Las prácticas religiosas de
quienes perdieron la fe.
Jacinto Choza, 1
de noviembre de 2006
1.- Condicionamientos aversivos. 2.- Dejar la institución
para salvar la fe.3.- Religión, fe, moral y sexo. 4.- )Qué es lo que uno pierde
cuando pierde la fe? 5.- Volver a empezar, ¿volver a
Dios?
Queridos E.B.E. y Angel: Me han impresionado mucho vuestras cartas sobre
“Rezar después de irse”, y me han impresionado también los comentarios de
algunos amigos asiduos de la web sobre ellas. Me
gustaría añadir algunas observaciones que corresponden a experiencias personales,
mías o de algunos amigos, y que describen situaciones análogas a las señaladas
por vosotros. Y me gustaría aportar algunas ideas que quizá resulten aclaratorias.
1.- Condicionamientos aversivos.
En líneas generales el
abandono de la plegaria, e incluso de la fe, después de dejar la Obra, está en
relación con lo que los piscólogos llaman
condicionamientos aversivos de la conducta. Una de
las maneras de preparar a los perros para la lucha, y a veces a los toros para
la lidia (independientemente de la selección artificial que llevan a cabo los
ganaderos), es maltratarlos hasta desencadenar de modo permanente e
irreversible su rabia y su bravura. Las terapias de condicionamiento de
conducta siguen el mismo patrón.
Si una persona siempre que
ha rezado ha recibido malos tratos y, por ejemplo, ha usado ropa de casa
(toallas, servilletas, sábanas, etc...)
de color morado, a partir de un tiempo
determinado, cada vez que vea una iglesia, oiga una salve y toque una biblia, o simplemente vea una pared morada en una cafetería
o una tienda de juguetes, escapará a toda prisa de esos sitios y esos
estímulos. Es como decís. Hay buenos textos para ilustrar la situación. En el
ámbito psicológico, el más famoso es el ensayo de B.F.
Skinner, Más allá de la libertad y de la dignidad , donde
expone los principios generales del condicionamiento de conducta. En el ámbito
cinematográfico, probablemente la obra más famosa es La naranja mecánica,
y en el ámbito literario, la novela del propio Skinner
Walden 2 y, sobre todo, la novela de Orwel, 1984. Es posible que leyendo algo de eso haya
más gente que encuentre explicación al hecho de que le resulte repugnante o
indiferente muchas cosas que tienen que ver con la religión.
Como dice E.B.E., se ha abusado tanto de las prácticas
religiosas, se ha inducido a tanta gente a tantas aberraciones mediante ellas,
que al final se le ha hecho perder su propia dignidad a la religión y a las
instituciones religiosas. Se les ha hecho perder su valor, y, por tanto, lo que
hacía que se les tuviera respeto, y no digamos aprecio.
2.- Dejar la institución
para salvar la fe.
No estoy seguro de que haber
practicado la escisión entre la Iglesia y la Obra, entre la fe cristiana y la
fe en la Obra, sea lo que permita mantener la fe y la práctica religiosa
después de irse. En mi caso y en el de parte de mis amigos, fue efectivamente
así, pero no en el de otros amigos y conocidos. Pero aun así no puedo asegurar
que el hecho de conservar la fe sea debido a eso, más que a estar juntos y
habernos ayudado unos a otros, más que al haber contraído matrimonio con mujeres
con hábitos religiosos, más que a haberse encontrado de verdad con Dios a
partir de entonces, como dice E.B.E., o a otras causas. También conozco casos de
buenos amigos y amigas que, al dejar la Obra, han mantenido la fe por mantener
hábitos adquiridos en la Obra o antes, aunque se hayan sentido muy maltratados
en sus años de numerarios o numerarias, o que la han mantenido por haber
seguido en un contexto de práctica religiosa, o por otros motivos.
Tengo un buen amigo que dejó
la Obra para salvar su fe. Había llegado a una situación de graves
somatizaciones de problemas existenciales, y avisado por el médico (de la Obra)
de que esas somatizaciones no eran problemas médicos y de que había que
resolverlas en otra sede, le dio muchas vueltas al problema hasta que decidió
dejar la Obra para que el rechazo que experimentaba hacia ella no se
transfiriese a la Iglesia o al cristianismo. Dejó la Obra, pero unos años después
experimentaba una fuerte extrañeza e
intensa lejanía respecto de la Iglesia y la religión.
3.- Religión, fe, moral y
sexo.
Hay otros casos que me
resultan también familiares y conocidos. Los de quienes abandonan la práctica religiosa,
o, en general, la fe o la religión, al dejar la Obra, porque empiezan una vida
normal de relaciones eróticas y encuentran incompatibilidad entre ejercicio de
la sexualidad según las prácticas comunes de las sociedades del siglo XXI y la
Iglesia católica. Eso ocurre también, y por los mismos motivos, con muchas
personas que no han sido de la Obra.
Personalmente esas
situaciones me parecen muy lamentables. Para aliviarlas escribí y publiqué Metamorfosis
del cristianismo y estudié un poco ese tema en los capítulos 1, 3 y
6. Después, para sacar de situaciones análogas en algunos amigos de la web con quienes había hablado del tema, escribí Pequeña
historia cultural de la moral sexual cristiana, que envié a la web y publiqué en una revista de filosofía.
Entre los diversos efectos
que ha tenido ese texto de la web, es particularmente
ilustrativo el caso de un divorciado que
había sido de la Obra. Después de haber sido abandonado por su mujer, con la
que había convivido más de 20 años, logró reconstruir su vida afectiva y
familiar con otra mujer, pero como su matrimonio no estaba anulado, se
consideraba incurso en adulterio y, por lo tanto, excluido de la vida
cristiana. La lectura de la Pequeña
historia... de la web le permitió reiniciar
su vida cristiana otra vez. Lo mismo les ha ocurrido, según me han contado, a
otras personas, solteras, mayores de 40 años, que pensaban que sus relaciones
afectivas no mediadas por el sacramento
del matrimonio eran incompatibles con su vida cristiana.
A algunas de ellas les ha servido
también otro escrito mío que no envié a la web,
Simbolismo sacramental del
cuerpo femenino, publicado en Thémata, n1 31, 2003, y que ahora envío por si cabe en el apartado
“Recursos para seguir adelante”.
Si se entiende bien que el
cristianismo es una religión, y no una moral, y que dentro de esa moral el
relieve que desde el siglo III hasta el siglo XX ha tenido el sexo se debe a un
conjunto de malentendidos y a circunstancias y cristalizaciones sociales y
culturales que ya se han disuelto, sobre todo a partir del pontificado de
Benedicto XVI, entonces la vida erótica, tanto de los que han sido de la Obra
como de quienes no lo han sido, deja de tener relevancia respecto de la vida
religiosa.
Sé que esto todavía resulta
muy sorprendente y novedoso para muchas personas, y que levantará polémicas, e
incluso muchas preguntas. Pero buena parte de las respuestas a ellas están en
esos escritos que he mencionado, y que pueden consultarse en la web, aunque quedan aun cosas por aclarar.
Con todo, queda por aclarar
un asunto importante en relación con el problema de la práctica religiosa de los que han dejado la Obra y de
los que han perdido la fe, y es el de poner en claro de qué pérdida se trata.
4.- )Qué es lo que uno pierde
cuando pierde la fe?
Responder a esta pregunta me
parece importante para los interesados en mantener una vida cristiana. La encontré formulada en el libro de D. Z. Philips, Wittgenstein and Religion, St. Martin=s Press, New York,
1994, y le dí vueltas en el capítulo 4 de Metamorfosis
del cristianismo. También entonces me detuve en aclarar cuán es la
situación en que se encuentra el que se describe a sí mismo como “creyente pero
no practicante”.
En gran medida los que
pierden la fe, y los que se declaran “creyentes pero no practicantes”, son
personas que abandonaron sus prácticas religiosas habituales y que, tanto
sociológica como psicológicamente, servían para identificar a alguien y para
identificarse así mismo como católico o como cristiano. Haber perdido la fe en
la mayoría de los casos quiere decir eso. Puede haber, además, un extrañamiento o un distanciamiento
respecto de la Iglesia como institución y de las prácticas más definitorias del
cristiano, como la misa dominical y algunos sacramentos. Esto es igual para
quienes dejan la Obra y para muchas personas que no han estado vinculadas a
instituciones religiosas.
En esas personas puede haber
una indiferencia en relación con esas prácticas, y un recuerdo de ellas a veces
con rechazo y a veces con nostalgia. Quienes tienen nostalgia de una vida
religiosa según señas culturales de identidad bien fijadas y públicamente
reconocibles, a veces pueden experimentar una recuperación de ellas en
comportamientos como el que me cuenta otro amigo de la web.
“Muy buenos estos artículos, especialmente el de EBE.
Así me siento yo todavía, incapaz de elevar una plegaria a Dios según la
práctica tradicional de los rezos católicos.
Pero sé que hay otras maneras de comunicarse con Dios, como por ejemplo,
participando en su amor dándoselo a los demás, haciendo una familia, poniendo
buena cara, actuar en la vida con esa sonrisa de enredo y admiración por todo
lo que ve, etcétera. En fin, que el buen Dios reparta suerte. Un abrazo”.
Esta es la forma de
recuperar o retomar la vida religiosa o las prácticas religiosas, las personas
como mi amigo, pero esa era también la situación de las personas más sensibles
del siglo XIX y del XX, que empezaron la vida religiosa de otra manera.
5.- Volver a empezar,
¿volver a Dios?
Así, “Friedrich Heer considera como una
cifra del siglo XIX= la temeraria
y heroica, trágica y grandiosa, peligrosa y necesaria tentación de los poetas
de anunciar de nuevo, con nombres intactos, después y a pesar de los teólogos
de profesión, Dios, el hombre y la naturaleza=. En la función
de mediadores, advertida sólo por íntima vocación, no confirmada por ninguna
ordenación consecratoria externa ni por ninguna
autoridad del viejo mundo europeo, en este hacer vicariamente
las veces de profetas, de teólogos, de sacerdotes, de liturgistas, residen el
esplendor y la miseria de los poetas neo-europeos, desde William Blake, Hölderlin y Leopardi, pasando por Rimbaud y Verlaine, hasta Rilke, Valery, Eliot y Benn@( K.O. Apel, Die Idee der Sprache in der tradition des Humanismus von Dante bis Vico, H. Bouvier, Bonn, 1963, nota (104) del cap.
XII).
Junto a ellos habría que
situar al autor de la carta que he transcrito, a
otros amigos que se convirtieron al Islam porque encontraron allí la vida de un
Dios que no era persona, a los que rechazan, en el cristianismo, esa
“personificación” de Dios tan típica del cristianismo greco-romano (y que quedó
descrita en el capítulo 1 y 2 de Metamorfosis
del cristianismo), o a los que rechazan unas prácticas que les
resultan demasiado artificiosas, tanto si están asociadas a malos tratos
psíquicos y a abusos de diferente tipo, como si no.
A mediados del siglo XX no
había ningún reconocimiento por parte de autoridades
de ninguna iglesia, de ninguna confesión religiosa, hacia actitudes y hacia
obras poéticas como las señaladas. No podían percibirse como algo positivo
desde el punto de vista de la revelación o desde el punto de vista de la religión.
Más bien lo contario. Se señalaba como algo peligroso, confuso, "panteísta", en comparación
con la precisión y pulcritud de las formulaciones dogmáticas, que entonces
eran consideradas ellas mismas casi como reveladas. Pero a finales del siglo XX, y más aún en el XXI,
la actitud de las autoridades religiosas, incluso católicas, es más bien otra.
“No creemos
que el hombre moderno haya perdido el sentido de lo simbólico y de lo
sacramental. También él es hombre como otros de otras etapas culturales, y en
consecuencia es también productor de símbolos expresivos de su interioridad y
capaz de descifrar el sentido simbólico del mundo. Quizás se haya quedado ciego
y sordo a un cierto tipo de símbolos y ritos sacramentales que se han
esclerotizado o vuelto anacrónicos. La culpa, en ese caso, es de los ritos y no
del hombre moderno. No podemos ocultar el hecho de que, en el universo
sacramental cristiano, se ha operado un proceso de momificación ritual. Los
ritos actuales hablan poco por sí mismos. Necesitan ser explicados. Y una señal
que tiene que ser explicada no es señal” (Leonardo Boff, Los sacramentos de
la vida, Sal Terrae, Santander, 1991, pp. 10-11).
Independientemente
de las situaciones de abusos y de maltrato que hayan vivido en la Obra las
personas que la dejaron, la ceguera de la institución y su insistencia en
asumir y proclamar la prácticas que la Iglesia misma considera conveniente
superar y renovar, ya es de por sí suficiente mal trato para un creyente. Es
decir, el empeño en mantener la creencia según las fórmulas y expresiones más
increíbles, y en mantener las prácticas según los rituales más obsoletos y
esclerotizados, ya son suficientes para hacer perder la fe a quienes les son
impuestas.
Si por esa
esclerosis de las prácticas y las fórmulas religiosas pueden perder la fe los
que no están en instituciones religiosas, con mayor motivo pueden perderla los
que están dentro. Y eso también es aplicable a un cierto número de los
permanezcan dentro de la institución. Porque si una parte de los que la pierden
fuera no saben que es lo que pierden cuando pierden la fe, una parte de los que
la tienen dentro tampoco saben qué es lo que conservan cuando la conservan
(aunque la institución sí lo sepa, si es que las instituciones realmente pueden
saber).
Jacinto Choza
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