ALAS, Leopoldo
La Regenta
Alianza, libro de bolsillo, 3ª ed., Madrid 1968.
INTRODUCCIÓN
En 1884, a los 33 años, Leopoldo Alas "Clarín" publicó la primera parte de La Regenta. En los primeros meses del año siguiente, apareció la segunda parte. Aunque el autor tuvo la sensación de "haber escrito una obra maestra", la acogida no fue muy favorable: tuvo escaso eco y las reseñas de los periódicos fueron breves y de rechazo; así, por ejemplo, en "Tambor y Gaita" —Semanario de Oviedo—, se publica una crítica anónima con un encabezamiento peyorativo: "Contra el insomnio". Por su parte el Obispo de Oviedo, en una Pastoral, en abril de 1885, condenaba la novela. Unos y otros restaron numerosos lectores y Clarín sólo alcanzó a ver en vida dos ediciones, la segunda prologada por Galdós, poco antes de morir en 1901.
La Regenta es una novela psicológica —por la profunda penetración del escritor asturiano en la interioridad de los personajes—, y una novela social-moral, como la calificó el propio Clarín, porque "es sátira de malas costumbres". Estas dos modalidades, lejos de excluirse, se armonizan, y en esa conjunción reside uno de los mayores logros del autor. Al tipo de novela psicológica responde el título escogido por Clarín; sin embargo, muchos críticos, favorables a la corriente sociológica, opinan que bien podría haberse titulado Vetusta (Oviedo), pues allí transcurre toda la acción y las costumbres satirizadas están cogidas de esta ciudad.
CONTENIDO
1ª Parte
Durante la elaboración de La Regenta, Clarín comentó a Adolfo Posada, amigo suyo, Catedrático de la Universidad de Oviedo, "la imposibilidad de reducirla a un solo tomo". En efecto, hubo un crecimiento impensado y natural; por esto el número de páginas es elevado, pero no hay nada superfluo. La Regenta tiene dos partes: la primera, que corresponde a los 15 primeros capítulos, refiere los hechos de los días 2, 3 y 4 de octubre: es una narración morosa de personajes y ambientes, para que el lector pueda comprender el desenlace de la novela y las reacciones de los distintos personajes. La segunda, capítulos 15 a 30, relata linealmente los acontecimientos acaecidos en tres años.
En los primeros capítulos, Alas presenta personajes y ambientes, y establece las bases de la trama novelesca: en el capítulo primero conocemos algunos rasgos más exteriores que internos de D. Fermín de Pas, Magistral de la Catedral y Provisor de la diócesis. Traza el autor, con rápidas pinceladas, el escenario —la ciudad de Vetusta—: describe los diferentes barrios, ocupados por distintas clases sociales. En el capítulo siguiente, Clarín traslada el foco de atención a la Catedral y hace una somera descripción de algunos sacerdotes: D. Cayetano Ripamilán (Arcipreste), D. Restituto Mourelo, apodado Glócester (Arcediano) y D. Custodio. Pese a la brevedad de la presentación, ya se empieza a atisbar el ambiente de ambiciones y de envidias entre el clero de la ciudad. Plantea en este mismo capítulo lo que dará origen a la trama de la novela: D. Cayetano decide que Ana Ozores —la regenta— deje de confesarse con él y comience a hacerlo con D. Fermín, ante la envidia y desaprobación de Glócester. La regenta, aconsejada por Ripamilán, hará una confesión general con el Magistral.
La preparación de la Confesión servirá al lector para conocer la infancia y adolescencia de Ana Ozores y algunos rasgos de su personalidad. Los capítulos III, IV y V se centran en este personaje: hija de Carlos Ozores y una humilde modista italiana, que muere al nacer ella, ante cierta satisfacción de las hermanas de su padre, que desaprobaban el desigual casamiento. Su infancia transcurre entre Loreto, una Quinta, a 20 horas de Vetusta en diligencia, y Madrid, donde se aburre profundamente. La estancia solitaria en Loreto, con abundantes lecturas, configura una psicología muy sensible y enfermiza, con una desbordante imaginación y un fervor místico grande, pero poco doctrinal. A la muerte de su padre, enferma y se traslada a Vetusta a casa de sus tías Águeda y Anunciación. Una vez restablecida, la única preocupación de éstas será casarla, para evitar lo antes posible la "carga económica". El capítulo V concluye con la boda de Ana Ozores y Víctor Quintanar, un hombre mucho mayor que ella "al que no ama, pero procurará amar". En estos capítulos, Clarín muestra algo del ambiente y las costumbres de Vetusta a través de la tertulia de los marqueses de Vegallana.
En los capítulos VI, VII y VIII, el núcleo de la narración se traslada de Ana Ozores y Fermín de Pas a Vetusta. Alas describe el Casino, situado en la plaza de la Catedral, y la tertulia de los Vegallana, centros de la vida social de la ciudad. Los juegos de cartas, la lectura de los periódicos, las tertulias, algunas de los Vegallana— cargadas de insinuaciones eróticas, ridiculizan a esta sociedad superficial y anhelante de conocer todo tipo de chismes. Conocemos, además, el bajo nivel cultural, el deplorable ambiente político y socia, y a algunos personajes secundarios, con la característica común de la superficialidad, pero muy representativos de la sociedad vetustense: Amadeo Bedoya, Trifón de Cármenes, y algunos tenorios locales como Joaquín Ordaz, Paquito Vegallana y Álvaro Mesia. Este último, jefe del partido liberal, quiere conseguir, con la ayuda de Paquito Vegallana, la mayor victoria de su vida: la conquista de Ana Ozores. La aparición de la regenta al final del capítulo VIII avivará en Mesia esos deseos y plantea en Ana, al sentirse atraída hacia él, el drama psicológico de la novela. En este capítulo da comienzo el nudo: Ana Ozores debatiéndose entre la fidelidad y el adulterio; Fermín de Pas y Álvaro Mesia deseando inclinar a esa mujer a sus respectivas causas. El capítulo IX, protagonizado casi de manera total por la regenta, sirve para plasmar el conflicto interior que mantiene: de una parte, la inclinación hacia Álvaro, en el que espera encontrar el afecto y el cariño que no encuentra en su marido; de otra, el recuerdo de la Confesión con el Magistral y la atracción hacia una vida piadosa. Un fortuito encuentro con el pretendiente aviva sus sentimientos hacia él. Ana Ozores, llena de remordimientos y con la consiguiente tensión interior, se niega a ir al teatro con su marido, porque teme encontrarse con Álvaro Mesia al que comprende que no puede querer. Se queda sola en la casa y la turbación interior se agiganta: la soledad del Caserón que habita se compara a su soledad interior, al sentirse fracasada en el matrimonio, por no encontrar cariño en su marido y no tener hijos: se angustia profundamente.
Con el capítulo XI, comienza el tercer día del relato de la novela. Fermín de Pas es el sujeto central de los siguientes capítulos. Nos presenta el trabajo del Magistral: prepara sermones en su casa, ejerce como Provisor en la oficina del obispado. Destaca su distinguido porte exterior, sus ambiciones, y aparecen algunos personajes en torno a Fermín de Pas, como la madre —Doña Paula—, que es quien dirige y fomenta las ambiciones de su hijo, o el Obispo Fortunato Camoirán —con unos rasgos antitéticos a los de Fermín—: es un hombre piadoso, humilde, pero sin grandes dotes de gobierno. Conocemos en estos capítulos algunas actividades más del Magistral, que denotan ambición y demuestran el poder que atesora en Vetusta y que son fuente de murmuración: el negocio de la "Cruz roja" —una tienda de objetos sagrados, que ha arruinado a Santos Barinaga, un honesto competidor, por canalizar todas las compras de la diócesis hacia su tienda—; la influencia sobre la adinerada familia Carraspique, como muestra de la que posee en toda la ciudad: una hija de éstos —religiosa—, está en peligro de muerte por las malas condiciones higiénicas del convento y D. Robustiano, médico, aconseja sacarla, pero la familia seguirá el consejo contrario del Provisor. Sin embargo, el tema central de estos capítulos es el conflicto interior de este personaje que se debate entre el deber, sus aspiraciones y la necesidad de mantener su prestigio, y la pasión, que le lleva a concebir un amor sacrílego por la regenta, que no llegará a ser correspondido.
Los tres capítulos finales de esta primera parte corresponden a la comida y a la tarde del día 4, donde se desata el conflicto urdido en capítulos anteriores. La celebración del santo de Paco Vegallana sirve de detonante. La comida homenaje reúne a Fermín de Pas, a Álvaro Mesia y a Ana Ozores. Quedan así materialmente enfrentados Fermín y Álvaro; los celos y las cavilaciones de uno y otro son constantes durante la comida y la sobremesa. Después deciden ir a la finca del Vivero propiedad de los Vegallana. Fermín de Pas rechaza la invitación de continuar la fiesta para defender su reputación. Se quedara vagando por Vetusta, con un gran pesar interior, porque piensa que el tenorio local le ha ganado la partida. Al anochecer, regresa a su casa y su madre, durante la cena, le reprende, pues la murmuración sobre el Magistral crece en la ciudad y eso arruinará su carrera. Clarín, mediante un flash-back, muestra la infancia de Fermín de Pas y la vigilante tutela materna, siempre con la vista puesta en la carrera de su hijo, para salir de la pobreza. El capítulo XV concluye con Santos Barinaga borracho, lanzando improperios al Magistral, resentido por la competencia desigual de la Cruz roja, que le ha arruinado. Al finalizar la primera parte, vemos que el prestigio de Fermín de Pas se tambalea, dañado por las murmuraciones, fruto de su trato con la regenta, de sus ambiciones económicas y los deseos de influir en la sociedad de Vetusta.
2ª Parte
Los primeros capítulos de la segunda parte giran en torno a Ana Ozores, que continúa debatiéndose interiormente. La regenta sueña con Álvaro Mesia, aunque no da paso alguno adelante, por lo que él se desanima y retrocede en su acoso. El Magistral, viendo perdida lo que suponía su obra, sin importarle las posibles nuevas murmuraciones y conducido por una irracional pasión, decide visitar a Ana Ozores en su casa. Fermín le propone un nuevo acercamiento a la vida religiosa.
E1 capítulo XVIII, describe en algunas páginas la vida en Vetusta durante el invierno. La narración se detiene más en la figura de Víctor Quintanar, el regente jubilado de la Audiencia. El marido de la regenta aparece como una persona insustancial, preocupado únicamente de sus aficiones, dominado por su mujer. Clarín vuelve a describir los ambientes del Casino y de los Vegallana. Álvaro Mesia continúa retrocediendo por una curiosa inseguridad en sí mismo. Entretanto, el Magistral vuelve a ganar terreno y Ana Ozores reemprende su vida religiosa, aunque ahora no le satisface.
Pasado el invierno, mientras Víctor Quintanar caza con Frígilis —un amigo de la familia—, su mujer enferma de los nervios, motivados por la soledad del hogar y por el vacío de una vida sin amor, ni a Dios, ni a su marido. Durante la enfermedad lee las obras de Santa Teresa y le remueve una frase: "¡Estás sola! Pues, ¿y Dios?". Por otra parte Álvaro Mesia urde un nuevo plan para recobrarla y fomentar la amistad con Víctor Quintanar para convertirse en un asiduo visitador de la casa. El Magistral no está contento con la conducta de la regenta, pues tiene una religiosidad sin proyección exterior.
En el capítulo XX, Leopoldo Alas introduce una nueva historia, que rompe por unas páginas el protagonismo de Ana, Fermín y Álvaro y que posteriormente le servirá para elevar el clímax de la narración. La protagoniza Pompeyo Guimarán, un hombre con prestigio, ateo y anticlerical, que odia a Fermín de Pas. Traba amistad con Santos Barinaga, el cual le cuenta las causas de su ruina. Este suceso le hace odiar más al Magistral. Por otra parte, Álvaro recurre a Pompeyo con el pretexto de nombrarle presidente del Casino y con la intención de contar con su apoyo para desprestigiar al máximo al Magistral, desde la tribuna del Casino.
Concluido este capítulo y situados en verano, con la ciudad desierta, la regenta enferma de nuevo y vuelve a leer a Santa Teresa: nuevos progresos espirituales que agradan a su confesor. Fermín recobra el optimismo. Continúa Doña Paula preocupada por las murmuraciones y se lo advierte, pero no le hace caso. Ana Ozores y Fermín de Pas intiman en las conversaciones y el amor sacrílego del Magistral crece en medio de una patente lucha interior entre la pasión y el remordimiento.
La entrada del otoño vuelve a traer malos augurios contra Fermín de Pas. Muere la hija de Carraspique y, en la ciudad, se suceden los comentarios peyorativos por no haber autorizado la salida del convento. Se acentúa la amistad entre Víctor y Álvaro. Muere Santos Barinaga sin recibir los últimos sacramentos —celosamente defendido por Pompeyo, contento por haber hecho un prosélito—, después de manifestar desgarradoramente su odio por Fermín de Pas. El entierro de este hombre es aprovechado por Pompeyo Guimarán para convocar una manifestación con los obreros, para desprestigiar al Magistral. Así llegamos al fin de este capítulo en el que Fermín de Pas continúa con sus remordimientos y disgustado porque ve que la regenta se le escapa de nuevo; por otra parte, aumentan las críticas por las muertes de Barinaga y de la hija de Carraspique y por no haber conseguido que aquél recibiera los últimos sacramentos.
Desde la muerte de Santos, en diciembre, hasta Semana Santa, la piedad de la regenta se enfría y vuelve a lamentarse de la carencia de hijos y la falta de cariño por parte de su marido. En Carnaval, Víctor Quintanar la obliga a asistir a un baile. Esta aparición en público va en detrimento de la figura del Magistral. Glócester, el Arcediano, aprovecha la ocasión para proseguir la campaña de desprestigio, iniciada por él después de la muerte de Santos. Fermín de Pas se siente vencido en los planes ambiciosos que tenía. La regenta se da cuenta del amor sacrílego del Magistral hacia ella y esto le produce una enorme turbación. Tiene una crisis religiosa al identificar la figura del Magistral-Provisor, con la religión y la fe, y duda de todo.
En los cuatro últimos capítulos se produce el desenlace final. Álvaro Mesia se siente seguro y cercano a su fin ante el retroceso de Fermín de Pas, falto de poder. Sin embargo, un suceso inesperado hace cambiar las tornas: Pompeyo Guimarán, el ateo oficial, llama al Magistral en el momento de morir para que le confiese. Su prestigio sube y comienza a atender de nuevo a Ana Ozores, a petición de ésta. La regenta, para reparar sus dudas de fe y su desconfianza hacia Fermín de Pas, decide salir descalza en una procesión de Semana Santa. Estos dos acontecimientos hacen sentirse al Magistral como la persona con más poder de Vetusta. La repugnancia de Víctor Quintanar y de Álvaro por la escena de la procesión estrecha sus lazos de amistad. El matrimonio Quintanar decide pasar una temporada en el Vivero, pues Ana necesita descansar. A partir de este momento, la fe de la regenta empieza a flaquear, y vuelve a sentir la soledad de capítulos anteriores. Álvaro Mesia, por la amistad que tiene con el ex-regente, empieza a estrechar el cerco. Víctor Quintanar no se entera, distraído con sus aficiones cinegéticas, literarias, y con los agradables ratos que la compañía de Frígilis le depara. El retroceso de Fermín de Pas es notorio. La regenta cae en las redes de Álvaro Mesia y un amanecer Víctor Quintanar descubre a los amantes, avisado por la criada Petra, que ya lo había contado antes al Magistral. Éste instiga a Víctor —partidario de una solución pacífica—, a formalizar un duelo para lavar su honra. El ex-regente acude al duelo con un miedo que contrasta con la valentía de los personajes de los dramas de celos de Calderón, a los que era tan aficionado. Un tiro de Álvaro Mesia en la vejiga lo mata. Álvaro Mesia huye. Ana Ozores enferma y piensa en suicidarse. Queda sola, únicamente Frígilis —el antiguo amigo de la familia— la ayuda. La ciudad de Vetusta ceba en la regenta su envidia despiadada. Pasado el verano, decide confesarse con el Magistral. Vuelve a la Catedral, pero Fermín de Pas la rechaza cruelmente.
Personajes
La Regenta es una novela dual, y desde esta doble perspectiva hay que acometer el estudio de los personajes. Antes, es útil recordar que toda la acción de la novela se desarrolla en Vetusta, antiguo nombre de Oviedo, y muchas de las descripciones de lugares o personajes de la ciudad tienen relación con ambientes y personas de la época de Clarín.
Así, por ejemplo, la Catedral o el Casino, en la plaza de la Catedral; el Campo del Sol, en la novela, se corresponde con los barrios próximos a la Fábrica de armas; otras semejanzas son: la calle Rúa, en la novela, con la actual calle de la Magdalena; el distinguido barrio de la Encimada, con el llamado barrio viejo; el barrio nuevo, con la calle Campomanes... Al igual que se identifican lugares, también es posible establecer una correspondencia entre los personajes de ficción y algunos ovetenses contemporáneos de Clarín; identificación que sólo debe hacerse en el aspecto externo y en algunos rasgos de la personalidad, porque la acción novelesca en nada coincide con el transcurso de sus vidas. El Magistral Fermín de Pas, en su parte positiva de profundo y brillante orador sagrado, era José María de Cos, Canónigo de Oviedo, Obispo de Astorga más adelante y luego Cardenal de Valladolid, santanderino de nacimiento, del valle del Pas, como el apellido del Provisor. D. Saturnino Bermúdez, ridículo erudito, personaje que reunía a dos Catedráticos, compañeros de Leopoldo Alas: González Rúa y Covella. Trifón de Cármenes, poeta local en La Regenta, tal vez guarde relación con Rogelio Jove, que firmaba en la prensa con el pseudónimo de Luis del Carmen.
1. Personajes más importantes.
Ana Ozores y Fermín de Pas son los personajes centrales de la novela y ocupan un elevado número de páginas. Sin embargo, Clarín también pone interés en los personajes secundarios y sus descripciones resultan completas. Penetra en unos y en otros con una profunda capacidad de observación y todos poseen una coherencia psicológica. El autor aproxima al lector al conocimiento de aquellos rasgos de los personajes que serán necesarios para entender su actuación o sus omisiones en la acción de la novela. Cada personaje cumple una misión determinada en el entramado novelesco y así, por ejemplo, los secundarios son siempre claves esenciales para llegar a una comprensión exacta de los principales.
"Ana Ozores": es una mujer joven (27 años al inicio de la novela) y bella. Muy sensible, soñadora, con una desbordante fantasía producida por sus lecturas de juventud. Esta imaginación forjará el deseo de hacerse monja —al comienzo del relato—, y sucesivamente los sentimientos de felicidad y desdicha, de esposa modelo, amante dichosa o fracasada, y efímeros planes para ser mística, escritora...: una constante huida de la realidad, que no acepta. La figura de la regenta despierta compasión en el lector, pues es una persona sentimental que tiene la desgracia de vivir una existencia sin amor (vid. pp. 2 y 3). Busca con avidez el cariño que no encuentra en su esposo y por esto intenta refugiarse en una vida religiosa y mística con una espiritualidad superficial que busca lo afectivo, pero sucumbe ante los requerimientos de Álvaro Mesia. La soledad, consecuencia de no encontrar consuelo en ninguna parte, es una sensación permanente en la vida de Ana Ozores. A esta soledad también contribuye el ambiente de Vetusta, hipócrita y frívolo, que la regenta detesta: no tiene amistades, se siente muy incomoda.
"Fermín de Pas": es sacerdote por imposición de la madre, que de esta manera espera salir de una existencia miserable. Es, por tanto, un sacerdote sin vocación, con una religiosidad fría e intelectualizada. Este modo de ser se traduce, en su predicación, en unos sermones brillantes pero poco piadosos: "su empeño era demostrar matemáticamente la verdad del dogma". Su inteligencia está al servicio de la ambición; ambición de poder en Vetusta con su influjo en la mayor parte de las familias de esta ciudad; ambición de gobernar la diócesis a través de sus cargos de Magistral y Provisor, dominando la voluntad del Obispo; ambición de dinero a través de la Cruz roja; y ambición de dominio exclusivo sobre Ana Ozores, a quien admira y ama. La codicia, la ira, la avaricia y la lujuria crecen conforme avanza la novela. Se percibe de modo especial cómo la pasión, en su trato con la regenta, anula el poder de su inteligencia y se obceca, pese a las advertencias de la madre y a las murmuraciones públicas, que conoce. El ambiente de Vetusta le hastía, pero no intentara huir como Ana Ozores, sino utilizarlo para satisfacer sus ambiciones.
"Álvaro Mesia": es el jefe del partido liberal y presidente del Casino hasta que le cede el cargo a Pompeyo. Es uno de los personajes mas desagradables de toda la novela. Es un tenorio provinciano, engreído y grosero, con sombras de vileza en toda su actuación. Clarín no señala rasgo alguno que nos haga mirar a este personaje con algo de simpatía. Su línea de actuación es clara y rectilínea para conseguir el fin que se ha propuesto, en contraste con Fermín o Ana Ozores que se debaten en su interior entre el deber y la pasión. Álvaro es calculador y sabe administrar su actuación: cuando da, espera recibir algo a cambio. En torno a él, se agrupan otros habitantes de Vetusta que le hacen el juego.
"Fortunato Camoirán": el Obispo de Vetusta. Aparece tratado por Clarín con cierto cariño, aunque rasgos como la falta de carácter y la dejación del gobierno de la diócesis en manos del Magistral y Provisor ridiculizan algo la figura del Obispo. Es un hombre sencillo, piadoso, místico, con una religiosidad profunda. Sus ocupaciones son: "el culto a la Virgen, los pobres, la Confesión y la predicación"; pero sólo confiesa a las familias pobres, sin influencia en la ciudad. Su predicación es menos brillante que la del Provisor, pero más emotiva y llega más a la gente que acude a escucharle. Le reprocharán que se prodiga demasiado. No tiene ambición alguna. Es por todo esto un personaje antitético a Fermín de Pas. Sirve para resaltar más los defectos de este último.
Otros personajes: además de estos 4 personajes, aparecen otros muchos de los que doy a continuación algunos rasgos definidores de su personalidad:
"Víctor Quintanar": es un hombre ya mayor que vive para sus aficiones, para la caza y para el teatro; incapaz de dar más amor a la regenta que aquel que da un padre a su hija. "Tomás Crespo (Frígilis)": sincero y comprensivo; se desentiende de la vida hipócrita de Vetusta; es en conjunto un personaje muy humano y por el que se siente cierta simpatía. "Paula Raíces", la madre del Magistral: es una persona codiciosa, dura, repleta de ambición y dominante. "Pompeyo Guimarán", el ateo oficial de Vetusta: vive de una manera coherente, sin hipocresía, en contraste con los demás personajes de Vetusta; respetuoso con la religión, pero anticlerical; se convierte al final de su vida. "D. Restituto Mourelo": reflejo de la envidia. "D. Cayetano Ripamilán": un clérigo mundano. "Saturnino Bermúdez": el erudito, que aprovecha la ignorancia de sus conciudadanos para ejercer una falsa erudición. "Trifón de Cármenes": máximo exponente de las letras de Vetusta, no consigue publicar en Madrid. "Santos Barinaga": un pobre hombre que muere alcoholizado, desesperado por la ruina económica. "Los marqueses de Vegallana": reflejo de la alta sociedad, son la concupiscencia personificada y mutuamente consentida. "Pepe Ronzal": reaccionario y conservador; un señorito de Vetusta que no es capaz de ocultar su falta de cultura y de estudios.
2. Grupos sociales.
Tan interesantes como los personajes individuales son estos grupos que, de manera global, pueden estudiarse siguiendo la dirección sociológica de la novela. Personifican las costumbres criticadas por Clarín. La descripción de estas costumbres y de estos grupos sociales son algo más que el telón de fondo de la novela; adquieren un papel de protagonistas.
a) "La nobleza": en la novela, la nobleza de sangre se presenta muy poderosa. Con medios económicos, prestigio y posibilidades para dominar la vida de la ciudad. Los máximos exponentes son los marqueses de Vegallana. En su palacio, en sus tertulias, será donde se tejen y destejen muchos asuntos políticos, sociales..., o donde urden los enredos y demás chismes.
b) "Los vespucios o indianos": conocieron estrecheces en su infancia, pero se enriquecieron a base de esfuerzo y trabajo. Tienen dinero, pero carecen de prestigio social. Adoptan una actitud pasiva en la vida de la ciudad: sólo aspiran a contraer matrimonios de conveniencia, donde ellos ponen el dinero y una nobleza venida a menos el título: "un indiano plebeyo pagaba caro el placer de verse suegro de un título". Algunos vespucios son Frutos Redondo, Páez...
c) "La clase media": no muy boyante. Ocupa un lugar secundario en la novela. Son comerciantes con mejor o peor fortuna, o de profesiones liberales. Viven a merced de la nobleza. Llenos de prejuicios y con una ideología liberal. Entre éstos se encuentra D. Robustiano, el médico de los Carraspique.
d) "Los obreros": hay escasas referencias. Cuando aparecen lo hacen de una manera colectiva, marginal. La manifestación presidida por Pompeyo Guimarán a la muerte de Santos Barinaga es una reclamación social en toda la regla contra la clase alta de Vetusta, pero sin ningún planteamiento de lucha de clases.
e) "Los clérigos": a excepción del Obispo, los demás son presentados en la novela llenos de ambiciones terrenas y de envidia; eclesiásticos sin vida de piedad y sin vocación, con una visión muy humana de todos los asuntos. Es, por ejemplo, muy significativo cómo el Provisor prohíbe al Obispo visitar a Santos Barinaga, cuando éste está a punto de morir. El Obispo quiere intentar, con su presencia, remover a Santos, pero D. Fermín no desea que un éxito del Obispo mine su prestigio.
f) "El mundo de la cultura": agrupados en torno al Casino, acuden personas de distintas clases sociales y de diferente filiación política. La cultura brilla por su ausencia. El Casino es tan sólo el lugar donde se reúnen unos y otros para levantar chismes o murmuraciones; o para leer el periódico, pues la biblioteca está cerrada y el bedel "perdió la llave hace tiempo". Los representantes de la cultura son tipos ridículos como Saturnino Bermúdez, Trifón de Cármenes o Amadeo Bedoya, militar, "erudito que encuentra el mérito en copiar lo que nadie ha querido leer".
g) "El mundo de la política": cuando se publicó la novela, la política española estaba regida por el "turno pacífico", que disgustaba a Clarín. En La Regenta, conservadores (Vegallanas) y liberales (Álvaro Mesia) se turnan en el poder. En Vetusta, la política satisface unos intereses personales y los cargos se reparten más por amistad que por afinidad ideológica.
Todos estos grupos sociales forman la vida de Vetusta: una ciudad mediocre y aburrida, perezosa y conformista, superficial. La vida gira en torno a las tertulias del Casino, de los marqueses de Vegallana o de la Catedral, y en ellas se murmura, se habla de temas frívolos o se ambiciona. Mientras tanto —y de esto se lamenta Clarín—, en Vetusta nadie piensa: se vive de una inercia tediosa inaguantable para algunos, como la regenta y el Magistral. Vetusta, en resumen, es una ciudad llena de miserias cobijadas, donde triunfa lo mas brillante, aunque sea falso; donde la hipocresía sustituye a lo auténtico en todos los órdenes: religioso, social, político y afectivo. La catástrofe, el fracaso personal, es la consecuencia que Clarín obtiene de este cuadro de "malas costumbres", que nos describe.
VALORACIÓN LITERARIA
1. Costumbrismo y naturalismo.
La acogida no fue favorable y más adelante la novela cayó en la incomprensión y el olvido. Sin embargo, pasados los años se ha ido revalorizando, puesto que La Regenta atesora una serie de valores que hacen que sea una de las novelas más completas del siglo XIX.
Destaca, en primer lugar, la hondura psicológica de los personajes principales y secundarios (vid. pág. 6 y siguientes) y el dinamismo que tienen. Junto a esta vertiente psicológica, la social: la crítica de Clarín certera e implacable, como se ha expuesto más arriba. Sin embargo, lo más destacable es la interacción de estas dos perspectivas, perfectamente armonizadas, evolucionan al mismo tiempo y permiten explicar causas de desequilibrios psicológicos por lo social, por las costumbres, y viceversa.
Otra novedad de Clarín es la unión de dos temas muy comunes en la literatura del XIX, pero que antes de La Regenta no aparecieron en una misma novela: el adulterio y la figura del sacerdote enamorado. Son dos historias distintas con un personaje común, Ana Ozores, que avanzan en paralelo. Esto lo consigue gracias a la morosa presentación de los personajes en la primera parte de la novela y al desarrollo yuxtapuesto de diferentes planos narrativos, de manera que la novela evoluciona desde muchos afluentes a una sola desembocadura; un único final.
No puede calificarse a La Regenta de novela naturalista, aunque ha estado encasillada en esta escuela literaria hasta no hace muchos anos. Es verdad que se detectan algunos rasgos propios del naturalismo, pero todos matizados por la personalidad de Alas. Así, el determinismo en las conductas de los personajes se observa en cierta medida al ver la fuerza arrolladora de la pasión, imposible de controlar; pero la densidad psicológica de los personajes clarinianos se opone a los típicos protagonistas de las novelas de Zola, caracterizados por un solo rasgo que los determina unívocamente. Otra característica del naturalismo es la descripción minuciosa, con la sola obsesión documental. En La Regenta existen numerosas descripciones, pero con un afán muy claro desde el principio: Clarín no pretende abrumar al lector con datos, sino satirizar las costumbres, fustigarlas, denunciarlas. Por último, la impasibilidad del autor ante los acontecimientos y personajes de la novela es fácil de detectar en La Regenta, pero aquí se debe más bien a que los personajes tienen vida propia, no son meros tipos.
2. Técnica literaria.
Técnicamente La Regenta es la novela más compleja del siglo XIX.
a) La estructura: la primera parte tiene una estructura yuxtapuesta: en cuanto al tiempo, por la abundancia de flash-back o evocaciones que presentan al pasado entremezclado con el presente; en relación al espacio y a los personajes, Alas hace que confluyan diferentes planos que se pueden sintetizar en tres apartados: presentación detallada de los principales personajes; presentación más breve, pero también completa, de los personajes secundarios, que dan vida al cuadro social presentado; descripción de los lugares y ambientes más característicos de Vetusta.
La segunda parte tiene una estructura lineal: la acción novelesca se desarrolla de forma dinámica. Existe —no obstante— alguna referencia al pasado.
La construcción en su conjunto es algo bien trabado y coherente. Según las necesidades de la acción y del carácter de los personajes, Clarín dota a la novela de un ritmo moroso o rápido; así; consigue una constante tensión narrativa y maneja de forma acertada la creación del clímax y el anticlímax.
b) La perspectiva: se conjugan en la novela una presencia omnisciente del autor siguiendo la pauta de los escritores del XIX: narración en tercera persona, con el monólogo, que deja la acción en manos de los personajes. La tercera persona narrativa permite al autor planificar su novela y así —por ejemplo— Clarín recurre al pasado para explicar algún asunto del presente que necesita una mayor claridad.
En cambio, el monólogo directo le permite presentar indirectamente a los personajes y que el conocimiento de éstos sea mas profundo. Sin embargo, mayor interés tienen los frecuentes monólogos de estilo indirecto, que Clarín utiliza cuando pretende presentarnos el estado de conciencia de un personaje. Este tipo de monólogo es muy acertado cuando los personajes se presentan llenos de dudas, cavilaciones y remordimientos interiores. Cabe destacar también la abundancia de diálogos, mediante los cuales consigue que la acción novelesca siga su curso y, a la vez, que el lector continúe conociendo a los personajes, pero sin que el autor tenga que describirlos y verter necesariamente juicios de valor. Así, mediante los monólogos y los diálogos, Clarín se mantiene distanciado de sus seres de ficción.
c) El tiempo: llama la atención la preocupación temporal de Alas: en cada capítulo, al comienzo o en una de las primeras páginas, hay siempre alguna clara referencia al pasado. Esta obsesión cumple la función de justificar las reacciones de los personajes. Emplea con profusión la técnica del flash-back: Clarín no coge la vida de los personajes por el principio, sino que muestra al lector aquel dato que más le pueda interesar, para completarlo después con referencias a su pasado. Pero más interesante y novedosa resulta la traslación al tiempo pasado de los diferentes personajes, mediante evocaciones sensitivas o asociaciones en la memoria; de esta manera anuncia la técnica narrativa que perfeccionaría Proust. En La Regenta esto sucede cuando algún personaje en un monólogo se remonta al pasado, bien por algún recuerdo, bien porque algún objeto o acontecimiento le evoca una situación anterior. Para conseguir ese cambio al pasado, Clarín necesita preparar el camino y esto lo consigue mediante la narración en zig-zag (sucesivos pases del presente al pasado), que provoca en el lector cierta pérdida de la noción espacio-temporal. O también mediante la morosidad descriptiva a base de numerosos adjetivos que ralentizan la acción y de cierto enmarañamiento de la acción presente, de manera que cuando se evoluciona desde el pasado al presente los acontecimientos son presentados de manera poco nítida y el lector tarda en reaccionar.
d) El estilo: Clarín no fue un estilista. Su pensamiento corría más que su pluma y eso se traduce en que escribe de modo apresurado. Emplea expresiones no elaboradas suficientemente y defectos de construcción gramatical. Sin embargo, estos descuidos formales no impiden que Clarín maneje con destreza la narración o el diálogo e infunda a su prosa un vigor.
Mezcla el estilo directo con el indirecto. Salta de uno a otro sin advertir mínimamente al lector.
Hay en La Regenta numerosos puntos suspensivos. Los emplea para sugerir o para evadirse de calificar la actuación de algún personaje. Se aprecia también una tendencia a la divagación o digresión, aprovechada para presentar otro ambiente, otro personaje...
VALORACIÓN DOCTRINAL
Desde un punto de vista doctrinal los defectos de mayor entidad que la novela plantea son:
a) El trato que reciben los eclesiásticos: en La Regenta hay dos tipos; el representado por el Obispo, cuya figura queda algo ridiculizada, como si la vida de piedad y el ejercicio de su ministerio fueran consecuencia de la falta de carácter y personalidad para dedicarse a otros menesteres ajenos al sacerdocio; y los restantes clérigos, canónigos de la Catedral: sacerdotes sin vocación, que hacen de su ministerio un oficio para ganar la vida y medrar para su satisfacción personal. La predicación carece de toda referencia profunda a lo sobrenatural. Sus defectos y pasiones son excesivamente patentes.
b) Cierto carácter inmoral consecuencia de los dos temas: el adulterio y el amor mundano de un sacerdote, y de cierto tono erótico e insinuante de algunos capítulos. Sin embargo, Clarín no cae en descripciones groseras, como tampoco justifica el adulterio o el amor del sacerdote, ni extrae consecuencias acerca de la indisolubilidad del matrimonio o el celibato sacerdotal.
c) Trata bien, y en ocasiones simpatiza con esta figura, a Pompeyo Guimarán, el ateo oficial. Le reviste de unos valores humanos y éticos superiores a los creyentes de Vetusta. Su figura en conjunto tiene algún ligero parecido con el modelo propuesto por los krausistas. Sin embargo, al morir recibe los sacramentos, lo mismo que años más tarde el propio Clarín.
d) Describe con detalle la lujuria, la soberbia, la ira, la envidia, la avaricia, la pereza, la codicia, encarnadas en sus personajes. La presencia reiterada de alguno o varios de estos pecados capitales llega a ser lo normal en el desarrollo de la novela y, en muchas ocasiones, condiciona las conductas dando la impresión de que lo pasional es irrefrenable.
Lo que Clarín critica es criticable, lo malo es que se queda en lo negativo y, a partir de ahí, muchos lectores poco formados o críticos poco rectos, pueden convertirlo en prototípico. Parece que Vetusta es una ciudad de gente ruin, donde no hay personas honradas ni con ideales de cierta altura, donde los sacerdotes son malos y la religión no sirve para nada. Las pocas personas que actúan honestamente —como el Obispo— aparecen sin capacidad para transformar ese ambiente. Por tanto, la crítica de Clarín es parcial; sólo ve lo negativo, aunque él no lo apruebe, como si no hubiera nada más.
J.G.L. (1982)
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