Partir de los viejo para alcanzar lo nuevo.- Chispita
Fecha Monday, 29 January 2007
Tema 010. Testimonios


PARTIR DE LO VIEJO PARA ALCANZAR LO NUEVO

 

Chispita, 29.I.2007.

 

 

Insisto en que ustedes siguen demasiado apegados al pasado. Todos nosotros, -que duda cabe- hemos sufrido dolorosas experiencias en nuestros años de entrega a Dios Nuestro Señor en la Prelatura del Opus Dei. Experiencias que nos han decepcionado y nos han hecho sufrir, quizás porque esperábamos mucho de gentes buenas que poco nos podían dar. Realmente sólo Dios puede colmar nuestra ansia de Verdad, de Belleza, de Justicia y de Amor. Por eso es un error esperar mucho de quienes no pueden dar mucho. Sufrimos mucho de gentes buenas (otras no tan buenas) formateadas por la Institución de tal modo que no podían obrar más que como lo hacían, pues el fanatismo solo conduce a la despersonalización, y a la “desyoización” que lleva a un fariseísmo salvaje donde solo cuentan normas y criterios, y donde impera la tiranía de lo institucional. Desde este punto de vista es legítimo el dolor, y hasta es necesario expresarlo, pues cuando uno se siente engañado y manipulado –como me ha pasado a mí- la reacción de protesta es muy lógica. De modo que vaya por delante mi solidaridad y la de mi amigo NEMROD, que fue tan duramente atacado en estas páginas, con todos ustedes. Sin embargo, hay que olvidar y pensar que lamerse las heridas no construye nada, no es práctico. No ayuda a otros. Hay que construir... 



Como ya les dije, yo estoy construyendo mi propia casa espiritual, con materiales viejos y nuevos. Cosas aprendidas en la Obra, y cosas nuevas. La estoy construyendo solo y sin medios, pero con el deseo de seguir creciendo en amor a Jesucristo, y poder en el futuro poder ofrecer ayuda espiritual a aquellos que, como compañeros, no como “hijos”, libremente decidan acompañarme en el camino. Y ya anuncio que la seguiré construyendo contra viento y marea, desoyendo- lo siento mucho- las recomendaciones de los que temen demasiado a la Prelatura del Opus Dei y no admitiendo presiones de ningún género de nadie.  

 

Pues ¿qué? ¿Acaso no tengo yo la libertad libérrima de los Hijos de Dios? ¿Acaso mi Madre la Iglesia me prohíbe que busque mi camino de amar y servir a Dios? Si los que pueden y deben ayudarme no se atreven, allá ellos con sus conciencias, y si esperan que se les aparezca Dios desde una zarza que arde sin consumirse para decirles que hay gente que sufre, que hay gente que lo pasa mal, para que se decidan a ponerse en camino. Me da igual, pues ya la hora de la Libertad ha sonado, al menos para mí, y para los que habiendo conocido el mensaje de San Josemaría, deseamos tomar lo bueno que éste nos dejó y rescatar todo lo positivo que hay en el carisma recibido por él el 2 de octubre de 1928. Pero también deseamos vivir a fondo nuestra vocación laical y secular de hombres y mujeres de la calle, fieles hijos de la Iglesia también a la hora de respetar la libertad de las conciencias y de vivir a fondo el Código de Derecho Canónico, sin admitir comportamientos ni estructuras similares a las actuales en el Opus Dei, que hacen que los numerarios y agregados sean -en palabras de Rouco Varela- “más consagrados que los propios consagrados”. 

 

Las llagas.

 

Algo que he aprendido en Anselm Grün y que no se enseña en la Prelatura del Opus Dei es a considerar las heridas que me han infringido en la Obra como algo muy valioso, como un don de Dios que me ha hecho más humano, más sensible, más comprensivo. Me doy cuenta de que el perfeccionismo que se predica y al que tiende la formación que se nos ha dado (eres poca cosa, pero ánimo todavía puedes ser impecable, si cuidas esto y esto otro y también lo de más allá…) es imposible de alcanzar simplemente porque no somos ángeles, somos hombres y mujeres.

 

La formación que se proporciona en la Obra intenta con la mejor voluntad que uno sea puro, pero “quien vive demasiado pendiente de su pureza reprime en sí muchas cosas impuras. Cuanto más puro quiere ser uno, tanta más impureza suele generar en su entorno. Pues todo lo impuro que no quiere percibir en sí lo proyecta en los demás (…) Es propio de la humildad aceptar que nunca podremos alcanzar la pureza absoluta (…) No nos queda otra alternativa que exponer nuestra suciedad al amor purificador de Dios” (Grun, A., “Para que tu vida respire libertad. Ritos de purificación para el cuerpo y el alma”, Sal Térrea, Santander, 2005, p. 166)

 

 

“Me doy cuenta de mi fragilidad. Esta toma de conciencia mantiene mi vitalidad, me ayuda a ser más humano, más comprensivo, menos duro, más sensible y compasivo”[1]. Tenemos que hacer que nuestra angustia nos hable. Si, si, dialogar con ella. Nuestras llagas son nuestro lugar de encuentro con Dios. A través del dolor que me han causado, Dios me habla. Me dice que me ama. Me dice que siente lo que me ocurre. Entonces me da un beso y me abraza. Entonces la emoción del corazón del hijo de Dios, sabe que Dios le ama, siente el amor de Dios tan a lo vivo que no puede reprimir las lágrimas, porque se siente querido por Dios y porque sabe que con el amor de Dios las persecuciones, los engaños, las tomaduras de pelo, las entrevistas trampa, los zarandeos, los informes de conciencia y todas las demás zarandajas, le importan un pimiento.

 

Dialogo con mi angustia y allí encuentro a Dios. Desde el Sagrario, Dios sabe la última movida. Por ellas extendió sus brazos en la Cruz. Para liberarnos, para darnos un espíritu de hijos, no para la servidumbre y la esclavitud. “En mi corazón dolorido siento la suavidad y ternura de una mano paterna o materna que me dice: Estoy contigo. En realidad no necesitas ser tan fuerte como te gustaría. Está bien que seas como eres. Tal como eres, eres para mí un ser muy valioso. Es exactamente así como yo te amo”. Ese redescubrimiento del amor de Dios a través de la teología de Anselm Grun es para mí el fundamento de mi casa espiritual.

 

Las crisis.

 

Hemos pasado por crisis. “Las crisis-dice Anselm Grün[2] nos sumen en un estado de creciente presión anímica, situación incómoda de la que intentamos salir como sea”. Pero hay que salir de la crisis, hay que afrontarla. Es decir, yo compruebo que una espiritualidad me duele, y que no me sirve, y que me provoca tensiones y tristeza. Entonces tengo el deber y la obligación de ser hombre y mujer, tomar el toro por los cuernos y decir ¡basta!. En la Prelatura del Opus Dei hay incontables personas que sufren crisis pero caen en el error de localizar la causa de sus crisis fuera de sí. “Es este director. Si cambia, todo cambiará”. “Es este centro. Si me voy, todo cambiará”. “No, lo que tengo es que escribir a la Santa Sede. Ellos se harán cargo de todo”. Y es que en el fondo, viven convencidos de poder controlar la vida por sí solos y por el método de la racionalización y del voluntarismo”[3]. Es una contaminación emocional del medio. No comprenden que el mal es la propia estructura tal y como está concebida, que no puede cambiar. “Se niegan –escribe Grün- a dar los primeros pasos por sí mismos necesarios para salir de su crisis. Se aferran a sus principios y se obstinan en mantenerlos a toda costa”. Sienten dentro de sí angustia, una angustia que es una llamada de Dios que nos dice “no es esto, no es esto, esto no es secular, esto no es laical, esto es sectario, esto es un atropello”. Realmente tienen miedo a lo desconocido, tienen miedo a lo inseguro, al espacio exterior a la Obra. Cambian libertad por protección y servidumbre.

 

“Bajo el peso de la exagerada obsesión por estar seguros, no puede fluir nada, ni crecer nada, ni desarrollarse nada. Si se descarta toda posibilidad de riesgo no puede surgir nada nuevo”. (Grun, op. Cit.,p.209). Pero con esa actitud Teresa de Ahumada nunca hubiera reformado el Carmelo. Estaba más cómoda en la Encarnación de Ávila. Y Fray Juan de Santo Matía no hubiera llegado a ser San Juan de la Cruz. “Quien va por el camino de la autorrealización pronto se da cuenta de la peligrosa aventura en la que se ha metido. Tiene que pasar por los abismos del alma, por parajes oscuros y escarpados, por soledad y apuros”. Yo ahora mismo estoy solo, pero ahora me siento libre y feliz. He roto las cadenas de los tiranos espirituales que agarrotaban mi existencia y que me engañaban, y sigo los anhelos interiores que hay en mi alma, que son los mismos de antes: amar a Dios, amar a los demás, deseos de acercarles a Dios, deseos de que conozcan a Cristo, pero también con un gran respeto a su libertad personal.

 

Una vida nueva.

 

Romper las cadenas para ser libres de los tiranos que nos oprimen. Sacudirse el yugo implica vivir al día. No tener seguridad ni estructura que te proteja. Es vivir bajo el soplo del Espíritu Santo. Sin embargo “quien nunca se arriesga está poniendo en peligro su propia alma” (¨Grün, op. Cit.,p. 211) Las personas de la Obra que sienten que están siendo engañadas y persisten en aferrarse a la venda que les cubre, van dejando pasar los años, y se van fosilizando, y están jugando con su alma que se va atrofiando y secando.

 

Por tanto, aprovechar las crisis, los descubrimientos de que uno ha sido engañado, para tomar decisiones. “Debo seguir adelante y atravesar la crisis. Debo resistir, en lugar de huir” (Grün, op. Cit.,p. 218) Dios quiere crear en nosotros algo nuevo. Quiere que nazcamos a una vida nueva, para ser auténticos, verdaderos y libres” (op. Cit., p. 220).

 

Chispita



[1] Grun, A., El libro del arte de vivir, Sal Térrea, Santander, 2003, p. 212 y ss.

 

[2] Ibíd.., p. 207 .

[3] Ibíd.., p. 214







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