BADINTER, Elisabeth
XY La identidad masculina
Alianza Editorial, Madrid 1993.
1. El libro sostiene dos tesis fundamentales:
a) demostrar que la identidad masculina es una cualidad que no está totalmente dada desde el nacimiento sino que se tiene que ganar a base de lucha.
Expone dos posturas: la de los diferencialistas que explican que el sexo otorga una diferencia irreductible entre ambos géneros (varón y mujer) de tal manera que sus respectivos comportamientos son distintos y han de ser así con un fundamento esencialmente biológico. Esa diferencia "es la ultima ratio de sus destinos respectivos y de sus mutuas relaciones. En última instancia es la biología la que determina la esencia masculina y femenina" (pág. 38); y los constructivistas que adoptan una postura más cargada hacia lo cultural, de tal manera que la biología sólo es una base sobre la que hay que construir la masculinidad; basados en "la plasticidad humana concluyen que no existe un modelo masculino universal, válido para cualquier lugar y en cualquier momento. A su modo de ver la masculinidad no constituye una esencia, sino una ideología que tiende a justificar la dominación masculina" (p. 43).
b) el redescubrimiento de una "paternidad completamente nueva" del que llama"el hombre reconciliado". Para entender esta concepción habría que explicar que la autora hace un análisis sociológico del "macho" y de su comportamiento caracterizado fundamentalmente por su oposición a lo femenino y al intento de afianzarse en su masculinidad a base de adoptar posturas ordinariamente contrapuestas a cualquier conducta amable, pasiva, sensible, cordial, etc. aparentemente más propias de la mujer. El "hombre reconciliado (...) ya no se parece al padre de antaño en casi nada" (p. 203). "Es el gentleman que sabe unir solidez y sensibilidad. Es aquél que ha sabido reunir padre y madre, aquél que ha devenido hombre sin herir la feminidad materna. (...) Tanto ahora como antes, el muchacho no puede evitar esa diferenciación masculina que se traduce (en) un alejamiento respecto de la madre y la adopción de otro modelo de identificación" (p. 197).
2. Se sostiene que es más fácil hacer una mujer que un hombre. La evolución viril es verdaderamente la vía más difícil. Desde su concepción, el embrión masculino lucha para no ser femenino "Nacido de una mujer, mecido en el vientre femenino, el niño macho, al contrario de lo que le sucede a la hembra, se ve condenado a marcar diferencias durante la mayor parte de su vida (...) Para hacer valer su condición masculina deberá convencerse y convencer a los demás de tres cosas: que no es una mujer, que no es un bebé y que no es homosexual" (p. 51).
Se explica que el sexo hembra es el sexo base de todos los mamíferos. "Los biólogos han demostrado la razón de la elección de la hembra como sexo base entre los mamíferos: los embriones crecen en el útero de la madre y el desarrollo fetal puede verse influenciado por la hormonas femeninas (estrógenos y progesterona) maternas. Si el desarrollo fetal hembra dependiese de las hormonas femeninas se correría el peligro constante de que los embriones machos fueran feminizados al igual que los embriones hembra. Sólo queda una solución: la independencia del desarrollo fetal de las hormonas femeninas. Y sólo es posible programando como femenino el esquema embrionario base, de manera que si no hay ninguna intervención, el embrión del mamífero se desarrolla automáticamente por la vía femenina" (p. 57). Esta intervención es producto del cromosoma "Y" que aporta el espermatozoide que fecunda el óvulo "Es pues el macho el que engendra el macho" (p. 55).
3. Sostiene que en la actualidad hay todavía muy pocos hombres reconciliados, según su expresión particular, y que el camino no es fácil. Propugna por "ignorar los problemas de identidad para creer que una misma generación de hombres, educada bajo el antiguo modelo, pueda realizar de golpe el triple salto: el cuestionamiento de una virilidad ancestral (la del modelo agresivo antiguo), la aceptación de una feminidad temida (en el sentido de que el varón ha de tener algo de femenino y que no ha de temerle porque no va en contra de su virilidad) y la invención de otra masculinidad compatible con ella (la virilidad del hombre reconciliado)" (p. 223)
4. La autora ha hecho una magnífica investigación acudiendo a una profusa bibliografía con datos sociológicos, experimentales, que invaden prácticamente todas las páginas del libro. También en ese sentido se puede afirmar que el trabajo hecho es muy serio. Se trata de un buen trabajo en el campo biológico, social y psicológico.
5. Tratándose de un tema como es el sexo, cabrían algunas referencias a lo sobrenatural; sin embargo no se hacen en ningún momento. Por ello se puede completar la calificación diciendo que se trata de un análisis tremendamente naturalista de la masculinidad, con las consecuencias peligrosas que ello lleva consigo.
6. Una de las teoría centrales de la autora es la realidad de la protofemeneidad masculina que Stoller contrapone a la bisexualidad originaria de Freud, para explicar con ello el nacimiento de esa tendencia a la afirmación continua de lo masculino como vía para la afirmación sexual del varón. "Sólo si puede separarse sin problemas de la feminidad y de la "hembricidad" de su madre, el chico será capaz de desarrollar "esa identidad de género (...) que denominamos masculinidad". Sólo entonces podrá ver a su madre, en tanto que objeto separado y heterosexual que podrá desear No existe mejor modo de afirmar que la "masculinidad es secundaria y que se crea: puede verse en peligro ante una unión primera y profunda con la madre" (p. 69).
A este respecto insiste mucho en la importancia de lograr un adecuado equilibrio en el momento de la "separación" del niño varón de la esfera materna para que sea capaz de lograr esa diferenciación masculina que le es necesaria para llegar a ser varón. Insiste en el riesgo latente que existe siempre en caer en ambos extremos: carencia o exceso de protección materna.
7. Para explicar la masculinidad necesita acudir al expediente de la homosexualidad y lo hace extensamente exponiendo lo que denomina "pedagogía homosexual" como prácticas sociológicas en culturas como la de los griegos y la de las tribus baruya y sambia. Hace relatos que resultan repulsivos. Se trata de ritos de "iniciación" masculina en la línea de lograr una separación de lo materno y con ello de la esfera femenina. Explica que en Occidente esos mismos ritos han cundido en prácticas como el escultismo de los boy scouts o en la tremenda explosión del deporte en las escuelas.
8. Aparte del componente "exclusivamente naturalista" de su análisis, la autora hace afirmaciones que resultan peligrosas o atrevidas, si no desfasadas en algunos casos:
a) acudiendo a James Anthony afirma que "una práctica larga de homosexualidad durante la infancia y la adolescencia no afecta de manera significativa la adaptación a la heterosexualidad adulta" (p. 109);
b) hace una exposición de la "sobrevaloración del pene" en la cultura occidental que resulta chocante (pp. 166-170);
c) recomienda que "todas las campañas de prevención del sida deben intentar convencer de que la virilidad no se halla necesariamente ligada al peligro de muerte y que es compatible con la prudencia" (p. 174); daría la impresión de no tener en mente la ventaja de la castidad como el mejor medio para mantenerse alejado del peligro de la enfermedad;
d) hace una defensa a los homosexuales, en la línea de que la sociedad debe considerarlos como grupo con derechos que habría que aprender a respetar. "Aconseja a los homosexuales que desean una terapia el dirigirse únicamente a los analistas que también sean homosexuales" con ánimo de que se les recomienden terapias "positivas"; los analistas que no lo son tienden a recomendar cambios en su orientación sexual a través de buscar relaciones heterosexuales. A este respecto queda claro que la postura de la autora sobre los fines del sexo es ambigua, por no decir que absolutamente errónea. Postula unos derechos para los homosexuales teniendo en mente que también ellos tienen derecho a gozar del sexo, aunque no vaya obviamente encaminado a la procreación;
e) explica que la homosexualidad es compatible con una adecuada paternidad: "de este paréntesis dedicado al padre homosexual debiera retenerse que la orientación sexual no prueba nada en cuanto a la calidad de la paternidad" (p. 211);
f) hace una referencia innecesaria a Cristo (en la Cruz: "Padre, por qué me has abandonado") como relato ejemplificativo, entre otros, de referencias a una realidad social de los años 80 cuando "se deja de atacar a la madre, volviéndose entonces las miradas hacia el padre (...) (porque) ahora es el culpable de la desvirilización del hijo" (p. 179): habla del padre "ausente" como la causa de esa mayor presencia femenina en el carácter de los hijos varones.
9. Acusa a la civilización industrial de estar colaborando en el alejar a los padres de sus hijos: "Los padres han dejado de hacer hombres. Unos padres fantasmagóricos y más o menos «simbólicos» constituyen el triste modelo que les sirve de identificación. A estos hijos dejados al cuidado de sus madres, les ha costado aún más diferenciarse de ellas y conciliar su sentimiento de identidad" (p. 151).
10. Explica que "las buenas relaciones entre padres (varones) e hijos no son frecuentes. (...) Más que de la violencia, los hijos se lamentan de la «ausencia» paterna. (...) La «ausencia» de la que se quejan los hijos corresponde a los padres presentes en el hogar, pero fantasmales" (p. 180). En cualquier caso podrían utilizarse estos datos como un elemento más que apoye la necesidad de la formación familiar en los colegios y sobre todo la necesaria mayor intervención del padre (varón) en la educación de sus hijos varones.
11. Aborda el tema de la masculinización como parte de un proceso de segregación universal entre niños y niñas que se da naturalmente. Hay muchos experimentos sociológicos que atestiguan cómo los niños pequeños en las guarderías pasan más tiempo con los de su mismo sexo que con los del sexo opuesto. "La tendencia a preferir como compañeros de juego a miembros del mismo sexo empieza muy temprano" (p. 85). "Se trata de un hecho elemental en la consciencia identificadora del niño. Negarlo sería correr el riesgo de confusión sexual, algo que nunca ha propiciado la paz entre los hombre y mujeres. Reconocerle el estatuto de etapa necesaria es, tal vez, el único medio para alcanzar luego el reconocimiento de una bisexualidad común, es decir, la semejanza de los sexos" (p. 86). Se trata de una consideración útil para una línea de investigación en favor de los colegios que sostienen la conveniencia de la educación diferencial (de niños y de niñas en colegios separados) y que según parece se ha recomendado que se apoye con estudios pedagógicos bien documentados.
R.I. (1994)
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