(Castellano:
"Lirio del valle", Biblioteca EDAF, Madrid 1966)
1. Resumen del libro y relación de los personajes más
importantes.
La obra consta de
los siguientes capítulos:
I. A la señora
condesa Natalia de Manerville (pp. 17-18)
II. Las dos
infancias (pp. 19-104)
III. Los primeros
amores (pp. 105-228)
IV. Las dos mujeres
(pp. 229-334)
V. Al señor conde
Félix de Vandenesse (pp. 335-339)
I. "A
la señora condesa Natalia de Manerville".
Es una breve carta introductoria firmada por Félix, en la que éste le
explica a Natalia que a petición de ella le va a narrar su vida. Este recurso
literario le sirve al autor para presentar el libro como una biografía relatada
en primera persona, haciendo breves reflexiones sobre el futuro, incisos
aclaratorios, y glosas a Natalia, que no se explicará quién es hasta el final
del libro.
II. "Las dos
infancias".
Félix narra cómo fue criado en el campo por una nodriza,
y al regresar a su hogar en Tours encontró un ambiente de frialdad. La rigidez
materna, junto con su sensibilidad y poca salud, le hacen un niño solitario y
desgraciado. Además su padre es estricto en lo económico, lo cual aumenta su
inseguridad. Félix comienza la carrera de Derecho en París, con diecinueve
años, y al curso siguiente, por una posible vuelta de los Borbones al poder,
acude de nuevo a Tours, para evitar los peligros de posibles algaradas en
París. Efectivamente regresa Luis XVIII al poder, y con este motivo se organiza
una fiesta en Tours a la que asiste Félix como representante de la familia, de
recia tradición monárquica. En esa fiesta, a pesar de su timidez, se siente
impulsado por la pasión hacia una dama desconocida, mayor que él, y se lo
manifiesta con ímpetu, recibiendo un reproche.
Con este breve
conocimiento, Félix se enamora apasionadamente de la dama, de la cual no sabe
ni el nombre. Esto le conduce a una apatía. Para curarle, la familia decide que
vaya al campo, al castillo de un amigo, a orillas del río Indre.
El día de su
llegada, en un paseo por el valle del río, descubre otro castillo que le llama
la atención: es el de Clochegourde, que pertenece al conde de Mortsauf,
representante de una histórica familia de Turena. El conde fue desterrado con
la caída de la monarquía, y la finca pertenece a su esposa Blanca. Conducido
por su amigo, Félix visita a los Mortsauf, y comprueba que la señora de
Mortsauf es la dama que conoció en la fiesta. La familia la componen ella, sus
dos hijos —Santiago y Magdalena— de poca salud, y el conde, de carácter
difícil: brusco, hiriente con su mujer, dominante, y con poca capacidad para
administrar las posesiones. De hecho es su esposa la que, sin que él lo
perciba, hace rentables los territorios que poseen, debido a su buena
administración. A la vez, la condesa está totalmente entregada a sus hijos,
preocupándose constantemente de su salud.
Félix vuelve
repetidamente a frecuentar la casa, enamorado de la condesa, y ésta le
corresponde aparentemente con amor maternal. En sus constantes visitas, Félix
va descubriendo el carácter complejo del conde, y la señora de Mortsauf le
revela su infancia. Piensa entonces Félix:
"Nos sentimos
gemelos en el dolor; ella no concebía que las confidencias se hicieran a medias
entre hermanos alimentados por las mismas fuentes. Después del suspiro propio
de los corazones puros, en el instante en que se abren, me contó los primeros
días de su matrimonio, sus primeras decepciones, su desgracia renovada. Como
yo, había conocido los hechos pequeños, tan grandes para las almas cuya límpida
sustancia les conmueve el menor choque, al igual que una piedra arrojada en un
lago agita tanto la superficie como la profundidad" (p. 92).
Como resultado de
otra conversación, Blanca decide que Félix le puede llamar Enriqueta, que es
como la llamaba una tía suya a quien quería. A partir de entonces Félix la
llamará siempre con ese nombre, o con el título de "lirio del valle".
III. "Los
primeros amores".
Prosigue con el
mismo tema de las idas de Félix a la finca de Clochegourde y sus conversaciones
con la condesa. En una ocasión le dice Félix:
"—Decidme
francamente cómo queréis que os ame— repuse.
—Amadme como me
amaba mi tía, cuyos derechos os he dado al autorizaros llamarme con el nombre
que ella había elegido para mí entre los míos.
—Amaré pues sin
esperanza; con abnegación completa" (p. 108).
Cuando Félix vuelve
a París, la condesa le da una larga carta colmada de consejos genéricos sobre
cómo debe actuar en sociedad. Este escrito le hace triunfar a Félix, que va
ascendiendo hasta obtener la confianza del rey Luis XVIII. Recibe un encargo
real que le permite regresar durante un breve tiempo a Clochegourde. Prosiguen
entonces las conversaciones de Félix con Enriqueta, con diálogos de este tipo:
"—Enriqueta,
ídolo cuyo culto triunfa sobre el de Dios, lirio, flor de mi vida, ¿cómo se
explica que ya no sepáis que sois mi conciencia, que me he encarnado tanto en vuestro
corazón que mi alma está aquí cuando mi persona está en París? ¿Tendré que
deciros que he venido en diecisiete horas, que cada vuelta de las ruedas
significaba un mundo de pensamientos y deseos que ha estallado como una
tempestad apenas os he visto?
—Seguid, seguid...
Estoy segura de mí, puedo oíros sin cometer una falta. Dios no quiere que
muera, y os envía a mí del mismo modo que dispuso el aliento a sus criaturas,
como esparce la lluvia sobre una tierra árida. ¡Seguid! ¿me amáis santamente?
—Santamente.
—¿Para siempre?
—Para siempre.
—¿Como a una Virgen
María que debe permanecer con sus velos y su corona blanca?
—Como a una Virgen
María visible.
—¿Como a una
hermana?
—Como a una hermana
muy amada.
—¿Como a una madre?
—Como a una madre
deseada en secreto.
—¿Con
caballerosidad, sin esperanza?
—Con caballerosidad,
pero con esperanza.
—En fin, como si aún
tuvieseis veinte años y llevaseis aquel horrible traje azul del baile?
—¡Oh, mucho más! Os
amo así, y os amo como...
Me miró con viva
ansiedad.
—Como os amaba
vuestra tía.
—Me siento dichosa:
habéis disipado mis temores" (pp. 194-195).
Poco después enferma
gravemente el conde, que es atendido por Félix y de modo especial por la
condesa, que ve en esa enfermedad un castigo divino. Cuando el conde se cura,
vuelve a su desabrido modo de actuar, y Félix ha de regresar a París.
IV. "Las dos
mujeres".
Félix es nombrado
jefe de memoriales del consejo de Estado, y desempeña un cargo de confianza
junto al rey Luis XVIII.
Las relaciones entre
Félix y la condesa de Mortsauf son conocidas en la corte, y eso hace que una
mujer se esfuerce en conquistarle, rompiendo su ensimismamiento. Se trata de la
marquesa Arabella Dudley, inglesa, protestante, casada, con su marido e hijos
en Inglaterra. Esa mujer representa la pasión personificada, y logra sus
propósitos, seduciendo a Félix. "Era la amante del cuerpo, mientras que la
señora de Mortsauf era la esposa del alma" (p. 237).
Cuando vuelve Félix
a Clochegourde, dejando a Arabella en Tours, la condesa —enterada de todo— se
muestra primero fría y distante. Después de varias conversaciones de Félix con
ella, Enriqueta, tomando el papel de madre, decide ir con Félix al encuentro de
Arabella Dudley. El encuentro entre las dos mujeres es muy breve y violento,
quedándose Félix con la marquesa Dudley, que lo consigue retener con su pasión.
Después de despedirse de Enriqueta, vuelve Félix a París con Arabella.
Unos dos meses más
tarde, Félix se entera que Enriqueta está muriéndose, y rápidamente vuelve a
Clochegourde. La condesa de Mortsauf ha dejado de comer desde que ocurrió la
dramática escena de su encuentro con Arabella, y aunque aparentemente se
recupera algo con la llegada de Félix, pide confesarse y muere.
Cuando Félix se
queda solo lee una carta que Enriqueta le había dado para que la abriese
después de su muerte. En ella le pide que cuide al conde y se case con su hija
Magdalena, a la vez que le descubre la pasión que sentía desde el principio por
él. Entre otras cosas, dice en su carta:
"Sí; desde
aquel primer día ejercisteis sobre mí un inexplicable poder fatal, que se hizo
infinito cuando pude leer en vuestra alma. ¡Qué delicias me inundaron al
encontraros puro, completamente sincero, dotado de cualidades tan bellas, capaz
de cosas tan grandes, tan sufrido y noble! ¡Hombre y niño, tímido y valiente!
¡Qué alegría cuando comprobé que ambos estábamos consagrados por sufrimientos
comunes! Desde aquella noche en que mutuamente nos confiamos, perderos, para
mí, era morir: por tanto os dejé permanecer junto a mí por egoísmo. Mi confesor,
el abate de la Berge, que leía en mi alma, tuvo la certeza de que vuestro
alejamiento causaría mi muerte: y se conmovió. Considerando que yo era
necesaria para mis hijos y el conde, no me ordenó que os prohibiera la entrada
en mi casa, a cambio de mi promesa de conservarme pura de acción y de
pensamiento. "El pensamiento es involuntario —me dijo—, pero puede ser
conservado en medio de los suplicios". "Si pienso —le respondí— todo
estará perdido; salvadme de mí misma. ¡Haced que continúe junto a mí y que yo
siga siendo pura!" El buen viejo, aunque severo se mostró indulgente hacia
tanta buena fe. "Podéis amarle como se ama a un hijo, destinándole a
Magdalena" —me dijo. Acepté con valor una vida de sufrimientos para no
perderos; y sufrí con amor, viendo que ambos estábamos uncidos al mismo yugo.
¡Dios mío! Permanecí neutral, fiel a mi esposo, sin dejaros dar un solo paso en
vuestro propio reino" (pp. 323-324).
Después Félix tiene
una breve entrevista con Magdalena, en la cual ésta expresa su rencor por todo
lo que ha hecho con su madre, y que ella intuye. Félix abandona Clochegourde, y
al llegar a París rompe con Arabella, que ya está con su marido y sus hijos que
han regresado de Inglaterra.
V. "Al señor
conde Félix de Vandenesse".
Es este último
capítulo una breve carta de Natalia —a quien va dirigido el libro— a Félix.
Comienza diciéndole:
"Querido conde:
Recibiste de esa pobre señora de Mortsauf una carta que, según dices, no te ha
sido inútil para conducirte en el mundo, y a la cual debes tu gran fortuna. Por
favor, desecha una costumbre tan detestable; no imites a las viudas que hablan
siempre de su primer marido, que arrojan constantemente al rostro del segundo
las virtudes del difunto. (...) Te ha faltado tacto para conmigo, pobre
criatura, que no tengo otro mérito que el de agradarte; me has dado a entender
que no te amaba como Enriqueta ni como Arabella. Confieso mis imperfecciones:
las conozco. Pero ¿por qué hacérmelas notar con tanta rudeza? ¿Sabes por quién
tengo piedad? Por la cuarta mujer que ames: se verá obligada a luchar con tres
personas. Por tanto, debo prevenirte, tanto en interés tuyo como en el de ella,
contra el peligro de tu memoria" (p. 335).
Prosigue en el mismo
tono, diciéndole que todo lo que había entre ellos se reduce ahora a la
amistad, y que sea más discreto con su pasado, procurando casarse con alguna
mujer sencilla, indiferente a las melancolías que ahora le aquejan. Termina la
carta y el libro con estas palabras:
"Si piensas
seguir en la sociedad, continuar disfrutando el trato de las mujeres, oculta
cuidadosamente todo lo que me has dicho: a las mujeres no les agrada sembrar
las flores de su amor en las rocas, ni prodigar caricias para curar un corazón
enfermo. Todas ellas advertirán la sequedad del tuyo, y siempre serías un
desgraciado. Muy pocas serán lo bastante sinceras para decirte lo que yo te
digo, y lo suficientemente buenas para dejarte sin rencor, ofreciéndote una
amistad, como lo hace hoy la que se precia de ser tu sincera amiga.—Natalia de Manerville"
(p. 339).
2. Valoración
técnico-literaria
Honoré de Balzac
(1799-1850) es un escritor cuya obra y pensamiento es fácil encontrar en
cualquier historia de la literatura. El realismo que domina su obra no se
encuentra en esta novela, que es una de las más románticas suyas, como ve en su
mismo argumento y en algún diálogo, como los que se han citado. Ese
romanticismo hace que se den demasiadas "casualidades", para
conseguir un guión continuado, y que en ocasiones la obra tenga rasgos melodramáticos
y diálogos o consideraciones un tanto farragosas a puro de ser sutiles. Balzac
manifiesta en esta obra una mayor admiración por la naturaleza —concretamente
por el valle del río Indre— que en bastantes de sus libros, generalmente de
ambiente ciudadano.
3. Valoración
doctrinal
Como se ve por todo
lo relatado hasta ahora, el libro es inmoral pues, sin escenas o descripciones
inconvenientes, todo él defiende la pasión de la protagonista hacia Félix,
agravando aún más lo erróneo de la postura de Enriqueta la explicación de cómo
su confesor, en vez de cortar tajantemente esas relaciones, "se
compadece" y le pide ingenuamente que trate a Félix como una madre.
La postura de Félix
también es injustificable, pues ya desde el principio es plenamente consciente
de su enamoramiento de una mujer casada, y por eso dice refiriéndose al marido:
"Me comporté
con una cobardía gloriosa: me empeñé en agradar al conde, que se prestaba a
todas mis delicadezas. Hubiese acariciado al perro y satisfecho los menores
deseos de los niños: les hubiese llevado aros, bolitas de ágata, les habría
servido de caballo y deseaba que se apoderasen de mí como de una cosa suya. El
amor tiene intuiciones como las tiene el genio, y yo adivinaba confusamente que
la violencia, la aspereza y la hostilidad arruinarían mis esperanzas" (p.
62).
Y poco más tarde:
"Sólo conocía
superficialmente aquella familia, y el remordimiento natural que se apodera de
un alma joven en tales ocasiones me gritó: ¿Con qué derecho vas a perturbar
esta paz profunda?" (p. 76).
Félix añade a toda
esta conducta sus relaciones con Arabella, que contribuyen al clima sensual que
caracteriza el libro. Todos estos comportamientos inmorales no se critican en
ningún momento, sino que más bien se justifican y se presentan como propios de
almas delicadas y sensibles, lo que hace más peligrosa esta obra, que fue
incluida en el "Indice de libros prohibidos".
F.D.
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