Comentarios a 'El miedo es delator' de GusRamCa.- Fiko
Fecha Monday, 15 May 2006
Tema 075. Afectividad, amistad, sexualidad


Comentarios a 'El miedo es delator' de GusRamCa

Cuando se vive en una sociedad en la que “lo normal” es la heterosexualidad, la homosexualidad es minoría, y como tal, vista “diferente” (por no decir “discriminada”). Es la tónica. Claro, eso va a depender de lo “desarrollada” o no que esté una sociedad en temas de moral, o en otras palabras, al número de habitantes que aún se rasgue las vestiduras cuando un homosexual se de permiso de ser él o ella mismo/a en público. Aún hoy en pleno siglo 21 hay sociedades en las que “permitirse ser uno mismo” continúa siendo un delito, pero también las hay menos rígidas … ya hemos visto buenos cambios en los últimos tiempos.

Pero viviendo en un país en el que no te lapidan con piedras pero sí con rechazos, nada tiene de raro “tener miedo”. El miedo no es más que un acto de autoprotección. El problema es que tiene efecto boomerang, pues ataca directamente a quien lo quiso utilizar como escudo. Y por ello, el miedo mal aplicado, es dañino. ¡Y cuántos ejemplos de hombres y mujeres homosexuales agredidos (y autoagredidos) he visto!, comenzando por mi mismo...



El miedo fue mi tónica durante muchos años, y en gran medida determinó mi manera de ser. Recuerdo haber sentido miedo desde muy pequeño, desde que percibí que era “diferente”. ¡Cuánto me hubiera gustado tener a alguien que me explicara que todo aquello que yo sentía no era malo! Pero en aquellos años (los setentas), la homosexualidad era un tema del que simplemente no se hablaba. ¿Y cuánta confusión no sentiría un niño al no entender por qué le resultaban más atractivos Superman y Batman, que la Mujer Maravilla o Super Chica? ¡Y cuánta más no al no entender por qué otros chicos le rechazaban por no sentirse cómodo jugando al fútbol u otros juegos de los llamados “de niños”! No es de sorprender que un niño así hubiese desarrollado muchos miedos e inseguridades. Y esa fue la tónica de mi niñez y de mi adolescencia, la cual arrastré hasta la adultez temprana. Y si a todo ello le agregamos las cantidades de información (o de ¿desinformación?) que recibí de mis padres, familiares, maestros, amigos, etc., que ratificaban que todo aquello que yo sentía era malo, ¿cómo no iba a autoprotegerme (¿o a autodestruirme -con el boomerang-?) tratando de ocultar lo que era, aumentando así el miedo (que en oportunidades llegó a ser terror) a que alguien descubriera mi “horroroso pecado”? Y para aumentar más  los rollos e inseguridades que ya de por ya llevaba encima a esos años, pedí la admisión a los 21 (… o sea, al que no quiere caldo, dos tazas… o tres… o cuatro… ).

En fin, lo que fue, fue y a lo hecho, pecho. No pretendo con estas notas hacer de víctima o  infligir lástima en nadie. No obstante, es bueno que el lector sepa que –al igual que en la obra nos decían que éramos como los primeros cristianos, que estábamos en todos los ámbitos y sectores, también la gente homosexual lo está, y los habemos hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ricos y pobres, blancos, morenos, negros y amarillos, y somos profesionales, técnicos, obreros o campesinos, vivimos, respiramos, comemos, nos divertimos y sufrimos igual que todos los demás. Y podemos estar en cualquier sitio ocupando cualquier rol, como por ejemplo, -y esto es lo que pretende transmitir - siendo tu hermano, tu hijo o tu hija, tu amigo o incluso tu cónyuge, sin que jamás lo hayas llegado ni a sospechar.

Al homosexual no se le diferencia por un “toque” diferente en su forma de hablar, caminar o gesticular. Yo diría que aquellos a quienes se “les nota”, son la minoría. Y los demás –al igual que los primeros cristianos- simplemente “pasamos desapercibidos”. Y así tiene que ser. No se trata de esconderse, pero tampoco de andar cargando un “rótulo neón rosa” en la frente comunicándoselo así a todo el mundo. ¿Acaso el heterosexual anda por ahí diciéndole al mundo que es heterosexual? Hombre, pues igual. Y es que, simplemente no hay necesidad. Somos personas primero, y después de eso ocupamos muchos otros roles y mucho más importantes.

El propósito de estas notas es sencillo: transmitir una experiencia de vida de alguien que sufrió mucho de joven y que quisiera evitarle este tipo de sufrimiento –tan innecesario- a otras personas, pues es muy posible que en tu casa, o en la de tu hermano, haya un hijo o una hija, un sobrino o una sobrina, o un ahijado o ahijada, o simplemente un amigo o amiga (niño, adolescente o adulto) que puede ser homosexual y que puede estar sufriendo, por temor a ser rechazado.

No debemos dar por sentado que los nuestros sean “heteros”. Bien podrían no serlo y estar sufriendo, cargando miedos innecesarios que les harán mucho daño y que, a la postre –Dios así no lo quiera- les dejen marcas indelebles. ¿Pero si tú, que eres un padre o una madre y que harías cualquier cosa por tu hijo o hija, no le amarías igual si a él o a ella le resultasen más físicamente atractivos Superman o Brad Pitt, que la Mujer Maravilla o Angelina Jolie (o viceversa), sobre todo si ni él ni ella hicieron nada por escoger esos gustos? Sería igual que si prefiriesen el azul al amarillo, o les gustasen más los gatos que los perros, o el helado que el pastel. Pero este niño, este joven o este joven adulto necesita sentirse querido, amado, aceptado. Y si le amas por igual y así se lo recalcas, con amor incondicional, y le enfatizas que ser diferente a la mayoría no es malo, y que Dios en su infinita sabiduría le hizo único, reforzarás así su seguridad como individuo y colaborarás a que de esta manera este hijo o hija tuyo llegue a ser una persona más feliz, más plena y más auténtica.

Ojalá que estas líneas puedan serle de utilidad a alguno de ustedes, o a algún amigo o pariente que pueda tener un hijo o una hija en una situación similar. Les garantizo que con amor y haciéndoles ver que son simples personas con una característica distinta a la de muchos, le ahorrarán mucho dolor, y definitivamente mucho dinero en psicólogos o psiquiatras (jooo….). ¡Hasta en otra!

Fiko







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