Carta del Prelado: del victimismo al optimismo voluntarista.- Trinity
Fecha Wednesday, 07 June 2006
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


            Me ha parecido ilustrativa la Carta mensual del Prelado a los fieles del Opus Dei en junio. En el fragor del varapalo que les está suponiendo la película El Código Da Vinci, Mons. Echevarría asume una posición victimista e invita a perdonar a los que critican a la Obra; y en un alarde de voluntarismo, trata de diluir la acusación hablando de “la agresión que se promueve contra Dios, contra Jesucristo, contra la Iglesia; y, en el mismo orden, contra la familia, contra la dignidad de la persona, contra la vida, etc.”, y exhorta al optimismo, pensando satisfecho que todavía hay países -como Rusia, Rumanía, Vietnam, Corea, Bulgaria…- donde les están llamando (posiblemente, me malicio, porque todavía no conocen la trastienda de la institución).

 

            Me asombra, como planteaba Flavia este lunes, que no sea capaz de preguntarse qué ha hecho mal el Opus Dei para ser visto de ese modo tan deleznable. Se mantiene en la misma actitud que manifestó en la reciente entrevista del pasado 24 de Mayo en el diario “La Razón”: «¿Por qué este encarnizamiento con el Opus Dei?» -preguntaba Vittorio Messori. La respuesta fue significativa: «Porque se conoce nuestra fidelidad al Papa, a la Iglesia, nuestro rigor en cuanto a la ortodoxia de la fe. Se nos ataca a nosotros para atacar estas realidades: no somos más que la criatura hipócrita de una Iglesia católica que no puede dar más que frutos envenenados. Y además porque, cuando ya no se cree en el diablo, en el verdadero, se buscan otros imaginarios. La pérdida de la fe lleva siempre a la superstición...».

 

            No, monseñor. No nos referimos a ese tipo de críticas. Estamos hablando de cómo es posible que haya personas que piensan que en el Opus Dei hay gente que reza y se mortifica notablemente y luego son capaces de cometer las mayores atrocidades contra el prójimo. Lo del sicario albino Silas es una burda caricatura de asuntos tan serios como ampararse en la aprobación jurídica de la Iglesia, para mandar lo que la Iglesia no les ha autorizado; o presionar para que la confesión y la dirección espiritual se hagan con determinadas personas; o inducir mediante la Confidencia a la manifestación de conciencia con los Directores; o realizar un proselitismo fanático con los jóvenes y un rechazo sectario de los que se descubren incapaces de cumplir unos compromisos que asumieron inmaduramente; o violar la confidencialidad de lo conocido en la dirección espiritual; o realizar un tráfico de informes confidenciales sobre asuntos de conciencia de los miembros de la Obra o sobre gente ajena a ésta, etc.

 

            La sensatez debería conducir a tener en cuenta la sabiduría popular que se encierra en el dicho: “Del enemigo, el consejo”. Y es que el enemigo podrá equivocarse en su malevolencia o en las valoraciones que realiza. Pero para que sus ataques resulten eficaces, tiene que ser cierto lo que critica. Pues bien, ante este clamor, ¿las autoridades de la Obra no tienen nada que reconocer ni que rectificar?

 

                                               Trinity







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