El tramo final de la vida de
Antonio Petit que
Libero nos ha hecho conocer me ha resultado gratificante y alentador.
Durante este fin de semana se sucedieron las conversaciones con amigos quienes recordaban las destacadas cualidades intelectuales de Antonio y, especialmente, su gigantesca vocación sacerdotal. Era de esos curas – verdaderas excepciones dentro del Opus Dei – que eran capaces de comprender y aconsejar como sólo pueden hacerlo quienes han recibido ese don tan especial. Mi esposa tuvo varias conversaciones con él en momentos difíciles encontrando en Antonio una ayuda inestimable.
Su muerte me ha resultado un ejemplo de valentía y honestidad. Valentía por cuanto sin un duro y enfermo tuvo el coraje de no seguir en una institución que ya no se reconoce a si misma. Honestidad porque en esa institución en la que estuve más de veinticinco años la única conducta honesta es la de Antonio: marcharse.
Dejo para otros los comentarios que merecen la conducta del Prelado, el funeral surrealista propio de quienes han hecho de su propia imagen un culto divinizado e impecable.
Prefiero quedarme con el testimonio de una vida santa que se entregó en una muestra de valentía y honestidad.
Segundo