BARAN, Paul
A.
Ed. Fondo de Cultura Económica,
México 1967, 337 pp.
(La economía política del crecimiento,
Ed. Fondo de Cultura Económica, 4ª ed., México 1967, pp. 337. Título
original: The Political Economy of Growth, Monthly Review Press,
Nueva York, 1957).
INTRODUCCIÓN
El
propósito de Baran en este libro, es demostrar la necesidad de acelerar una
transformación socialista de Occidente que además, más pronto o más tarde,
llegará de modo irreversible. Para tal demostración escoge el tema del
desarrollo económico, e intenta hacer ver que el capitalismo obstaculiza e
impide este crecimiento, por lo que no hay más remedio que abocar en un
socialismo. En concreto dice que el desarrollo depende del monto y utilización
que se haga del excedente económico (diferencia entre lo que produce y consume
la sociedad); y que el capitalismo no consigue ni alcanzar el monto debido de
excedente (lo que él llama excedente económico potencial), ni
utilizarlo adecuadamente; de ahí que impida el desarrollo y, por tanto, esté
destinado a morir (Capítulos I y II).
Después
de estos capítulos introductorios, divide su obra en dos partes: la primera
dedicada al capitalismo desarrollado, y la segunda al subdesarrollado. En la
primera (Capítulos III y IV) examina cuál es la suerte del excedente económico
en una sociedad capitalista desarrollada: el consumo excesivo en gastos
ostentosos, los trabajadores improductivos, y la producción inferior a la
posible por la organización irracional y el desempleo, hacen que el excedente
económico de estas sociedades sea inferior al excedente económico potencial
(diferencia entre lo que se podría producir en las condiciones dadas, y el
consumo necesario).
Además
en estos países, el desarrollo del monopolio lleva consigo que los empresarios
prefieran no invertir este excedente más que en empresas competitivas, que
acaban transformándose en monopolios. Ambos factores, consumo excesivo y falta
de inversión, producen un estancamiento en el desarrollo de las sociedades
capitalistas adelantadas, que sólo puede romperse por medio de la intervención
estatal; esta intervención se lleva a cabo fundamentalmente en la industria del
armamento ya que, por una parte, es una industria que no perjudica a los
empresarios privados, y por otra facilita la política imperialista del país y,
por ende, su intervención económica en países más débiles. Ahora bien, la
mejora que produce la intervención estatal es sólo transitoria, y a la larga
agrava la situación más que la remedia. Por tanto sólo una transformación
socialista de estos países puede ser un remedio válido para sus desajustes
económicos.
En
cuanto a los países capitalistas subdesarrollados (Capítulos V a VII), indica
que lo son, porque han estado sometidos a la rapacidad occidental, que les ha
desposeído de sus bienes, sin proporcionarles ninguna mejora. En estos casos,
el excedente económico generado es pequeñísimo, ya que en gran parte procede de
la agricultura; además de gastarse como el anterior, una parte se va hacia los
países desarrollados; y en cuanto a su utilización es muy poco lo que se
invierte, pues resulta más productivo para el capitalista individual mantenerlo
en la esfera de la circulación (comerciantes, usureros, etc.). La inversión extranjera
resulta perjudicial en lugar de beneficiosa, puesto que acentúa el fenómeno
indicado; y por otra parte, los países imperialistas prefieren el atraso de
estas zonas para poder explotar sus materias primas. En el Cap. VII estudia
cómo se comportan los diversos gobiernos de los países atrasados respecto al
problema del desarrollo económico; manifiesta cuáles serían las falsas
explicaciones capitalistas de este subdesarrollo, e indica que la verdadera
explicación es la pequeñez y mal empleo del excedente económico. Así pues, la
conclusión es la conveniencia del socialismo.
En
el último capítulo, insiste en esta conveniencia y en la injusta campaña que
existiría contra el comunismo; e indica cómo se podría establecer una economía
planificada, dando las soluciones que él cree convenientes para una buena
relación entre agricultura e industria, entre industrias ligeras y pesadas,
hablando del método de producción y del orden económico internacional.
Baran
es uno de los pocos marxistas convencidos en el ambiente científico anglosajón[1].
Su libro es una amplia reelaboración de un curso de lecciones dado en Oxford en
1953, en los que afrontaba el problema del desarrollo económico; el tema
central es, por tanto, un examen de este crecimiento, visto en su compleja
problemática por un socialista occidental pero ortodoxo.
Al
intentar poner de manifiesto las equivocaciones de Baran es lógico que se
resalten algunas ventajas del capitalismo que él se niega a reconocer; no
queremos con esto alabar ni los principios ni las conclusiones de este sistema
económico: en su momento hemos hecho notar en qué medida, el capitalismo es
incapaz de responder a algunas de las críticas que hace Baran, por la misma
insuficiencia de sus propios planteamientos; insuficiencia e incapacidad de dar
respuesta adecuada, que no son sino un síntoma de la debilidad congénita de que
adolece; y que no debería dejar de ser una alerta sobre la urgencia de buscar
unas bases más hondas y más seguras para la conciencia económica.
El
libro está dividido en ocho capítulos, y cada uno en varias secciones numeradas
sin titular; para facilitar la lectura se han puesto títulos a estas secciones,
que no son del autor sino nuestros, por eso se incluyen entre paréntesis.
Aunque la lectura pueda resultar algo pesada, hemos preferido poner muchas
frases textuales que den una idea, lo más exacta posible, del contenido.
ÍNDICE
Prefacios
Capítulo
I.—Panorama general
I.
(Evolución de la política económica en Occidente).
II.
(Incompatibilidad entre el crecimiento económico y el sistema capitalista).
III.
(Esfuerzos para mantener el statu quo).
IV.
(Desarrollo económico y sus factores).
Capítulo
II.—El concepto de excedente económico
I.
(Excedente económico real y potencial).
II.
(La «razón objetiva» y el consumo excesivo).
III.
(Los trabajadores improductivos, la organización irracional y el desempleo).
IV.
(La solución).
Capítulo
III.—Estancamiento y desarrollo del capitalismo monopolista (I)
I.(Política
económica capitalista).
II.(Utilización
de los recursos en la sociedad capitalista).
III. (Aumento del consumo).
IV.
(La falta de inversión).
V.
(La inversión en el capitalismo competitivo).
VI.
(La inversión en el capitalismo monopolista).
VII.
(Conclusión).
Capítulo
IV.—Estancamiento y desarrollo del capitalismo monopolista (II)
I.
(Imposibilidad de una dinámica interna capitalista).
II.
(Asalto capitalista del control estatal).
III.
(Posibilidades para una inversión estatal).
IV.
(Política extranjera del monopolio).
V.
(Los gastos militares).
VI.
(Espiral de estancamiento del capitalismo).
VII.
(Financiación de los gastos estatales).
VIII.
(Conclusión).
Capítulo
V.—Las raíces del atraso
I.
(Por qué el atraso de las zonas subdesarrolladas)
II.
(El caso de la India).
III.
(El Japón).
IV.
Capítulo
VI.—Hacia una morfología del atraso (I)
I.
(Excedente económico generado).
II.
(Falta de inversión industrial).
III.
(Obstáculos a la inversión por parte del capitalismo monopolista).
IV.
(Impacto en el desarrollo que producen las empresas extranjeras).
V.
(Lo perjudicial de la inversión extranjera).
VI.
(Efecto indirecto de la inversión extranjera).
VII.
(Oposición del imperialismo al desarrollo de los países pobres).
VIII.
Capítulo
VII.—Hacia una morfología del atraso (II)
I.
(Países coloniales).
II.
(Gobiernos mercenarios).
III. (Regímenes de «New Deal»).
IV.
(El obstáculo para el desarrollo).
V.
(Falsas explicaciones del subdesarrollo).
VI.
(El control de la natalidad).
I.
(Conveniencia de una transformación socialista del mundo).
II.
(Campaña imperialista contra el comunismo).
III.
(Establecimiento de una economía planificada).
IV.
(El desarrollo en la agricultura y en la industria).
V.(Relación
entre industria pesada y ligera).
VI.(Método
de producción).
VII.(Orden
económico internacional).
CONTENIDO DE
LA OBRA
PREFACIO
(p. 9).
Está
fechado en diciembre de 1966, mientras que «el manuscrito del presente libro se
terminó en el otoño de 1955. Desde entonces han ocurrido muchas cosas que guardan
una relación directa con varios de los temas que aquí se tratan» (p. 9): el
desembarco anglofrancés en Egipto y el papel jugado por los Estados Unidos,
«corroboran una de las tesis centrales de este libro, a saber, la naturaleza
'irreformada' del capitalismo contemporáneo y su animosidad inherente hacia
toda iniciativa genuina de desarrollo económico por parte de los países
atrasados» (p. 9).
También
menciona «las revelaciones de Kruschev respecto a ciertos aspectos del régimen
de Stalin y los acontecimientos que tuvieron lugar posteriormente en Polonia y
Hungría» (p. 9-10), pero —según Baran— en este caso, sería «una falacia grave
el concluir que el socialismo es 'el sistema' que debe repudiarse. No es
al socialismo a quien deben imputársele los delitos de Stalin y sus
títeres» (p. 10); este tipo de sucesos más bien «confirma la proposición básica
del marxismo de que el grado de madurez de los recursos productivos de la
sociedad es lo que determina 'el carácter general de la vida social, política e
intelectual'» (p. 10).
PREFACIO
A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL (p. 13)
Fechado
en julio de 1959. El autor indica que en el tiempo transcurrido, la depresión
sufrida por Estados Unidos, y el éxito obtenido por la China comunista y la
Unión Soviética, serían otras tantas pruebas de las tesis de su libro. Hace una
especial referencia a la importancia de estas ideas en la América Latina.
Desde
el primer momento se apunta pues la idea que constituirá la tesis esencial del
libro: «la racionalidad fundamental, la deseabilidad y la potencialidad de una
transformación socialista del Occidente» (p. 10) y, a la vez, «la crueldad e
irracionalidad del orden capitalista» (p. 13).
Capítulo I: PANORAMA GENERAL (p. 17)
La
exposición que hace Baran en este capítulo, es como la síntesis de su obra;
empieza con un breve panorama del camino recorrido por el capitalismo, llegando
a la conclusión de que los economistas occidentales también han descubierto los
síntomas de su decadencia; la incompatibilidad del capitalismo con el
desarrollo, según el autor, se puede observar tanto en los países avanzados
como en los atrasados; no obstante, dirá, las fuerzas burguesas tratan de
mantener con diversos subterfugios sus posiciones, con lo que bloquean el
progreso económico. La última sección, de carácter más técnico, la dedica a los
factores que producen el crecimiento económico.
I. (Evolución
de la política económica en Occidente) (p. 17)
Para
Baran, «el desarrollo económico siempre ha sido impulsado por clases y grupos
interesados en un nuevo orden económico y social, encontrando siempre oposición
y obstáculos por parte de aquellos que pretenden la preservación del statu
quo» (p. 19). Y así ocurrió, según él, en el paso del feudalismo al
capitalismo; pero «mientras la razón y las lecciones obtenidas de la historia
estaban manifiestamente de lado de la burguesía en su lucha contra las
ideologías oscurantistas y las instituciones del feudalismo, tanto la razón
como la historia fueron invocadas confiadamente como los árbitros supremos de
este inevitable conflicto (...) Pero, cuando la razón y el estudio de la
historia principiaron a revelar la irracionalidad, las limitaciones y la
naturaleza meramente transitoria del orden capitalista, la ideología burguesa
como un todo, y con ella la economía burguesa, comenzaron a abandonar tanto la
razón como la historia» (p. 20).
Unicamente
Marx y Engels[2], y aquellos a quienes
inspiraron, «no estando ligados a la clase capitalista ahora dominante (...)
fueron capaces de percibir los límites y las barreras inherentes al progreso
dentro del sistema capitalista» (p. 21).
Hacia
fines del XIX se realizaría un «cambio monumental de la estructura de las
economías capitalistas (...) las grandes empresas se convirtieron en la base
del monopolio y del oligopolio, que son los rasgos característicos del
capitalismo moderno (...) [y] la penetración occidental en las regiones
atrasadas y coloniales (...) se tradujo de hecho, en la opresión y explotación
brutal de las naciones subyugadas» (p. 22). Es «la época del imperialismo, de
las guerras y de las revoluciones sociales y nacionales» (p. 23).
Según
Baran, la Gran depresión y el éxito económico de la URSS, llevó a que «en forma
tardía y a regañadientes» la ciencia económica admitiera, con el análisis
keynesiano, «que son inherentes al sistema capitalista la inestabilidad, una
fuerte tendencia hacia el estancamiento y la subutilización crónica de los
recursos humanos y materiales» (p. 24), sin embargo «no pasó de ser el esfuerzo
supremo, por parte del pensamiento económico burgués, para descubrir una manera
de salvar al sistema capitalista pese a sus síntomas manifiestos de decadencia
y desintegración» (p. 24).
La
guerra y la prosperidad de los años de postguerra hicieron olvidar las
dificultades pasadas. «Claro está que esta regresión probablemente durará poco
tiempo (...) los impedimentos al progreso económico, que son inherentes al
sistema capitalista, tendrán que reaparecer con fuerza renovada y mayor
obstinación» (p. 25). La decadencia del capitalismo y su transformación en
socialismo, es para Baran un proceso irreversible, que se producirá
necesariamente y con independencia de lo que hagan los individuos y los
Estados, que sólo pueden retrasar esa hora, pero no impedirla ni dar otro giro
a la historia.
II. (Incompatibilidad
entre el crecimiento económico y el sistema capitalista) (p. 25)
Después
de la segunda Guerra Mundial, habría tenido lugar «la confluencia histórica de
la agitación de los países subdesarrollados con el avance espectacular y la
expansión del cuerpo socialista del mundo» (p. 26); esto, junto con la rápida
recuperación económica de la Unión Soviética, serían «la prueba decisiva de la
fuerza y viabilidad de una sociedad socialista» (p. 26). De todo ello deduce
Baran que «las condiciones indispensables para el desarrollo económico, tanto
en los países capitalistas avanzados como en los atrasados, entran
continuamente en conflicto con el orden económico y político del capitalismo y
del imperialismo» (p. 27). De ahí «la incompatibilidad entre un crecimiento
económico sostenido y el sistema capitalista» (p. 27), por lo que concluye «que
la planeación económica socialista representa la única solución racional del
problema» (p. 28).
«Las
cosas empeoran cuando se trata del desarrollo económico de países subdesarrollados»
(p. 28), ya que resulta «profundamente adverso a los intereses dominantes de
los países capitalistas más avanzados» (p. 28), y así éstos se oponen
«amargamente a la industrialización de los llamados 'países fuentes' y al
surgimiento de economías industriales integradas en las regiones coloniales y
semicoloniales» (p. 28). Aunque «aparentan favorecer el desarrollo económico de
los países atrasados» (p. 29), este desarrollo es tan lento que resulta absorbido
«por el rápido crecimiento de la población, por la corrupción de los gobiernos
locales, por el despilfarro de recursos que hacen las clases dirigentes de los
países subdesarrollados y por el retiro de ganancias que llevan a cabo los
inversionistas extranjeros» (p. 30). Por lo que, concluye, el desarrollo «puede
lograrse únicamente a través de una lucha firme contra las fuerzas
conservadoras y retrógradas, a través de un cambio de la estructura social,
política y económica de una sociedad atrasada y estancada» (p. 30).
Las
ideas que Baran ha expuesto en esta sección son las que va a desarrollar a lo
largo de todo el libro. Interesa de momento resaltar que toma como afirmación
incontrovertible que sólo existen dos posibles concepciones reales del mundo:
el capitalismo y el socialismo; y, rechazado el primero —por el estancamiento
económico que produce— a través de una «lucha firme», no queda más remedio que
abocar en el segundo, cuya validez está respaldada por el éxito que, según él,
ha obtenido.
III. (Esfuerzos
para mantener el statu quo) (p. 31)
Las
fuerzas sociales capitalistas «están dedicando ahora muchas energías al intento
de demostrar que los propios países capitalistas avanzados han llegado a su
actual nivel de desarrollo por un proceso de crecimiento lento y espontáneo,
dentro de la estructura del orden capitalista y sin grandes choques y
levantamientos revolucionarios» (p. 32); «hacen poca mención (...) del papel
desempeñado en la evolución del capitalismo occidental por la explotación de
los hoy países subdesarrollados» (p. 32); «explican el atraso de los países
atrasados como resultado inevitable del crecimiento 'excesivo' de su población»
(p. 33); «omiten las irracionalidades del capitalismo monopolista y del
imperialismo que bloquean el desarrollo económico» (p. 34); y «se pone poco
énfasis en el estudio de la experiencia única de desarrollo rápido, obtenida en
la URSS y en otros países del sector socialista» (p. 34).
Conviene
tener presente que algunas de las acusaciones al capitalismo son ciertas, como
p. e. la que se refiere al control de natalidad (que volverá a mencionar más
tarde). Pero también se ha de tener en cuenta que así como la verdad es una,
los errores son múltiples y no sólo se oponen a la verdad, sino también entre
sí; por tanto, el que el marxismo denuncie errores evidentes, no lo califica
sin más como acertado. Estas denuncias de errores ciertos, pueden sorprender a
un lector ingenuo y hacerle pensar que el marxismo tiene una parte de verdad:
hay errores que sencillamente contrarían a otros errores. La verdad está por
encima y fuera de unos y otros.
IV. (Desarrollo
económico y sus factores) (p. 35).
«Permítaseme
definir el crecimiento —o desarrollo— económico, como el incremento de la
producción per capita de bienes materiales en el transcurso del tiempo»
(p. 35). Después de examinar la dificultad de medir este incremento, indica que
en el desarrollo influyen los siguientes procesos: introducción de recursos no
usados previamente, mejora de la organización, reemplazamiento de los equipos
por otros más eficaces, y/o nuevas instalaciones productivas.
De
los cuatro procesos «poca duda cabe acerca de que la aplicación económica del
conocimiento técnico creciente y la inversión neta en instalaciones productivas
adicionales, han sido las fuentes más importantes del crecimiento económico»
(p. 37). Es en el último de estos procesos, donde se necesita una inversión
neta, que «puede efectuarse únicamente si la producción total de la sociedad excede
a lo que se usa en su consumo corriente y en reparar el uso y el desgaste
causados en las instalaciones productivas empleadas durante el período en
cuestión. Por consiguiente, el volumen y la naturaleza de la inversión neta que
se efectúa en una sociedad en un tiempo dado, depende del tamaño y del
modo de utilización del excedente económico generado en el proceso
productivo» (p. 38). En definitiva, el desarrollo económico dependería de la
diferencia entre lo que produce y lo que consume la sociedad. Pero ¿por qué y
para qué produce o consume una sociedad?: a esto no nos da respuesta. Porque
evidentemente no lo es explicarlos por sí mismos, a menos que se piense en la
economía como la ciencia suprema.
Capítulo II:
EL CONCEPTO DE EXCEDENTE ECONÓMICO (p. 39).
Establecido
que el desarrollo depende del excedente económico generado, Baran pasa a
estudiar este excedente distinguiendo entre el que se produce de hecho, y el
que podría producirse (excedente económico potencial); para intentar medir el
excedente potencial apela a la «razón objetiva».
I (Excedente
económico real y potencial) (p. 39).
«El
excedente económico real es la diferencia entre la producción real
generada por la sociedad y su consumo efectivo corriente. Es, por lo
tanto, idéntico al ahorro corriente o acumulación, y toma cuerpo en los activos
de diversas clases » (p. 39). «El excedente económico potencial es la
diferencia entre la producción que podría obtenerse en un ambiente
técnico y natural dado con la ayuda de los recursos productivos utilizables, y
lo que pudiera considerarse como consumo esencial» (p 40). La diferencia entre
ambos excedentes, «aparece bajo cuatro aspectos distintos (...) consumo
excesivo de la sociedad (...) existencia de trabajadores improductivos (...)
organización dispendiosa e irracional del aparato productivo (...) existencia
del desempleo» (pp. 40-41).
II. (La
«razón objetiva» y el consumo excesivo) (p. 41)
En
la sociedad capitalista, según Baran, «la economía niega toda 'respetabilidad'
a la distinción entre consumo esencial y no esencial, entre trabajo productivo
e improductivo, entre excedente real y potencial» (p. 42). Entremezclada con
párrafos en que pone de manifiesto su concepto de la historia como mero hacerse
del hombre, indica lo que sería razón de lo anterior: la «economía del
bienestar» se dedica «a algo que se acerca mucho a una introspección
compulsiva: determinar en qué medida la organización económica existente
satisface las reglas de juego establecidas por la organización económica
existente» (pp. 44-45), en lugar de dejarse guiar por la «razón objetiva».
No
obstante en algunos casos, por ejemplo «en tiempos de guerra, cuando la
victoria se transforma en el interés principal de la clase dominante», actuaría
conforme «a lo que en esas circunstancias constituye la razón objetiva (...)
bien sea que se trate del servicio militar obligatorio, de controles económicos
para la guerra (...) Sin embargo, en cuanto pasa la emergencia (...) el
pensamiento burgués se retira precipitadamente de cualesquiera posiciones
avanzadas que temporalmente haya logrado y cae nuevamente en su estado habitual
de agnosticismo e 'inteligencia' práctica» (p. 47). Un examen de estas
circunstancias permite decir a Baran que «lo que constituye el 'consumo
excesivo' en una sociedad podría ser fácilmente establecido» (p. 47). Es de notar
que más adelante (Cap. III § VI) intenta demostrar que el capitalismo en los
países avanzados frena el desarrollo por la falta de inversión (que sigue a una
falta de demanda); sin embargo aquí anima a rebajar el consumo y por ende la
demanda[3]
a niveles muy bajos.
III. (Los
trabajadores improductivos, la organización irracional y el desempleo) (p.
48)
Los
«trabajadores improductivos están ocupados en fabricar armamentos, artículos de
lujo de todas clases, objetos de ostentación conspicua y de distinción social.
Otros son funcionarios gubernamentales, miembros del cuerpo militar, clérigos,
abogados, especialistas en evasión fiscal, expertos en relaciones públicas,
etc. Otros grupos más de trabajadores improductivos son los agentes de
publicidad, los corredores de bolsa, comerciantes, especuladores y similares»
(p. 50).
La
irracionalidad de la organización productiva aparecería, bien «por la pequeñez
irracional de las empresas» (p. 55), bien por «el desperdicio que hacen los gigantes
monopolistas» (p. 55). También entraría aquí «el beneficio que podría obtener
la sociedad de la investigación científica, si su dirección y explotación no
estuviesen sometidas al control de empresas en busca de ganancias o de
gobiernos orientados hacia la producción de armamentos» (p. 55). El último
aspecto es el desempleo, que «siempre ha mantenido a la producción total muy
por abajo de lo que podría haberse alcanzado en una sociedad organizada de
manera racional» (p. 59).
Está
claro que para Baran el desarrollo económico es un bien absoluto, cuya
consecución implica de continuo los mismos sacrificios que los tiempos de
guerra, y considera inútiles a todas las personas que no están directamente
ocupadas en su aumento. No entramos, por ahora, en su crítica, basta apuntar un
interrogante: ¿qué ocurriría en una familia que se propusiera como meta
primordial el crecimiento económico?
IV. (La
solución) (p. 59)
Termina
el capítulo con una página y media en donde se afirma que todos los problemas
se solucionarían en un régimen socialista, con «un plan racional que expresará
lo que la sociedad quiera producir, consumir, ahorrar e invertir en un tiempo
dado» (p. 60).
Capítulo III: ESTANCAMIENTO Y DESARROLLO DEL CAPITALISMO MONOPOLISTA (I) (p. 62)
Pasa
ahora el autor a desarrollar sus ideas sobre el funcionamiento del mundo
capitalista, para intentar demostrar que necesariamente tiende al
estancamiento. Los Cap. III y IV los dedica al capitalismo de los países
desarrollados, comenzando (Cap. III) por ver cómo ha evolucionado este sistema
hasta llegar al punto muerto: hace un esquema del funcionamiento de la economía
capitalista, comenta cómo han cambiado los factores del desarrollo, para
concluir que la inversión tiende a disminuir y por tanto a paralizar el crecimiento.
I. (Política
económica capitalista) (p. 62)
Baran
hace un esbozo del modus operandi al comienzo de la economía
capitalista: el empeño del empresario «para acumular y ampliar sus empresas,
forzosamente serviría de motor a la expansión de la producción total. La
competencia forzaría constantemente a los hombres de empresa tanto a mejorar
sus métodos de producción, a promover el progreso técnico y a darle aplicación
completa a sus resultados, como a incrementar y diversificar la producción
(...) el despilfarro y la irracionalidad serían eliminados del proceso
productivo» (p. 63). «De esta máxima producción, la mayor parte debería
constituir el excedente económico. La competencia entre los obreros impediría
que aumentasen los salarios por encima del mínimo de subsistencia» (p. 63). Se
eliminarían los trabajadores improductivos; además «los gastos enormes en
propaganda, los excesos de capacidad, los departamentos legales o de relaciones
públicas, no entraban en el modelo de una economía que se pensaba iba a estar
compuesta de empresas relativamente pequeñas» (p. 64).
«Todavía
más importante era la restricción prevista, si no es que la desaparición, de lo
que entonces se consideraba como uno de los succionadores más voraces del
excedente económico, a saber, la red gubernamental corrupta, dispendiosa e
ineficaz que databa de la era feudal» (p. 65). Además había razones para
suponer «la frugalidad y el deseo de invertir (...) del empresario capitalista»
(p. 66): el mecanismo competitivo, los hábitos de trabajo asiduo y de ahorro, y
el «espíritu capitalista» ligado al protestantismo y puritanismo. Una vez que
el progreso técnico disipó los temores de la ley de rendimientos decrecientes,
«el único problema con que se enfrentaba la sociedad, era la creación y el mantenimiento
de las instituciones sociales y políticas que permitiesen funcionar
armoniosamente al mecanismo capitalista» (p. 68).
Parece
interesante retener lo que es para Baran la inspiración de toda economía —y de
todo individuo— no marxista: eso es lo que luego criticará; por ende su crítica
—en lo que tiene de denuncia cierta de errores— no sólo queda corta al no
llegar a la raíz del mal, sino que afecta únicamente a quienes no se muevan por
otros motivos que los aquí aludidos. Por otra parte, lo que se propone a cambio
es aún peor.
II. (Utilización
de los recursos en la sociedad capitalista) (p. 68).
El
autor estudia ahora cómo han evolucionado las condiciones del desarrollo
económico en el capitalismo. Respecto a la primera condición —utilización de los
recursos—, examina el crecimiento económico de los Estados Unidos antes y
después de la Guerra Civil, e indica: «aunque parezca que las tasas de
crecimiento de la producción per capita de los Estados Unidos eran
menores antes de la Guerra Civil que después de ésta (...) aparentemente no hay
duda entre los expertos acerca de que las tasas de crecimiento disminuyeron
notoriamente a partir de la Guerra Civil» (p. 70). Y concluye «por
consiguiente, nuestra primera condición apenas si se ha cumplido en el curso
del desarrollo capitalista. No fue observada durante su etapa competitiva y ha
estado cada vez más lejos de realizarse en su fase monopolista avanzada» (p.
72).
Conviene
observar que, como es habitual, no se trata de un dato sino de una
interpretación que, además, está en contra del dato que él mismo dice: aunque
parezca que el crecimiento era menor antes de la Guerra Civil, no hay duda que
el crecimiento disminuyó notoriamente a partir de la Guerra Civil.
III. (Aumento del consumo) (p. 72)
La
segunda condición «exigía, como se recordará, un nivel de salarios (y
correlativamente, un nivel de consumo masivo) tal, que el excedente económico
obtenible del ingreso total desigualdad de la distribución de las ganancias,
hace que sólo una porción relativamente pequeña del excedente económico
generado en condiciones de ocupación fuese el mayor posible» (p. 72). Ahora
bien, la participación relativa que ha tenido el ingreso por trabajo respecto
al ingreso total de la sociedad, se ha mantenido prácticamente constante[4];
y por otra parte, según Baran, la tendencia monopolista ha sido creciente[5].
De lo que concluye: «Aunque en el capitalismo monopolista el excedente
económico es mucho mayor en términos absolutos que en el capitalismo competitivo,
es notoriamente inferior al mayor excedente posible, definiendo este
último como la diferencia entre la producción en condiciones de ocupación plena
y algún nivel mínimo de subsistencia fisiológica del consumo masivo» (p.
78-79).
Por
otra parte, «la diferencia principal entre el capitalismo monopolista y
competitivo, se encuentra en la distribución del excedente económico
entre sus receptores» (p. 79).
IV. (La
falta de inversión) (p. 79)
La
última conclusión de la sección anterior permite decir a Baran que, aunque los
actuales capitalistas no sean tan sobrios como «sus antecesores puritanos (...)
la impresionante total se oriente hacia el consumo de los capitalistas (...)
por consiguiente, la proporción del excedente económico que es retenida por las
corporaciones y está disponible para la inversión, no es tan sólo grande sino
que se incrementa notoriamente en los períodos de prosperidad» (p. 80).
A
partir de aquí realiza una larga disgresión, que a veces es difícil de seguir
por los avances y retrocesos en el hilo de su razonamiento, para explicar por
qué este excedente económico no se invierte en su totalidad. La ciencia
económica contemporánea lo atribuirá «no a causas inherentes al funcionamiento
de la maquinaria económica, sino a la acción de factores externos a ésta» (p.
83). Pero, según Baran, «ni la baja de la tasa de crecimiento de la población,
ni la desaparición de la llamada frontera, ni los supuestos cambios en el
tiempo y en la naturaleza del progreso técnico, que constituyen la parte
central de esta argumentación, pueden proporcionar tal explicación» (p. 83).
V. (La
inversión en el capitalismo competitivo) (p. 91)
La
explicación la encuentra en los principios rectores de la economía capitalista,
especialmente en su tendencia al monopolio y oligopolio. En la época
competitiva «las ganancias totales deberían repartirse necesariamente en un
gran número de pequeñas porciones, aunque desiguales entre sí. Más aún, no sólo
las diferencias entre las ganancias absolutas, obtenidas por las empresas
individuales, deberían ser comparativamente pequeñas, sino que las tasas de
utilidades en relación al capital invertido deberían tender a ser
aproximadamente iguales» (p. 91). Así pues, había una sobreabundancia de
inversión, porque «además de ofrecerle el atractivo de las ganancias
adicionales, el sistema competitivo amenaza con el garrote de la bancarrota
para promover y reforzar la inversión y el progreso técnico» (p. 92). Es más,
esto llevó consigo un «excesivo volumen de inversión durante la fase competitiva
del capitalismo. El resultado fue una utilización dispendiosa del excedente
económico» (p. 94).
VI. (La
inversión en el capitalismo monopolista) (p. 95)
El
tema se agravaría «en la actual etapa monopolista del desarrollo del
capitalismo» (p. 95), pues las empresas, al no estar «expuestas al cortante
viento de la competencia» (p. 97), tenderán a «posponer la nueva inversión
hasta que haya sido amortizado el equipo disponible» (pp. 97-98). Esta
tendencia es válida para todo el capitalismo, la diferencia estriba en que «la
empresa competitiva estará obligada por la competencia (...) en tanto
que la empresa monopolista no está expuesta a esta presión» (p. 99), porque
«una guerra de precios a muerte entre los gigantes oligopolistas, requerirá
cantidades de capital tan grandes e involucrará riesgos tan enormes, que se
prefiere el arreglo a la lucha ruinosa» (p. 102). Por eso, concluye el autor,
«el monopolista y el oligopolista se vuelven necesariamente cada vez más cautos
y circunspectos en sus decisiones de inversión, sin encontrar en ninguna
situación el incentivo necesario para reinvertir sus utilidades en su
propia empresa» (p. 102); las mismas razones hacen desistir la inversión a
nuevos posibles oligopolistas.
«La
empresa monopolista u oligopolista 'que se ahoga' en sus ganancias, busca
emplearlas en las empresas competitivas» (p. 103) y trata de estructurarlas a
su manera. «El resultado es que el monopolio y el oligopolio se extiende de una
a otra rama de la economía» (p. 104). Y cuando se reduce el sector competitivo,
el escape es «fundar nuevas industrias que, a semejanza de la mayor parte de
las regiones de África en los principios del siglo XIX, todavía no son
propiedad de ninguna gran potencia» (p. 105).
Nótese
que el autor no concede ningún recurso a otras inspiraciones que no sean la
económica: en este sentido ha descrito con realismo la sensación de asfixia que
produce un comportamiento basado en esa premisa; pero esta inspiración no sólo
se da en los sectores materialistas del mundo occidental, sino también —y
además con un fundamento más teórico— en el marxismo.
VII. (Conclusión)
(p. 105)
Baran
resume el capítulo diciendo que «en cualquier situación dada, el volumen
de la inversión tiende a ser menor que el volumen del excedente económico que
se obtendría en condiciones de ocupación plena. Hay, por lo tanto, una
tendencia hacia el estancamiento y el desempleo, una tendencia hacia la
sobreproducción» (p. 106). Indica que a este hecho «por lo general se le da una
interpretación distinta (...) Sin embargo, a la luz de la exposición anterior,
parecería que esta línea de razonamiento descuida completamente la dialéctica
histórica de todo el proceso» (p. 106). Y así hay que concluir, según él, que
el capitalismo «tiende a convertirse económica, social, cultural y
políticamente, en una fuerza retrógrada que obstaculiza y corrompe un mayor
desarrollo» (pp. 106-107).
Puede
ser interesante repasar algunas estadísticas económicas tomadas del Atlas
preparado por el Banco Mundial[6]:
Países
|
(1) |
(2) |
|
Países |
(1) |
(2) |
EE. UU |
4.240 |
3,2 |
|
Bulgaria |
860 |
6,7 |
Francia |
2.460 |
4,8 |
|
Rumania |
860 |
7,5 |
Alemania Or. |
1.570 |
4,1 |
|
Hong Kong |
850 |
8,7 |
Israel |
1.570 |
5,3 |
|
Grecia |
840 |
6,2 |
Libia |
1.510 |
21,7 |
|
España |
820 |
6,5 |
Japón |
1.430 |
10,0 |
|
Panamá |
660 |
4,8 |
Italia |
1.400 |
4,7 |
|
Yugoslavia |
580 |
4,6 |
Checoslovaq |
1.370 |
3,9 |
|
México |
580 |
3,4 |
URSS |
1.200 |
5,6 |
|
Portugal |
510 |
4,9 |
(1)
PNB per capita en US $ (1969).
(2)
% de crecimiento medio anual (1960-69).
El anterior cuadro es necesariamente parcial, en aras a la brevedad; resulta conveniente indicar un par de datos más: el país socialista de mayor renta (Alemania Oriental), ocupa el 15° lugar, y la URSS el 23°; China comunista, con menos de 100 $ de renta crece a un ritmo de 0,8 por 100, mientras que China nacionalista, con 300 $, lo hace al 6,3 por 100. En estos datos, no se observa un estancamiento tan profundo como quiere Baran de las economías no socialistas: para los mismos niveles de renta, hay países capitalistas que crecen más velozmente que los correspondientes socialistas.
En
realidad, el problema está mal planteado desde su raíz: situar el grado de
bondad o maldad, progreso o retroceso, de un país en su crecimiento económico,
no es un planteamiento acertado y propio de la dignidad del hombre. Pero si se
trata de hacer comparaciones, y se decide tomar un rasero tan bajo en relación
a la felicidad humana como es el grado de desarrollo económico, en todo caso la
comparación no favorece a los países socialistas. Si, por un imposible, la
felicidad última del hombre se identificase con el progreso económico, tampoco
interesaría vivir en un país marxista.
Capítulo IV: ESTANCAMIENTO Y DESARROLLO DEL CAPITALISMO MONOPOLISTA (II) (p. 108)
En
este segundo capítulo dedicado a los países desarrollados, el autor procura
demostrar que el capitalismo tiene una dinámica interna muy precaria y, por
ende, que una vez llegado al estancamiento no podrá salir de él: después de
alcanzar el control estatal, los esfuerzos económicos que realicen los sectores
burgueses tendrán más éxito cuando se apliquen a la industria bélica, lo que
contribuirá además a que crezcan sus afanes imperialistas; pero a fin de
cuentas, piensa Baran, el despilfarro en armamento producirá un equilibrio cada
vez más inestable y el irremediable derrumbamiento de la sociedad capitalista.
I. (Imposibilidad
de una dinámica interna capitalista) (p. 108)
El
estancamiento del capitalismo no se puede romper, según el autor, por la
dinámica interna, pues aunque sea «considerable el gasto de las corporaciones
en actividades no productivas» (p. 112): relaciones públicas, publicidad, etc.,
«este incremento no basta para reducir adecuadamente el volumen del excedente
económico disponible (...) Se requieren 'impulsos del exterior' más
premeditados para que la economía del capitalismo monopolista sea capaz de
abandonar el punto muerto al que ha llegado» (p. 113).
II. (Asalto
capitalista del control estatal) (p. 113)
Al
principio de la época capitalista «el Estado realizó en forma enérgica e
inequívoca su función básica, a saber, el mantenimiento y protección del orden
capitalista» (p. 114); mientras los capitalistas eran muchos y poco importantes
«el Estado podía satisfacer su mandato común de proteger y fortalecer al
propio orden capitalista en contra de los ataques de las clases explotadas» (p.
114). Pero con el avance del monopolio, los grandes empresarios pudieron
«apoderarse del Estado» y despojar «a la pequeña burguesía de toda
independencia política y moral, haciéndola un instrumento obediente en manos de
sus nuevos amos monopolistas» (p. 116); las oposiciones que se generaron —de la
corriente populista y de la democracia burguesa— no fueron muy importantes.
Mientras
tanto, «el desmembramiento de la economía capitalista en la década de los
treinta, comprometió en forma irrevocable el concepto de automatismo del
mercado» (p. 118). «Se hizo imperativa la necesidad de cierta acción
gubernamental para mitigar, por lo menos, los aspectos más degradantes de la
situación» (p. 118). Para los capitalistas, el programa de ocupación plena
realizado por el Gobierno, «tenía todas las virtudes de lo que desplazaba y
ninguno de sus defectos más obvios (...) aseguró altas ganancias al capital
monopolista y al mismo tiempo prometió buenos ingresos a la 'nueva clase
media', cada vez más importante política y socialmente» (pp. 119-120). Poco a
poco, «individuos que gozaban de la confianza de las grandes empresas comenzaron
a desplazar a los elementos sospechosos que se habían infiltrado en el gobierno
con la ola populista de 1932» (p. 120), hasta que «el control del gobierno por
parte de las corporaciones fue restablecido totalmente» (p. 120). Según Baran,
este impulso por asegurarse el control sobre el Estado, no proviene «de las
ambiciones de poder del capital monopolista o de su avidez de puestos públicos»
(p. 122), sino de que «lo que está en juego son los intereses vitales del
capital monopolista, aquellos que de hecho afectan su propia existencia» (p.
122).
III. (Posibilidades
para una intervención estatal) (p. 122)
Plantea
ahora Baran un problema al capitalismo, con cinco posibles soluciones, y
observa que la única con garantía de éxito es la intervención económica en
países extranjeros, cuya consecuencia inmediata sería el desarrollo de la
industria bélica para apoyar tales intervenciones. El lo ve así: «Cuando la
demanda total (...) es menor que la producción total en condiciones de
ocupación plena, el gobierno se enfrenta con cinco posibilidades distintas (o
alguna combinación de éstas). La primera es permitir cualquier desempleo que se
produzca y dejar que la producción se ajuste al volumen de la demanda efectiva
(...), la irracionalidad manifiesta y la explosividad política y social de este
camino lo hace inaceptable, no sólo para la sociedad en su conjunto, sino para
todos los grupos y facciones decisivas de la clase capitalista» (p.122).
Aunque, por otra parte, «la existencia continua de un ejército industrial de
reserva es indispensable para mantener a los trabajadores en su lugar, para
asegurar la disciplina de trabajo de la empresa capitalista» (p. 123); «de ahí
que un gobierno controlado por el capital monopolista no conduzca su política
de ocupación plena en forma tal que realmente la logre» (p. 124).
«Otra
posibilidad sería reducir la producción mediante una disminución general del
número de horas trabajadas» (p. 126). Pero «un intento para obligar a una tal
reducción por parte del gobierno —si tal intento pudiese esperarse de un
gobierno dominado por la clase capitalista— encontraría una enconada oposición
no sólo por parte de las empresas, sino también por parte de las masas
trabajadoras, que difícilmente podrían resistir una disminución en los salarios
reales» (p. 127).
Descartadas
las anteriores posibilidades, «el equilibrio (...) puede asumir la forma de un
gasto gubernamental en consumo adicional, individual o colectivo» (p. 127):
mediante subsidios individuales que, sin embargo, «son totalmente incongruentes
con el espíritu del capitalismo y desagradan a los intereses dominantes» (p.
128), o por medio de «las contribuciones estatales al consumo colectivo»
(p. 128): construcción de carreteras, hospitales, etc., pero que
«tropieza con la seria resistencia de los estratos de altos ingresos para
costear con sus impuestos el establecimiento de instalaciones que ellos mismos
usarán poco» (p. 129). «Esto nos lleva al cuarto método posible de intervención
estatal, a saber, la inversión en instalaciones productivas» (p. 130); sin
embargo, «todas las consideraciones que impiden a las empresas monopolistas
invertir ellas mismas sus desbordantes ganancias, excluyen a fortiori la
tolerancia para dicha inversión gubernamental» (p. 130). Por eso, «donde el
gobierno tiene 'permiso' para invertir es en las esferas de actividad que,
hasta ese momento, están fuera de toda explotación comercial (...) Pero en el
caso de que esta acción tenga éxito en sus primeras fases, el desarrollo
posterior y los beneficios que resulten de ella deben traspasarse rápidamente a
las empresas privadas» (p. 130). El mismo desarrollo de la economía conduciría
así —sin posible alternativa voluntaria— a la nueva era comunista; pero este
proceso se puede detener aún por poco tiempo —continúa Baran— mediante el
dominio político sobre los países en desarrollo. Es la clásica tesis de Lenin.
que expone a continuación.
IV. (Política
extranjera del monopolio) (p. 131)
La
última posibilidad para igualar la demanda global a la oferta total, es la
exportación; es cierto que «en las condiciones competitivas funcionaba un
cierto mecanismo automático que imponía una seria limitación a la actividad del
comercio exterior» (p. 132). Este automatismo «ya no representa un obstáculo
real para los esfuerzos de una empresa monopolista u oligopolista» (p. 134):
puede ofrecer préstamos, organizar presiones ante una manifestación hostil del
gobierno importador, y realizar grandes inversiones para asegurarse la materia
prima de los países-fuente.
«Confiada
en el apoyo económico, diplomático y militar de su gobierno nacional, la
empresa oligopolista que opera en el mercado mundial se ve tentada,
irresistiblemente, a tratar de conquistar una porción mayor de éste» (p. 136).
Además, «los impedimentos a la inversión extranjera que surgen de las
incertidumbres políticas, del peligro de levantamientos sociales o de la
alharaca de los gobiernos de los países dependientes, frecuentemente pueden ser
superados con la ayuda de los gobiernos de las potencias imperialistas» (p.
137)[7].
V. (Los
gastos militares) (p. 139)
«El
monto del excedente económico que se absorbe 'automáticamente' a través de las
relaciones económicas con el exterior, no proporciona ni siquiera una medida
aproximada de su importancia para las economías de las potencias imperialistas»
(p. 139); efectivamente, según el autor los gastos para mantener la política
imperialista «al proporcionar un amplio escape para el desbordante excedente
económico (...) se transforma en la forma central de los 'gastos exhaustivos'
del gobierno, en la médula de la intervención estatal a favor de la 'ocupación
plena'» (pp. 141-142). «El gasto gubernamental en gran escala para propósitos
militares aparece así como esencial para la sociedad en su conjunto, para todas
sus clases, grupos y estratos (...) atrae al movimiento obrero, satisface las
exigencias de los agricultores, da gusto al 'público grueso' y ahoga en su nido
toda oposición al régimen del capital monopolista» (p. 142).
VI. (Espiral
de estancamiento del capitalismo) (p. 142)
Pero
la fachada de prosperidad que así se logra es muy engañosa, pues «como sucede
con muchos otros narcóticos, la aplicabilidad de estas inyecciones es limitada
y su efecto de muy corta duración. Y lo que es peor, con frecuencia agrava la
condición a largo plazo del paciente» (p. 144). Así pues, cuando se alcanza «la
nueva 'situación dada', el exceso de capacidad es más grande y los incentivos
para invertir son consecuentemente más débiles, mientras que el excedente
económico de la sociedad no sólo es mayor en términos absolutos, sino que
representa una parte más grande de la producción total y del ingreso» (p. 146)[8].
VII. (Financiación
de los gastos estatales) (p. 146)
«El
procedimiento más sencillo para financiar dicho gasto parecería ser un franco
déficit presupuestal» (p. 146), que conduciría a la inflación y que, por tanto,
resulta «un método inadecuado de financiamiento» (p. 148). Podría ser
compensado por ingresos fiscales, pero también resulta inadecuado cuando el
gasto «tenga que hacerse muy grande y debe ser financiado dentro de la
estructura de un presupuesto equilibrado» (p. 149).
Baran
hace aquí un paréntesis, para estudiar cómo se comportará una reducción de
impuestos en el nivel de ingreso y de ocupación, y concluye después de un largo
razonamiento que «la reducción de impuestos es probable que aumente los ahorros
personales y de las corporaciones y no que aliente un mayor volumen de
inversión» (p. 151)[9].
Después
de este inciso indica que, «cualquiera que haya sido la forma en que se
financió el gasto gubernamental» (p. 151), «cuando se ha creado una gran
industria de armamentos y el crecimiento de la demanda y de la 'confianza' han
provocado una gran inversión, las posibilidades de nuevas inversiones
'inducidas' se reducen sensiblemente» (p. 152).
VIII. (Conclusión)
(p. 152)
«De
lo anterior se desprende que la estabilidad del capitalismo monopolista es muy
precaria (...) equivale de hecho a un continuo despilfarro del excedente
económico de la nación y no conduce al mejoramiento del ingreso real de la población»
(p. 152). Para que ésta soporte la presión fiscal «se hace cada vez más urgente
una 'preparación' ideológica sistemática de la población que asegure la lealtad
de ésta al capitalismo monopolista (...) es necesario el martilleo sistemático
de las mentes con la existencia de un peligro extraño. Se lleva a cabo una
incesante campaña de propaganda oficial y semioficial, financiada por el
gobierno y las grandes empresas, con objeto de producir una casi total
uniformidad de opinión acerca de los problemas importantes. Un complicado
sistema de presiones económicas y sociales se desarrolla a fin de silenciar el
pensamiento independiente y ahogar toda expresión científica, artística o
literaria que se juzgue 'indeseable' (...) El no conformismo y la no obediencia
a la 'cultura' del capitalismo monopolista, conduce a la pérdida del empleo, al
ostracismo social y a un acoso sin fin por parte de las autoridades» (p. 153)[10].
Para
mantener esta tensión, se aviva la guerra fría, se realizan pequeñas acciones
de policía, y se crea una atmósfera de peligro. Sin embargo «la situación de ni
guerra ni paz, manteniendo un equilibrio precario al borde del abismo, no
proporciona una solución a largo plazo a los problemas básicos del capitalismo
monopolista» (p. 156)[11].
Es
cierto que una economía basada exclusivamente en el lucro personal, no puede
conducir al bien de la sociedad: la idea de Adam Smith[12]
sobre la mano invisible que dispone las cosas de modo que, aun buscando
cada uno su propia ventaja, tenga como resultado final la prosperidad para
todos, hace tiempo que fue desechada en economía[13]:
el egoísmo, la ambición, la avaricia, etc., tienen un reflejo negativo en la
conducta humana, también en la economía, y de suyo tienden a la destrucción de
la sociedad más que a su armonía. La justicia, el altruismo y la magnanimidad
no se dan espontáneamente, es preciso cultivarlas; y hacen falta convicciones
más altas que el progreso económico, para decidirse a hacerlo. Por tanto, el
problema que se debe plantear al capitalismo (§ III), no debe tener su
fundamento en el progreso económico, so pena de caer en las contradicciones y
negaciones de la evidencia, que hemos puesto de relieve.
Capítulo V: LAS RAÍCES DEL ATRASO (p. 158)
El
autor dedica los tres próximos capítulos al estudio del desarrollo en los
países atrasados, con el propósito de demostrar que también en ellos se produce
un estancamiento en el desarrollo. Empieza tratando de explicar por qué ha
existido un diferente crecimiento económico en los diversos países capitalistas,
y concluye que la causa es la usurpación llevada a cabo por los países de
Europa Occidental: con los casos de la India y el Japón intenta ejemplificar
sus ideas.
I. (Por
qué el atraso de las zonas subdesarrolladas) (p. 158)
Inserta
el siguiente cuadro (p. 160) para tener una idea de la situación existente en
los países subdesarrollados, en el mundo de 1949[14].
|
Ingreso mundial (%) |
Población (%) |
Ingreso Per capita |
Países de alto ingreso |
67 |
18 |
Dls. 915 |
Países de mediano ingreso. |
18 |
15 |
Dls. 310 |
Países de bajo ingreso |
15 |
67 |
Dls. 54 |
«Inmediatamente
surge la pregunta ¿cómo es posible que en los países capitalistas atrasados no haya
habido ningún adelanto conforme al desarrollo capitalista, similar al que ha
existido en la historia de los otros países capitalistas?» (p. 160). Baran
indica que la pobreza de recursos naturales y el desarrollo de la navegación en
Europa Occidental, impulsó a buscar esos recursos —especias, té, cerámica,
metales preciosos, etc.— en otros países; y «trajo como consecuencia la rápida
formación de enormes fortunas por los mercaderes (...) Los mercaderes ricos
entraron a las manufacturas para asegurarse un abastecimiento barato y continuo
(...) Pero lo más importante de todo fue que el Estado, bajo el control
creciente de los intereses capitalistas, se hizo cada vez más activo en la
ayuda y promoción a los incipientes empresarios» (p. 163).
En
algunos lugares —Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda—, «los europeos
occidentales entraron a un vacío social más o menos completo y se establecieron
en esas regiones, convirtiéndose ellos mismos en sus residentes permanentes
(...) vinieron a las nuevas tierras con el 'capitalismo en sus huesos' (...)
Partiendo de una estructura capitalista, libre de los obstáculos y de las
barreras del feudalismo, esta sociedad pudo entregarse de lleno al desarrollo
de sus recursos productivos» (p. 165). En los otros lugares —Asia y África—,
«los visitantes de Europa Occidental decidieron extraer rápidamente las mayores
ganancias posibles de los países huéspedes, y llevarse el botín a sus países de
origen» (p. 166). «De ahí que los pueblos que cayeron en la órbita de expansión
del capitalismo occidental se encontrasen con el ocaso del feudalismo y del
capitalismo, sufriendo las peores características de ambos y, como si fuese
poco, con todo el impacto de la subyugación capitalista» (p. 168).
II. (El
caso de la India) (p. 168)
Baran,
como buen discípulo de Marx[15],
ejemplifica las ideas anteriores tomando el caso de la India. Con diversos
datos, varias citas de otros autores y algunas suposiciones gratuitas, concluye
que «no debe pasarse por alto que la India, de haberse dejado a sus propias
fuerzas, podría haber encontrado en el curso del tiempo un camino más corto y
seguramente menos tortuoso hacia una sociedad mejor y más rica» (p. 175).
Aunque sean ciertos algunos hechos que señala, resulta poco científico
silenciar por completo, las mejoras que introdujeron los ingleses. No obstante,
un juicio histórico detallado —que Baran no hace— nos llevaría fuera del ámbito
del libro que nos ocupa.
III. (El
Japón) (p. 175)
En
esta sección Baran da su contraprueba: el Japón fue el «único país asiático que
logró escapar al destino de sus vecinos y obtener un grado relativamente
avanzado de desarrollo económico» (p. 176). Sintetiza así la historia reciente
de Japón: «casi no hay duda de que la presión que ejercían las relaciones
capitalistas —que se estaban desarrollando rápidamente— en contra de las
barreras del orden feudal, fue la fuerza básica que condujo a la restauración
Miji» (p. 177). «Como en todas las revoluciones, fue una combinación de grupos
sociales heterogéneos la que llevó a cabo el derrumbamiento del ancien
régime (...) [pero] fue la clase capitalista la que cosechó los frutos
económicos y políticos de la revolución» (p. 178); «el régimen surgido de la
restauración cambió drásticamente la marcha de la economía del país y propició
un gigantesco impulso de la acumulación primaria del capital» (p. 179), «fue un
impulso que sacó a la economía japonesa del estancamiento y la lanzó al camino
del capitalismo industrial» (p. 181).
«¿Qué
fue lo que capacitó al Japón para tomar un curso tan radicalmente distinto al
de todos los otros países que forman en la actualidad el mundo subdesarrollado?
(...) La respuesta (...) se reduce al hecho de que el Japón es el único país de
Asia (y de África y de la América Latina) que se salvó de ser convertido en una
colonia o en una dependencia del capitalismo norteamericano o de Europa
Occidental» (p. 183). En esto influyó «el atraso y la pobreza del pueblo
japonés y lo exiguo de sus recursos naturales» (p. 183), «el hecho de que (...)
los recursos de los países más avanzados de Europa Occidental estaban ya
seriamente abrumados por otros compromisos (...) la rivalidad creciente entre
los gigantes imperialistas ya establecidos y la llegada a la escena mundial de
una nueva potencia imperialista: los Estados Unidos» (p. 184).
«La
posibilidad y la necesidad de detener la amenaza occidental tuvieron un
poderoso impacto en la velocidad y la dirección del desarrollo subsecuente del
Japón» (p. 185). «La correspondencia que existió entre los intereses vitales
del capitalismo japonés y las necesidades militares para la supervivencia
nacional tuvo una importancia capital para fijar la velocidad del desarrollo
económico y político del Japón» (p. 186)[16].
IV. (p. 187)
«De
hecho, si el contacto de los países más avanzados con el mundo atrasado hubiese
sido distinto de lo que fue, si hubiera habido una cooperación y ayuda genuina
en vez de la opresión y la explotación, en ese caso, el desarrollo progresista
de los hoy países subdesarrollados habría marchado con una dilación mucho menor,
con menos fricciones, menos sacrificios y sufrimientos humanos» (p. 187).
Esta
última frase es cierta, en lo que tiene de tautología: si las cosas hubieran
sido mejores, ahora serían mejores. Pero de ahí a que tengamos que pensar que hubieran
sido mejores con un régimen planificado, hay un abismo: la prueba son los
países «colonizados» por regímenes socialistas, cuyo subdesarrollo no tiene
mucho que envidiar.
Para
que el modelo propuesto por Baran fuera cierto, tendría que explicar también la
causa del subdesarrollo de algunos países de Europa que no han sufrido
colonización, y por qué otros países que mantenían muchas riquezas naturales al
alcanzar su independencia, no han obtenido un mayor desarrollo. Igualmente hay
otro punto poco claro: el Japón se libró de ser explotado por su pobreza, ahora
bien los países colonizados no pudieron quedar tan empobrecidos como lo era el
Japón, pues si no —en buena lógica capitalista— se hubiera pasado a colonizar
éste, abandonando a los más empobrecidos; así pues, si Japón era más pobre de
como quedaron los otros, ¿por qué se desarrolló más?
Por
último —siempre dejando para el final la crítica de fondo—, es interesante
notar que no es la economía la que lleva al imperialismo; más bien fueron los
afanes imperialistas y las tensiones políticas los que impulsaron la
industrialización, considerada como base indispensable para la defensa
nacional. Respecto a las ideas marxistas de Rosa Luxemburg y Lenin (precursores
en esto de Baran), se ha escrito: «Esta tesis no puede aceptarse en estos
términos exclusivistas y estrictos. La expansión comercial es insuficiente para
justificar el auge del imperialismo político en el decenio de los setenta y
ochenta. Este había ya comenzado con anterioridad a los aranceles proteccionistas
y antes también de las exportaciones coloniales de capital. Algunos países,
como Rusia e Italia, no tenían ni una producción industrial excedente ni fondos
para invertir en el exterior y, sin embargo, participaron en la expansión
colonial. La fiebre nacionalista, el deseo de mantener o recobrar el prestigio
nacional contribuyó no poco en el colonialismo»[17].
En
definitiva podemos concluir que aunque las ideas de Baran puedan tomarse como
uno de los factores del subdesarrollo en algunos casos, no se pueden tomar, en
absoluto, como única regla, ni como válida para todos los países.
Capítulo VI: HACIA UNA MORFOLOGÍA DEL ATRASO (I) (p. 189)
I. (Excedente
económico generado) (p. 189)
Estudia
ahora Baran cómo funciona la economía en un país subdesarrollado, con el
intento de demostrar que le resulta imposible avanzar en el campo económico. De
las «condiciones 'clásicas' del crecimiento (...), la producción en estos
países ha sido baja y sus recursos humanos y materiales han estado
subutilizados (...) el consumo de la población productiva se ha reducido al
nivel más bajo posible» (p. 189). «La discrepancia se hace mucho más profunda
y, de hecho, decisiva, cuando se llega a nuestras tercera y cuarta condiciones
clásicas, que son las que se refieren al modo de utilización del
excedente económico» (p. 190).
Empieza
tratando de la agricultura: si fuera cierto lo que dice, tendrían razón los
economistas del XIX cuando llamaban a la Economía la ciencia triste. Según
Baran, las parcelas, con una productividad sumamente baja, «no sólo deben
mantener a las familias de los campesinos, sino que también deben soportar el
pago de la renta o de los impuestos, o bien de ambos (...) cubrir los pagos de
los intereses de deudas que han sido contraídas por los campesinos» (p. 190);
además, éstos «explotados por intermediarios de todas clases, obtienen precios
bajos de lo poco que tienen para vender y pagan altos precios por los pocos
productos industriales que pueden comprar» (p. 191). Así, pues, los pequeños
campesinos generan poco excedente económico, y el que obtienen los
terratenientes «no se usa para ampliar y mejorar sus plantas y equipos
productivos» (p. 191), sino para la adquisición de bienes de lujo. «Por consiguiente,
mientras una parte muy elevada del excedente económico generado por la
agricultura se convierte en un excedente potencial, que podría
utilizarse para la inversión si se eliminasen el consumo excesivo y los gastos
improductivos de todas clases, todo el excedente real disponible se
incrusta en los poros de las sociedades atrasadas, haciendo una contribución
insignificante al incremento de la productividad. Sin embargo, sería una
falacia creer que la eliminación del despilfarro y de la mala asignación del
excedente económico, bastarían para generar una marcada tendencia al alza en la
inversión y en la producción agrícolas» (p. 193), pues «una reforma agraria,
cuando se realiza en medio de un atraso general, retardará más de lo que
adelantará el desarrollo económico de un país» (p. 194). De ahí que, únicamente
«si toma el carácter de una revolución agraria, representa un enorme
adelanto en el camino hacia el progreso» (p. 196).
II. (Falta
de inversión industrial) (p. 196)
«Aun
en un país capitalista atrasado, una gran parte del excedente económico total
de la nación corresponde al sector no agrícola» (p. 197)[18].
Una clase de este sector no agrícola son «los comerciantes, los prestamistas y
los intermediarios de todas clases» (p. 197). «Por la naturaleza de sus
actividades, la clase de gente que se mueve en la esfera de la circulación no
opone restricciones a los que quieren entrar (...) [aunque] la competencia
entre ellos es despiadada y, por lo tanto, su promedio de ingresos es bastante
bajo» (p. 198)[19]; de ahí que su ganancia
«sólo puede encontrar una aplicación lucrativa en la esfera de la circulación»
(p. 199), y que no se emplee normalmente en la producción industrial. «Es
evidente que los hoy países subdesarrollados tienen esta característica en común
con la fase primitiva del desarrollo capitalista de Europa Occidental o del
Japón, en donde fuerzas muy potentes tendieron también a impedir la salida de
capitales de la espera de la circulación y en los que, a pesar de todo, la
transición en el uso del capital de los fines mercantiles a los industriales se
realizó en el transcurso del tiempo. Sin embargo, lo que diferencia
radicalmente su situación de la que existió en el pasado histórico de los
países capitalistas avanzados, es la presencia de formidables obstáculos que
impiden el ingreso de estas acumulaciones mercantiles a la esfera de la
producción industrial» (p. 200).
III. (Obstáculos
a la inversión por parte del capitalismo monopolista) (p. 200)
Para
Baran el gran obstáculo es el capitalismo occidental: al usar los países
colonizados como países-fuente, «la división del trabajo, tal como surgió, se
parecía más a la distribución de funciones entre un jinete y su caballo» (p.
201); la falta de inversión en la industria produjo el «infanticidio industrial»,
pues «al igual que la inversión tiende a convertirse en autogeneradora, la
carencia de ésta tiende a convertirse en autoestancadora» (p. 201). Y cuando
los colonizadores decidieron llevar a cabo la industrialización, la parte de
capital «que se gastó en el país subdesarrollado fue pequeña, efectuándose en
el exterior el grueso de los gastos en la adquisición de maquinaria extranjera,
de patentes extranjeras, etc.» (p. 202). «Las nuevas empresas obtuvieron
rápidamente un control exclusivo de sus mercados, cercándolos mediante
aranceles proteccionistas y concesiones gubernamentales de toda clase. Con
estas medidas, bloquearon un mayor crecimiento industrial, al mismo tiempo que
sus precios monopolistas y sus políticas de producción reducían al mínimo la expansión
de sus propias empresas» (pp. 202-203). «El excedente económico de los países
subdesarrollados, de cuya parte más importante se apoderan los consorcios
monopolistas, no se utiliza para fines productivos» (p. 204): fluye al exterior
o se gasta en una vida ostentosa.
IV. (Impacto
en el desarrollo que producen las empresas extranjeras) (p. 204)
Para
Baran, «las empresas que son propiedad total o parcial de extranjeros, pero que
abastecen al mercado interno de los países subdesarrollados, no
presentan ningún problema especial» (p. 204). Se detiene algo más en las que
producen mercancías destinadas a la exportación, y examina tres aspectos: a) la
inversión realizada, que en realidad «fue mucho menor de lo que
comúnmente se supone» (p. 205), y que «fundamentalmente, es el resultado de la
reinversión en el exterior de parte del excedente económico que se obtuvo en
esos lugares» (p. 206). «Por consiguiente, los beneficios que obtiene un país
subdesarrollado de las inversiones que trae consigo el establecimiento o la
expansión de empresas extranjeras orientadas a la exportación, son de pequeña
cuantía» (p. 207). b) Operaciones corrientes: además de «las tasas
increíblemente bajas de los salarios nativos» (p. 208), el alto grado de
mecanización hace que se emplee una fuerza de trabajo pequeña; los empleados
extranjeros, que obtienen los mejores sueldos, en parte los ahorran y envían a
su patria, y en parte los consumen en productos que importan; así que sería muy
poco el monto de los salarios —de nativos y de extranjeros— que se gasta en el
país subdesarrollado; para los trabajadores nativos la empresa organiza
economatos, campamentos, etc., con productos importados con lo que aún cierta
cantidad de este salario sale del país. La empresa, parte de la ganancia bruta
la «dedica al pago de impuestos, de regalías, etc., al gobierno del país en
donde se realiza la producción» (p. 211); en cuanto al resto «aunque ciertas
empresas se llevan a sus países de origen la totalidad o la mayor parte de
sus ganancias, otras las dedican a realizar inversiones extranjeras adicionales
(...) Tampoco puede decirse que los países subdesarrollados en su conjunto
hayan tenido un destino común, ni que las ganancias generadas en un país
subdesarrollado de no reinvertirse allí, se inviertan en otro país
subdesarrollado. En realidad ha sucedido lo contrario, es decir, las ganancias
obtenidas de las operaciones en los países subdesarrollados se han dedicado en
gran medida a financiar inversiones en las regiones altamente desarrolladas del
mundo» (p. 21). c) El tercer aspecto lo examina en la sección VI.
V. (Lo
perjudicial de la inversión extranjera) (p. 211)
Empieza
diciendo el autor «que resulta muy difícil precisar qué ha perjudicado más al
desarrollo económico de los países atrasados, si la extracción de su excedente
económico por el capital extranjero o su reinversión por las empresas
extranjeras» (p. 211). Su argumentación, atacando a los defensores de la
inversión extranjera, es que los beneficios para el país subdesarrollado, de
las explotaciones agrícolas y mineras, ha resultado «un plato de lentejas por
el cual se ven obligados a vender su primogenitura de un futuro mejor» (p.
216); por eso, los obreros de los países subdesarrollados «están en mejores
condiciones con sus formas tradicionales de vida, comparados con lo que el
capital extranjero los obliga a realizar» (p. 216)[20].
VI. (Efecto
indirecto de la inversión extranjera) (p. 217)
Se
refiere a las instalaciones que «no forman parte integral del proceso de
producción y exportación de materias primas, pero que son totalmente
indispensables. Tales instalaciones son los ferrocarriles y los atracaderos,
los caminos y los aeropuertos, los teléfonos y los telégrafos, los canales y
las estaciones eléctricas. En general, éstos son buenos para cualquier país
subdesarrollado. Aun cuando su construcción per se no contribuye mucho a
la expansión del mercado interno de las regiones atrasadas» (p. 217), más bien
«quedarán como una mera potencialidad —disponible pero no utilizada— y se
sumarán a las otras fuerzas productivas que no se ocupan y que contribuyen muy
poco o nada al desarrollo económico del país» (p. 218). «Más aún, el énfasis
tan pronunciado sobre lo indispensable de la ayuda gubernamental para financiar
estos proyectos (...) entre las administraciones nacionales y las corporaciones
monopolistas» (p. 219), «reside en que las 'instalaciones auxiliares' de que se
trata son, en su mayor parte, auxiliares tan sólo de las empresas extranjeras»
(p. 220). Con lo que concluye: «El impacto principal de la empresa extranjera
sobre el desarrollo de los países atrasados, radica en que fortalece y afirma
el dominio del capitalismo mercantil y en que reduce, y de hecho impide, su
transformación en capitalismo industrial» (p. 222).
VII. (Oposición
del imperialismo al desarrollo de los países pobres) (p. 222)
El
resultado de este impacto sería la formación de «una coalición política y
social de los mercaderes ricos, de los poderosos monopolistas y de los grandes
terratenientes que se consagra a la defensa del orden feudal-mercantil
existente» (p. 223). «El que hayan sido capaces de seguir medrando (...) se
debe, de manera fundamental y quizá exclusiva a la ayuda y al apoyo que
'libremente' les ha otorgado el capital occidental y los gobiernos occidentales
que lo representan. El mantenimiento de estos regímenes y la operación de las
empresas extranjeras en los países subdesarrollados se han hecho mutuamente
interdependientes» (p. 223). «De esta forma se aclara la tarea principal del
imperialismo en nuestra época, que consiste en impedir o, si esto es imposible,
en retardar y controlar el desarrollo económico de los países atrasados» (p.
225). «No es sorprendente que, en estas circunstancias, las grandes empresas
occidentales que se dedican a la explotación de materias primas muevan todas
las palancas con tal de obstaculizar cualquier evolución de las condiciones
políticas y sociales de los países atrasados que puedan propiciar su desarrollo
económico» (p. 226).
VIII. (p. 227)
Recoge
algunas frases sueltas de discursos y documentos preparados por autoridades y
economistas americanos, que corroboren lo dicho en VII.
Parece
cierto que las empresas extranjeras, por sí mismas, no producen una
espectacular contribución al desarrollo económico del país[21],
pero tampoco se puede minimizar esta ayuda hasta el punto, como hace Baran, de considerarla
negativa. Para Baran el capitalismo necesariamente genera atraso en los
países subdesarrollados, haga lo que haga; por eso, al intentar
responsabilizarlo de todo el subdesarrollo, cae inevitablemente —como hemos
visto— en exageraciones y contradicciones.
Capítulo VII: HACIA UNA MORFOLOGÍA DEL ATRASO (II) (p. 229)
I. (Países
coloniales) (p. 229)
«Trataremos
ahora de completar nuestro rápido examen del modo de utilización del excedente
económico de los países subdesarrollados» (p. 229). Para ello, se pueden
considerar tres grupos de países: «los vastos territorios coloniales que están
administrados directamente por las potencias imperialistas (...) [los]
gobernados por regímenes de un marcado carácter mercenario (...) [y los] que
tienen gobiernos con una orientación que podría calificarse de 'New Deal'»
(p. 230).
Respecto
al primer grupo —según el autor—, a pesar de la campaña publicitaria hecha por
las potencias imperialistas, éstas al interesarse más «'en la tierra y no en
los negros', pusieron el acento principal en el desarrollo de las materias
primas» (p. 231). Es decir, todos los gastos estarían orientados únicamente a
mejorar las ganancias de los capitalistas de la metrópoli.
II. (Gobiernos
mercenarios) (p. 234)
Empieza
examinando los países productores de petróleo en Medio Oriente: la cantidad de
dinero que reciben esos gobiernos de las compañías petrolíferas «podría ser
considerada como una trascendental contribución 'indirecta' de las empresas
extranjeras» (p. 235); pero, examinando realmente lo que ha sucedido, esos
ingresos «se han hundido en la cloaca de la corrupción, de las extravagancias y
del despilfarro» (p. 239). Baran se detiene un poco para examinar el caso de
Venezuela: los gobiernos «a partir de 1945, trataron de conservar su amplio
apoyo popular, no sólo forzando un aumento de los ingresos que obtenían del
petróleo, sino que comenzaron a dedicar una parte de ellos al desarrollo
económico e iniciaron una política económica y social que era tan desagradable
para las compañías petroleras como para los intereses capitalistas nativos» (p.
241); como consecuencia, una junta militar derrocó al gobierno, y «bajo el
reinado de la actual dictadura mantenida por las compañías, los fondos que se
dedican a fomentar el desarrollo económico son considerablemente más bajos que
los que pueden disponerse para este propósito» (p. 242); por eso «no existen
estímulos ni posibilidades suficientes para que los capitalistas nativos
realicen inversiones industriales, el único tipo de inversión que facilitan las
generosas economías externas que otorgan los gobiernos mercenarios de esos
países, es fundamentalmente la inversión extranjera» (pp. 242-243). Algo
análogo, aunque con un ingreso menor, sucedería en los países de este grupo no
productores de petróleo. Tampoco sigue mejor camino el dinero que extraen estos
gobiernos de la población; además, la evasión fiscal, la corrupción, etc., hace
que «el grueso de la carga impositiva recaiga en las amplias masas y no en las
clases capitalista y feudal de los países subdesarrollados» (p. 245).
Por
último, Baran hace hincapié en dos puntos: las sumas dedicadas por las
compañías extranjeras «con el objeto de mejorar las condiciones de vida de los
pueblos de algunos países subdesarrollados en donde operan (...) tiende a
exagerarse burdamente» (p. 245), y se realiza «para asegurar la fuerza de
trabajo necesaria e incrementar su eficacia» (p. 246). No se puede decir que
«lo que el gobierno de un país fuente haga con los ingresos que recibe de las
compañías extranjeras, no tiene nada que ver con el juicio 'puramente
económico' de la contribución de esas empresas al desarrollo económico de los
países atrasados» (p. 246), pues la explotación de las materias primas y la
existencia de estos gobiernos están tan «estrechamente ligados que sólo pueden
comprenderse en forma adecuada como el fenómeno global del imperialismo» (p.
247).
III. (Regímenes de «New Deal») (p. 248)
«Sus
gobiernos fueron llevados al poder por amplios movimientos populares, cuyo
propósito común y fundamental era derribar el dominio colonial y establecer la
independencia nacional» (p. 248). «Sin embargo, una vez que se resuelve el
problema de la independencia nacional —aunque exclusivamente la política y no
la económica—, el conflicto básico entre las clases antagónicas de una sociedad
necesariamente se intensifica y se aclara» (p. 249); y así, «la amalgama de las
clases poseedoras, apoyadas por los intereses imperialistas utiliza todo su
poder para liquidar el movimiento popular tendiente a lograr una genuina
liberación social y nacional» (p. 250).
Observa
el caso de la India donde, según Baran, el gobierno «trata de fomentar el
desarrollo del capitalismo industrial y, sin embargo, no se atreve a ofender a
los intereses de los terratenientes» (p. 251), «sustituye a los cambios
radicales por las pequeñas reformas, a los hechos revolucionarios por frases
revolucionarias, y por ende, pone en peligro no sólo la posibilidad misma de
realizar sus esperanzas y aspiraciones, sino aun su propio mantenimiento en el
poder (...) el asalto decisivo en contra del atraso, la pobreza y el letargo en
que se encuentra el país» (p. 252).
IV. (El
obstáculo para el desarrollo) (p. 256).
Acaba
el capítulo con tres corolarios. «El primero, es que el principal obstáculo
para el desarrollo no es la escasez de capital (...) lo escaso en todos
esos países es lo que hemos llamado el excedente económico real que
se invierte en la expansión de los medios de producción» (p. 256). Después de
unos datos sobre los excedentes reales y los que él considera potenciales en
algunos países, concluye: «El principal obstáculo al crecimiento económico
rápido de los países atrasados, es la forma en que se utiliza su excedente
económico potencial. Este es absorbido por diversas formas de consumo excesivo
de las clases altas, por un aumento de los atesoramientos tanto en el interior
como en el exterior, por el mantenimiento de enormes burocracias improductivas
y de aparatos militares (...) [y por lo que] retira el capital extranjero» (pp.
257-258). Proporciona algunos datos para corroborar su afirmación: «Es bien
conocido el hecho de que las ganancias que obtienen los intereses extranjeros
en los países subdesarrollados son muy altas, y, de hecho, son mucho mayores
que las utilidades que logran en sus países de origen» (p. 258).
Para
abundar en la idea central de esta sección, indica que también es falsa «la
noción bastante generalizada de que el deterioro en la relación de intercambio
de las regiones productoras de materias primas ha retardado seriamente su
desarrollo económico» (p. 261), pues el aumento de precios en las materias
primas afecta más a las ganancias de la empresa que a la economía general del
país.
V. (Falsas
explicaciones del subdesarrollo) (p. 264)
El
segundo corolario es que no se puede explicar el atraso «por el funcionamiento
de 'fuerzas externas' o bien (...)la carencia de 'espíritu de empresa' en los
países subdesarrollados y a cuya abundancia debe supuestamente atribuirse el
adelanto económico de los países occidentales» (p. 264).
VI. (El
control de la natalidad) (p. 267)
«El
supremo esfuerzo de las ciencias sociales burguesas para atribuir el atraso y
el estancamiento de una gran parte del mundo capitalista a factores que podrían
suponerse ajenos al orden económico y social en el cual viven, se realiza en el
campo de las teorías sobre la población» (p. 267). Para ellos, «el incremento
continuo y posiblemente acelerado de la población (...) se juzga como un factor
que impide la rápida elevación del ingreso per capita» (pp.
267-268). Baran aporta datos y citas de otros autores para probar que «si es
una mera lucubración el que la pobreza de un país sea provocada por la presión
de su población, también es pura fantasía el atribuirla a la imposibilidad
'física' de abastecer con suficientes alimentos a una población creciente» (p.
271), con lo que introduce su tercer corolario: «hay pocos lugares del mundo,
si es que existe alguno, del cual pueda decirse que propiamente padece una
sobrepoblación en relación a los recursos naturales. Esto, con toda
certeza, no puede ni siquiera insinuarse en relación al mundo en su conjunto»
(p. 273). En esto Baran tiene toda la razón, aunque su crítica no es lo
bastante fundada ni decidida, porque no le importaría defender el control de
natalidad, si lo viera conveniente para el «desarrollo económico».
Después
de unas citas de otros autores, realmente desafortunadas, sobre la necesidad
del control de nacimientos, comenta: «Lo que se discute no es la buena voluntad
subjetiva o la maldad de los individuos (...) sino exclusivamente la parte que
juega en el mundo objetivo la mentalidad que ellos reflejan y que continuamente
fomentan. Esta es la mentalidad de un sistema económico y social que se
encuentra arrinconado por su monstruosa insuficiencia, que se opone a un mayor
progreso y, de hecho, a la supervivencia de la raza humana» (p. 277). Y así, la
conclusión del capítulo es: «Los problemas del subdesarrollo, de la
sobrepoblación, de las necesidades insatisfechas y de las enfermedades, pueden
resolverse en la actualidad por un esfuerzo planificado y coordinado de todo el
mundo en el plazo de una generación» (p. 278).
En
estos tres capítulos dedicados al subdesarrollo, Baran ha intentado atribuirlo
a los países capitalistas adelantados: expolios y usurpaciones, desventajas de
las industrias extranjeras, oposición directa al desarrollo, etc. En todo ello
deja muy poco margen a la iniciativa y capacidad de la propia población, como
si esto tuviera poca o ninguna importancia; sólo toma en consideración su
conducta al observar los puntos negativos: despilfarro, corrupción, etc.
Son
correctas algunas de las críticas que apunta: neocolonialismo, control de
natalidad, etc., en cuanto su motivación es puramente económica, de lucro
personal. Con todo, los hechos no favorecen el conjunto de su interpretación:
«Contra lo que se cree, el colonialismo, en general, no fue un negocio
rentable. Si la Compañía del Congo amortizó sus inversiones antes de 30 años,
la fundada en 1889 por Cecil Rhodes fue incapaz de pagar dividendos hasta 1923.
La aventura colonial francesa se liquidó con déficit, y, en cuanto a la
alemana, representó, entre 1886 y 1914, un desembolso de 50 millones de libras,
cuando en vísperas de la I Guerra Mundial, el comercio colonial alemán apenas
llegaba al 0,5 por 100 del movimiento económico del país»[22].
En la actualidad, aunque las utilidades en los países pobres sean mayores que
en los ricos, la exportación del capital no deja de producir dificultades al
déficit exterior, por eso, en U.S.A. el Gobierno recomendó al Congreso «que en
1964 estableciese un impuesto de igualación de intereses y que habría de
gravar con el 15 por 100 las compras de acciones y obligaciones extranjeras
efectuadas por todo ciudadano de Estados Unidos a cualquier extranjero. Este
impuesto tiene por objeto reducir la inversión individual en el extranjero y,
si la situación siguiese empeorando, podría extenderse a la inversión efectuada
en el exterior por las sociedades yanquis»[23].
Por último, el siguiente cuadro
compuesto con los datos del Atlas ya mencionado, permite observar la
media de crecimiento anual (1960-69), comparando países comunistas y
capitalistas:
China Continental |
0,8 |
Formosa |
6,3 |
Vietnam del Norte |
3,2 |
Vietnam del Sur |
1,8 |
Corea del Norte |
5,9 |
Corea del Sur |
6,4 |
Cuba (decrecimiento) |
-3,2 |
Jamaica |
3,0 |
Alemania Oriental |
4,1 |
Alemania Occidental. |
3,7 |
No parece que estos datos estén de acuerdo con el último párrafo transcrito de Baran; más bien favorecen pensar que en condiciones semejantes, el desarrollo de los países planificados ha sido menor que el de los otros países.
Capítulo VIII: EL ASCENSO A LA CUMBRE (p. 280)
Una
vez establecida la imposibilidad de un desarrollo sostenido con un sistema
capitalista, no queda más remedio —señala Baran— que escoger el socialismo. En
este capítulo trata la conveniencia de esta transformación y las líneas
generales de una economía planificada. Es interesante retener que entre las
ventajas que atribuye el autor a este tipo de economía están la eliminación de
las supersticiones religiosas y la obligatoriedad de la colectivización
agrícola.
Se
puede observar cómo para Baran sólo existen dos posibilidades: capitalismo o
socialismo. Esto es consecuencia de sus postulados filosóficos: admitida la dialéctica
como motor y ley de la historia, esas dos opciones serían los polos
antitéticos. Lo que no se demuestra —se da por supuesto— es la existencia de
esa dialéctica en la historia y la hegeliana contraposición amo-siervo, a la
que el marxismo añadirá la interpretación exclusiva en términos
materialista-económicos.
I. (Conveniencia
de una transformación socialista del mundo) (p. 280)
Las
dos primeras secciones son una apología del comunismo: la primera es una
defensa directa; la segunda un ataque a lo que estima injusta campaña contra el
socialismo.
«Es
en el mundo subdesarrollado donde puede observarse, a simple vista, el hecho
más característico y sobresaliente de nuestra época, es decir, cómo el sistema
capitalista, que fue un poderoso impulsor del desarrollo económico, se ha
convertido en un obstáculo formidable para el adelanto humano» (p. 280). «Una
transformación socialista del Occidente no sólo abriría a sus propios pueblos
el camino hacia un progreso económico, social y cultural sin precedentes, sino
que, al mismo tiempo, permitiría a los pueblos de los países subdesarrollados
superar rápidamente las condiciones de pobreza y estancamiento» (p. 281). «De
hecho, el progreso que se ha realizado en los países subdesarrollados mediante
la planificación socialista, desconcierta mucho a la opinión oficial del
Occidente» (p. 283). Baran lanza ahora algunas invectivas contra las
«supersticiones religiosas» que fomenta el capitalismo, cuya incapacidad para
el desarrollo económico y social «obliga a sus apologistas y políticos a
confiar más su estabilidad en el circo que en el pan, en las artimañas
ideológicas que en la razón» (p. 285); y acaba haciendo referencia a «la burda
apologética que identifica la libertad con la libertad del capital, que iguala
los intereses de una minoría parásita con las necesidades vitales del pueblo y
considera al imperialismo como sinónimo de democracia» (p. 286); el impacto de
esta ideología «está sintetizado en la cortante observación de Marx y Engels de
que 'ninguna nación puede ser libre cuando oprime a otras naciones'; su trágica
importancia se manifiesta, sin ninguna posibilidad de error, sea que observemos
la historia primitiva de las 'naciones opresoras' o su historia más reciente»
(pp. 286-287).
II. (Campaña
imperialista contra el comunismo) (p. 287)
Los
países mercenarios del imperialismo «no sólo reciben subsidios para el fomento
de la religión y para la conducción de sus actividades políticas, sino que
también se les otorga ayuda militar directa para su lucha en contra de un
pueblo cada vez más inquieto (...) [además] se ven obligados a dedicar una
parte muy importante del ingreso nacional de sus países a la construcción y al
mantenimiento de extensas instalaciones militares» (p. 287). «Esta destrucción
en gran escala de recursos que podrían servir por sí solos como base para un
crecimiento masivo de 'los medios de empleo', es justificada por las potencias
imperialistas y sus agentes en los países subdesarrollados, alegando una
supuesta amenaza de agresión soviética» (p. 288). Sin embargo, «el peligro de
una 'agresión soviética', de hecho equivale al peligro de la llamada
'subversión', que es nombre de moda que se le da a la revolución social» (p.
288), y sería inexacto «tratar a las revoluciones sociales de los países
individuales como si fuesen el resultado de una 'subversión del exterior', o
estuviesen 'impuestas' por maquinaciones y conjuras extranjeras» (p. 289).
«La
cruzada contrarrevolucionaria no tiene sólo un efecto mutilador en las regiones
subdesarrolladas que están bajo el control imperialista, sino que sus
repercusiones se resienten también con gran fuerza en los países que pertenecen
al campo socialista. La más importante de ellas, es la necesidad inevitable en
que se ven de asignar una parte muy importante de sus recursos nacionales al
sostenimiento de instalaciones militares. Pero, en el caso, de estos países,
estas instalaciones son defensivas. Enfrentándose al odio implacable de
la clase capitalista, amenazados con programas de 'liberación' y con 'guerras
preventivas', los países socialistas se ven obligados continuamente a temer una
agresión de parte de las potencias imperialistas» (pp. 290-291); esto «quiere
decir que en nuestra época de imperialismo y de revoluciones sociales, el
peligro de una guerra está siempre presente y que los países socialistas no
tienen otra alternativa que la de sacrificar una parte muy importante de sus
recursos en el mantenimiento de una defensa adecuada» (p. 292). Es más, las
campañas de propaganda que desencadenaría el imperialismo en estos países
«proporcionan cierto auxilio a los restos de las antiguas clases dirigentes en
los países socialistas, fortalecen las supersticiones en las mentes de los
campesinos y de los obreros atrasados, aumentan las dificultades con que se
tropiezan al educar y organizar al pueblo para realizar un esfuerzo colectivo
que elimine la pobreza (...) y de esta forma, obstaculizan el progreso de estas
naciones hacia la democracia y el socialismo» (p. 292).
III. (Establecimiento
de una economía planificada) (p. 293)
Pasa
ahora a estudiar cómo se ha de realizar la transformación económica socialista:
habla de los desajustes iniciales, la necesidad de colectivización agrícola, y la
conveniencia del organismo de planificación.
«El
establecimiento de una economía socialista planificada es una condición
esencial, y de hecho indispensable, para lograr el progreso económico y social
de los países subdesarrollados» (p. 293). «El primer paso y en muchas ocasiones
el decisivo, lo constituye la movilización del excedente económico potencial
del país» (p. 293); para ello, resultaría relativamente sencillo la
expropiación a los capitalistas y terratenientes, y la eliminación del
consecuente consumo excesivo; «más complicada resulta la movilización del
excedente económico potencial que se presenta en la forma de cualquier clase de
mano de obra improductiva (...) de todas maneras, el volumen total de consumo
que realizan las clases improductivas se reduce en proporción muy importante»
(p. 294). «Esta declinación del consumo improductivo no puede, de ninguna
manera, traducirse en un aumento correspondiente del excedente económico real.
En gran medida, conduce a un incremento del consumo masivo» (p. 294).
Ahora
bien, el descenso de producción debido a los desajustes «que necesariamente
acompañan y siguen a las crisis revolucionarias, puede no sólo impedir un
aumento de la inversión y el mejoramiento de las condiciones de vida, sino que,
en realidad, puede ocasionar una reducción más o menos drástica de ambos» (p.
295); pero es «un fenómeno transitorio, cuya duración se exagera
habitualmente por la propaganda contrarrevolucionaria» (p. 296). Este problema
es más acuciante «allí donde el grueso de la producción (y, por consiguiente,
del excedente económico) se obtiene de la agricultura (...) empero, es
precisamente allí donde es inevitable esa movilización del excedente económico,
que las dificultades que ésta ofrece son más grandes» (p. 297); como «en una
economía socialista planificada, tanto la estructura de la producción social
como la disposición que de ella se hace, están sujetas a una decisión
consciente y racional por parte de dicha sociedad» (p. 299), se hace necesaria
la colectivización de la agricultura: «debemos insistir en que aunque no
existiesen otras razones poderosas que hiciesen deseable la colectivización de
la agricultura, la necesidad vital de movilizar el excedente económico generado
por la agricultura sería por sí sola suficiente para hacer indispensable la
colectivización» (p. 300).
«El
que al gobierno socialista le toque decidir qué parte de la producción total
debe retirarse del consumo y dedicarse a la inversión (o a usos colectivos), no
implica en sí nada acerca del contenido de esa decisión (...) la distribución
de los recursos entre las necesidades materiales y culturales, así como la
velocidad de expansión y de perfeccionamiento de la producción socialista,
deben decidirse con base en las condiciones concretas que prevalezcan en
cualquier fase particular del desarrollo histórico» (p. 300).
IV. (El
desarrollo en la agricultura y en la industria) (p. 303)
En
las tres próximas secciones, indica las líneas generales de una economía
planificada. Empieza examinando cómo se conduce la agricultura en un país
capitalista subdesarrollado, para concluir que la agricultura con grandes
medios «únicamente pudo realizarse una vez efectuada la transición de la fase
mercantil del capitalismo a la etapa industrial (...) [por eso] sólo mediante la
industrialización de esos países puede alcanzarse un incremento sustancial de
la productividad de su agricultura» (p. 305).
«En
una sociedad socialista, el dilema entre la industrialización y el mejoramiento
de la agricultura carece totalmente de sentido, puesto que el progreso es
indivisible y una de las condiciones más importantes para lograr un desarrollo
rápido y saludable es el mantenimiento de la armonía entre estos dos sectores
de la sociedad» (p. 306). «Para evitar a los pequeños campesinos la experiencia
destructiva y espontánea del desarraigo y de la proletarización a que los
condena la transformación capitalista de la agricultura, debe ofrecérseles 'la
oportunidad de que implanten ellos mismos la gran explotación, no por cuenta
del capitalismo sino por su propia cuenta, colectivamente', y capacitarlos para
realizar 'la transformación de sus empresas privadas y de sus posesiones
privadas en empresas cooperativas'» (p. 307)[24],
pues «la evolución de la industria moderna es lo que proporciona el mercado
para una producción agrícola más amplia» (p. 308). «La posibilidad de obtener
el apoyo de los campesinos para la colectivización y de despertar su entusiasmo
por la construcción de una economía agrícola moderna, se basa en hacerlos
'comprender que esto va en su propio interés, que es su único medio de
salvación'. Esto no puede lograrse 'mediante la fuerza, sino por el ejemplo y
brindando la ayuda social para este fin'» (p. 309). De todo ello se deduce que
«la política correcta consistirá en iniciar el desarrollo en la industria, en
darle al desenvolvimiento industrial todo el apoyo que se pueda, mientras que
la revolución técnica, social y cultural de la agricultura, deberá posponerse
hasta que la sociedad haya reunido una fuerza industrial suficiente para que
puedan sentarse las bases materiales de la reconstrucción agrícola» (p. 309).
Baran
se percata de la dificultad que ha planteado, y la intenta resolver aunque su
resultado práctico se oponga a las frases de Engels: «A primera vista,
parecería que nos enfrentamos a un círculo vicioso. No puede haber
modernización de la agricultura sin industrialización, y no puede haber
industrialización sin un incremento de la producción y del excedente agrícolas»
(p. 310); en Rusia «la solución de esta tarea gigantesca se logró a un costo
tremendamente alto» (p. 310): «el principio de libre adhesión de los campesinos
a las granjas colectivas fue burlado continuamente. Aunque las declaraciones
oficiales subrayaban la naturaleza voluntaria del movimiento de colectivización,
en realidad la coerción y el terror fueron decisivos para ayudar a lograr el
resultado deseado (...) No cabe duda alguna acerca de que esta ruptura
revolucionaria del atraso secular de la antediluviana aldea rusa no pudo
haberse logrado con el consentimiento de un campesinado irracional, iletrado e
ignorante» (p. 311)[25].
Este «consentimiento» se obtuvo «mediante el hecho contundente de que la realización
material fue tal, que demostró a un número creciente de gente que la
colectivización era un paso trascendental e indispensable hacia el adelanto
económico y social» (p. 311); entre los «hechos contundentes», indica que «en
el año final del segundo Plan Quinquenal [1938], la cosecha de granos alcanzó
una cifra sin precedentes, en tanto que la producción de los llamados cultivos
técnicos (fibra de lino, algodón, y remolacha) se habían más que duplicado con
respecto a 1928» (p. 312); lo que no indica es que en 1928 la producción
agrícola era el 75 por 100 de la obtenida en 1913. Baran acaba esta sección proponiendo
dos conclusiones: «el desarrollo debe realizarse (...) por medio de un esfuerzo
simultáneo en ambas direcciones» (p. 315), la industria y la
agricultura; y «el excedente económico real no necesita elevarse al máximo para
asegurar una tasa de inversión y de expansión económica excepcionalmente
grande» (p. 315).
V. (Relación
entre la industria pesada y ligera) (p. 316)
«El
segundo problema que surge con respecto a la tarea de lograr la asignación
óptima del excedente económico, es determinar si el desarrollo económico debe
realizarse a través de la expansión de las industrias (pesadas) que fabrican
bienes de producción, o bien mediante un incremento de las industrias (ligeras)
que producen bienes de consumo» (p. 316). Como las primeras son las que
absorben el excedente económico, «la decisión sobre la rapidez del
crecimiento económico determinará, por ende, tanto la parte del ingreso
nacional que constituirá el excedente económico, como la naturaleza física de
la inversión que se requiere» (p. 317). «El mantener las proporciones que se
requieren para un desenvolvimiento armónico del proceso de crecimiento, es la
misión principal de las autoridades planificadoras» (p. 317).
VI. (Método
de producción) (p. 318)
Después
de un complicado razonamiento para indicar que son preferibles los métodos de
producción con alta intensidad de capital, sobre los que necesitan elevada
intensidad de mano de obra, concluye: «los países subdesarrollados pueden o
bien industrializarse, y en esto deben utilizar la única ventaja que el
desarrollo histórico les ha otorgado —la capacidad de aprovechar los adelantos
científicos y técnicos que han logrado los países más avanzados—, o renunciar a
la industrialización y contentarse con unos cuantos mendrugos de la rica mesa
del progreso técnico mediante la importación de algún equipo de segunda mano de
los países industriales y así elevar su 'bienestar' a paso de tortuga» (p.
321). Para Baran, concluir lo contrario, «lejos de ser una 'inocente' falacia
teórica (...) constituye un importante eslabón de la campaña, tan de moda en la
actualidad, de probar 'científicamente' que los países atrasados deben 'marchar
lentamente' (o más bien, no marchar del todo) hacia la industrialización y el
desarrollo económico» (p. 321).
VII. (Orden
económico internacional) (p. 321)
Empieza
esta última sección, hablando de la importancia de las relaciones económicas
internacionales: en todos los países, «particularmente en los países
subdesarrollados, la estructura económica y la dotación de recursos de que
disponen son tales, que las relaciones económicas con el exterior constituyen
no sólo una atenuación de dificultades que casi serían insuperables, sino que
de hecho son una condición para su misma supervivencia» (p. 322). La importancia
de este comercio reside en «la posibilidad de intercambiar una parte más o
menos grande de sus producciones nacionales, con objeto de obtener el acopio
físico de bienes que necesitan para su consumo y sus inversiones agrícolas
e industriales» (pp. 323-324). Ahora bien, los principios de la división del
trabajo y la asignación de recursos, en los países socialistas, «ya no se
interpretan de tal forma que congelen la división del trabajo existente y
que conserven la especialización prevaleciente entre las naciones en
lo individual. Por el contrario, el objetivo de la planificación económica,
nacional e internacional, dentro del campo socialista, es eliminar rápidamente
las desequilibradas estructuras económicas de los países subdesarrollados, que
a menudo están basadas en la producción de una o dos mercancías de exportación»
(p. 326). «La colaboración entre los países socialistas tan sólo constituye un
primer paso hacia una organización plenamente racional de la economía mundial
(...) El fenómeno económico y político de la nación desaparecerá lenta
pero seguramente siguiendo las huellas del sistema económico y social al cual
debe su origen y su cristalización» (p. 327). «Para alcanzar esta etapa, que es
la única propia de la dignidad y de la potencialidad del hombre, serán
necesarias décadas enteras, décadas en que las nuevas generaciones de seres
humanos serán educadas como miembros de una sociedad socialista cooperativa y
no como lobos en competencia de la selva del mercado capitalista» (p. 329)[26].
El
alcanzar este orden social, implica que «la razón desaloje a la superstición»;
pero «el hombre del subsuelo, moldeado y educado en el molino de la cultura
capitalista, no desaparecerá en el alba de la revolución social» (pp. 331-332).
«Los obstáculos que obstruyen el camino de la razón no son simplemente el odio
y la tenacidad de las fuerzas que se aferran desesperadamente al statu quo y
el oscurantismo del pueblo que se encuentra bajo su férula. Los obstáculos
también incluyen las exasperantes insuficiencias y equivocaciones que a menudo
cometen aquellos que con gran dedicación luchan por su triunfo (...) Pero los
errores son inevitables en todo esfuerzo humano; de hecho, el que ocurran no es
sino un aspecto del progreso mismo de la razón, pues es en el transcurso de
este proceso cuando pueden cometerse y corregirse. De todos los defectos del
pensamiento, probablemente ninguno sea tan peligroso y destructivo como la
incapacidad de distinguir entre la irracionalidad y el error. Es la misma
diferencia que existe entre las incoherencias de un sicótico y las afirmaciones
erróneas de una persona cuerda» (p. 332). «A medida que la sociedad socialista
madure, cuando comience a 'desarrollar sus propias bases', se liberará
progresivamente a sí misma del legado del pasado capitalista. Sus propios
desórdenes y errores de funcionamiento no serán sino equivocaciones de hombres
racionales» (p. 333). Esta sociedad, «obteniendo sus energías de los
inconmensurables recursos del pueblo libre, no sólo derrotará definitivamente
al hambre, las enfermedades y al oscurantismo, sino que en el proceso mismo de
su avance victorioso, creará nuevamente la estructura síquica e intelectual del
hombre» (p 334).
En
esta sección culmina la constante contraposición que ha hecho Baran entre
socialismo y capitalismo, de tal forma que no sólo le parece mejor en su
conjunto una economía planificada, sino incluso dice que sus errores no se le
deben achacar, pues son consecuencia de su pasado capitalista. También se ha
visto que aun desde un enfoque meramente económico, el socialismo impone
grandes sacrificios que reconoce el mismo Baran: colectivización por medio de
la coerción y el terror, prioridad de la industria de producción sobre la de
consumo, etc.; además, los frutos no han sido tan rápidos ni tan abundantes
como pretende indicar, y es que la planificación no es una panacea cuya puesta
en práctica conduce a una sociedad perfecta: son necesarias otras instituciones
a las que el plan no reemplaza[27].
VALORACION
CRÍTICA
A
lo largo de la síntesis han ido saliendo algunos de los errores del libro. En
este apartado, trataremos de resumir las ideas de fondo en las que se basa
Baran, haciendo su valoración crítica; le antecede una rápida visión de los
defectos formales más llamativos. Hemos procurado utilizar pocos de los textos
ya transcritos, para que el elenco de citas sea mayor; por otra parte, para
alguno de los puntos se han escogido sólo los más significativos, con objeto de
no extendernos demasiado.
I. ASPECTOS
FORMALES
1.
Suposiciones y conjeturas.— Como hemos visto, el intento del autor es
demostrar el estancamiento que produce el capitalismo, para concluir
inmediatamente en la necesidad del socialismo. El primer punto no es fácil de
demostrar por un procedimiento rápido, pues los datos parecen indicar lo
contrario; así pues, recurre a un procedimiento indirecto: realizar una serie
de divisiones y disgresiones que pretende probar por separado; dirigiéndolas a
él, podríamos parafrasear sus mismas palabras: es un ejemplo clásico de la
incapacidad intrínseca de la ciencia económica marxista para penetrar en el
tema de su investigación. Al dividir burdamente un fenómeno histórico, al
desechar una unidad compleja con objeto de apreciar mejor sus componentes más
simples, la ciencia económica marxista llega a conclusiones que, aun cuando
parecen ciertas respecto a cada una de sus partes, se muestran falsas en
relación al todo. Un fenómeno histórico es inseparable de lo que constituyen
sus consecuencias patentes (cfr. p. 247). Para ir probando cada una de sus partes,
Baran recurre muchas veces, no a dar los hechos, sino a mencionar
interpretaciones, conjeturas y suposiciones; transcribimos algunas de las más
significativas.
No
pretendo haber agotado el estudio, «a lo más que puedo aspirar es a haber
esbozado sus contornos generales y, por ende, a presentar un mapa tentativo
cuya función principal, espero, será el alentar los viajes posteriores y
estimular su exploración más a fondo» (p. 11); es más, indica «que las
conclusiones relativas a la actitud y la política que adopta el capital
monopolista respecto a los países subdesarrollados, hubieran podido ser
reforzadas con pruebas adicionales, si me hubiera sido posible tomar en cuenta
la experiencia reunida durante los pocos años transcurridos desde que el
manuscrito de este libro se entregó al impresor en los Estados Unidos» (p. 13);
siendo la edición manejada posterior en diez años a la original ¿por qué no ha
insertado al menos las más importantes de esas pruebas?; quizá no fueran tan
concluyentes; en todo caso, decir que se tienen las pruebas, no es lo mismo que
probar algo, y así se puede dar por no dicho.
Las
«pruebas» que aporta sobre el modo de actuar del capitalismo las inserta con
palabras ambiguas: no puede esperarse, parece más probable, puede tender a hacerse,
es casi seguro, etc.; «no pueden esperarse en el sistema capitalista, ni una
producción máxima, racionalmente asignada entre la inversión y el consumo, ni
cierto nivel predeterminado de producción, combinado con una disminución de la
carga del trabajo. Lo que parece más probable es el resurgimiento continuo del
sombrío dilema entre los incrementos repentinos de la producción, generados por
la guerra y los flujos de desempleo provocados por la depresión» (p. 27). «Esta
situación puede tender a hacerse cada vez más grave, puesto que los dividendos
extraordinarios, particularmente aquellos que pertenecen a los pequeños
capitalistas, es probable que traten de invertirse precisamente en el sector
competitivo de la economía» (p. 105, nota 74). «Es casi seguro que una gran
parte de esta baja, si no es que la totalidad de ella, sería deducida de los
salarios totales, es decir, tendría que ser absorbida por la clase obrera» (p.
127). Cuando al hacer ciencia se emplea una palabra, debe tomarse en el preciso
significado que tiene, ahora bien, sobre los hechos no caben medias tintas
—parece probable, es casi seguro, etc.—, o son o no son; cabe la opinión al
interpretar el hecho, pero entonces ya no se está probando sino interpretando,
que es lo único que hace Baran.
Esta
interpretación del autor, tiene un presupuesto claro: «la planeación económica
socialista representa la única solución racional del problema», para Baran es «esta
verdad, evidente en sí» (p. 28). Pero si es evidente, huelga el resto del
libro pues su objetivo no es otro que pretender probarla, lo cual no le resulta
difícil al tomarla como base «evidente» para todo su razonamiento. Puestas las
cosas de este modo, no parecerá extraño encontrar textos en que da por sentado
—sin aducir ninguna prueba— lo que tendría que demostrar: «Lo que constituye el
'consumo excesivo' en una sociedad podría ser fácilmente establecido, si este
problema recibiera aunque no fuese sino una parte de la atención que se dedica
a problemas tan urgentes y tan importantes como, digamos, la posibilidad de
medición de la utilidad marginal» (p. 47). «Lo que los agnósticos apologistas
del statu quo y los adoradores de la 'soberanía del consumidor' tratan
como obstáculo insuperable o como manifestación de una arbitrariedad
censurable, es enteramente accesible a la investigación científica y al juicio
racional» (p. 48). «No existe información precisa acerca del modo en que se han
utilizado estos fabulosos ingresos. Sin embargo, por lo que se conoce, no queda
ninguna duda de que, ni siquiera en parte, se usaron para aumentar la
productividad y el nivel de vida de la población de Kuwait» (pp. 235-236);
estas frases ambiguas —resulta fácil, no queda ninguna duda, etc.—, no producen
al lector más que dudas y dificultades cuando quiere ahondar un poco, y
encontrar la tierra firme en que el autor basa su razonamiento.
Para
acabar este punto, abordaremos el tema de los datos supuestos, con
algunos ejemplos: «a juzgar por los datos dispersos de que se dispone, parece
ser que el exceso de capacidad en la industria americana asumió proporciones
gigantescas, aun en los años de prosperidad sin precedente que siguieron a la
Segunda Guerra Mundial» (p. 53). «Abundan las pruebas de que el empleo
productivo de las posibilidades técnicas está seria y frecuentemente paralizado
por los intereses de aquellos que financian la investigación técnica» (p. 56).
«Aunque no hay una base satisfactoria para comparar la magnitud de la
discrepancia entre la producción real y la potencial en el siglo XIX y en el
siglo XX, parece ser que ésta se ha agrandado considerablemente (...) existen
muchas pruebas que respaldan el punto de vista según el cual la pérdida total
de producción respecto al total posible que pudo haberse obtenido,
provocada por el desempleo, la capacidad no utilizada, las restricciones a la
producción, etc., ha sido mucho mayor en el siglo presente que durante el
anterior» (pp. 71-72). «Puede afirmarse que el incremento del consumo que han
ocasionado no ha sido más que proporcional —probablemente ha sido menor que el
crecimiento del excedente económico—. Para una tal afirmación existen poderosas
razones» (p. 110). «Puede suponerse, sin riesgo alguno, que este drene fue más
pequeño en el siglo XX que en los siglos XVIII y XIX. Más aún, puede
considerarse como cierto que este coeficiente subestima el grado de
usurpamiento británico de los recursos de la India» (p. 170). «Existen amplias
pruebas de que el auge de postguerra en diversos alimentos y materias primas
producidos y exportados por algunos países de América Latina, ha tenido pocos
efectos en la vida de sus poblaciones o en la velocidad de su desarrollo
económico» (p. 264, nota 72). De este modo, con un parece ser, puede suponerse
o existen amplias pruebas, introduce en la argumentación un dato supuesto que
apoye sus deducciones. Ahora bien, si el dato es exacto, debe exponerlo con
exactitud, citando la fuente, etc.; si es una suposición, deja de ser un dato y
pierde su valor como prueba.
Este
modo de proceder podría resultar disculpable, si hubiese sido empleado en pocos
detalles periféricos; sin embargo, Baran lo utiliza en muchas ocasiones y en
puntos centrales de su discurso: consumo excesivo, organización irracional,
etc.; es decir, para intentar probar cómo se consume el excedente económico
potencial, que es el punto clave del libro.
2. El
éxito como prueba.— De vez en cuando, el autor hace referencia al éxito
económico logrado en los países comunistas, que sería «la prueba decisiva de la
fuerza y viabilidad de una sociedad socialista» (p. 26). En el prefacio habla
de «las trascendentales realizaciones y enseñanzas de la construcción
socialista en la República Popular China (...) [y] los gigantescos logros de la
Unión Soviética durante el último quinquenio» (p. 14); y se queja de que en la
economía occidental «se pone poco énfasis en el estudio de la experiencia única
de desarrollo rápido, obtenida en la URSS y en otros países del sector
socialista del mundo» (p. 34). No deja de ser chocante que, para insistir en
este éxito escriba, en nota, la siguiente frase: «Como dice el Sr. Wiles, 'aun
reduciéndolas todo lo que queramos, estas estadísticas (soviéticas) continuarán
mostrando una tasa de crecimiento de la producción industrial que siempre será
más elevada que la que jamás haya logrado cualquier país capitalista.
Hasta ahora, no he leído a ningún experto, por escéptico y hostil que sea al
régimen soviético, que pruebe lo contrario'. Carta a The Economist, 19
de septiembre de 1953» (p. 314, nota 69).
Ya
hemos tenido ocasión, en la síntesis, de observar que este éxito no ha sido tan
clamoroso; es más, existen países en que ocurre lo contrario, por eso resulta
un argumento poco sólido: al menos hoy por hoy, los datos de conjunto muestran
que el comunismo se puede pretender justificar por otras vías, pero no por el
nivel de vida que han logrado. De todos modos, el éxito no bastaría: no se
puede perder de vista que la prueba del éxito no resulta definitiva (tampoco
para el capitalismo). Es un argumento que se suele aceptar en las ciencias
positivas: si una teoría tiene éxito al explicar algunos fenómenos, se admite
como cierta; pero nadie estaría dispuesto a jugarse la vida para defenderla,
pues son continuos los ejemplos de teorías que fueron aceptadas por su éxito, y
luego se demostraron falsas (p.e. el calórico en Termodinámica) o quedaron
englobadas en sistemas superiores (p.e. la mecánica newtoniana). Esto resulta
más claro en las ciencias de lo espiritual, en donde nunca el éxito —quizá
aparente y momentáneo— puede ser argumento decisivo, ya que existen otras
pruebas más seguras y menos sujetas a las contingencias.
No
se olvide que la Economía es una ciencia del hombre, a diferencia de la Física
o las Matemáticas; un cuerpo humano, desde un punto de vista físico por
ejemplo, podría intercambiarse en algunos aspectos con cualquier otro cuerpo
que tuviera la misma masa, superficie, etc.; esto es así porque la Física trata
de él no en cuanto cuerpo humano, sino en cuanto cuerpo. La Economía, por el
contrario, trata del hombre en cuanto realiza elecciones económicas: es decir
como criatura inteligente y libre, capaz de tomar decisiones; de ahí que no se
pueda hacer una Economía para las abejas, por ejemplo. Es imposible separar
realmente las decisiones económicas de todas las demás decisiones humanas: por
eso, en todo sistema económico, aunque se intente ocultar, hay presupuestos
éticos[28].
3.
Funcionamiento del capitalismo.— Es extraño que Baran, viviendo en
USA, atribuya al capitalismo algunos modos de funcionar que no se dan en la
realidad.
a)
No es exacto que el monopolio y el oligopolio sean los rasgos característicos
del capitalismo moderno (p. 22): la URSS no tiene otra cosa que grandes
monopolios y no por eso es tachada de capitalista. Quizá se puede decir que la
consecuencia de los principios económicos de Occidente lleva, en algunas
circunstancias, al monopolio con objeto de aumentar las ganancias; sin embargo,
el principio de la competencia ha hecho que se promulgaran las ya mencionadas
leyes antitrust, para disminuir aquella tendencia.
Baran
indica además (p. 104), que los monopolios y oligopolios extienden su
influencia a otras ramas de la economía, y las van estructurando a su modo.
Esta conclusión parece ignorar el modus operandi de las grandes
compañías: su área tradicional de expansión es la integración vertical dentro
del sector, y la aplicación de nuevas tecnologías también dentro de su sector.
El resultado es la búsqueda constante de menores costos de producción, a través
de la integración vertical y de un proceso dinámico de innovación tecnológica
en su rama de producción.
La
creación de nuevas industrias, no procede por vía de invasión en sectores que
«todavía no son propiedad de ninguna gran potencia» (p. 105), sino por medio de
la creación deliberada de nuevos usos y productos industriales.
b)
En varios párrafos (p. 24, etc.) menciona la subutilización de los recursos y
el desempleo como factores del estancamiento capitalista; no está, sin embargo,
demostrado este estancamiento. Es cierto que la subutilización y el desempleo
—problemas ampliamente reconocidos en Occidente— son factores negativos del
desarrollo, pero se les prefiere como mal menor que se trata de subsanar, ante
la alternativa de efectuar una situación de utilización y pleno empleo arbitraria.
El exceso de capacidad instalada no es algo inevitable: se lleva a cabo, y se
mantiene en reserva para situaciones de puntas estacionales; y cuando se
produce una infrautilización de los recursos, la razón es que la plena
producción en ese momento podría causar desajustes mayores en el sistema
económico.
En
cuanto al desempleo sería fácil de eliminar: bastaría, por ejemplo, que el
Estado obligara a que las carreteras las construyeran los desocupados
con pico y pala, en vez de usar maquinaria. Podría objetarse que es un
procedimiento inhumano, pero resulta muy semejante al que se utiliza en los
países socialistas para conseguir el «pleno empleo»: en éstos, la
«racionalidad» la decide el Estado que juzga qué debe hacer el individuo para
no estar desocupado, le guste o no ese trabajo. Así el problema de la libertad
individual viene sacrificado al ideal del pleno empleo y la máxima producción.
c)
Baran pretende presentar un proceso que inevitablemente conduzca al
estancamiento del capitalismo: cada vez son menores los incentivos para
invertir, con lo que la producción tiende a paralizarse (p. 146). Aparte de que
no existen pruebas estadísticas de que se está llegando a este punto, el autor
concede poca importancia a la función del desarrollo tecnológico, que genera
nuevas fuentes de inversión; su conclusión podría ser cierta si la tecnología
estuviera estancada o avanzara muy lentamente[29],
pero en realidad ocurre lo contrario: basta observar que los Estados Unidos han
duplicado su PNB (en dólares constantes) en sólo ocho años, y que el 50 por 100
de los bienes que produce hoy, o no existían hace 20 años o tenían un peso
económico insignificante. En la URSS la tecnología —excepto en el sector de
armamentos y de prestigio exterior— resulta un factor secundario, porque es el
Estado el que decide qué se debe consumir, en qué cantidad y de qué calidad;
cosa que el consumidor de Occidente suele decidir por sí mismo: otra vez se
apunta un problema de carácter humano, con la libertad del hombre en su centro.
Estos
errores de tipo técnico explican —aunque esto no signifique un criterio
definitivo— que sea una obra poco citada en la literatura económica: es una
crítica marxista a la economía americana, pero no un estudio científico de la
economía del desarrollo.
II. LA TEORIA
DEL EXCEDENTE ECONÓMICO POTENCIAL
1.
Idea de excedente potencial.— Baran basa su crítica al capitalismo en la
supuesta mala utilización que éste realiza del excedente potencial, debido a la
existencia de consumo excesivo, trabajadores improductivos, organización
irracional y desempleo, lo que llevaría consigo un estancamiento de los países
avanzados y un freno en el desarrollo de los atrasados. Define así este
concepto: «El excedente económico potencial es la diferencia entre la
producción que podría obtenerse en un ambiente técnico y natural dado
con la ayuda de los recursos productivos utilizables, y lo que pudiera
considerarse como consumo esencial. Su realización presupone una reorganización
más o menos drástica de la producción y distribución del producto social, e
implica cambios de gran alcance en la estructura de la sociedad» (p. 40). En
esta definición, de apariencia exclusivamente técnica, se encierra en realidad
una falsa concepción del hombre.
Efectivamente,
la capacidad potencial de creación de riqueza de un hombre o de una
sociedad, depende de las metas que se proponga para su vida: en la organización
de la sociedad los recursos económicos se han de calcular después de delimitar
los objetivos humanos a que deben servir; una familia no se propone como
primera meta el cumplir un presupuesto subordinando a ello toda otra actividad,
más bien subordina el presupuesto a las metas que previamente se propone; y una
sociedad rectamente ordenada, lo mismo. Sin embargo, como hemos podido
observar, la finalidad exclusiva de Baran es el desarrollo económico: para él
la planificación socialista se hace necesaria como único modo de conseguir la
plenitud humana; identifica desarrollo económico con progreso humano, y ve en
este progreso la meta cumbre del acontecer histórico[30],
por eso fustiga a los economistas occidentales, ya que «se ha puesto de moda en
ellos dudar de la 'conveniencia absoluta' del desarrollo económico, burlarse de
su identificación con el progreso por considerarla anticientífica» (p. 33), y
es que «el desarrollo económico es, en la actualidad, la necesidad más urgente
y vital de la enorme mayoría de la humanidad» (p. 277); por eso, dirá, en los
países comunistas «habiendo convertido al conocimiento en un poderoso
instrumento del progreso humano, éste se convertirá en la principal
preocupación de hombres y mujeres en todos los campos de la vida» (pp.
333-334).
En
definitiva, Baran presupone como real la existencia de una sociedad compuesta
por una especie de homo oeconomicus; pero este concepto es una
abstracción que no tiene realidad, ni vale decir que responde al comportamiento
del hombre medio, que no existe: para que existiera, haría falta que el hombre
fuera pura materia, pero no lo es. De todo ello se deduce que el excedente
potencial es una elucubración, y la crítica que presenta Baran al capitalismo,
es un pseudoproblema, mal planteado: si la meta que se propone una sociedad
fuera la adquisición de poder, el excedente económico debería ser tal que
lograra, cuanto antes, la acumulación de dicho poder; si el objetivo (en este
caso verdadero) es la práctica de la virtud, el excedente óptimo es el que
facilite dicha práctica a todos los ciudadanos, y difícilmente coincidirá en
cantidad y modo de utilización con el anterior ejemplo. Cuando la meta
propuesta es el verdadero progreso humano —del hombre real, alma y cuerpo,
ordenado a Dios como último fin—, este concepto de excedente «potencial» carece
de sentido: no se puede delimitar en abstracto sin saber qué es
necesario para ese progreso —que es siempre de todo el hombre (alma y cuerpo)—.
Además, es evidente la imposibilidad de un excedente potencial absoluto: al no
ser el desarrollo económico el fin real del hombre, no puede dar una medida
absoluta de lo que hay que hacer, sino sólo en función de lo que se debe,
o al menos de lo que se quiere hacer.
2. Su
medición.— No es de extrañar, por tanto, las dificultades que Baran pone de
relieve sobre la determinación y medida objetiva para establecer el excedente potencial:
«La identificación y la medición de estas cuatro formas del excedente económico
potencial, tropiezan con algunos obstáculos. Estos pueden, en esencia,
reducirse al hecho de que el concepto mismo de excedente económico potencial,
trasciende el horizonte del orden social existente, al relacionarse no sólo con
la actuación fácilmente observable de una organización socio-económica dada,
sino también con la imagen, menos fácil de concebir, de una sociedad ordenada
en forma más racional» (p. 41). Ahora bien, esta imagen depende de mis ideas
que —según el autor— están determinadas por el desarrollo económico de
la sociedad: «Lo que ha ocurrido en la Unión Soviética y en los países de
Europa Oriental, confirma la proposición básica del marxismo de que el grado de
madurez de los recursos productivos de la sociedad es lo que determina 'el
carácter general de la vida social, política e intelectual'» (p. 10); el hombre
quedaría de este modo atrapado en un proceso que le supera —desarrollar una
sociedad cuya imagen depende del desarrollo alcanzado—, tratando de amoldarse a
él.
Así
pues, Baran no concreta —no puede hacerlo— el modo de medir ese excedente
económico potencial: se limita a ciertas vaguedades referentes a los tiempos de
guerra, a instalaciones improductivas, etc.
3.
Conclusión.— El excedente potencial supone una organización utópica de la
sociedad para producir más y más, para acelerar el desarrollo, en donde lo
económico se convierte en el fulcro de todo el obrar humano; en realidad,
además de suponer un concepto degradante del hombre porque le rebaja a la
condición meramente material, es una meta irreal y tan difuminada como la
conclusión a que llega el autor: «Únicamente sobre la base de un alto nivel de
vida, de una abundancia de bienes materiales, es como puede efectuarse una
igualación internacional, en la que todos los sectores de la
sociedad contribuirán al adelanto del conjunto de ésta, en donde los que
'tienen' están en disposición y con deseos de ayudar a los que 'no tienen' a
medida que estos últimos se liberan progresivamente de la necesidad de que les
ayuden los primeros» (p. 330).
Las
cosas son de otra manera: resulta imposible que un hombre se proponga como meta
de su vida el abstracto desarrollo material, ya que el desarrollo no puede pasar
de ser un medio para conseguir un fin personal, que puede ser el verdadero fin
último: Dios, o el falso: la autoafirmación a través del poder, la riqueza, el
placer sensible, etc. Por tanto la visión de Baran es radicalmente falsa: se
funda en el engaño del homo oeconomicus. Pero es más, incluso
para el fin parcial que se propone falsamente como bien absoluto, resulta menos
eficaz que otros sistemas económicos, que tienen presente o al menos respetan
mejor, fines superiores: cuanto más elevada sea la meta propuesta a un hombre
se hace más gustoso trabajar por su consecución, por eso la meta del desarrollo
como finalidad última del hombre no sólo es degradante, sino que llevará
aparejado un mal negocio: comporta un trabajo más cansino y, por ende, un menor
desarrollo. En conclusión, los presupuestos del libro —tomar el desarrollo
económico como último fin del hombre y hablar de excedente potencial en base a
este desarrollo «ideal»— repugnan a la esencia del hombre, porque niegan su
atributo más importante, la espiritualidad. Y así llevan aparejada una visión
empobrecida, incluso para la eficacia económica, de la sociedad.
4. Crítica
del capitalismo.— De ahí que falle la crítica que Baran realiza al
capitalismo: sólo se podría criticar partiendo de un concepto verdadero de lo
que es el hombre y sus fines; y esto no lo puede hacer el marxismo. El defecto
principal del capitalismo, no es su falta de planificación y el freno que
podría poner al desarrollo (aunque esto resultara cierto), sino la falta de un
fin humano, digno del hombre; es el mismo defecto de fondo que tiene el
marxismo, proponerse el fin económico como último fin. Por eso, tampoco es
fácil para un materialista teórico o práctico del mundo capitalista criticar o
defenderse del marxismo. En este sentido son fundadas las objeciones de Baran
al mundo occidental cuando parece que la única preocupación de sus gobiernos
está «dedicada a la elevación al máximo del excedente económico, a su
utilización racional» (p. 65), en donde para el empresario «el sentido de la
existencia está dado por la acumulación del capital y su utilización lucrativa»
(p. 64, nota 4).
A
partir de estas ideas, hay una lógica transición hacia el marxismo, pues «el
capitalismo crea un estado de ánimo crítico tal que, después de haber destruido
la autoridad moral de tantas otras instituciones, finalmente se vuelve contra
las propias; el burgués encuentra, para su sorpresa. que la actitud
racionalista no se detiene ante los títulos de reyes y de papas, sino que
continúa con el ataque a la propiedad privada y a todo el sistema de valores
burgueses» (p. 42)[31].
En este sentido habría acertado Marx: cuando no se ven más que fines
materiales, el marxismo tiende a surgir como evolución del capitalismo; esto
explica las veleidades filomarxistas de muchos pensadores de la economía
occidental: no es que el pensamiento marxista se vuelva coherente, no es que el
hombre sea homo oeconomicus; sino que, en uso de su libertad,
puede ir reduciéndose a eso, puede ir convirtiéndose en bestia, al no buscar más
que los horizontes materiales. En todo caso, siempre resulta una ventaja la
falta de coherencia propia de los sectores materialistas de occidente, ya que
no se proponen un fin material como el absoluto fin del hombre, sino que
prescinden de considerar el último fin: no lo niegan como punto de partida
—como hace el marxismo—, sólo no lo tienen en cuenta. Por eso no impiden
radicalmente el uso de la libertad y se hace posible una economía que, aun
siendo errónea, sea más compatible con la dignidad humana que el marxismo, y
así se explica que sus éxitos sean también mayores.
En
resumen, el error y lo criticable del capitalismo es no haberse propuesto esos
fines: no haber considerado a qué se ordena en realidad el hombre, y en
consecuencia no ver la necesidad, en el plano material, de preocuparse por
fomentar la mejora de otros países, o de todos los ciudadanos de su país; pero
no por exigencias económicas, sino por exigencias morales: su fallo es la falta
de fines morales, no la falta de planificación, pues la economía adquiere su
verdadera dimensión, se muestra en su grandeza, cuando se encuentra finalizada
hacia una realidad superior, cuando en definitiva, se ordena al hombre para
llevarlo a Dios, cuando facilita al hombre el camino hacia su último fin trascendente,
el camino hacia Dios. La diferencia entre la economía así concebida y una
economía apartada de esta realidad, que pretende poseer un valor intrínseco
inmanente y estar finalizada en sí misma, es reflejo de la diferencia entre lo
humano y lo sub-humano, entre el hombre y la bestia.
III.
RACIONALIDAD E IRRACIONALIDAD DE LOS SISTEMAS ECONÓMICOS
1.
Concepto de racionalidad.— En las valoraciones que hace Baran de
los sistemas económicos —prácticamente se limita al capitalismo y al
socialismo—, no deja de sorprender que los errores capitalistas continuamente
son tachados de irracionales, mientras que los socialistas se ven como
consecuencia necesaria del progreso. Para él la sociedad planificada es
perfecta y racional, «no sólo terminaría con la explotación de los países
atrasados, sino que la organización racional y la utilización plena de los
enormes recursos productivos del Occidente fácilmente les permitiría compensar,
cuando menos en parte, su deuda histórica con los pueblos atrasados y prestar
una ayuda generosa y desinteresada a sus esfuerzos por aumentar rápidamente sus
desesperados e inadecuados 'medios de empleo'» (p. 281); y si en algún caso, al
principio, «el mal que provocó fue agudo y doloroso, éste era, manifiestamente
una enfermedad de crecimiento» (p. 314). Por el contrario, es «cada vez más
obvio que el desperdicio y la irracionalidad, lejos de ser taras fortuitas del
capitalismo, están ligados a su esencia misma» (p. 56), por eso «los únicos que
pueden defender este sistema de inhumanidad y locura son aquellos que sólo se
preocupan por sus intereses egoístas, o bien aquellos que están tan cegados por
la ideología burguesa, tan anestesiados por la moral y los 'valores' burgueses,
que son incapaces de ver lo evidente y de experimentar el sentimiento
humanitario más elemental» (p. 14); y así, cuando realizan obras en favor de
los demás: pago a los desocupados, obras públicas, límites al desempleo, etc.,
estos hechos «son dictados por las necesidades y la conveniencia de las grandes
empresas y por la credulidad de la gente para soportar la hipocresía y la
irracionalidad de un orden económico gobernado por los intereses del capital
monopolista» (p. 126). También es irracional, para el autor, el consumo de esta
sociedad (p. 41), es decir la libre facultad de consumo, pues lo racional sería
consumir lo que establece la oficina central de planificación; otra prueba de
irracionalidad la darían la pequeñez de algunas empresas (p. 55) que no pueden
generar la máxima producción posible, los gastos de publicidad, las relaciones
públicas, etc. (p. 111).
Para
Baran el capitalismo no sólo es esencialmente irracional, sino que es el
fundamento de toda irracionalidad: «La irracionalidad, como fenómeno social, no
podrá ser superada en tanto que el sistema capitalista, que es su fundamento
siga existiendo. Más aún, de la misma forma que a un sicótico no puede
influírsele mediante los argumentos y la persuasión, un orden social cuyo
principio de organización es la irracionalidad, no puede convertirse en
racional a través de la ciencia y de la educación. De hecho, todo el
conocimiento adicional que adquiera una sociedad irracionalmente constituida
sólo contribuirá a ampliar y fortalecer la potencia de la muerte y de la
destrucción[32]. En un sociedad en que la
razón se ha constituido en el principio rector de sus relaciones sociales, la
situación es radicalmente distinta. Nuevamente aquí, la evolución de dicha
sociedad será un proceso largo y penoso (...) por un período bastante largo,
tanto la irracionalidad como el error obstruirán también al orden socialista
(...) Sin embargo, lo decisivo es que la irracionalidad ya no será forzosamente
—como en el caso del capitalismo— algo inherente a la estructura de la
sociedad. Ya no será la consecuencia inevitable de un sistema basado en la
explotación, en los prejuicios nacionales y en las supersticiones que
incesantemente se cultivan. La irracionalidad se convertirá en un residuo de un
pasado histórico, desprovista de sus cimientos socioeconómicos, desarraigada
por la desaparición de las clases sociales y por el fin de la explotación del
hombre por el hombre» (pp. 332-333).
Para
poder llegar a estas conclusiones, tiene que negar evidencias, como la mejora
del nivel de vida material en los países capitalistas: podría no estar de acuerdo
con el método empleado, pero no puede negar que los resultados son iguales o
mejores que en los países socialistas. Otra evidencia que niega (p. 207) son
los beneficios que aportan las empresas extranjeras; es cierto que podrían
haber sido mayores pero no es menos cierto que sin ellas, estos beneficios
serían nulos: al menos, disminuyen el desempleo, importan tecnología hace que
se formen técnicos nativos, obtienen divisas, etc. La otra cara de la moneda es
la afirmación que hace Baran de cosas irreales; bastará añadir una a todas las
expuestas: La conclusión del capítulo VII (p. 278) es que con una sociedad
planificada se pueden resolver todos los problemas en una generación; son
muchos los países en que ya ha pasado una generación de socialismo (y en Rusia
dos), y aún quedan por resolver muchos de estos problemas: necesidades no
cubiertas, desarrollo desequilibrado, etc.
¿Cuál
es el concepto de racionalidad que tiene Baran para hablar como lo hace ?
Indudablemente lo racional para él no coincide con la experiencia observable,
pues no duda en sacrificar las evidencias a lo «racional», e incluso acusa a
los economistas de Occidente de permanecer «pegados a los hechos observables»
(p. 25).
2. Fundamento
de la «racionalidad».— El autor hace una exposición del método que
ha seguido: «para intentar llegar a la comprensión de las leyes del movimiento,
tanto de las zonas avanzadas como de las regiones atrasadas del mundo
capitalista, es menester y de hecho es obligatorio, prescindir de las
peculiaridades de los casos particulares y concentrarse en las características
esenciales que les son comunes. En realidad, ningún trabajo científico es
concebible sin este método (...) Importa poco y no constituye un reproche
válido para el método en sí o para sus resultados, el que el 'modelo' que se
obtenga en cualquier tipo de estudio no se ajuste completamente a cualquier
caso particular o que no se acomode perfectamente a todas sus peculiaridades y
especificaciones. Si el modelo logra su objetivo, si tiene éxito en captar los
rasgos dominantes del proceso real, contribuirá más a su entendimiento que
cualquier cantidad de información detallada y de datos particulares. Aún más,
sólo con la ayuda de un modelo tal, únicamente teniendo claros los contornos
del 'tipo ideal', es como puede dársele un significado a toda la información y
datos que se recopilan continuamente por la investigación organizada y que muy
frecuentemente se utilizan como sustituto para la comprensión de un fenómeno
más que como ayuda para entenderlo» (pp. 158-159). En estas palabras se observa
que el hombre no se puede disociar, que es imprescindible una visión de
totalidad. Al hacer economía no es posible —como pretenden algunos economistas—
olvidarse del último fin; en esto tiene razón su crítica al capitalismo, cuando
le acusa de que interpreta los hechos prescindiendo del todo: «como sucede con
la mayor parte del razonamiento económico burgués basado en la 'inteligencia
práctica', esto es juicioso y veraz en la superficie. Pero al abarcar meramente
un segmento de la realidad y al no tratarlo de manera histórica, sino con el
método —tan de moda en la actualidad— que podría denominarse 'estática
animada', da una concepción prejuiciada y que conduce al error» (p. 213); y es
que las visiones parciales, cuando no se tiene en cuenta el conjunto, resultan
falsas: el verdadero conocimiento es el conocimiento del todo, que es el único
que puede dar razón de las partes.
Ahora
bien, ¿cuál es ese todo para Baran, en el que basa su concepto de racionalidad?
Ya vimos en el apartado anterior que el único fin que se proponía era el
desarrollo material; esto se confirma en la frase que cierra el libro:
«Contribuir al surgimiento de una sociedad en la que el desarrollo suplante al
estancamiento, en la cual el crecimiento desaloje a la decadencia y en la que
la cultura liquide a la barbarie, es la función más noble y, de hecho, la única
digna del esfuerzo intelectual. La necesidad del triunfo de la razón sobre el
mito, de la victoria de la vida sobre la muerte no puede ser demostrado por
medio de la inferencia lógica. Como dijo en una ocasión un gran físico, 'la
lógica por sí sola es incapaz de llevar a nadie más allá del reino de su propia
percepción; ni siquiera puede obligarlo a reconocer la existencia de sus semejantes'.
Esta necesidad debe descansar en la proposición de que la demanda de la
humanidad en favor de la vida, del desarrollo y de la felicidad, no necesita
ser justificada. Con esta proposición se mantiene y cae. Sin embargo, ésta es
la única premisa que no puede probar y que es irrefutable» (p. 334). El todo
sería la vida, el desarrollo, la felicidad: el desarrollo económico que daría
sentido a la vida y produciría la felicidad; en definitiva el todo sería la
materia, y lo racional la visión de esa materia como todo único en evolución.
3. Monismo
materialista[33].— Su fallo es, por tanto,
pensar en la materia como única realidad: sólo partiendo de este fundamento
irreal se puede llegar a decir que la experiencia y los hechos evidentes
resultan irracionales. Para un filósofo realista, tampoco es posible entender
las partes prescindiendo del todo: pero del todo real; y por eso, de un todo
cuyo conocimiento ilumina la realidad de las partes: nunca la contradice.
Baran
no tiene interés en conocer la realidad tal como es, en su totalidad concreta
—como creación, con criaturas materiales y espirituales—, sino en manejar todo
como pura materia: «alcanzar un orden social en el cual el crecimiento
económico y cultural sea posible de realizar fundándose en un creciente dominio
racional del hombre sobre la inagotable fuerza de la naturaleza, es un reto que
supera en alcance a todo lo que hasta la fecha se ha logrado en el curso de la
historia» (p. 330); de ahí que tache de irracional cualquier realidad o forma
de pensar que no coincida con su concepción. Con este presupuesto se explican
las planificaciones socialistas, basadas en la creencia relativamente simplista
y falsa, en el poder último del hombre sobre su destino, por el manejo que
ejerce sobre lo que le rodea; tienen como presupuesto económico que la
centralización es un bien en sí, cosa que ni la teoría ni los hechos han
corroborado. Este tipo de planificación, por lo violento que resulta a la
naturaleza humana, es sólo posible por el autoritarismo político y los métodos
totalitarios[34].
IV. UTOPÍA DE
LA LIBERTAD
1. La
explicación del desarrollo económico.— A lo largo de la obra de
Baran, hemos podido observar la poca importancia que atribuye para el
desarrollo económico, a lo que hacen los propios interesados. Cuando habla de
los diferentes crecimientos que obtuvieron la India y el Japón (Cap. V, § II y
III), lo explica en base a la mayor o menor injerencia extranjera, en concreto
de los países capitalistas. No tiene en cuenta las aptitudes individuales:
espíritu de empresa, iniciativa, etc., que se habrán dado por igual tanto en
las regiones que ahora son atrasadas como en las adelantadas (Cap. VII, § V).
Le parece inútil cualquier intento de reforma dentro del capitalismo (Cap. I, §
I, etc.), pues según él, está irremediablemente condenado a la autodestrucción.
Al estudiar el atraso de algunos países (Cap. VI), minimiza lo que hacen o
dejan de hacer los nativos, como si esto prácticamente no contara; casi se
diría que el gobierno nativo (Cap. VII, § I a III) sólo puede hacerlo mal, a
menos que sea socialista. El afán de lucro sería el único impulso en el mundo
burgués (Cap. VI, § VII, etc.): no concibe que el capitalista obre de otro
modo, y cuando parece que lo hace así, en el fondo sólo busca su ganancia.
No
deja de ser chocante esta eliminación sistemática de la responsabilidad
personal: es lógico que en la actuación de una persona, tengan influencia los
factores externos, el ambiente, la educación recibida, etc.; pero no se puede
negar que lo determinante en la conducta son las decisiones personales.
2. La
irrelevancia de los fines individuales y la razón objetiva.— Baran,
sin embargo, piensa de otro modo; para él «la conducta observable de un
individuo (...) está determinada por el orden social en que vive, en el que se
crió y en el cual ha modelado y determinado la estructura de su carácter, sus
categorías de pensamiento, sus esperanzas y sus temores. De hecho, la capacidad
de producir el mecanismo que plasma tal personalidad, de proporcionar la
estructura material y síquica para un tipo específico de existencia humana, es
lo que hace de una constelación social un orden social» (p. 44). Esta
determinación sería absoluta, sin posibilidad de sustracción, de tal modo que
«como sucede muy frecuentemente, gente bien intencionada puede no sólo no
lograr lo que quería, sino obtener el resultado opuesto, si está obligada a
vivir y a trabajar en un sistema cuyo timón está fuera de su control» (p. 49);
es decir que no cuentan los fines que se propone el individuo: la conducta no
sería resultado de unas decisiones personales, sino que vendría determinada
exclusivamente por la influencia del entorno socioeconómico; esta concepción es
la base de las conclusiones indicadas en el punto anterior.
El
autor no piensa que el total condicionamiento de la conducta se limite a las
personas «iletradas e ignorantes», también lo extiende a los estudiosos, por
ejemplo a los economistas: «Ningún escritor serio que yo conozca ha afirmado
que los economistas clásicos —al menos los grandes e importantes—, hayan sido, conscientemente,
escribas serviles de una clase burguesa ascendente o dominante. En ese
caso, difícilmente hubieran valido el papel en que se imprimieron, dejando de
lado el papel en que constantemente se les reimprimiese. Lo esencial del asunto
es que fueron (probablemente con plena inconsciencia) los
portavoces de una burguesía ascendente a cuyos intereses objetivamente
sirvieron. El mismo profesor Robbins ha visto claramente la distinción entre la
conciencia subjetiva de los intereses y su contenido objetivo en su libro The
Economic Basis of Class Conflict (Londres, 1939), p. 4. En general, bien
puede decirse que para la apreciación del papel desempeñado por un grupo o por
un individuo en el proceso histórico, las motivaciones subjetivas (conscientes
e inconscientes) son mucho menos importantes que su actuación objetiva» (pp.
18-19, nota 1); para Baran, por tanto, la negación de la libertad es un a
priori: al no aceptar la trascendencia del hombre, necesariamente
queda eliminada la posibilidad de ser libre. De ahí, que su pensamiento resulte
inaceptable: la libertad y la trascendencia de la naturaleza humana es algo
irrefutable, como prueba la experiencia personal.
El
influjo que ejercería el mundo material sobre las personas hasta modificarlas
esencialmente, es lo que según Baran, no alcanza a comprender la economía
occidental donde «el individuo mismo, con sus hábitos, gustos y preferencias,
se toma como dado. Sin embargo, debería ser obvio que tal visión del individuo
es totalmente metafísica y que, de hecho, pasa por alto el aspecto más esencial
de la historia humana» (p. 43). Este aspecto esencial sería la interdependencia
entre individuo y sociedad, que resulta vinculante en cuanto no son sino
aspectos distintos de la misma realidad: la materia; y así dice: «De hecho, en
el curso de la historia, el individuo, con sus exigencias físicas y síquicas,
con sus valores y sus aspiraciones, ha estado cambiando con la sociedad de la
cual forma parte. Las modificaciones de la estructura de la sociedad lo han
cambiado y los cambios en su naturaleza han cambiado a la sociedad» (p. 43).
Olvida esta concepción que el hombre, en razón de su espiritualidad no puede
ser —y de hecho no lo ha sido en el curso de la historia— dominado por la
naturaleza material o por la organización de la sociedad: es el hombre el que
las domina dentro del recto orden; cuando por el mal uso de su libertad, quiere
convertirse en árbitro supremo, resulta dominado, no por la naturaleza sino por
sus propias pasiones.
De
los cambios en la naturaleza humana, deduce el autor que ni siquiera la
actuación real y observable del individuo, podría darnos una prueba de sus
necesidades y aspiraciones[35];
«el único criterio por el cual es posible juzgar la naturaleza de una
organización socioeconómica, su capacidad para contribuir al desenvolvimiento
general y al crecimiento de las potencialidades humanas, es la razón
objetiva» (p. 45); ahora bien, «no es que la substancia de la razón
objetiva esté fijada en forma inmutable en el tiempo y en el espacio. Por el
contrario, la razón objetiva misma está enclavada en el flujo incansable de la
historia, estando sus linderos y contenidos tan sometidos a la dinámica del
proceso histórico, como la naturaleza y la sociedad en general. 'No se puede
entrar dos veces en el mismo río', y lo que es la razón objetiva en una etapa
histórica, es la sinrazón, la reacción en otra» (p. 46). Nos encontramos ante
otra contradicción del marxismo: si la «razón objetiva» —que no deja de ser
subjetiva, pues no admiten un ser superior que la haya determinado—, está
sometida a una dinámica, ¿quién nos asegura que el comunismo es la etapa final
y cumbre de la historia?; lo más probable es que lo que ahora piensan algunos
—me atrevería a decir que son pocos los que lo piensan seriamente— que es la
razón objetiva, sea dentro de unos años la sinrazón.
3. La
historia como evolución dialéctica.— El determinismo de Baran se
extiende también al conjunto de la sociedad: si el hombre —como protagonista de
la historia— está condicionado necesariamente, resulta natural —para él— que la
historia siga unas leyes inexorables de evolución; así, «el capitalismo liberal
y competitivo, es el que forzosa e ineluctablemente gesta al monopolio» (p.
46); también dirá: «como en todas las situaciones en que las necesidades
objetivas chocan con el juicio que tienen los individuos de tales necesidades,
estos últimos sólo pueden obstaculizar y retardar el proceso histórico, pero no
pueden detenerlo indefinidamente» (p. 311). En frase que recoge de Lenin[36]:
«El dominio del capitalismo no se derrumba porque alguien quiera adueñarse del
poder. Tal conquista del poder sería una tontería. La terminación del dominio
del capitalismo sería imposible si todo el desarrollo económico de los países
capitalistas no hubiese conducido a ello. La guerra ha acelerado este proceso y
ha hecho que el capitalismo sea imposible. Ninguna fuerza podría destruir al
capitalismo si éste no estuviese ya minado y subvertido por la historia» (pp.
289-290). Como ya ha pasado bastante tiempo desde que se dijo esta frase, habrá
que concluir que el determinismo histórico resulta equivocado; por eso en 1956
Moscú hizo una declaración oficial —¿Baran la ignoraba, o ha preferido
ignorarla?— considerando como «antimarxista» la tesis de la «descomposición
automática del capitalismo». No es necesario, por otra parte, recurrir a estas
«autoridades»; la razón natural nos dice que la historia no se entiende
satisfactoriamente más que reconociendo que el ser del hombre y toda su
capacidad de obrar le han sido donados por Dios; y por tanto, nada sucede que
no sea querido o permitido por el plan de la divina sabiduría, conforme al cual
ha creado y gobierna a todos los seres; por ser una criatura racional y libre,
el hombre es gobernado de un modo particular: debido a su libertad, sabe que
sus decisiones repercuten en la historia y que es responsable de cómo decide;
pero esta libertad, cuando no se obra rectamente, introduce el desorden en el
orden divino. Y así el hombre es responsable de su felicidad —o su condenación—
terrena y eterna.
La
evolución de la sociedad que propugna Baran, se realizaría de modo dialéctico:
si todo fuera materia, no podría moverse ni avanzar, a no ser que una parte se
opusiera a otra, y la lucha dialéctica hiciera evolucionar todo el conjunto.
Esta dialéctica, inherente al marxismo, adquiere tintes demagógicos cuando se
aplica al problema del desarrollo económico: Baran la pone como condición
necesaria, no sólo en las actuales circunstancias, sino para cualquier momento;
incluso atribuye la idea a los economistas clásicos, que «no tuvieron
dificultades para mostrar que el progreso económico dependía de la remoción de
las instituciones políticas, sociales y económicas anticuadas para la época»
(p. 17); y es que el desarrollo económico, para el autor, «siempre ha estado
marcado por conflictos más o menos violentos, ha procedido convulsivamente, ha
sufrido retrocesos y ganado nuevo terreno. El desarrollo económico nunca ha
sido un proceso suave y armonioso que se desenvuelva plácidamente en el tiempo
y en el espacio» (p. 20), por eso, continúa, «si en los siglos XVII y XVIII la
lucha por el progreso equivalía a la lucha contra las instituciones caducas de
la era feudal, en forma similar a los esfuerzos actuales tendientes a crear las
condiciones indispensables para el desarrollo económico, tanto en los países
capitalistas avanzados como en los atrasados, entran continuamente en conflicto
con el orden económico y político del capitalismo y del imperialismo» (p. 27).
Los economistas occidentales no se percatarían de esta realidad, porque «en
general, puede decirse que sólo la posición que, intelectualmente, está fuera
del orden social prevaleciente, que está al margen de sus 'valores', su
'inteligencia práctica' y sus 'verdades axiomáticas', permite una introspección
crítica de sus contradicciones y posibilidades ocultas. El ejercicio de la
autocrítica es tan molesto para una clase dirigente como lo es para un simple
individuo» (pp. 42-43). Aquí vuelve a asomar el fantasma de la razón objetiva,
pues únicamente admitiéndola se puede propugnar la necesidad de estar fuera del
orden social para poder emitir un juicio.
Aun
dentro del capitalismo existiría «el conflicto siempre latente y
esporádicamente activo, entre los intereses de la clase capitalista como un
todo y los de sus miembros individuales» (p. 47); «esta contradicción entre lo
que es racional para el capitalista individual y lo que requiere la sociedad
capitalista en su conjunto no puede ser resuelta individualmente. Puede
superarse únicamente por cambios en la estructura socioeconómica, cambios que a
su vez son producto de modificaciones en las costumbres y valores que
determinan las violaciones y la conducta de los individuos» (p. 111). El
supuesto conflicto entre individuo y sociedad no es privativo del mundo
capitalista, también se produce en los países socialistas: en el primero el
bien propio prevalece sobre el bien del conjunto, en los segundos el bien
individual es sacrificado ante el bien social, como si la sociedad fuese una realidad
subsistente en sí misma.
El
hombre alcanza su felicidad cuando contribuye al bien del universo, como paso
necesario para su ordenación a Dios; pero por ser criatura inteligente, alcanza
individualmente su fin último, por eso no queda —como los animales— anonadado
en el decurso temporal de la materia.
Si
el hombre, efectivamente, no fuera libre, si se comportara como homo
oeconomicus cuyas reacciones ante las necesidades fueran resultados de
instintos condicionantes, en este caso serían más probables las tesis de Baran.
Pero el hombre no es un animal, es una criatura racional y libre, con
posibilidad de sobreponerse a sus instintos y de hacer elecciones rectamente
ordenadas.
En
definitiva, la negación de la libertad, la idea de racionalidad basada en un
todo material, y el excedente económico potencial, son otros tantos conceptos
fundamentados en una visión exclusivamente materialista de la realidad. El
monismo materialista es el presupuesto último de la economía marxista: la
materia evolucionaría necesariamente por medio de la dialéctica; el hombre —la
parte de la materia que piensa— estaría determinado por el medio social, y
obraría de acuerdo con los condicionamientos de ese medio; en base a esto, la
razón objetiva propugnaría la planificación total como el sistema económico
óptimo que, coordinando todos los esfuerzos productivos, llevaría al máximo
desarrollo: único fin propuesto. Pero la materia no es la única realidad; y por
eso, a los teóricos marxistas, nunca les salen las cuentas.
E.C.C.
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[1] Cfr. Rivista di Politica Economica, Roma, 1962, pp. 869-870.
[2] Los autores más citados, nunca contradichos y en pocos casos —uno o dos— levemente matizados por Baran, son Marx, Engels y Lenin. Por eso, para comprender mejor el cuadro en que se mueve el libro que nos ocupa, es interesante consultar las recensiones de estos autores, especialmente las de El Capital, Miseria de la filosofía y El imperialismo, última fase del capitalismo.
[3] «El consumo elevado y la inversión elevada son más bien complementarios que competidores». (P. SAMUELSON, Curso de Economía Moderna, Madrid, 1968, p. 273).
[4] En esto están de acuerdo casi todos los economistas, aunque Baran lo interpreta no como «un alivio de la posición relativa de la clase obrera, sino a su expansión a través de la absorción de pequeños empresarios, artesanos, etc.» (p. 75).
[5] En este punto no están de acuerdo la mayoría de los autores: la tendencia «natural» a la formación de monopolios está frenada en muchos países con las leyes anti-trust, por lo que esta tendencia ha sido decreciente. Sobre estos temas puede consultarse el trabajo de R. Lewinsohn, Trust et Cartels dans l'economie mondiale, París, 1950.
[6] Es sabida la dificultad de estimar el PNB de los países socialistas; sin embargo, no cabe duda que si las estimaciones se hacen siempre con el mismo criterio, la tasa de crecimiento será bastante real.
[7] La política de nacionalizaciones llevada a cabo en el último cuarto de siglo no parece favorecer esta interpretación.
[8] Si es cierto que el excedente económico aumenta más rápidamente que la producción total, y que la renta del trabajo se mantiene respecto a ella, prácticamente constante (cfr. nota de la p. 13 de esta recensión), la consecuencia lógica es que los trabajadores ahorran parte del sueldo, y, por tanto, que no se estancan en el nivel mínimo de subsistencia (Baran sostiene lo contrario en la p. 63 de su libro).
[9] Esta interpretación está lejos de ser unánime: «Cada dólar reducido en los impuestos aumenta en un dólar la renta disponible de los particulares y acarrea un aumento de casi un dólar en el gasto inicial de consumo. Por esta razón, los dólares reducidos en los impuestos son un arma casi tan eficaz contra el paro en masa como los aumentos en dólares del gasto del Estado... En estos últimos años, Estados Unidos e Inglaterra han recurrido a la reducción de impuestos como medio de elevar el empleo y la renta» (P. SAMUELSON, Op. cit., p. 282).
[10] No deja de ser curioso este párrafo, escrito por un marxista, cuando en los países comunistas basta una «desviación de la ortodoxia» para pagar con la cárcel, y a veces con la vida. Además, está el hecho de que el libro de Baran haya sido publicado en el reducto del capitalismo, sin que se lo hayan impedido.
[11] Samuelson se pregunta la relación entre los gastos militares de los Estados Unidos y su prosperidad, y responde: «El gasto en bombarderos a reacción y en proyectiles intercontinentales no tiene nada de especial que le otorgue un multiplicador mayor, para sostener el ritmo de la actividad económica, que a otros tipos de gasto público... Siendo ya innecesarios los gastos de guerra fría, el Gobierno podría reducir sus gigantescos gastos en el extranjero y, probablemente, desaparecería de la noche al día nuestro déficit exterior... Los ritmos del crecimiento potencial y efectivo de Estados Unidos, lejos de depender de los preparativos bélicos, se verían muy favorecidos por la desaparición de la guerra fría». (P. SAMUELSON, Op. cit., p. 909). La reciente política de distensión es prueba de que los gastos militares no son imprescindibles para el crecimiento económico.
[12] Wealth of Nations (1776).
[13] Cfr. D. RICARDO, Principles of Political Economy, London, 1917, p. 228.
[14] Teniendo
en cuenta los datos de P. ROSENSTEIN-RODAN en Review of Economics and
Statistics (mayo, 1961), se puede elaborar el siguiente cuadro para 1961,
con los mismos conceptos anteriores:
55,0 |
16,0 |
2.006 |
22,5 |
16,4 |
804 |
22,5 |
67,6 |
197 |
en el cuadro se observa una mejor distribución de la renta, y aunque en absoluto se pueda sacar una visión armoniosa, por lo menos indica que las cosas no siguen empeorando como nos quiere hacer creer el autor.
[15] Marx en su British rule in India —citado un par de veces por Baran— sostiene estas mismas ideas.
[16] Cfr. lo indicado sobre los gastos militares al final del capítulo anterior.
[17] V. VAZQUEZ DE PRADA, Historia Económica Mundial, Madrid, 1964, tomo II, p. 298.
[18] Sólo una p. antes decía: «Tomando a la agricultura en su conjunto, es muy probable que el excedente económico generado por este sector de la economía subdesarrollada comprenda cuando menos la mitad y en muchos países una proporción mayor de su producto total» (p. 191).
[19] Parece otra contradicción, esta vez en el mismo párrafo, la lucha despiadada y el no poner restricciones a los que quieren entrar.
[20] Es interesante hacer notar que en los países comunistas las personas se ven obligadas a abandonar «sus formas tradicionales de vida» (que allí llamarán alienaciones), en aras de un progreso material que no siempre resulta tangible para esas mismas personas.
[21] Esto también ha sido observado por muchos economistas occidentales; cfr., por ejemplo, R. BARRE, El desarrollo económico. Análisis y política, México, 1962.
[22] J. L. COMELLAS, Colonialismo I, en G. E. R. (6), Madrid, 1972, p. 15.
[23] P. SAMUELSON, Op. cit., p. 823.
[24] Los entrecomillados dentro de esta cita, y la correspondiente a la p. 309, son de Engels, The peasant Question in France and Germany.
[25] En estos párrafos tenemos un ejemplo típico del envolvente razonamiento marxista: empieza proclamando la armonía entre agricultura e industria, para acabar afirmando que la mejora de la agricultura debe posponerse a la industria. Lo mismo ocurre con la colectivización, que debe ser voluntaria... imponiendo si es necesario la voluntariedad con la fuerza (el ajusticiamiento y la deportación fueron penas aplicadas por este delito). En el marxismo afloran, al menos, las mismas contradicciones que achaca al capitalismo.
[26] Como en el caso de la colectivización agrícola, también aquí, para educar a los disidentes se ha aplicado el aforismo: la letra, con sangre entra, como quedó patente en Checoslovaquia, que buscaba una cierta autonomía dentro del comunismo.
[27] Cfr. P. BAUCHET, La planification française, París, 1962.
[28] En todo sistema económico —aún en aquellos que pretenden negarlo— existen unas bases éticas que condicionan su desarrollo y conclusiones: el estudio de estos presupuestos dará más luz sobre la validez de dicho sistema, que el mismo éxito material que haya obtenido, pues «¿de qué sirve al hombre ganar el mundo, si pierde su alma?» (Mat 16, 26).
[29] El argumento es semejante al que emplean los defensores del control de la natalidad: no tienen en cuenta que el avance tecnológico es superior al aumento demográfico.
[30] «La cuestión del progreso económico y social no sólo vuelve al centro del escenario histórico, sino que, como hace dos o tres siglos, se relaciona con la esencia misma de la lucha cada vez más extensa y aguda entre dos órdenes sociales antagónicos» (pp. 26-27).
[31] Se trata de un texto de Schumpeter en Capitalism, Socialism and Democracy, Nueva York, 1950, p. 143, recogido por Baran.
[32] Nótese que es una irracionalidad que se mantiene siempre al nivel de las estructuras, de las ideas abstractas, etc.: nunca de las decisiones morales de la persona; antes bien, la moral sería para Baran uno de los fundamentos del orden capitalista.
[33] Sobre este tema véanse las indicaciones recogidas en la recensión a La Sagrada Familia, de Marx y Engels.
[34] Cfr. P. J. BIERVE y otros, La planification en cinq pays de l'Europe Occidentale et Orientale, Cuneo, 1962.
[35] Es un modo de justificar el autoritarismo de los países marxistas, en donde el organismo de planificación está más seguro de conocer las necesidades y aspiraciones de un individuo, que él mismo.
[36] Sochinenya, Moscú, 1947, p. 381.