Capítulo 11. Nuestro Director: la
verdadera relación de
José María Escrivá con el P. Valentín Sánchez Ruiz, sj. (Continuación).
Para mí es ahora evidente que Escrivá no le entregó su
diario íntimo (que por entonces no tenía), en el que dicen que venía apuntando
su vida interior desde 1918 aproximadamente. Estoy absolutamente convencido
que, en ese paquete de octavillas, Escrivá no desnudó su alma. No
exhibió toda su historia vital, por escrito, frente al jesuita. Es exactamente
lo OPUESTO a lo que el santo, el beato y sus prelaticios afirman. No le habló
ni expuso un diario con sus dudas de si ordenarse o no, la muerte de su padre, el
episodio de Perdiguera, la situación con su Obispo, las oposiciones para
trabajos civiles, etc, etc. En ese paquete había,
como digo, esquemas sobre un proyecto de obra, de una nueva fundación. Intentos
de delimitar los campos de acción. Borrador de Reglamentos. Ideas sacadas de
otras fundaciones surgidas recientemente en el exterior. Cuadros sinópticos.
Algunos de estos proyectos se salvaron de la quema del primer Cuaderno, y
constituyen el comienzo de los sobrevivientes. Son precisamente los escritos referidos
a estos meses: marzo de 1930 (Apunte n.4) a junio (Apunte n. 67)… Pero siguen
sin mostrarlos.
Ese proyecto fue lo que Norberto
y José María pusieron en un paquete en manos del jesuita. Allí no se hablaba
del malvado tío Carlos, ni de la muerte de sus hermanas pequeñas, ni de la
curación y la Virgen de Torreciudad, ni de las
huellas en la nieve, ni de barruntos, ni rosas místicas ni nada que no fuera institucional.
El P. Sánchez recibió el paquete
con las diversas propuestas en el Patronato, de manos del capellán joven, y
probablemente ante la presencia del capellán mayor (quien
lo animaba y sonreiría esperanzado con el efecto positivo que este paso tendría
en José María). El jesuita cargó aquella documentación. Necesitaba
estudiarla, trabajarla. Estudio que no era necesario si el pedido fuera para
ser confesor de Escrivá, por más compleja y contradictoria y patológica que
fuera aquella alma…
Aquellos papeles contenían unas
ideas muy dispares sobre lo que sería la Obra de José María y Norberto. Como va
dicho, aquellas hojas numeradas, a diferencia de lo que afirma la Prelatura, no
eran, ciertamente, notas sobre la vida interior de José María, sino esquemas
y diagramas sobre la obra que querían fundar, sobre sus apostolados, campos
de acción: ¿debemos hacer labor con sacerdotes o con seglares o con ambos? ¿Las
mujeres también?, porque Norberto decía que mejor más adelante, y José María se
sentía demasiado joven y guapo como para tratar con señoritas. El apostolado,
¿debían realizarlo con jóvenes o también con casados?
¿Deberíamos
fundar un periódico o con la promoción y suscripción a El Siglo Futuro era
suficiente? ¿O repartir El Mensajero Seráfico y El Iris de la Paz sería
un apostolado adecuado sin necesidad de montar editoriales propias? A lo mejor
debíamos apoyar a Mons. Manuel González y difundir El Granito de Arena,
aquella revista quincenal eucarística, órgano oficial de la Obra de las Tres
Marías y de los Discípulos de S. Juan de los Sagrarios-Calvarios, que se vendía
a precio voluntario. No era sencillo definir qué hacer en el marco de la buena
prensa. ¿O debíamos ir a trabajar a periódicos ya existentes?, aunque fueran
acomodaticios, comenzando por José María en El Debate de la ACNdeP, tanto para ganar esas pesetas, como para capturar
personas de talento…
Y así seguirían con las
preguntas, que estaban contenidas en aquellas octavillas. Por ejemplo, además
de casa urbanas, ¿deberíamos también abrir casas rurales de mujeres (Apuntes nn. 8 y 9). ¿Dios nos pedía o no montar una academia de
lenguas vivas que, como otras empresas, pague al Estado sus impuestos, y en
la que las alumnas todas paguen también? (Apunte n. 12) ¿Esas academias debían
ofrecer también clases de taquigrafía y escritura a máquina? (guiño al nuevo
modelo Smith Premier para las oposiciones
para burócrata de un ministerio del
gobierno… ¿Una escuela de oficios para obreros jóvenes es algo apropiado? Las
academias de los varones ¿debían enseñar derecho y arquitectura, o también
cursos de ingeniería?
¿Convendría hacer casas de
oración? ¿Otras diferentes de expiación, incluso clínicas y
hospitales a estos efectos? (Apunte n.16). ¿Y un tercer grupo de casas de
acción (como lo sería DYA)? ¿O sería mejor unir las tres en una, porque si
no es que queda en dudas lo de unidad de vida?
¿Tendremos que luchar contra el
laicismo con un aparente laicismo o con otras tácticas (Apunte n. 32)? ¿Cómo
financiar todos estos proyectos?
La coacción, la intransigencia y
la desvergüenza que debemos emplear como medios para cumplir nuestros fines,
¿pueden ser santas? (Apunte n. 37).
Por otra parte, la cruz que debe
estar bordada en los hombros de nuestras capas de verdaderos religiosos in
re (Apunte n. 16), para utilizar en nuestras ceremonias internas (cfr.
Capítulo #xxx Caballeros Blancos), esa Cruz en puntas de flechas, ¿debe ser
roja para indicar que se tiñó en la sangre del Cordero sin mancilla, y que
estamos dispuestos, por Él, a volverla a teñir con nuestra sangre? (Apunte n.
37). ¿O mejor que la Cruz sea Verde, como la de los de san Rafael? (esto es muy
pero muy interesante: cfr. Capítulo #42).
Perdón si todo esto parece un
invento, algo nunca antes oído ni leído, aunque uno
haya pasado décadas en la Obra, pero realmente no es un delirio de Stoner. Eran
las preguntas que se hacían los dos sacerdotes por aquel entonces…. El que
deliraba era el joven que quería fundar y nos sabía qué hacer, y no yo que
explico cómo sucedió aquello en 1930.
Y así proseguían aquellas fichas,
que el P. Sánchez en Chamartín leería con cierta perplejidad, y convenciéndose
cada vez más de que ese proyecto necesitaba imperiosamente una dirección.
¿Debemos hacer labor con
obreros?, se preguntaban José María y Norberto (Apunte n. 39). ¿Y con
oficinistas? ¿y con catedráticos? ¿y con cónsules (guiño)?
¿Qué trabajos pueden ejercer las
mujeres de la Sección Femenina? (Apunte n. 43) ¿Pueden ser maestras? Porque ahí
ya están trabajando, y muy bien, las Teresianas de Poveda, quienes tampoco
llevan hábito (al igual que las Damas Apostólicas no llevaban hábito en la
calle). ¿Pero cómo permitir que las mujeres trabajen de maestras si yo tengo a
mi hermana Carmen encerrada en casa prohibiéndole ejercer su profesión? ¿Debería
a lo mejor pensar en permitirle salir a trabajar?
Tía Carmen como maestra.
Es increíble como fue recién en diciembre de 1933, que
José María permitió a Carmen trabajar unas horas… Hasta entonces él seguía
tratando de ser el varón de la familia, el hombre proveedor.
Y su familia pasaba, literalmente, hambre. Estaban en
la miseria.
Pocos meses antes de concederle permiso a su hermana
mayor, en abril de 1933, su hermano pequeño Santiago (Guitín,
entonces un adolescente de 14 años, y aproximándose a sus 14 años y medio…) le
preguntaba preocupado, con burlona seriedad que “cuándo se pagaría este mes
en su colegio” y que “me preocupara primero de sus alimentos” (Apunte n.
983).
En 1933, José María seguía con serias dificultades
económicas, y eso que ya estaba relativamente estabilizado laboralmente en
Madrid. No estamos hablando ni de las incertidumbres a su llegada en 1927, ni
las dificultades de los siguientes años. Ya se cumplían 6 años completos de su
estadía en la Capital. Tenía una red de apoyo y contención (guiño al querido
don Norberto). Había logrado en estos años establecer nuevas relaciones
sociales. Y aun así su familia pasaba hambre, estaban en la miseria, no podía
pagar el colegio de su hermano, ni llevar alimentos a la mesa familiar.
Por tanto, a lo mejor José María todavía tenía clavada la
espina de no haber ganado las 6.000 pesetas más otros beneficios inherentes al
cargo de cónsul con el que él había soñado, y que
había visto tan al alcance de la mano. Y se amargaba todavía más, y su virilidad volvía a estar en cuestión,
cuando veía que incluso sus alumnos ganan muchos miles de pesetas …
Y, en este contexto de necesidad económica, Carmen tenía
prohibido salir a trabajar. Escrivá mandaba en su casa. Al igual que doña
Dolores un poco más adelante tendría prohibido (¡por su hijo!) teñirse el pelo
para disimular las canas, y eso que era una mujer coqueta, femenina y
probablemente (no lo sé, pues soy varón) las mujeres le den una importancia
grande al cabello: es un tema sensible. José María querría evitar que, al salir
con su madre a la calle, hubiera quienes pensaran que el sacerdote tenía una
dama de compañía, o algún pensamiento así de turbio…
Y con Carmen tuvo un comportamiento villano (no lo
digo yo, ni cargo las tintas contra el pobre Fundador). Es él mismo quien lo
confiesa (Apunte n. 1091).
Y yo podría añadir, con Lucía Berlin: Escrivá tenía muy mal genio. Era cruel, intolerante y despótico[1]. Tanto
en su casa de la “familia de sangre” como más adelante para educar a sus
“hijos”.
Pues bien, recién en 1933 José María le dio permiso a su hermana
mayor para que trabajara de maestra, que era lo que ¡Carmen había
estudiado!
¿Habrá pensado incluso Carmen en hacerse Teresiana para
poder ejercer de maestra y salir de aquel hogar que yo califico como tóxico?
Pero le daría pena dejar sola a su madre, a la Abuela.
Y así, en diciembre de 1933, Escrivá reseña: Carmen da
ahora una clase y goza, la pobrecilla, ganando unos duros para vivir (Apunte
n. 1091). Y, nuevamente, no soy yo el que me refiero con ese tono despectivo y
condescendiente a la Tía Carmen: pobrecilla.
Visto el caso de Tía Carmen, la
pregunta sobre si las mujeres que integraran la Sección Femenina podrían
trabajar de maestras no era una pregunta teórica, sino que tenía mucha carga.
Se transformaba en algo muy personal. Que es lo habitual con Escrivá: sus
problemas personales, sus carencias, sus sueños, sus patologías, se reflejaban
en la Institución. Y es porque la Obra, tan compleja y enferma, refleja o
incluso se identifica con el Fundador. Es, literalmente, la Obra de Escrivá.
Perdón que me alargué en esta consideración, pero son las cuestiones que se
estarían planteando los dos capellanes de las Damas Apostólicas. De hecho,
Escrivá a lo mejor se preguntaría si Carmen podría llegar a ser de la Obra.
¿Cuáles debían ser las características que debían cumplir las mujeres? ¿Cuántas
generaciones
inmediatas de antepasados católicos deberían requerirse? ¿Dos o tres? Y los bautizados de adultos, ¿también
podrían ser admitidos o no?
Los sacerdotes asociados
¿podrán fomentar vocaciones para otras instituciones, órdenes o congregaciones,
además de para el seminario diocesano, o solamente captarán para la Obra? (Apunte
n. 51). (Lo de sacerdotes asociados no lo dicen los Apuntes liberados,
pero ya veremos que la primera Obra era sacerdotal (Capítulo #15)…Y en ese
contexto este Apunte tiene sentido).
¿Debemos gastar poco dinero con
el riesgo de que las obras que impulsemos sean pequeñas, o debemos gastar mucho
y confiar en la Providencia porque nuestra fe es grande, al igual que las obras
que proyectamos, y por tanto estar dispuestos a gastar lo que se deba, aunque
se deba lo que se gaste? (Apunte n. 60 y 61).
Si yo al escribir esto me canso,
aunque me divierto…, y a lo mejor vosotros también os fatiga al leerlo, ¿cómo
estaría el P. Sánchez leyendo decenas y decenas, y hasta cientos, de
estas cuartillas con planteos tan inconexos? Estaría agotado allá en Chamartín,
y saldría a dar un paseo para despejarse.
Bueno, y así proyectos y
proyectos. Hasta llegar al desequilibrado y chiflado Apunte n. 63 que
transcribiré completo más adelante en una nota al pie, y que aquí expongo un
fragmento. Aquel apunte en el que un Escrivá, probablemente alienado y
alucinando, planteaba otros proyectos que harían los suyos (ya lo dijimos, pero
es claro que €scrivá soñaba con pesetas…):
el periódico Tal regala 200.000 pesetas a la parroquia
Cual, para una biblioteca parroquial:
el Ateneo X levanta un pabellón en la Universidad
Católica de N.:
la ILOP regala un hermoso grupo escolar a las
Apostólicas:
el Centro Libre de Investigaciones históricas encabeza
con un millón la suscripción para el mejoramiento de los Archivos eclesiásticos
de la Nación:
La Clínica M. levanta un hospital católico en la misión
R. de China:
La revista P. inicia una suscripción, para entregarla al
Sto. Padre en la peregrinación próxima, con medio millón de pesetas, etc.
(Produce ternura ver como el
joven capellán soñaba con donar un colegio a las Damas Apostólicas de doña Luz,
la hija de la Marquesa, que era quien le pagaba el sueldo.)
Escrivá iría poniendo por escrito
una a una toda esta catarata de ideas en cientos de cuartillas, que entregó al
P. Sánchez en un paquete, probablemente bien acordonado (Apunte n. 73).
¿Queda claro que, para mí es evidente
que los Cuadernos y las fichas correspondientes no tenían demasiados datos
sobre la vida interior de Escrivá? Es indudable que el paquete refería a los
proyectos de la Obra que estaban planificando con Norberto, y que José Pepe
Romeo los estaba ayudando a poner por escrito, a ordenar. Recordemos que, antes
que Escrivá acudiera al P. Sánchez, ya Pepe había leído una versión de estos
documentos para saber el estado al que estaba llamado.
El domingo 6 de julio entregaron
al P. Sánchez esas fichas, sueltas, aunque numeradas. Este las estudió y se las
devolvió el 21 de julio de 1930, confirmando que sí, que los ayudaría a poner
orden a todo ese popurrí de proyectos piadosos, que los ayudaría a ir
sacando de ese cajón de sastre las ideas buenas.
Les diría que todo era de Dios…
Todo era piadoso y aportaba al Reino. Pero que a lo mejor lo de las casas
rurales para las “numerarias” por ahora mejor que no, y que la revista para los
párrocos también sería mejor que esperara a otro momento. A lo mejor era
prudente comenzar por los jóvenes universitarios, sin grandes montajes, poco a
poco, tomando un chocolate en el Sotanillo. Que por ahora no pensara en donar
un millón de pesetas para el mejoramiento de los Archivos eclesiásticos de
la Nación, ni que se comprometieran a levantar un pabellón en la
Universidad Católica de no sé dónde, ni por ahora dar ningún paso para levantar
un hospital católico en la misión de China. Tiempo al tiempo. Al paso de
Dios. Sin prisa, pero sin pausa.
Les diría que, a lo mejor, Dios
quería que comenzaran con una catequesis en un barrio de la periferia. Y que
podría proponerse organizar un grupito de estudiantes a quienes ofrecer algunos
comentarios sobre virtudes cristianas, leer el Evangelio, y tratar de temas
como piedad, estudio, fraternidad, sigilo, obediencia, y por ahí. Y a
Escrivá le parecería bien, comenzar de a poco, buscando algunos jóvenes.
Moderar aquellos impulsos era justamente el rol que solicitaron
que ocupara el P. Sánchez. El jesuita evidentemente hizo esto, después de leer
esas cuartillas tan dispares. Aportó dirección y moderación al
proyecto.
Después de la entrevista, Escrivá
comenzó a pasar los papeles sueltos a unos cuadernos. Lo que tenían organizado
hasta entonces ocupó el primer cuaderno de tapas de hule, y parte del segundo
también. Años más tarde, y pese a las prohibiciones de sus confesores, además
del dichoso paquete de octavillas, quemó
también el primer cuaderno, y
eliminó el comienzo del segundo: en concreto más media carilla, perdiéndose el
material del reverso, y manteniendo sólo las últimas cinco líneas de la página,
para extirpar exactamente lo relativo al segundo supuestos episodio
fundacional… Lo que sobrevivió comienza el 11 de marzo de 1930.
A estos cuadernos de tapas de
hule los llamaré, con un guiño literario, los Cuadernos Gran Jefe (cfr. Capítulo 18)[2]. Dicho sea de paso, con lo
de la quema: los manuscritos que relatan el encuentro con el P. Sánchez se
salvaron por muy poco del fuego... Como ya indiqué en el artículo sobre la
quema, si el Cuaderno I hubiera tenido unas pocas páginas más, entonces el encuentro
con el P. Sánchez se hubiera redactado allí, y no tendríamos la versión
original de aquella primera, segunda y tercera entrevistas...
Todo esto es lo que estuvieron
preparando y numerando don Norberto y José María el día anterior y siguiente a
la entrevista con el P. Sánchez del día 5. El a propósito largo texto anterior,
consistió sólo en titulares de lo que tuvo que leer el bueno del P.
Sánchez… Lo que reseñé esquemáticamente constituye únicamente la delimitación
de los campos de acción. No incluí otros dos aspectos esenciales como
son: espiritualidad o la formación de los miembros… En cualquier
caso, tengo para mí que en aquellas fichas había mucho más de acción, de obras
“materiales”, que de verdadera espiritualidad, de un
verdadero carisma. Era un conjunto de ideas, algunas de las cuales las había
leído en los periódicos (¡!), otras le habían llegado de sus consultas a
instituciones modernas del exterior, otras habían surgido de sus conversaciones
con sacerdotes en la Calle Larra, o extranjeros que visitaban Madrid y
celebraban misa para las Damas Apostólicas, etc.
En otro sitio diré que Norberto,
el sacerdote mayor, era el encargado del aspecto espiritual de la Obra
(¡qué herejía a oídos de los prelaticios!). Era responsable por la formación de
sus miembros. Nada menos que del carisma diríamos hoy… Mientras que por su
parte José María, el joven presbítero, era el encargado de la acción, de
conseguir y movilizar estudiantes... A modo de ejemplo, en mi relato es más que
posible que haya sido don Norberto quien incluso redactara la primera versión
de las Preces que todos los días rezamos en la Obra… Si esto fuera así, en este
momento sugiero que durante ese rezo diario sería una oportunidad noble de recordarlo,
y encomendarnos a su intercesión… Sería realmente hermoso que hoy siguiéramos
rezando, diariamente y de manera corporativa, con un texto elaborado de puño y
letra por Norberto. ¡Dios se lo pague de ser así! Ocultarse y desaparecer,
nunca mejor dicho. Y hacerlo, rodeado de calumnia e incomprensión, que fue lo
que Escrivá le propinó a partir de determinados sucesos de 1935, a los que
llegaremos a su debido tiempo, pero todavía falta mucho: estamos en 1930.
Volviendo a las Preces, que vienen muy bien en este contexto, en mi marco de
referencia es muy lógico que sea el P. Sánchez quien tan solo cuatro meses más
adelante ese mismo año tenga que aprobar de forma institucional o
corporativa las “Preces ab Operis Dei sociis recitandae” (Apunte n.
123, que Dios quiera no esté manipulado). Y lo hizo en su papel de Director o moderador de la Obra. En ese rol las aprobó, no
solo para Escrivá, para su “devoción personal” (que no lo eran en exclusiva),
sino que otorgó una aprobación también para Norberto y Pepe, que lo habrán
ayudado -cuanto menos- a redactarlas y copiarlas… Un ejemplar lo enviarían a
Isidoro, quien se enteraba más bien de poco desde Málaga, y esos eran todos los
miembros de la Obra en diciembre de 1930. Las Preces, posiblemente redactadas
por el bueno y piadoso de don Norberto, las tuvo que aprobar el Director de la Obra, jesuita P. Sánchez... Pero dejo por acá
esta interrupción, en la que presento muchos temas que veremos con más detalle
llegado el momento, para conocer más de don Norberto.
Para mí ahora es evidente que ese
paquete tenía muy poco de la vida interior de José María, y mucho de las ideas
que habían estado recabando de esas instituciones católicas modernas del
exterior, que ya mencioné (cfr. Capítulo #10), esas de Albania, Hungría,
Polonia, Francia, Italia, Holanda, Estados Unidos. Estoy 100% seguro que en
aquella documentación Escrivá no le estaba mostrando al jesuita lo relacionado
con su vida interior, ni el asunto de Perdiguera, ni sus dudas vocacionales, ni
todo lo de Zaragoza, ni si él personalmente vivía o no el silencio mayor y
menor, o los propósitos de sus ejercicios espirituales (¿cuáles?), o si su
devoción a Mercedes Reyna era saludable o enfermiza. Esas octavillas creo
definitivamente que no eran, contra lo que dicen los prelaticios, aquellas
notas de vida interior (Catalinas, las llamaba) que venía escribiendo
desde que tenía 16 o 18 años... Le entregó al jesuita las notas que había
tomado sobre los objetivos, medios, y organización de la Fundación que estaba
preparando, para ver si el padre Sánchez accedía a dirigir aquella posible
nueva institución, marcando y validando sus grandes líneas de acción,
sugiriendo una forma jurídica apropiada, facilitando contactos, analizando
cuándo presentarse a la aprobación del Obispo, etc.
Luego de estudiar con atención
toda la documentación durante dos semanas,
el P. Sánchez le devuelve a Escrivá las notas, el día lunes 21 de julio de 1930. Esta
entrevista, la tercera por este tema clave, tiene lugar en Chamartín y no en el
Patronato. Allí subió José María, y posiblemente también Norberto. No había
necesidad de tanto estudio, de leer 235 cuartillas numeradas, ni ver
ningún esquema de la labor ni nada de eso, para aceptar ser director espiritual
o confesor de otro sacerdote, uno más de los muchos que acudirían al
confesionario de aquel jesuita...
Escrivá era complejo. Pero con
ningún posible penitente habría de tener que superar semejante período de
estudio de documentación para que alguien accediera a ser el confesor
habitual. Pero el jesuita sí requería este tiempo de estudio para asumir el
compromiso era ser Director General de la Obra, pues
esa tarea era otro cantar, otras responsabilidades…
(Lo de semanas estudiando cientos
de documentos, numerados correlativamente, para decidir o no ser el confesor de
una persona es algo que nunca había escuchado antes… No sé por qué motivo, bajo
qué embrujo, cientos o miles de personas, muchas de ellas inteligentes, nos
creímos semejante bulo prelaticio. Nuevamente, me sorprende la capacidad que
tuvieron Escrivá y Portillo de inventarse una historia y hacerla verosímil,
pero hace agua por todos lados. Y, además, lograron canonizarla. En esto,
trabajaron de maravilla.)
Llegarían por tanto José María y
posiblemente Norberto a Chamartín. Era el día lunes,
21 de julio. No sé si entonces como ahora, el lunes es un día más libre para
los sacerdotes. La última vez que José María había visto a Sánchez fue el
domingo 6. Supongo que, por aquel entonces, no se confesaría con regularidad
heroicamente semanal… O que se confesaría semanalmente con otro sacerdote (¿don
Norberto?). En cualquier caso, no hay constancia de que haya visto a Sánchez
entre el 6 y el 21.
Es muy probable que Norberto
también acudiera a Chamartín, porque le parecería bien llevar a pasear a José
María, para que se despejara, y también porque él estaba muy interesado en el
resultado y éxito de la gestión con el P. Sánchez. Verdaderamente a Norberto se
le hacía difícil encauzar a José María, quien después de la decisión que había
tomado el 14 de febrero de ese año de 1930, estaba como febril, ansioso… Tan
insoportable que acudía a casa de Norberto también por las noches para seguir
exponiéndolas ansioso nuevas ideas, de forma atropellada. Y Norberto le diría
que las pusiera por escrito, que así los pensamientos se aclaran. Norberto
hacía lo que buenamente podía, pero él, que había estado enfermo de los
nervios, es que el acelere de José María en este período lo sobrepasaban un
poco. Por tanto, no estaba mal ir a las afueras de Madrid, andar un poco,
despejarse, y confiar que la entrevista con Sánchez fluyera bien.
Como ya he sugerido antes para la
primera entrevista, no hay que descartar que Norberto hubiera apalabrado de
antemano al P. Sánchez…, al igual que José María apalabraba antes al
catedrático amigo Pou de Foxá cuando llevaba alumnos
tontos a examinarse a Zaragoza, porque era imposible que aprobaran en
Madrid (aristócratas más o menos necios y a jóvenes corridos más o menos
vagos). Había que hacer lo que hiciera falta para ganar esas pesetas (cfr.
Capítulos #35 y #37, en que hablaremos de la venta de aprobados…).
Además, Norberto estaba involucrado personalmente en el proyecto apostólico.
Para él también era algo ilusionante. Algo que lo rejuvenecía, que lo alegraba.
Para él también la Obra era gran parte de su vida, de sus afanes, de sus
desvelos. Por tanto, si bien no tengo confirmado por ahora que Norberto
acudió a Chamartín ese día, no es nada descabellado. Y, de hecho, acudirían
juntos numerosas veces en los meses siguientes…
Arribaron pues a Chamartín,
supongo que a la Casa de Ejercicios aneja al Colegio Nuestra Señora del
Recuerdo.
Se presentaron, nerviosos.
Esperaron.
El P. Sánchez los recibió. Y fue
grande la alegría del grupo cuando les comunicó que, luego de estudiar el
asunto de la Obra, accedía a ser el Director. Director
de la Obra, que no únicamente director espiritual de Escrivá (para lo cual no
había necesidad de estudiar durante dos semanas un paquete de cuartillas con
esquemas sobre la posible fundación…, que esto es lo que yo creo que tenía
aquella documentación, y que no era la agenda con propósitos de vida interior
del Fundador…). Y el Director entonces cumplía funciones de capellán, por
lo que José María se confesaría también con él (si es que no lo estaba haciendo
desde al menos 1929…)
¡Qué alegría! Volvían a bajar
desde Chamartín, Norberto y José María, caminando ligeros a la par. ¡Cuánto
habían rezado desde el 5 al 21 de julio! Incluso y probablemente alguna romería
a Mercedes Reyna (como mencionamos en el Capítulo #8.5). Comenzaba una nueva
etapa. A new hope. De regreso al Patronato o a sus casas, se detendrían
a festejar con un chocolate y churros, en el Sotanillo o en algún otro sitio
histórico para la Obra. ¡Esta respuesta del jesuita bien merecía un festejo!
Y así José María redacta una
nueva cuartilla, un papel suelto (todavía no tenía sus famosos cuadernos de
tapas de hule). Y en una ficha, el joven sacerdote dejó constancia de ese día
tan señalado. Unos meses más adelante utilizó ese papel (que no sabemos
exactamente qué decía, porque lo quemó) para redactar, ahora más formalmente,
una nueva entrada en sus Cuadernos Gran Jefe (que
ya los había comprado, en concreto el segundo cuaderno). Aquel día recordó los
eventos de julio de 1930 y escribió:
el lunes 21 del
mismo mes, en Chamartín, me devolvió las notas el Padre y se comprometió a ser
nuestro Director. Laus Deo!
(Apunte n. 73)
Todavía percibo la emoción y la
alegría en ese Apunte escrito tres meses después de los eventos reseñados. Hay
un poco más de serenidad con relación a la excitación y ansiedad que yo creo
que hubo en aquellos días de julio. Escrivá transcribió el proyecto
fundacional, con buena caligrafía en los Apuntes anteriores a este n. 73, y
luego explicó cómo el P. Sánchez había accedido a ser el nuevo moderador, el Director.
Este Apunte n. 73, más sereno, se
registró para la historia. Digamos, una crónica. Una constancia formal. A Dios
gracias, se salvó de la quema. Lo que Escrivá sintió, vivió, agradeció, y
eventualmente anotó en una cuartilla suelta el 21 de julio, no tiene por qué
ser lo que transcribió en el Apunte n. 73, que redactó en su Cuaderno II
probablemente unos días antes del 23 de octubre de ese mismo año (en que anotó
el n. 95 consignando que ese día terminó de pasar las notas sueltas a los
Cuadernos).
Habían, por tanto, transcurrido
tres meses desde aquel SÍ del P.
Sánchez, que anotó en una cuartilla suelta y más adelante transcribió en su
cuaderno de tapas de hule. ¡Tres meses y la vibración agradecida del Laus Deo! todavía se sentía.
Os propongo leer nuevamente el tenor
literal del Apunte n. 73:
el Padre Sánchez
se comprometió a ser nuestro Director.
¿Hay posibilidad de que Escrivá
esté escribiendo NUESTRO DIRECTOR en un sentido diferente al que yo he
planteado? Porque los prelaticios, desde siempre, han afirmado que allí Escrivá
escribió lo que no escribió. Dicen
que allí hay que leer que el P. Sánchez se comprometió a ser MI CONFESOR. Pero
en realidad las dos palabras son diferentes. Primero, escribe en plural. Y,
luego, escribe Director. En la segunda sí concedo que
puede ser director espiritual, como
equivalente a confesor (aunque en ese caso hubiera convenido que lo escribiera
con minúscula…). Pero nuestro Director, en plural,
no deja lugar a dudas.
Yo la verdad es que sigo
asombrado al no haberme dado cuenta antes [de 2017] de la verdad que encerraba
este Apunte. ¡Siempre estuvo evidente ante nuestros ojos! Creo que en esto
radica la hermosura de los descubrimientos. De un teorema. De una melodía. De
una idea. De un nuevo concepto. Una vez descubierto, es evidente, y eso
lo hace hermoso. Ya no podemos dejar
de verlo. No podemos negarlo. Ahora leeremos lo que hay que leer: que el P.
Sánchez aceptó ser nuestro Director. Y al leerlo de ahora en más recordaremos
también, de manera indeleble, que Escrivá era un mentiroso. Y que Portillo lo
encubrió.
Aquellas fueron unas entrevistas
fundamentales en la historia de la Obra. Nos han ocultado y mentido
incesantemente sobre estos hechos. Tanto el santo, como el beato, como el
futuro siervo de dios, como los historiadores prelaticios. Creo que mi historia
es mucho más creíble que la suya. Y eso que no cuento con los documentos de los
que ellos disponen.
Y es lógico que el P. Sánchez
fuera el Director de la Obra. Escrivá actuaba, esta
vez, de acuerdo con el derecho canónico. En efecto, el Código de 1917 preveía que
hubiera un Director (moderador) en TODAS las
asociaciones de fieles (ya fueran de clérigos o laicos, asociaciones privadas o
públicas). Era el canon 698. Actualmente (canon
309) no se requiere por ejemplo que el moderador sea siempre sacerdote
(lo mantiene sí para las asociaciones clericales). En las asociaciones de
laicos, ahora el moderador puede ser laico, y puede ser designado por la misma
asociación. En 1917 el Director o Moderador debía ser
sacerdote, y de ordinario desempeñaba el oficio de Capellán… Actualmente, entiendo que por eso de separar el fuero interno y externo, en general el
director no puede ser el capellán… (Agradezco a J quien en marzo de
2018, cuando le compartí estas ideas, me sugirió revisar el Código de 1917[3].)
El papel del P. Rubio con las Damas Apostólicas encuadra
perfectamente en estos cánones de 1917. De hecho, el P. Rubio ayudó a redactar
las constituciones de la fundación de doña Luz, y las tenían preparadas en
1918. Al igual que Sánchez ayudó a Escrivá con su Códex. El P. Rubio también
sugirió que la Fundadora no presentara los documentos al Obispo para su
aprobación hasta varios años más tarde..., al igual que el P. Sánchez sugirió
lo mismo al Fundador… (Apunte n. 1192). Y, al igual que doña Luz solicitó al P.
Rubio que fuera el Director de la Apostólicas, el
joven José María solicitó lo mismo al P. Sánchez: que fuera el Director de la
nueva, e innominada aún, Obra. (Como va dicho, es simpático notar que el
P. Sánchez había sustituido al P. Rubio en la dirección de las Damas
Apostólicas…).
La Obra, aunque fuera una asociación privada sin
personalidad jurídica, requería unos estatutos mínimos, y a eso se dedicó
Escrivá, preparando la futura fundación. Y el P. Sánchez dirigía o
moderaba esos proyectos. Al igual que lo que ocurrió con las Apostólicas del
SC, los de la Obra tardaron unos años en presentar los estatutos para su
aprobación. Todo esto es indudable ahora para mí.
Si bien todavía no estaban aprobados o revisados o
reconocidos, no es disparatado que aquellos sacerdotes buscaran un director, un
moderador, alguien que más adelante los ayudara en la presentación de la
documentación en la curia… De hecho, supongo que fue precisamente en ese rol de
Director que Escrivá le presentó al P. Sánchez los
Reglamentos que se aprobarían en 1941 (y que al ver en lo que se había
transformado la criatura, y que sus consejos no eran bien recibidos por
Escrivá, significó la ruptura con el jesuita, y el traspaso de la dirección al
Obispo Mons. Eijo, a quien mencionaré más adelante).
En definitiva, que hasta resultaría chocante que durante
13 años la Obra no hubiera contado con una figura de ese estilo...
Cuando se intente escribir la
verdadera historia de Escrivá y su Obra, entiendo que un capítulo debería
titularse así: “Nuestro Director”. Por la relevancia
que tuvo esa guía, durante muchos años. Por las consecuencias de haber dejado
esa dirección externa. Por las mentiras y más mentiras que Escrivá utilizó para
modificar el pasado. Para destacar la innoble forma de ocultar este episodio
que tuvieron todas las biografías del santo, y la Positio. Y por tantas otras
razones, definitivamente un capítulo debería ser Nuestro Director.
Hacemos un corte por aquí, y
antes de seguir con el P. Sánchez, adelantaremos algunos otros capítulos que son necesarios en este punto:
Adelanto del Capítulo
#28. San José María Rubio. “El Apóstol de Madrid” (Parte A).
Adelanto del
Capítulo #9. San Manuel González.
Capítulo #28.
San José María Rubio. “El Apóstol de Madrid” (Continuación).
Continuación del
Capítulo 11 sobre el P. Sánchez: La fotografía de 1930 y otros temas.
Continuación del
Capítulo 11 sobre el P. Sánchez: La ruptura en 1940.
Adelanto del Capítulo 13: Isidoro. ¡Tomarlo!
[1] En su Manual
para mujeres de la limpieza, que realmente no
recomiendo, aunque la frase viene como anillo al dedo para describir a Escrivá.
[2] “Yo me imagino al joven José María Escrivá, encerrado en
su habitación, tomando notas con fruición en sus cuadernos de hule, al
igual que Ignatius J. Reilly hacía lo propio en sus
cuadernos Gran Jefe... Y Escrivá se alegraría al saber
que una institución tan moderna y tan apoyada por el Papa no trabajaba en
España, y que daba santos de altar como […]. Y mezclaría todo con un poco de ignacianismo del que había bebido en los últimos años, y
añadiría algo de las ideas de […], y ya estaba el caldo a punto para que
naciera su Opus Dei. Al menos una versión inicial, porque, aunque los
prelaticios no quieran reconocerlo, la Obra de Escrivá cambió a lo largo de los
años al menos tanto como cambió el nombre de su Fundador…” (Capítulo #18.1).
[3] “Lo del P.
Sánchez (S) es muy interesante, porque explica bastante bien lo del director y
la catalina 73. Yo he recordado que, en el caso de las monjas o religiosas,
siempre era necesario en aquellos tiempos un director, un sacerdote que
sirviera de criterio para al menos frenar las iniciativas descabelladas de las
fundadoras. También parece que ha sido una necesidad en el caso de fundadores
de uniones religiosas de hombres (…). Tendrías que mirar en el CIC de 1917 para
estudiar si lo que te digo era algo obligatorio: por ejemplo
con las cofradías y con las pías uniones.”