Psiquiatra Menguele.- Gorka
Fecha Monday, 05 February 2007
Tema 105. Psiquiatría: problemas y praxis


Yo llevaba más de 10 años en la Obra, y por lo menos 3 con recurrentes ganas de llorar, apatía, dificultad para concentrarme y cansancio extremo. Tras un breve paso por un médico generalista (se llaman clínicos en estas latitudes), que recetó deporte y unas vitaminas ineficaces, los directores y yo estuvimos de acuerdo en que debía ir a un psiquiatra. Estaba fuera de discusión que sería alguien de la Obra y, como en Buenos Aires no eran demasiadas las opciones, pedí una consulta con Alec Pike, numerario uruguayo, médico psiquiatra que por entonces -no sé si conserva esa práctica- pasaba uno o dos días en Buenos Aires y el resto de la semana en Montevideo. Creo que él era el famoso "Menguele" al que se refería E.B.E. Y si no, bien merecía ese nombre.
 
La primera consulta con él duró alrededor de una hora y media. Estaba presente el director de mi centro, como en las siguientes ocho o diez sesiones que fui. Expliqué lo que me pasaba en diez minutos, y el resto del tiempo (papel y lápiz en mano), lo usó para explicarme que mi ansiedad me impedía dormir bien, que eso causaba desgaste, y que por eso se había reducido la cantidad de neurotransmisores -básicamente dopamina, noradrenalina y serotonina-. Todo esto lo supo con total certeza, sin sombra de duda y sin necesidad de ningún tipo de estudios, gracias a mis primeros elocuentes diez minutos.
 
Con el resto de lucidez que me quedaba -me acordaba de que "en Casa los enfermos son una cosa y hay que hacer lo que el médico y los directores digan"- se me ocurrió sugerir que se me hiciera algún estudio para confirmar el diagnóstico. La respuesta, amable pero terminante, fue que no hacía ninguna falta: en su larga experiencia profesional había visto muchos casos como éste y el diagnóstico "clínico" era perfectamente suficiente en casos así, tan claros.
 
Me dijo que tenía una depresión causada por un cansancio prolongado durante mucho tiempo y por una cierta propensión mía a tomarme todo demasiado a pecho (omito comentarios sobre este punto, para evitar enemistar demasiado al lector con el buen Dr. Pike). Pregunté si el estilo de vida que estaba llevando en la Obra no podría haber contribuido al problema, y me respondió más o menos con estas palabras: "De ninguna manera. Son muchos los padres de familia que tienen la misma enfermedad. Se trata más bien de algo de esta época en que vivimos todos un poco acelerados, sobre todo en las grandes ciudades, combinado con una tendencia tuya a ser ansioso".
 
No me detengo en detalles. Yo quise seguir en esa línea de razonamiento, tratando de mostrarle que algunos aspectos de la vida de un numerario no me ayudaban, desde mi punto de vista, y él refutó todo brillantemente con comentarios como "si así fuera todos estaríamos enfermos, y no es el caso", o silogismos parecidos.
 
Conclusión. Me recetó un ansiolítico (su nombre comercial es Rivotril en la Argentina) y un antidepresivo (Efexor 75 mg.), y que volviera a la semana siguiente.
 
Las siguientes sesiones -siempre con el director presente- no tuvieron mayores aportes conceptuales de ninguno de los dos lados. En todo caso servían para que yo explicara cómo reaccionaba ante los medicamentos, y él dijera cuánto tenía que aumentar la dosis. Lo que digo es exacto: en la segunda sesión me dijo que tomara dos pastillas de Efexor (ya estaba en 150 mg.), en la tercera que tomara tres pastillas diarias, y en la cuarta alcancé el récord de cuatro. Cualquiera puede imaginar mi entusiasmo cuando, al leer el prospecto, constaté que 300 mg.  justo lo que yo estaba tomando- ¡era el máximo permitido para un paciente ambulatorio! Es decir, si alguien superaba esa dosis, debía ser bajo estricto control, dentro de las cuatro paredes de un hospital.
 
Dejo para otro momento el detalle de cómo me fui. Baste decir que alrededor de un mes después de lo que relato, aun bajo los efectos de estas drogas, le escribí la carta al Prelado pidiendo la dispensa de la Fidelidad, y me fui del centro en el que vivía.
 
En cierta ocasión omití de mi menú algunas de las pastillas que estaban previstas (por olvido, básicamente), y tuve que llamar a un médico de urgencia: no sabía qué me pasaba. Sentía ruidos dentro de mi cabeza (sic), me temblaban las manos, y tenía taquicardia... El buen facultativo que vino a verme a casa de mi hermano, después de revisarme, me preguntó si no estaba tomando alguna medicación. Cuando le expliqué que me había olvidado de un par de pastillas de Efexor, y que mi dosis diaria eran 300 mg., puso una cara de susto memorable. "Debes estar muy mal... pobre", me dijo con una palmada en el hombro.
 
Y concluyo: ya desligado del Opus Dei, visité a otro psiquiatra que me había recomendado un amigo. Me dijo que era una locura lo que me habían hecho, y se atravió a soltar un diagnóstico: "Creo que estás sano. Simplemente ese estilo de vida te estaba agotando. El cuerpo y la mente son sabios: los síntomas de la depresión aparecen antes que la depresión misma. Son un aviso para que cambiemos lo que nos está haciendo daño". Me hizo un plan para sacarme el Efexor gradualmente (dejar de tomarlo de un día para el otro generaba efectos adversos muy malos), y al cabo de dos meses, ya no lo tomaba más. El Rivotril también pasó a la historia en pocas semanas.
 
Nunca supe nada más sobre Alec Pike. Pobre, era simpático, y yo hasta le tenía cariño. Creo que, como pasa en tantas cosas en el Opus Dei, había buena voluntad y mala praxis. Nefasta combinación porque sólo rectifican cuando los daños son enormes y evidentes... Y ya es tarde.
 
Saludos para todos,
 
Gorka








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