Debo adelantar que, aún lamentando disentir de la opinión emitida por Gonzalo (29-5), yo no amo a todo el mundo. Amo a poquísima gente y, desde luego, no amo nada en absoluto a las personas que le ponen paño al púlpito, como se suele decir en castellano derecho. Es más: me molestan una barbaridad.

Tampoco me producen especiales efluvios de afecto quienes arguyen con excesiva simplicidad a favor de juicios universales en forma apodíctica. En este caso me refiero al manido argumento presente en algunos escritos del lunes 29: “¿Cómo dicen ustedes que no están contra la iglesia y permiten que haya aquí escritos que disienten de la doctrina de la iglesia?”

En realidad se trata, ni más ni menos, que del famoso y popular sofisma del cornudo, que la vieja lógica aristotélica desmontaba de esta guisa: “nihil inde sequitur ex particularibus unquam”. ¿Ven ustedes lo bien que aproveché los estudios internos?

Hecha esta consideración, añadiré que personalmente soy sumamente crítico respecto a la Iglesia Católica, como lo soy respecto al Islam y a la Religión Judáica. No me parece que sus doctrinas excluyentes y sus morales cerradas y dogmáticas favorezcan en especial a la libertad del ser humano, así que me permito decir que disiento radicalmente de aspectos sustanciales de sus respectivas normas y ordenanzas.

Esto de la salvación basada en el estricto cumplimiento de normas supuestamente de origen divino es un laberinto bastante curioso. Por ejemplo, si yo soy un polígamo católico, seguro que me voy de patitas al infierno; pero si soy un polígamo musulmán no corro semejante riesgo. Claro que, si soy judío o musulmán y me como un bocadillo de chorizo, me la he cargado con todo el equipo; pero, si, como buen católico, me arreo medio jabugo en la primera comunión de mi niña, hago muy santamente.

Digo todas estas cosas porque deseo preservar mi derecho a la libre expresión; tanto como proclamo que Carmen Charo está en su perfecto derecho de enfadarse con la Jerarquía Eclesiástica y mandarla a paseo, y también asevero que los homosexuales no son unos bichos raros destinados inexorablemente a la Gehenna del fuego inextinguible. Me refiero, por una parte, a los escrtos de M.M. y de Samuel R.M.; por otra, al de xenpak, tan garbosamente apostillado por la gran Agustina.

En fin que aquello del “Quicumque vult salvus esse…”, etc. no va conmigo.

Me parece que Opuslibros está dando una lección permanente de tolerancia y libertad, al incluir escritos de personas que disienten radicalmente de los propios planteamientos básicos de la web. Animo al excelente orejato a proseguir en esa línea y envío un atento saludo a orejas y lectores innúmeros.

Antrax