señor Escrivá:
Tal y como te decía en la anterior, de tí prefiero no saber absolutamente nada: es increíble tu capacidad manipuladora, unida a tu habitual capacidad de mentir, siendo acompañado en todo ello por la cohorte de tu nefasta “familia sobrenatural”.
De mi parte, yo me considero muy afortunado a veintiún años de que tus “hijos” me hicieron el inmenso favor de tirarme fuera de la institución, sin que hubiera mediado ninguna razón de mi parte: tardé tiempo en comprender que ya no les era útil porque empezaba, entonces, a vislumbrarme como una persona libre con perfecto derecho a ser auténticamente yo mismo, lo cual me separaba automáticamente de ustedes, los explotadores inescrupulosos de la carencia de pertenencia y de la baja autoestima, que son ataduras del alma formadas a lo largo de la vida, y que a mi me convirtieron en presa fácil de ustedes, los explotadores de la debilidad humana.
Ahora mi vida es totalmente distinta: me pertenezco, lo cual significa muchas cosas importantes que –estoy absolutamente cierto- ustedes ni siquiera imaginan: soy responsable de mi vida, carezco de escudos protectores o aisladores que me proporcionen “responsabilidad colectiva”; soy –por lo mismo-, auténticamente feliz, merecidamente feliz; soy libre de todas las maneras posibles: intelectual , moral, psicológica, económica, geográfica, etc.
Pero lo más asombroso de todo, es que aún no alcanzo a comprender cómo pude pasar prácticamente ¡veintiséis años! entre ustedes, sumergido en una nebulosa de engaño y manipulación tan espantosa; siendo lo que ustedes querían que fuera -es decir, no siendo-; pensando y hasta sintiendo ser feliz: no comprendo a través de qué mecanismos pueden ustedes relacionar esa espantosa mascarada con Dios, como pueden manejar arbitrariamente a tantísimas personas haciéndolas creer que están amando y sirviendo ¡a Dios!, cuando sólo están destruyendo su posibilidad de ser personas y, con ello precisamente, hijos de Dios.
Gracias le doy a Dios por haberme librado de ustedes: debí estar muy mal para caer en sus manos y permanecer tanto tiempo allí. Los veintiún años que me apartan han ido aclarando, poco a poco, mi proceso y sus procedimientos.
Espero estés gozando merecidamente de tu cielo, “san” josemaría.