ANTAL, Frederick
El mundo florentino y su ambiente social
(t. o.: Florentine Painting and its Social
Background)
INTRODUCCIÓN
Esta obra fue escrita por Antal entre 1932 y 1938, actualizándola en el momento de su publicación en 1947. Pretende ser un estudio de la pintura florentina —con pequeñas incursiones en la escultura y arquitectura— desde fines del siglo XIII —momento que, para Antal, la sociedad está dominada en su mayor parte por la clase media— hasta 1434, en que toma el poder Cosme de Medicis y finaliza ese régimen.
Como señala Gaya Nuño en su prólogo a la edición española, no es un libro de fácil lectura ni ameno, a pesar de haberse traducido con cierta libertad. A ello contribuyen los capítulos demasiado extensos, sin establecer ningún tipo de epígrafe que indique el paso de un tema a otro. Sólo en el índice general se detalla el contenido, aunque con cierta inexactitud en las páginas.
Como también dice Gaya, en este libro "las Bellas Artes no son tratadas per se, sino como consecuencia de actividades sumamente imperfectas y discutibles". Más que un estudio estético o formal de las distintas escuelas pictóricas, pretende ser un análisis de las circunstancias que rodean al artista y de su mundo profesional, análisis que de antemano parece un tanto viciado por concepciones preconcebidas, en donde el individuo no importa tanto como la clase social a la que se supone representa, o la que "sirve" y se pliega.
Antal puede ser considerado como uno de los principales representantes —junto con 26— de la crítica o la interpretación sociológica de la historia del arte, basada en el principio básico de la estética marxista. Este principio —siguiendo la breve exposición de Beardsley y Hospers, Estética. Historia y fundamentos, pp. 79-80— consiste en que el arte, como todas las actividades superiores, pertenece a la "superestructura" cultural y está determinado por los condicionamientos sociohistóricos, especialmente por los de carácter económico. "Partiendo de aquí los teóricos marxistas dicen que siempre cabe establecer un nexo —y debe hacerse en orden a una comprensión plena— entre la obra de arte y su matriz sociohistórica. En cierto sentido, el arte es un reflejo de la "realidad social", pero la naturaleza exacta y los límites de este sentido ha sido siempre uno de los problemas fundamentales de la estética marxista". Este es el principio con el que Antal analiza el periodo de la historia del arte indicado, y se refleja ya en la introducción del libro, a la hora de formular los objetivos que se propone. El arte quedaría perfectamente comprendido en términos sociológicos —o propiamente habría que decir que se reduciría a sociología—, negando en la práctica —aunque no se diga abiertamente— que tenga sus leyes peculiares, y por tanto su autonomía, que tanto se ha defendido en este siglo.
VALORACIÓN LITERARIA Y DOCTRINAL
Antal se propone como objetivo explicar la coexistencia de estilos completamente distintos —discrepantes— en un mismo lugar, fecha, y entre pintores coetáneos, pertenecientes a la misma generación, como manifiestan obras de Masaccio o de Gentile da Fabriano o sus seguidores.
Rechaza como inadecuado el simple análisis formal, que se limita a describir las distintas características de los estilos pero no a explicarlos. No admite que el estilo más antiguo se clasifique como reaccionario y el más reciente como avanzado, especialmente si se considera el avance en el sentido de progreso en el naturalismo, porque no siempre se cumple. Asimismo considera que las "influencias" son insuficientes para explicar las discrepancias y la esencia de un estilo, entre otras cosas porque habría que explicar también por qué afectan a unos artistas y a otros no. En definitiva, piensa que los elementos formales del arte no pueden dar una respuesta satisfactoria a la pregunta de la que parte (por qué coexisten esos estilos tan distintos), pues, según él, sólo permiten juicios basados en el gusto personal, y por tanto carecen de valor en la investigación histórica.
Concluye que el estudio del desarrollo de los estilos se debe realizar en conexión con otros aspectos del desarrollo histórico (p. 19). Por ello, y más que basarse en los elementos formales, que nos llevarían al terreno exclusivo del arte, Antal considera aún más importante el contenido, el asunto —basándose en las investigaciones del Warburg Institute y de Dvorak, aunque para realizar su propio análisis, que difiere del de éstos—. Su pensamiento queda expresado en este párrafo:
"Si consideramos cada estilo como una combinación específica de los elementos de asunto y de forma, los primeros constituyen un documento inmediato de las costumbres de entonces y de la filosofía de la que derivan los cuadros en cuestión" (p. 19). Las obras de arte así consideradas dejarían de estar aisladas. Admite que los elementos formales dependen también en último análisis de la filosofía del día, "pero las relaciones son menos directas y sólo pueden ser claramente discernidas después de haber comprendido la primera conexión" (p. 20).
Insiste en que el asunto es lo que mejor refleja el sentir y las ideas del público al que va destinada la obra, y precisamente —para él— las diferencias en el concepto de la vida que se dan en el seno de ese público es lo que explica la diferencia de distintos estilos en un mismo periodo, mucho más que las diferencias individuales entre distintos artistas. Ahora bien, como el público "no es más que la sociedad en su capacidad recipientaria del arte, se requiere examinar ante todo la estructura de la sociedad y las relaciones entre los distintos sectores", y con este fin, se propone como primera meta establecer las causas económicas y sociales que han producido esas divisiones (p. 20).
Para Antal, el estudio de estas causas es el único terreno donde se puede pisar tierra firme, y por tanto está ya poniendo como base de su análisis un soporte económico, que pretende ser plenamente objetivo. Ahora bien los hechos en que él se basa, no son más que conclusiones relativas de algunas de las últimas investigaciones históricas y económicas realizadas en el momento que escribe, y así como esos estudios cambiaron los puntos de vista que se tenía de ciertos hechos, otros nuevos pueden volver a cambiarlos, pese a que él considere que son hechos "firmemente establecidos" (en otros casos se contradice y dice que aún está en la infancia el estudio riguroso de la historia del sentimiento religioso o incluso de las ideas sociales, p. 23). Por tanto su propia interpretación, apoyada en unos supuestos que no pueden considerarse absolutos y definitivos, siempre será tan subjetiva como las que rechaza.
Además de dedicar buena parte de su estudio a exponer las ideas políticas, económicas y sociales que —a la luz de esos trabajos informan la manera de pensar de las distintas "clases sociales", presta también una atención particular al sentimiento religioso que, especialmente en esa época, impregna toda actividad—, la filosofía y la literatura.
Su actitud no deja de pecar de gran dogmatismo como si el método que propone fuera el único exacto. Todo su esfuerzo se dirige así a resaltar aquellos aspectos que justifican lo que en principio no deberían ser más que hipótesis, pero que él trata como verdades indiscutibles. Así dice: "Resumiendo, sólo podremos comprender los orígenes y naturaleza de la coexistencia de los estilos si estudiamos los varios sectores de la sociedad, reconstruyendo sus conceptos filosóficos y penetrando así en la esencia de su arte". Esta es su opinión.
Una vez realizado el análisis de todos estos aspectos de la sociedad, intentará relacionar cada estilo con el concepto de vida que le corresponde. Es decir, va tratando de dilucidar las interacciones entre la infraestructura y las superestructuras, entre las que habría que situar el concepto que sobre el arte se tenía en ese momento, como una ideología más.
Lógicamente, e insistiendo en lo ya señalado para él la "calidad" de una obra es un concepto subjetivo, y sólo se podría considerar entre dos obras cuyas intenciones —o el trasfondo que tratan de plasmar— fuesen idénticas. Asimismo resta toda la importancia que puede a la capacidad creadora del artista.
Como es de suponer el lenguaje que utiliza para describir los hechos sociales y económicos es el marxista, transplantando a la sociedad bajo medieval conceptos acuñados y propios de la edad contemporánea. Así, siempre habla de clases en lugar de grupos sociales, capitalismo, precapitalismo, obreros, etc., cuya aplicación en esas fechas es discutible, o al menos matizable.
Teniendo en cuenta todo lo dicho, iré exponiendo el contenido resumido de cada capítulo, y haciendo las salvedades oportunas.
CONTENIDO
1. Historia Económica, Social y Política (pp. 27 a 45)
El poder económico de Florencia creció a partir del siglo XII hasta el XIV en proporciones sin paralelo en Italia y Europa. Este poder se basaba en tres factores: la industria textil, el comercio de tejidos y las operaciones bancarias. Antal, insiste en diferentes ocasiones que el elevado desarrollo de su organización económica fue el origen de las formas primitivas de capitalismo.
Dentro de la industria textil destacaban dos ramas: la de Calímala, que se dedicaba al acabado de las telas importadas de Francia y Flandes, y la de la Lana, que terminaba el proceso de su manufactura. A éstas había que unir la industria de la seda,—especialmente importante en el siglo XV—. Era una producción descentralizada, pero con alto nivel de desarrollo en la división y especialización del trabajo, controlada por los grandes industriales —"capitalistas"— que supervisan el proceso de producción e imponen los precios, obteniendo grandes ingresos, gracias a los bajos salarios dados a los "obreros".
Esos mismos grandes industriales monopolizaban todo el amplio comercio internacional de exportación que entonces tenía Florencia, y no sólo de los productos textiles. Y eran también los banqueros más poderos, lo que Antal atribuye en parte a los negocios bancarios con la Curia, y al cobro de los diezmos. Llega a afirmar que, debido a esto, el Papado y la Curia crearon de manera indirecta las modernos bancos europeos, contribuyendo a la expansión de la economía monetaria (La visión que, en todo momento, Antal tiene de la Iglesia es exclusivamente terrena y material, y se podría decir que siempre confunde ésta con la organización eclesiástica, con los clérigos, o con el poder político que entonces tenía también el Papa como señor de unos territorios. Sólo resalta aquellos aspectos que considera negativos — muchas veces a causa de su visión deformada—, y no valora sus aportaciones en la mejora de la sociedad. En esta ocasión (pp. 30-31) y en muchas más —como el aspecto más negativo—, trata de resaltar, de manera especial, la contradicción entre la prohibición por parte de la Iglesia de la usura y lo que practica o permite. Indudablemente, Antal está aplicando conceptos contemporáneos y no tiene en cuenta el cambio operado en la vida económica desde la baja Edad Media a la actualidad. La Iglesia ha condenado siempre la usura, entendiendo por tal la retribución absolutamente desproporcionada ante un préstamo. En la Edad Media el dinero no se consideraba un bien productivo, y por tanto sólo había que restituir lo cedido, pero cuando se fue generalizando la nueva economía crediticia y dineraria, hubo que cambiar el punto de vista primitivo, lo que, lógicamente, no se produce de repente. No es que ahora se admita la usura, sino que se reconoce que si uno ha cedido un bien que le podía estar produciendo un beneficio, reciba una justa retribución por el tiempo que ha estado privado de él. La Iglesia, antes y ahora, sigue condenando la usura, pero se han producido transformaciones que es necesario tener en cuenta para una justa apreciación del tema, y en particular de las disposiciones eclesiásticas (Sobre esta cuestión de la usura se puede consultar, para un primer acercamiento, la voz correspondiente de la GER). Por otra parte, la Iglesia, al estar formada por hombres, tampoco es impecable, lo más llamativo será que siga manteniendo esas prohibiciones, en lugar de buscar justificar una conducta).
De modo que las mismas manos manejaban producción, comercio y préstamos, y ello da su capacidad expansiva a este grupo social, que Antal denomina o clasifica como "alta clase media" (p. 29). Al controlar la industria y el comercio este grupo controlará también todos los aspectos de la vida florentina, incluyendo la política. Organizados en gremios desde fecha muy temprana, constituyeron el partido de los "güelfos", unidos al Papa por los intereses económicos señalados, y contra la nobleza "gibelina", leal al emperador. Esta alta burguesía tenía una mentalidad republicana. A raíz de la constitución de 1293 ganan la igualdad de derechos con los nobles y se hacen cargo del poder político, formando parte de la administración comunal.
Ahora bien, entre los gremios había grandes diferencias. Sólo los siete grandes tenían una participación real en la administración de la ciudad, y dentro de los gremios sólo los comerciantes e industriales eran miembros activos y gozaban de los derechos gremiales y políticos, mientras sus subordinados —los "sottoposti"—, aunque constituían la mayor parte de la población, carecían casi completamente de ellos; pero además ese poder estaba controlado por unas cuantas familias dentro de esos gremios. Durante el siglo XIII combaten a la aristocracia de sangre en el terreno político y social, pero reconocen su superioridad social, y tratan de imitar sus costumbres aristocráticas (en realidad, afirma Antal, no van contra la nobleza en sí, sino contra aquella que no quiere alinearse junto a la alta burguesía); incluso llegarán a emparentar con esa nobleza.
Catorce gremios menores organizan a los distintos artesanos y pequeños comerciantes que atienden una demanda local. A principios del siglo XIV están sojuzgados por la alta burguesía, pero a partir de 1340 se incrementa su poder político por el debilitamiento económico de los grandes gremios, a causa de diversos factores. En este siglo se suceden diversas alianzas; a veces, la alta y baja burguesía frente a la nobleza, otras la baja burguesía está aliada con la nobleza frente a la alta, para "hacer un frente común anticapitalista".
A estas complejas luchas sociales, se añade, en la segunda mitad del siglo XIV las que se producen entre los "obreros", las clases bajas, y la alta clase media. Los salarios, horas, condiciones y métodos de trabajo eran decididos por el patrono de manera unilateral y arbitraria, de manera que el " obrero" estaba a merced del gremio. Así, el gremio, en sus orígenes una organización profesional, sirvió para dividir a la población en dos amplias "clases": la dotada de derechos de ciudadanía y la carente de ellos. Esto se pudo hacer porque el gremio y el estado representaban una sola autoridad.
Una vez expuesto esto, Antal señala los principales acontecimientos de la historia florentina desde la cuarta década del siglo XIV, lo que luego sirve de fondo para explicar las peculiaridades artísticas:
— 1342 gobierno del Duque de Atenas, atraído por poderosas familias de la aristocracia y la alta burguesía, aunque para mantener su posición procuró el apoyo de las clases bajas y de los "sottoposti".
— Destitución del Duque y gobierno de las grandes casas de la banca, pero se produce un levantamiento popular, lo que favorece el fortalecimiento político de los gremios menores, a partir de 1343, sostenidos por los tintoreros y los "sottoposti". Se inicia así un periodo relativamente democrático, entre 1340 y 1390, gobernado por los sectores intermedios de la burguesía, aunque la influencia de los gremios menores sólo se hacia efectiva con la alianza, e incluso la dirección, de algunas familias de la alta clase media (los Alberti, Ricci, Medicis, etc. ).
— En 1378 se produce la revuelta de los "ciompi" (de los trabajadores) (no establece una diferencia clara entre los "ciompi" y los "sottoposti", y a veces parece que los identifica). Antal la califica como una de las mayores y más profundas revoluciones experimentadas por Italia. Todos los sectores se unieron contra la oligarquía del partido güelfo, lo que permitió una supremacía temporal de la clase media baja; pero pronto dejaron solos a los obreros, y al cabo de un tiempo les quitaron los derechos obtenidos.
— Desde la década de los noventa se desvanece la influencia de los gremios menores y se asegura definitivamente la victoria de los poderosos, favorecido por un nuevo periodo de prosperidad. Sin embargo, se advierten signos de decadencia en la estructura del capitalismo florentino: la industria de lana estaba seriamente amenazada por la competencia de otros países, se reduce el mercado de paños, se pierden muchos trabajadores por la emigración tras la revuelta de los ciompi, y a esto se une el cambio de la moda, que impone la seda frente a la lana. También ha declinado desde mediados del XIV el negocio bancario, y muchos capitales se han desviado hacia la adquisición de tierras. A pesar de todo aparente auge, y momento en que el territorio florentino adquirió su mayor extensión con el empleo de mercenarios.
A partir de 1420 el capital concentrado en muy pocas manos. Tras la eliminación de los ciompi y de la pequeña burguesía, el poder político quedaba reducido al conflicto entre las escasas familias aristocráticas-burguesas, que eran los gobernantes reales, y los "popolani", que representaban el resto de la rica burguesía en los gremios mayores. Las familias de la clase media superior se fueron aristocratizando, y se produce una progresiva restricción de los derechos de ciudadanía.
La lucha entre estas grandes familias acabará con la victoria de los Medicis (Cosme) en 1434.
2. Ideas Políticas, Económicas y Sociales (pp. 47-65)
Señala Antal, que las complejas condiciones económicas, políticas y sociales del periodo sólo pueden ser comprendidas completamente si se consideran a la luz de las ideas que les corresponde. La postura de Antal no deja de ser muy determinista, considerando que cada grupo tiene que tener obligatoriamente unas mismas ideas: "Considerando lo que cada sector piensa sobre la vida social y económica,su concepto del Estado y de la política, conseguiremos formarnos una idea de las teorías del momento a la vez que de la opinión general".
Estima que una característica esencial de las ideas políticas, económicas y sociales del periodo fue su íntima asociación con la religión, aunque hace la salvedad de que no fue tan estrecha en las clases medias superiores. De hecho, en gran parte de este capítulo, Antal se ocupa de "las ideas políticas, sociales y económicas" de determinados autores eclesiásticos, que, a su modo de ver, facilitaban las componendas que se establecen entre la Curia y la "opulenta burguesía". De nuevo vuelve prácticamente a identificar a la Iglesia con la organización eclesiástica y con la Curia, insistiendo de nuevo en la justificación de la práctica de la usura.
La base principal que rige esa componenda la encuentra en el sistema de Santo Tomás. Señala que concebía el Estado como un instrumento para la ejecución del plan universal, y que, según sus ideas, cada individuo debía quedarse en el estado en el cual le había querido situar Dios. Así mismo, entre otras cosas, indica que mantiene la doctrina de la infecundidad del dinero, lo que le proporciona la base para condenar la usura y el interés (remitirnos a lo dicho sobre esto), y la idea de que el poder supremo terrenal y espiritual corresponde al Papa, aunque el primero lo ejerza indirectamente. Le reconoce un avance frente a sus precursores clericales, por admitir la existencia de un Estado secular y una case media. A mi juicio no logra establecer una relación coherente entre estas ideas que él señala en Santo Tomás y la situación política.
Señala que la situación política, económica y social era muy diferente después de Santo Tomás, pues la Curia necesitaba para sus negocios a los poderosos, y por ello debía ser indulgente con los mercaderes y también respecto al cobro de intereses. Dice que el desarrollo de las ideas económicas en el sector de la clerecía tenía lugar dentro del sistema tomista, y que más que revisar los "puntos de vista oficiales" en cuestiones de principio, lo hacen en detalles, omitiendo cada vez más cláusulas condicionales hasta que los banqueros y mercaderes se encontraran a cubierto en su actividad económica.
En realidad la visión de Antal está llena de prejuicios, por ello aunque a veces ve que las opiniones de algunos eclesiásticos como Santo Tomás, San Bernardino o San Antonino se adelantan a su tiempo— sólo ve "componendas" con los poderosos en los cambios que se van produciendo en algunas doctrinas de la Iglesia, cuando no hacen más que adaptarse a las transformaciones que se van produciendo en la sociedad , pero sin que eso suponga ceder en sus principios fundamentales. Así Antal reconoce como Santo Tomás favoreció que el trabajo fuera considerado como necesario y no como un castigo, y que el ganar dinero para vivir como fin de ese trabajo, fuese un concepto cada vez más admitido. También considera como componenda con al alta clase media, el que San Bernardino de Siena condenase en sus sermones la usura, pero admitiese como respetable la profesión de comerciantes y que sus actividades económicas fuesen consideradas capaces de proporcionar beneficios a toda la comunidad. Como él mismo señala, aunque su interpretación es negativa, San Bernardino explicó cuándo era admisible el beneficio, por no tratarse de intereses, el justiprecio. (pp. 50 y 51).
A pesar de este apoyo por parte de la Iglesia a los poderosos, Antal considera que el concepto de buen gobernante permanecía vago y podía ser utilizado por la Iglesia para proclamar el derecho de resistencia contra un "tirano". Por ello, señala que las clases medias altas, pese a su respeto por la Iglesia, no estaban satisfechas con su apoyo condescendiente en el terreno de las teorías políticas y económicas, ni aceptaron las doctrinas eclesiásticas como punto de unión, sino que fueron otros escritores los que formularon los punto de vista generales de la alta burguesía con respecto a las cuestiones económicas, sociales y políticas, que añadían ideas suplementarias a la tradición de la Iglesia.
Estos puntos eran los siguientes:
— Era voluntad de Dios la existencia del pueblo, de la autoridad burguesa y de la organización económica en su forma entonces vigente.
— De aquí se derivaba la convicción de que el capital tenía autoridad absoluta sobre el trabajo, y todas las huelgas y demandas de salario debían castigadas no sólo por ir contra la paz de la sociedad, sino como ofensas a la ley divina.
— Los trabajadores no pertenecían al pueblo, eran sólo "sottoposti", y no eran considerados como seres con necesidades humanas.
Se justificaba pues, la legitimidad de la burguesía y la necesidad de mantener el orden social establecido, que se extendía también a la política, por voluntad de Dios. Y ante esto, la revuelta de los "ciompi" fue considerada por los cronistas de la clase media como una usurpación.
Estas ideas fueron defendidas, entre otros por el jurista Bartolo de Sassoferrato. Los lemas políticos de las altas clases medias con los que justificaban sus actos, eran "libertad" y "justicia", pero aplicados de una manera muy particular y restrictiva, de acuerdo con sus intereses.
Para dar una forma legal adecuada a la nueva ordenación económica, esta clase social florentina hizo renacer el derecho romano porque se prestaba mejor que el germánico a sus propios intereses. Se produce así una "revivificación" de la antigüedad, que afecta también a otros campos, como pone de manifiesto en varias ocasiones, unida en muchos casos a ideas patrióticas o nacionalistas —como observa en algunos humanistas—.
Los portavoces de la alta clase media eran —al principio— los mismos grandes mercaderes y hombres de negocios, aunque no dejan de estar ligados a los tradicionales conceptos de la Iglesia, pero más tarde, lo fueron los intelectuales que dependían de ellos. Entre mercaderes que exponen los intereses políticos y económicos de su estrato destaca Antal a Giovanni Villani, típico representante de esta clase antes del gobierno del duque de Atenas, cuyas ideas responden —tal como las expone Antal— a lo dicho anteriormente. Además Antal se ocupa de los escritos Francesco Pegolotti; del comerciante Giovanni Moreli y de Loreno Ridolfi. En sus obras, Antal advierte "una síntesis entre el pensamiento religioso y el mundano, característico del capitalismo primitivo", pero tal como lo expone no se aprecia una diferencia notable entre sus opiniones y las de los eclesiásticos, salvo que al tratarse de mercaderes exponen más detalladamente cuestiones prácticas relativas al campo económico.
Además de éstos señala la fundamentación teórica llevada a cabo por los humanistas o intelectuales en apoyo de la burguesía gobernante y de sus puntos de vista. Antal se detiene en las teorías de Petrarca, Giovanni Boccaccio, Coluccio Salutati, Leonardo Bruni y Poggio Braciolini —que corresponden a épocas distintas—, pero está lejos de demostrar que las teorías de todos ellos representen plenamente los intereses de la alta burguesía , aunque respalden muchos de sus intereses e influyan en el fortalecimiento de la tendencia aristocrática entre las clases medias. Por otra parte, algunas de sus opiniones guardan gran semejanza a las mantenidas por algunos autores eclesiásticos y Antal se contradice con frecuencia, como cuando señala que en las teorías de estos humanistas —por razones tomadas de la antigüedad—, también había una reprobación de la riqueza, para después sostener, que hallaron una justificación de la riqueza y de los que la adquirieran, en el estoicismo romano. (En realidad, y aunque lo pueda justificar basándose en la síntesis que se ve obligado a hacer, Antal no demuestra sus afirmaciones. No hay una clara deducción de unas cuestiones de otras, y deja traslucir las contradicciones existentes en el seno de la sociedad y una complejidad mucho mayor que se resiste a ser incluida en unos moldes prefabricados).
Frente a estas ideas sociales, políticas y económicas, las clases bajas más retrasadas no desarrollaron conceptos tan complejos, y cuando ganaban alguna influencia sus conceptos económicos tendían a detener el desarrollo del capitalismo. Señala Antal que los trabajadores sólo eran capaces de expresar sus sentimientos en materia de religión. Sus "intelectuales" procedían de las clases altas o eran frailes mendicantes, generalmente miembros expulsados de su Orden, que solo expresaban de manera confusa algunas demandas generales. Dice Antal que en todo el periodo sólo hubo una crónica escrita desde el punto de vista de los "ciompi": la Cronaca dello Squittinatore, escrita entre 1378 y 1387. (Antal es demasiado radical al vincular a la Iglesia y a los intelectuales exclusivamente en apoyo de los poderosos, falseando la realidad, y estableciendo dos bloques demasiado antagónicos: el de los poderosos y el de los oprimidos. Falta una valoración objetiva de los avances o innovaciones producidos en este momento en materia política, social o económica, pues los juzga exclusivamente como instrumentos opresores y de encumbramiento de una "clase" social, prescindiendo al mismo tiempo de otras realidades que no sean la florentina).
3. Historia del sentimiento religioso (pp. 67-90)
Reconoce Antal que la religión jugaba un papel muy principal en la vida cotidiana de todos los sectores de la sociedad medieval, y el pensamiento humano, en sus distintos aspectos, estaba profundamente influido por lo que enseñaba la Iglesia (y deja caer que también por la distinta actitud de ésta ante los distintos estratos de la sociedad).
Afirma rotundamente, sin que encontremos una justificación convincente para ello, que el próspero ciudadano no sólo justificó sus acciones con argumentos respaldados por la Iglesia, sino que deseó tener alguna participación en la religión misma, que de momento no tenía. Encontramos pues otra lucha: "la de la clase media con la Iglesia para tomar parte activa en la religión y culto", lucha que variaba en intensidad según los grupos sociales y las distintas épocas. Afirma —sin señalar para nada en qué consistía esa lucha y como se concretaba—, que "los esfuerzos de los ciudadanos opulentos para realizar sus deseos tomaron la forma de oposición directa hacia la Iglesia sólo mientras ésta mantenía un carácter feudal y empleaba su poder secular contra la burguesa. Cuando más tarde la Iglesia se alió económica y políticamente con la alta clase media —es decir, desde el siglo XIII en adelante—, las relaciones mutuas sufrieron también un cambio en la esfera religiosa" (p. 68). Antal es incapaz de separar el sentimiento religioso de la esfera económica o política, por ello es también incapaz de reconocer actuaciones desinteresadas y rectas, sino que detrás de todo tiene descubre intereses. Así, llega a afirmar, y posteriormente insistirá en la misma idea, que la fundación de las Ordenes Mendicantes, dedicadas al cuidado de las almas de los habitantes de las ciudades, no fue más que una "concesión" de la Iglesia para satisfacer a la clase superior, interpretación que no resiste un análisis histórico realizado con cierta seriedad y objetividad.
La actitud de los sectores más pobres era distinta. En principio señala que se refugiaban en el sentimiento religioso con la esperanza de salvación futura pues en esta vida no podrían alcanzar sus anhelos sociales y políticos. Pero de ahí, Antal pasa a afirmar que su anhelo de tomar parte activa en el culto y la "violenta reacción" de la Iglesia hacia estos sectores que criticaban su riqueza, determinó la importancia que adquieren los movimientos sectarios en el seno de estos grupos e incluso de los poderosos. Explica así el florecimiento de los waldenses, cátaros y albigenses, sectas que cronológicamente son anteriores al periodo de que se ocupa, y por otra parte supone una generalización que no se dio. La lucha de la Iglesia contra la herejía la ve como otra forma de opresión: "una cruel persecución" y un medio de evitar el cristianismo independiente y toda activa participación del pueblo seglar en el culto. (Como se ve concibe a la Iglesia exclusivamente desde un punto de vista humano, identificándola siempre con su aspecto jerárquico). Las Ordenes Mendicantes jugarán un importante papel en esta lucha contra la herejía —en concreto contra los patarinos a mediados del siglo XIII—, y en cualquier caso —para Antal— serán un instrumento en manos de la Iglesia oficial para influir tanto en los poderosos como pobres, una vez que aquella logre dominarlas y desvirtuar su carácter original. Esto se deduce claramente del análisis que hace de su actuación.
Para él, el movimiento franciscano en un principio fue una religión de seglares y, como las demás sectas, esencialmente herética. Expone sucintamente la doctrina de San Francisco sobre la pobreza y la vuelta al cristianismo primitivo, pero Antal no explica en dónde está la herejía. Da la impresión que para él debe ser también un concepto político, cualquier predicación contraria a lo que practicaban los clérigos o algunos miembros de la jerarquía. Lógicamente cualquier movimiento religioso es espontáneo y sólo posteriormente obtiene la aprobación, una vez que ha cuajado, por tanto no hay que escandalizarse ni sorprenderse porque San Francisco predicase al principio "incluso sin permiso del Papa".
Según Antal, la Curia desvirtuó este movimiento y le dio una dirección distinta, convirtiéndolo poco a poco en una Orden cerrada que podía "serle muy útil para mantener constante contacto con la nueva burguesía urbana lo mismo con el rico que con el pobre —entre los que tenía gran influencia—, y recuperar aquellos sectores de población que iba a perder. En suma, la Curia admitía así —pero bien controlado, y sin carácter absoluto— el primitivo ideal cristiano de pobreza y vida ascética, para lograr sus propios designios" (p. 70). El impulso revolucionario primitivo de los ideales franciscanos de pobreza e igualdad, contemplado por Antal desde esta esfera tan materialista, se convertía así en estéril e inofensivo. Establece una antítesis entre la Iglesia y los sacramentos, y el monasticismo y el ascetismo, como si estos últimos fuesen otra posible vía de salvación que fue aniquilada al imponerse sobre ella la primera. En el fondo de todas estas teorías que expone Antal pensamos que hay una ignorancia considerable de las cuestiones religiosas, y desde luego son afirmaciones demasiado gratuitas, sin prueba alguna, como para mantenerse con tanta rotundidad. Por otra parte tiene una visión demasiado parcial de lo que es la Iglesia.
La Iglesia "oficial", "comprometida como estaba en una economía monetaria", no podía admitir la extensión del ideal de completa pobreza; como "no realizaba la función requerida por la Iglesia y las clases adineradas", cambió el carácter de la Orden, dado que se podía convertir en una fuerza subversiva y revolucionar a las masas. Se mantuvo sólo la apariencia de pobreza, pues la Orden tenía muchos bienes y grandes monasterios creados con el dinero de la burguesía.
Este cambio se logró imponer tras el triunfo de la clase media superior, tras vencer las resistencias de los llamados por Antal "espiritualistas" y de los "fratricelli" —una especie de sectas de los franciscanos que habrían sido excomulgados por su rechazo de la riqueza y perseguidos por la Inquisición—, en cuyo seno destacaban los franciscanos, que procuraban con ello hacer olvidar "su pasado democrático y revolucionario". Señala Antal, siguiendo su pensamiento más constante: "Cada batalla sostenida a causa de esta controversia sobre la doctrina de la pobreza terminaba con la victoria de la Iglesia oficial, y después de cada uno de estos éxitos, las Reglas de la Iglesia avanzaban un paso más hacia la riqueza" (p. 73).
Para Antal la desvirtuación del movimiento inicial se produce porque los franciscanos observantes "no daban tanta importancia a la imitación de la vida de Cristo en lo referente a su pobreza como a la necesidad de una vida de completo ascetismo y contemplación, al completo alejamiento del mundo". Siempre habla de la derecha o izquierda, y desde luego si un movimiento tiene auge es siempre por el apoyo y los intereses de la clase media superior, aunque se contradiga con otras de sus afirmaciones anteriores.
La orden de los dominicos habría seguido el mismo desarrollo que los franciscanos, desde la pobreza completa a la riqueza. En realidad, para Antal estas fundaciones eran ineficaces porque "dejaban de lado la cuestión de la pobreza en favor de una moral austera" (p. 74). Por otra parte, su actitud espiritual estaba basada en la defensa de la Iglesia oficial y de sus doctrinas, y la lucha contra la herejía. No eran más que otro instrumento —además intelectual—, de la Iglesia oficial y de sus doctrinas; destacados luchadores contra la herejía, y un instrumento también de la alta clase media, especialmente porque a través de ellos podía dominar y ejercer su influencia sobre la pequeña burguesía. Da a entender que los dominicos lograron la acogida de distintos grupos sociales porque contemporizaron con las nuevas situaciones y apoyaron las distintas demandas políticas o económicas, realizando una política acomodaticia.
Desarrolla lo que él considera sistemas teológicos de las dos órdenes con el fin de apreciar mejor su actitud para con los distintos grupos sociales, y en particular con la alta burguesía. En realidad, siguiendo a Antal da la impresión que la única preocupación que tuvo Santo Tomás cuando elaboró su doctrina fue lograr un sistema racional y unitario, oportunista, que dejase contenta a la alta burguesía que dominaba Florencia, y al mismo tiempo alimentase —aunque sólo teóricamente—, las esperanzas de los otros grupos sociales. Gracias a este sistema los dominicos habrían logrado imponerse frente a los franciscanos (San Buenaventura, Duns Escoto), porque su doctrina era menos apropiada para la alta burguesía. Realmente no deja de sorprender una visión tan estrecha, tan falsa y tan contradictoria, porque los franciscanos tan pronto tienen un gran apoyo como parece que son marginados por esa alta burguesía.
La Iglesia ejercía una influencia decisiva en la vida intelectual y religiosa de la ciudad por medio de las órdenes mendicantes, influencia que se ejercía a través de los sermones, que según él se hicieron ahora más frecuentes, y también a través del desarrollo de innumerables congregaciones seglares. Como es habitual en Antal, ambos medios son manipulados en favor de la Iglesia, acallando siempre cualquier posible iniciativa o reivindicación de las clases más bajas.
Pasa después a analizar el sentimiento religioso de las clases privilegiadas, caracterizado por el racionalismo y la ausencia de todo "misticismo exagerado", especialmente tras haber alcanzado el poder. Sin embargo, reconoce que este racionalismo no rechazaba el culto a los santos, lo que él llama la "propensión a las interpretaciones simbólicas". Sólo admitían un misticismo moderado, porque para Antal los misticismos favorecen a las clases medias y por ello triunfan en los "periodos democráticos". Las buenas obras realizadas por estas clases superiores era una manera sencilla de solucionar "los conflictos morales que necesariamente tenían que surgir entre el mundo exterior y los mandamientos religiosos y canónicos", y una manera de corresponder al apoyo de la Iglesia y de las Ordenes mendicantes. Afirma —aunque su apoyo es exclusivamente lo que se dice— que "en general, los frailes estaban considerados —y a menudo con razón— como seres calculadores y negociantes, corrompidos y lujuriosos" (p. 83) (que contrasta con lo que ha dicho en otros momentos sobre su ascetismo y espíritu de penitencia que atraía a todos los grupos sociales), y la clase media opinaba lo mismo pero no exageraba su desaprobación, pues "el clero era un medio eficaz para ejercer sobre el pobre una verdadera presión económica en beneficio de los intereses de la clase adinerada" (p. 84). En el fondo, cuando algo parece que no encaja parece que basta con decir que esta clase alta y la Iglesia eran muy astutas y cambian de ropaje según sus intereses, que venían a ser los mismos, pues, según sus palabras, la Iglesia "consideraba a los pobres como meros objetos para practicar la caridad cristiana, no como trabajadores con derecho a mejor pago y a mayor libertad de movimiento" (p. 85). Es una explicación demasiado sencilla de acomodar la realidad a su propia teoría (por supuesto en las notas a pie de página no cita ningún documento que pueda apoyar su afirmación, y cuando más se reducen a algún otro autor contemporáneo).
Para Antal la clase media alta, "aunque no creía en la infalibilidad del Papa", respetó generalmente a la Curia, porque tenía intereses económicos en el extranjero; sin embargo, cuando el poder estuvo en manos de la baja burguesía, que carecía de esos intereses, no le importó enfrentarse a la Curia en los asuntos temporales y económicos.
Pese a toda su confusión, Antal reconoce en algunos momentos que era distinta la actitud mostrada hacia la Curia y hacia la religión en sí, la fe cristiana, que estaba profundamente arraigada en los distintos sectores, incluido los intelectuales de la clase superior (dedica también unos párrafos al sentimiento religioso de éstos).
Siguiendo con su visión reduccionista considera que la resolución del cisma fue un logro de la alta clase media florentina, que veía perjudicados sus intereses comerciales con una Iglesia dividida.
Por lo que respecta al sentimiento religioso de la pequeña burguesía, los artesanos y los trabajadores, mantiene que en general "aceptaban sin discusión todo lo que la Iglesia y los frailes mendicantes les hacían creer, aunque vieran con disgusto el grado de corrupción del clero y su afición a los negocios, particularmente en las Ordenes mendicantes" (p. 88). Reconoce que la mayoría de éstos, incluso los más pobres, no eran hostiles a la Iglesia oficial, ni siquiera en los momentos revolucionarios, aunque su "éxtasis religioso se mezclaba con las reivindicaciones políticas y económicas".
N.R. (1994)
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