BAUDELAIRE, Charles
Las Flores del Mal
Barcelona, Planeta, 1991, 248 pp.
(t. o.: Les Fleurs du Mal,
Gallimard, Paris 1971.)
I. RESUMEN DE LA OBRA
Se trata de un título de clara
ambigüedad sintáctica, por lo que da lugar a muy distintas interpretaciones. En
cualquiera de los casos, la antítesis viene por la contradicción creada en la
incompatibilidad significativa de Flores y Mal. Las distintas sugerencias se
podrían encauzar en la línea de ‘lo que dentro del mal se puede hacer mejor’ ‑más
mal‑, lo que nos introduce ya en el universo de una poesía inmersa en las
fronteras del bien y del mal a través de la blasfemia.
En Baudelaire no existe una
ignorancia de tales límites. Se reconoce la consideración del bien y del mal,
mediante la asimilación de estética y ética (Flores y Mal = Feo y Bien). El
poeta encuentra una belleza particular en el mal. Se siente fascinado por la
transgresión de las normas morales y religiosas, por lo que identifica en ello
el concepto de Belleza; de ahí la explicación de una fecundidad florida en la
vida maléfica.
1. AU LECTEUR
Se abre la serie con una
advertencia al lector, en tono moralizante. Se trata de una descripción del ser
humano, en la que destacan los valores de imperfección corporal y espiritual,
simbolizados mediante imágenes de animalidad. El hombre es observado desde su
perfil más peyorativo (la estulticia, el error, la ruindad, el pecado).
En el poema se destaca una
presencia dominante del diablo, único habitante del cerebro:
dans nos cerveaux malsains, comme
un million d’helminthes,
Grouille, chante et ripaille un
peuple de démons...
(En un vasto hormigueo de
millones de helmintos
Se solaza en la mente una legión
de demonios).
La imagen viene representada con
un tinte de falta de templanza en el espíritu del hombre, a todos los efectos,
y con especial insistencia en la comida y la bebida. Así, progresa el poema
hacia significaciones de descomposición, en un universo despedazado, en el que
el hombre aparece como el esclavo de Satán, con un pecado destructor para su
persona: el Aburrimiento (L’Ennui). Ya le previene el autor desde el inicio, y
le ofrece un único remedio: su conocimiento. Este poema sienta las bases del
destino ineludible del hombre: el “spleen”, su tedio vital.
2. SPLEEN ET IDÉAL
I. Bénédiction
Se trata de un poema en el que se
compara el nacimiento del poeta con el de Jesucristo, y se respira, como en el
de Éste, un cierto aire sagrado. El nacimiento del poeta es efecto del “décret
des puissances suprêmes” (decreto de “los poderes supremos”). En ese sentido,
Dios ha decidido la venida del poeta al mundo, tal y como decidió la
Encarnación de su propio Hijo. El poeta asume su misión de liberar a la
humanidad del pecado de Aburrimiento.
Su madre, contrariamente al caso
de la Virgen, no es bendita entre las mujeres, sino que se siente rechazada por
su marido que no acepta el hijo (a diferencia de San José). El nacimiento es
fruto de una “noche de placeres efímeros”, consecuencia de la ira y la
maldición divinas. La madre será condenada por ello.
El poema prosigue con la juventud
del Niño (la mayúscula es utilizada para subrayar el carácter divino del
poeta). Prosigue el paralelismo con Jesucristo, y los momentos de felicidad de
la infancia son sólo una peregrinación hacia el camino de la cruz. El poeta se
verá rechazado por los hombres. El sacrificio final viene por manos de la mujer
-divinidad femenina y satánica- que lucha por devorar el corazón del poeta.
Finalmente, termina el poema con alusiones
a imágenes de purificación, de ascensión, de inmortalidad y misterio, así como
la victoria sobre el tiempo y la revelación del Bien, representada en símbolos
luminosos:
dans les rangs bienheureux des
saintes Légions;
ma couronne mystique; perles de
la mer;
beau diadème éblouissant et
clair; foyer saint;
rayons primitifs, etc.
(en las filas dichosas de las
santas legiones;
la corona celeste; perlas del
mar;
bella y clara diadema;
santo esplendor de la luz
primigenia).
II. L’Albatros.
Impulso ascendente simbolizado en
el albatros. La blancura de sus alas es signo de pureza. La soberanía del poeta
es espiritual y mística. Pero también aparecen los límites del albatros, por el
pecado en el que se ha visto metido. Un pecado de los hombres que le han sometido,
que buscan matarle. El Albatros-Poeta es ridiculizado en su soberanía por el
populacho. El poeta debe convertirse en ser sufriente. Se pregunta si no se
está construyendo su propio fracaso al enseñar su obra. Se pregunta si no desvirtuará
su obra por exponerla al público: quedará prostituida en cierto sentido. Es
como si él mismo se construyera su propio fracaso.
III. Elévation.
El esquema de la elevación
espiritual del poeta, vuelve a hacer uso en este caso de la imagen del pájaro.
Los pensamientos del poeta son asimilados a alondras, quienes “Vers les cieux
le matin prennent un libre essor” (“hacia el cielo del alba libremente se
elevan”). Del mismo modo, el espíritu del poeta se eleva hacia el empíreo. La
rapidez de la enumeración traduce el impulso irresistible por el que el
espíritu inicia su viaje de verticalidad hacia “l’air supérieur”, hacia ese
“feu clair qui rempli les espaces limpides”. Se adivina una instantaneidad en
este paso, con mezcla de euforia física y espiritual. Alegría viril del sueño
volador, acompañada de la delicadeza femenina del sueño balanceado.
La elevación supone victoria de
los valores espirituales sobre los materiales, de la luz y el fuego sobre las
tinieblas. En este grado de unión con lo divino, al poeta le es otorgado el
saber, los secretos de la Creación:
Heureux celui qui peut d’une aile
vigoureuse
S’élancer vers les champs
lumineux et sereins;
Celui dont les pensers, comme des
alouettes,
Vers les cieux le matin prennent
un libre essor,
- Qui plane sur la vie, et comprend
sans effort,
Le langage des fleurs et des
choses muettes.
(feliz quien con la ayuda de las
alas más fuertes
puede alzarse hacia campos
luminosos, serenos.
Quien a modo de alondras va a
tener pensamientos
que hacia el cielo del alba
libremente se elevan;
quien está por encima de la vida
y comprende
lo que dicen las flores y las
cosas sin voz.)
IV. Correspondances.
Este soneto ha sido objeto de
numerosos estudios por el valor simbólico que contiene ‑podría erigirse
en uno de los paradigmas del simbolismo del momento, magníficamente encarnado e
iniciado por Baudelaire‑. Los mensajes a los que alude el poema vienen de
la divinidad. La Creación es para el hombre “forêt de symboles/ Qui l’observent
avec des regards familiers” (“bosques de símbolos/ que le observan con ojos
habituados a vernos”). Se crea así una peculiar relación entre el hombre y la
presencia divina, con un cierto matiz de afecto maternal.
Se da también una relación de
coincidencias antagónicas en las que habitan ‑simbolizadas en perfumes‑
las contradicciones vitales. De esta manera, el ámbar se encuentra entre los
excrementos, en el aparato digestivo del cachalote. El almizcle no falta (olor
segregado por la cabritilla (almizclero) ‑animal asimilado al demonio.
También aparecen el benjuí ‑resina aromática‑ y el incienso. Estos
perfumes “Chantent les trasports de l’esprit et du corps” (son “arrebato sonoro
de sentidos y de alma”), ya que dibujan de manera paradójica la cohabitación
del espíritu y el cuerpo, del alma y la carne, de Dios y la creación. Aquí
radica la esperanza de salvación para todo pecador, por muy metido en el mal
que se encuentre.
V. J’aime le souvenir de tes
époques nues.
La primera parte del poema evoca
la pérdida del Edén. Se caracteriza por la unión perfecta del Cielo y la
Tierra, lo humano y lo divino, lo masculino y lo femenino. Las épocas desnudas,
las estatuas vivas doradas por el sol, tienen como referente el arte clásico
esplendoroso. Phoedus, dios solar y viril, da luz al hombre y es pródigo hacia
las manifestaciones y el desarrollo de lo sensitivo (“le ciel amoureux leur
carressant l’échine) (“recibían caricias de los cielos amantes”).
La feminidad aparece en su
aspecto amenazador de bestia devoradora, llena de ternura por otra parte
(“louve au coeur gonflé de tendresses comunes”) (“loba grávida de ternuras por
todos”).
La armonía del mundo antiguo se
ensombrece con la falta original que introduce le mensonge y l’anxiété (mentira
y ansiedad). Se ha perdido la desnudez inocente, han entrado la vergüenza y la
deshonestidad, pero no aparece un responsable de esto (no se culpa a Cristo o a
los judíos). Crece el tono pesimista hasta el punto que nos presenta un “noir
tableau plein d‘épouvantements” (“un cuadro tan negro rebosante de horror”). Es
el mundo del “froid ténébreux”, de la asquerosidad, la enfermedad, el vicio ‑ideas
que tendrán cada vez más relevancia en la obra.
En la tercera parte del poema, el
autor realiza una oposición de las distintas bellezas ‑edad de oro frente
a edad de hierro‑, con las siguientes imágenes: agua limpia y clara,
cielo azul, pájaros y flores primaverales, para la primera (simplicidad,
dulzura, pureza, integridad...); a la segunda corresponde la ciudad, la
frialdad, lo oscuro, la corrupción...:
Nous avons il est vrai, nations
corrompues,
Aux peuples anciens des beautés
inconnues:
Des visages rongés par les
chancres du coeur...
(Es verdad que tenemos
corrompidas naciones
y bellezas ajenas a los pueblos
antiguos:
caras ya carcomidas por las
úlceras del alma...)
VI. Les Phares.
En las tres últimas estrofas del
poema ‑canto a la figura de distintos artistas‑ el poeta sugiere
una comparación del artista con un faro. El arte es testimonio de una vida que
busca una infinitud, llegar más allá, obsesión jamás satisfecha. Tiene la
obligación, el artista, de mantener en vida el corazón de los mortales. La
tierra es comparada a un laberinto una y otra vez, a mares peligrosos, a
grandes bosques. En medio del caos, la obra de arte es un “divin opium”. El
punto en común de los distintos artistas, de sus producciones ‑“ces
malédictions, ces blasphèmes, ces plaintes/ Ces extases, ces cris, ces pleurs,
ces Te Deum” (“maldiciones, blasfemias, quejas y éxtasis, gritos,/ todos esos
sollozos, todos esos Te Deums”)‑, es el anhelo de lo sobrenatural. El
autor realiza un recorrido ‑un cuarteto por autor‑ caracterizando
la obra de Rubens, de Vinci, Rembrandt, Miguel Angel, Watteau, Goya, Delacroix
y la suya misma, mediante un juego fonético, en el que su nombre se adivina con
una lectura al revés del primer verso del quinto cuarteto: “Colères de
boxeur....” = ‘bo de lère’.
VII. La Muse malade.
Phoedus y Pan, dioses del
paganismo, evocan la edad de oro, la armonía de la vida en la antigüedad, el
entendimiento entre el hombre y la naturaleza, la salud física y moral... Pero el “sang chrétien”
(“sangre cristiana”) de la Musa no circula “à flots rythmiques,/ Comme les sons
nombreux des syllabes antiques”. Jesucristo no se ha hecho con el pensamiento del poeta,
sino que éste es esclavo de la pesadilla del sexo, de la noche y de la muerte.
VIII. La Muse vénale.
De nuevo el anhelo de la época
clásica y desnuda. El signo de este soneto es la noche, la miseria, el hambre,
el frío. Los “nocturnes rayons qui percent les volets” (“rayos nocturnos que
herirán los postigos”) son una irónica alusión al sol ausente. Hay una burla
hacia la condición del hombre contemporáneo y claras alusiones blasfemas a la
manera en que se ‘exige’ la confesión de creencias consideradas por el poeta -y
por la mayoría- inútiles. La divinidad se reduce al papel de saltimbanqui y
está dibujada bajo las lágrimas y con el estómago vacío. No hay adoración sino
burla. El Edén se sustituye por el Infierno.
IX. Le mauvais moine.
Descripción de la regla monástica
antigua, escasa en la época actual. La fe aparece como algo no negativo, y que
suaviza las exigencias de la orden, por la esperanza que da a los monjes. En
los dos tercetos finales el poeta se dirige al monje, con un cierto anhelo por
conseguir esa Verdad:
O moine fainéant! quand saurai-je
donc faire
du spectacle vivant de ma triste
misère
Le travail de mes mains et
l’amour de mes yeux?
(¡Soy un monje haragán! ¿Cuándo
voy a poder
convertir el teatro de mi triste
miseria
en labor de mis manos y en amor
de mis ojos?)
X. L’ennemi.
El enemigo es nombrado en los
últimos versos: el tiempo. Las imágenes que lo caracterizan corresponden a
arquetipos de bestias devoradoras y bebedoras de sangre. En la misma línea
aparecen símbolos como: tinieblas, tormentas, lluvias que destruyen los
cultivos, relámpagos, el otoño como señal de la muerte anual de la
vegetación... Los elementos opuestos (“brillants soleils” o “fruits vermeils”
–“soles brillantes” o “fruta en sazón”-) no tienen suficiente fuerza en
comparación.
No excluye el poema, sin embargo,
la posibilidad de una resurrección por la fecundidad del agua, contemplada tras
una pregunta en la que se resiste el poeta a ser tan inexorable como el tiempo
en su afirmación:
Et qui sait si les fleurs
nouvelles que je rêve
Trouveront dans ce sol lavé comme
une grève
Le mystique aliment qui ferait
leur vigueur?
(¿Y quién sabe si aquellas flores
nuevas que sueño
hallarán en la tierra, limpia
como la playa,
el sustento divino que va a
darles vigor?).
XI. Le Guignon.
El soneto es un canto a la
imaginación poética, a su función dulcificadora. La mala suerte (le guignon) es
el enemigo, que, en los primeros versos aparece bajo la forma de fatalidad, tan
implacable como las leyes físicas. No es posible escapar.
Sísifo encarna la voluntad
heroica, obstinada y absurda de la lucha contra lo inevitable: su ejemplo
subraya en el poeta la debilidad ante una fuerza arrolladora, el tiempo. Se
crea un universo de significado en el segundo cuarteto: mala suerte-fuerza
arrolladora-tiempo-muerte.
Cada latido del corazón nos acerca
hacia el final, hacia la tumba -últimos tercetos-. El aire tenebroso de
soledad, de olvido, de oscuridad que se va creando, es anulado por la
ensoñación y el eufemismo poéticos. Hay una huida por parte del poeta del
mundo, mediante su imaginación. La sepultura del poeta adquiere tintes cada vez
más positivos, como una suerte de refugio.
XII. La vie antérieure.
Nostalgia de un Edén perdido y
ansia de encontrar un Paraíso terrenal, quizá ya conocido, o presente en una
feliz infancia. Baudelaire realiza una magnífica descripción de su percepción
de la naturaleza (luces, puestas de sol, piedras basálticas, etc.); en el
espectáculo de la creación material parece atisbar reminiscencias del universo
espiritual (se ha asimilado a veces a las teorías platónicas). Piensa el poeta
en la voluptuosidad terrenal, en los sentidos, etc., e intuye que lo Absoluto
rechaza esto, la felicidad total no está en la tierra y, para conseguirla, es
necesario desligarse de los límites de espacio y tiempo. El poeta superpone
realidades antagónicas: el sol y el mar, el pilar y la gruta, los cielos y el
oleaje, el día y la noche. La unión de los contrarios remite a realidades muy
meditadas en el espíritu del autor: Alto y bajo, femenino y masculino, espíritu
y materia, eternidad y devenir.
Recorre el poema una rica
simbología que lo hace misterioso, opaco. Es el secreto de la unidad de Ser, ‑solamente
por algunos instantes‑, insertada en el paso del tiempo.
XIII. Bohémiens en voyage.
Aunque retrocede en el paso de
los años, La vie antérieure no le permite satisfacer su nostalgia. En el
presente poema, la búsqueda es análoga, sólo que en dimensiones algo diversas:
“ténèbres futures” (“tinieblas futuras”). Prosigue la indiferencia hacia los
esplendores terrestres. Los apetitos, aparecen descritos cruda y burdamente, y
el tono ante ellos es de indiferencia.
Sin embargo, les bohémiens miran
al cielo y van en busca de una quimera ausente (“chimères absentes”), por lo
que la contradicción salta a la vista. En la Quimera, ser mitológico, se podría
encontrar un carácter monstruoso, destructor de la caza espiritual.
XIV. L’homme et la mer.
Analogía del arquetipo de las
profundidades marinas y el inconsciente. El mar y el inconsciente son símbolos
de lo incontrolado, lo libre, de lo salvaje indómito. Las profundidades marinas
y espirituales son amargas y tenebrosas. También guardan celosamente sus
riquezas: el mar “richesses intimes” (“riquezas íntimas”), y el inconsciente
sus secretos.
La lucha de la última estrofa es
el símbolo de la lucha del inconsciente y la consciencia humanas, la
inteligencia racional y las potencias elementales, el intelecto viril y el
inconsciente feminizado. Las resonancias sexuales se intensifican de manera
creciente en el poema.
XV. Don Juan aux Enfers.
Don Juan es el prototipo clásico
del personaje que ignora los límites, prescinde de ellos, y aparece con una
naturaleza, un yo, salvajes. Se erige en dios y exige sacrificios rituales para
sí mismo. Las mujeres que ha seducido aparecen como “gran troupeau de victimes
offertes” (“un rebaño que ha aceptado la muerte”). El no debe nada: ni respeto,
ni fidelidad a la esposa...
Encarna, como Baudelaire, el Gran
Rechazo a todo lo impuesto, a toda ley.
XVI. Châtiment de l’orgueil.
Baudelaire realiza una
representación de la ascensión hacia el cielo (“Après avoir franchi les
célestes gloires...” –“tras haber franqueado las celestes glorias”) y de la
soberanía solar (“l’éclat de ce soleil”), así como el poder de los espíritus:
“des chemins singuliers par lui-même inconnus/ Où les purs Esprits seuls,
peut-être étaient venus” (“por los extraños caminos que hasta él mismo
ignoraba/ y que sólo anduvieron los Espíritus puros”). Su falta consiste en
intentar repetir la experiencia de Lucifer, intentando usurpar la soberanía
Divina. Por pretenderlo, se le castiga con ceguera espiritual, algo parecido al
caso de Edipo. Su desgracia se representa con un cúmulo de imágenes típicas:
silencio, tinieblas, luto, caos, bestialidad, tumba o prisión, decadencia.
XVII. La Beauté.
El culto que Baudelaire hace en
este poema a lo bello, lo idolatra de tal manera que lo convierte en un dios.
La descripción resulta un tanto curiosa, ya que le atribuye propiedades de
ángel y de demonio. La Belleza que habla en la segunda estrofa es una divinidad
celeste y soberana: luminosidad, dignidad, armonía... Es origen de toda belleza
terrenal (cfr. Platón): sus ojos “aux clartés éternelles” (de “fulgores
eternos”) son “de purs miroirs qui font toutes choses plus belles” (“espejos
purísimos que hacen más bello el mundo”).
El poema entero versa sobre este
tema. Las cosas son bellas si reciben las “clartés éternelles”. La belleza se
revela al hombre bajo la forma de “rêve de pierre” (“sueño de piedra”), de
estatua que conserva todo el misterio de su esencia. Los hombres están
condenados a consumir “leurs jours en d’austères études” (“su existencia en
austeros estudios”), pero no darán jamás con ella. Habla de un amor eterno que
permanecerá mudo por esa incapacidad humana. La visión total les es negada. Tal
negación se representa con imágenes tipo de la feminidad demoníaca: monstruo
devorador “sphinx”, animal acuático (“blancheur des cygnes”) –cisne, esfinge–.
La mujer es descrita con mayor detenimiento en su dimensión sensual y sexual,
con un tinte de frialdad ante su amante doliente.
XVIII. L'Idéal.
De nuevo la humanidad degradada
es descrita, en el contexto de la edad de hierro. No hay oposición entre edad
de hierro y edad de oro. La caída viene por la progresiva degradación de la energía.
El poeta se queja de un tiempo enérgico, sin freno. Ninguna violencia puede
oponerse al yo salvaje. El caos, el tiempo y el yo son las tres dimensiones
contempladas en su perspectiva gigante por el poeta. La feminidad es evocada en
contraposición con los tiempos Grandes. En la época de Baudelaire no se trata
de la "fleur qui ressemble à (son) rouge idéal" (“flor que se acerque
a mi rojo ideal”). El arquetipo del rojo, símbolo de fecundidad, de sangre
creadora, se convierte en este momento en "pâles roses" –“rosas
pálidas”-. El tiempo grandioso de J'aime le souvenir ..., desaparece.
Baudelaire alude a una época corrupta, más vacía; un amor y una sexualidad sin
fuerza, no como las que soñó en la edad dorada. El poema progresa hacia el
Caos.
XIX. La Géante.
Hay una relación entre el soneto
anterior y éste. Al inicio del poema, Baudelaire refiere que "la Nature en
sa verve puissante/ Concevait chaque jour des enfants monstrueux" – “el
orbe animado de un aliento fecundo/ engendraba sin pausa criaturas monstruosas-.
Gaia es una de las hijas monstruosas de la Tierra Madre. El poeta la recorre
como un paisaje, trepando por cada una de sus partes, recostándose en ellas,
etc. -alusiones de sensualidad de alta densidad significativa-. Encarna la
fuerza, la vida desenfrenada; sus formas son magníficas pero su juego es
terrible y peligroso. El gigantismo se asocia a la soberanía ("comme aux
pieds d'une reine" –“a los pies de una reina”-). Igualmente, el gigantismo
se asocia a la imaginación y la ensoñación. Éstas están tanto más protegidas
cuanto que las dimensiones son grandes y lejanas a la realidad.
XX. Le masque.
El poema ofrece la ruina total de
la ensoñación femenina. A la revalorización de la mujer al inicio, se opone el
proceso contrario al final. Estatua de Christophe: suma de los valores
femeninos, "trésor" (tesoro) de gracias. Incluso parece encarnar su
parte sobrenatural, mediante una acumulación de términos que crean un 'culto'
erótico.
Pero la divinidad femenina se
destruye de repente, y, con ella, la ensoñación dichosa que había provocado. La
"blasfemia del arte" anula la felicidad prometida por "la femme
au corps divin" (mujer de cuerpo divino). La diosa se convierte en
mentirosa, su belleza es una "exquise grimace" –“mohín exquisito”- y
contiene un "mal misterioso". Y la naturaleza de ese mal, el
aburrimiento o el dolor de seguir viviendo:
-Elle pleure, insensé parce
qu'elle a vécu!
Et parce qu'elle vit! Mais ce
qu'elle déplore
Surtout, ce qui la fait frémir
jusqu'aux genoux
C'est que demain, hélas! Il
faudra vivre encore!
Demain, après-demain, et
toujours!- comme nous!
(-Insensato, tan sólo llora
(ella) porque ha vivido.
¡Porque sigue viviendo! Porque
hay algo que la hace
ser más triste, temblar hasta el
último hueso,
que mañana, ay, tendrá que vivir
todavía.
¡Y pasado mañana, siempre, igual
que nosotros!)
XXI. Hymne à la Beauté.
El poema refleja la incertidumbre
de Baudelaire ante el misterio de la belleza. Se trata de un canto, de una
suerte de himno religioso. La Belleza es manifestación de lo Sagrado, pero la
naturaleza de lo Sagrado permanece oculta ("Mysterium tremendum y
mysterium fascinans"). En el poema se oponen lo ascendente y el descenso
(interrogación, afirmación, interrogante, etc.). Confluyen en la belleza el
cielo y el infierno, los astros y las tinieblas, el bien y el crimen, la muerte
y el nacimiento, la alegría y los desastres, la irresponsabilidad y el poder
absoluto, el horror y el asesinato, la cobardía y la valentía, el sexo y la
muerte, Eros y Thanatos. A los ojos del poeta, es, indiferentemente, Dios o
Satán, ángel o diablo. La belleza genera y destruye el tiempo, simultáneamente.
Aparece con forma de mujer (relación entre imágenes de tiempo, muerte y
regeneración). Devuelve a los instantes su parte positiva, no importa su
naturaleza mientras haga al universo "moins hideux et les instants moins
lourds" (“menos ruin y este tiempo más leve”).
XXII. Parfum exotique.
La mujer aparece como una
auténtica diosa. Instaura en tanto que divinidad, la edad de oro para su
amante: su perfume mágico recrea un presente continuo, eterno. El poeta tiene
los ojos cerrados y el olor de la mujer suprime la duración profana para
instaurar un tiempo sagrado. El hombre es guiado a un Edén perfecto, en el que
el trabajo no es necesario, exótico, en armonía, no sólo entre el hombre y la
naturaleza, sino en armonía con todas las capacidades sensoriales -poema
especialmente sugerente en cuanto a la sexualidad y lo sensorial-.
XXIII. La Chevelure.
Mujer representada como un guía,
como una divinidad que hace conocer el éxtasis a su amante (éxtasis en su
sentido fuerte: el hombre es transportado a un Edén más perfecto, desde la
oscuridad). De nuevo es la reconquista de la edad de oro. La cabellera es
representada mediante atributos típicos: "crinière lourde",
"boucles", "mèches tordues"... –crines pesadas, bucles,
mechas retorcidas...-. En cierto modo, estas acepciones otorgan a la mujer un
cierto carácter animalizado. Es asimilada al mundo natural y vegetal, con la
inocencia anterior al pecado original.
El poema se inicia con una suerte
de oración al cabello, seguido de un rito: agitar el cabello "como un
pañuelo". Se diviniza en cierto modo cada gesto. El lugar, la alcoba,
etc., sugieren una atmósfera mágica, de éxtasis amoroso. De nuevo imágenes
sensoriales: "forêt aromatique", "mer d'ébène",
"houle", "noir océan" (bosque aromático, mar de ébano,
negro océano...), en las que se unen el misterio y la atracción, casi la
dependencia.
XXIV. Je t'adore à l'égal de la
voûte nocturne.
Asimilación de la mujer y la
luna. Sus "inmensidades azules" (ya no rojas, imágenes del calor),
con tono de frialdad, acentúan la distancia entre ella y su adorador. La mujer
amada se representa en "vase de tristesse" –“melancólico vaso”-. El
poeta es asimilado a "un choeur de vermisseaux" –coro de gusanos- y
la mujer a un cadáver: lo que transmite la mujer en este poema no es ya
fertilidad, sino muerte. De la animalidad inocente y generosa del poema
anterior, pasamos a la "bestia implacable y cruel" que es la mujer.
Al eterno calor suceden la frialdad y la noche. Se contraponen elementos, para
crear entre los dos poemas un universo de contradicciones, con idéntico referente
(luchas en el espíritu del poeta). La Chevelure es el poema de la unión
amorosa, de la plenitud; éste simboliza la frialdad, la separación, el mal.
XXV. Tu mettrais l'univers entier
dans ta ruelle...
Prosigue el tema de la feminidad
terrible y devoradora, esta vez bajo un aspecto diferente: si antes era fría y
rígida, en este momento se la describe bajo la luz de la sexualidad
desenfrenada ("femme impure", "machine aveugle et sourde"
–“mujer impura”; “máquina ciega y sorda”-). Es fecunda en crueldades y bebe
"la sangre del mundo", pero es el instrumento que debe utilizar la
humanidad y que la corrompe (cfr. fuerza creativa y destructiva del devenir
cósmico en la mitología).
Baudelaire asocia los ojos de
"la mujer impura" con luces, escaparates, fiestas públicas, etc.,
símbolo de su prostitución. Primeros versos: tema del exceso erótico y de la sexualidad
devoradora: la mujer es impura, reina de todos los pecados, es un vil animal,
su divinidad es fangosa, etc. (imágenes que recorren los versos).
XXVI. Sed non satiata.
Mujer: divinidad primitiva y
nocturna, ídolo adorado por un brujo negro. Bruja con numerosos encantamientos
y perfumes como el habano y el almizcle (de animalidad corrompida). Alusiones a
la saliva, al cuerpo, etc... El amor es como una dependencia. Los ojos poseen
un matiz de atracción biológica y elemental en el poeta. En los tercetos: ideas
de la atracción sexual, demoníaca... El yo es incapaz de ascender hacia una
espiritualidad que le libere de lo terrenal.
XXVII. Avec ses vêtements
endoyants et nacrés...
Inserción de la mujer en una
danza, con vestimenta ondulada, comparada a la serpiente. La mujer es asimilada
en el ciclo de la danza continua de la serpiente, a la fuerza despiadada del
tiempo, insensible ante "el humano sufrimiento". La atmósfera es aquí
de muerte: esterilidad del desierto, mar oscuro y arena... El nácar de los vestidos
de la mujer -imagen de las escamas de la serpiente- es también símbolo de una
belleza escondida, misteriosa. Hay alusiones a la blancura de los cisnes, la
opacidad de las esfinges, y se cierra el poema con la Luna, asociada a Artemis,
diosa-virgen. Esta criatura enigmática.
Resplendit à jamais, comme un
astre inutile,
La froide majesté de la femme
stérile.
(Sin cesar resplandece, como un
astro inservible,
La glacial majestad de la estéril
mujer.)
XXVIII. Le serpent qui danse.
Poema estrechamente ligado al
anterior: piel de serpiente reflectante, ojos de metal, ausencia de toda
emoción humana, andares ondulados... Pero en este caso, el eufemismo de la
imaginación poética elimina la frialdad de la significación anterior. No hay
peligro ni muerte: la cabeza se balancea dulcemente, sin actitud viperina
alguna. Al poeta le sugiere la idea de un "jeune éléphant", perezoso.
Ahora el mar es oloroso, y sus olas son azules y morenas ("mer odorante et
vagabonde/ Aux flots bleus et bruns"). En cierto modo vuelve la mujer
deseable, más maternal, más fecunda. El alma del poeta es comparada a un barco
que se levanta por el viento matutino (tinte claro de esperanza). Hay un
vehemente deseo de beber en la mujer, como enmarcado en una suerte de proyecto
o búsqueda con un fin accesible.
XXIX. Une charogne.
Dos caras de la feminidad: su
aspecto destructivo y su aspecto creador. El universo simbólico: corrupción,
desnudez, sexualidad desarreglada, fertilidad. La carroña, encarnadora de los
polos opuestos, se identifica con la naturaleza (la "Grande Nature").
La descripción sugiere la unión de la Tierra Madre y el Sol, dios macho y
fecundo.
Bodas obscenas, caos, nacimientos
monstruosos y sin orden.... El proceso multiplicador se asocia a las fuerzas de
la naturaleza: el fuego, el movimiento descendente de la ola y la cadencia de
los trabajos agrarios. El impulso creador va en contra de las doctrinas de la
Iglesia. Aparece una naturaleza que no puede ser imagen del Creador por el
continuo movimiento a que está sometida.
XXX. De profundis clamavi.
La divinidad femenina que preside
el poema anterior desaparece. El Infierno en el que cae el poeta por su
blasfemia es la esterilidad. El paisaje es opuesto: ahora es oscuridad y
tinieblas, emplomado, un sol sin calor, una noche total y un país más desnudo
que la tierra polar: ni bestia, ni riachuelos, ni verdura, ni bosques. Parece
un estado comparable a la nada y el caos anteriores a la creación. El tiempo es
asociado a las divinidades femeninas, y por la inmovilidad del devenir, el poeta
ya no tiene esperanzas de muerte. Con la revalorización que hace del poema
anterior, idolatra de nuevo a la Mujer.
XXXI. Le vampire.
Feminidad terrible y demoníaca de
nuevo. La divinidad ejerce su poder por la violencia irresistible ("toi
qui comme un coup de couteau/ Dans mon coeur plaintif est entrée" –“Tú que
en mi corazón doliente entraste/como una cuchillada”-). Esclaviza el espíritu
para convertirlo en su lecho y su dominio. Para demostrar la infamia del servilismo
erótico en el espíritu humillado, Baudelaire lo compara al encadenamiento, al
borracho y su botella... Pero el peor servilismo es el que el vampiro encuentra
en la complicidad del hombre mismo (arquetipos vampirescos, referentes
habitualmente de la feminidad devoradora, imágenes de un devenir destructor,
dulcificado por el erotismo, pero dudoso).
XXXII. Une nuit que j'étais près
d'un affreuse juive...
La horrible judía, de cuerpo
vendido ("corps vendu"), la prostituta que aparece en el segundo
verso vendida a la muerte, remite en el soneto a la belleza ausente. La
yuxtaposición de ambas remite a la idea de la feminidad insensible y fría.
Utiliza términos como "casque" (pelo) o "armé" (armado),
con intención de intensificar la voluntad de alejamiento ante la crueldad. Se
la denomina "reina de las crueles", y el esfuerzo de eufemismo
poético fracasa en este caso. En este soneto -y también en el siguiente-,
hallamos una elegía o queja a favor de los valores sensuales.
XXXIII. Remords posthume.
La tumba aparece en este soneto
bajo su aspecto más terrible, sin convertirse en refugio o alcoba de
ensoñación, como en otras ocasiones. El sepulcro no supone reposo u olvido,
sino prisión. El sueño de la muerte no es continuo, sino interrumpido. Habla de
"grandes nuits" –largas noches-, interminables para el espíritu
atormentado. El poeta eleva el valor de la sexualidad, oponiéndola al terror de
la tumba. La cortesana imperfecta lamenta no haber sido la mujer impura, no
haber asumido su misión de "sublime ignominia".
XXXIV. Le chat.
El gato contiene los atributos de
la feminidad fascinante y peligrosa. Tiene los mismos ojos de metal: su mirada
"profond et froid, coupe et fend comme un dard" –sus ojos “hieren
hondos y fríos como un dardo”-. Las patas esconden bajo el terciopelo las uñas
afiladas, y acariciar la "espalda elástica" del gato trae al poeta
recuerdos eróticos. Agresividad y crueldad femeninas son los peligros de la
sexualidad.
XXXV. Duellum.
La mujer es amazona inhumana en
constante duelo ininterrumpido. A la espada suceden "las uñas y los dientes".
En el infierno del amor crecen áridas espinas. Es una 'selva oscura' de gatos
pardos, uñas, dientes, animales dantescos (cfr. Universo de Dante), imágenes
todas del fracaso de la sexualidad femenina y del devenir destructor. Pero el
infierno de la sexualidad es una manera de practicar exorcismo con el tiempo:
por el deseo de eternizar el instante de todo enamorado.
XXXVI. Le Balcon.
Arquetipo de la victoria sobre el
tiempo, con una clara alusión a una resurrección. La imaginación poética
reconquista la desesperación ante el paso del tiempo y la muerte. La invocación
a la mujer al inicio del poema la convierte en ídolo de un culto. La poesía es
himno apasionado de su adorador. Atributos de la mujer: "madre de los
recuerdos", permite a la memoria del poeta ir al pasado y resucitar a
"todo un mundo lejano, ausente, casi difunto" (La chevelure). Es la
"amante de las amantes" y otorga todos los placeres sensuales, con
derecho a todos los deberes. En ella convergen todas las dulzuras de la
intimidad: la belleza de las caricias y el encanto de las noches ("la
beauté des caresses,/ La douceur du foyer et le charme des soirs"). La
sensualidad y ternura de la noche se ubican en un ambiente donde reina el calor
del fuego, y parece que esas noches son inmunes al tiempo: lo que se dice en
ellas son cosas "imperrissables" (imperecederas). Comunión total con
el ser amado. Respira el perfume de su sangre (alusiones blasfemas en este
sentido, por lo que puedan poseer de análogas al rito eucarístico).El tiempo es
límite de los amantes y el poeta lucha con su imaginación por hacerle frente.
XXXVII. Le possédé.
Eclipse después del triunfo del
sol. Sugerencias fúnebres de muerte. El amor cede ante valores nocturnos y lunares.
La mujer amada revela su naturaleza demoníaca: está asociada al fracaso, al
abismo, al aburrimiento, a la locura, al crimen, al erotismo, al triunfo de la
divinidad satánica.
XXXVIII. Un Fantôme
I. Les ténèbres.
Las tinieblas son, para el poeta,
las de la muerte. La Noche reinante hace del lugar el arquetipo de la angustia,
del castigo inmerecido, de la rebelión impotente contra la divinidad maléfica,
de los tormentos de una conciencia dividida... Las estrofas finales (tercetos)
dulcifican la Noche. De la "maussade hôtesse" pasamos a la
"belle visiteuse" –taciturna anfitriona y bella visitante-, que, a la
vez que negra como las tinieblas, es también luminosa. La aparición de este
fantasma sería como la esperanza de una posible victoria sobre la muerte. La
visitante nocturna tiene poderes divinos: puede invertir el paso del tiempo.
II. Le parfum.
La flor exquisita (“fleur
exquise”) que el amante corta de su cuerpo adorado ("corps adoré"),
se identifica con el encanto en el presente del pasado restaurado ("Charme
profond, magique, dont nous grise/ Dans le présent le passé restauré").
Totalidad armoniosa, reconciliación de contrarios, dimensiones opuestas al
tiempo.
III. Le cadre.
El cuadro da a la pintura
"Je ne sais quoi d'étrange et d'enchanté". Y todo por la imaginación
poética, que instaura el ambiente privilegiado, el del arte, mediante el cual
aísla "la inmensa naturaleza". El ser, así separado, escapa de las
leyes naturales, y, sobre todo, de la acción temporal.
IV. Le portrait.
Las tres primeras estrofas
ilustran de manera cruel la acción del tiempo. Aparece bajo la forma alegórica
de un injurioso anciano ("injurieux vieillard"), que, para ir más
aprisa, está alado. Nada escapa a la ley del Tiempo. Contra él, la magia del
amor y de la poesía son impotentes. Ni la vida ni el arte pueden nada contra el
negro asesino ("noir Assassin"). El final es una revuelta del poeta
obstinado en no aceptar la realidad.
XXXIX. Je te donne ces vers afin
que si mon nom...
El poeta intenta salvar de la
nada a la que constantemente ha maldecido y adorado. El poeta tiene gran
confianza en su arte. Gracias a su obra, su nombre sobrevivirá entre los
hombres. La conquista de la época clásica a través del arte se hace para él y
para quien amó. El poder de la poesía es elevador e incierto. Constituye el
único hilo capaz de salvar del abismo la memoria del "Ser maldito".
XL. Semper eadem.
Se abre el ciclo de la Venus
blanca, figura femenina con tantos rostros como la Venus negra. El título se
explica en el primer terceto: la mujer es "siempre la misma", su alma
está siempre alegre, su boca ornamentada de una sonrisa infantil, porque es
ignorante. No sabe que vivir es un mal. La causa del mal es que la muerte nos
sostiene sutilmente, de manera constante (imágenes del mar, de rocas negras y
desnudas...). La mujer no ha descubierto aún que sólo existe para la muerte. Da
la impresión de ser una máscara que se escapa al Tiempo y la Muerte.
XLI. Tout entière.
El poeta es tentado en su
habitación alta, análogamente a como Cristo lo fue por el demonio en el
desierto. El demonio intenta coger al poeta en alguna falta y atraerle hacia
las cosas bellas. El poeta debe resistir a la tentación de la sensualidad, como
lo hizo Cristo con lo que el demonio le presentó. La Mujer es demasiado perfecta
como para conformarse con un simple análisis. Los sentidos del poeta se funden
en uno, y se crea, ante ella, una suerte de metamorfosis física. Lo que ama en
ella es la felicidad en la totalidad y no en una parte. En ella converge la
armonía del cuerpo y el espíritu, del alma y los sentidos.
XLII. Que diras-tu pauvre âme
solitaire...
La figura femenina conserva parte
de la imaginería tradicional cristiana. El poeta descubre una mirada divina en
la muy-bella, muy-buena, muy-amada. Esta sucesión de epítetos hace pensar en
una suerte de letanía. Soberanía, claridad, angelicalismo, luz, pureza, etc.,
son las características que rodean a la mujer. Vence con ellas a las fuerzas
nocturnas. La belleza de la mujer tiene como origen la idea suprema de lo Bello
(Platón), divinidad celeste. Protege al poeta de la tentación y anima al poeta
a celebrar las maravillas del amor espiritual: culto asimilado al de los
cristianos por la Madre de Cristo.
XLIII. Le flambeau vivant.
Atributos simbólicos que
trasladan la feminidad al plano terrible de lo espiritual. Sus ojos tienen
poder sobrenatural, pero con magia angelical, no demoníaca. Salvan de todo
pecado grave y de toda trampa: no llevan al fracaso. Conducen hacia la Belleza.
Piensa Baudelaire en los cirios encendidos de las ceremonias fúnebres. Es como
una diosa-madre-pagana. El poder regenerador de la fertilidad cósmica se
mantiene en el plano de lo espiritual. Predominan los símbolos luminosos
(espiritualismo creciente).
XLIV. Réversibilité.
Mujer revitalizadora, poderosa
ante la muerte y el tiempo y regeneradora de la vida, al modo en que se
consigue a través de las indulgencias, las plegarias, etc. Plano místico del
poder regenerador. Aparecen imágenes que angustian al poeta: noche, revuelta
contra la pesadilla del infierno, exilio, ausencia de sol, horror de
convertirse en mortal... La mujer es un ángel capaz de disipar tal pesadilla.
XLV. Confession.
La alegría y la luz del poema
anterior aparecen en este como una mentira. La heroína de este poema es la
misma que el anterior. Baudelaire la describe como una "mujer amable y
dulce". Pero el ángel triunfador del poema anterior fracasa en este caso.
El tiempo victorioso vuelve a reinar, disfrazado de luna llena en la noche. La
omnipotencia y omnipresencia del devenir cósmico se representa en los gatos,
comparados a sombras. La ignorante mujer conoce ahora la realidad de la muerte
y del tiempo. Ya no es un ángel sino una mujer como las demás, víctima del
egoísmo de otros, sujeta a envejecer, a la muerte, etc.
XLVI. L'aube spirituelle.
Oposición entre los valores
celestiales y los peligros nocturnos. El alba anuncia el retorno de un ideal
vengador. Victoria del sol sobre las tinieblas y el despertar del Angel. La
culpa de la sexualidad se asimila con la caída, el fracaso... El impulso
ascendente se torna en caída hacia el cielo. El hombre está condenado a caer y
sufrir. Lo que le queda al hombre como remedio es idealizar el agujero negro,
divinizando la feminidad. Se comentan en este poema las contradicciones de la
vida humana, las subidas y bajadas, etc.
XLVII. Harmonie du soir.
El sol es el prototipo de la
muerte, que resucita cada mañana, igual a sí mismo. A la fuerza de una noche de
verano ejercida en el poeta, sigue la acción de una vibración que parece anunciar
el final. Se dan cita ideas de la muerte, de la caída, para retomar más tarde
el ciclo hacia un ritmo ascendente, al modo en que el espíritu se separa del
cuerpo en la muerte, hacia una vida más allá. En el poema reina una atmósfera
de melancolía, angustia y tristeza (acentuada en la segunda estrofa). La última
expresión de la estrofa “dernier reposoir” es la imagen del último reposo de la
muerte. Pero por esa visión mística, renace una esperanza: si el cielo está
triste, también es muy bello. El ara de la muerte está llena de flores... Se
hace como una ceremonia alegórica de la transustanciación.
Tercera estrofa: desesperación
completa del poeta. La causa: obsesión por la nada, angustia ante la muerte.
Tristeza y belleza dan lugar a imágenes de horror: “Le soleil s’est noyé dans
son sang qui se fige” (“el sol se ha ahogado en mi sangre que se fija”). El
poema es un esfuerzo por la reconciliación de contrarios -cfr. título-, aunque
existen el mal, el sufrimiento, el dolor... La fuerza regeneradora del universo
devuelve la esperanza. (Alusiones a ritos que vuelven a asimilar al poeta con
Cristo).
XLVIII. Le flacon.
La resurrección, como victoria
sobre el tiempo, es el tema central del poema. Contra el horror de la muerte,
el poeta imagina refugios determinados. El viejo frasco se encuentra en un
cofre difícil de abrir, o en una antigua casa desierta, en algún armario:
“pleine de l’âcre odeur des temps, poudruese et noire” –llena del rancio olor
de los tiempos, polvorienta y negra-. La intimidad parece salvaguardar la
inmortalidad: los “fuertes perfumes” se han conservado intactos. Sin embargo
hay una progresión hacia la aceptación de la victoria del olvido, y la
incapacidad de eternizar el amor. Éste se convierte en cadáver (“cadavre
spectral”), aunque de “amable pestilencia”, que será veneno virulento, licor
corrosivo, filtro que es, simultáneamente para el corazón del poeta, la vida y
la muerte.
XVIX. Le poison.
El vino y el opio confieren al
hombre la ilusión de traspasar los límites de tiempo y espacio. Pero en
realidad son un soborno (“décor suborneur”). Los placeres que confiere el opio
son negros y mezquinos. Igualmente, la fascinación por la mujer amada no
conduce a la eternidad sino a la muerte:
Tout cela en vaut pas le poison
qui découle
de tes yeux, de tes yeux verts,
Lacs où mon âme tremble et se
voit à l’envers...
Mes songes viennent en foule
Pour se désaltérer à ces gouffres
amers.
La imagen sugiere el
sumergimiento en aguas podridas, negras, hediondas. Hay una asociación de la
muerte con el goce sexual. Una muerte de la que no se puede prescindir: es
deseada y temida, al modo en que es deseado y temido el instante de unión
sexual.
L. Ciel brouillé.
Para sugerir el carácter equívoco
de la mujer, para hacer más manifiestos su seducción y los peligros que
conlleva, Baudelaire combina en ella los atributos opuestos de los valores
celestiales y de su negación. Así, su mirada cubierta de vapor, remite a la
indolencia y la palidez del cielo (“regard d’une vapeur couvert”; “l’indolence
et la pâleur du ciel”). Imposible determinar el color de tal mirada. “Est-il bleu, gris ou vert?”. Su expresión es enigmática, ya
que resulta alternativamente tierna, soñadora y cruel.
Incesantes comparaciones de la
mujer, tanto a horizontes claros y majestuosos, como al ambiente mojado y
nublado. Esto manifiesta la inseguridad del poeta no sólo ante el sexo
femenino, sino además ante la realidad del ciclo temporal. La misión del poeta
con la imaginación es extraer de los inviernos los mejores momentos: “de
l’implacable hiver/ Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer”.
LI. Le chat.
El gato de este poema es un ser
fabuloso que vive únicamente en el cerebro del poeta. Su voz tiene el encanto
de lo mágico, de un filtro... Adormece el dolor y procura el éxtasis. Baudelaire
señala la esencia sobrenatural del “chat séraphique”, en quien todo es como
angelical: “comme un ange/ Aussi subtil qu’harmonieux”. Ejerce una soberanía
total y el poeta está dominado por él. Podría tratarse una vez más del
encantamiento de la mujer, sobre el poeta. El matiz de magia o brujería se
entiende en un universo en el que el gato suele ser compañero de las
hechiceras, etc.
LII. Le beau navire.
De nuevo celebración de la
feminidad encantadora. La mujer es como una maga que emborracha a su admirador
(descripciones de distintas partes del cuerpo particularmente sugerentes para
el poeta...). Su cuerpo es detonante de la ensoñación y de la intimidad
amorosa, es “armario de secretos” que es la feminidad. Al andar, parece
establecer su soberanía en el espacio. Aparece desde el punto de vista de
alguien que alimenta y al mismo tiempo como una madre-diosa. La describe en un
contexto mitológico, confiriendo a sus brazos un valor de victoria sobre la
virilidad, de perennidad y regeneración o fecundidad (como la serpiente).
LIII. L’invitation au voyage.
El barco (“beau vaisseau qui
prend le large”) lleva al país de la imagen de la mujer amada, en la que no han
desaparecido todos los peligros (misterio, brumas, ojos traidores tras las
lágrimas...). La imaginación del poeta olvida tales miedos, y el tiempo y la
muerte tampoco tienen efectos destructores en estos versos. El devenir temporal
no destruye: perfecciona y embellece. Se recrea un paraíso de infancia
perfecta, de seguridad total, de felicidad, de sentidos completamente
saciados..., con especial relieve y positividad en los símbolos de la intimidad
(habitaciones, muebles, olores, etc.). El techo cierra la habitación y es lo
más importante, porque la transforma en algo íntimo, personal. El cuarto debe
tener lo necesario para satisfacer el más mínimo deseo (“le moindre désir”). Es
el símbolo de la posesión de una totalidad de la plenitud. La feminidad del
decorado y del paisaje hacen del lugar sede del reposo y de la perpetua
intimidad sensual.
LIV. L’irréparable.
El poema recuerda a la más pura
tradición barroca, por la moralización del tiempo que hay en él. El tiempo es
representado bajo animales, similares a las imágenes mitológicas: gusano,
hormiga, roedores, termitas, lobo devorador, caballo, cuervo... El diente del
tiempo (“dent maudite”) hace estragos irreparables. También es asociado a la
feminidad hostil (“vieil ennemi/ Destructeur et gourmand comme la courtisane”).
Igualmente se identifica con el “enorme Satán”. Símbolos de tinieblas completan
esta visión maléfica. El hombre está angustiado por el tiempo y espera alguna
fuerza capaz de contrarrestar la condena, el destino de la acción satánica
(pero tal fuerza no existe). Aparecen imágenes de un soldado luchador -evocando
a san Miguel- o la estrella de Belén. Sin embargo la esperanza es vana y el
Tiempo implacable.
LV. Causerie.
Juego del tu y del vous, por el
que Baudelaire sugiere la alternancia del alejamiento y el acercamiento, del
miedo y de la fascinación. Evoca la imagen del cielo de otoño claro y rosa
(“beau ciel d’automne, clair et rose”), conviven el otoño -signo de la muerte
de la fecundidad primaveral- junto con colores y un cielo claro, suave... En el
alma del poeta acampa el miedo en primer término, ya que no es capaz de ver el
lado positivo de la mujer. (Naturaleza oceánica, perfidia, amargura). También
aparece como una bestia feroz y devoradora, pero el poeta sucumbe porque la
belleza femenina es una divinidad sin piedad para él.
LVI. Chant d’automne.
El otoño es, para Baudelaire, la
marcha del Tiempo. Anuncia la caída en las frías tinieblas (“froides
ténèbres”), el adiós a la “viva claridad de nuestros veranos demasiado cortos”.
La presencia de la muerte se describe por el sonido de pasos fúnebres en las
calles... El invierno, además del tiempo, la muerte, el frío, etc., es la
victoria de los valores maléficos sobre las aspiraciones espirituales
Tout l’hiver va rentrer dans mon
être: colère,
Haine, frissons, horreur, labeur
dur et forcé,
Et, comme le ciel dans son enfer
polaire,
Mon coeur en sera plus qu’un bloc
rouge et glacé.
El infierno es símbolo de lugar
dantesco (muy común en la poesía moderna, por evocar lo desconocido,
inabarcable, misterioso...). El poeta es como la víctima de una ira cósmica.
Las imágenes de su mente son la destrucción, la ejecución, la muerte. La muerte
no sólo es corporal, sino también espiritual, por cuanto que supone la caída
del alma del poeta al infierno.
Segunda parte del poema:
esfuerzos del poeta por evadirse o evitar un destino inevitable. Ni siquiera la
mujer puede otorgarle un emborracharse de mentira o devolverle el calor de la
vida. La feminidad natural, materna, tierna, etc., son capacidades ahora
debilitadas, pero único recurso del poeta para encontrar en ellas refugio o
breves instantes de felicidad.
LVII. A une madone.
Poema del resentimiento. Uno de
los monstruos se venga del ángel bueno, lleno de luces y de alegría. Baudelaire
encuentra la manera de soñar y someter los poderes de las divinidades a la
voluntad humana. La madona ha rechazado escuchar las súplicas de su adorador.
Debe ser castigada. Le hace un altar subterráneo, de manera que esté en su
corazón, pero prisionera (evocación del rapto de Perséfone). La diosa es
adorada y está prisionera, es profanada y homenajeada, querida y torturada. La
ambigüedad se manifiesta en los atributos de la madona: oro, brillantez, luz,
pureza..., frente a su figura de feminidad poco bella. El poeta desea poner a
sus pies una luna de plata y una serpiente, símbolo de las deidades nocturnas.
Las blasfemias hacia la diosa, hacia la Reina de las Vírgenes... se dirigen,
más que a la divinidad, a la feminidad, con una victoria del hombre sobre la
mujer, mayor que la del pecado sobre la espiritualidad.
LVIII. Chanson d’après-midi.
A diferencia del anterior, en
este poema la Mujer satisface los deseos del poeta. El milagro que la madona,
la Reina de las Vírgenes, no pudo hacer, la bruja de ojos tentadores lo
consiguió (“sorcière aux yeux alléchants”). El poeta le demuestra un culto
total. No hay resentimiento hacia esta criatura, que tiene un aire extraño,
pero que no es el de un ángel. Bajo sus zapatos de satén -idénticas vestiduras
que la anterior- ya no pone una serpiente que devore sus entrañas, sino su
culto, genio, su destino. Se trata de una divinidad nocturna, de ojos dulces,
de gran belleza. Su amor puede ser dulce o feroz. Su físico da al poeta ganas
de vivir y pasión - sobre todo las cejas -, de manera que nota la victoria
sobre el tiempo.
LIX. Sisan.
En la “seductora aventurera” se
unen dos caras de la feminidad. Primero el aspecto guerrero de Diana la
cazadora (“superbe et défiant les meilleurs cavaliers”), inspiradora de pasión
sensual en quien la ve acercarse.
Segundo, el aspecto del alma
caritativa. Es igualmente cruel y dulce, viril y maternal, fría y ardiente. En
ella se cumple la unión de los contrarios. El poeta encuentra su ideal: la
figura dulcificada de la feminidad terrible.
LX. Franciscae meae laudes.
Semblante favorable de la
divinidad femenina. Para celebrarlo encuentra la poesía de los himnos
litúrgicos de la edad media, para los cantos a la Virgen. La divinidad
-Francisca- guía al poeta en medio de los tormentos de los vicios, y le
preserva de naufragios amargos. Quema la debilidad y lo rudo. Su protección
preserva de la impureza. Por ella se redimen los males; es faro, guía,
refugio...
Es comparada a un río que borra
los pecados y su recuerdo (alusiones también a los ritos de Eucaristía).
LXI. A une dame créole.
Poema de juventud en el que ya
aparece el culto de Baudelaire a la divinidad femenina. La mujer criolla parece
una divinidad de la naturaleza, de los trópicos:
Son teint est pâle et chaud; la
brune enchanteresse
A dans le cou des airs noblement
maniérés,
Grande et svelte, en marchant
comme une chasseresse,
Son sourire est tranquille et ses
yeux assurés.
Todo en su reino la reconoce como
soberana y está para servirla. Árboles, vegetación, etc., contribuye al
culto... Baudelaire tiene el deseo de extender su reinado a París, al Sena o al
Loira, para poder pertenecer al conjunto de sus vasallos. De nuevo, intimidad
nocturna y fecundidad se asocian a los atributos de las divinidades femeninas.
LXII. Moesta et errabunda.
Mujer asociada a la evasión hacia
el Edén. El paraíso hacia el que va el corazón del poeta tiene aquí una forma
distinta: “Vers un autre océan de splendeur éclate,/ Bleu, clair, profond,
ainsi que la virginité”. El océano no es ya oscuro, de oleaje desordenado,
brusco, etc. Se presenta claro, brillante, azul, símbolo de la virginidad. El
paraíso soñado es terrenal, no trascendente. El mar es aquí purificador y
consolador. El viaje es el medio para encontrar la inocencia primera, el lejano
paraíso armónico, en el que la voluptuosidad nada tenía de culpa.
Hay una vuelta a los recuerdos de
la infancia, señal de una creencia en que la inocencia y la integridad se
encuentran en la perfección de los orígenes. Hay alusiones a paisajes de China
e India, reflejo de la lejanía del tiempo y el lugar perfectos.
LXIII. Le revenant.
Sueño de venganza en el que el
poeta asume los atributos de la mujer de crueldad demoníaca. Quiere darle a la
mujer el castigo de los padecimientos por los que él mismo ha pasado. El poeta
es asociado a las sombras de la noche, a la luna, a la serpiente, al frío de la noche, al terror.
LXIV. Sonnet d’automne.
Dos seres se oponen en el poema:
la mujer, de ojos “claros como el cristal” y el hombre con un corazón en el que
guarda un “secreto infernal”. Habla el poeta de flores blancas, de margaritas y
de un candor imposibles en otoño. El hombre y la mujer se parecen en que ambos
son como “un sol otoñal” para no caer en el peligro de la pasión, la mujer debe
callarse y estar a merced de su amante; éste a su vez debe guardar bien el
secreto de su corazón. Eros aparece como divinidad tenebrosa e infernal (como
el secreto del hombre). El amor caótico es como una contra-religión, algo
satánico: el poeta conoce los peligros y el mal de dejarse llevar por la
voluptuosidad.
LXV. Tristesses de la lune.
Asociación de la mujer a la luna.
La luna es una belleza indolente, que en la intimidad de su habitáculo se
abandona a una ensoñación prolongada, perezosa, sensual. El poeta es el ser
piadoso que se mete a la divinidad en su corazón y rinde culto al astro
nocturno. Con esta donación a la luna, el poeta revaloriza la muerte. No en
vano describe a la divinidad como “mourante” -moribunda. La muerte es ese sueño
sensual, prolongado hasta el infinito y que los rayos del sol perturban.
LXVI. Les chats.
Los gatos son el símbolo de la
austeridad del saber y del fervor amoroso, ubicados ambos valores en la noche.
Su poder y su dulzura sugieren la energía sexual e intelectual, y el control de
tal energía. Para los amantes fervientes, la voluptuosidad es una ciencia; para
los sabios, la ciencia deviene voluptuosidad. El amor y el saber son valores
absolutos para cada uno. Como los gatos, los amantes buscan “el silencio y el
horror de las tinieblas”. Junto con la sensibilidad acentuada de los gatos,
aparece un misterioso ‘más allá’ tras sus pupilas, que hace pensar en la
consideración del ser.
LXVII. Les Hiboux.
Como en el poema anterior, los
búhos, animales fúnebres, enseñan al sabio que hay que aprender a amar la
muerte. El mensaje traduce el esfuerzo del poeta por reconciliarse con el
devenir cósmico. Tienen una semblanza con dioses extraños, divinidades
nocturnas, esperando a que su reino se establezca inevitablemente. El hombre
debe aceptar su destino y su lugar en la tierra y sin pretender cambiar el paso
del tiempo, siempre inevitable.
LXVIII. La Pipe.
Baudelaire feminiza la pipa en
este poema. Está asociada a la chimenea que echa humo, al fuego en el que se
prepara la cocina, a los valores de intimidad nocturna. Se metamorfosea en la
figura maternal femenina, sensual, protectora. Aparece una fuente de corrientes
móviles y azules, ligadas a la significación de los lazos protectores y
curativos.
LXIX. La Musique.
La construcción asimétrica del
poema, el intercalar el verso alejandrino -doce pies en francés- con el de cinco
sílabas, sucediéndose ambos de forma regular, recuerda la continuidad rítmica,
la alternancia del tiempo fuerte y del tiempo débil, en la vida de los seres
humanos. Música y poesía son el producto de la transformación simbólica de las
percepciones. El ritmo musical es comparado al ritmo de las olas, al cambio
meteorológico, y a las vibraciones. Asimismo es asociado a los estados
psicológicos, y aparece como la imagen del destino humano.
En este soneto de Baudelaire, la
música cumple su primera victoria sobre el tiempo, pero no realiza la armoniosa
reconciliación de los contrarios, de los valores diurnos y nocturnos, de la
eternidad y el devenir, de lo ideal y lo real...
LXX. Sépulture.
En este poema aparece una suerte
de sueño vengativo. La mujer, divinidad fascinante y maléfica, encuentra en la
tumba sus atributos y compañeros familiares: noche espesa y sombría, araña que
lía como el destino, serpiente, devenir mortal, lobo devorador como el tiempo,
brujas de poderes siniestros... Los ancianos aparecen como la prueba evidente
del triunfo del tiempo, con marcas en su persona de la influencia nefasta de la
mujer.
LXXI. Une gravure fantastique.
Baudelaire encuentra en el cuadro
descrito el universo tipo de los símbolos de la angustia ante el devenir mortal.
Aparece un caballero en forma de esqueleto, coronado absurdamente, que cabalga
en una montura donde se combinan los temas del tiempo destructor, la enfermedad
y la muerte. El espectro armado parece haber recibido la misión de poner punto
final a la Historia.
LXXII. Le mort joyeux.
La imaginación poética pretende
ser un eufemismo de la muerte que se convierte en sueño, igual que la tumba
aparece como un lecho acogedor. Hay una comparación entre la muerte y el mar,
con las ondas como sustancias voluptuosas. El poema puede constituir una
apología de la vida, por cuanto que los animales -cuervos, gusanos, etc.- que
aparecen, no son en absoluto fúnebres. Sugieren, incluso en la descomposición
del esqueleto, la pervivencia del ser en el devenir y en el ciclo vital. El
binomio homo-humus es esa vuelta a la Terra Mater de la que salió el hombre.
LXXIV. La cloche fêlée.
Conflicto de los poderes vitales
y los de la muerte. El poeta siente una mezcla de amargura y de dulzura desde
el inicio del poema: la niebla del invierno reina en el exterior, pero no
impide la aparición de recuerdos lejanos, y no apaga el fuego que palpita y
humea. La oposición entre la campana y la noche es una suerte de guerra santa.
La campana es dichosa, signo de las fuerzas del bien, y su salud física refleja
la salud moral.
A ella se opone el soldado herido
-frente al que vela-. Su voz débil es incapaz de poblar el silencio de la
noche. Se introduce la imagen de la angustia por una voz sin fuerza, prisionera
del conjunto de los muertos. A pesar de sus esfuerzos, muere en una agonía que
parece no tener final.
LXXV. Spleen.
El dios de este poema, Pluviôse,
parece tener los poderes de Jupiter pluvius, en el momento de enviar la lluvia
para la purificación de los pecados. El frío tenebroso, la lluvia, la niebla,
la enfermedad, la miseria y la mortalidad son los signos de la ira divina, como
un castigo que se cierne sobre los culpables. Parece como si una maldición
sobrenatural hubiese caído en esos lugares. En definitiva es la muerte del
amor, la degradación y miseria físicas, la muerte... Pero la muerte no es el
reposo de la nada. es como una continua queja en la que nada deja de sufrir,
dentro del universo maldito.
LXXVI. Spleen.
“J’ai plus de souvenirs que si
j’avais mille ans”. Se escucha la voz de un Baudelaire apesadumbrado por el peso de su pasado.
No le preocupa ya el destino mortal, sino la inmovilidad de un pasado que
convierte sus treinta y pocos años en un milenario. Esta distensión del tiempo
multiplica hasta el infinito la cantidad de sus recuerdos. Su peso sobrepasa
las fuerzas humanas. Hay una enumeración de los recuerdos, contenidos en
grandes muebles pesados, combinándose en el desorden y la multiplicidad. La
ensoñación de la intimidad dirige el poema hacia el sentido de lo negativo. La
imagen del conjunto es lo fúnebre, lo muerto, lo miserable, en el caos.
LXXVII. Spleen.
La figura del rey desengañado
ilustra la omnipotencia destructora de las fuerzas nocturnas. A pesar de sus
riquezas, es impotente. A pesar de su juventud, es demasiado anciano. Ni el
saber de sus preceptores ni la magia del alquimista le sirven de ayuda. Su
poder se extiende sobre los animales y los humanos. La caza, los ritos de la
sangre, etc., pierden su virtualidad por una lluvia que lo impregna todo, y que
convierten al rey en un joven esqueleto, en un cadáver. El conjunto es, de
nuevo, la desaparición de yo en el destino temporal.
LXXVIII. Spleen.
Combate simbólico que opone las
fuerzas de las tinieblas a las del espíritu. El cielo negro es enemigo y asola el
espíritu por todas partes. No queda posibilidad de evasión, ya que abarca todo
el horizonte. En todo el círculo del horizonte el día es negro, con una
imposición de la muerte. El espíritu gime por ser presa de ‘largos aburrimientos’.
La forma -regulariza rítmica ininterrumpida, anáforas idénticas- refuerza la
sensación de aplastamiento total. El horizonte se estrecha y aplasta el
espíritu. El hombre aparece preso tras la lluvia intensa y vertical que cae.
El sonido de las campanas no es
la expresión de la adoración de los fieles, sino la protesta del hombre,
exiliado de su verdadera patria. Los espíritus errantes y sin patria podrían
aludir a Satán y sus ángeles que Dios echó para siempre del cielo,
injustamente, según Baudelaire. Pero todo es inútil y el rechazo del hombre
también. Hay fuertes imágenes de ruido y estruendos, manifestación de una
divinidad atroz, ante quien no cabe la esperanza.
LXXIX. Obsession.
La temática avanza hacia una
caída del impulso expresado en Spleen et idéal. Este poema podría constituir la
réplica satánica a Correspondances. La rebelión anunciada en el poema anterior
estalla con un rechazo hacia el Dios feroz y maléfico, a quien el hombre
responde con una risa diabólica. Hay una huida del hombre ante la mirada
divina, en busca de una autonomía que le lleva a poner el acento en la
significación verdadera del Spleen: el gusto por la nada, el total nihilismo
del yo.
LXXX. Le goût du néant.
La caída en el abismo, la vanidad
en medio de la lucha contra el destino, provocan el gusto por la nada. La
progresiva obsesión por el paso del tiempo, quita todo valor al mundo. La
tierra se convierte a los ojos del poeta en un “globo” por su carácter redondo.
Esta contemplación de la tierra bajo una pura dimensión geométrica, busca la
insistencia en el poder de un Tiempo que impide toda posibilidad de refugio en
el universo terrestre. La muerte no es sólo una caída en el abismo, sino la
entrada en la nada, tras la lucha vivida en el transcurso de la temporalidad.
LXXXI. Alchimie de la douleur.
La presencia sobrenatural en este
poema es de naturaleza demoníaca. Su magia transforma los momentos de éxtasis
en horror. El Edén primitivo es ahora “un cuadro negro repleto de espantos” y
Dios aparece como un “tirano ahíto de viandas y de vinos”. La aspiración a lo
bello y a lo bueno se transforma en luto; lo que promete “vida y esplendor” se
transforman en “sepultura”. El poeta reproduce la Caída original, el impulso
por el que el hombre rompe su unidad, sucediendo así el Infierno al Paraíso. El
cuerpo es prisión del alma; el oro espiritual es transformado en hierro
material, los placeres carnales en torturas espirituales y el paraíso del
cuerpo en infierno del alma. El dolor ayuda al hombre a conocer su condición,
su doble naturaleza, y la tortura espiritual a que está sometido por las
exigencias materiales y carnales.
LXXXII. Horreur sympathique.
Retoma la idea del destino fatal
del hombre, atraído por un amor desmedido a su cuerpo, que le hace olvidar lo
sublime de la divinidad. El poeta se muestra como un “libertino” porque su alma
ha rechazado la gracia, exiliándose voluntariamente del paraíso. La imagen del
“cielo extraño y lívido” representa su destino atormentado -escogido
libremente, por otro lado-. El alma del poeta está vacía. Los pensamientos que
descienden del cielo muerto al alma del poeta no pueden ser más que fúnebres,
asociados a la muerte del Ideal, a la muerte de Dios por el resurgir del
orgullo humano.
LE SILENCE.
El poeta mismo ordena la muerte
de sus sueños, crea el Infierno, hace desaparecer el Paraíso... El orgullo del
poeta se consuela en la contemplación de un cielo tormentoso. Si el Infierno,
al que irremediablemente está condenado, es la única manera de mantener un
cierto control de su suerte, la elección se torna entonces personal: se decanta
por una actitud en la que toma libre partido por la condenación, para ir por
delante y tener el orgullo de elegirlo personalmente.
LXXXIII. L’Héautontimorouménos.
Un verdugo intenta utilizar el
sufrimiento como modo de metamorfosis de la criatura caída en criatura de Dios.
La magia del dolor es una magia infernal. Las “aguas del sufrimiento” son aguas
restauradoras de la vida.
El poeta aparece como un
sacerdote, que devuelve lo divino a la realidad material. Pero, en la línea de
los poemas precedentes, se sucede la imagen de un poeta sufridor, a la vez
verdugo y víctima, para quien el sufrimiento se transforma en camino de
condenación. Las aguas del sufrimiento pasan de ser aguas de vida a convertirse
en infernales y tenebrosas, en sangre negra y envenenada, imagen de la mueca
satánica de nuestro yo oscuro. El esfuerzo del poeta por meditar en la
naturaleza contradictoria del hombre, por llegar a la procedencia divina de la
creación y del ser humano, le conduce al Diablo.
LXXXIV. L’irrémédiable.
Repetición del tema del mal, de
la realidad diabólica presente tras los fenómenos visibles; ideas de ángeles
viajeros en medio de una pesadilla angustiosa, fúnebre, tenebrosa... El poeta
recurre de nuevo a imágenes de bestias y monstruos, de condenados, a la
evidente realidad de una “fortuna irremediable”, por la que se deduce que “el
Diablo/ Hace siempre bien todo lo que hace!”.
LXXXV. L’Horloge.
Poema en extremo moralizante de
la coordenada temporal y de gran influencia barroca. El tiempo se presenta como
un dios siniestro, simbolizado en el reloj de pared (L’horloge), regidor del
inmundo destino humano. El ritmo del poema resulta vertiginoso a la par que
‘sagrado’, por la divinización y personalización de la coordenada temporal en
la figura del reloj.
Con este último poema, cierre de
Spleen et Idéal, se atenúa en cierto modo el tono satánico llevado a lo largo
de las correspondencias entre los distintos poemas.
3. TABLEAUX PARISIENS
Spleen et Idéal presenta un ritmo
de ascensión hacia una posible transcendencia anulada por la caída ‘empicada’
al final de la serie. La segunda sección de Tableaux Parisiens parece obedecer
a un intención análoga. La luz clara que alumbra el inicio muestra
progresivamente su naturaleza maléfica.
LXXXVI. Paysage.
Culto del poeta a los valores
celestes -de modo análogo a como lo hizo en el inicio de la serie anterior-. El
cuadro evoca la pureza carnal y espiritual. En el segundo movimiento del poema
asistimos al combate de las fuerzas diurnas y nocturnas, vida y muerte, en la
contraposición de los elementos contrarios del devenir cósmico, con el
consiguiente sentimiento de angustia.
El tiempo es cíclico y la poesía
no tiene ya esa capacidad de dulcificar, sino que se convierte a su vez en
destino mortal, tal y como se ve también en los dos poemas que siguen.
LXXXVII. Le Soleil.
Evocación de los poderes hostiles
y benignos que la tradición atribuye a la divinidad solar. El dios de
‘Bénédiction’ otorga al poeta la vida eterna; es “hogar santo de los rayos
primitivos”. El sufrimiento que otorga es fuente de purificación de las
impurezas. ¿Existe alguna esperanza, ante la luminosidad y el poder de esta
divinidad, de lograr escapar a la suerte del destino, a la muerte? Al menos
existe el consuelo del ennoblecimiento de la suerte de las cosas viles, al ser
realzadas por encima de su condición.
LXXXVIII. A une mendiante rousse.
La imaginación del poeta
metamorfosea mágicamente a la joven mendiga. Su atuendo pobre deja sitio a un
espléndido traje de corte, transformándola en una preciosa reina. Pero el sol
de la poesía ennoblece las cosas viles, únicamente de manera fugitiva y
precaria. Al final del poema reencontramos a la protagonista mendigando, con su
habitual aspecto pobre, al modo en que aparece Cenicienta en los cuentos.
LXXXIX. Le Cygne.
Las dos partes del poema
presentan un idéntico movimiento: el espectáculo que se muestra a los ojos del
poeta le lleva a la protesta ante el destino. El cisne del poema no se queja
-como el de la leyenda-. En este caso su actitud es de rebelión ante su suerte.
El bosque de Correspondances, alegórico de un Dios positivo, se transforma en
universo de realidades que apelan a Satán, de modo incipiente. El poema es un
combate del espíritu exiliado al infierno, a causa de la cruel divinidad que
preside el devenir destructor: el Tiempo.
La poesía deviene instrumento por
el que el hombre busca un escape, la ilusión del Edén perdido, ante la certeza
de la imposibilidad de alcanzarlo. Así, los seres humanos son representados en
constante exilio, por pertenecer a la raza errante de Caín.
XC. Les sept vieillards.
Decorado de una ciudad pululante
y llena es la careta de una nueva divinidad satánica. Sueños, espectros y
misterios hacen la convivencia insoportable. El poeta la define como un ‘coloso
poderoso’ de Satán, evocando imágenes de la pesadilla laberíntica, de la
agonía, de vacío. La aparición de los siete ancianos siniestros simboliza la
realidad de los siete pecados capitales, concentrando su poder en las fuerzas
de la temporalidad, pues cada uno parece aplastar a los muertos . Triunfa el
tiempo sobre la obra de arte.
XCI. Les petites vieilles.
Baudelaire intenta afrontar el
espectáculo de las ancianitas, tal y como lo hizo en el poema anterior, pero
intentando salir victorioso de la prueba. Ha decidido no dejarse vencer por el
espectáculo de la vejez, idea que se manifiesta en una descripción de las
ancianas en la que alternan horror y piedad, ironía y ternura, despecho y compasión.
La segunda sección se centra en
el poder y la ironía del tiempo destructor. El Tiempo es el dios superior que
se ríe ante divinidades menos poderosas: indirectamente aparece un crítica a
las religiones que aparentan hacer del dolor una miel, convirtiéndolo en
realidad en carga.
Progresa el poema y el
sentimiento generoso, la caridad, la generosidad, el gusto por la prostitución
y la borrachera de confundirse con el otro doblan su intensidad en la
ferocidad, el gusto por la propiedad, la voluntad de poder, la dulzura de ser
verdugo después de haber sido víctima... Después de aspirar a entrar en el
otro, el poeta opta por la soledad, tomando por modelo el Dandy.
XCII. Les Aveugles.
Ciegos: personajes privados de
luz física y espiritual Son comparados a “maniquíes; vagamente ridículos”.
Igual que el maniquí, tienen forma de ser humano, pero no lo son. Buscan la luz
de la divinidad que no les es otorgada. En el fondo, simbolizan la desposesión
del yo, y nos advierten del peligro de tal desposesión en el momento de la
falta de claridad espiritual.
La ceguera se centra en la falta
de vista espiritual más que física, ante un Dios que rehúsa manifestarse en su
silencio. Así, el poema critica la actitud de la ciudad, obsesionada con
esconder su superficialidad y su vacío espiritual en la diversión, en la risa
fácil, en el vicio. Se pregunta si vale más seguir una búsqueda vana, como los
ciegos o, como la ciudad, expandirse en el placer y la ignorancia de la
realidad...
XCIII. A une passante.
La mujer parece convertirse en el
alma gemela del poeta. Podría simbolizar la identidad no encontrada en Les
aveugles. A los gritos estridentes de la “calle ensordecedora” se opone la
majestad de la mujer. En la comparación de sus cualidades y su nobleza a las de
una estatua, el poeta le confiere un modo de existencia superior al del común
de los mortales. En ella está la imagen de su deseo. Así, la imagen femenina es
el eufemismo del destino mortal, el resultado de hacer de la muerte un nuevo
nacimiento, el camino a la eternidad:
Un éclair... Puis la nuit!
–Fugitive beauté
Dont le regard m’a fait
soudainement renaître,
Ne te verrai-je plus que dans
l’éternité?
Ailleurs, bien loin d’ici! trop
tard! jamais peut-être!
Car j’ignore où tu fuis, tu ne
sais où je vais,
O toi que j’eusse aimée, ô toi
qui le savais!
El tono interrogativo indica la
incertidumbre de un poeta que no se atreve a descubrir tras esa aparición
fugitiva –la muerte- la promesa de una nueva existencia. Si un ser sagrado se
le ha aparecido, parece haber desdeñado el amor del poeta.
XCIV. Le squelette laboureur.
Los esqueletos son el contenido
de un “libro cadavérico”. Los cadáveres retoman vida en las “planchas de
anatomía” que les sirven de soporte. Con estas imágenes, Baudelaire encuentra
el enigma del más allá, en una visión del tiempo cíclico. La visión del devenir
inexorable se asemeja al mito del eterno retorno –cfr. pesadilla hindú de la
eterna repetición, sin otra posibilidad de escape que la indiferencia ante la
realidad, el nirvana-. Baudelaire pone el acento en la muerte total. Sólo la
plenitud de la nada es capaz de traer al hombre su anhelado reposo.
XCV. Le crépuscule du soir.
O soir, aimable soir, désiré par
celui
Dont les bras, sans mentir,
peuvent dire: Aujourd’hui
Nous avons travaillé! – C’est le
soir qui soulage
Les esprit que dévore une douleur
sauvage,
Le savant obstiné dont le front
s’alourdit,
Et l’ouvrier courbé qui regagne
son lit.
La noche aparece para los
personajes como el retorno a la calma y a la paz. Está asociada al hogar, a la
feminidad tierna y madre: “buscar la sopa perfumada,/ (...) al anochecer, cerca
de un alma amada”.
Pero esta visión de la noche
tierna y pacífica deviene una vez más el espacio de acción de un hombre
convertido en una bestia, el lugar por antonomasia de la prostitución. El poema
avanza hacia una simbología de lo maléfico, en una atmósfera nocturna poblada
de “demonios malsanos” en plena acción.
Finalmente, la noche es lugar de
agitación, de caos, de desorden y crimen. La amenaza exacta se encuentra al
final del poema, con la expresión “Noche sombría”, referida al Tiempo nocturno,
al Destino tenebroso, la única bestia que le priva al hombre de su vuelta al
hogar, ante el fuego, cerca de la persona amada:
C’est l’heure où les douleurs des
malades s’aigrissent!
La sombre Nuit les prend à la
gorge; ils finissent
Leur destinée et vont vers le
gouffre commun;
L’hôpital se remplit de leurs
soupirs.- Plus d’un
Ne viendra plus chercher la soupe
parfumée,
Au coin du feu, le soir, auprès
d’un âme aimée.
XVC. Le jeu.
Los jugadores del poema parecen
haber olvidado la realidad temporal, único jugador siempre invencible. Las
imágenes descritas se asemejan a horribles divinidades dominadoras del tiempo.
Todo se manifiesta desde el punto de vista de la acción de la temporalidad:
todo evoca ancianidad, polvo, vejez, podredumbre (techos sucios, sillones
podridos, cortesanas viejas...). Los mismos jugadores parecen cadáveres (caras
sin labios, labios sin color, mandíbulas sin dientes...).
Hay un cierto sentimiento de
envidia por parte del poeta ante la inconsciencia de los jugadores, ante la posibilidad
de que la ilusión sea más fuerte que el tiempo. En su obsesión por consolarse,
el poeta insiste en pintar el lugar como una pesadilla infernal. Fracasa en su
intento, ya que el final del poema le lleva a concluir que siempre será
preferible la pesadilla, el infierno, al misterio del más allá, a la nada:
Et mon coeur s’effraya d’envier
maint pauvre homme
Courant avec ferveur à l’abîme
béant,
Et qui, soûl de son sang,
préfèrerait en somme
La douleur à la mort et l’enfer
au néant!
XCVII. Danse macabre.
En la danza del esqueleto,
ridículamente vestido, se adivina el arquetipo de la temporalidad así como el
de la feminidad terrible. Hay un juego irónico entre las palabras esqueleto y
coqueta, buscando la crítica o la ironía ante la carne perecedera. La carne no
es sino una máscara, un soborno, una ilusión: la verdad sobre la mujer es el esqueleto,
la verdad sobre la vida, la muerte. La sexualidad es fuente de dolor, de
sandeces, de faltas. Nada puede satisfacer al “insaciable áspid” de los deseos
lujuriosos. El esqueleto advierte sobre la realidad de lo perecedero, al tiempo
que simboliza la llegada de la muerte.
La ironía se hace particularmente
amarga, en el momento de advertir a los demás la presencia de su mortalidad. El
poeta permanece en una situación diferente a la del resto de los bailarines,
inconscientes de su destino -situación análoga a la de los jugadores-. Su
ironía es la expresión de la ira ante la realidad contradictoria de la borrachera
producida por la carne, y la brevedad de tal éxtasis.
XCVIII. L’amour du mensonge.
La clarividencia del poeta
advierte la vanidad del divertimento de los bailarines y los jugadores, sin
dejar de envidiar su inconsciencia. Tiene el deseo de participar de la “fiesta
de la Vida” sin estar sujeto continuamente a la contemplación de la “trompeta
del Ángel”. No desdeña el consuelo de la mentira, aceptando incluso el embellecimiento
de la mujer en el cuadro donde aparece. La belleza de la mujer podría
compararse a una obra de arte, si éste es, como el maquillaje, un artificio. La
belleza de la mujer reside en el espíritu del poeta, acentuándose con el paso
de los años. Las marcas de la edad en el cuerpo femenino son comparadas a una
ciruela, tanto más sabrosa cuanto más madura sea. Igualmente, el Tiempo y la
Muerte aparecen tras la dulzura de un rostro femenino, si bien el poeta es
consciente que la redención de la muerte y la temporalidad en el amor no es
sino una ilusión.
XCIX. Je n’ai pas oublié, voisine
de la ville...
En el recuerdo del poeta, la casa
aparece integrada en un universo simbólico integrador de imágenes de intimidad,
reposo, inocencia, pudor y feminidad. Los detalles descriptivos son
especialmente importantes, con interés marcado en la pequeñez del espacio por
cuanto que se refiere a la intimidad. Las dos divinidades, una joven y otra
anciana, guardan su pudor, escondiendo los miembros desnudos. El sol domina el
espacio de la escena. Se deduce un universo significativo de la moralidad, la
excelencia religiosa, la presencia paternal. El padre difunto preside así la
vida familiar. El poema aparece como uno de los más serenos en la obra de
Baudelaire, quizá por una suerte de esperanza religiosa, mitigadora de la
angustia ante la muerte.
La noche se prolonga
indefinidamente, por lo que resurgen no sólo los valores diurnos y paternales,
sino además los nocturnos y femeninos, en un intento del equilibrio moral.
C. La servante au gran coeur dont
vous étiez jalouse...
El poder temporal resulta tan terrible
que no perdona a los muertos, sometidos aún en sus tumbas a la angustia del
devenir. La simbología se centra en las tinieblas del otoño y el invierno, en
la destrucción del viento, el frío pétreo, la fuerza roedora del gusano, la
soledad y la degradación. La superioridad de la muerte sobre los vivientes
reside en su religiosidad y moralidad: es un “alma piadosa”, una “sirvienta de
gran corazón”. La angustia ante el devenir se transforma para el poeta en
remordimientos, el horror de las tinieblas en sentido de culpabilidad. Imagina
un fantasma en la esquina de su cuarto, imagen de su conciencia. Ha
desaparecido el estado de inocencia del poema anterior. La falta de que se
acusa, la comparte con su madre: han olvidado llevar flores a la tumba de la sirvienta.
El llanto por la inocencia perdida produce esa angustia ante el tiempo,
acrecentada por su inquietud moral.
Sin embargo, hay todavía un matiz
de dulzura en los llantos maternales de la sirvienta, amortiguando la amargura
ante la temporalidad.
CI. Brumes et pluies.
En este soneto, la ensoñación del
poeta eufemiza los símbolos del devenir. Los finales del otoño, los inviernos y
las primaveras empapados de fango, se convierten para él en “embaucadoras
estaciones”. Le llevan la intimidad y el reposo de la tumba. Las “macilentas
estaciones”, las pálidas tinieblas, son dulces al “corazón lleno de cosas
fúnebres”, pues se adecuan a su estado de ánimo. En los dos últimos versos se
completa, por el erotismo, el eufemismo de la noche y la muerte.
CII. Rêve parisien.
La ensoñación parisina es
producto del descanso, del sueño. El “terrible paisaje” que Baudelaire ha visto
en sueños, es un paisaje del que es maestro absoluto. Este dominio le sitúa por
encima del común de los mortales, equiparándolo a un dios. La descripción
dibuja un cuadro equiparable a un “Babel de escaleras y soportales”. El sueño,
“repleto de milagros”, confiere al poeta todo poder sobre la materia. Dispone
de ella según su capricho, sin tener en cuenta la realidad. Todo se somete a
sus deseos, incluso las leyes físicas del mundo en que vivimos. Hay una
eliminación del mundo vegetal, en un intento de revalorizar lo mineral, por
cuanto que resiste a la acción cíclica de la temporalidad -más evidente en la
reproducción, nacimiento y muerte del mundo animal y vegetal-. El mundo mineral
esta exento de la obsesión del tiempo. Así, este universo onírico es elevado
por el poeta en la elección de metales y piedras preciosos: mármol, oro,
cristal, diamantes, piedras inauditas..., con efecto multiplicador en el
estallido del color y el brillo. Incluso el color negro escapa a la angustia,
por el dominio de la mano humana: se muestra “bruñido, claro, irisado”. El
tiempo mismo vence al tiempo en la manifestación de la negrura vencida. El
trabajo paciente ha vencido las tinieblas del color que deviene claro.
De igual modo, el agua, símbolo
del devenir, es tratada como una materia dura por el poeta: se pliega a su
voluntad en el abandono de su carácter fluido -”Le liquide enchâssait la
gloire/ Dans un rayon cristalisé”-. Las “cataratas pesadas” comparadas a una
“cortina cristalizada”, se inmovilizan en “murallas de metal”.
Pero el momento del despertar
vuelve tarde o temprano y el poeta debe reencontrar el horror de su tedio: la
función de lo ideal no ha sido capaz de deshacer “el triste mundo”, condena de
vida para él.
CIII. Le crépuscule du matin.
Reaparece el poder maléfico de la
noche. En el combate entre las fuerza nocturnas y diurnas, las primeras tienen
ventaja. La lucha es comparada a la del cuerpo y el alma. El cuerpo, “arisco y
pesado”, parece vengarse del alma. Parece como si las fuerzas del destino se
empeñasen por fin en conseguir una victoria por la que han luchado toda la
noche, imposibilitando toda creación espiritual o cualquier generación:
L’air est plein du frisson des
choses qui s’enfuient,
Et l’homme est las d’écrire et la
femme d’aimer.
Al inicio de Tableaux Parisiens
el poeta parecía manifestar confianza en el poder de la imaginación poética. El
final sugiere un claro debilitamiento de la misma.
4. LE VIN
En los diversos poemas de Le Vin,
Baudelaire manifiesta distintas actitudes. En el primer poema se expresa el
entusiasmo que el vino le produce, con una progresiva revelación de la
verdadera naturaleza del mismo en el resto de los poemas. El movimiento es
idéntico al desarrollo del sentimiento de Spleen et Idéal y de Tableaux Parisiens:
a la esperanza inicial sucede la desesperanza, a las correspondencias divinas,
las satánicas.
CIV. L’âme du vin.
Baudelaire atribuye al vino los
poderes que la humanidad le ha otorgado. La expresión “alma” da cuenta de una
personificación del vino, como punto de partida en su positividad. El vino se
sacrifica con una alegría inmensa para asegurar la felicidad del hombre usado
por sus trabajos:
J’allumerai les yeux de ta femme
ravie;
A ton fils je rendrai sa force et
ses couleurs
Et serai pour ce frêle athlète de
vie
L’huile qui raffermit les muscles
des lutteurs.
El vino es símbolo de unión entre
el hombre y el cosmos; es además la Sangre de Cristo. Establece una unión
mística entre el hombre y la divinidad -símbolo de la luz, de la vida eterna,
de la comunión de los fieles en quienes nace así un canto al Señor:
En toi je tomberai, végétale
ambroisie,
Grain précieux jeté par l’éternel
semeur,
Pour que de notre amour naisse la
poésie
Qui jaillira vers Dieu comme une
rare fleur!
El vino se identifica en el poema
a un filtro mágico, a un brebaje sagrado, a una bebida sacramental.
CV. Le vin des chiffonniers.
Universo simbólico conocido: poderes
tenebrosos, laberinto, crujidos amenazadores, tormenta destructora –obstáculo,
caída, aplastamiento, querella íntima–, caos, basura, vejez... Como la poesía,
el vino procura al hombre la posibilidad de evadirse de la realidad y crear su
propio Edén. Se oponen a las tinieblas imágenes de la luz, la elevación, la
soberanía, la victoria sobre las fuerzas del mal. La imaginación del trapero,
inflamada por la borrachera, aporta la edad de oro a una humanidad
desencantada. La generosidad de la divinidad que representa el vino no conoce
límites. Pero Baudelaire conoce que la embriaguez del vino aporta un paraíso
artificial. El aspecto de los traperos sigue siendo maloliente y desastrado a
pesar de su imaginación embriagada.
CVI. Le vin de l’assassin.
El hombre experimenta la
divinidad que le presta la acción del vino. El asesino es, ante todo, libre:
“je suis libre”, “me voilà libre”. No reconoce otro poder que el de su propio
capricho. Igualmente, se burla “de Dios,/ Del Diablo, o de la Mesa Sagrada”. Su
proyecto de auto-deificación exige la muerte de su mujer. Es un obstáculo a su
total libertad. El amor es una divinidad de la que hay que dudar, capaz, por
sus poderes mágicos, de reducir a la esclavitud, de imponer sufrimientos de
muerte. Con la muerte de su mujer se libera de “sermones de ternura/ De los que
nada nos puede desligar”. Su crimen le libera también de su propia conciencia
simbolizada en la voz de su mujer. Finalmente, el asesino se apropia de los
nefastos poderes del Tiempo; ejerce un exorcismo sobre la angustia del devenir
mortal, identificándose con él, aceptando su muerte por el alcohol.
CVII. Le vin du solitaire.
El vino es satánico ya que da al
hombre esperanzas de divinidad. La esperanza de recuperar juventud, vida y
alegría es efímera. Los bálsamos del vino son preferidos al atractivo de la
voluptuosidad, a la seducción femenina. En el vino, el “poeta piadoso” busca
una divinidad, sin salir de sí mismo: la adoración se vuelve hacia la propia
persona.
CVIII. Le vin des amants.
El vino aparece bajo la forma de
un hipógrifo que transporta al hombre hacia “un cielo de hadas y divino”. El
desenfreno de tal impulso se ve restado en el segundo cuarteto, sugeridor de la
vanidad de tal propósito:
Comme deux anges que torture
Une implacable calenture,
Dans le bleu cristal du matin
Suivons le mirage lointain!
La búsqueda del paraíso no
permite descanso. Poco a poco se transforma en algo infernal, amenazado por la
voluptuosidad. El vino es también causa del vértigo del fracaso, trampa
satánica para el hombre.
5. FLEURS DU MAL
La asociación de la mujer al
demonio no se limita sólo a esta sección de la obra. Aparece también en Spleen
et Idéal. Pero en Fleurs du Mal el tema se centra en el engaño de la
voluptuosidad, infierno camuflado, incapaz de satisfacer la inmensidad del
deseo humano.
CIX. La destruction.
La voluptuosidad ofrece al hombre
la posibilidad de huir de un “habitáculo de fango”, de “llevarse el cielo de un
golpe”. Pero el paraíso de la voluptuosidad es artificial. Las técnicas
orgiásticas conducen a una sacralidad de esencia maléfica. El aire que respira
el poeta está cargado de destrucción impalpable, pero sorprendentemente activa,
que le mina internamente. La inmoralidad, según el poeta, se halla en la
depravación, en la tentación de poseer el paraíso en un instante, por medio de
la orgía, en lugar de acudir al camino de la penitencia. La forma más seductora
de la mujer debería ser camino hacia el cielo, hacia Dios. Pero la lógica
ladina del Demonio conduce hacia la materia lo que debería pertenecer
únicamente al espíritu. La mujer conduce a su terreno lo que sólo debería ser
para la Deidad. El amor no arranca al hombre del fango. No le lleva por encima
de su condición. El poeta se siente “lejos de la mirada de Dios”; las
voluptuosidades eróticas le dejan sin aliento y destrozado por el cansancio, en
un lugar bajo y solitario: “las llanuras del Aburrimiento, profundas y
desérticas”. Sólo halla peligro y confusión: “Des vêtements souillées, des blessures
ouvertes/ Et l’appareil sanglant de la Destruction!”.
Universo simbólico del caos, de
la feminidad temible, de la sangre, del peligro mortal, de lo oxidado...
caracteriza el tema de la temporalidad nefasta, moralizada bajo la forma de la
caída -fracaso- sexual.
CX. Une martyre.
La muerta es una mártir del deseo
de infinito. Pero, en lugar de encontrar en la voluptuosidad una vida
paradisiaca y eterna, ha hallado únicamente la muerte corporal y la condenación
del alma. Igualmente, su marido asesino, ha creído alcanzar la infinitud en el
éxtasis sexual. Pero tal infinito se revela al hombre como de naturaleza
satánica. Para castigar a aquélla que no logró satisfacer sus ansias de
plenitud, el hombre llega hasta los extremos del homicidio.
Desde la primera estrofa, todo lo
que se nos presenta en la habitación parece destinado al placer de los
sentidos, por su riqueza, su esplendor y sus perfumes... El conjunto de las
imágenes simbólicas agrupa significados de peligro, de muerte, de atmósfera
agobiante, de río de sangre por la decapitación, de sed, de visiones nocturnas
que fascinan, de joyas preciosas, la mirada pálida y perdida, la delgadez, la
mordedura... Los perfumes de la habitación cerrada son, en realidad, miasmas
mortales, materia de destrucción. La voluptuosidad se asocia a la muerte y al
aburrimiento, por lo que es condenada. En lugar de convertir el sepulcro en
habitación nupcial, la imaginación poética transforma el cuarto en “misteriosa
sepultura”. Es la tumba de la extraña criatura decapitada, símbolo de la
victoria sobre la feminidad. Los gestos del asesino suenan a desafío, al igual
que sus palabras. La venganza es consecuencia de la acción sobre el hombre,
quien halla, inevitablemente, su naturaleza satánica en las apetencias
carnales.
CXI. Femmes damnées.
También ellas son buscadoras de
lo infinito. El poeta se dirige a ellas en calidad de hermanas, por el
desprecio que sienten hacia lo real y su nostalgia por el más allá. El tema
tratado es, de nuevo, lo diabólico de la carne. La dulzura hallada en las
caricias que buscan por su aburrimiento está mezclada de amargura. La máscara
de inocencia aparece al inicio para evaporarse en la presencia satánica. Así,
el poema progresa hacia la protesta contra lo sagrado, elevando la
concupiscencia al nivel de una contra-religión, de un ‘religión satánica’, en
la irreverencia ante la virtud, la moralidad, la virginidad de lo consagrado.
Las vírgenes se transforman en
‘diablos’, tales mártires devienen ‘monstruos’, y las devotas llenas de llanto
son asimiladas a ‘sátiras’.
CXII. Les deux bonnes soeurs.
Contrariamente a los poemas
anteriores, Baudelaire parece hipnotizar el paso del tiempo en las dos
hermanas: la lujuria y la muerte. Pero la asociación de ambas con el placer y
la salud responde a una intención irónica. La continuación del poema conduce a
la revelación de la naturaleza satánica de tales “deleites horribles” y
“espantosos placeres”. De nuevo es condenada la voluptuosidad carnal en su
asimilación a la muerte. Recopilación una vez más de las imágenes de feminidad
peligrosa, de la mancha, del pecado, del infierno y de la muerte.
CXIII. La fontaine de sang.
Pesadilla que reúne significados
de fuente, llantos, sangre, inundación, ritmo. El “rítmico llanto de la fuente”
recuerda el carácter cíclico de la temporalidad -con la consiguiente angustia del
poeta-. Así, hay una búsqueda del olvido por parte del sujeto en el amor. Pero
en lugar de conseguir su objetivo, se exaspera más: la carne sexual deviene
carne mortal; la feminidad fascinante, feminidad fatal.
CXIV. Allégorie.
Los atributos de la mujer son
ahora de divinidad soberana: “Es de diosa su andar, de sultana el reposo”. Pero
se trata de una divinidad orgíaca, invulnerable a los efectos del Tiempo:
contempla “la face de la Mort/ Ainsi qu’un nouveau-né, -sans haine et sans
remord”. Imagen de la feminidad fascinante y fatal. Los ritos orgíacos de la
divinidad son la negación de todo otro culto, de las religiones diurnas,
penitenciales y del sacrificio. Tal fe halla su paraíso en la carne, en los
atractivos de Satán.
CXV. Béatrice.
En lugar de ser guía hacia el
cielo, tal y como lo fue Beatriz para Dante, la mujer se aparece entre sombras,
rodeada de enanos, risueña, demoníaca. Abre las puertas de un infinito que se
presenta tal vez diabólico. Esperaba en el amor encontrar un paraíso y el
resultado es infernal. La mujer y sus compañeros degradan los valores espirituales,
viendo en la aspiración del poeta por conquistar la soberanía del Artista, en
su nostalgia por el Ideal, una afectación grotesca.
Beatriz es asimilada y está
acompañada por las imágenes de la nebulosa, la tempestad y los demonios. Su
nefasta feminidad se identifica con el desencadenamiento de una atmósfera
tenebrosa, de muerte y de enanos viciosos y obscenos.
CXVI. Un voyage à Cythère.
De nuevo reaparece el encuentro
del infierno en el placer carnal. En la primera estrofa se amontonan las
imágenes evocadoras de la esperanza paradisiaca. El corazón del poeta es
comparado a un pájaro, feliz de poder revolotear y planear libremente por los
aires. Pero la conquista del paraíso se interrumpe bruscamente en la segunda
estrofa: el viaje por el mar no es preludio del paraíso: la voluptuosidad no
era más que un espejismo. El Edén no existe más que en la imaginación del poeta
creando una aspiración a la intimidad, al amor carnal, al reposo.
La invocación a Dios en la última
estrofa desvela el tono irrespetuoso y blasfemo del poeta. Su suplicio en el
mundo por el amor carnal -asimilado al suplicio de Cristo- no es sino una
parodia sacrílega de la crucifixión. La búsqueda del culto en el amor carnal es
para él el único rito, y le ha revelado el poder maléfico del amor. Antes
volaba con libertad y ahora está envuelto en un “espeso sudario”. El cielo y el
mar se unen, negros y sangrantes. A la elevación inicial suceden la caída, las
tinieblas, el fracaso y la muerte. El autor pretende, al modo en que lo hizo
Cristo, redimirse a través de su sufrimiento, de su dolor, de sus ansias
insaciadas.
CXVII. L’amour et le crâne.
Amor: poder demoníaco. Por la
voluptuosidad carnal, el hombre lucha por unirse al Cosmos, en un intento
fallido de las fuerzas orgíacas. El fracaso reside en la caída, no del cuerpo,
sino del alma, por la que el ser humano se fragmenta en una escisión contra la
que debe luchar incansablemente.
6. RÉVOLTE
Tableaux Parisiens, Le Vin y
Fleurs du Mal describen una misma tentativa y un fracaso idéntico: el esfuerzo
del hombre por escapar de su habitáculo de fango y por alcanzar de un golpe el
paraíso, y el desengaño por la recaída en la cruda realidad. Asimismo hay en estas
secciones una recopilación de los medios para la consecución de tal empresa.
Todas son juzgadas como satánicas, en nombre de los valores diurnos. Révolte es
en realidad el rechazo ante un mundo en el que la acción no acompaña a la
ensoñación, es el odio de una creación maldita por el Creador. Los tres poemas
que componen esta parte constituyen un conjunto de anatemas y desafíos lanzados
por el hombre a un Dios tirano, que le ha cerrado el acceso al infinito.
Manifiestan la esperanza de revancha que alimentan los vencidos, los parias
malditos, los monstruos inocentes que no saben cómo han sido hechos, ni cómo
podrían haber evitado su existencia. Traducen, en Baudelaire, su más intenso
deseo y esfuerzo por sustituir los valores diurnos o positivos, por los
nocturnos despreciados.
CXVIII. Le reniement de Saint
Pierre.
Baudelaire alza su revuelta
contra Yavé, un Dios celoso de su poder, para quien las blasfemias de sus
víctimas y los sollozos de sus mártires “son sin duda para Él sinfonías que
embriagan”. El suplicio de Cristo es el perfecto ejemplo de lo que espera a los
hombres -su destino de sometimiento a los deseos divinos-. Cada uno de los sufrimientos
de la pasión -al detalle- es la suerte que Dios tiene reservada a la “inmensa
multitud de los hombres”. Cristo no es Dios hecho Hombre, sino el hombre que
quiere ser Dios. Ha creído que Dios iba a oír sus plegarias. Así, el poeta
interroga amargamente a Cristo en la Cruz.
En el poema, los valores están
invertidos y Dios recibe de Baudelaire las características de los valores
nocturnos: crueldad, malicia, amor por los placeres terrenos más ordinarios. La
animalidad no es ya símbolo demoníaco, el yo tiene plena libertad de acción y
decisión, y San Pedro hizo lo correcto al negar a Cristo.
CXIX. Abel et Caïn.
La raza de Abel disfruta de los
frutos de su usurpación. Abel es un labrador nato, mientras que Caín,
desposeído de sus bienes, se convierte en nómada. De nuevo son invertidos los
valores cristianos tradicionales. Dios favorece el disfrute de los bienes materiales.
La raza de Abel duerme, bebe y se multiplica con la bendición de Dios. La
penitencia, el ayuno el frío y las privaciones se imponen para los miserables
que reptan en el fango. Si Caín quiere llegar al cielo, no es por conseguir el
paraíso, sino para vengarse de un Dios inicuo, y librarse de la opresión
religiosa y moral.
CXX. Les litanies de Satan.
Se rehabilita en el poema el yo
salvaje, liberado de un totalitarismo, el de los dogmatismos morales, religiosos
y sociales que le han encerrado en una “larga desdicha”. Satán ya no tiene un
rostro horrible y tenebroso. Baudelaire le da el aspecto del héroe solitario.
Es el “más bello de los ángeles todos”, y el más sabio. Él conoce los misterios
del ser: se le ha hecho daño, y en este poema recobra su poder. En el descenso
a lo subterráneo las angustias humanas pueden curarse. El placer sexual,
anteriormente asimilado al infierno, es un paraíso del que podrán disfrutar
hasta los más miserables. La muerte misma se revaloriza en la asociación a la
feminidad. A las víctimas del orden y de la moral, Satán otorga una protección
especial. Mágicamente satisface sus deseos de riqueza, de placer, de poder, de
felicidad... Y Dios aparece colérico, cruel, asociado al color negro de lo
infernal.
7. LA MORT
No parece que Satán haya
justificado la esperanza que el poeta de Révolte depositó en él. Si los
profundos secretos de la vida están encerrados en el yo, su revelación se cobra
un alto precio: el sacrificio de ese yo. Es necesario morir para llegar a esas
verdades inaccesibles. La conquista del Infinito pasa, inevitablemente, por la
muerte. Es la gran prueba del viaje iniciador, que es preciso superar para
obtener la iluminación del Saber.
CXXI. La mort des amants.
La habitación nupcial se
identifica con el sepulcro, el diván con la tumba y el acto generador con la
muerte. Pero ésta no es la aniquilación definitiva. Hay como una esperanza de
mundo celeste en las “flores extrañísimas/ que un cielo más hermoso hizo brotar”.
Igualmente los “odeurs légères” sugieren el paso de lo material a lo espiritual.
El fin de la vida física es preludio para alcanzar la espiritual. Pero las
tinieblas y la separación no son definitivas. La noche, símbolo de la muerte,
combina el “rosa” de la vida sensible con el “azul místico”. Hay un atisbo de
esperanza en el conjunto del poema.
CXXII. La mort des pauvres.
La muerte es el final consolador
de una larga y dolorosa conquista, como el elixir mágico que permite soportar
todas las pruebas de la vida. La existencia terrenal está asociada a la
simbología de las tinieblas. La tempestad, la nieve y la escarcha. La muerte
por su parte se revaloriza en las imágenes del refugio, la claridad, el
alimento, el reposo, el sueño dichoso, la gloria, la felicidad... La
imaginación del poeta eufemiza la muerte haciendo de ella el umbral deseado y
esperado del Edén, de la Vida eterna.
CXXIII. La mort des artistes.
De nuevo la muerte es el término
de una larga lucha, refugio en el que el hombre hallará su reposo. Ofrece la
esperanza consoladora: la revelación definitiva del Ideal. Pero la conclusión
progresa hacia la ambigüedad. Las dudas reaparecen para el poeta. La belleza de
las apariencias materiales no es para él más que una caricatura del Ideal. Pero
se trata del único medio para alcanzar la perfección. Igualmente se compara a
un bufón obligado a humillarse para obtener la revelación anhelada, delante de
tal figura desencantada del Ideal. El uso de la interrogativa y la metáfora
sugieren, por lo demás, que las oportunidades concedidas al poeta para la unión
mística son muy reducidas:
“¿Cuántas veces tendré que agitar
cascabeles
y besar tu ruin frente, taciturna
parodia?
Para dar en el blanco, que es un
místico afán,
¿cuántas flechas mi aljaba tendrá
aún que perder?
En el segundo cuarteto la duda
sobre la naturaleza y el valor del Ideal se hace evidente. Al final del poema,
la constelación simbólica asocia a la Muerte imágenes de ascensión, de
soberanía solar, de resurrección y florecimiento triunfante, de espíritu
vencedor. Pero no es seguro que la muerte aporte la beatitud eterna.
CXXIV. La fin de la journée.
En contra de los poemas
anteriores, Baudelaire se esfuerza por poner de relieve el valor nihilista de
la muerte. La Vida se transforma en una criatura “impúdica y chillona”. La luz
“pálida” adquiere un aspecto desagradable y malsano. Por su parte, la noche
resulta positiva: es “voluptuosa”. Aplaca los sufrimientos morales y físicos.
El “frescor indecible” de las tinieblas aporta reposo al hombre.
CXXV. Le rêve d’un curieux.
Baudelaire revela el sueño de su
propia muerte. Analiza escrupulosamente las reacciones en esos momentos. Su
sentimiento no es de rebelión sino de curiosidad a la vez positiva y negativa.
La muerte le inspira deseo mezclado de horror, “esperanza y angustia, sin
sentirme rebelde”. La muerte debe ser para él la revelación del más allá. Pero
su verdad fría no le satisface: la muerte no conduce ni al Paraíso, ni al
Infierno, ni a la Nada. Es la repetición sin fin de nuestra condición presente,
la prolongación indefinida de una espera desesperada.
CXXVI. Le voyage.
Este poema es el resumen del
aburrimiento, las aspiraciones, los deseos y las experiencias del poeta. En una
palabra: la síntesis de la obra.
Baudelaire ha otorgado a Les Fleurs
du Mal una forma de conquista. Ha buscado el Infinito por todas partes, y bajo
todas sus formas: en Dios, en Satán, en los goces del espíritu y en los de los
sentidos, en los impulsos que elevan y en las voluptuosidades que degradan, en
la fe y en la rebelión satánica, en la oración y en el pecado, en el bien y en
el mal, en la naturaleza y en el arte, en el aprovechamiento de lo terreno y en
la evasión de lo real, en el paraíso y en los infiernos artificiales de la
poesía, la droga, el vino...: cada tentativa se ha saldado con el fracaso.
Voyage es el resumen de los
intentos de un alma en busca de un sentido. La conquista toma las formas de los
viajes míticos, con alusiones a la Odisea de Ulises. Pero el Ángel cruel no le
ofrece ayuda ni socorro. Incita su curiosidad, le atormenta con la sed
insaciable de lo Desconocido:
Imitamos, ¡qué horror!, a la bola
y al trompo
en su vals y en sus brincos:
hasta cuando dormimos
zarandea y tortura el afán de ver
cosas
como un ángel cruel que azotase
los soles.
El tema central se encuentra
resumido en la primera estrofa: el “vasto deseo” del niño que le lleva a querer
viajar. La experiencia es que volverá tal y como partió, con el cerebro
inflamado de idénticos deseos y voluptuosidades, como al inicio.
Nadie como Baudelaire se ha
sentido atraído por la Belleza extraña, pero la embriaguez que le ha producido
se ha evaporado demasiado rápido. Y tal belleza le ha ofrecido “el tedioso
espectáculo del pecado inmortal”. Éste es el resultado de Las Flores del Mal.
Nada en el universo es escapatoria para el hombre a su habitáculo de fango: ni
el amor, ni el placer carnal, ni el progreso, ni la rebelión satánica siquiera.
Tanto las técnicas diurnas como las nocturnas han fracasado. Donde esté, el
hombre halla la misma imagen: “¡un oasis de horror en desiertos de tedio!”.
Y la tiranía del tiempo es
efectivamente la que hace sentir al hombre hasta qué punto es limitado. El
reciario -gladiador- es la imagen utilizada por Baudelaire para poner este tema
en primer plano. El hombre mata el tiempo y entonces le llega la muerte. La
intención del viaje es opuesta a la de Ulises. El hombre morirá, se vaya o se
quede, y no regresará con la sabiduría.
Finalmente, la feminidad es
asociada a la idea de infinito, a los símbolos diurnos de elevación, y, más
tarde, a los nocturnos: mar, tinieblas, muerte, ternura femenina.
8. PIÈCES CONDAMNÉES
Les Bijoux, Le léthé, Acelle qui
est trop gaie, Lesbos, Femmes damnées y Les métamorphoses du vampire, son seis
poemas que fueron censurados, después de la primera edición, en los que se
realiza un canto obsceno a la mujer, al poder de su atracción carnal, a su
carácter satánico sobre el hombre, con alusiones al amor, tanto homosexual como
heterosexual. Las líneas temáticas son idénticas a las ya comentadas, con un
aumento de los detalles en la descripción, etc.
II. LECTURA INTERPRETATIVA
De una manera sintética,
analizaremos algunos de los aspectos formales y temáticos más destacados de la
obra de Baudelaire, por los que consigue sintetizar y superar los tópicos
románticos, marcando la proyección de las tendencias temáticas de la
modernidad.
La poesía en Baudelaire se
transforma en un modo de vida. Escribir se torna una ética en la adecuación a
su existencia, por lo que permanece al margen del riesgo de entrar en la
corriente del ‘arte por el arte’. Tal y como hemos visto, Les Fleurs du Mal es
un verdadero itinerario existencial, por el que la poesía no es manifestación
de la vivencia, sino el existir mismo.
La interpretación temática se
podría estructurar en torno a cuatro ejes fundamentales.
1. La mujer y el desdoblamiento
del yo.
El poeta halla en la mujer una
experiencia con la alteridad, en la que busca respuesta a su personal condición
ontológica. De la desilusión resultante nace una concepción dualista en la que
la mujer es representada, de un lado como ser degradante, abominable, esclava
de instintos de posesión, vehículo de perdición para el poeta, frívola y
peligrosa para la virilidad. El poeta rechaza su frivolidad ante el paso del
tiempo, la ignorancia que muestra ante la vida.
Igualmente es considerada como
espejo de sensualidad. Le inspira el amor carnal, permitiéndole una vía de
escape por la que vive constantemente ebrio, en el desmedido afán de colmar las
pasiones. Aunque sus apetencias le subyugan, en cierto modo sería para el poeta
el viático en la existencia terrenal.
La depuración de la subjetividad
romántica tiene lugar en el narcisismo exacerbado de Baudelaire, quien, por la
reflexión de la personal condición, sufre de total inadaptación. En esta obra
nos hallamos ante el esfuerzo por la conquista de un equilibrio de contrarios,
enraizados en la personal contradicción, que le hacen descubrir su dualismo,
materializado en las fuerzas nocturnas y diurnas.
2. Dualidad de la vida.
La presencia de contrarios
descubierta en el propio yo reaparece en la consideración del mundo. La vida es
afrontada desde dos puntos de vista: el atractivo -placer- y el revulsivo
-desastre-. Así, para Baudelaire no existe la posibilidad de huir de tales
sufrimientos, si no es por el aburrimiento o el tedio que le produce su propia
existencia, causa de la soledad del poeta.
3. El acto poético.
En la conciencia del mal, el
poeta es capaz de convertirse en artista. Su misión es recordar, decir y
manifestar por doquier las presencias de lo malo en el mundo. Su infecundidad
hacia el exterior se mitiga con la fecundidad interior de la poesía. Sin
embargo, esto provoca una soledad total, por el rechazo del mundo, al que el
poeta responde con el aislamiento completo: surge entonces la idea de ‘poeta
maldito’.
4. Transformación del fango en
oro.
En su afán de escapar al
habitáculo de fango en el que se halla el ser humano, Baudelaire culmina una
obra en la que los contrarios invierten los papeles en una identificación de
los mismos: así, la flor se torna mal, la víctima es el verdugo, herida y
cuchillo se identifican, Dios y Satán cambian su misión... La lucha no culmina
en el equilibrio o la aceptación del sufrimiento, sino en la anulación de toda
dimensión metafísica, por la asimilación entre el bien y el mal.
Algunos aspectos formales
Destacaremos sólo ciertas
innovaciones formales muy significativas, sin dejar de tener en cuenta que,
desde el punto de vista formal, esta obra recoge prácticamente todos los
recursos poéticos hasta el momento utilizados en la literatura francesa.
Baudelaire no sólo utiliza con gran maestría todas las formas de versificación
clásica, hasta entonces rigurosamente respetadas -octosílabo, decasílabo y
alejandrino-, sino que pone las bases de lo que, a partir del ‘fin de siècle’,
iniciará una reflexión semiótico-lingüística, detonadora de la libertad
versificadora, primera manifestación de la voluntad de ruptura frente a las
anteriores propuestas ideológicas. El lenguaje poético es, desde este momento,
el lugar privilegiado para el desarrollo de una idea visualizadora de la
dimensión ‘vitalista’ de lo poético: el artista es un poeta, y el medio por
excelencia de ‘hacer arte’ es el lenguaje -el lenguaje poético-.
El símbolo
El símbolo emerge como el ámbito
de expresión con el que se rehúye el obstinado intento de exactitud y
racionalidad tan propio de los novelistas realistas y naturalistas
contemporáneos a Baudelaire -Zola, Balzac, Flaubert...-. La intuición poética persigue,
ante todo, el establecimiento de una corriente de relaciones con lo real
fundadas, no en el escudriñamiento científico o de lo ‘exacto’, sino más bien
en la preocupación por la fidelidad de la palabra encarnadora de una imagen
justa: esa “forêt de symboles” con que Baudelaire califica el universo en el
poema Correspondances.
Lógica y razón ceden de este modo
su lugar al universo del presentimiento o búsqueda de un rastro -a través de lo
sensible-, en esa relación mundo-poeta-lenguaje. De manera que la analogía, o
principio de similitud, se convierte, a partir de este momento, en uno de los
recursos esenciales del lenguaje poético moderno -entendiendo por inicio de la
modernidad poética la aparición de Las Flores del Mal-. Rimbaud atribuye al
poeta la labor de hallar una lengua orientada a la posesión de lo desconocido
(cfr. Lettre à Paul Demeny, 15 mai 1871). La palabra clave, pronunciada o no,
es en este caso el término Comme (Como): en torno a ella se construye la
creación de las sugerencias poéticas, resultantes del contacto entre el artista
y el mundo.
Teoría de las sinestesias
Baudelaire inaugura en su obra la
teoría de las sinestesias -asociaciones simbólicas creando correspondencias
unificadoras de distintas realidades-, definida en su poema Correspondances.
Varios poemas contienen tales agrupaciones significativas, por medio de
metáforas encadenadas como se puede ver en Los Faros, mediante la asociación de
planetas, colores, vocales y notas musicales, en un mismo universo común: el
arte).
La estética del oxímoron
El oxímoron -creación de
universos de significado utilizando elementos contrarios-, es un elemento tan
recurrente en esta obra, que se llega a crear una auténtica estética de lo
contradictorio. El dualismo está tan presente a todos los niveles, que parece
imposible la definición de una intuición poética si no es mediante la
asimilación de los contrarios. Se llega así a la creación de un mundo
idealista, hecho de sensaciones, sentimientos, contradicciones, opuesto a la
univocidad de lo real.
Finalmente conviene resaltar cómo
las agrupaciones vocálicas, aliteraciones y la musicalidad resultante, son
cultivadas con tal maestría que Baudelaire consigue crear sistemas vocálicos
regulares en poemas determinados e incluso en algunas de las series.
III. VALORACIÓN DOCTRINAL
Destacaremos ahora algunos de los
temas fundamentales que nos permitirán entender mejor el significado que
traslucen sus versos.
Se adivina por una parte un
subjetivismo desmesurado, influencia del idealismo hegeliano contemporáneo en
aquel momento. Tras la libertad del espíritu abierta en la reforma protestante
-así al menos era considerada-, el yo emerge como una identidad que deja
espacio a Dios, sólo en la medida en que no contradice sus deseos. Así, la
divinidad misma se identifica con el yo. En este replegarse hacia la propia
subjetividad reside el problema de una poesía o de un vivir orientado hacia la
huida del mundo real, en favor de fantásticos deseos imposibles.
Siguiendo esa línea del refugio
en un mundo creado por el propio espíritu, Baudelaire rechaza a priori toda
moral o filosofía -personal y social-, alienadoras de la condición humana. Su
rebelión llega a tales extremos que entiende el mal, el satanismo, la negación
de los bienes o los presupuestos morales, como único camino de existencia, en
el que el poeta, transmisor de una serie de realidades, debe denunciar lo
macabro, lo espantoso, lo perverso, sin miedo a enfrentarse y a vivir
situaciones que otros, pretendiendo una moralidad, han impedido que salieran a
la luz. Por eso el poeta decide apartarse, huir del mundo, de la religión, del
‘orden establecido’, y adopta la postura del poeta maldito, de la soledad, del
dandy que se opone a toda regla, y opta por vivir en soledad. Alimenta con su
vida, tal y como hemos señalado al principio, un narcisismo negativo, sufriente
de constante inadaptación, en el que la principal fuerza vital es la propia
subjetividad. Por eso, y siguiendo en la línea idealista ya comentada, la
significación de las realidades, la esencia del cosmos, es interpretada y se
deriva en última instancia de las experiencias más inmediatas. En Baudelaire lo
sensible no es camino para llegar a la esencia, sino que se identifica con
ésta. La subjetividad es medida del mundo.
Se deriva de esta actitud un
profundo pesimismo vital, el Spleen, definido en el primer verso de la obra: es
fruto del pecado, de la avaricia del horror. El hombre es, sin remedio, un ser
degenerado. El Ideal nunca se alcanzará, precisamente por esa inevitable
condición depravada, de ahí la profunda actitud jansenista que anima los
versos, por la imposibilidad de salvación. Las diferentes vías escogidas como
posibles caminos hacia la plenitud desembocan en un idéntico final de fracaso.
El único obstáculo verdadero es el paso del tiempo. Una profunda desazón ante
ese existencialismo se apodera del poeta durante toda su vida, alimentada por
la visión de un Dios déspota, tirano, ignorante de los sufrimientos humanos.
Esta desesperanza produce el
sentimiento de sumisión ante el mal. No hay remedio posible para hacer frente a
las tendencias depravadas de la persona, por lo que cabe únicamente pactar con
lo perverso, hacerse perverso. La desconfianza ante Dios es completa y origina
sentimientos de rebeldía, blasfemia, presunción y desesperación. Por otra
parte, el hombre no puede escapar a esta situación si no es mediante el sueño y
el viaje. Aferrarse a lo imposible es la única manera de olvidar o ignorar la
condición de infelicidad permanente. Por eso Baudelaire se refugia en la madre,
en el mito de la niñez, de la inocencia perdida.
Resta finalmente una breve
referencia a la visión de la mujer que se deduce de la lectura de estos versos.
En ellos, el hombre es considerado como un ser condenado al poder de los
apetitos sexuales, y la mujer es el objeto utilizado para satisfacerlos. El
resultado de una infelicidad cada vez mayor, la consideración del amor desde un
punto de vista puramente animalizado, degradan la condición del ser humano, por
la debilidad del hombre y por el desprecio hacia una mujer indiferente ante los
instintos masculinos. En Baudelaire es aceptado el placer sexual en cualquiera
de sus formas: homosexualidad y heterosexualidad poseen un valor idéntico, y
sus manifestaciones terminan siendo, una vez más, el camino de la afirmación
del yo.
La presente obra constituye, en
síntesis, la descripción de un itinerario vital en el que están ausentes toda
consideración de moralidad social y personal. El rechazo de la ciudad y la vida
comunitaria, fuentes de normativas enemigas de la libertad humana, no es sino
la consecuencia de una vida atormentada por la no aceptación de la personal
condición y de sus limitaciones ‑de enfermedad, familiares, etc.‑.
Los poemas de Baudelaire reflejan una profunda amargura vital, encerrada en la
personal soledad, en el aislamiento, donde no toman partido ni Dios, ni el
mundo, ni los demás, y donde el único límite angustioso es la consideración de
la realidad temporal.
I.G-C. (1999)
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