VADEMECUM DE 2002
5. Trato con los que no perseveran
A los que no perseveran se les trata siempre con mucha caridad y delicadeza —como querríamos que hiciesen con nosotros, si nos encontrásemos en las mismas dolorosas circunstancias—, y si lo desean, se les atiende espiritualmente en una iglesia. A la vez, es preciso evitar todo lo que pudiese contribuir a dar —a los interesados y a los que son fieles a su [p.67] vocación— la impresión equivocada de que “no ha pasado nada”, de que la infidelidad no es algo muy serio.
Tenemos una bendita experiencia, que no deja de constituir una gracia especial de Dios: los que no perseveran suelen mantener un cariño grande a la Obra, lógicamente, siguen amando lo que amaron. El hecho de que no hayan seguido adelante, no es razón para que no continúen de algún modo unidos a la Obra, colaborando —con su oración, con su limosna— en los apostolados.
En cualquier caso, los Directores han de tomar las medidas —dictadas por la caridad y por la prudencia— para que no se perturbe el buen espíritu de los demás, ni se creen confusiones o situaciones equívocas. Se perturbaría o se confundiría, por ejemplo, si mientras no transcurran muchos años, se les permitiera que fuesen por nuestros Centros con demasiada frecuencia y confianza, o se les invitara a comer allí; si se tuviera con ellos una excesiva familiaridad, en el trato y en las conversaciones; si se les contaran cosas de la vida en familia, o si se les hiciera intervenir prematuramente y con cierta autoridad y responsabilidad en actos o en trabajos relacionados con la Obra y que, por ser públicos, pudieran tener una cierta difusión. Tampoco resulta oportuno, de ordinario acudir a su boda, al bautizo de los hijos, etc.
No resulta tampoco oportuno que, después de abandonar su camino, comiencen a colaborar con personas de la Obra en trabajos profesionales de los que obtengan un beneficio material.
La mejor manera de manifestar su buena disposición es que ayuden generosamente con sus limosnas —según su capacidad— en las labores de apostolado, al menos durante bastante tiempo. |
EXPERIENCIAS DE 2005
5. Trato con los que no siguen adelante
A estas personas se les trata siempre con mucha caridad y delicadeza -como cualquiera querría que hiciesen con uno mismo- y, si lo desean, se les puede recomendar un sacerdote que les preste asistencia espiritual en una iglesia. Sin embargo, se evita todo lo que pueda contribuir a causar -a los interesados y a los demás- la impresión equivocada de que permanecer o no permanecer en la Prelatura es algo de poca importancia.
La experiencia enseña que la inmensa mayoría de esas personas siguen amando lo que amaron. El hecho de que no hayan seguido adelante, no supone razón para que no continúen de algún modo unidos al Opus Dei, ayudando ahora con su oración y con su limosna, para el desarrollo de los apostolados.
En cualquier caso, es lógico que se tomen las medidas de caridad y prudencia que se juzguen necesarias, para que no se perjudique el buen espíritu de los demás, ni se creen confusiones o situaciones equívocas. Quizá se podría ocasionar perturbación o confusión, por ejemplo, si [p.59] mientras no transcurran muchos años, acudiesen al Centro de la Prelatura con demasiada frecuencia; si se tuviera con ellos una excesiva familiaridad en el trato y en las conversaciones; si se les pidiera su opinión sobre cuestiones apostólicas, o aparecieran en actos o en trabajos públicos relacionados con la Prelatura que -por tener una cierta difusión- pudieran desconcertar. En definitiva, conviene respetar su decisión, la autonomía de su libertad. Del mismo modo, de ordinario, no sería natural -podría resultar incómodo para todos- que, desde el Centro se acudiese notoriamente a las reuniones familiares o sociales (bodas, bautizos, etc.) de esas personas. |