Reflexión sobre nuestras cuestiones actuales.- José A.
Fecha Monday, 12 June 2006
Tema 900. Sin clasificar


En mi opinión, esta reflexión nos puede ayudar a plantear muchas de nuestras cuestiones actuales. Un abrazo,

José A.

 

Ideal, 8 de febrero de 2003

LA FRACTURA EN LA IGLESIA ESPAÑOLA

JOSÉ MARÍA CASTILLO

La Nota que ha hecho pública la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, condenando al profesor de la Universidad Carlos III, Juan José Tamayo, ha puesto en evidencia, entre otras cosas, la fractura existente en la Iglesia española. Una fractura que se acentúa cada día más.

En efecto, cualquier persona, que esté medianamente informada de lo que ocurre en los ambientes cercanos a la Iglesia en España, sabe muy bien que en este país no todo el mundo se relaciona lo mismo con la institución eclesiástica y sus dirigentes. De sobra sabemos que hay quienes se identifican incondicionalmente con los obispos y sus directrices. Como hay quienes manifiestan un desacuerdo con el episcopado y sus decisiones. Por no hablar de la masa inmensa y creciente de los que se desentienden y no quieren saber nada de cuanto se relaciona con obispos y clérigos en general. Todo esto, hasta cierto punto, es normal y ha pasado siempre...



La Iglesia ha sido, desde sus orígenes, una institución amada y odiada, defendida y perseguida. La novedad de lo que ocurre ahora es que el rechazo viene, no de los de fuera. Ni tampoco de herejes o cismáticos que están (o quieren estar) dentro. La fractura se ha producido entre los que tienen como proyecto la sumisión, que se traduce en uniformidad, y los que han optado más bien por la comunión, que, en una sociedad abierta y respetuosa con todos, se traduce en pluralismo. Como es sabido, estas dos posturas se sustentan en las dos tendencias que se confrontaron en el concilio Vaticano II. Por una parte, la eclesiología jurídica o de sociedad desigual, que se concreta en que unos mandan y otros obedecen, unos hablan y los otros escuchan. Por otra parte, la eclesiología de comunión o sacramental, que se organiza a partir de la participación de todos, cada cual desde el lugar que le corresponde. Ahora bien, los obispos dan la impresión de que, no en sus palabras pero si en sus decisiones, han optado claramente por el sometimiento jurídico, en detrimento de la comunión que admite un sano pluralismo. Así las cosas, la fractura ha sido inevitable a partir del momento en que, desde el episcopado, se favorece, se alienta, se protege y se fomenta a determinados grupos y organizaciones, cuyos nombres todos tenemos en la cabeza, y que se componen de personas que alimentan la mística de la sumisión, mientras que quienes piensan de otra manera y manifiestan puntos de vista que, sin romper con la fe de la Iglesia, disienten de la uniformidad oficial , son marginados, desconocidos, desestimados y, a veces, públicamente descalificados hasta extremos humillantes y dolorosos.

Lo más preocupante, en esta situación, es que no se le ve solución fácil, tal como están las cosas. Porque ambas posturas se basan en argumentos, que cada cual ve como irrefutables, desde los que justifican su modo de pensar y de actuar. Y lo más delicado del caso es que en el episcopado español no se ve, en este momento, voluntad de facilitar un diálogo, un encuentro. Porque, según parece, la decisión firme de los obispos es que, quienes han optado por la comunión en el pluralismo, abandonen su postura y se acomoden a los que han optado por la sumisión en la uniformidad.

Por otra parte, cuando en un gran colectivo, como es la Iglesia, todos se ven obligados a pensar lo mismo, resulta inevitable el abandono de muchos. Esto explica, en buena medida, el éxodo masivo y creciente de gentes que no quieren saber nada de la institución eclesiástica. Una institución en la que a muchas personas no les queda otra solución que disimular sus profundos desacuerdos y callar ante hechos y situaciones que resultan incomprensibles. Por no hablar de los que, sin más, se marchan para siempre. Como es lógico, sería injusto atribuir la fuga de tantas personas que abandonan la Iglesia a la simple y sola explicación del comportamiento de la cúpula eclesiástica. La secularización de la sociedad y los cambios que está experimentando nuestro mundo son motivos muy fuertes, que provocan, en gran medida, la crisis que atraviesan las instituciones religiosas en este momento. Pero, tan cierto como esto, es que hay muchas personas de buena voluntad, que creen firmemente en Jesucristo y su Evangelio, pero que no alcanzan a ver, en la orientación que bastantes obispos pretenden darle a la Iglesia, un argumento serio, una coherencia y un impulso, que les ayude a pensar que otro mundo es posible y que en Dios y en la fe cristiana puede haber una solución para tanto sufrimiento y para tantas preguntas que en este momento no tienen respuesta.

Como no podía ser de otra manera, una de las consecuencias más desagradables de lo que acabo de explicar es que la Iglesia española ya no es, para todos los ciudadanos por igual, la Iglesia de todos los españoles, como pretendió serlo en los años de la transición democrática. No es, por tanto, la Iglesia para todos los españoles, como de hecho lo fue hace 25 años. La Iglesia española actual es la Iglesia de sus incondicionales. Los que no entran en esa categoría, cada día que pasa, la sienten menos suya, más extraña, más distante. De donde resulta que, en muchos momentos y situaciones de la vida diaria, la Iglesia ha dejado de ser un factor de unidad, de encuentro, de solidaridad. Y se va configurando como un agente de distanciamientos, de mutuas descalificaciones, de alejamientos que dañan, no sólo las creencias religiosas y los valores éticos, sino incluso la convivencia de no pocos ciudadanos. Esto no es bueno. Ni para la Iglesia. Ni para la sociedad española. De día en día se acentúa el problema que tiene planteado la Iglesia desde los años del concilio Vaticano II. El problema que consiste en la tensión entre los que piensan que es más importante la sumisión (en la uniformidad) que la comunión (en el pluralismo). Un problema, por otra parte, que hoy no tiene solución, si es que esa solución se busca por el camino que ha tomado la mayor parte de la jerarquía eclesiástica española. Nuestra sociedad es cada día más plural, más diversificada, más heterogénea. Y en una sociedad así, es sencillamente impensable lograr la uniformidad sumisa que muchos obispos pretenden obtener de los ciudadanos. La jerarquía eclesiástica española produce la impresión de que cada día se bloquea más y más en su rebaño fiel. De manera que da pie para pensar que vive aislada en su burbuja religiosa y dedicada a cultivar el rebaño de sus incondicionales. Pero, como es lógico, desde el momento en que hace eso, la Iglesia se complica enormemente el camino para poder llegar a ser inspiradora de valores que puedan dar sentido a la vida de todos los ciudadanos.







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