Recuerdos de José María González Barredo.- Haenobarbo
Fecha Monday, 12 March 2007
Tema 100. Aspectos sociológicos


Estimado Joem:

 

No es desde ya mucho lo que puedo decirte de José María González Barredo. Hay varios que sin duda saben más de él y que ya escribieron al respecto en esta web, no hace mucho tiempo y que ahora te darán mas detalles.

 

Yo lo conocí allá por los años 80, en Pamplona, cuando formé parte del equipo que tenía por encargo ir a su centro a hacerle compañía, mientras que los que vivían con él tenían que salir a sus trabajos.

 

Recuerdo que una de las indicaciones que nos dieron, es que había que seguirle la corriente, escribir a máquina lo que nos dictara  y ayudarlo a hacer las normas… ah… y que no nos sorprendiéramos si en algún momento se quedaba en el aire, cosa que le sucedía por su enfermedad y por la medicación que tomaba.

 

La primera vez que lo vi, me encontré con un viejecillo amable hasta el extremo, muy metódico en lo que hacía, sencillo y sin pretensiones. Le faltaba una pierna, como consecuencia de un accidente, cuya naturaleza quizá alguno recuerde: tengo la vaga idea que se trató de un accidente con un tren, un tranvía o un subte… pero no lo tengo claro.  Usaba una pierna ortopédica que él mismo se había inventado.

 

Tenía un parkinson muy pronunciado, y quizá, a consecuencia del mismo accidente, tenía la cadera torcida, de forma tal que por decirlo mal y pronto caminaba en una dirección y miraba para otra.. Nade de eso lo arredraba. Era recio, con esa reciedumbre de quién ha dormido a la intemperie durante la guerra, de quién ha debido seguramente pasar hambre y… de quien aprendió a su modo el espíritu de los primeros. Nunca pedía nada que no pudiera proveerse por si mismo, no se dejaba ayudar, pese a su situación, salvo que fuera absolutamente imprescindible… se ponía y quitaba su pierna por si solo… no se si necesitaba ayuda para vestirse, pero no me sorprendería que no.

 

En lo alto de la puerta de su habitación, había hecho poner una barra de ejercicios, de la que se colgaba todas las mañanas para hacer flexiones. Era físico de profesión y según entiendo era brillante. Respecto a sus teorías y sus descubrimientos poco puedo decir, porque a pesar de haber mecanografiado muchas páginas de sus trabajos, jamás entendí absolutamente nada:  soy negado para la física y afines.

 

Hay dos hechos muy tempranos, que quizá marcaron su expediente cara a su futuro en la obra. Él refería – me lo contó a mi – que siendo estudiante, se cruzaba a menudo con el fundador en la calle, debían vivir cerca, y que se dio cuenta que el curita hacia lo imposible por tropezarse con él, cosa que le fastidiaba mucho; lo veía venir y se cruzaba de acera para no encontrárselo. Un día lo abordó con algún pretexto, y desde entonces no se lo sacó de encima… supe algunos detalles pero se me han olvidado. El tema es que cuando por fin le planteó la vocación, González Barredo, que ya por entonces era estructurado de cabeza, le dijo que deseaba consultar aquello con su confesor, que era nada menos que un jesuita bastante conocido por entonces. El fundador no podía negarse, so pena de perder la presa. El jesuita en cuestión, que vio que a su vez se le escapaba una posible vocación, le dijo algo así como: si puedes elegir entre una biblioteca bien ordenada, con sus ficheros y sus índices, ¿a qué ir a meterte en una que está en formación y que no te va a facilitar un estudio metódico y ordenado?

 

A González aquello le pareció una tontería y optó por la biblioteca en formación, sin índices ni ficheros. Seguramente pensó que mas le valía ser un pájaro libre para estudiar  y trabajar en lo que quería, que entrar a la Compañía a obedecer “usque ad cadaverem”… Desde luego no sabía lo que le esperaba.

 

El otro detalle, es que fue él precisamente el protagonista de la escena de la llave, que el fundador tiró a la alcantarilla, para no tener que convivir en la misma casa donde había una mujer joven, en momentos en que, por la guerra civil, “todos estaban con los nervios destrozados”. Singularmente esta falta de juicio del joven González Barredo, debe haber dejado una marca indeleble, de trazos fuertes, en su expediente personal:  una persona tan insensata no podía servir para determinadas cosas.

 

No se mucho más, solo que una mañana, mientras le ayudaba con la lectura o con la oración, utilizando una carta de don Álvaro recién llegada al centro, lo vi llorar como un niño, mientras repetía: no sé qué le hice… no sé por qué no me quiere… Cuando se calmó y se repuso, me pidió que me olvidara de eso y dijo algo así como: en verdad no sé que le hice, pero nunca me ha querido.

 

Hay por ahí en alguna publicación interna, una foto de D. Álvaro en el centro donde vivía don José María en los Estados Unidos. Fue a raíz de ese viaje que lo hicieron dejar su cátedra de física y volver a España, donde él no quería volver. Debió ser a principios de los años 80.

 

En Pamplona siguió desarrollando sus teorías e intercambiando ideas con colegas de varias universidades de Estados Unidos y de Europa, aunque sabía que internamente, es decir, dentro de la obra, sus trabajos no interesaban para nada y eran visto como manía de loco: de hecho tengo la impresión de que no se le hacia mucho caso.

 

Era muy rezador: a veces entre párrafo y párrafo de lo que dictaba, se detenía y rezaba una decena del rosario, por las intenciones del padre. A pesar de su estado físico y mental, estaba pendiente de las normas y no las dejaba pasar. Y a veces, en efecto se iba… de pronto todo en él se lentificaba, hasta que se quedaba rígido, a veces con una mano en alto, unas veces sentado y otras penosamente de pié: impresionaba verlo así, como una estatua de piedra que respiraba muy lentamente, hasta que poco a poco recuperaba el movimiento y el sentido.

 

Nunca dejaba ir al que lo había acompañado sin una palabra amable y afectuosa.

 

Haenobarbo









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