La ayuda de un Etecétera.- Kaiser.
Fecha Monday, 26 February 2007
Tema 140. Sobre esta web


La ayuda de un Etcétera.

si no me ayudais tú, Carmen charo, Isabel Nath, Ana Azanza. etc., ... ¿qué hago, qué hacemos?

(Nota de Agustina para Brisas del 23 de febrero de 2007).

 

Escondido en mi nick -que diría la propia Agustina- me incluyo en el etcétera con la voluntad decidida de contribuir a superar el escollo que habrá de permitirnos tomar conciencia de nuestra negación y reforzarnos en lo que nos identifica.

Entre el miedo y el amor, que decía Isabel, se nos ha colado otro sentimiento que participa de ambos y que es bueno descubrir y acotar para erradicarlo de entre nosotros. Es el odio. El encanallamiento en la aniquilación del otro. Lo que, siendo el otro nuestro, no puede llevar más que a la confusión, el estupor y la aniquilación de nosotros mismos y de aquello que nos da sentido aquí y ahora.

Con demasiada frecuencia, el género humano se ha servido de la diferencia para establecer la frontera tribal. Cazador o agricultor. Bárbaro o romano. Cristiano o musulmán. Colono o nativo. Ario o judío. Revolucionario o reaccionario. En todos los órdenes, preservar la identidad da sentido a la tribu como refugio, En ocasiones, especialmente cuando es débil el sentimiento identitario es dado reforzarlo por la vía del daño al otro. Pero ello, lejos de ser un motivo de satisfacción, debe verse en la perspectiva de los tiempos como un síntoma de decadencia. De ahí que importe y mucho reflexionar sobre lo sucedido con objeto de superarlo. Y en concreto, pienso que un buen modo de hacerlo puede ser preguntarse dónde está el otro, en primer lugar, y si el otro sólo es posible verlo como objeto de invectivas.

Voy a tratar de responder humilde y espontáneamente a la primera de las cuestiones, ya que considero que es la fundamental al objeto que nos ocupa y porque la segunda más bien la formulo como una invitación a que cada cual se la plantee a sí mismo y revise su posición con respecto a lo que le rodea.

Ana ha descubierto en Jacinto una diferencia. No ha hecho más que eso, descubrirla y señalarla. Una diferencia en el plano de la ética. Para Ana permanecer en un puesto obtenido en una situación de la que uno más tarde abomina no es ético. Y, en cualquier caso, no es lo que ella haría. Una diferencia que para otros no existe, como ha quedado en evidencia a la luz de diversas aportaciones posteriores. Y quienes se han visto identificados en ese rasgo tribal han arremetido contra Ana, a su vez, con desigual ánimo aniquilatorio.

Resulta que asomados al mundo exterior y engullidos por él, cada cual hemos ido adquiriendo o se nos han adherido pautas, comportamientos, hábitos, posicionamientos, tópicos, modos de actuar, preferencias, gustos, opiniones y hasta opciones políticas de las que se nos ofrecen abiertamente por doquier como a cualquier hijo de vecino, de modo que ya es posible detectar fácilmente un sinfín de benditas diferencias, contra lo que nos era propio en el mundo encorsetado de los criterios, buenos espíritus, costumbres y normas. Y es tan fácil detectar esas diferencias como saludable elevarnos sobre ellas apoyados en lo que nos ha tocado vivir en el pasado que compartimos y en lo que debe dar sentido a nuestra presencia ahora aquí, tal que testimoniar y ofrecer ayuda a quien lo necesite.

En ese sentido podemos hablar de un nosotros que nos singulariza colectivamente y que está por encima de lo que cada cual individualmente perciba de sí mismo y de los demás dentro de ese nosotros. Debemos entender que aquí y ahora, en este peculiar contexto nuestro, no está en juego la dignidad particular de nadie, un ego herido, la prevalencia de una razón sobre cualquier otra. Está en juego la vida de mucha, mucha, mucha gente que tiene derecho a encontrar en este lugar un asidero sólido al que aferrarse, haciendo bueno el aserto del famoso personaje de Unamuno: “hay que vivir y hay que dar vida”. Vivir para rescatar a la vida. Vivir. No matar al otro de entre nosotros mismos, negando con ello nuestra razón de ser y abocándonos a nuestra propia anticipada muerte.

Kaiser.









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