ALTHUSSER, Louis y BALIBAR, Etienne
Siglo XXI
Editores, México 1974, 335 pp.
PRESENTACIÓN
La
edición original de esta obra se publicó en París, en dos volúmenes, en 1967:
Althusser, Louis y otros, Lire le Capital, editorial François
Maspero. Se trataba de una obra en colaboración, cuyos capítulos más
importantes se debían a Louis Althusser, que era también el ideador y
preparador de la obra, además director de la colección «Thèorie» de las ediciones
Maspero, de París: colección a la que pertenecen tanto los dos volúmenes de Lire
le Capital, como el precedente trabajo de Althusser, Pour Marx.
Los
ensayos que componen Lire le Capital recogen unas conferencias
pronunciadas en l’Ecole Normale de París, en el año 1965, en el curso de un
seminario dedicado al estudio de El Capital, de Marx. Todas las
colaboraciones tienen una cierta unidad ideológica, que deriva del enfoque dado
por Althusser a los trabajos del seminario y de la familiaridad que desde hacía
tiempo existía entre él y los otros autores, que constituyen la «escuela»
parisina de Althusser: un «grupo de trabajo» filosófico de intelectuales
marxistas.
En
esta recensión se analizarán solamente los dos ensayos de Althusser, ya que los
otros dos no hacen más que desarrollar algunos aspectos secundarios de su
pensamiento. Al preparar la edición italiana (Leggere il Capitale, Feltrinelli,
Milano, 1968), Althusser ha conservado sólo sus dos ensayos, eliminando los
otros, salvo el de Etienne Balibar. El mismo criterio se ha seguido en la
edición española que comentamos, en la que se recogen únicamente los estudios
de Althusser y Balibar, además de tres textos cortos situados al principio del
libro.
CONTENIDO DE LA OBRA
Índice
general de la edición española
Advertencia
del traductor
(p. 1).
Al lector, por Louis Althusser (p.
3).
La
Filosofía: arma de la revolución (entrevista concedida por Althusser al diario comunista
italiano L’Unitá) (p 5).
Acerca de
Gramsci (carta de
Louis Althusser a Dal Sasso —Rinascista—) (p. 13).
Prefacio:
De «El Capital» a la filosofía de Marx, por Louis Althusser (p. 18).
El objeto
de «El Capital»,
por Louis Althusser (p. 81).
I.
Advertencia.
II. Marx y
sus descubrimientos.
III. Los méritos
de la economía clásica.
IV. Los
defectos de la economía clásica. Bosquejo del concepto de tiempo histórico.
V. El
marxismo no es un historicismo.
VI.
Proposiciones epistemológicas de El Capital (Marx, Engels).
VII. El
objeto de «la economía política».
VIII. La
crítica de Marx.
A. El consumo.
B. La distribución.
C. La producción.
IX. La
inmensa revolución teórica de Marx.
Apéndice
sobre la «media ideal» y las formas de transición.
Acerca de
los conceptos fundamentales del materialismo histórico, por Etienne Balibar (p. 217).
Introducción.
I. De la
periodización de los modos de producción.
1. Modo de producción: manera de producir.
2. Los elementos de sistema de formas.
3. La determinación en última instancia.
II. Los
elementos de la estructura y su historia.
1. ¿Qué es la propiedad?
2. Fuerzas productivas (oficio y
maquinismo).
3. Desarrollo y desplazamiento.
4. La historia y las historias.
5. Formas de individualidad histórica.
III. La
reproducción.
1. Función de la reproducción «simple».
2. La reproducción de las relaciones
sociales.
IV. Elementos
para una teoría del tránsito.
1. La acumulación primitiva: una
prehistoria.
2. Tendencia y contradicción del modo de
producción.
3. Dinámica e historia.
4. Características de la fase de transición.
1. La
filosofía: arma de revolución (entrevista).
En
esta entrevista Althusser hace su autorretrato filosófico, que resulta muy útil
para esclarecer algunos presupuestos (que bien se pueden llamar «ideológicos»)
de su método crítico. El filósofo marxista afirma: «Lo que me interesaba en la
filosofía era el materialismo y su función crítica: por el conocimiento científico,
contra todas las manifestaciones del conocimiento ideológico, contra
la denuncia simplemente moral de los mitos y mentiras, a favor de la crítica
racional y rigurosa» (p. 5). El fin, pues, viene dado por una elección
(antimetafísica y antirreligiosa) previa, elección que a su vez viene sugerida
por la política: «Fue la política la que tuvo la última palabra. No la política
en general sino la política marxista-leninista. Primero fue necesario
encontrarla y comprenderla. Esto es siempre muy difícil para un intelectual
(...). Sobre todo no fue fácil resistir a la presión ideológica ‘humanista’
contemporánea, y a otros asaltos de la ideología burguesa al marxismo. Habiendo
comprendido mejor la política marxista-leninista empecé a apasionarme también
por la filosofía, ya que pude, al fin, comprender la gran tesis de Marx,
Lenin y Gramsci: la filosofía es el fundamento de la política (...). Ser
comunista en la filosofía es ser partidario y artesano de la filosofía
marxista: el materialismo dialéctico» (p. 5).
Continuando
con su descripción de la formación del intelectual marxista, Althusser dice:
«Para llegar a ser ‘ideólogos de la clase obrera’ (Lenin), ‘intelectuales
orgánicos’ del proletariado (Gramsci), es necesario que los intelectuales
realicen una revolución radical de sus ideas: reeducación larga, dolorosa,
difícil. Una lucha sin fin (interminable), exterior e interior (...).
Para adoptar posiciones de clase proletaria, basta educar el
instinto de clase de los proletarios; por el contrario, el instinto de clase de
los pequeños burgueses y de los intelectuales debe ser revolucionado.
Esta educación y esta revolución son determinadas, en última instancia, por
la lucha de clases proletaria conducida según los principios de la teoría marxista-leninista
(...). La filosofía marxista es, por lo tanto, una de las armas teóricas indispensables
para la lucha de la clase proletaria» (p. 6).
A continuación se vuelve a examinar la naturaleza de la filosofía, repitiendo los temas de la carta sobre la filosofía de Gramsci; Althusser insiste en que no hay necesidad de separar la filosofía de las ciencias, aunque tampoco hay que confundirlas, porque en este caso o sólo se conserva la ciencia (positivismo) o sólo la filosofía (subjetivismo). El ligamen entre ciencia y filosofía (marxista) es el siguiente: la aparición de las grandes ciencias de la edad moderna (las matemáticas y la física) ha producido nuevos modos de concebir la filosofía; análogamente, la aparición de la nueva ciencia creada por Marx —la historia— ha producido un modo nuevo de concebir la filosofía, es decir el materialismo dialéctico. Esta nueva filosofía sólo la han mantenido las masas proletarias en lucha por la revolución; sin embargo, los intelectuales ni la han entendido.
2.
Acerca de Gramsci (carta a Dal Sasso).
Esta carta, que apareció como anexo a la edición italiana, constituye una prolongación o clarificación hecha por Althusser al capítulo V de su segunda contribución: «El marxismo no es un historicismo». Este capítulo se publicó en Italia en 1966 en la revista «Trimestre»; la revista cultural oficial del Partido Comunista Italiano, «Rinascista», había hecho una recensión bastante crítica, firmada por Dal Sasso. Althusser responde a esta recensión —publicada el 1 de noviembre de 1967— con una carta a Dal Sasso que fue añadida como un apéndice a la edición italiana de esta obra, antes aún de ser publicada en «Rinascista».
En
la carta se sostiene que la idea filosófica de Gramsci es parcial e inexacta,
por el hecho de que el filósofo italiano se dejó influir en demasía por el
historicismo de Croce y no tuvo presentes los estrechos ligámenes existentes
entre la filosofía y las ciencias. Dal Sasso había reprochado a Althusser su
crítica a las «fórmulas teóricas» de Gramsci, sin tener en cuenta su
«pensamiento concreto»; Althusser rebate que «no basta la mención de la
existencia de ‘pensamiento concreto’ de un autor para disipar automáticamente
los equívocos que pueden estar contenidos en la existencia de las fórmulas
«abstractas» de su «teoría». Entre la teoría abstracta y el pensamiento
concreto de un autor tan maduro, responsable y consciente como Gramsci existe,
sin duda, una profunda unidad de inspiración. Si alguna de sus fórmulas
«teóricas», «abstractas», está sujeta a equívoco, es imprescindible saber si su
«pensamiento concreto» ha registrado y consagrado («concretamente») o, al
contrario, corregido y disipado («concretamente») este equívoco. La
existencia de un «pensamiento concreto» no es forzosamente la
prueba de una corrección del equívoco de una fórmula «abstracta». La corrección
de este equívoco debe ser mostrada en el «pensamiento concreto», para
que la invocación de este «pensamiento concreto», no valga como mera garantía
moral» (p. 13).
A
continuación, Althusser aclara en qué puntos está de acuerdo con Gramsci y en
cuales no. Está de acuerdo con él en el rechazo de la interpretación «positivista»
del marxismo: «contra toda la corriente positivista de la interpretación del
marxismo —y a este aspecto su mérito es inmenso, porque tuvo la lucidez y el
coraje de luchar contra las opiniones dominantes— Gramsci ha visto y pensado
bien una de las dos determinaciones constitutivas de toda filosofía: la
relación que la filosofía establece con la política» (pp. 13-14). No
está de acuerdo con Gramsci, en cambio, en su rechazo de la relación existente
entre filosofía y ciencias positivas.
«Teóricamente hablando, éste es el punto débil de Gramsci; muchos filósofos marxistas italianos lo han señalado claramente. Gramsci define en textos, por lo demás superficiales y rápidos, una concepción manifiestamente insuficiente, si no falsa, de las ciencias. Se contenta con repetir en fórmulas extremadamente equívocas una teoría «superestructuralista» de las ciencias.
Consideradas
en lo que pueden asignar de objetivo, estas fórmulas se limitan a
señalar:
La primera, el
lugar que una ciencia ocupa en una práctica determinada, donde no es más
que un elemento entre otros, y la función que ejerce en esta práctica
(por ejemplo, la teoría marxista es uno de los elementos de la práctica
política marxista, y desempeña allí, entonces, el papel «instrumental» de
«método» y «guía» para la «acción»). De ahí el «instrumentalismo».
La
segunda, el lugar que las ciencias ocupan en una formación social dada,
en relación a sus «instancias» (infraestructura, superestructura
jurídico-política, superestructura «ideológica»). En este sentido, las ciencias
ocupan un lugar «al lado de la superestructura». De ahí el
«superestructuralismo» (p. 14).
Así,
según Althusser, Gramsci confunde la filosofía con la Weltanschauung, la «concepción del
mundo»: todo hombre, dice Gramsci, tiene una visión del mundo, y en este
sentido todo hombre es filósofo; la filosofía en sentido estricto es esta misma
visión del mundo, pero elaborada con rigor formal. Althusser observa: «queda
claro que esta diferencia es puramente formal, porque Gramsci la
califica como una mera diferencia en el grado de ‘coherencia’; sin explicar la
razón de esta ‘coherencia’, ni de esta diferencia de grado. Por cierto, Gramsci
habla también del carácter ‘sistemático’, del carácter ‘racional’, de la
filosofía (de los filósofos y del marxismo), pero estos términos, que no
explican nada específico, no hacen más que repetir, bajo otras formas, el
carácter ya afirmado de la ‘coherencia’.
»Ahora bien,
la coherencia, la sistematicidad, o incluso la racionalidad, no son, como
tales, criterios específicos, distintivos, de la filosofía. Hay
presentaciones perfectamente coherentes, sistemáticas y aun ‘racionales’ de concepciones
del mundo que no es posible confundir con la filosofía, por ejemplo
presentaciones teóricas de la concepción filosófica del mundo en la teología.
»En realidad,
para dar cuenta de lo que Gramsci quiere designar como propio de la filosofía
cuando invoca su ‘coherencia’, es necesario hacer intervenir la relación
específica que establece la filosofía con las ciencias» (p. 14-15).
A
continuación Althusser expone su teoría sobre la naturaleza de la filosofía,
que se define en relación a las ciencias: «Es esta relación la que confiere a
la filosofía los caracteres descritos por Gramsci (coherencia, sistematicidad,
racionalidad), pero entonces estos caracteres dejan de ser formales, porque
adquieren un contenido preciso, definido no por la «racionalidad» en general,
sino por la forma específica de «racionalidad» dominante que existe, en un
momento dado, en la ciencia con la que la filosofía establece una relación
específica. Las «concepciones del mundo» contemporáneas, por el contrario, o
bien no establecen ninguna relación con la misma ciencia, o bien establecen con
ellas una «relación enteramente distinta de la relación filosófica» (p. 15).
Althusser
concede a Gramsci que la filosofía tenga en común con las ‘concepciones del
mundo’ el aspecto pragmático (orientación de la acción: la vertiente política),
pero insiste en considerar la relación con la racionalidad científica como la
característica específica de la filosofía: «las filosofías no pueden ser
definidas por esta relación única con la política más que como meras
concepciones del mundo (...). Se definen como filosofía (y ésta es su diferencia
específica) por la particular relación que establecen, al
mismo tiempo, con las ciencias (...).
»La
implicación de esta doble relación constituye una combinación original que
hace existir propiamente a las filosofías como filosofías distintas
a la vez de las concepciones del mundo y de las ciencias. Así se comprende que
las filosofías impliquen concepciones del mundo o, más bien, que se encuentren
‘implicadas’ en éstas: de allí la validez de la teoría de Engels y Lenin
de la lucha de dos tendencias, materialista e idealista, en la historia
de la filosofía, lucha que consiste en una lucha ideológica de clases
entre las concepciones opuestas del mundo. Se comprende, al mismo tiempo,
que las filosofías sean distintas de otras concepciones del mundo no filosóficas
porque, a diferencia de las meras concepciones del mundo, establece una
relación específica con las ciencias» (p. 15).
Volviendo
a Gramsci, Althusser le reprocha de nuevo —como había hecho en el capítulo V de
El objeto de «El Capital»— haber olvidado el término «materialismo
dialéctico», que le ha hecho «confundir la filosofía marxista (materialismo
dialéctico) con la ciencia de la historia (cuya ‘teoría general’ es el
‘materialismo histórico’). Esta confusión es consagrada en Gramsci: 1) por la
supresión del término clásico de Materialismo dialéctico (...), y
2) por la amalgama de la ciencia de la historia y de la filosofía bajo la
expresión única de ‘filosofía de la praxis’» (p 16).
Después
de manifestar su repulsa por el «historicismo absoluto» de Gramsci, que define
como «relativismo burgués» al menos tendencialmente, Althusser sólo salva «la
afirmación de la naturaleza política de la filosofía, la tesis del
carácter histórico de las formaciones sociales (y de los modos de
producción que las componen), la tesis correlativa de la posibilidad de
la revolución, y la exigencia de la unión de teoría y práctica» (ibíd.).
3.
Prefacio: De «El Capital» a la filosofía de Marx.
—Parágrafos 1-3.
Esta
colaboración de Althusser consta de 60 páginas, divididas en 20 párrafos sin
título. En los primeros tres párrafos el autor conduce una investigación
sobre el tipo de ciencia del discurso científico hecho por Marx en «El
Capital»; es, por tanto, un tratamiento epistemológico (de crítica
de las ciencias). La conclusión a la que llega Althusser es que Marx en El
Capital se habría liberado completamente de las incertidumbres y
condicionamientos «ideológicos» (es decir, de las categorías filosóficas
derivadas de Hegel y Feuerbach), y habría fundado una nueva ciencia, articulada
en filosofía (o teoría general de la ciencia, con carácter
científico en ella misma) y ciencia de la historia. Con la
terminología clásica del marxismo, la filosofía es llamada «materialismo
dialéctico», y la ciencia de la historia «materialismo histórico».
Las
primeras frases de Althusser están llenas de efectos retóricos, y por esto son
muy citadas en la literatura marxista, si bien difieren completamente del tono
de todo el resto: «Seguramente todos hemos leído, todos leemos El Capital.
Desde hace casi un siglo, cada día podemos leerlo, en forma transparente,
en los dramas y los sueños de nuestra historia, en sus debates y sus
conflictos, en las derrotas y en las victorias del movimiento obrero, que es,
sin duda alguna, nuestra única esperanza y destino» (p. 18). Después el
argumento se hace más serio, llegando al tema de las interpretaciones
marxistas: «Desde que hemos venido al mundo, no dejamos de leer El Capital en
los escritos y discursos de aquellos que lo han leído para nosotros, bien o
mal, los muertos y los vivos: Engels, Kautski, Plejanov, Lenin, Rosa
Luxemburgo, Trotski, Stalin, Gramsci, los dirigentes de las organizaciones
obreras, sus partidarios o sus adversarios: filósofos, economistas, políticos.
Hemos leído fragmentos, ‘trozos’ que la coyuntura ‘escogía’ para nosotros.
Incluso hemos leído, más o menos, el primer libro: de la ‘mercancía’ a ‘la
expropiación de los expropiadores’.
»Sin embargo,
algún día habrá que leer El Capital al pie de la letra. Leer el texto
mismo, por entero, los cuatro libros, línea por línea, releer diez veces los
primeros capítulos. Mejor aún: hay que leer El Capital no sólo en su
traducción francesa, en el texto original alemán, al menos los capítulos
teóricos fundamentales, y todos los pasajes en los que afloran los conceptos
claves de Marx» (pp. 18-19).
Después Althusser enuncia el intento crítico de su estudio: «Como no existe lectura inocente, digamos de cuál lectura somos culpables.
»Todos
nosotros éramos filósofos. No hemos leído El Capital como economistas,
historiadores o literatos. No hemos hecho a El Capital la pregunta de su
contenido económico o histórico, ni de su simple ‘lógica’ interna. Hemos leído El
Capital como filósofos, planteándole, por lo tanto, otro problema. Para ir
directamente al grano, confesemos: le hemos planteado la cuestión de su relación
con su objeto; por lo tanto, simultáneamente, la cuestión de
la especialidad de su objeto, y la cuestión de la especificidad
de su relación con este objeto; es decir, la cuestión de la naturaleza
del tipo de discurso puesto en acción para tratar este objeto, la cuestión del
discurso científico. Y puesto que nunca existe una definición, sino una
diferencia, hemos planteado a El Capital el problema de la diferencia
específica, tanto de su objeto como de su discurso, preguntándonos, a cada paso
de nuestra lectura, en qué se distingue el objeto de El Capital no sólo
del objeto de la economía clásica (e incluso moderna), sino también del objeto
de las obras de juventud de Marx, en particular del objeto de los Manuscritos
del 44» (p. 19).
Althusser
enuncia la respuesta a sus preguntas a continuación, aunque de forma
interrogativa: «¿Es El Capital una simple producción ideológica entre
otras, una formulación en términos hegelianos de la economía clásica (...) o,
bien por el contrario, constituye El Capital una verdadera mutación
epistemológica en su objeto, su teoría y su método? ¿Representa El Capital la
fundación de hecho de una disciplina nueva, la fundación de hecho de una
ciencia, y, por lo tanto, un verdadero acontecimiento, una revolución teórica
que relega, a la vez, la economía política clásica y las ideologías hegeliana y
feuerbachiana a su prehistoria, el comienzo absoluto de la historia de una
ciencia?» (p. 20).
Insistiendo
sobre el concepto de la «revolución teórica» operada por Marx en su obra
principal, Althusser introduce el concepto del inconsciente y de su revelación:
«A partir de Freud comenzamos a sospechar lo que quiere decir escuchar; por lo
tanto, lo que quiere decir hablar (y callarse); comenzamos a sospechar
que ese ‘quiere decir’ del hablar y del escuchar descubre, bajo la
inocencia de la palabra hablada y escuchada, la profundidad de un segundo
discurso, completamente distinto: el discurso del inconsciente. Me atrevería a
sostener que a partir de Marx deberíamos comenzar a sospechar lo que, por lo
menos en la teoría, quiere decir leer y, por tanto, escribir»
(pp. 20-21).
En
este momento, antes de concluir, Althusser esclarece su pensamiento con
respecto al racionalismo clásico, que Althusser llama ideología idealista
(pensando sobre todo en Hegel). En el joven Marx de los Manuscritos de 1844,
estaría todavía presente la ideología según la cual «conocer la esencia de
las cosas, la esencia del mundo histórico humano, de sus producciones
económicas, políticas, estéticas y religiosas, es verdaderamente leer (lesen,
herauslesen) en
cada letra la presencia de la esencia ‘abstracta’ en la transparencia de su existencia
‘concreta’. En esta lectura inmediata de la esencia en la existencia se expresa
el modelo religioso del Saber Absoluto hegeliano, ese fin de la historia, donde
el concepto se hace el fin, visible a cielo descubierto, presente en persona
entre nosotros (...). Esto nos pone en la vía de comprender que la nostalgia de
una lectura a libro abierto, y del Gran Libro del Mundo, de
Galileo, es más vieja que toda ciencia, que rumia sordamente aún en los
fantasmas religiosos de la epifanía del adviento y en el mito fascinante de las
Escrituras, donde vestida con sus palabras la verdad tenía por cuerpo el Libro:
la Biblia. Esto nos induce a sospechar que para tratar la naturaleza o lo real
como un libro donde, según Galileo, habla el discurso mudo de una lengua
«compuesta de cuadrados, triángulos y círculos», era preciso estar poseído de
cierta idea del leer, que hace de un discurso escrito la
transferencia inmediata de lo verdadero, y de lo real, el discurso de una voz»
(p. 21).
La
verdad de la historia no se lee en su discurso manifiesto, porque el texto de
la historia no es un texto donde hable una voz (el Logos), sino la inaudible e
ilegible anotación de los efectos de una estructura de estructuras. Romper con
el mito religioso de la lectura: esta necesidad teórica ha tomado en Marx la
forma precisa de una ruptura con la concepción hegeliana del todo como
totalidad «‘espiritual’ y más precisamente como totalidad expresiva» (p
21).
—Parágrafos 4-6.
Althusser
pasa ahora a ejemplificar, con el análisis del texto de El Capital en
algunos lugares que considera particularmente significativos, el nuevo método
científico de Marx. Utilizando todavía el término «leer» en el sentido que
hemos visto, quiere mostrar cómo «lee» Marx a los economistas clásicos y cómo,
por tanto, los critica haciendo progresar la ciencia y la historia. En la
conclusión de este análisis Althusser introduce la noción de conocimiento
como práctica, entendiendo por práctica la producción de un
objeto útil. El conocimiento sería así la producción de un objeto específico,
el objeto del conocimiento, que tiene como función hacer conocer la realidad
para poderla transformar (revolución).
En el parágrafo 4 se dice que Marx «lee» a Smith y Ricardo con «una lectura doble, o más bien, una lectura que pone en acción dos principios de lectura radicalmente diferentes.
»En una primera
lectura, Marx lee el discurso de su predecesor a través de su propio
discurso. El resultado de esta lectura, donde el texto de Smith es visto a
través del texto de Marx, proyectado sobre él como su medida, no es más que un
resumen de concordancias y discordancias (...). En cuanto a las carencias, esta
lectura no nos proporciona su razón (...). A menudo explica Marx estas
carencias por las distracciones de Smith, las ausencias en sentido
propio: él no vio lo que tuvo, sin embargo, ante sus ojos; no cogió lo
que tuvo, sin embargo, al alcance de la mano. ‘Desaciertos’ referidos todos,
más o menos, al ‘enorme desacierto’ de confundir el capital constante con el
capital variable, error que domina con su ‘increíble’ aberración toda la
economía clásica (...).
»Esta lógica
única del desacierto y del acierto nos descubre entonces lo que es: la lógica
de una concepción del conocimiento en la que todo el trabajo de éste se reduce,
en su principio, al reconocimiento del simple relato de la visión; donde
toda la naturaleza de su objeto se reduce a la simple condición de dato (...).
»Hemos vuelto
a caer en el mito especular del conocimiento como visión de un objeto dado»
(pp. 23-24).
—Parágrafo 7.
En
estas páginas, Althusser desarrolla más su concepto de conocimiento, afirmando
que éste no es sólo producción del objeto de conocimiento (ciencia), sino
también de todo este objeto y de toda su problemática, de modo que nada queda
fuera. Una ciencia no puede poner problemas, sino en el horizonte de una estructura
teórica definida; esta estructura es, por tanto, la condición de
posibilidad de las formas de posición de todo problema. La estructura material
de la sociedad histórica, en suma, determina la problemática científica y el
horizonte en el cual ésta se cierra: en este sentido había dicho antes que la
ciencia es una práctica (es una de las prácticas de la sociedad, la que
construye un objeto útil para el conocimiento práctico de lo que sirve a la
política, a la economía, etc.).
Particular
atención dedica el autor al concepto de advertencia (vista) como había
hecho antes con la relación advertencia-inadvertencia. Concluye diciendo que la
advertencia es la «relación inmanente de reflexión» de una estructura
científica sobre sus objetos y sus problemas, y por lo tanto sobre sí misma.
Así, lo que se dice «inadvertible» es definido necesariamente por lo
«advertible»: es connotado.
—Parágrafo 8.
Marx,
en consecuencia, habría dicho cosas nuevas respecto a la economía clásica por
saber «leer» lo que en la estructura de la ciencia económica clásica existía,
pero no era conocido. Con este elemento (pre-existente, pero desconocido),
Marx ha construido la nueva ciencia, la verdadera filosofía.
Extrapolando
este ejemplo, Althusser afirma que la ciencia, en general, está vista y
puede progresar si descubre en sí misma continuamente los propios presupuestos
inconscientes (es decir, los elementos materiales de la estructura que produce
el conocimiento).
—Parágrafos 9-20.
En
el noveno parágrafo, Althusser recalca que la verdadera filosofía de Marx está
aquí, en El Capital: sólo aquí hace una obra constructiva, mientras en
el Anti-Dühring, y en otras obras que Marx y Engels han escrito en clave polémica,
se mueve sobre el mismo terreno (el de la ideología) de los adversarios que
combate. También en la Ideología alemana o en las Tesis sobre
Feuerbach («obras de la ruptura») no se alcanza la fase constructiva, como
reconoce el mismo Engels en el prefacio del Libro II, y como ha puesto de
relieve Lenin en sus escritos.
El
Capital, para
Althusser, es una obra perennemente válida, que no ha sido superada nunca,
también porque no ha sido todavía ilustrada a fondo (salvo lo que ha hecho el mismo
Althusser, naturalmente), sino sólo vivida prácticamente en la lucha
revolucionaria del proletariado bajo la guía de Lenin. Lenin, sobre todo, ha
continuado la obra teórica de Marx: «y aunque no la ha examinado analíticamente
—como está haciendo ahora Althusser—, la ha preservado de la corrupción»: «En
este largo período de luchas, la idea de la filosofía de Marx, la
conciencia de su existencia y de su función específicas, indispensables
para la pureza y el rigor de los conocimientos que sostenían toda la acción,
fueron salvaguardadas y defendidas contra todas las tentaciones y todas las
agresiones. Como prueba sólo deseo citar ese elevado grito de la conciencia
científica que es Materialismo y empirocritismo y toda la obra de Lenin,
ese manifiesto revolucionario permanente para el conocimiento, para
la teoría científica y para ‘la toma de partido en filosofía’, principio
que lo domina todo y que no es otra cosa que la conciencia más aguda de la
cientificidad en su rigor lúcido e intransigente» (p. 37).
Althusser
afirma que su misión ha sido iniciar la «lectura» crítica de las obras
marxistas clásicas para dar a la filosofía de Marx su «forma de existencia
teórica», y eso a través de la «lectura ‘sintomática’ de las obras de
Marx y del marxismo, las unas por las otras, es decir, la producción
sistemática progresiva de esa reflexión de la problemática sobre sus objetos,
que los hace visibles la revelación: la producción de la problemática
más profunda que permite ver aquello que aún no puede tener más que una
existencia alusiva o práctica» (p. 37). Por lectura
«sintomal», el autor entiende el descubrimiento de una problemática nueva a
través de la sustitución de palabras usadas en los textos marxistas sin una
determinación previa de sus conceptos: «Esta forma de tratar la ausencia del
concepto bajo la presencia de una palabra como síntoma es lo que me ha
encaminado a formular la pregunta implicada y definida por su ausencia» (p.
38); esto lo ha llevado a cabo ya en Lenin y la filosofía, y en el
comentario a la obra de Mao Tse-Tung Acerca de la contradicción, y es lo
que está haciendo en El Capital.
Así,
Althusser declara (parágrafo 10) su rechazo del empirismo, al que considera
culpable de una especie de «lectura religiosa» de lo real, tan culpable como el
idealismo. El empirismo, igual que el idealismo, según Althusser, identifica el
objeto del conocimiento con el objeto real: «Esta confusión, a la
cual Hegel da la forma de un idealismo absoluto de la historia, no es en su
principio sino una variación de la confusión que caracteriza a la problemática
del empirismo. Contra esta confusión, Marx defiende la distinción entre objeto
real (lo concreto-real, la totalidad real que ‘subsiste en su independencia
fuera de la cabeza (Kopf), antes como después’, de la producción de su
conocimiento) y el objeto del conocimiento que lo produce en sí mismo
como concreto-de-pensamiento (Gedankenkonkretum)» (pp. 46-47).
Al
examinar esta concepción de Marx (parágrafo 11), Althusser afirma que: «Cuando
Marx nos dice que el proceso de producción de conocimiento —por consiguiente,
de su objeto, distinto de lo real, que es aquello que éste debe apropiarse
precisamente bajo el ‘modo’ de conocimiento— ocurre por completo en el
conocimiento, en la ‘cabeza’ o en el pensamiento, no cae, ni por un segundo, en
un idealismo de la conciencia, del espíritu o del pensamiento, ya que el ‘pensamiento’
de que se trata aquí, no es la facultad de un sujeto trascendental o de una
conciencia absoluta, a quien el mundo real haría frente como materia;
este pensamiento no es tampoco la facultad de un sujeto psicológico, aunque los
individuos humanos sean sus agentes. Este pensamiento es el sistema
históricamente constituido de un aparato de pensamiento, basado y
articulado en la realidad natural y social. Este pensamiento es definido por el
sistema de las condiciones reales que hacen de él, si puedo arriesgar esta
fórmula, un modo de producción determinado de conocimientos» (p. 47).
En
los parágrafos 12-13, Althusser explicita más su condición y dice que: «el
conocimiento, al trabajar sobre su ‘objeto’, no trabaja, pues, sobre el objeto real,
sino sobre su propia materia prima (...) que es, desde las formas más
rudimentarias del conocimiento, distinta del objeto real» (p. 49),
porque esta «materia prima» se determina por la estructura del proceso de
producción global en que todo conocimiento está enmarcado. Esta es, según el
autor, la gran diferencia entre el marxismo y toda la filosofía precedente, que
él denomina «empirismo», «racionalismo», «ideología» o «idealismo»
(refiriéndose siempre y de modo exclusivo a la filosofía post-cartesiana). La
historia de la ciencia y de la razón, para la nueva filosofía de la conciencia
marxista, no procedería según la racionalidad de un desarrollo inmanente, sino
en discontinuidad, con continuas rupturas o revoluciones, que señalan el paso
de una ideología a la ciencia correspondiente.
En el parágrafo 14 desarrolla el concepto de la distinción entre el objeto del conocimiento y el objeto real, diciendo que en Marx el orden (estructura) lógico del conocimiento no coincide con el orden (estructura) real de la historia. Por tanto, toda ciencia nueva debe encontrar su objeto y las normas de demostración lógica que él exige para poder efectuar un discurso riguroso y apodíctico.
A
continuación, vuelve a considerar la relación entre el objeto del conocimiento
y el objeto real, relación que perentoriamente ya ha definido como una relación
de distinción. Consciente de la dificultad que esto supone, Althusser afirma
que Marx no ha desarrollado explícitamente este tema, y que las respuestas
dadas por la filosofía anterior lo han hecho todavía más confuso: «Hago
alusión, muy precisamente, a lo que, en la historia de la filosofía ideológica
se agrupa bajo el título de ‘problema del conocimiento’ o de ‘teoría del
conocimiento’. Digo que se trata aquí de una filosofía ideológica, ya
que es esta posición ideológica del ‘problema del conocimiento’ lo que define
la tradición que se confunde con la filosofía idealista occidental (desde
Descartes a Husserl, pasando por Kant y Hegel). Digo que esta posición del
‘problema’ del conocimiento es ideológica en la misma medida en que este
problema ha sido formulado partiendo de su ‘respuesta’, como su reflejo exacto,
es decir, no como un problema real, sino como el problema que debía plantearse
para que la solución ideológica —que se le quería dar— fuese
precisamente la solución a este problema (...) impuesta por instancias y
exigencias extrateóricas (por ‘intereses’ religiosos, morales, políticos u
otros)» (pp. 58-59). La acusación de pragmatismo hecha a toda la filosofía no
marxista es, pues, otro modo con el que Althusser quiere demostrar que sólo el
marxismo es una filosofía científica. Veremos en la parte crítica
cómo esta acusación, en realidad, corresponde plenamente al marxismo.
Volviendo
a la relación conocimiento-realidad (parágrafo 16), el autor trata de ilustrar
el concepto de Aneignung (Apropiación), fenómeno real del que la
«apropiación cognoscitiva» es una especie definida. Polemizando de nuevo con
los filósofos no marxistas (desde Descartes a Husserl y Heidegger), Althusser
rechaza la consideración del problema del «cómo se sabe» que el concepto se
apropia la realidad, y sólo quiere saber el «mecanismo» de tal apropiación. La
respuesta (parágrafos 17-20) vuelve a ser el recurso del nebuloso concepto de
«estructura» o «sistema»: «El efecto del conocimiento, producido a nivel de las
formas de orden del discurso de la demostración, y después al nivel de un concepto
aislado, es posible, pues, con la condición de la sistematicidad del sistema,
que es el fundamento de los conceptos y de su orden de aparición en el
discurso científico (...). El efecto de conocimiento es producido como efecto
del discurso científico, que no existe sino como discurso del sistema,
es decir, del objeto tomado en la estructura de su constitución compleja» (p.
76).
Así
se concluye la introducción general a la obra en colaboración. En las páginas
que siguen se desarrollan los mismos conceptos, aunque sin progresos
apreciables desde el punto de vista de la claridad y de la credibilidad.
4.
El objeto de «El Capital»
I. Advertencia.
En
este primer parágrafo, el autor explica la necesidad y dificultad de buscar el
objeto científico de la principal obra de Marx; afirma que «contrariamente a
ciertas apariencias, y en todo caso a lo que esperábamos, las reflexiones
metodológicas de Marx en El Capital no nos dan el concepto desarrollado,
ni siquiera el concepto explícito del objeto de la filosofía marxista»
(p. 82). Y la razón es «la dificultad que parece haber experimentado Marx
para pensar, en un concepto riguroso, la diferencia que distingue su objeto del
objeto de la economía clásica» [1] (p. 83). «Nuestro problema
exige, pues, más que una simple lectura literal, incluso atenta, una verdadera
lectura crítica, que aplique al texto de Marx los principios
mismos de esta filosofía marxista que nosotros buscamos por lo demás en El
Capital» (p 82). Althusser reconoce que esto es contradictorio,
pero añade de modo desenvuelto que ésta es la naturaleza de las «producciones
de conocimiento», como ya ha explicado (veremos más adelante, en la crítica
doctrinal, la insostenibilidad lógica de esta dialéctica).
Esta
«lectura crítica», filosófica, hasta el momento sólo la habrían hecho unos
pocos autores: Althusser cita a Lenin sobre todo, y después a Labriola,
Plejanov, Gramsci, Rosenthal e Iljenkov en URSS, y la escuela italiana de
Galvano Della Volpe (Colletti, Pietranera, Rossi, etc.). Además, continúa
Althusser, estos autores no han interpretado correctamente la doctrina de Marx:
permanece, pues, un gran trabajo: «el porvenir teórico del materialismo
histórico está supeditado a la profundización del materialismo dialéctico, para
el cual dependen de un estudio crítico riguroso de El Capital. La
historia nos propone esta inmensa tarea. Quisiéramos, en la medida de nuestros
medios, por modestos que sean, participar en ella» (p. 85).
II. Marx y sus descubrimientos.—III. Los méritos de la economía clásica.—IV. Los defectos de la economía clásica. Esbozo del concepto de tiempo histórico.
Los
conceptos rectores del análisis económico efectuado por Marx en El Capital,
según Althusser, son: valor y valor de uso, trabajo
abstracto y trabajo concreto, plusvalor. Estos
conceptos llevan implicados un descubrimiento revolucionario, pero esto sólo se
puede entender si se entiende el objeto de El Capital, que per
se no es ni economía ni historia, sino la teoría (marxista) de la ciencia.
Efectivamente —dice Althusser— algunos economistas como Schmidt criticaron a
Marx diciendo que aquellos conceptos no eran «económicos», sino «filosóficos» y
«metafísicos». Por tanto, hay que buscar el verdadero objeto del libro de Marx,
y Althusser inicia esta tarea viendo cómo Marx se compara con los economistas
clásicos y especialmente qué méritos les reconoce.
El
mérito principal que Marx reconoce a sus predecesores es haber usado un método
científico con el que «pusieron entre paréntesis» las apariencias sensibles, y
se buscaron las esencias escondidas de los fenómenos, para dar después a las
esencias la forma de la sistematicidad. «Reducción del fenómeno a la esencia
(del dato a su concepto), unidad interna de la esencia (sistematicidad de los
conceptos unificados bajo su concepto), tales son las determinaciones positivas
que constituyen, a los ojos de Marx, las condiciones del carácter científico de
un resultado aislado o de una teoría general» (p. 94). Marx explica claramente
su teoría epistemológica en el capítulo III de la Introducción de 1857 a
Para la crítica de la economía política que «puede —con todo derecho—
ser considerado como el Discurso del método de la nueva filosofía
fundada por Marx. En efecto, es el único texto sistemático de Marx que
contiene, como especies de análisis, categorías y método de la economía
política con los cuales fundar una teoría de la práctica científica, una teoría
de las condiciones del proceso del conocimiento, que es el objeto de la
filosofía marxista.
La problemática teórica que sostiene este texto permite distinguir la filosofía marxista de toda ideología especulativa o empirista» (p. 96).
Esta
teoría se compendia, según Althusser, en la distinción de la realidad del
pensamiento, que lleva consigo: 1) la existencia de la realidad
independiente del pensamiento; 2) la especificidad del pensamiento respecto a
la realidad, y de las relaciones entre los elementos del conocimiento respecto
a las relaciones reales. «Esta distinción entre relación de conocimiento y
relación de lo real es fundamental: si no se la respeta, se cae necesariamente
ya sea en el idealismo especulativo, ya sea en el idealismo empirista. En el
idealismo especulativo, si se confunde junto con Hegel el pensamiento y lo real
reduciendo lo real al pensamiento, «concibiendo lo real como el
resultado del pensamiento»; en el idealismo empirista, si se confunde el
pensamiento con lo real, reduciendo el pensamiento de lo real a lo real
mismo. En los dos casos esta doble reducción consiste en proyectar y realizar
un elemento en el otro: en pensar la diferencia entre lo real y su pensamiento
como una diferencia ya sea interior al pensamiento mismo (idealismo
especulativo), ya sea interior a lo real mismo (idealismo empirista)» (pp.
96-97).
Continuando
con su exposición, Althusser cree adivinar en la doctrina de Marx una teoría
que establece, en la ciencia-filosofía, una diferencia entre las «abstracciones
iniciales» (que Althusser llama Generalidades I) y los conceptos elaborados o
«productos del proceso de conocimiento» (Generalidades III). Aquí, más que en
ningún otro lugar, Althusser procede a través de afirmaciones cuyo único
fundamento es un «proceso a las intenciones de Marx». Hablando de los reproches
que Marx dirige a los economistas clásicos, después de haber proferido los elogios,
escribe: «Esta crítica no es la última palabra de la crítica real de
Marx. Esta crítica permanece superficial y equívoca, mientras su crítica es
infinitamente más profunda» (p. 102). La crítica superficial es el historicismo
(el reproche de Marx a los economistas clásicos de ignorar el desarrollo
histórico), y Althusser —anunciando ya los temas que aparecerán después en su
comparación con la interpretación de Gramsci— afirma: «Estamos aquí en uno de
los puntos estratégicos del pensamiento de Marx, diría, incluso, en el punto
estratégico núm. 1 del pensamiento de Marx, donde el inacabamiento teórico del
juicio de Marx sobre sí mismo ha producido los más graves malentendidos, y, una
vez más, no solamente en sus adversarios (...), sino también y ante todo entre
sus partidarios» (p. 107).
Según
Althusser, la raíz de este equívoco hay que buscarla en la relación entre Marx
y Hegel y la concepción de la dialéctica y la historia. Hegel concibe la
historia como un devenir homogéneo y continuo, caracterizado por la
contemporaneidad: dado que el todo hegeliano es un todo espiritual, en el
sentido de una totalidad en la que todas sus partes están ligadas entre sí. En
cambio, «el todo marxista se distingue, sin confusión posible, del todo
hegeliano: es un todo cuya unidad (...) está constituida por un cierto tipo de complejidad,
la unidad de un todo estructurado, implicando lo que podemos
llamar niveles o instancias distintas y ‘relativamente autónomas’ que coexisten
en esta unidad estructural compleja, articulándose los unos con los otros según
modos de determinación específicos fijados, en última instancia, por el nivel o
instancia de la economía (...). «No es posible pensar en el mismo tiempo
histórico el proceso del desarrollo de los diferentes niveles del todo. El
tipo de existencia histórica de estos diferentes ‘niveles’ no es el mismo. Por
el contrario, a cada nivel debemos asignarle un tiempo propio (...), para
cada modo de producción hay un tiempo y una historia propios» (pp. 107-110).
En
este momento, Althusser hace una larga disgresión queriendo demostrar, con su
método de interpretación, que es falso e ilógico establecer una relación entre
teoría económica e historia empírica, porque la relación hay que establecerla
entre teoría económica e historia económica, es decir, con la historia que
corresponde a la estructura científica de la teoría económica; y concluye: «Si
la primera relación (teoría de la economía e historia concreta) era imaginaria,
la segunda relación (teoría de la economía y teoría de la historia) es una
verdadera relación teórica» (p. 127), que corresponde a la
distinción marxista entre objeto de conocimiento y objeto real.
V. El marxismo no es un historicismo.
Contra
Gramsci (y también contra Sartre) Althusser sostiene explícitamente que el marxismo
no es un historicismo, y ni siquiera es un humanismo: es más, «el marxismo es,
en un mismo movimiento y en virtud de la única ruptura epistemológica que lo
fundamenta, un antihumanismo y un antihistoricismo. Debería decir, con todo
rigor, un a-humanismo y un a-historicismo. Empleo, por lo tanto,
conscientemente, para darles el peso de una declaración de ruptura, que lejos
de ser obvia, es, por el contrario, muy difícil de consumar, esta doble forma negativa
(anti-humanismo, anti-historicismo) en lugar de una simple forma privativa,
ya que con ello pretendo rechazar el asalto humanista e historicista que, en
ciertos medios, desde hace cuarenta años, no deja de amenazar al marxismo» (p.
130).
La
interpretación historicista y humanista del marxismo nació, según el autor, de
la reacción contra el mecanicismo y el economicismo de la II Internacional
(1915-1925), y de la reacción al stalinismo después del XX Congreso del Partido
Comunista soviético. La realidad —según Althusser— es que los textos de Marx son
lo suficientemente ambiguos y difíciles como para conseguir, en los lectores
superficiales, tanto una «lectura» mecanicista como humanista e historicista.
Aparte de las obras juveniles y de las obras de la lectura, aún en el mismo El
Capital hay ambigüedades que pueden consentir una interpretación
historicista. Althusser examina algunos pasajes, y después estudia la
interpretación de Gramsci, afirmando que éste depende estrechamente de la
interpretación que Labriola y Croce habían hecho de Marx. Althusser salva y
respeta en Gramsci el «materialismo histórico» que considera ortodoxo, pero le
critica el «materialismo dialéctico». Reconoce a Gramsci el deseo de evitar con
el historicismo una interpretación «metafísica» de Marx y la supervivencia del
concepto de trascendencia, garantizando a la vez la dimensión «práctica» de la
teoría marxista, es decir, su papel efectivo en la historia real. Gramsci,
efectivamente, ve en el marxismo una de las grandes «concepciones del mundo» o
religiones, que plasman las épocas históricas, envolviendo no sólo a los
intelectuales sino también a los «simples»; él ve justamente que la filosofía
se identifica con la política. Pero Gramsci no se da cuenta de que lo
importante, en la concepción marxista de la unidad de teoría y praxis, es el
materialismo: es más, declara que de los dos términos —materialismo histórico—
hay que acentuar el segundo (histórico) porque el primero sería un residuo
«metafísico». Y, todavía más, él confunde «en el solo materialismo histórico, a
la vez la teoría de la historia y el materialismo dialéctico que, sin embargo,
son dos disciplinas distintas» (p. 142).
Pero,
por encima de todo, Gramsci está influido por la teoría crociana de la
religión, de la que toma los términos, y extiende las características de las
religiones al marxismo, entendido como «concepción del mundo» o «ideología»,
«sin destacar que lo que distingue al marxismo de esas concepciones de mundo
‘ideológicas’ es menos esta diferencia formal (importante) de poner fin a todo
‘más allá’ supraterrestre, que la forma distintiva de esta inmanencia absoluta
(su ‘terrenalidad’): la forma de la cientificidad» (p. 143). Al no comprender
la ruptura del marxismo con todas las ideologías anteriores, Gramsci «tiende a
pensar la relación de la ciencia marxista con la historia real, en el
modelo de la relación de una ideología ‘orgánica’ (históricamente dominante y
actuante) con la historia real» (p. 143). Así, cae en el equívoco de considerar
la teoría política como una superestructura, mientras que Marx considera
superestructura la organización jurídico-política y la ideología, pero nunca la
ciencia, y en el marxismo la teoría política es una ciencia
(materialismo dialéctico y materialismo histórico). La consecuencia de esta
confusión, que Althusser observa también en Colletti y Sartre es «la
transformación de la totalidad marxista en una variación de la totalidad
hegeliana» (p. 148).
VI.
Proposiciones epistemológicas de El Capital (Marx, Engels).—VII. El
objeto de la «economía política».—VIII. La crítica marxista.
Al
inicio de este capítulo, Althusser hace un resumen del trabajo que ha efectuado
hasta el momento: «En un primer momento interrogamos los textos donde
Marx nos asigna su propio descubrimiento y aislamos los conceptos de
valor y de plusvalía como portadores de este descubrimiento. Sin embargo,
debimos notar que estos conceptos eran precisamente el lugar del malentendido
no solamente de los economistas, sino también de numerosos marxistas acerca del
objeto propio de la teoría marxista de la economía política.
»Luego, en
un segundo momento, interrogamos a Marx partiendo del juicio que él
mismo tuvo acerca de sus predecesores, los fundadores de la economía política
clásica, esperando descubrir su pensamiento en el juicio que pronuncia sobre su
prehistoria científica. Aquí nuevamente llegamos a definiciones desconcertantes
o insuficientes» (p. 157). Pero no hay que pararse, porque «ya no tenemos que
ver sólo con la teoría de la economía política y de la historia, o materialismo
histórico, sino con la teoría de la ciencia y de la historia de la ciencia o
materialismo dialéctico. Y vemos, aunque no sea sino en este
vacío, que existe una relación esencial entre lo que Marx produjo en la teoría
de la historia y lo que produjo en la filosofía» (ibíd.). Empujado
por esta convicción, Althusser busca su filosofía en los textos de Marx, y la
encuentra, en su opinión, en las precisiones terminológicas que hace Marx para
crear una nueva terminología. Después confronta estas precisiones de Marx con
el comentario de Engels. La conclusión es que Marx y Engels, aún sin estar en
condiciones de «teorizar» su misma teoría, exponen un desarrollo científico
completamente nuevo y revolucionario, en cuyo ámbito se encuentra también una
nueva filosofía. Esta nueva terminología, de hecho, implica un cambio del
objeto mismo de la investigación, que ya no es el mismo que el de la economía
clásica; y cambiando el objeto, también cambia la ciencia, a través de una
«ruptura» con la ciencia anterior, que es incapaz de «producir» conceptos
adecuados a la dialéctica histórica. «La comprensión de Marx, del mecanismo de
su descubrimiento de la naturaleza de la ruptura epistemológica que inaugura su
fundación científica, nos remite entonces a los conceptos de una teoría general
de la historia de las ciencias, capaz de pensar la esencia de estos acontecimientos
teóricos. Que esta teoría general no exista aún sino en proyecto o que haya
tomado cuerpo parcialmente es una cosa; que esta teoría sea absolutamente indispensable
para el estudio de Marx es otra» (p. 166).
En
efecto, El Capital lleva por subtítulo «Crítica de la economía
política», y —dice Althusser— criticar una ciencia significa verificar si su
objeto es científico o no, y Marx, con su obra, ha demostrado que la economía política
no es una ciencia porque su objeto no existe. El objeto de la economía política
debería estar constituido por los «hechos económicos», pero Marx ha hecho
entender que sólo con una visión acrítica de la realidad los hechos pueden
tomarse como datos, sin una enmarcación estructural-epistemológica que lleva a
la «producción» (no aceptación pasiva) del objeto de una ciencia. Los llamados
«hechos económicos» no son más que un objeto imaginario producido por los
economistas bajo la presión de la ideología capitalista, que a su vez ha sido
producida por la estructura burguesa: por tanto, la ciencia fundada sobre estos
datos no es una ciencia.
Althusser
desarrolla esta tesis en los capítulos VII y VIII: primero analiza, siguiendo
las observaciones de El Capital, el objeto de la economía
política clásica, descubriendo sus líneas estructurales, que Marx rechazó y
sustituyó por el objeto científico, y, al final, analiza —a partir de las
críticas de Marx a Smith, Ricardo, etc.— los conceptos positivos constitutivos
del objeto de Marx, para después intentar definirlo y obtener unas conclusiones
generales.
En
el análisis de la economía clásica, Althusser llega a esta conclusión: la
estructura teórica de esta pseudo-ciencia consiste en establecer una relación
inmediata y directa entre un espacio homogéneo de fenómenos dados con
una antropología (ideológica) que funda en el hombre, sujeto de
necesidades (homo oeconomicus), el carácter económico de
los mismos fenómenos. Por tanto, todo depende de la ideología, y ya no hay
ciencia. Y esto es válido para todos los conceptos claves de la economía
política que Althusser analiza en el capítulo VIII: el consumo (pp.
178-180), la distribución (pp. 180-183) y la producción examinada
bajo los aspectos del proceso laboral y las relaciones de producción (pp.
183-196).
IX. La inmensa revolución teórica de Marx.
La
gran novedad de Marx, y su ruptura con la economía anterior, es ésta: «La
economía política pensaba los fenómenos económicos como pendientes de un
espacio plano, donde reinaba una causalidad mecánica transitiva (...). Al
definir lo económico por su concepto, Marx nos presenta los
fenómenos económicos (...) no en la finalidad de un espacio plano homogéneo,
sino en una región determinada por una estructura regional e inscrita en
un lugar definido de una estructura global; por lo tanto, como un espacio
complejo y profundo» (p. 197). Razonando de este modo, Marx rompe con las
teorías económicas y filosóficas anteriores, y hace de la economía política y
de la filosofía una verdadera ciencia, como las demás ciencias modernas: «Que
un objeto no pueda ser definido por su apariencia inmediata visible o sensible,
que sea necesario hacer el rodeo de su concepto para asirlo (begreifen: captar;
Begriff: concepto), he aquí una tesis que suena a nuestros oídos como
algo ya conocido: es la lección de toda la historia de la ciencia moderna, más
o menos pensada en la filosofía clásica, incluso si esta reflexión se realizó
en el interior de un empirismo transcendente (como en Descartes) o transcendental
(Kant y Husserl) o idealista-«objetivo» (Hegel). Que se necesitan grandes
esfuerzos teóricos para terminar con todas las formas de este empirismo
sublimado en la «teoría del conocimiento» que domina la filosofía occidental,
para romper con su problemática del sujeto (el cogito...) y del
objeto —y todas sus variaciones— nadie puede dudarlo. Pero todas esas
ideologías filosóficas hacen, al menos, «alusión» a una necesidad real,
impuesta, contra este empirismo tenaz, por la práctica teórica de las ciencias
reales, a saber que el conocimiento de un objeto real pasó no por el contacto
inmediato de lo «concreto», sino por la producción del concepto de este objeto
(en el sentido de objeto de conocimiento) como su condición de posibilidad teórica
absoluta» (p. 199).
5.
Resumen del contenido.
Resumiendo
el contenido de esta obra y tratando de sistematizarlo de algún modo, podemos
señalar dos puntos fundamentales: la interpretación de Marx y el análisis de
«El Capital»; y la teoría del conocimiento y el concepto de
filosofía.
1.
Interpretación de Marx y análisis de «El Capital». Según Althusser,
en Marx habría que distinguir tres períodos, en los que se agrupan sus obras: primer
período («obras juveniles»), comprende los Manuscritos de 1844,
La cuestión hebrea, Miseria de la filosofía, etc.; en estas
obras está todavía presente el influjo terminológico y epistemológico de Hegel
y Feuerbach, influjo que determina un marxismo antropológico e historicista.
Segundo
período («obras
de la ruptura»), comprende La ideología alemana y las Tesis
sobre Feuerbach; estas obras marcan la «ruptura» con la filosofía
ideológica (no marxista) y en particular con Feuerbach y con los hegelianos,
con la consiguiente elaboración de un nuevo concepto de dialéctica y de
filosofía más unido a la praxis revolucionaria materialista.
Tercer
período («obras
de madurez»), comprende El Capital en su lenta elaboración y con los
varios prefacios, y la Introducción de 1857 a Para la crítica de la
economía política: estas obras representarían al Marx genuino y
verdadero, no ideológico, no historicista, no antropológico, absolutamente
nuevo respecto a toda la historia de la filosofía anterior. Sin embargo, estas
obras habría que leerlas de un modo particular, porque la gran novedad de Marx no
aparece a simple vista, sino que se revelaría en la lógica interna de sus
consideraciones: El Capital parece una obra de economía política y en
realidad es una crítica de la economía política y de la filosofía precedente,
para fundar una teoría de la historia, una teoría económica y una filosofía
completamente nuevas y revolucionarias, dotadas de conceptos absolutamente
nuevos cuya eficacia se puede comprobar por el éxito político del movimiento
marxista desde Lenin hasta la actualidad. Para encontrar bajo la apariencia de
la simple economía la realidad epistemológica de El Capital, es
necesario leer esta obra a la luz de la praxis marxista y con la conciencia de
clase del marxismo, sirviéndose además de otros estudios de los marxistas
fieles a Marx, especialmente Lenin.
2.
Teoría del conocimiento y concepto de filosofía. Althusser resume
así su pensamiento: «el proceso de producción de un conocimiento pasa
necesariamente por la transformación incesante de su objeto (conceptual); esta
transformación, que forma una unidad con la historia del conocimiento, tiene
justamente por efecto producir un nuevo conocimiento (un nuevo objeto de
conocimiento), que concierne siempre al objeto real, cuyo
conocimiento se profundiza justamente por la transformación del objeto de
conocimiento. Como profundamente lo dice Marx, el objeto real, cuyo
conocimiento se trata de adquirir o profundizar, sigue siendo lo que es tanto
antes como después del proceso de conocimiento que le concierne (Introducción
del 57): si es, por lo tanto, el punto de referencia absoluto del proceso
de conocimiento que le concierne, la profundización del conocimiento de este
objeto real se efectúa por un trabajo de transformación teórica que
afecta necesariamente al objeto de conocimiento, ya que no trata
sino de él» (p. 169).
Esta
producción de conocimientos siempre nuevos (nuevas ciencias) la exige y la
condiciona una estructura social determinada. Y la filosofía es el
conocimiento consciente de estas relaciones estructurales: la filosofía de hoy
debe ser consciente de que la estructura social pide la producción de teorías
útiles a la lucha de clases para la llegada del socialismo. Esta filosofía ha
sido creada por Marx, al crear la nueva ciencia de la historia y de la economía
política: sin embargo, Marx no tuvo la posibilidad de teorizarla por completo,
y por eso, hasta hoy, esta filosofía ha vivido en estado práctico, a través de
las luchas comunistas dirigidas por Lenin y los demás jefes del comunismo
mundial. Pero ahora sí se puede teorizar, y el movimiento comunista tendrá un
instrumento más válido para lograr su expansión. Efectivamente la lucha
política necesita un instrumento que la guíe, pero no una ideología producida
por la estructura económico-social preexistente (superestructura ideológica burguesa),
sino una ideología producida por los creadores de una nueva estructura, sobre
la base de la ciencia que no es una superestructura sino un elemento de
la estructura real.
VALORACIÓN FORMAL Y METODOLÓGICA
a)
El proyecto epistemológico de Althusser.
Como
hemos visto, Althusser pretende fundar la verdadera filosofía, contra la
pseudo-filosofía «ideológica». Parte de este proyecto es una «teoría del
conocimiento», aunque el autor rechace con desprecio este término, porque lo
atribuye al idealismo de Kant, Hegel y Husserl. Este proyecto epistemológico
se concluye con una teoría general de todos los conocimientos tanto
espúreos (ideologías) como rigurosos (ciencias).
El
ámbito de este proyecto es la pretensión de hacer una nueva y definitiva exégesis
de los textos de Marx, agrupándolos en tres períodos y atribuyendo
sólo al tercero (el período de El Capital) el carácter de textos
maduros y definitivos, en el que se encuentra la nueva ciencia de la filosofía
(materialismo dialéctico) y de la historia (materialismo histórico), por tanto,
la fundación de la verdadera política (lucha del proletariado por el
comunismo).
Un
ámbito más amplio todavía, que comprende tanto el proyecto epistemológico como
el exegético, es su elección en favor del marxismo, elección que
no se discute nunca, sino que se asume como un dato incontrovertible. Pero dado
que la elección marxista presupone un criterio y un método (el
criterio del primado de la praxis revolucionaria por encima de cualquier otro
valor teorético o moral; el método de la investigación empírico-dialéctica), se
sigue, desde el punto de vista formal y metodológico, que Lire le Capital presupone
el conocimiento de una obra anterior de Althusser, Pour Marx, citada
repetidamente en este libro y a la que se remite en muchas ocasiones para
puntos de contenido.
Es
cierto que tampoco en Pour Marx se presentan argumentos plausibles para
justificar la elección, pero en Lire le Capital la elección ni siquiera
se presenta como tal, sino como un hecho que no se discute, y toda la discusión
se desarrolla en el interior de la ideología marxista, como un trabajo
de escuela filosófica en el que sólo se remite a la auctoritas del
Maestro y se polemiza con otras escuelas que se remiten al mismo, sobre la base
de exégesis diferentes.
Con
esta premisa, el proyecto epistemológico de Althusser se puede sintetizar con
esta frase suya: «dar a la existencia práctica de la filosofía marxista
(...) su forma de existencia teórica indispensable para sus necesidades
y las nuestras». Se trata, pues, de un proyecto aparentemente ambicioso
—reedificar el estatuto científico de la filosofía marxista—, aunque en
realidad extremadamente limitado, porque lo que Althusser entiende por
filosofía es sólo la teoría general de los conocimientos científicos,
teoría cuyo fin es consentir la formación de una ideología que
sirva de base al movimiento político comunista. Además de este estrechísimo
ámbito epistemológico, que sitúa a Althusser junto a los filósofos neopositivistas
angloamericanos y alemanes (en cuanto que sólo dan a la filosofía la función de
teoría general de las ciencias), hay que señalar otra estrechez en su
investigación al limitar las fuentes que usa a El Capital únicamente.
b)
Ambigüedad de los resultados.
Esta
ambigüedad se debe especialmente a que las posiciones ideológicas del autor
están en abierta contradicción con su crítica a toda ideología. En efecto, en
la primera parte de la recensión hemos señalado la insanable contradicción
existente entre los presupuestos (ideológicos) del análisis de El
Capital y las conclusiones (epistemológicas): contradicción que no
se puede eliminar si no es a expensas del valor filosófico de uno de los dos
aspectos del pensamiento de Althusser. En otros términos la alternativa es:
1)
O los presupuestos ideológicos (la elección marxista y, en particular, la
adopción del materialismo dialéctico y del materialismo histórico) no tienen
valor real, sino que son un simple pretexto de una especulación
meramente formal, de tipo «estructuralista».
2)
O por el contrario, estos presupuestos son la esencia del
pensamiento de Althusser, y en este caso continúa ligado a los esquemas
ideológicos y «humanistas» del materialismo marxista, y entonces no tienen
valor real las argumentaciones anti-ideológicas del autor: se resolverían
en una simple acentuación del carácter antimetafísico y antiteológico de la
teoría marxista, sin resolver en lo más mínimo las contradicciones que este
carácter —derivado del positivismo y del cientismo— manifiesta en relación con
la ontología inmanentista y materialista, al igual que en la relación con la
hipostatización de las clases como agentes históricos (en particular el mito
del «proletariado»).
Un segundo motivo de ambigüedad deriva de la pobreza de aparato crítico que usa Althusser en su libro. Las frecuentes referencias a los filósofos de la edad moderna (el resto es completamente ignorado) están faltas de documentación histórico-crítica: son referencias convencionales y superficiales, en la mayoría de las ocasiones obtenidas de los juicios de Marx y, por tanto, de segunda mano. Así, la comparación con otros autores es de poca utilidad para conseguir una comprensión más exacta de su pensamiento. No obstante, haremos una ligera aproximación de las relaciones de Althusser con el estructuralismo y con las escuelas marxistas de las que se separa.
Del estructuralismo hay que hablar porque los filósofos y científicos de esta corriente de pensamiento son los únicos autores no marxistas a los que menciona el autor; y de las demás corrientes marxistas porque Althusser se presenta a sí mismo como el único intérprete riguroso y auténtico del pensamiento marxista-leninista.
Relación
con las otras escuelas marxistas.
Al
exponer el contenido de esta obra, hemos expuesto ya el pensamiento de
Althusser en relación con la doctrina de Gramsci. El autor se muestra de
acuerdo con el filósofo italiano sobre todo en la «elección» marxista, y
después en la identificación de la filosofía con la política; en cambio se
separa en lo que se refiere al carácter historicista y humanista del marxismo,
y a la relación entre filosofía y ciencias. Hay que decir que, desde el punto
de vista de una crítica doctrinal, estas diferencias no ofrecen nada de
interés: son diferencias internas del sistema marxista, y una crítica doctrinal
del marxismo debe fijar su atención mucho antes, es decir,
al ver la posición gratuita, arbitraria y antirracional del primado de la praxis
antiteísta, antimetafísica y revolucionaria. Cualquier elemento singular
que se extraiga del interior del bloque lógico del marxismo,
interpretado en el sentido genuino marxista, no tiene otro contenido
intelectual que el contenido de la posición inicial. Por tanto, al hacer la
crítica doctrinal de El Capital, no volveremos sobre este punto,
y si lo hacemos aquí es para aclarar un contenido formal, es decir el mayor
rigor de Althusser, respecto a Gramsci; el historicismo marxista,
efectivamente, no es una verdadera ontología (idealista) de la historia, sino
un artificio dialéctico sin horizonte especulativo; y el humanismo no presupone
una antropología auténtica, sino que también él es un artificio dialéctico
utilizado en Francia e Italia para atraerse los ambientes intelectuales de derivación
clásica. A este propósito, será útil la comparación de esta obra con Del
anatema al diálogo, de Garaudy, autor al que Althusser ignora,
especialmente tras su expulsión del Partido.
Relaciones
con el estructuralismo.
Como
ya hemos dicho, casi todas las citas que Althusser hace de otros autores
contemporáneos pertenecen a autores que podemos reunir en la corriente que
durante los años sesenta se llamó en Europa «estructuralismo», a la que
pertenecen estudiosos franceses de las «ciencias humanas» (semiótica, filosofía
del lenguaje, antropología cultural, psicoanálisis y psicología). Entre éstos,
Althusser cita a Jacques Lacan, Michel Foucault y G. Canguilhelm. De las obras
de Lacan, Althusser dice que «le han enseñado a leer a Freud», haciéndole entrever
un modo «completamente nuevo» de interpretar el trabajo científico de Marx
(cfr. I, p. 15). De Foucault cita con adhesión incondicionada dos obras en las
que se afirmaba que toda noción fundamental del conocimiento científico está
ligada a la estructura ideológica, y ésta a la estructura socio-económica: Histoire
de la folie à l’age classique, Plon, París, 1961, y Naissance de
la clinique, Plon, París, 1964. De Canguilhelm se
cita una obra algo anterior: La formation du concept de réflexe au XVII et
XVIII siècle, P. U. F., Paris, 1955.
Las
relaciones entre estructuralismo y marxismo, evidentes en Althusser, han sido
discutidas con ardor en Francia por otros autores marxistas, como Lefebvre
(vid. Recensión a Marxismo y estructuralismo, de Lefebvre y Sánchez
Vázquez), llegando a alarmar al mismo Partido Comunista francés. Quizá por
efecto de estas discusiones, Althusser, en la edición italiana de esta obra,
añade una presentación, que recoge también la edición española, en la que dice:
«A pesar de las precauciones que tomamos para distinguirnos de lo que
llamaremos ‘ideología estructuralista’ (dijimos con sus letras que la
‘combinación’ —Verbindung— que se encuentra en Marx no tiene nada que ver con
una ‘combinatoria’), a pesar de la intervención decisiva de categorías ajenas
al ‘estructuralismo’ (determinación en última instancia, dominación,
subordinación, sobredeterminación, proceso de producción, etc.), la terminología
que empleamos estaba a menudo demasiado ‘próxima’ a la terminología
‘estructuralista’ como para no provocar, a veces, equívocos o malentendidos.
»De ello
resulta que, salvo raras excepciones —las de algunos críticos perspicaces que
han visto muy bien esta diferencia fundamental—, nuestra interpretación de Marx
ha sido juzgada muy a menudo, gracias a la moda reinante, como
‘estructuralista’ (...). Creemos que la tendencia profunda de nuestros textos
no proviene, a pesar de algunas resonancias de nuestra terminología, de la
ideología ‘estructuralista’. Esperemos que el lector tenga a bien retener este
juicio, ponerlo a prueba y ratificarlo» (pp. 3-4).
En
realidad, Althusser ha tomado algo más que la terminología del estructuralismo.
Ha tomado, sobre todo, la pretensión de fondo de fundar una ciencia filosófica absolutamente
nueva, sobre la base de una crítica pertinente y demoledora de
cualquier «ideología» precedente, creando de este modo el instrumento
intelectual superior que el hombre moderno necesita. Michel Foucault, por
ejemplo, escribía: «El estructuralismo no es un nuevo método; es la ciencia del
saber moderno que se ha despertado y se mueve» (Les mots
et les
choses, París,
1966, p. 22). También es de derivación estructuralista el intento de Althusser
de destruir toda justificación lógica del humanismo espiritual, y en particular
la idea de libertad, reduciendo toda la vida humana a un determinismo material.
Dice, por ejemplo, Claude
Lévi-Strauss: «A partir de la experiencia etnográfica, queremos redactar un
inventario de los recintos mentales; reducir los datos aparentemente arbitrarios
a un orden, alcanzar un nivel en el que se revela una necesidad inmanente a las
ilusiones de la libertad» (Il crudo e il cotto, traduc. ital., Milano,
1966, p. 25). «Creemos que el fin último de las ciencias humanas no consiste en
construir el hombre, sino en disolverlo» (Il pensiero selvaggio, tr. ital., Milano, 1965,
p. 269). «La razón dialéctica, para nosotros, no es algo distinto de la
razón analítica —sobre lo que se fundaría la originalidad absoluta del
orden humano—, sino algo más en la razón analítica: la condición exigida
para que ésta pueda afrontar la resolución de lo humano en no-humano» (ibíd.,
p. 270).
c) Incertidumbres y mentís del
mismo autor.
Como
hemos dicho, entre los añadidos a la edición italiana de Para leer «El
Capital» se encuentra un prólogo de Althusser fechado el 5 de
diciembre de 1967, es decir, dos años después de la elaboración del texto, y
sólo un año después de la publicación del original francés. Pues bien, en este
breve intervalo de tiempo, y pese a la gran seguridad que ostenta Althusser, el
prólogo desmiente al libro en dos aspectos de importancia fundamental:
1)
La terminología científica: Althusser declara explícitamente que su
terminología es «demasiado ‘próxima’ a la terminología estructuralista», y de
tal modo que ha dado lugar a equívocos.
2)
El concepto de filosofía: Althusser, hablando en nombre propio y de sus
colaboradores, escribe: «Tenemos todas las razones para pensar que, a pesar de
todas las precisiones efectuadas, una tesis propuesta por mí sobre la naturaleza
de la filosofía exprese una cierta tendencia ‘teoricista’». De modo más
preciso, la definición (dada en Pour Marx y vuelta a tomar en el
prólogo a Para leer «El Capital») de la filosofía como Teoría
de la práctica teórica es unilateral y, por tanto, inexacta. No se trata,
en este caso, de un simple equívoco terminológico, sino de una inexactitud en
la misma concepción. Definir unilateralmente la filosofía como Teoría de las
prácticas teóricas (y, consecuentemente, como teoría de la diferencia de las
prácticas) es una formulación que, sin duda, provocaría efectos y ecos teóricos
y políticos, tanto ‘especulativos’ como ‘positivistas’. Las consecuencias de
tal inexactitud, que hacen relación a la definición de filosofía, pueden
reconocerse y delimitarse en algunos puntos precisos del prólogo a Para leer
«El Capital». En qué consiste esta ‘inexactitud’ y esta
‘unilateralidad’ no lo especifica el autor, tan sólo añade que «tendremos
ocasión de rectificar la terminología y de corregir la definición de filosofía
en una serie de estudios de publicación próxima» (ibíd.). Uno de
estos estudios prometidos es la carta a la revista «Rinascista», publicada como
apéndice en la misma edición italiana, y que ya hemos analizado.
La ambigüedad de la posición de Althusser —es más, la incoherencia sustancial de su posición teorética— sólo puede escapar a los marxistas-leninistas, que están avezados en la aplicación de la «autocrítica» también a la filosofía, y más todavía a refugiarse en la lógica de la dialéctica, que se convierte en una coartada intelectual para justificar las contradicciones en que incurren. Pero, para quien juzga con objetividad científica el trabajo intelectual de Althusser, es evidente que sus pretensiones de rigor absoluto y de desenmascarar «todas las mitificaciones ideológicas» no se concilian en absoluto con la desenvuelta rectificación de posiciones fundamentales que hace en los añadidos a la edición italiana de esta obra. No sirven para nada, desde un punto de vista científico, las profesiones de «humildad intelectual» que pronuncia Althusser en el apéndice B: «Yo trabajo con tres o cuatro camaradas y amigos, profesores de filosofía (...). Todo lo que escribimos está, evidentemente, marcado por nuestras inexperiencias y por nuestras ignorancias: en nuestros trabajos se encuentran, pues, inexactitudes y errores. Nuestros textos y nuestras fórmulas son provisionales y destinados a una rectificación» (p. 12). No sirven para nada estas profesiones de «humildad» porque sólo sirven para tratar de justificar el paso de las proposiciones categóricas —expresadas con tono perentorio y dando la espalda a todo el ambiente filosófico extraño al propio grupito— a otras proposiciones también categóricas. Queda el hecho del paso, es decir, de la incertidumbre del pensamiento, que no responde a las experiencias de la investigación científica, sino a oscuras presiones del aparato político.
A
este propósito hay que recordar que el discurso de Althusser se mueve
completamente al compás de la praxis política comunista: «Pedimos que se nos
hagan críticas marxistas-leninistas. Las críticas de los militantes de la lucha
de clase revolucionaria son las que tomamos más en cuenta. Por ejemplo, ciertas
críticas que ciertos militantes nos hicieron en el curso de la sesión de CC de
Argenteuil nos han sido de gran ayuda. En filosofía nada se puede hacer fuera
de la posición de clases proletaria» (ibíd.).
Junto
a la ambigüedad temática aparece también la ambigüedad lingüística. Althusser
usa un lenguaje con el que quiere constantemente hacer revelar la novedad de
su pensamiento y de sus conceptos en relación con las concepciones comunes, el
«contenido diverso» que él atribuye —con pretensiones de rigor científico— a
las palabras en uso. De aquí surge el vicio de entrecomillar y subrayar
muchísimas palabras: en ocasiones casi todas las de una frase. Baste un ejemplo
entre muchos: «La teoría marxista es uno de los elementos de la práctica
política marxista, y desarrolla entonces la función ‘instrumental’ de
‘método’ y de ‘guía’ para la ‘acción’. De aquí el ‘instrumentalismo’».
Es conocido cómo el abuso de las cursivas y de las comillas hace muy
incierto el sentido de un texto, tratándose de formas de escritura que tienden a
significar (alusivamente, más que lógicamente) que una palabra tiene un sentido
especial, diverso del usual, o también que una palabra se entiende en el
sentido que le dan otros, pero que no es compartido por el autor. En Althusser
el subrayado responde casi siempre a la exigencia de reforzar el discurso,
haciendo notar (y hay que decir que con mucha pedantería) la pretendida agudeza
del razonamiento y la sutileza de los matices. Las comillas, en cambio, le
sirven para indicar que el contenido que da a las palabras no es el usual, por
lo que el lector queda por lo menos desconcertado, al no saber con certeza
cuándo una palabra casualmente tiene el sentido que todos le dan, y cuándo, por
el contrario, se interpreta según las categorías del pensamiento marxista o
según las categorías particulares del pensamiento de Althusser.
VALORACIÓN DOCTRINAL
a)
Uso contradictorio del término «ideología».
Como
hemos visto, la noción fundamental de Althusser es el concepto de ciencia,
contra lo que él llama «ideología». Pero aquí aparece una insanable
contradicción interna en el pensamiento del autor, ya presente en Pour Marx y
aún más relevante en Para leer «El Capital»: la contradicción
entre el uso negativo y despectivo del término «ideología» cuando designa a todas
las posiciones filosóficas diversas de la marxista (según su
interpretación), y el uso positivo de la misma palabra cuando designa la
«concepción del mundo» que se deriva del materialismo dialéctico y orienta la
acción política. ¿Por qué Althusser, siempre tan puntilloso al estudiar las
palabras, no usa otro término? Probablemente porque trata de no afrontar un
problema espinoso, imposible de resolver por un marxista: el problema del orden
lógico de prioridad entre elección ideológica y método materialista-dialéctico
(¿es la elección ideológica a favor del marxismo la que impone el adoptar ese
método, o, al revés, es éste el que conduce a las conclusiones ideológicas?).
En esta obra, Althusser afirma en muchas ocasiones, como hemos visto, que el
método es un prius científico absolutamente puro de cualquier
contaminación ideológica, y su lenguaje recalca continuamente la retórica
neopositivista que piensa haber superado para siempre el «postulado
metafísico». Pero tal posición es insostenible: un método que se sitúa como prius,
como principio de la demostración científica, no es ya un método (meta-hodos:
«camino a través»), sino un postulado, un principio
metafísico, pero con el agravante de ser arbitrario e inconsciente.
Althusser, sin embargo, se da cuenta de esto, e intenta establecer como prius
el fin del método, es decir, la teoría que puede servir a la lucha
de clases. Aparte del pragmatismo ínsito en esta postura, hay además una
contradicción in terminis y un verdadero círculo vicioso (¿qué
justificación teórica tiene el fin? No puede ser la ideología, pues ésta sería
un elemento extraño al método anti-ideológico). También de esto es consciente
el autor de Para leer «El Capital», y trata de salvar su teoría
queriendo justificar a la contradicción como contradicción (lo cual es
típicamente marxista, pero va contra el método del mismo Althusser, que
individualiza en la contradicción de otro autor la señal del error y de la
falta de rigor científico). Efectivamente, a propósito de su «lectura» de El
Capital, afirma que «sólo es posible como la aplicación de aquello
que constituye el objeto mismo de nuestra investigación: la filosofía de Marx.
Este círculo epistemológicamente sólo es posible a través de la existencia de
la filosofía de Marx en las obras del marxismo. Por tanto, hay que producir (en
el sentido preciso de la palabra, que parece significar: hacer manifiesto lo
que está latente, pero que en realidad quiere decir: transformar para dar a una
materia prima preexistente la forma de un objeto dirigido a un fin), lo que, en
cierto sentido, ya existe». Y en otro lugar: «Esta lectura
crítica parece constituir un círculo, ya que parecemos esperar la filosofía
marxista de su aplicación misma. Precisemos entonces: esperamos del trabajo
teórico de los principios filosóficos que Marx nos ha dado explícitamente,
o que pueden desprenderse de sus obras de la Ruptura o de la Maduración;
esperamos, del trabajo teórico de estos principios aplicados a El Capital,
buscar su desarrollo, su enriquecimiento, al mismo tiempo que se establece
su rigor. Este círculo aparente no debería sorprendernos: toda ‘producción’ de
conocimiento lo implica en su proceso» (p. 82). Es decir: todo conocimiento es
—como hemos visto— producción de un objeto que es a la vez diverso del
objeto real e idéntico a él (en cuanto apropiación de lo real), una novedad
(diferenciación) y una permanencia (identificación). Esta contradicción
sólo puede evitarse refugiándose en el pragmatismo.
b)
Entre realismo ingenuo, criticismo y pragmatismo.
La filosofía de Althusser presenta, al menos en este libro, una mezcla híbrida de realismo inconsciente e involuntario, criticismo neokantiano (en su formulación estructuralista), y pragmatismo empirista (materialismo dialéctico). Examinemos brevemente estos aspectos:
1.
Realismo.—Althusser, siguiendo a Marx, repite continuamente que el
punto de referencia absoluto es el conocimiento del objeto real, lo
«real en sí»; después añade que éste es completamente diverso del objeto de
conocimiento; y añade que no es necesario aceptar la hipótesis de una
racionalidad ínsita en lo real. En definitiva, en todas sus afirmaciones
«críticas», se quita la fundamentación racional del objeto en sí, que permanece
como un dato irracional, meramente postulado. Althusser nunca se
hace estas preguntas: ¿por qué acepto el objeto en sí, lo real? ¿Por qué creo
que sólo es cognoscible a través de las ciencias positivas? Y mucho menos se
hace esta pregunta: si lo real es diverso del objeto del conocimiento, ¿en base
a qué conocimiento veo la relación entre los dos términos que llamo
diferentes? Althusser dice que el concepto se «apropia» de lo real: pero ¿cómo
lo sabe? y ¿cómo sucede?
Se
trata, evidentemente, de las preguntas clásicas a la teoría del conocimiento,
formuladas desde el inicio de la historia de la filosofía. Althusser desprecia
a quien se las haga, y de este modo huye del problema. El resultado es que
funda su filosofía sobre un realismo sin fundamento, porque el realismo sólo se
puede fundar en la evidencia, y Althusser no está dispuesto a
aceptarla: acepta como algo dado el objeto real, pero no está dispuesto
a aceptar otros datos igualmente evidentes, que le conducirían a
abandonar todas sus teorías, porque son los datos que conducen a la metafísica (existencia
y ser, sustancia y accidentes, movimiento y causa, persona, libertad, Dios). El
realismo de Althusser es un realismo burdo que admite cualquier reducción
arbitraria de la realidad a las categorías abstractas que se prefieran.
2.
Criticismo.—Althusser, heredero del filón crítico de Marx (que
intituló «Crítica» a casi todas sus obras, al menos en el subtítulo, como por
ejemplo la Crítica de la crítica, subtítulo de La Sagrada
Familia), ambiciona llegar a una crítica completamente rigurosa y
total tan profunda que determine una «revolución copernicana» en la historia de
la filosofía e inaugurar una nueva era. Es la vieja ambición cartesiana que ha
pasado a la era moderna a través, entre otros, de los «Tres Reformadores» de
que habla Maritain: Descartes, Rousseau y Lutero. En Kant encuentra el
criticismo su formulación teórica más completa, con la consiguiente exclusión,
del campo de la ciencia, de la metafísica (comprendida la teología
natural) y la reducción de la religión revelada a «sentimiento» (fideísmo) o a
simple ética racionalista (laicismo). La ciencia queda como el único
conocimiento positivo y racional, pero como conocimiento sui generis,
ya que no puede saber nada de su objeto, pues todos sus contenidos derivan
de la categoría a priori del intelecto y de la razón (subjetivismo y
agnosticismo).
Althusser
se ancla en esta posición kantiana, desarrollando a su manera —con el lenguaje
estructuralista— el concepto de a priori noético. También él afirma
(incoherentemente) la existencia de un «objeto real fuera de la mente que lo
conoce» (es el noúmeno de Kant), distinto del «objeto del conocimiento»
que pertenece por completo a la mente. Este «objeto del conocimiento» se
asemeja fuertemente al «fenómeno» de Kant, en cuanto que es determinado por la
estructura económico-social, de la que el objeto empírico es sólo una «función»
(recordamos el Yo empírico de Kant y su Allgemeine Menschenvernunft, de
la que proviene algo «objetivo», aunque no metafísico, que es precisamente el
«fenómeno» encuadrado en las formas a priori del conocimiento
científico). A Althusser, pues, se le pueden hacer todas las observaciones
críticas que, desde siglos, se le han hecho a Kant: comenzando por la gratuidad
del proyecto crítico y terminando con la incoherencia de la afirmación
(dogmática, en el sentido kantiano de la palabra, es decir, no fundada en la
crítica, sino postulada sobre la base de la evidencia y del sentido común) del noúmeno,
del Yo trascendental, de la Razón universal y de otras categorías
metafísicas subrepticias. En Althusser estas categorías metafísicas son: la estructura
o estructura de estructuras que determina la producción de conocimiento y
su cambio histórico, relacionado con los cambios de las relaciones de
producción económica; el objeto real, del que «el objeto de
conocimiento» sería la apropiación; la historia, entendida como
movimiento de sucesos económicos, como revolución materialista que conlleva
todas las formas de existencia y de acción del hombre, comprendidas la libertad
y el conocimiento.
Althusser,
permaneciendo anclado en los sistemas kantianos (aunque él no lo confiese nunca
y no esté dispuesto a aceptar este encuadre), rechaza el idealismo absoluto de
Hegel, es decir, el último intento del pensamiento moderno para reconstruir la
unidad entre subjetividad y realidad y de volver a la metafísica, sin desmentir
el criticismo. Hegel pone el conocimiento como creación de la realidad; Althusser
permanece en la consideración del conocimiento como creación del
conocimiento, postulando una «realidad» externa e inalcanzable por
aquél. El conocimiento, por tanto, al no ser ya una relación sujeto-objeto en
el ámbito de lo real (como en la metafísica clásica), ni una relación
sujeto-objeto inmanente a la idea o Espíritu (como en el sistema hegeliano), es
una función utilitaria: la función científica, es decir, la producción de
esquemas lógicos útiles a la producción de bienes útiles (técnica) y a
la dirección del movimiento revolucionario de la masa (política). Es ésta la
salida pragmática a la que se ve obligado Althusser por su afirmación de lo
«real» (realismo ingenuo, como hemos visto: tanto que Kant fue superado por el
idealismo absoluto y un marxismo de este género será siempre superado por un
marxismo hegeliano, como en Lukács).
3.
Pragmatismo.—El pragmatismo de Althusser es semejante al de Williams
James y John Dewey en América: surge de un mito político (en los americanos era
la «democracia»), y del intento de sustituir, en el hombre occidental, los
principios morales de la recta razón y de la religión cristiana por este mito.
En Althusser la formulación pragmática es burda y explícita, pero el autor se
cuida bien de no teorizarla, pues se encuentra prisionero en su ilusión de
fundar un saber «absolutamente riguroso y puro»[2].
A.L
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[1]«¿No tiene que ver con la naturaleza del descubrimiento de Marx, con la índole de su prodigiosa novedad?».
[2] Una crítica rigurosa de este pragmatismo, referida a las fuentes de Althusser (Marx, Engels y Lenin) se encuentra en la obra de Jacob HOMMES, Der Technische Eros (Herder Verlag, Freiburg in Br. 1954); y también son muy oportunas las observaciones de Augusto DEL NOCE en Il problema dell'ateismo (Il Mulino, Bologna, 3.ª ed., 1970).