-4), que representan —según
Bobbio— dos modelos positivos, aunque sean entre sí contrapuestos.
Bobbio
concluye que la función del intelectual es la de desarrollar una fuerza moral
(en esto sigue a Benedetto Croce): "en cuanto defiende y alimenta valores
morales, nadie puede acusarlo de ser esclavo de las pasiones partidarias. Pero,
al mismo tiempo, en cuanto adquiere una clara conciencia de que ninguna
república puede ignorar esos valores, su obra de artista y de poeta, de
filósofo y de crítico, es eficaz en la sociedad de la que es ciudadano"
(p. 24).
3. Progreso
científico y progreso moral
En el
ensayo Due paradossi storici e una scelta morale, Bobbio trata el caso
en que el individuo hace valer los derechos de la propia conciencia ante el
Estado, quien defiende a su vez lo que juzga ser las exigencias de la propia
conservación. El Autor señala que la objeción de conciencia es una cuestión de
carácter moral, y que por esto tiene, en principio, precedencia respecto a las
imposiciones de la autoridad. Justifica esa prioridad de lo moral señalando que
la experiencia ha demostrado que el progreso intelectual, que ha avanzado más
que el moral, si se separa de la moralidad lleva a la destrucción del hombre;
por esto el Autor se siente movido a preferir los derechos de la conciencia
moral, la cual "no sólo no destruye, sino que, si (el mundo) fuera
destruido, lo salvaría" (p. 29).
4. La
tolerancia
La postura
de Bobbio sobre la tolerancia está recogida en el ensayo Toleranza e verità.
Su exposición parte de la distinción entre la tolerancia fundada en una visión
monística o en una concepción pluralista de la verdad. Bobbio trata de mostrar
que ambas posturas llevan consigo la renuncia al escepticismo y al indiferentismo,
y que la defensa de la tolerancia no supone renunciar a la propia verdad.
El Autor
vincula la tolerancia a una verdad de tipo relativista, que sería la base
necesaria para ser realmente tolerantes en una sociedad pluralista.
Reconoce
que la tolerancia no puede ser absoluta. El criterio que la delimita es el de
que todos deben ser tolerados, excepto el intolerante. A la vez, esto no debe
llevar, según el pensamiento de Bobbio, a confundir la sociedad tolerante con
la sociedad permisiva.
Otro
aspecto de su tesis es que en principio conviene tolerar al intolerante, porque
quizá por este camino se consiga atraerle hacia la aceptación de la tolerancia
y de la libertad de los demás. La violencia, en cambio, suele tener como efecto
que el intolerante se fortalezca aún más en su intolerancia.
III.
VALORACIÓN DOCTRINAL
Bobbio es
un representante de la mentalidad liberal: tiene una concepción relativista de
la verdad y considera que los contrastes de opinión sólo pueden ser resueltos
por el consenso basado en la comprensión y en la tolerancia.
Según este
planteamiento, concibe una moral subjetivista, que pone de manifiesto en la
obra al defender el derecho de la persona a la objeción de conciencia. Habla de
su "preferencia" por el derecho de la persona, ante lo que puedan ser
las razones de la autoridad. Además de que se podría señalar aquí una cierta
contradicción, pues se supone que lo que hace la autoridad es defender los
intereses de los individuos (personas) en su conjunto, el ejemplo nos sirve
para referirnos a una característica importante de su pensamiento: es frecuente
que en sus escritos Bobbio opte por una personalismo de intención, que sin
embargo no cuenta con el apoyo de una adecuada antropología filosófica.
Aunque
recurra a categorías axiológicas como valor, bien moral, justo... se niega a
reconocerles una base ontológica. Él entiende lo “natural” como lo que acontece
de hecho (sentido empírico); no capta lo natural en sentido filosófico, como
esencia ontológica que revela una ley natural que es ley de la persona y que
debe ser asumida por la razón.
No habiendo
en su pensamiento una determinación de la esencia humana, él no plantea la
cuestión del telos humano. Ahora bien, si no se concibe un fin para el hombre,
tampoco aparece la cuestión de la relación entre lo que el hombre es y lo que
debería ser. Por eso Bobbio habla de dos éticas o dos morales, la de la
convicción y la de la responsabilidad, porque no reconoce que en toda acción
humana —sea la de comprender ideas, sea la de transformar la materia—
interviene el intelecto práctico como ordenador de las inclinaciones naturales
en orden al bien de la persona.
Al tratar
del problema de la relación entre los intelectuales y la política Bobbio
proyecta una división interior suya: positivista en cuanto científico y
iusnaturalista en cuanto hombre, como él mismo se ha definido en otro lugar
(cfr. Giusnaturalismo e positivismo giuridico, Ed. di Comunità, Milano
1984, pp. 129 ss.). Lo aplica también al modo de entender la función de los
intelectuales ideólogos y de los intelectuales expertos, asumiendo una posición
dualista entre ciencia y conciencia. A la vez, relativiza esa dualidad cuando
dice que "prefiere" el derecho de la persona a la objeción de
conciencia, o cuando señala que el intelectual tiene la función de defender y
apoyar valores morales. ¿Por qué el Autor opta por el intelectual en cuanto
hombre? No porque entienda que defiende una verdad objetiva sobre el hombre,
sino porque según Bobbio esto favorece la limitación del poder estatal y la
garantía de algunos bienes y libertades para el individuo.
Otra
consecuencia de la reducción del concepto de naturaleza a la naturaleza física
es considerar los problemas morales como problemas de conflicto entre valores,
los cuales significan preferencias y elecciones últimas. Siguiendo la doctrina
de Max Weber, Bobbio considera que los valores son entre sí antinómicos (p. 73)
y que los valores últimos no pueden ser fundamentados; solamente pueden ser
reconocidos según razones de validez defendidas mediante un consenso factual.
En su perspectiva no cabe más que el subjetivismo moral: en cualquier
alternativa moral, que él ve siempre desde la perspectiva de la oposición entre
valores diversos, "haga cada uno el propio examen de conciencia y diga las
propias preferencias. No hay otro consejo o amaestramiento que dar" (p.
28).
Ahora bien,
según el Autor, los valores últimos del individuo no coinciden con los valores
últimos del Estado. Por eso tampoco los valores defendidos por el intelectual
en cuanto tal —hombre de cultura— coinciden con los valores defendidos por los
hombres políticos. Bobbio concibe que el intelectual sigue más una ética de la
convicción, actuando por el sentido del deber, mientras que los políticos, que
son realistas, actúan según una ética de la responsabilidad, es decir, teniendo
en cuenta las consecuencias de su acción (p. 73; p. 140).
Esa
distinción entre dos morales es explicada también (p. 167) cuando Bobbio se
adhiere a la doctrina weberiana de la "avalutatività" de la ciencia,
según la cual los científicos deben renunciar a dar los juicios de valor. Esto
significa renunciar a sostener en cuanto científicos una política más que otra;
es decir, el sociólogo, el jurista, el economista... deben comprender y no
juzgar.
Visión de
la historia como lucha contra el poder eclesiástico y civil (p. 25, últ. §).
Pretende tener una verdad propia, en contra de la verdad que es producto
histórico (p. 26, § 2). Tiene una visión pesimista de la historia (p. 51, § 3).
Con
relación a la Iglesia. En pp. 147 y 154, Bobbio hace una crítica a los
eclesiásticos en general. Los señala como sujetos de un determinado tipo de
relación entre intelectuales y poder: la de aquellos intelectuales indiferentes
a los asuntos de la polis porque se consideran pertenecientes a una esfera
diversa: su reino no es de este mundo. Así entienden que, una vez que en cuanto
ciudadanos han dado a César lo que es suyo, su finalidad es, como intelectuales
que son, dar a Dios lo que es de Dios.
En otro
pasaje (p. 160) explicita más claramente su crítica, señalando que no son
compatibles la creencia en una verdad absoluta y un uso propiamente racional de
la inteligencia. Por eso, el Autor explica que el término “intelectual” no
puede ser disociado del significado de inteligencia o intelecto, es decir, del
uso prevalente de operaciones mentales y de instrumentos de investigación que
tienen alguna relación con el desarrollo de la ciencia.
La
consecuencia que él saca de esto es que en general los sabios pertenecientes a
sociedades religiosas y sus sacerdotes, sólo pueden ser asimilados a los
intelectuales respecto a las funciones que ejercen, pero no son intelectuales
en sentido propio, porque es peligroso mezclar su forma de saber —a través de
creencias irracionales— con aquella de los intelectuales —la razón. Bobbio
incluye en esta categoría “sacerdotal” a todos los que sustituyen el ejercicio
de la razón por el culto de la razón, es decir, a todo el que caiga en
dogmatismos filosóficos (p. 160).
Función del
gobierno. En pp. 182-183, el Autor hace una interpretación equivocada de un
texto de Aristóteles (Política, l. III, 1285 a). Según Bobbio, Aristóteles
afirma que los pueblos bárbaros son naturalmente serviles (cfr. también p.
195). A continuación se refiere a que la misma doctrina se encuentra en Santo
Tomás y en Marsilio de Padova.
Sobre la tolerancia. (vid. Recensión: L’età dei diritti, p.10)
M.A.F. (1996)
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[1] No hemos incluido en esta reseña ninguna valoración de datos históricos, a los que se refieren sobre todo los artículos: 1) Cultura e fascismo (pp. 75-100), donde Bobbio presenta la vida cultural que se desarrolló en Italia durante los años del fascismo; su tesis es que el fascismo no tuvo una cultura propia, no consiguió crear una "cultura fascista", a pesar de haberlo intentado. 2) Se sia esistita una cultura fascista (pp. 101-111), recoge la contestación de Bobbio a las críticas dirigidas a Cultura e fascismo.
[2] En las pp. 37-53 se recoge un ensayo sobre su pensamiento, escrito con ocasión de su muerte en 1956.
[3] El Autor sigue la clasificación elaborada por GEIGER, TH., Aufgaben und Stellung der Intelligenz in der Gesellschaft (1949).