CRÓNICA AUTÉNTICA DE LA TUNA Y EL EMBAJADOR (II).- Satur
Fecha Monday, 25 September 2006
Tema 010. Testimonios


Dos días después del sucedido, estábamos al pié de la escalera de la Embajada eufóricos, nerviosos y atolondrados. Sabíamos que ése iba a ser uno de los grandes bolos de nuestra vida. Íbamos a estar con la biuti del Vaticano, a pisar moqueta, a codearnos con los grandes del mundo.

 

A esas alturas de nuestra vida tunera estábamos más que acostumbrados a grandes eventos. Habíamos cantado al Papa en decenas de ocasiones, y en los escenarios más variopintos. El molt Horinable Jordi Pujol era coleguita nuestro. Betino Craxi nos dio un propinón que quitaba el hipo. Presidentes de clubes de fúmbol, todo un ilustre Colegio de Notarios, la Asamblea Anual de los Caballeros del Vino… habíamos cantado a aristócratas, a médicos prestigiosísimos, a Dalí convaleciente en el castillo de Púbol, incluso a la directora de San Miguel de la Asesoría despachando con la de San Rafael de la región de España en una terraza de Viale Corso...



La verdad es que pensábamos que eran dos turistas y comenzamos a cantarles en un recorrido rondallero por las mesas. Las dos se nos quedaron mirando de una manera, ¿cómo lo diría?, como las modelos de las pasarelas, que miran así como muy chulas, muy concentradas, como pensando “a ver si me acuerdo del camino de vuelta”. Y nosotros, ignorantes de su condición de fieles de la prelatura con compromisos de celibato, hala, dale que te pego a cantarles, y a piropearles, y a pasarles la pandereta por las narices. Y el barbas, venga, a ponerse de rodillas delante de ellas y a contonearse hacia atrás mostrándoles el Discovery. Y ellas, nada, ni una ceja movían. Aunque coloradotas sí que estaban. Y nosotros, moscas porque no soltaban ni una lira, pensando que eran dos lituanas piadosas, pero que desconocían nuestro idioma, comenzamos a gritar “¡¡¡bella cacatúúúúúa, pasta, solta li pasta!!!

 

Entonces, se incorporan las dos y , ¡¡¡horror!!, vemos que llevan distintivo de la UNIV en la solapa. El que llevaba la bandera de la tuna, con el emblema del UNIV bien grandote, se quedó como si le hubiesen echado un bote de tipex, el barbas se comía la pandereta , y la peña salimos en estampida Viale arriba.

 

Por la noche nos dieron un toquecito, pero nada serio. Como unas chispitas en el Purgatorio.

 

A lo que iba, que estábamos en la puerta de la embajada de España en el Vaticano.

 

Habíamos cantado en muchos eventos, y eso nos había hecho perder la vergüenza, el respeto por el público, el miedo escénico que todo artista tiene antes de un directo.

 

La noche anterior prometimos a los de la convivencia –envidiosos de nuestros privilegios como tunos– que llevaríamos obsequios del aperitivo. Principalmente licores, whisquis, y todo tipo de espumosos. Hay que decir que por aquellos años se bebía con manguera en los UNIV en tertulias piratas donde muchos veían su vocación de una manera fantástica: alguno llegaba a ver el dedo de Dios que le señalaba desde el cielo “ TÚÚÚÚÚÚÚ QUOQUE”.

 

Pitaban como rosquillas… o, como decía un sacerdote que viví con él unos cuantos años, “joder, Satur, por lo visto en Filipinas pitan como mierdas”. Pues eso.

 

Entramos cantando esa de “Clavelitos”. Cruzamos el primer salón, a rebosar de tíos con bandas de todo tipo de colores sobre fracs oscuros, uniformados con corchetes dorados y galones, señoras de largo y diseños de “dale que te pego, morena sí”, mayordomos, obispos, cardenales, monseñores. En el segundo salón estaba nuestro embajador NUÑO AGUIRRE DE CÁRCER Y LÓPEZ DE SAGRADO, su esposa (que al ver al del tobillo mandril dio un ligero respingón), el embajador de Bélgica, al que se le despedía y homenajeaba, su esposa, y más peña emperifollada.

 

Como siempre, cantamos cinco canciones para abrir boca. Ya sabéis, “¡venga, tuna, para los que saben querer!”, ¡viva la Belgique! ¡viva el Papa!, ¡viva le Vaticanne!”.

 

Llegó la hora del aperitivo y los tunos nos desperdigamos aquí y allá buscando los carritos que guiaban unos camareros. Fuimos directos al mayordomo, que ya nos conocía, y en un aparte, le cogimos unas botellas. Las capas de los tunos, en el forro, tienen un enorme bolsillo y allí depositamos los licores. En total diez de nosotros ocultábamos el preciado botín en el interior de la capa.

 

Mientras picoteábamos observamos a un cardenal con una copa en la mano que conversaba amigablemente en distendida tertulia. Nos acercamos cuatro tunos al grupo y nos presentamos

 

-         Hola, somos de España. La tuna… ¿conocen la tuna de España?. Bueno, en realidad somos del UNIV. Universitarios que venimos de romería a ver al Papa y al Padre. ¿Conocen al Padre, don Álvaro del Portillo?. Ayer tuvimos una tertulia con él… ¡una pasada!. Y el Papa nos recibe el sábado.

 

El cardenal y los contertulios, nos miraban lo mismito que las directoras de la Asesoría. O muy parecido. Algo así como si te dijeran “¿por qué no os vais a tomal pol saco, imbéciles?”.

 

Pero , nada, nosotros, raca raca, porque es que no nos enterábamos.

 

En éstas estamos y uno le pregunta al cardenal

 

-         Oiga, ¿usted qué es?

-         ¿ Cómo que qué soy? – dice con fuerte acento francés.

-         Sí que usted qué es, que si es monseñor, obispo…

-         Soy cardenal – contestó muy serio y muy aristocrático.

-         ¡¡¡ Cardenaaaaal !!!, ahí vaaaaaaaa… ¿y cómo se llama?.

-         Me llamo Poupard.

 

Poupard era toda una eminencia entonces. Un crack. Prefecto de no se qué de la Cultura y de la Madre que lo Parió.

 

Y va el tuno, sin cortarse un pelo, directo a la piscina, y le expeta.

 

-         ¿Sabe que hay una canción que le va usted como anillo al dedo?

 

Poupard no movió un pelo. Se agarró al solideo esperándose lo peor.

 

Y el descerebrado va y reclama a los tunos que por allí pululamos y exclama “venga, tuna, vamos a cantarle al cardenal esa de ¡Pupédesí Pupédeson pupépoupaaaaard”. Y le rondamos con la cancioncita.

 

Al prelado no le hizo ninguna gracia. Ninguna.

 

Cantamos las cinco canciones de la segunda parte, pero en un estado más lamentable. Entri que nos habíamos tomado unas cuantas copitas, entri que las botellas que llevábamos en el forro pesaban y al movernos con el balanceo clásico de la tuna chocaban unas con otras, delatándonos el ¡clin, clin, clin!, pues, en fin, salimos como pudimos.

 

Terminamos con una canción especial para el belga: le importan Çe la rose. Una cucada.

 

Y regresamos a la convivencia felices. Fuimos recibidos como héroes por la peña al ver las botellas en nuestras manos.

 

Y nunca jamás volvimos a ser invitados a ninguna Embajada.

 

Poupard, desde aquel día, tampoco volvió a ser el mismo.

 

Quede claro que nosotros, cuando cantábamos, alegrábamos al Papa, no como otros, que es que le amargaban la existencia. Imagino los berridos del tío del acordeón.

 

 

 

Satur

 

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