AYMONINO, Carlo

Orígenes y desarrollo de la ciudad moderna

Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1972.

(t. o.: Origine sviluppo della città moderna)

INTRODUCCIÓN

La edición castellana incluye, además de la obra que da título al volumen, algunos textos clásicos que contienen distintas propuestas urbanísticas, en concreto: E. Howard, Ciudades-Jardín del mañana; T. Garnier, Una ciudad industrial; I. Hilberseimer, Proyectos 1912-1961; N.A. Miljutin, Sosgorod. El problema de la construcción de las ciudades socialistas. En todo caso la presente recensión se refiere sólo al ensayo de Aymonino (que ocupa las primeras 127 páginas del las 329 del volumen); este escrito se basa en la comunicación presentada en la reunión celebrada en Milán en 1963 sobre Los Comunistas y las grandes ciudades, posteriormente fue publicada ya con el título actual en la revista Crítica Marxista (n. 2, 1964), y por último ligeramente ampliado por la editorial Marsilio en 1971.

En el prefacio a esta segunda edición, el autor recuerda el origen de su ensayo. Benevolo, en su libro Le origini dell'urbanistica moderna, identifica el inicio de la urbanística moderna con el momento en que esta disciplina se identifica con la política o entra a formar parte de ella. Según este autor, hasta 1848 es la época de las grandes esperanzas, las propuestas urbanísticas suponen una propuesta de sociedad, a partir de la revolución de aquel año, y de su fracaso político, la urbanística actúa como una técnica al servicio de la política.

Aymonino sitúa también en 1848 el nacimiento de la urbanística moderna, pero para él esta disciplina no está al servicio de la política; tiene su propia autonomía: en esa fecha se produce el nacimiento de su autonomía disciplinaria (y no operativa), la formación de una disciplina con sus leyes, sus problemas, su historia que si indirectamente tiene y tendrá siempre unas referencias concretas a la historia política no por eso puede confundirse con ella bajo pena de instrumentalización (p. 46).

Sin embargo, desde el comienzo interesa destacar, que la finalidad del ensayo supera ese punto de discusión, y puede entenderse mejor si se recuerda el desinterés y escepticismo de Marx y Engels por la solución de los problemas con los que el urbanismo se encontraba tras la revolución industrial; para ellos, tal como exponen la mayoría de los autores no marxistas —o incluso simplemente, no comunistas— era previa la revolución y la consecución de la sociedad comunista; en ese momento la cuestión urbana tendría su solución. Sin embargo, para nuestro autor, corresponde a Marx y Engels la destrucción de los mitos de una posible solución urbanística de las contradicciones de la ciudad especulativa (p. 46) y demuestran que los problemas son mucho más complejos que lo que los utopistas pudieron imaginar y que sobre todo es preciso partir de la individualización de las contradicciones internas a la misma sociedad y tender hacia la prefiguración de una sociedad de tipo distinto (p. 46).

La versión definitiva de la obra (la 2ª edición italiana) es contemporánea a L'abitazione razionale, Marsilio Ed., Padova 1971 (versión castellana en La vivienda racional, Gustavo Gili, Barcelona 1976); allí se tratan, en algunos casos con más amplitud, algunos temas comunes a ambas obras: para un conocimiento más preciso del pensamiento del autor, interesará remitirse a ese otro ensayo: así lo señalamos, cuando interesa, en esta reseña.

CONTENIDO

En la Introducción, el autor hace referencia al interés renovado por la urbanística producido en Italia a partir de la aparición de la obra de Samonà L'Urbanistica y el avertire della città, interés centrado por una parte en la relación de los problemas urbanísticos con la Arquitectura moderna, y por otro en la búsqueda de leyes generales en el desarrollo de la ciudad. Al mismo tiempo explica los frecuentes juicios negativos sobre el urbanismo italiano como consecuencia del compromiso total de la urbanística con la política, y en último extremo a la identificación presentada por Benevolo.

Los dos primeros capítulos (La formación de la ciudad industrial y La segunda fase de desarrollo) presentan una exposición predominantemente formal del crecimiento de la ciudad industrial; esto le permite la consideración en términos urbanísticos —es decir, según su perspectiva, autónomamente desde la disciplina urbanística— de las diferencias sociales y las contradicciones de la sociedad capitalista. Así, contrapone la ciudad existente, utilizada por la burguesía, de la ciudad inexistente, o gris donde es instalada la mano de obra: la burguesía organiza y resuelve una parte de la ciudad, tanto espacial como figurativamente y "usa" la otra parte según la ley del máximo beneficio, saldando (sic., quizá seasoldando) en un único sistema dos hechos aparentemente contradictorios. He aquí, quizás, el origen de una idea de ciudad centrada alrededor de ciertos recorridos (ejes viarios, líneas de tráfico y negocios), que condicionan el entramado de toda la estructura urbana y dejan amplias zonas grises, tanto preexistentes como de nueva formación (pp. 28-29).

De este modo, frente a la única contraposición ciudad-campo, o centro-periferia habituales en los análisis marxistas, el autor proporciona una dialéctica formalmente más compleja: ciudad existente-ciudad inexistente; contraposición que le sitúa en la línea de la arquitectura moderna, iniciada ya con W. Morris, al considerar como imperativo moral de la arquitectura el disfrute artístico de la ciudad por parte de todas las clases sociales; al mismo tiempo una valoración de este tipo resulta más operativa, sin duda, en una sociedad desarrollada como la italiana, en que el desarrollo económico, y el Estado de Bienestar, ha resuelto en su mayor parte el problema de la vivienda social.

La aportación del socialismo científico. Presenta el autor en este capítulo el núcleo de su mensaje, aunque por aportación habrá que entender la crítica de las aportaciones reales, y no sólo teóricas, de los demás. Las conclusiones las hemos avanzado ya en los textos transcritos más arriba. Desarrollando someramente el argumento del autor, podría afirmarse que Marx y Engels, si ignoran las experimentaciones o algunas conquistas parciales de los utopistas (el autor se ha referido antes brevemente al falansterio de Fourier, a los Centros de Cooperación y Armonía de Owen, y al Familisterio de Godin), sin embargo tienen el mérito de establecer el objetivo real al respecto: la abolición concreta de la antítesis entre ciudad y campo (p. 46-47), pues la utopía no está en situar la liberación en el momento en que esta contraposición sea abolida (lo que hace el marxismo), sino cuando se propone, "basándose en las condiciones actualmente existentes", prescribir la forma en que debe ser resuelta esta o aquella contradicción de la sociedad actual (p. 47, en que se reproduce un breve texto de E. Engels, La cuestione delle abitazioni, Ed. Rinascita, Roma 1950).

La otra "aportación" marxista consiste en la crítica a la solución parcial que el urbanismo capitalista da a la residencia obrera. Engels plantea la necesidad de enfrentarse al problema de la vivienda entendida de un modo global: mérito suyo es, según el autor, haber señalado en qué campo debe situarse exactamente —desde el punto de vista político— la cuestión de los alojamientos: plantearse y presupuestar las transformaciones a cumplir, pero de todos los alojamientos, no tan sólo de los obreros o los genéricamente económicos (p. 48; también puede confrontarse al respecto el desarrollo más amplio que el autor hace sobre este extremo en La vivienda racional).

Sobre estas "aportaciones" el autor desarrolla, lo que en realidad supone su aportación personal a la crítica urbanística: la necesidad de una solución formal de la ciudad que sea global, no tanto en cuanto a su forma, sino en el uso de la forma. Es decir, evitar una disgregación formal que limite la capacidad de disposición de toda la ciudad a una sola parte de sus habitantes. Una de las primeras consecuencias que se presentan es la necesidad de la propiedad pública del suelo, que supere el planteamiento de la mera limitación de los derechos de propiedad privada; además se descalifica, al menos en parte, el camino seguido por la arquitectura moderna: La novedad de centrar gran parte de la idea de las propuestas en torno a la residencia económica, como cantidad a transformar en una nueva calidad, lleva a partir de Morris a poner sobre el tapete primero, e intentar resolver después, un problema enorme: la recuperación de la ciudad inexistente, pero condiciona gran parte de las propuestas a ser reducciones residenciales de los distintos problemas, acentuando aquella "especialización funcional" del producto arquitectónico que la ciudad especulativa había iniciado en parte (p. 52).

Intentos alternativos. Se presentan aquí dos propuestas que, de algún modo, superan la práctica "defensiva" de la intervención parcial e intentan volver a poner en juego una perspectiva alternativa de la estructura urbana completa, así como resolver parcialmente algunos problemas concretos (p. 55). Sin duda, la referencia a volver a una alternativa completa se refiere tanto a la ciudad jardín como a las propuestas utopistas, a las que el autor presta poca atención pues considera que, sea por su dimensión limitada o por su utopismo no son verdaderas alternativas.

Los intentos que ahora expone son por una parte los de la ciudad industrial de Tony Garnier, puestos en práctica de algún modo en Lyon por el alcalde radical-socialista Herriot; destaca como méritos: la capacidad de crecimiento de la solución propuesta y el planteamiento de la necesidad de una normativa que supone en realidad un socialismo de transición (libre ocupación del suelo, distribución social de suministros alimentarios).

Por otra parte presenta, como solución global, la labor de la Administración socialista de la ciudad de Viena entre 1919-1929: tanto por la relación financiera de la vivienda obrera con la expropiación de alojamientos desocupados, como por la búsqueda de soluciones arquitectónicas que expresasen un nuevo modo de resolver la vivienda con la inclusión de los equipamientos necesarios. Un análisis más detallado de esta tarea y de sus resultados se encuentra en La vivienda racional.

La ciudad soviética y la ciudad especulativa. Sólo en la Rusia soviética se unen las dos propuestas obreras: la defensiva (completar la residencia obrera con los servicios necesarios) y la global (solución total de la ciudad). De 1920 a 1930 se centra la preocupación por resolver la oposición ciudad-campo y centro-periferia: necesidad de elevar el nivel del campesinado, industrialización y colectivización del campo con el correspondiente éxodo a la ciudad, las propuestas del desurbanismo, ciudad lineal, etc. Con motivo de la larga discusión (1931-35) del plan de reconstrucción de Moscú, queda decidida la dirección que seguirá la urbanística soviética; esa reconstrucción ha clarificado teórica y prácticamente los caminos a seguir para liquidar la contraposición entre el centro y la periferia. Esto no se alcanza construyendo unilateralmente los barrios periféricos, sino transformando conjuntamente toda la ciudad: el centro y la periferia (p. 65, tomado de los comentarios de Tsapenko en Casabella-Continuità, n. 262, dedicado a la URSS). El mismo Stalin afirmó: el contraste entre la ciudad y el campo en el capitalismo debe considerarse como un contraste de intereses —en definitiva la explotación del campo por parte de la ciudad— todo esto significa que la base sobre la cual surge el contraste entre la ciudad y el campo entre la industria y la agricultura, ha sido ya liquidada por nuestro actual régimen socialista. Esto no significa que la eliminación del contraste entre la ciudad y el campo deba llevar a la ruina de las grandes ciudades. (p. 69 de Stalin, Problemi economici del socialismo nell'URSS, Ed. Rinascita, Roma 1953). A la urbanística correspondía entonces salvar en la ciudad las contradicciones que aún estuviesen presentes (pueden verse al respecto los datos que el autor expone en La vivienda racional).

Por contraste el autor comprueba en la ciudad especulativa la derrota o agotamiento de la arquitectura moderna, incapaz de controlar la forma global de la ciudad; en ese sentido presenta la tendencia a la confinación de los equipamientos —que el desarrollo social de algún modo reclama como necesarios— en verdaderos y auténticos guetos o islas funcionales, situadas fuera de una lógica de desarrollo homogénea y unitaria de la ciudad en su conjunto (p. 72).

Tendencias actuales. Este capítulo, al igual que el anterior, se dedica a presentar y comparar la situación en la ciudad soviética y en la occidental; también aquí es significativo el menor espacio dedicado a la ciudad occidental, frente al destinado a la soviética. En esta ciudad se comprueban las siguientes tendencias: la estandarización como medio esencial para una uniformidad urbana; la justa extensión de una ciudad, como equilibrio de la relación entre la población total y la población obrera; el centro de la ciudad como elemento direccional, prevalente o únicamente político-administrativo; la estructuración de la ciudad sobre la base de la unidad-distrito con funciones de representación y de decisión (p. 74). Reconoce al mismo tiempo que no se ha resuelto la nueva morfología, que aún no puede hablarse de ciudad socialista, pero que hay ya un nuevo uso del suelo.

En la ciudad especulativa está presente la tendencia a localizar la industria con independencia de la ciudad, terciarización de la ciudad, uniformización residencial y carácter caótico de la estructura del tráfico.

La situación italiana permite al autor proponer al mismo tiempo una línea de acción: se trata de abandonar la tendencia —de influencia anglosajona— a la ciudad-jardín, o superar el planteamiento que se dirige a cubrir deficiencias, y proponer estructuras completas; esto supone alcanzar soluciones políticas, más que sociológicas. La cuestión centralización-descentralización ha de resolverse dialécticamente: concentrar la técnica, desconcentrar las responsabilidades; los desequilibrios se vencerán por desequilibrios positivos más altos; es preciso romper los diafragmas que separan la vida pública y la privada, el trabajo y el consumo, la cultura y el tiempo libre: no le parece al autor que, en este sentido, sean solución los polos especializados, al contrario hay que reforzar las interrelaciones.

Por otra parte, no ignorar la "experiencia" que se ha acumulado durante dos siglos en la ciudad capitalista, significa todo esto: aceptar la rotura de la forma urbana como forma físicamente reconocible en cuanto realizada dentro de un diseño constante y unitario (...) para elaborar una identificación de la forma urbana de tipo distinto, en cuanto organizada en torno a una distinta jerarquía de las destinaciones de uso de las ciudades y del territorio (p. 89). Reconoce el autor que definir tal jerarquía es utópico (ibid.), pero procura señalar las direcciones previsibles: se tratará de una nueva jerarquía a nivel de opciones colectivas, que encontrará su propia representación en formas arquitectónicas definidas, distintas a su vez de aquellas que estamos habituados u obligados a usar hoy (ibid.).

Problemas abiertos. Concluye el autor exponiendo algunas tesis a verificar con una más profunda investigación (p. 91):

1) La relación urbanística-política no es unitaria ni mecánica: ni la urbanística es parte de la política (como sostiene Benévolo), ni puede verse como un mero gesto que lleva al urbanista a unirse a las fuerzas crecientes de la revolución proletaria (p. 91). Esto supone que existe una relativa autonomía de la urbanística respecto a la política; de modo que en su actividad no debe diferenciar la solución de los equipamientos (que se plantearía como gestión pública), y los asentamientos de la población (en que sólo cabrían las medidas indicativas vía normativa).

Se hace necesario estudiar la forma de la ciudad y la relación entre morfología urbana y tipología constructiva; estos estudios no se plantean como alternativos a los económicos, no se trata de prefigurar una nueva ciudad, sino de comprender desde la arquitectura los cambios habidos; de comprender, precisamente mediante la desaparición de cualquier papel arquitectónico, las contradicciones profundas inherentes a la "ciudad especulativa" (p. 95). Al mismo tiempo se puede señalar en la presencia de los episodios de carácter urbano "representados", es decir, arquitectónicamente resueltos (más allá de la dimensión "estrictamente necesaria" de la ciudad en la época en la que éstos fueron realizados), uno de los motivos de su validez en el tiempo (p. 95-96), y se refiere a la Roma de Domenico Fontana o al París de Jules H. Mansart.

2) Necesidad de las contribuciones autónomas de la urbanística, superando así las alternativas de soluciones simplificadas. La complejidad de las soluciones formales, exige su planteamiento autónomo desde la propia disciplina: una concepción distinta de la ciudad y de las posibilidades de interpretarla y representarla (tarea que corresponde a la arquitectura y a la urbanística). Parece así que los problemas están cada vez más socializados, adquiriendo en esta dimensión los caracteres de "necesidades por satisfacer" (desde el lugar de trabajo al uso de los recursos naturales) más que de unos mínimos vitales a defender (p. 104). Habrá que atender además al tiempo libre, que significa (...), entre otras cosas, redescubrimiento y reconquista de la ciudad en sus términos representativos y tal vez "superfluos" (ibid.).

3) Para valorar la ordenación urbana será necesario una "idea general" capaz de expresar, en términos formalmente completos, el mayor número de alternativas dentro de un plan preestablecido, esto es la posibilidad de realización, históricamente posible, de una nueva condición humana (p. 106). Se trata, como es fácil de suponer, y tal como muestra la cita de Marx que el autor incluye a continuación, de valorar la urbanística desde el materialismo histórico, en concreto desde el futuro que el marxismo profetiza: Deviene cuestión de vida o muerte sustituir a la monstruosidad que representa una miserable población obrera disponible, mantenida en reserva por la variable necesidad de explotación del capital, la disponibilidad absoluta del hombre a causa de las variaciones de las exigencias del trabajo: sustituir al individuo parcial, simple vehículo de una función social de detalle, por el individuo totalmente desarrollado, para el cual las diferentes funciones sociales son formas de actividad que se intercambian entre sí (p. 105, de Karl Marx, El Capital, t. I, v. 2). Pero es tarea de la urbanística dar forma a la ciudad de ese nueva humanidad: La estructura urbana cambia —o debe cambiar— por las nuevas condiciones políticas, económicas y sociales: pero sólo la arquitectura puede representar y comunicar de forma estable tales cambios, conformando o limitando su amplitud y profundidad (p. 112).

VALORACIÓN DOCTRINAL

Como puede deducirse de la precedente exposición, el ensayo supone en síntesis una relectura marxista del origen y desarrollo de la urbanística moderna. El modo de entender la relación de la disciplina urbanística con la política, y la misma forma en que se construye la autonomía de la urbanística, supone sin duda una aportación de interés: se atribuye así a la arquitectura, más allá de su componente funcional, un papel relevante al plantear las soluciones de la ciudad; se considera la necesidad de plantear soluciones completas —o visto de otro modo, la interrelación de las distintas partes de la ciudad—; se señala el interés por poner a disposición de todos los ciudadanos la ciudad completa —ante todo en su forma arquitectónica, pero también en su disfrute funcional—; etc.

Al mismo tiempo hay que considerar que similares tendencias y conclusiones se habían puesto ya de manifiesto desde otras posiciones ideológicas, incluso antes de las formulaciones del autor (cfr. p. ej. en cuanto a la insuficiencia de los planteamientos funcionalistas: J. Jacob, The Dealh and Life of Great American Cities, Randon House Inc., Nueva York 1961; respecto a la necesidad de una imagen global de la ciudad: K. Lynch, The Image of the City, M.I.T. Press, 1960). Cabe desde luego a este autor, y a los neorracionalistas italianos, el haber construido una teoría unitaria desde la que abordar estas cuestiones.

Interesa en todo caso prestar especial atención a las motivaciones ideológicas del autor, y considerar hasta qué punto la formulación teórica y las conclusiones prácticas quedan viciadas por los errores marxistas. No parece arriesgado afirmar que la autonomía de la urbanística, tal como la plantea, le permite por una parte su "uso alternativo" (empleo el mismo término que el marxismo acuñó para el Derecho, pues ambos casos presentan sus analogías); es decir, facilita una utilización del urbanismo al servicio de la ideología marxista: efectivamente no se considera a esta disciplina como parte de la política (tal como planteó Benevolo), pero ella misma queda politizada, o mejor ideologizada. Por otra parte, la no identificación entre urbanística y política, le evita el traslado automático a la política de las limitaciones que se detecten en el urbanismo soviético; al mismo tiempo esa autonomía le concede al autor un margen para desarrollar su discurso urbanístico sin sujetarse al férreo control de la ortodoxia marxista.

Sin embargo, no parece que los elementos esenciales de su teoría —tal como exponíamos en el primer párrafo de la valoración— estén necesariamente unidos a su motivación marxista, más bien puede concluirse que buscó en una posible autonomía formal (aunque sea parcial) del urbanismo una justificación de la acción marxista. De hecho, tal como hemos procurado poner de manifiesto, las así llamadas por el autor "aportaciones del socialismo científico", parecen más que aportaciones reales, meras consideraciones post factum, justificaciones de la ausencia de una preocupación real y eficaz de los comunistas en este terreno.

En cualquier caso, puede comprobarse que el concepto marxista del hombre y de la sociedad está habitualmente presente; nótese por ejemplo el criterio (recogido en la tercera de las conclusiones reseñadas arriba) que propone para valorar las actuaciones urbanísticas; es evidente que ese concepto limita la validez y operatividad de sus conclusiones teóricas. El análisis de los proyectos del autor, pone desde luego de manifiesto esas mismas concepciones, y supone una muestra del carácter no neutral de la teoría. Por tanto, al estudiar o aplicar las teorías urbanísticas del autor, parece necesario prestar especial atención a la frecuente "contaminación" marxista presente, no sólo en las conclusiones de sus análisis urbanos, sino también en el mismo procedimiento de análisis.

 

                                                                                                               J.L.V. (1994)

 

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