En el desierto nace el agua viva.- Espantalobos
Fecha Wednesday, 25 October 2006
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Querido Max:

 

A veces el sufrimiento es el que nos lleva a profundizar más en la relación con Dios. En mi caso, el sufrimiento moral que suponía ser miembro numerario del Opus Dei, fue lo que acrisoló mi amor a Dios y mi necesidad de trato con Él. El sufrimiento fue necesario para forjar la relación de libertad que tengo con Él hoy.

 

El trato superficial y frívolo de los directores, el que nunca supieran responder directamente a mis preguntas, el no saber ver que estaba muriéndome lentamente, me hacía refugiarme exclusivamente en la persona de Cristo y confiar exclusivamente en Él. En mis ratos de oración cerca del sagrario, tenía el único consuelo suficientemente profundo para atenuar los malísimos tragos sufridos en la obra. Ahí encontraba la única felicidad auténtica existente entre las cuatro paredes opusinas. Terminaba tan reconfortado que mucha gente que pasó por mi lado durante los tres lustros que estuve, jamás se dio cuenta de que padecía desde hacía tiempo una depresión fuerte - surgida a causa de mi pertenencia a una secta - y que vivía con una tristeza de muerte que me comía por dentro. La fuerza encontrada en mi Jesús me daba fuerzas para dar cariño y amor a mucha gente, incluso a personas que jamás entendieron quién yo era y me trataban como si fuera un paquete. Lo que daba a los demás era el amor que sentía y confiaba que Dios depositaba en mí.

 

Cuando, entre otras muchas cosas, entendí que temas de mi charla fraterna habían viajado desde el otro lado del charco hasta Europa, mi roca fue Dios en exclusiva. Iba vislumbrando el funcionamiento perverso de la obra y tenía la certeza firme de que mi Dios no era como ellos, no hacía cosas feas ni traicioneras, porque Dios no juega de forma velada y sucia con sus criaturas. Ellas son, sobre todo, objetos de Su amor.

 

Los últimos años en el Opus Dei fui – literalmente – incapaz de leer una palabra escrita por el fundador de la obra. Eran como el sonido de piedras secas que caen rayando el suelo. Las cartas del prelado también me parecían vacías y muertas. Lo único que nutría mi alma y mi corazón era la Sagrada Escritura y los escritos de Juan Pablo II, porque en ellas respiraba libertad. Una libertad de espíritu que me permitía relacionarme con Dios sin límites impuestos, mirándole más que hablándole. El profundo exilio que viví en la obra me llevó a una contemplación y un abandono en los brazos paternos que siguen siendo lugar de reposo para mí.

 

Al dejar la obra, ese trato sigue vivo y no sé vivir sin relacionarme con Él. He dejado las normas hace muchos años y vivo mucho mejor sin ellas. Sin embargo, no he dejado esa forma de tratar a Dios Amor, según la naturaleza que Él mismo me ha dado y, estoy seguro de que mirándole más que hablándole, oigo mejor su voz.

 

 

Un abrazo muy fuerte,

 

Espantalobos









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