La cara humana del Opus Dei.- Carocha
Fecha Wednesday, 25 April 2007
Tema 020. Irse de la Obra


La integridad de los hijos no es negociable y mucho menos teorizable o sujetable a circunstancias o condiciones: y no se trata de “defender a la familia”: los hijos no son “familia” : son crías de fieras salvajes, que somos nosotros, los padres. Con fieras salvajes es difícil y aburrido conversar, porque siempre tienen razón y porque manifiestan su desagrado de manera irrefutable e inquietante. (Aquí habla una que fue numeraria y que ahora es madre, y así ha visto con perplejidad su filosofía de vida alterada y tal vez enriquecida).

La cara humana del Opus Dei, que es, cruelmente, el preciso opuesto de su cara real, es en grande medida lo que hace que gente inocente, muchas veces muy joven, y por eso con todas las inseguridades por resolver, se confunda y se aproxime confiadamente: y cada uno de los que se aproximan es hijo de unos padres que ciertamente le defenderían hasta la muerte si supieran que en la recta final de la vida de sus hijos en el Opus Dei está la fragilización total, la despersonalización, la soledad y la muerte en el alma. Ese es un capítulo tremendo de la historia del Opus Dei y de cada uno en el Opus Dei: el frío, calculado, metódico y brutal sufrimiento causado a tantos, y por razones indisculpablemente falsas. La cara humana del Opus Dei es también la que tantas veces, con empatía real o aparente, escucha, anima, desdramatiza, consola: y confunde, adía, remienda, y torna soportable y hasta deseable aquello a que, sin hesitación, con perversidad calculada, llaman “entrega”.

Y algo más, muy serio, en mi opinión: esos hijos nuestros (nosotros, hace una generación) que pueden querer aproximarse del Opus Dei porque quieren aproximarse de Dios, no podrán sobrevivir allí ni un momento con sanidad mental si no viven una vida dupla, con frialdad, o con miedo, o con los dos: esa es, probablemente, una definición aceptable de fracaso radical de una educación y de inutilidad y degradación de vida, y es la última de las últimas circunstancias que yo querría para mis conmovedoras pero impiedosamente observadoras crías.

Un grande abrazo, en el silencio de la noche en la selva

Carocha









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