AUBERT, Roger
Le probleme de
l'acte de foi, Louvain 1958.
CONTENIDO DE LA OBRA
Este libro, que lleva como subtítulo “Données traditionnelles et resultats des controverses récentes”, consta de una breve introducción y tres partes netamente diferenciadas.
La
primera de ellas se ocupa, justamente, de la doctrina de la Iglesia sobre la
naturaleza del acto de fe y está dividida en cuatro capítulos en los que trata,
sucesivamente, de los datos que aportan la S. Escritura y las enseñanzas de los
Padres —especialmente S. Agustín—, en esta materia. En un segundo capítulo se
recoge la doctrina de Santo Tomás. En los dos últimos, el núcleo principal lo
constituyen las declaraciones del Magisterio: en particular, el Concilio de Trento
y la Const. Dei Filius del Vaticano I.
En la segunda parte de la obra —que sirve de preparación para el estudio especulativo final—, presenta los numerosos planteamientos que han tenido lugar en torno al problema del acto de fe, especialmente a partir del s. XIX. Expone ordenadamente las doctrinas de los teólogos escolásticos del siglo pasado, así como el interés despertado en el campo teológico por las ideas de M. Blondel, y los intentos de adaptación de antiguos planteamientos, presentes en las obras del P. Gardeil y Rousselot. Por último, recoge la influencia —en los teólogos alemanes a partir de 1914— de la filosofía de los valores de Max Scheller, y da una visión de conjunto de las corrientes teológicas de los últimos años.
En la tercera parte del libro, trata de dar nuevos elementos de solución a las dificultades y problemas más discutidos en torno al acto de fe. El planteamiento de fondo —en estos capítulos conclusivos— está dominado por el interés de satisfacer los numerosos interrogantes surgidos en ese campo, lejanos ya —en opinión del autor— de la problemática medieval: “La problemática se ha modificado demasiado, desde la edad media a nuestros días, para que las soluciones elaboradas en el siglo XIII puedan todavía, tales cuales, satisfacer a los hombres del siglo XX” (p. 646).
VALORACIÓN CIENTÍFICA
Se trata de una obra con bastante documentación y algunos aspectos positivos, pero con imprecisiones de fondo en puntos importantes y planteamientos contradictorios y, por tanto, poco rigurosos. Los aspectos positivos pueden resumirse así:
Destaca con claridad el carácter personal del acto de fe, que lleva a un compromiso de toda la persona como consta, por lo demás, en los textos de la Sagrada Escritura, Tradición, Magisterio y en las obras de los grandes teólogos.
Recoge sistemáticamente todas las declaraciones del Magisterio en torno a la fe, desde el Concilio de Orange II hasta el Vaticano I, con un estudio detenido de las circunstancias históricas que motivaron el examen —más profundo cada vez— de la naturaleza de la fe. En este sentido, tiene especial interés el estudio histórico dedicado a la elaboración del Cap. III de la Const. Dei Filius del Vaticano I. Punto importante del que también se hace eco, es la necesidad de las disposiciones morales para el acto de fe; se ocupa de esto al tratar los textos de la Sagrada Escritura y los escritos de los Padres: “las disposiciones buenas o malas del alma tienen una importancia capital, pues es absolutamente imposible instruir y convencer a aquel que no quiere escuchar ni ver una verdad” (p. 17).
Destaca también los elementos esenciales de la doctrina sobre el acto de fe: su carácter sobrenatural —necesidad de la gracia—, al que se añade la intervención de la voluntad —carácter libre y meritorio—, y de la razón.
Realiza una exposición detenida de las corrientes y autores que marcan un cambio de orientación en el estudio de la fe, a partir del s. XVI, y que tienen una particular repercusión en el s. XIX. Señala acertadamente como causa de este nuevo giro, la crisis protestante y el reflorecimiento del naturalismo pagano a partir del Renacimiento. Quizá sea difícil encontrar una recopilación tan extensa como la presentada por Aubert en la segunda parte de su obra. Como él mismo señala, este vasto estudio está lejos de ser “una simple exposición histórica hecha por afán de erudición”; se trata más bien de “una etapa importante de un trabajo de reflexión especulativa sobre el acto de fe” (p. 223). Por este motivo, y con el fin de conservar la mayor objetividad posible, afirma que no desea entrar personalmente en la discusión de las soluciones y argumentos propuestos por unos y otros (cfr. p. 224).
En líneas generales se mantiene, efectivamente, al margen de opiniones personales. Pero no faltan comentarios que, de algún modo, hacen que tome parte en las soluciones propuestas por otros autores, dando en ocasiones la razón a planteamientos poco claros, o dejando en el aire interrogantes sin respuesta. Tal es el caso, p.e., de Tyrrell cuando dice de él que “uno se podría preguntar si estas fórmulas inquietantes no son simplemente una manera poco afortunada de expresar verdades indiscutibles, aunque demasiado olvidadas por ciertos teólogos” (p. 378).
Se introduce así una cierta contraposición —en torno al acto de fe— entre lo que denomina Aubert el punto de vista teológico y objetivo —más característico de la edad media—, y el punto de vista apologético, crítico y subjetivo, preponderante en la mentalidad moderna. O, como señala también el autor, entre un punto de vista comunitario y otro individualista.
El lugar que ocupan en el pensamiento moderno las preocupaciones epistemológicas y apologéticas, y el interés por los problemas de la psicología religiosa, marcan la línea expositiva de la última parte de la obra. Expuestas con claridad las dificultades, no dan sin embargo lugar a un juicio certero, sino a comentarios confusos que introducen la ambigüedad en puntos doctrinales.
En conjunto, la lectura —especialmente en esta última parte— puede sembrar dudas en el lector: se abordan problemas a los que no se da respuesta (cfr. p.e. las pp. 593 y 594); se mezclan intuiciones certeras con ideas equívocas que parecen depender de la concepción blondeliana y de la filosofía de los valores (véase p.e. lo que dice sobre la demostración de la credibilidad en pp. 748, 760, 762, 763); etc.
VALORACIÓN DOCTRINAL
La centramos en dos temas concretos y capitales de la obra —la opción por lo sobrenatural y el modo de entender el carácter personal del acto de fe— y sobre su planteamiento de fondo.
1. Opción por lo sobrenatural.— Para Aubert, al tratado tradicional de la fe habría que añadir un estudio previo de la opción por lo sobrenatural: antes del acto de fe, el hombre debería hacer una opción por lo sobrenatural, es decir, tomar una decisión de la voluntad para creer que Dios existe y le puede hablar. Sería “la fe antes de la fe” (p. 684 ss).
En este planteamiento se observa una cierta confusión entre el papel de la voluntad (elevada por la gracia) en el acto de fe, y la función que cumple en la adquisición de los fundamentos racionales del acto de fe; en este último caso, basta que la voluntad sea recta, para que la razón pueda abrirse al conocimiento natural de la existencia de Dios y reconocer el carácter razonable de la fe (en cambio, es precisa una elección de la voluntad —elevada por la gracia— para realizar el acto de fe). En el orden del conocimiento de las verdades naturales, la opción —la elección voluntaria como determinante de certeza subjetiva— se requiere para la negación de la existencia de Dios: es decir, se requiere para afirmar como verdadero lo que es falso.
El tema de la “opción por lo sobrenatural” presenta dos peligros, a los que no es ajeno el libro:
a) confusión del orden natural con el sobrenatural: “fides ex audito, se decía antes; reconocimiento del don sobrenatural, oscuramente experimentado o al menos presentido se quisiera decir hoy” (p. 683; cfr. también pp. 282, 283, 390 y 392);
b) reducir la demostración de la existencia de Dios y la posibilidad de una revelación a una opción, casi sin fundamento racional, lo que es contrario a las definiciones del Conc. Vaticano I.
2. Carácter personal del acto de fe.— Aubert traza una contraposición, que para él es una necesidad del hombre actual, entre las “razones personales que hacen la verdad del catolicismo ciertas-para-él y no más únicamente-en-sí” (p. 656). Según el autor, a partir de Descartes, “la preocupación dominante de los modernos al abordar el problema de la fe, ha sido que cada uno pueda justificarse a sí mismo su fe. Considerando cada conciencia como una actividad autónoma que debe construirlo todo partiendo de cero y no aceptar más que aquello de que pueda dar razón, es lógico que en semejante perspectiva el acto de fe no aparezca razonable más que si cada uno está en posesión de motivos gracias a los cuales su adhesión le parece, a él personalmente, como fundada” (p. 676). “Es indiscutible que, a pesar de sus excesos, esta mentalidad con la cual el intelectual moderno aborda el problema de la fe está en buena parte justificada, y que los teólogos tienen razón al tenerla en cuenta. El respeto a la personalidad humana y a la conciencia individual es una actitud no sólo legítima, sino que merece ser estimulada” (p. 677).
Este planteamiento parece dar fácil cabida a una confusión entre el carácter personal de la fe, y algo enteramente distinto como es el principio filosófico de “inmanencia”, neta y expresamente reprobado en la encíclica Pascendi, precisamente ante análogos intentos apologéticos.
En definitiva, se olvida que lo que hace razonable para mí el acto de fe es que sea razonable en sí. Y esto lleva a plantear como problema central y más urgente el estudio de las leyes psicológicas como “fenómenos de conciencia”. De este modo queda oscurecido que la fe, aunque exige el entero compromiso de la persona, es esencialmente una adhesión de la inteligencia, un conocimiento sobrenatural que luego fundamenta toda la conducta: no hay encuentro de fe sin pasar por ese asentimiento intelectual; la fe no es sólo adhesión a unas verdades, sino encuentro personal con Dios, pero un encuentro que se realiza por la adhesión a esas verdades. 3. Planteamiento de fondo.— En la p. 654 afirma que, mientras tradicionalmente las relaciones entre fe y razón se planteaban principalmente en el terreno metafísico, “actualmente la oposición que se establece entre fe y razón es sobre todo de orden psicológico y crítico, y proviene de la dificultad de hacer coexistir en la misma inteligencia el espíritu científico y el espíritu de fe: de una parte el espíritu dominado por los principios de la autonomía de la razón, la duda metódica y el principio del método matemático; de otra parte un espíritu de sumisión, inspirado por la confianza y el amor, y que acepta que el conocimiento pueda estar en función de las disposiciones morales”; con lo que concluye (pp. 665-670) resaltando la importancia de los estudios psicológicos sobre la fe, para renovar el tratado De Fide.
Esta actitud, junto a la falta de una seria reacción crítica frente a los efectos de la crisis protestante y el auge del naturalismo tanto en el Renacimiento (p. 651) como en nuestros días (pp. 679-682), y lo indicado en los nn. 1 y 2, es el resultado de admitir como absolutamente válido, sin enjuiciarlo, un determinado planteamiento intelectual que no es correcto en el plano natural ni resulta, por tanto, conforme a la fe. Se olvida que la fe no es conciliable con todas las filosofías, y concretamente con ciertos principios de la filosofía moderna como ha quedado claramente señalado en las Enc. Pascendi, Humani Generis, Ecclesiam Suam, etc.; por tanto, el teólogo no puede limitarse a comprobar que una mentalidad plantea dificultades a la fe, sino que ha de saber enfrentarse a lo que de erróneo hay en esa mentalidad.
Es también sintomático el juicio demasiado positivo que hace de algunos heterodoxos (cfr. pp. 366, 367, 378, etc.): tiende a ver en ellos la denuncia de insuficiencias en la teología católica, olvidando que su inspiración es muy otra; los modernistas, por ejemplo, no se explican —contra lo que parece pensar el autor— como reacción exagerada frente a los defectos de la teología de su tiempo, sino por una actitud radical que disiente de la fe: en otro caso, lo que hubieran hecho, al menos en su mayoría, es contribuir a enmendar esos defectos en lugar de abandonar la fe.
R. G. H.
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