Rezar después de irse.- Gómez
Fecha Friday, 24 November 2006
Tema 040. Después de marcharse


Pité de numerario en 1968, pero hubiera podido ser carmelita descalzo, jesuita o guerrillero del ELN o del M-19.

 

Mi familia era católica, apostólica y romana, de misa dominical, bendición de la mesa, cuadro de la Última Cena, imagen del Sagrado Corazón de Jesús debidamente entronizado y crucifijo en la cabecera de cada cama. Se rezaba en familia el rosario y la Novena de Navidad y se visitaban nueve iglesias en la noche del Jueves al Viernes Santo. En mi casa se realizaban asambleas familiares, con los vecinos, para preparar la venida del papa Pablo VI a Colombia, que fue en agosto de 1968.

 

En mi colegio, dirigido por religiosos, se rezaba el rosario todos los días a las nueve de la mañana, entre la primera y la segunda clase del día. A esa hora se podía salir del salón de clase para ir a la capilla y comulgar. Cada clase empezaba y terminaba con una oración. Cada hoja del cuaderno de tareas empezaba con un VJMJ, que significa “Vivan Jesús, María y José”. Los primeros jueves nos confesábamos. Los primeros viernes, no había clases, sino misa y comunión. Los sábados teníamos clases, y una de las materias infaltables era el Catecismo de la Virgen. Los domingos íbamos con uniforme de gala al colegio a misa. Por si todo eso fuera poco, funcionaba para quien deseara afiliarse libremente la Cruzada Eucarística y la Legión de María. Aunque después del Vaticano II, las cosas cambiaron mucho, en 1967 y 1968, mis dos últimos años de colegio, iba a dar catecismo al barrio más pobre de Bogotá y asistí a retiros espirituales, uno de ellos del Opus Dei, gracias a lo cual entré en contacto con la Obra, que sumadas las etepas de san Rafael, numerario y cooperador fueron en total veintiún años. Hace veinte años corté el último vínculo.

 

El asunto es que yo no aprendí a ser católico en el Opus Dei. Tarde o temprano entraría en contacto con alguna organización legal o ilegal para vivir mi entrega a Dios y a los pobres. El capellán de mi colegio era jesuita y bien claro me manifestó su deseo de que me acercara a la Compañía de Jesús. Mi parroquia estaba a cargo de carmelitas descalzos y uno de ellos me dijo que fuera por allí a conocerlos un poco más. Por mi parte, me llamaban la atención de manera muy especial los franciscanos. En 1968, año de mis grandes decisiones, llegaban de España y otros países cientos de religiosos, sacerdotes y seminaristas a unirse a la guerrilla del ELN y su lucha por los pobres, que tuvo la efímera militancia del capellán de la Universidad Nacional, padre Camilo Torres, muerto por balas del Ejército, y la dirección mítica y legendaria del sacerdote español Manuel Pérez. Años después surgió el M-19, que antes de dedicarse a la extorsión y al asesinato, tuvo la época de asaltar camiones de leche para llevarla a los niños pobres y de secuestrar gerentes para asegurar el justo aumento de suelto a sus obreros. Esas causas, de las que estuve muy cerca por haber sido estudiante de la Universidad Nacional, también me atraían.  

 

Hoy soy un pequeño burgués, casado y con hijos, y aunque no me confieso (desde que mi siquiatra me lo prohibió), voy a misa los domingos, rezo el rosario y el ángelus, bendigo la mesa, llevo el escapulario, doy clases en un seminario y sigo creyendo que la Iglesia no son sólo los curas, las monjas y los del Opus Dei, sino todos los que creemos en Dios.

 

Entiendo que muchos ex numerarios no hayan vivido esa vida de católico medieval que me tocó a mí, por lo que al dejar la Obra dejaron también las prácticas de piedad. Sin embargo, creo que Dios está por encima de todo eso. A la hora de la verdad, Jesús llamará a su diestra a los que les dieron comida, bebida, techo, trabajo, dinero, afecto, compañía, consejo, comprensión a los demás, sin detenerse en si fue del Opus Dei o dejó de serlo, si rezó o dejó de rezar. La fe está en creer en Dios más que en creer en el poder mágico de nuestras propias oraciones y sacrificios. 

Gómez. 









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