Devoción en las catacumbas.- Raul
Fecha Wednesday, 25 October 2006
Tema 100. Aspectos sociológicos


Devoción en las catacumbas 

EL MUNDO. Jueves, 3 de octubre de 2002.

Los fieles del Opus Dei se congregan silenciosamente ante la tumba de Escrivá de Balaguer en Roma / Faltan cuatro días para que el fundador del Opus Dei sea canonizado en una multitudinaria ceremonia en el Vaticano

RUBEN AMON

La sede patriarcal del Opus Dei tiene el aspecto de una vivienda señorial al uso. Ninguna señal exterior, ninguna, identifica la Prelatura ni hace suponer que el número 75 del Viale Bruno Buozzi, un portal de tantos en la zona noble de Roma, aloja bajo tierra unas suntuosas catacumbas de mármol y de maderas nobles.

En efecto, los devotos de la Obra descienden silenciosamente las escaleras que conducen hacia la cripta abovedada y subterránea donde están alojados los restos mortales de Escrivá de Balaguer. Es un sarcófago de plata, recubierto de letras latinas y ubicado en el altar mayor de la capilla como si fuera un tesoro imperial...



Los seguidores del Padre se arrodillan ante la tumba, rezan en silencio y besan las medallas del beato que custodian el armazón. Predominan los adolescentes, casi siempre repeinados, casi siempre varones, casi siempre vestidos de Ralph Lauren.

«He venido desde Pamplona porque Escrivá de Balaguer ha cambiado mi vida y me ha enseñado que la verdadera santidad se demuestra en la vida diaría, en casa, en el trabajo, en el estudio», explica sottovoce Miguel Angel Ortuño, 21 años, ingeniero en ciernes.

Las catacumbas se abren camino como un laberinto de diseño. Unas escaleras conducen a la solemne cripta que vela la tumba de Alvaro del Portillo (1914-1994), sucesor de Escrivá al frente del Opus Dei. Y otras se derivan hacia un claustro subterráneo cuyas paredes alojan ordenadamente las pertenencias del fundador.

Por ejemplo, la bota de vino que le acompañó en la Guerra Civil. O las gafas que tenía puestas antes de expirar el 26 de junio de 1975. O los pelos de sus propias cejas, conservados en un tubo de cristal como las reliquias incorruptas de un santo.

Claro, que monseñor Escrivá está a punto de serlo. Faltan cuatro días para la solemne ceremonia vaticana, y los fieles visitan en silencio la tumba del beato antes de que el sarcófago sea trasladado esta tarde a la Iglesia de San Eugenio, más asequible al ajetreo olímpico de 250.000 peregrinos y más apropiada a las proporciones de la santificación.

Nada que ver con el aspecto intimidatorio y recogido de las catacumbas de mármol. El edificio fue construido en los años 40, pero la decoración de las criptas y de las capillas emula la estética paleocristiana, sobre todo porque el beato Escrivá sintió profunda admiración hacia la vida de los primeros santos en los orígenes de la Iglesia primitiva.

Ya se ocupa de recordarlo un adolescente enchaquetado que hace de cicerone. Es un tipo simpático, incluso irreverente cuando enseña algunos detalles prosaicos de Escrivá de Balaguer. Entre ellos, el pijama azul, las navajas de afeitar y sus pastillas contra la tos.

«Todos estos aspectos», dice el muchacho a los peregrinos, «os pueden hacer comprender la sencillez y la sobriedad que caracterizaban a El Padre. Como veis, Josemaría Escrivá siguió los pasos de Cristo y dio ejemplo con una vida de verdadero hombre de bien».

El boca a boca confirma la convocatoria de una misa a los 12 del mediodía en la capilla que aloja los restos mortales del beato. El sacerdote, retrato clónico de El Padre, habla en voz baja, casi imperceptible, pero se deduce que murmura en latín, consciente de que el auditorio, universitario, culto, erguido, es capaz de seguirle.

Hay dos mujeres ancianas en aparente estado de trance, un grupo de ecuatorianos de uniforme escolar, incluso una familia mexicana que asiste a la homilía con el respeto y el silencio de un funeral.

«Venimos desde Monterrey porque Escrivá de Balaguer nos ha traído la felicidad a casa. Somos una familia unida, feliz, católica, que ha encontrado el camino gracias a la obra y el ejemplo del beato», explica la señora Mercedes una vez concluido el ceremonial.

El itinerario subterráneo depara toda clase de sorpresas. No sólo por la proliferación de pequeñas capillas, confesionarios, reclinatorios. También porque las catacumbas contienen áreas de esparcimiento. Entre ellas, un salón nobiliario decorado con frescos dedicados a Escrivá de Balaguer y rodeados obsesivamente con una inscripción en el friso: Vale la pena, vale la pena, vale la pena. Es uno de los aforismos que hizo famosos el nuevo santo y que resuenan en el búnquer del Viale Bruno Buozzi cada vez que los fieles acuden al confesionario.







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