AGUIRRE,
Jesús (ed.)
Cristianos y marxistas (Los problemas de un
diálogo)
Alianza Editorial, “El libro de bolsillo”, sección “Humanidades”, Madrid 1968, 215 pp.
CONTENIDO DE LA OBRA
Este libro corresponde a una selección de textos-hecha por el sacerdote español Jesús Aguirre— sobre el tema del diálogo entre cristianos y marxistas. Esos textos ya habían sido publicados anteriormente —sobre todo con ocasión de encuentros entre católicos y marxistas, de la “Paulus Gesellschaft”, etc.—, pero son, en general, bastante recientes.
Los autores que “dialogan” en este libro son diez: cinco católicos (Jesús Aguirre, Karl Rahner, Giulio Girardi, Johann Baptist Metz, José L. L. Aranguren) y cinco marxistas (Lucio Lombardo-Radice, Milán Machovec, Gilbert Murry, Louis Althuser, Manuel Sacristán).
Para Aguirre, el pasado es poco menos que el pecado, si del pasado de la Iglesia se trata. Saca a colación el “caso Galileo” y el correspondiente proyecto de rehabilitación eclesiástica (pp. 22 y 23) y otros “ejemplos” de ese pasado. No falta el sintomático ataque al Syllabus (p. 22).
En cambio, para Aguirre, el futuro parece claro tomando como “punto de partida” el Concilio Vaticano II, que hay que superar para llegar a un diálogo con el marxismo (p. 25). Pala ese diálogo, Aguirre confía en la teología protestante, principalmente en la “desmitización” del Nuevo Testamento de Rudolf Bultmann (p. 28). Rinde también Aguirre tributo a Camilo Torres, exponente de la “teología de la revolución” (p. 34).
La teología “renovadora”, madre de la teología “dialogante”, madre a su vez del Vaticano II —todo en versión de Aguirre— hará posible en adelante la síntesis de la materia y la evolución marxistas con la Encarnación cristiana... (pp. 30 y 31).
Karl Rahner habla de un humanismo cristiano como la única vía válida para un diálogo entre cristianismo y marxismo. Ese diálogo —según él— lleva consigo también una cierta dosis de “teología negativa” y de aceptación de la “violencia”, procurando que esa dosis sea lo menos letal posible.
Girardi titula su artículo “Marxismo e integrismo”. Comienza por dar una definición de integrismo como monolitismo axiológico, que lleva al monolitismo social, que —a su vez— termina en el totalitarismo, tras dar lugar al triunfalismo cerrado a la autocrítica, en su canonización del hecho consumado (pp. 68 y 69). Este monolitismo supone una fuerte “tentación histórica” tanto para la Iglesia como para el marxismo (p. 70). Para Girardi, el Concilio Vaticano II ha supuesto el fin del integrismo católico: “El integrismo ha existido y existe aún ahora en la Iglesia y ha sido considerado por mucho tiempo como la expresión de la ortodoxia cristiana (...) Sobre este conjunto de problemas, el Vaticano II representa un cambio de dirección histórico: señala, al menos en línea de principio, el final del integrismo católico” (pp. 73 y 74).
Con esta premisa, Girardi aboga por un diálogo basado en una convergencia entre una moral marxista y una moral cristiana, ambas renovadas (cfr. p. 86).
Johann Baptist Metz habla —como fundamento de un posible diálogo— de la “Teología Política”. No es fácil saber qué entiende Metz por tal. Incluye ingredientes de la llamada “teología de la secularización” (p. 139), aceptando el punto de partida de Bonhöffer (p. 154). Habla de la “vuelta antropológica” y la subsiguiente “vuelta escatológica” de la teología (p. 147), y se apoya en una fe escatológica ligada al compromiso con la tierra, que por eso queda ligada también a un cierto elemento: la revolución (p. 146; cfr. también p. 150).
Lo anteriormente dicho implica prescindir de planteamientos trascendentales (p. 151).
Aranguren se presenta como exponente de un “catolicismo de crisis” (p. 204). En su ensayo ataca tanto al catolicismo preconciliar como al paleo-comunismo, igualmente integrista en su opinión (p. 206).
Aranguren se siente pesimista ante el diálogo, por la decadencia innegable de la fuerza social del catolicismo (p. 205); se lamenta de que los católicos dialoguen con el marxismo ya que sólo el cristianismo no católico no es monolítico, y el catolicismo —a su parecer— resulta inseparable de los teólogos de la restauración... (p. 206). A pesar de ese “pesimismo”, Aranguren abriga la esperanza de un diálogo: cuando el catolicismo de autocrítica sea el catolicismo del futuro (p. 214), y se siente algo optimista porque “el pluralismo católico se ha abierto paso ya en la Historia porque ya no hay anatemas” (p. 214).
También se lamenta de que el comunismo no tenga capacidad de convergencia con lo religioso, aunque no cierre el campo al resto del marxismo al respecto (pp. 210 y 211).
Lucio Lombardo-Radice parte del “pluralismo científico socialista”, superador del monolitismo staliniano: “el pluralismo es una necesidad interna de la revolución” (p. 64). Quiere esto decir que el marxismo dialogante de Lombardo-Radice admitiría la expresión libre de opiniones. El instrumento para esto lo “encuentra” el autor en la figura del Estado liberal aconfesional: “Pensamos que una recuperación marxista del concepto liberal del estado aconfesional sería muy fructífera” (p. 65).
Machovec interviene de un modo sorprendente —llamémosle sincero— en este diálogo. Explica cómo se podrá destruir el cristianismo más a lo científico y menos brutalmente; no porque le preocupe lo basto de los procedimientos, sino por razón de simple eficacia. Hay que realizar la “tarea histórica de abolir la religión sin aniquilar al hombre” (p. 110); “sólo un verdadero humanismo marxista del futuro podrá relegar de verdad la religión a la antigüedad” (p. 102).
Gilbert Murry hace una vulgar y tópica alusión al “Constantinismo”.
Althuser considera el socialismo como lo científico, y el humanismo como la ideología, siendo ésta siempre inferior a la ciencia.
El autor se presenta como un convencido comunista, para el que ninguna espera escatológica tiene sentido. La tarea imperante es la de acercar a todos los hombres de “buena voluntad” (pp. 155 y 156), “reduciendo a cenizas el mito filosófico del hombre”, a base de un ataque eficaz a la noción de Dios (p. 165).
Para Sacristán, el diálogo es posible: basta que se excluya a Dios (p. 200), que se le remita a la praxis (p. 201), y que se empiece por la ética (p. 201).
VALORACIÓN CIENTÍFICA
Como puede comprenderse —por su misma estructura y contenido—, el libro carece completamente de rigor científico. Nada se prueba, ni se argumenta; se reduce a afirmaciones, en general, bastante tópicas y a valoraciones históricas sin ningún rigor.
Podemos, sin embargo, señalar algunas características comunes de los ensayos que componen esta modesta pero significativa antología:
1. Los católicos se muestran más “abiertos” y menos realistas que los marxistas. Rahner, por ejemplo, se califica ante los marxistas como “su hermano cristiano” (p. 36), mientras que los marxistas así “hermanados” se limitan a hablar de sus “interlocutores” católicos, a los que Sacristán llama —a lo más— “posibles aliados” (p. 173).
2. Hay algo más importante —por más de fondo—: los marxistas del libro aparecen convencidos de su marxismo, mirando a los católicos desde arriba, mientras que los católicos del mismo libro aparecen aquejados fuertemente del complejo de inferioridad ante “la historia” y ante el marxismo, muy dudosos de su propia fe, dicho sea esto último en líneas generales.
3. Mientras que los marxistas limitan su autocrítica a un integrismo marxista que cifran sólo en Stalin (y no ciertamente en Lenin o en la U.R.S.S. actual), los católicos hacen autocrítica de la misma Iglesia católica, con un “meaculpismo” sin sentido e injusto para lo que ellos llaman el “integrismo de la Iglesia Jerárquica”.
Además, el libro está lleno de afirmaciones ambiguas, sin sentido preciso; basten los siguientes ejemplos:
“La teología negativa también es una teología. ¿Y cómo podríamos evitar dicho acto, si lo estamos realizando precisamente cuando gritamos: Dios ha muerto?” (Rahner, p. 42).
“El acto histórico colectivo de la constitución de un futuro no es, en el más suave de los casos, resultado de la mera teoría, sino también praxis que no se deriva únicamente de la teoría y que siempre implica violencia...” (Rahner, p. 52).
El escrito de Aranguren puede calificarse de caos mental (cfr., por ejemplo, pp. 203-206).
La falta de seriedad científica de Aguirre queda patente por lo expuesto sobre el contenido del libro.
VALORACIÓN DOCTRINAL
Respecto a las colaboraciones de los autores marxistas, la valoración doctrinal no puede ser otra que la del mismo marxismo, repetidas veces condenado por la Iglesia (cfr. Conc. Vaticano I, canon 2 De fide catholica condenando el materialismo; Enc. Qui pluribus, Pío IX, 1846, AP I 13; Enc. Quod Apostolici muneris, León XIII, ASS 9 (1878) 369-376; Enc. Divini Redemptoris, Pío XI, AAS 29 (1937) 92 ss; etc.).
Desde el punto de vista doctrinal, los autores católicos de este libro confunden un diálogo personal con el diálogo entre las doctrinas, que se reduce —en algunos casos— a una claudicación de la fe católica.
Es triste el espectáculo que esos autores ofrecen al tratar de la Iglesia; en algunos de ellos parece haberse perdido todo elemento sobrenatural, reduciendo el cristianismo a un mero humanitarismo.
Si para los autores marxistas la valoración doctrinal no podía ser otra que la del mismo marxismo, para los autores católicos no podrá ser otra que la de un progresismo filomarxista, lleno de equívocos, cuando no de graves errores.
J.M.
Volver al Índice de las
Recensiones del Opus Dei
Ver Índice de las notas
bibliográficas del Opus Dei
Ir a Libros
silenciados y Documentos internos (del Opus Dei)