ASTURIAS, Miguel Ángel

El Señor Presidente

Ed. Losada, 25 ed., 1977, 298 pp.

 

1. INTRODUCCIÓN

Miguel Ángel Asturias comenzó a escribir El Señor Presidente, por los años 20, cuando fue derrocado el entonces Presidente de la República de Guatemala, Licenciado Manuel Estrada Cabrera, con quien se identifica el personaje alrededor del cual gira la novela. Después de varias revisiones en 1925 y 1932, finalmente se publica en 1940, cuando el autor inicia su carrera diplomática.

Dividida en tres partes, la primera se desarrolla temporalmente los días 21, 22 y 23 de abril y comprende once capítulos, relativamente breves, que preparan la trama de la novela: la muerte del Coronel José Parrales Sonriente alias “el hombre de la mulita”, la intervención de Cara de Angel en la fuga del general Canales, y en la desaparición y el matrimonio “in articulo mortis” de Camila. La segunda parte comprende los días 24, 25, 26 y 27 de abril, con dieciséis capítulos en los que se pinta el terror del pueblo al solo nombre del Señor Presidente. La tercera parte, cronológicamente comprende “semanas, meses, años…”, en un total de catorce capítulos más un epílogo.

2. RESUMEN DE LA NOVELA[i]

Primera parte

21, 22 y 23 de abril

I. En el Portal del Señor: Los pordioseros se arrastraban por las cocinas del mercado, perdidos en la sombra de la Catedral helada, de paso hacia la Plaza de Armas, a lo largo de calles tan anchas como mares en la ciudad que se iba quedando atrás.

La noche los reunía al mismo tiempo que las estrellas. Se juntaban a dormir en el Portal del Señor sin más lazo común que la miseria: el Patahueca, el Pelele —un idiota que en sueños llamaba a su madre—, el Viudo, el Mosco, un ciego al que le faltaban las dos piernas.

Un día el Pelele subió hacia el Portal del Señor, herido en la frente. Cayó medio muerto después de noches y noches sin dormir. Por el Portal del Señor avanzó un bulto. Se detuvo —la risa le entorchaba la cara— y acercándose al idiota le dio un puntapié y, en son de broma, le gritó:

—¡Madre!

No dijo más. Arrancado del suelo por el grito, el Pelele se le fue encima, le enterró los dedos en los ojos, le hizo pedazos la nariz, le dejó inerte y escapó por las calles.

Una fuerza ciega acababa de quitar la vida al coronel José Parrales Sonriente, alias el Hombre de la mulita.

II. La muerte del Mosco: El sol entredoraba las azoteas salidizas de la segunda Sección de Policía. En la Sección esperaban a los presos grupos de mujeres descalzas, con el canasto del desayuno.

Un gendarme ladino les pasó restregando al Mosco. Lo habían capturado en la esquina del Colegio Infantes y lo llevaban de la mano, hamaqueándolo como a un mico.

Los pordioseros que iban capturando pasaban derecho a una de las Tres Marías, bartolina estrechísima y oscura.

Un estudiante y un sacristán se encontraban en la misma bartolina, presos por política, aunque el segundo lo había sido por cometer un error: por quitar un aviso de la Virgen de la O, quitó del cancel de la iglesia, el aviso del jubileo de la madre del Señor Presidente. A media noche, los pordioseros presos fueron interrogados. Uno a uno contestaron que el autor del asesinato del Portal era el Pelele. El Auditor General de Guerra mandó atormentarlos. “¡Fue el idiota!” —gritaban.

—¡Mentira!… afirmó el Auditor, —Yo le voy a decir, a ver si se atreve a negarlo, quiénes asesinaron al Coronel José Parrales Sonriente; y se lo voy a decir… ¡El General Eusebio Canales y el Licenciado Abel Carvajal!

Al Mosco le colgaron de los dedos: seguía afirmando que había sido el Pelele. Al soltar la cuerda, el cadáver del Mosco cayó a plomo.

El Auditor corrió a dar parte al Señor Presidente de las primeras diligencias del proceso, en un carricoche tirado por dos caballos flacos.

III. La fuga del Pelele: El Pelele huyó por las calles, intestinales, estrechas y retorcidas, de los suburbios de la ciudad.

Medio en la realidad, medio en el sueño, corría perseguido por los perros y los clavos de una lluvia fina. Se desplomó en un montón de basura y se quedó dormido. Los zopilotes le cayeron encima. La noche entera estuvo quejándose quedito y recio.

“Entre las plantas silvestres que convertían las basuras de la ciudad en lindísimas flores, junto a un ojo de agua dulce, el cerebro del idiota agigantaba tempestades en el pequeño universo de su cabeza” (p. 10).

IV. Cara de Angel. El Pelele seguía soñando: “Lo que no tuvo en la vida: un pedazo de cera para masticar como copal, un pirulí de menta, un estanque de peces de colores” (p. 25).

Por una vereda de tierra de color de leche, bajó un leñador seguido de un perro. Sin dejar la carga tiró de un pie al supuesto cadáver, y cuál su asombro al encontrarse con un hombre vivo. Los pasos de alguien que andaba por allí acabaron de turbar al leñador. Si fuera un policía…

— “Vi que lo desenterraba —rompió a decir una voz a sus espaldas— y regresé porque creí que era algún conocido; saquémoslo de aquí…”

El leñador por poco se cae del susto. “El que hablaba era un ángel: tez de dorado mármol, cabellos rubios, boca pequeña y aire de mujer en violento contraste con la negrura de sus ojos varoniles. Vestía de gris. Su traje, a la luz del crepúsculo, se veía como una nube. Llevaba en las manos finas una caña de bambú muy delgada y un sombrero limeño que parecía una paloma.

¡Un ángel… —el leñador no le desclavaba los ojos—,… un ángel —se repetía—,… un ángel!”

Lo sacaron del barranco.

“El aparecido consultó su reloj y se marchó de prisa, después de echar al herido unas cuantas monedas en el bolsillo y despedirse del leñador afablemente”.

V. ¡Ese animal!: El secretario del Presidente acompañó al doctor Barreño unos pasos. El Presidente de la República le recibió en pie, la cabeza levantada, un brazo suelto naturalmente y el otro a la espalda y, sin darle tiempo a que lo saludara, le cantó:

—“Yo le diré dónde, Luis, ¡y eso sí!, que no estoy dispuesto a que por chismes de mediquetes se menoscabe el crédito de mi gobierno en lo más mínimo. ¡Deberían saberlo mis enemigos para no descuidarse, porque a la primera, les boto la cabeza! ¡Retírese! ¡Salga!…, y ¡llame a ese animal!”

Salió el doctor Barreño. Entró en su casa que pedazos se hacía.

“En el Palacio, el Presidente firmaba el despacho asistido por el viejecito que entró al salir el doctor Barreño y oír que llamaban a ese animal”.

Ese animal era un hombre pobremente vestido, con la piel rosada como ratón tierno, el cabello de oro de mala calidad, y los ojos azules y turbios perdidos en anteojos color de yema de huevo.

El Presidente puso la última firma y el viejecito, por secar de prisa derramó el tintero sobre el pliego firmado.

—“¡ANIMAL!

—¡Se…ñor!

—¡ANIMAL!

Un timbrazo…, otro…, otro…. Pasos y un ayudante en la puerta”.

“Minutos después en el comedor:

—¿Da su permiso, Señor Presidente?

—Pase general.

—Señor, vengo a darle parte de ese animal que no aguantó los doscientos palos”.

La sirvienta corrió a preguntar por qué no había aguantado.

—¿Cómo por qué? ¡porque se murió!

—¿Y qué? —dijo el Presidente— ¡traiga lo que sigue!

VI. La cabeza de un general: Miguel Cara de Angel, el hombre de toda la confianza del Presidente entró de sobremesa. (Era bello y malo como satán).

El Presidente vestía, como siempre, de luto riguroso. Encaminó su conversación.

—Te llamé, Miguel, para algo que me interesa que se arregle esta misma noche. Las autoridades han ordenado la captura de ese pícaro de Eusebio Canales. Aunque es uno de los que asesinaron a Parrales Sonriente, no conviene al gobierno que vaya a la cárcel y necesito su fuga inmediata.

El favorito salió… Llegó a la casa de Canales situada en el barrio de la Merced. Salió una señorita de la casa del general y Cara de Angel no esperó más.

—Señorita —le dijo— prevenga al dueño de la casa, que tengo algo muy urgente que comunicarle.

—¿Mi papá?

—¿Hija del general Canales?

—Sí, Señor.

Regresó al fondín de la esquina opuesta a la casa.

Ahí se le presentó el policía Lucio Vásquez.

La Masacuata, la dueña del fondín le contó que Fedina, la mujer de Genaro Rodas andaba contando que la hija del general iba a ser la madrina de su hijo.

Cara de Angel se despidió. Partió a toda prisa con la bufanda negra sobre la cara pálida. Llevaba en las manos la cabeza del general y algo más.

VII. Absolución arzobispal: Genaro Rodas se detuvo. Lucio Vásquez asomó. La Policía secreta no desamparaba ni un momento el Portal del Señor.

Vásquez y Rodas siguieron calles arriba y se colocaron en una cantina llamada El Despertar del León.

El Pelele engusanaba la calle de quejidos. La plaza asomó por fin. Vásquez lo alcanzó a ver. Un alarido desgarró la noche. Vásquez, a quien el Pelele vio acercarse con la pistola en la mano, lo arrastraba de la pierna quebrada hacia las gradas que caían a la esquina del Palacio Arzobispal. Rodas asistió a la escena.

Al primer disparo el Pelele se desplomó por la gradería de piedra. Otro disparo puso fin a la obra. Y nadie vio nada, pero en una de las ventanas del Palacio Arzobispal, los ojos de un santo ayudaban a bien morir al infortunado.

VIII. El Titiriteo del Portal: “A las detonaciones y alaridos del Pelele, a la fuga de Vásquez y su amigo, mal vestidos de luna corrían por las calles sin saber bien lo que había sucedido y los árboles de la plaza se tronaban los dedos en la pena de no poder decir con el viento, por los hilos telefónicos, lo que acababa de pasar. Las calles asomaban a las esquinas preguntándose por el lugar del crimen y, como desorientadas, unas corrían hacia los barrios céntricos y otras hacia los arrabales” (p. 52).

De repente abrióse una puerta en el Portal del Señor y como ratón asomó el titiritero. Apodaban a su esposa doña Venjamón, sin duda porque él se llamaba Benjamín.

“Don Benjamín no medía un metro; era delgadito y velludo como un murciélago y estaba aliviado si quería ver en lo que paraba aquel grupo de gentes y gendarmes a espaldas de doña Venjamón, dama de puerta mayor”.

Cuatro hombres borrachos cruzaron la plaza llevando en una camilla el cuerpo de Pelele.

IX. Ojo de vidrio: Los desagües iban llevándose la luna a flor de tierra y el agua de beber contaba en las alcantarillas las horas sin fin de un pueblo que se creía condenado a la esclavitud y al vicio.

Genaro volvió a su casa. Le pareció que el fantasma de la muerte se alzaba de la cuna de su hijo.

—¡El Portal! ¡El Portal! —gritó Genaro. —¡Sí! ¡Luz! ¡Fósforos! Sobre las gradas, sí, para abajo, rodó chorreando sangre al primer disparo. Lo más grave es que Lucio…

—¿Es al que dicen Terciopelo?

—Sí… Estaba mandado. Hay orden de captura contra el general Canales y un tipo que se va a robar a su hija hoy en la noche. —¿A la señorita Camila? ¿A mi comadre?

—Sí.

Había pasado la noche; la aurora pintó bajo la puerta su renglón de oro y se quebraron en el silencio de la tienda los toquidos de la acarreadora del pan.

—¡Pan!, ¡Pan!, ¡Pan!

X. Príncipes de la Milicia: El general Eusebio Canales, alias Chamarrita abandonó la casa de Cara de Ángel.

—“¡Los generales son los príncipes de la milicia!, dije en un discurso… ¡Qué imbécil! ¡Cuánto me ha costado la frasecita! El Presidente no me perdonará nunca eso de los príncipes de la milicia, y como ya me tenía en la nuca, ahora sale de mí achacándome la muerte de un coronel que dispensó siempre a mis canas cariñoso respeto”.

La hija de Canales se asustó al ver entrar a su papá en aquel estado de nervios.

“—Te explicaré… Que mi asistente prepare una bestia en la cochera…, el dinero…, un revólver… Después mandaré por mi ropa… No hace falta sino lo más necesario en una valija. ¡No sé lo que te digo ni tú me entiendes! Ordena que ensillen mi mula baya y tú prepara mis cosas, mientras que yo voy a mudarme y a escribir una carta para mis hermanos. Te vas a quedar con Juan unos días”.

Se apoderaba de la casa un silencio acartonado, amordazante, molesto como ropa extraña.

Un hombre menudito escribía el parte para el Señor Presidente: “Conforme instrucciones se sigue minuciosamente al general Canales”. Otro: “Adicionales al parte sucedido esta mañana: Doctor Luis Barreño: visitaron su clínica esta tarde tres personas”. “Lic. Abel Carvajal: Por la tarde estuvo en el Banco Americano”.

XI. El Rapto: Cara de Angel asomó por el teatro a toda prisa, acompañado de todo un grupo de facinerosos:

—¡Fonda el Tus-Tep, acuérdense!

En el Tus-Tep, la fonda de la Masacuata, se reunieron.

Y al sonar las dos, todo el mundo a la calle, a la casa del general.

Según el plan, Camila salió a la ventana a pedir auxilio.

—¡Se están entrando los ladrones!

Se oyó una risa de tenedores, cucharas y cuchillos regados en el piso. La Chabelona ocultaba a Camila en el comedor. El favorito, la hizo rodar de un empellón. Vásquez la calló de un barretazo.

Segunda parte

24, 25, 26 y 27 de abril

XII. Camila: La policía empezaba a huir con el botín. A una señal de Vásquez, Cara de Angel asomó con la hija del general y la coló en la fonda de la Masacuata.

Camila dejó de llorar poco a poco.

—La angustia es por mi papá. Lo que yo quisiera es tener la certeza de que no le ha pasado nada.

—Yo me encargaré de traerle noticias, hoy mismo.

XIII. Capturas: Las seis de la mañana. Sonando en el reloj de la Merced y dando la esposa de Genaro Rodas el primer toquido en la casa de Canales.

Cansada, al mucho rato de tocar, empujó la puerta. La Chabelona vagaba con el cráneo roto. Creía jugar al escondite con Camila.

Busca buscando se arrimó a la pila. Se lanzó de cabeza contra ella… Dos rosas cayeron al agua… La rama de un rosal le había arrebatado los ojos.

La banda marcial pasaba por la calle.

Niña Fedina, la esposa de Genaro, fue apresada por un oficial en la puerta.

La mirada del Auditor dividió como un rayo a Niña Fedina.

—¡Haremos cantar a ésta! ¡Teniente, tome diez soldados y llévela depresita adonde corresponda! ¡Incomunicada! ¿eh?…

El Auditor saltó al carricoche seguido de un oficial. Asomó a la esquina de la casa del Licenciado Abel Carvajal. Este salía de bolero y leva hacia palacio. Un piquete de soldados lo condujo por el centro de la calle, hasta la Segunda Sección de Policía y derecho la pasaron al calabozo donde seguían presos el estudiante y el sacristán.

XIV. ¡Todo el orbe cante!: Fiesta nacional…

Cara de Angel se abrió paso entre los convidados.

—¡El pueblo lo reclama en el balcón, Sr. Presidente!

—¿ …el pueblo?

La Lengua de Vaca como llamaban a la regatona pronunció su discurso. Y el señor Presidente se retiraba del balcón de mármol, el Auditor de Guerra se le acercaba, cuando se oyeron una serie de explosiones. ¡No era nada! Pero el aire estaba frío… El primer bombo de la banda marcial había rodado desde el primer piso, y ahí la de ¡sálvese el que pueda!

XV. Tíos y tías: Cara de Angel fue a buscar al tío de Camila, don Juan, que vivía por El Incienso, para que le recibieran, pues seguía en la fonda de La Masacuata. Pero don Juan y Judith, su mujer, tuvieron miedo. Se negaron a recibirla.

XVI. En la Casa Nueva: Niña Fedina fue encerrada en un calabozo de la Casa Nueva, o sea en la cárcel de mujeres. Luego, el Auditor la mandó traer para interrogarla. Ella negó una y otra vez saber algo de la fuga de Canales. A las cinco menos veinte la abandonaron sobre el piso, sin conocimiento. Luego la trasladaron al calabozo. Allí despertó con su hijito moribundo. Fuera seguía la fiesta. El segundo día como el primero.

XVII. Amor urdemales: al final del día apareció Cara de Angel en la fonda y contó fantasías de la fuga del general y de los tíos. La Masacuata entró de repente: ¡Lucio está preso!

—Alguien fue a decir que usted y Lucio se habían sacado a la señorita de su casa.

Camila, Cara de Angel y su pobre amor volaban deshechos.

Se lanzaron a la calle en busca de los tíos para refugiarse.

XVIII. Toquidos: Cara de Angel y Camila llamaron a la casa del tío Juan. La respuesta fue siempre la misma: el interminable ladrar del perro Rubí. Regresaron a la casa de la Masacuata.

XIX. Las cuentas y el chocolate: el Auditor de Guerra acabó de tomar su chocolate de arroz. Se enfrascó en la lectura de su última obra maestra: el proceso de la fuga del General Eusebio Canales. Cuatro eran los reos principales: Fedino de Rodas, Genaro Rodas, Lucio Vásquez y… el otro, un personaje que se las debía, Miguel Cara de Angel.

XX. Coyotes de la misma loma: El Auditor mandó dar de palos a Rodas e interrogó a Lucio Vásquez. Lo amenazó también con mandar a darle de palos.

XXI. Vuelta en redondo: Cara de Angel necesitaba dormir o, por lo menos, que el cuarto fingiera ignorar el día. Lo sacó de su modorra un niño:

—Es… que… man… da… a decir… la señora de la fonda… que se vaya para allá… porque la señorita… está muy grave.

El estado de Camila era alarmante.

XXII. La tumba viva: Su hijo había dejado de existir. Niña Fedina cerro los ojos.

De un carruaje que se detuvo frente a la Casa Nueva se apearon tres mujeres jóvenes y una vieja, doña Chón, que iba por Fedina de Rodas, a cambio de diez mil pesos entregados al Auditor de Guerra. Fedina llegó hasta El Dulce Encanto con el hijo muerto escondido entre los brazos.

Hasta que en la cocina la descubrieron.

XXIII. El parte del Señor Presidente: Alejandra, viuda de Bran; el coronel Prudencio Perfecto Paz; Juan Antonio Mares; Luis Raveles; Nicómedes Aceituno; Lucio Vásquez; Catarino Regisio; el general Magadeo Rayón; Alfredo Toledano; etc.; etc.; etc.; envían informes de chismes y murmuraciones para que se entere el Señor Presidente.

XXIV. Casa de mujeres malas: En el prostíbulo El Dulce Encanto de doña Chón, Diente de Oro, se daban cita la miseria con la chismografía política. Ahí fue a parar la pobre Niña Fedina.

XXV. El paradero de la muerte: Camila agoniza. Cara de Angel está a la cabecera, y para alcanzar su salud decide hacer algo bueno: comunicar al mayor Farfán una denuncia que han hecho contra él. Sabe dónde encontrarlo: en “El Dulce Encanto”.

XXVI. Torbellino: Cara de Angel vuelve a su casa. Tiene una pesadilla, en la que ve agonizar a Camila, y desfila ante él un mundo descalabrado.

XXVII. Camino del destierro: El general Canales en su huida llega hasta el poblado Las Aldeas donde viven tres hermanas solteras amigas de la familia Canales.

Se hospeda ahí, en espera de poder pasar la frontera. Las hermanas le cuentan que están a punto de perder la casa por la extorsión del médico del pueblo. Esa misma noche, al huir, Canales da muerte al médico, mientras daba serenata a la novia.

Tercera parte

semanas, meses, años

XXVIII. Habla en la sombra: La cárcel. Una bartolina y en ella tres presos: un estudiante, un sacristán y el licenciado Carvajal. Se preguntan mutuamente por qué están ahí: ¡el Señor Presidente! —Y piensan el la revolución.

XXIX. Consejo de Guerra: Proceso contra Canales y Carvajal “por sedición, rebelión y traición con todos sus agravantes”. Carvajal no tiene tiempo para leer tantas acusaciones. Se reúne el Consejo de Guerra. Los Pordioseros hacen de testigos: Patahueca, Salvador Tigre, el Viuda, Don Juan de la levacuta, la sordomuda Pereque. Sepultaron a Carvajal en una mazmorra de tres varas de largo por dos y medio de ancho. Lucio Vásquez se paseaba, completamente amarillo, por el pasillo de la cárcel.

XXX. Matrimonio ‘in extremis’: Las solteronas del vecindario se agruparon alrededor de la cama de la enferma. La Petronila alborotó la casa, la Masacuata habló al sacerdote, y ese día Camila y Cara de Angel se desposaron.

XXXI. Centinelas de hielo: La Penitenciaría. La esposa de Carvajal implora para saber algo de su marido. De la Penitenciaría corre a buscar al Señor Presidente. Inútil. De nuevo a la Penitenciaría. Pero todo es inútil. Centinelas de hielo.

XXXII. El Señor Presidente: Cara de Angel es llamado por el Señor Presidente. Tiene que soportar la burla: ¡casado in articulo mortis!

XXXIII. Los puntos sobre las ies: La viuda de Carvajal iba de puerta en puerta. Deseaba, por lo menos, saber dónde estaba enterrado su marido.

XXXIV. Luz para ciegos: Camila se repone. Cara de Angel la lleva al campo para que la convalecencia sea más pronta.

XXXV. Canción de canciones: Camila y Cara de Angel eran felices. Pero los enemigos de Cara de Angel contaban que el favorito no estaba ya en el candelero… en vez de llamarle por su nombre se le debía llamar Miguel Canales.

Asisten a una fiesta del Señor Presidente.

XXXVI. La revolución: Canales había querido hacer la revolución; pero había muerto envenenado.

Camila lo supo muchos días después por una voz desconocida que la llamó por teléfono. La revolución había empezado y había terminado sin que se dieran cuenta.

XXXVII. El baile de Tohil: Mr. Gengis, el gringo, bebe. Urge a Cara de Angel a visitar al Señor Presidente para aclarar su situación, pues el Auditor de Guerra ha dicho que se opone a la reelección del Señor Presidente y que es amigo del difunto Canales.

Cara de Angel va y habla. El Señor Presidente le dice que se trata de fantasías, nadie le ha acusado, y le propone que se vaya a Washington.

XXXVIII. El viaje: “Camila se le quedó mirando con los ojos metidos en el agua, la boca como llena de pelo, los oídos como llenos de lluvia…”

Cara de Angel cerró los baúles. Se apresuró a hojear los papeles que el Señor Presidente le había mandado con un oficial.

El tren partió. Cuando faltaban veinte minutos para llegar al puerto, refrenó la marcha. El Comandante del Puerto, el mayor Farfán, estaba ahí. Subió al tren.

—¡De parte del Señor Presidente —le dijo con el revólver en la mano— queda usted detenido!

Un individuo, con la cara disimulada en un pañuelo, alto como Cara de Angel, pálido y medio rubio como Cara de Angel, apropióse de los documentos que un sargento arrebataba al verdadero Cara de Angel.

XXXIX. El puerto: Farfán descargó sus fustazos sobre Cara de Angel. El cuerpo exánime fue llevado y traído hasta quedar en el tren de carga que lo devolvería a la capital.

XL. Gallina ciega: Camila atalayaba al cartero. Pero no llegaba carta… “Casi arranca la puerta… tres, cuatro y seis meses… Miguel su hijo, crecía”.

XLI. Parte sin novedad: Cara de Angel se consumía mientras tanto, en las bóvedas de la cárcel… Semanas. Meses.

Un preso vecino, Vich —según el parte del director de la Policía secreta— consiguió comunicarse y le contó que acaba de llegar a la cárcel porque se había enamorado de una señora (le dio todas las señas, que coincidían con las señas de Camila), que resultó ser la preferida del Presidente.

Cara de Angel pidió que le repitieran el nombre: “A partir de ese momento el prisionero empezó a rascarse como si le comiera el cuerpo que ya no sentía, se arañó la cara por enjugarse el llanto en donde sólo le quedaba la piel lejana y se llevó la mano al pecho sin encontrarse: una telaraña de polvo húmedo había caído al suelo…”

Terminaba el parte diciendo que, según las instrucciones habían entregado al tal Vich, ochenta y siete dólares por el tiempo que estuvo preso, una mudada de casimir de segunda mano y un pasaje para Vladivostok. “La partida de defunción del calabozo número 17 se asentó así: N.N. disentería pútrida.

“Es cuanto tengo el honor de informar al Señor Presidente…”

Epílogo: El sacristán y el estudiante se encontraron en el Portal. Un hombre pequeñito corría por la plaza.

—¡Benjamín! ¡Benjamín! —lo llamaba una mujer.

El estudiante llegó a su casa, situada al final de una calle sin salida. Oyó la voz de su madre que llevaba el rosario:

“—Por los agonizantes y caminantes… Porque reine la paz entre los Príncipes Cristianos… por los que sufren persecución de justicia… Por los enemigos de la fe católica… Por las necesidades sin remedio de la Santa Iglesia y nuestras necesidades… Por las benditas almas del Santo Purgatorio…

Kyrie eleison

Guatemala, diciembre de 1922

París, noviembre de 1925, 8 de diciembre de 1932.

3. VALORACIÓN LITERARIA

El señor Presidente es para algunos una de las novelas más características de la literatura latinoamericana del siglo XX. Está escrita con fluidez y refleja sobre todo las cualidades de gran narrador y de poeta de ambiente de Miguel A. Asturias, más que las de escritor político. Precisamente es la intención política la que hace perder gran parte de su vigor a la novela, que es bastante endeble en trazo humano, ético, del hombre, al que gusta presentar en sus aspectos más deformes, tanto en lo moral como en lo físico.

La trama es también fragmentaria, y sólo adquiere unidad gracias al ambiente de angustia en que se desenvuelve el gobierno del Presidente, que está presente en todo momento, y hasta en el rincón más olvidado del país. Siendo el protagonista, muy pocas veces aparece directamente en el relato. Es un poder extraño, anónimo, omnipresente. A su alrededor, hombres y mujeres se ven obligados al servilismo para sobrevivir.

Las descripciones se suceden unas a otras, apenas suavizadas por pinceladas poéticas en las que es pródigo el autor. La metáfora está presente en todas las líneas, para desembocar, a veces, en páginas enteras de juegos de palabras, de fantasías y de realidad. Al fin y al cabo, dice Asturias, “entre la realidad y el sueño la diferencia es puramente mecánica” (p. 178). Un ejemplo es la narración del duermevela de Cara de Angel:

“Fríos de filo en la hojarasca… Por todos los poros de la Tierra, ala cuadrangular, surge una carcajajajada interminable, endemoniada… Ríen, escupen, ¿qué hacen?… No es de noche y la sombra le separa de Camila, la sombra y es carcajada de calaveras de fritanga mortuoria… La risa se desprende de los dientes negruzca, bestial, pero al contacto del aire se mezcla al vapor de agua y sube a formar las nubes… Cercas hechas con intestinos humanos dividen la tierra… Lejos hechos con ojos humanos dividen el cielo… Las costillas de un caballo sirven de violineta al huracán que sopla… Ve pasar el entierro de Camila… Sus ojos nadan en los espumarajos que van llevando las bridas de ríos de carruajes negros… ¡Ya tendrá ojos el Mar Muerto!… Sus ojos verdes… ¿Por qué se agitan en la sombra los guantes blancos de los palafreneros?… Detrás del entierro canta un osario de caderitas de niño: “¡Luna, luna, tomá tu tuna y and’echá las cáscaras a la laguna!” Así canta cada huesito balando…“¡Luna, luna, tomá tu tuna y and’echá las cáscaras a la laguna!”… ¿Por qué anda el tranvía?… ¿Por qué no se mueren todos? Después del entierro de Camila nada puede ser, todo lo que hay está sobrepuesto, es postizo, no existe… Mejor le da risa… La torre inclinada de risa… Se registra los bolsillos para hacer recuerdos… Polvito de los días de Camila… Basuritas… Un hilo… Camila debe de estar a estas horas… Un hilo… Una tarjeta sucia… ¡Ah, la de aquel diplomático que entra vinos y conservas sin pagar derechos y los menudea en el almacén de un tirolés!… Todoelorbecante… Naufragio…” etc.

Dotado de una vigorosa imaginación, de una notable facilidad narrativa y de sensibilidad poética, Asturias entra y sale de la realidad de las palabras y de las cosas e un constante recitar delante de sus lectores. No es un hombre de monólogos sino de diálogos entre él, las cosas que ve a través de su imaginación, y sus interlocutores que lo escuchan.

El primer párrafo de su novela lo retratan de cuerpo entero:

“…¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas de la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre…, alumbre…, alumbra…, alumbra, lumbre de alumbre…, alumbra, alumbre…!”

Reminiscencias modernistas con un tono épico que va buscando la nota de los clásicos castellanos, y que al final, en las novelas posteriores, se quedará en el tono de los viejos libros de caballería.

Si se compara con las demás obras del mismo autor, El Señor Presidente, destaca por su sobriedad verbal, y aun por cierta sobriedad imaginativa. El ritmo de la narración es mantenido y los personajes, las cosas, los diálogos, quedan plenamente sumergidos en el mundo fantasmagórico del relato.

El mismo Miguel Angel Asturias señalaba como cualidad de “El Señor Presidente” la fijación del lenguaje “chapín” de los años 20 (las ediciones de la novela van acompañadas de un Vocabulario) y de costumbres, algunas ya desaparecidas.

4. VALORACIÓN DOCTRINAL:

El autor nació en 1899, en el seno de una familia católica de Guatemala. Sin embargo, una formación de impronta liberal, recibida años más tarde, con el dualismo entre religión y vida, y una fe relegada a lo privado y a lo subjetivo, traerá como consecuencia que en sus novelas lo moral y lo religioso aparezca como añadido artificialmente a la vida del hombre. Esta separación entre fe y vida, junto con su empeño en la lucha contra las dictaduras de su país, hará que en la actuación pública aparezca como “intelectual progresista” y, que haya sido presentado como “intelectual marxista”. De hecho, en 1966 recibe el “Premio Lenin de la Paz”, que venía, poco más o menos, a considerarle como “escritor comprometido con las izquierdas marxistas revolucionarias”.

La formación liberal hace también que Asturias mezcle indistintamente la devoción con la burla a lo religioso, y que a sus ojos la vida cristiana se presente —de modo contradictorio— unas veces como un amasijo de formalismo e ignorancia, y otras como un encuentro verdadero del hombre con Dios. Así, en sus poesías, donde mejor se manifiesta su intimidad, se deja ver claramente una religiosidad profunda, que conservó hasta su muerte, acaecida en 1974 en Madrid. Por el contrario, en varias de sus novelas, las descripciones y alusiones al clero, a la Iglesia, a las ceremonias, tiene un tono ambiguo, llegando con frecuencia a reducir lo religioso a lo “folklórico”, y pasando fácilmente de la burla a la blasfemia. En el caso concreto de El Señor Presidente hay que añadir a esto algunas descripciones hechas con lenguaje crudo, un cierto entretenimiento en lo procaz, la predilección por lo deforme, lo sucio y, con frecuencia, lo repugnante, en lo que no pocas veces se detiene morosamente su pluma.

G.G.V.



[i] Aunque sólo son literales los párrafos señalados entre comillas, en el resto se ha procurado seguir el mismo estilo de la novela para dar mejor una idea de su contenido.

 

 

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