Morir rodeados del Opus.- Discreta
Fecha Wednesday, 15 November 2006
Tema 078. Supernumerarios_as


Mi testimonio sobre morir rodeados del Opus

 

Discreta, 15 de noviembre de 2006

 

Cuando mueren, me imagino, las buenas personas que pertenecieron al Opus Dei (que son muchos de ellos) descansan por fin  en paz, ven a Dios, y se alegran inmensamente al descubrir que es mucho mejor que el señor “tiquismiquis” que le pintaban y se dan cuenta de que las cosas son muy diferentes . Algunos quizá hicieran en vida algunas cosas innecesarias y absurdas y dejaron de hacer muchas cosas importantes por estar tan ocupados con sus normas, costumbres y buen “espíritu”. Pero bueno, en el cielo, ya no echarán nada de menos ni sufrirán más. De entre los buenos supernumerarios o numerarios ( o agregados) buenos y obedientes, pero también cegados, algunos o muchos pecaron quizá también, sin saberlo, de omisión cada vez que pusieron a la Obra siempre por encima de su propia familia o amigos, o de soberbia por creerse poseedor absoluto e indiscutible de la verdad, o contra el octavo mandamiento por  decir medias verdades u ocultar cosas por defender a la Obra o porque el fin justificaba los medios… Nuestro Dios, que conoce sus corazones, no se lo tendrá en cuenta. Creo que casi todos, dentro o fuera pecamos de soberbia o de omisión...



Hace casi dos años perdí a mi padre al que yo quería mucho y  que era buena persona, pero que, en mi opinión (sólo Dios sabe) lo había sido siempre desde antes de ser de la Prelatura.

 

Pues bien, cuando le llegó la muerte, los de la Obra se portaron muy bien (o demasiado “bien”) con él y con mi madre. Mi padre se murió en cuestión de un par de días tras  un par de infartos. Estaba en la UVI, vino su sacerdote, y además,  un numerario bien conocido por mi madre también, no se separó de ella ni cuando se marchó a casa a intentar dormir algo. Sus tres hijos vivimos fuera y cuando por fin nos avisaron nos pusimos en marcha, mis hermanos llegaron cuando acababa de morir por la mañana, yo, desde mi país, conseguí llegar ya por la noche,  de madrugada y estar al día siguiente en el funeral y entierro. Pero mi padre tiene cantidad de hermanos, dos de ellos, hermanas,  en la misma ciudad y sobrinos y cuñados…

 

Mis dos tías nunca comprendieron por qué a ellas no se les avisó cuando mi padre aún seguía vivo y por qué este numerario se encargó de todo y mi madre (que también es de la Obra) tampoco las llamó para que ellas lo acompañasen también en sus últimas horas. Aunque este chico es muy buena persona y yo se lo agradecí, me pareció a mí también extraño y poco natural que así fueran los últimos momentos de mi padre: él, el numerario amigo de mis padres, el sacerdote y mi madre, “los de casa” se bastaban solos. Mi padre era el mayor de una familia muy numerosa y unida a pesar de que viven muy desperdigados geográficamente unos de los otros. Todos los hermanos que viven en España, pudieron estar en el entierro al día siguiente. Pero el entierro también estuvo monopolizado por la Obra. Mi padre no tenía al final de su vida muchos medios económicos pero me consta que daba a la Obra lo que casi ni tenía, pero conocía y era conocido de mucha  gente. En la Misa funeral, había mucha gente bien conocida de la ciudad. Fue en una Parroquia. El párroco celebraba la Eucaristía pero por lo demás no tuvo oportunidad de abrir  el pico. Un numerario, director del centro, hizo las lecturas y un sacerdote de la Obra nos dijo unas palabritas. Nos contó, como Fulanito (mi padre) era miembro del Opus Dei y como Dios lo había elegido y como él luchaba por seguir llevando con alegría su enfermedad (la diabetes, que traía consigo muchos problemas de salud y por último el infarto), en fin, una propaganda total de “lo importante que es ser de la Obra”. Los de su familia, los compañeros y amigos de antes, de cuando hace tiempo pertenecía a una cofradía, de estas de Semana Santa  que llevaban los jesuitas, que también organizaban algunas actividades “pías” al cabo del año (por cierto creo que nunca se llegó a borrar de ella) y  los amigos de toda la vida pensarían, como yo, que no hacía ninguna falta que el Opus “se apropiara” prácticamente de la bondad de mi padre y hiciera publicidad de que los que son ”elegidos” para el Opus tienen garantizada la santidad. A la vez, yo imaginaba que a mi padre, fiel de la Prelatura los últimos 20 años, le habría gustado justo así su entierro, así que me tuve que aguantar.

 

En resumen, que tener a la Obra hasta en la sopa y que,  con más o menos buena voluntad, medio “usen” a nuestros padres para hacer su propaganda, no es muy agradable que digamos, pero en el fondo hay que aguantarse y restarle importancia, pues lo importante es que ahora al que nos ha dejado, ya le sobra toda esta tontería…

 

Discreta







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